Capitulo 7
Crisis por el liderazgo
Números 16 y 17
Motín
Ocurrió en 1842. La armada de Estados Unidos estaba utilizando el U.S.S. Somers como busque escuela. La tripulación incluía varios cadetes adolescentes. El barco zarpó hacia el continente africano, y, poco después de zarpar, el capitán, el comandante Alexander Mackenzie, escuchó rumores de que se planeaba un motín. El cabecilla era un alférez de diecisiete años llamado Philip Spenser, hijo del ministro de Defensa John C. Spencer. Él y otros dos marineros planearon apoderarse del Somers y convertirlo en un barco pirata, matando a cualquiera que se interpusiera en su camino.
Una revisión del camarote de Spencer dio con pruebas comprometedoras, incluyendo una lista de nombres, escritos en griego, de miembros de la tripulación que serían retenidos después del motín, y un dibujo del Somers luciendo una bandera pirata. Una corte marcial declaró, por unanimidad, culpables a los marineros. Tres días más tarde la tripulación colgó a Spencer y a sus compañeros del aparejo del barco. Así terminó el único ejemplo de motín que se ha registrado en la historia de la armada de Estados Unidos.
El motín es una rebelión contra las autoridades legalmente constituidas, especialmente por personal militar que se niega a obedecer a sus oficiales, y que puede llegar a atacarlos. Es un delito muy serio. En Estados Unidos, llegar a ser condenado de un delito tal puede resultar en la pena capital. En el Reino Unido, el castigo era la pena de muerte hasta 1998.
Era el segundo año después de la salida de los israelitas de Egipto, nación ubicada en el continente africano. Los israelitas constituían un ejército. Dios era el comandante en jefe, y Moisés y Aarón eran sus generales. Un día Moisés escuchó el rumor de que se tramaba un motín:
"Coré hijo de Izhar hijo de Coat hijo de Leví, con Datán y Abiram hijos de Eliab, y On hijo de Pelet, descendientes de Rubén, tomaron gente y se levantaron contra Moisés con doscientos cincuenta hombres de los hijos de Israel, príncipes de la congregación, miembros del consejo, hombres de renombre" (Núm. 16:1, 2).
Así comienza uno de los más dramáticos episodios que se registran en la Biblia. Pero aquí no se trataba de un adolescente imprudente y temerario y un par de sus torpes amigos tratando de apoderarse de un barco. Se trataba de un golpe de gran envergadura, dirigido por un grupo de líderes maduros, inteligentes, experimentados y bien organizados. De hecho, casi podían garantizar el éxito en su plan de apoderarse de la nación israelita lanzando una revolución que tenía abrumador apoyo popular. La razón era que Moisés había dicho a la generación adulta que estaba sentenciada a vagar por el desierto hasta la muerte (Núm. 14:26-39). Desde su punto de vista, Moisés y Aarón eran los enemigos, y el pueblo estaba condenado de todas maneras, así que no tenían nada que perder. Estaban sumamente motivas para deshacerse de sus líderes, y su motín no era una aventura en busca del propio beneficio en el mar como corsarios, ¡sino un intento de sobrevivir en la tierra!
La trifulca contra Moisés y Aarón comenzó con la idea de que todos los israelitas eran santos y que el Señor estaba entre ellos. En realidad, era cierto que Dios mismo había llamado al pueblo "un reino de sacerdotes y gente santa" (Éxo.19:6; cf. Lev. 11:44, 45; 19:2). De hecho, los flecos cosidos en sus vestiduras por orden de Dios les recordaba constantemente que debían ser santos para el Señor (Núm. 15:37-41). También era cierto que Dios estaba en medio de ellos. El Señor había tratado de convencerlos de que aceptaran la realidad de su presencia (cf. Éxo. 17:7; Núm. 11:20).
El grito de guerra de Coré y sus asociados era: Moisés y Aarón no están mostrando respeto al pueblo santo, y han concentrado demasiado poder en ellos mismos. Su argumento era un eco de lo que Aarón y María habían dicho contra Moisés: Todos estamos en realidad en un nivel similar; ¿qué les hace pensar que ustedes son especiales (Núm. 12:2)? La que obviamente daban a entender los amotinados era: "¡Quítense de en medio! ¡Dejen de decir a los demás lo que tienen que hacer! ¡Bájense de su pedestal! ¡Renuncien ahora!" No se detuvieron a pensar en lo que le había ocurrido a María (Núm. 12:10).
Cuando Moisés escuchó las desafiantes palabras, cayó sobre su rostro (Núm. 16:4). Debe de haberse sentido devastado por varias razones:
El conflicto después del episodio de los espías (Núm. 14) debería haber terminado, pero aquí estaba otra vez, peor que nunca.
Si Coré y sus asociados tenían éxito y se apoderaban de la nación, ¿perdería también la nueva generación la entrada a la tierra prometida? ¿Dejaría Israel simplemente de existir?
Moisés y Aarón habían encumbrado a los levitas, entre los que se contaban Coré y muchos de los que lo apoyaban, a su exaltada posición. De hecho, Coré estaba estrechamente emparentado con Moisés y Aarón (eran levitas coatitas, Éxo. 6:20; Núm. 3:19). De modo que esta era alta traición a una escala colosal.
Un intento de esta naturaleza por hacerse con el poder, es con frecuencia letal para la parte perdedora, porque casi siempre implica una lucha a muerte.
Moisés era humilde (cf. Núm. 12:3), pero podía defender el honor de Dios y responder al desafío que hacía Coré al liderazgo de Aarón como sumo sacerdote. De modo que se levantó de sus rodillas e hizo frente a los conspiradores. Coré y sus colegas, los levitas, ya eran siervos altamente honrados del Señor. Pero, al parecer, consideraban su posición insignificante, y exigieron su promoción al sacerdocio, donde residía realmente el poder. ¡Si querían competir con Aarón por el puesto, debían presentarse al día siguiente con instrumentos sacerdotales (incensarios con incienso) y ver si Dios los aceptaba (Núm. 16:5-11)!
El desafío era sencillo y muy atractivo, un ofrecimiento que Coré y sus asociados no desaprovecharon. Aunque Nadab y Abiú habían sido hijos de Aarón, habían muerto instantáneamente cuando ofrecieron incienso delante de Dios (Lev. 10:1, 2). ¿Qué podían esperar los levitas si se acercaban demasiado a su gloriosa presencia? ¡No estando autorizados para el servicio sacerdotal, no tenían la menor posibilidad! Dios había advertido explícitamente que cualquier persona que intentara usurpar la función sacerdotal sería muerto (Núm. 3:10, 38). Los levitas eran santos, pero no escogidos por Dios para ser sus sacerdotes. ¡Sin los trajes protectores de su especial consagración (Lev. , serían fulminados!
Luego Moisés convocó a Datán y Abiram, de la tribu de Rubén. A diferencia de la oposición de Coré y de los demás levitas, que ambicionaban el sacerdocio de Aarón, el antagonismo de Datán y Abirán estaba casi exclusivamente dirigido contra Moisés. Estaban amargados y se negaron a comparecer, pero le enviaron un mensaje fulminante que resumía directamente el espíritu de rebelión contra el liderazgo de Moisés:
"¿Es poco que nos hayas hecho venir de una tierra que destila leche y miel, para hacernos morir en el desierto, sino que también te quieres enseñorear de nosotros imperiosamente? Tampoco nos has metido tú en tierra que fluya leche y miel, ni nos has dado heredades de tierras y viñas. ¿Sacarás los ojos de estos hombres? ¡No subiremos!" (Núm. 16:13, 14).
Esta acusación era verdaderamente monstruosa. Moisés nunca había prometido llevar a los israelitas a Canaán por iniciativa propia. Lo que había hecho era ponerlos en contacto con Dios, cuyo liderazgo y poder eran lo único capaz de realizar aquella tarea imposible. Los israelitas habían rechazado la dirección de Dios y estaban sufriendo las consecuencias naturales. Pero ellos insistieron en culpar a Moisés por todo y se negaron a aceptar cualquier responsabilidad personal.
Guy Cotter, guía alpinista que ha llegado a la cumbre del monte Everest tres veces, explica las funciones respectivas del guía y de aquellos a quienes dirige: "Es responsabilidad de los clientes cuidarse por sí solos. Es decir, es su vida; ellos deben ayudarnos a ayudarlos. Y eso es algo que recalcamos a nuestros clientes [...] Un guía es alguien que hace que la expedición tenga éxito para los clientes y que abre el camino hasta la cumbre, por así decirlo, pero no lleva a los clientes hasta ella, no los arrastra hasta llegar. Y si ellos cometen errores, no se puede decir, en la mayoría de los casos, que sea responsabilidad del guía".
Las palabras de Datán y Abiram,"¿Sacarás los ojos de estos hombres?", eran difamatorias, acusando falsamente a Moisés de ser un tirano cruel. Se hacían eco del espíritu de un esclavo hebreos que golpeaba a otro hebreo al día siguiente a aquel en que Moisés dio muerte a un egipcio para salvar a un esclavo. Cuando Moisés preguntó por qué hacía aquello, el hombre le respondió: "¿Quién te ha puesto a ti por príncipe y juez sobre nosotros? ¿Piensas matarme como mataste al egipcio?" (Éxo. 2:14). Pero si Dios no hubiera hecho a Moisés príncipe y juez sobre los israelitas, todavía seguirían siendo esclavos en Egipto.
Las palabras de Datán y Abiram,"¿Sacarás los ojos de estos hombres?", eran difamatorias, acusando falsamente a Moisés de ser un tirano cruel. Se hacían eco del espíritu de un esclavo hebreos que golpeaba a otro hebreo al día siguiente a aquel en que Moisés dio muerte a un egipcio para salvar a un esclavo. Cuando Moisés preguntó por qué hacía aquello, el hombre le respondió: "¿Quién te ha puesto a ti por príncipe y juez sobre nosotros? ¿Piensas matarme como mataste al egipcio?" (Éxo. 2:14). Pero si Dios no hubiera hecho a Moisés príncipe y juez sobre los israelitas, todavía seguirían siendo esclavos en Egipto.
Moisés se enojó tanto con las palabras de Datán y Abiram que se convirtió en lo contrario a un intercesor. Pidió al Señor que rechazara a los dos hombres no aceptando ninguna ofrenda presentada por ellos (Núm. 16:15).
Siguiendo las instrucciones de Moisés, al día siguiente Coré y sus colegas se reunieron a la puerta del santuario para la confrontación con Moisés y Aarón. Doscientos cincuenta rebeldes sostenían sus incensarios con incienso ardiendo. Entonces la gloria del Señor apareció ante todos (vers. 16-19). Aquello era ominoso. El juicio ejecutivo de Dios estaba en sesión en el santuario sagrado (cf. Núm. 12:4-5; 14:10).
El Señor no discutió sus planes con Moisés y le ofreció hacer de él una gran nación en lugar de los israelitas (contrastar Núm. 14:11, 12). Simplemente ordenó a Moisés y Aarón que le dejaran libre el camino para que pudiera destruir instantáneamente a la comunidad entera. La mecha de su ira estaba acabándose. Sin embargo, en vez de correr buscando dónde protegerse, Moisés y Aarón cayeron de rodillas en el mismo lugar donde estaban e intercedieron por la comunidad en su conjunto. Pero Dios insistió en que se apartaran de los jefes rebeldes (vers. 20-24). Aunque los rebeldes estaban en el campamento israelita, debían dejarlos solos para que el castigo no cayera sobre los demás.
En vez de buscar su propia seguridad, Moisés fue con los ancianos a advertir al pueblo que vivía en el vecindario de Datán y Abiram, que se alejaran de sus tiendas. Coré vivía cerca del santuario (Núm. 3:29), de modo que la gente que vivía allí ya había escuchado la advertencia.
El duelo de los incensarios estaba a punto de decidir la lucha entre Coré y sus colegas y Aarón y sus hijos. Pero ante las tiendas de Datán y Abiram Moisés anunció la prueba divina de su propio liderazgo, la cual decidiría de forma concluyente sus acusaciones.
"Moisés dijo: En esto conoceréis que Jehová me ha enviado para que hiciera todas estas cosas, y que no las hice de mi propia voluntad. Si como mueren todos los hombres mueren estos, o si al ser visitados ellos corren la suerte de todos los hombres, Jehová no me envió. Peor si Jehová hace algo nuevo, si la tierra abre su boca y se los traga con todas sus cosas, y descienden vivos al seol, entonces conoceréis que estos hombre irritaron a Jehová" (Núm. 16:28-30).
Por supuesto, era totalmente imposible para Moisés dar origen a un fenómeno geológico sin precedentes. Si aquello ocurría, sería un nuevo tipo de milagro destructivo por el Dios creador. Al lanzar a los rebeldes a las regiones inferiores, el lugar de los muertos, el celestial Señor de la vida mostraría dramáticamente que los había rechazado porque ellos lo habían rechazado a él.
Nadie tuvo tiempo para ponderar el escalofriante desafío. Como si la tierra fuera un gigantesco monstruo viviente, abrió su descomunal boca bajo los pies de los rebeldes, con sus posesiones y sus familias, y se los tragó enteros. Sus gritos de terror se desvanecieron con un sonido sordo y profundo cuando la tierra se cerró sobre ellos (vers. 31-33).
Al tratar de exaltarse a sí mismos se hundieron. Al arrojar cieno sobre Moisés, toneladas de tierra cayeron sobre ellos. Moisés no les sacó los ojos (vers. 14), el Señor los quitó de la vista. Habiendo aceptado previamente el mensaje de que la tierra prometida "se traga a sus habitantes", ellos fueron literalmente devorados por el desierto.
Los israelitas que fueron testigos de la ejecución sísmica pensaron que ellos serían los siguientes y huyeron despavoridos. Mientras tanto, en el santuario, el fuego divino consumió a los doscientos cincuenta aspirantes al sacerdocio, como cabía esperar (Núm. 16:34, 35). Todo terminó en pocos minutos.
Cuando el polvo se asentó, el fuego santo se apagó, y toda la basura se limpió, pareció que el motín había sido aplastado. Con una asombrosa demostración de justicia y poder, el Señor había aniquilado a los cabecillas. Los doscientos cincuenta incensarios de bronce habían recibido fuego santo, aunque sus dueños no autorizados no habían sobrevivido. Por lo tanto, los incensarios eran santos y pertenecían a Dios y al santuario. El Señor ordenó que fueran batidos con martillo y convertidos en láminas para cubrir el altar como una señal prominente, visible, para cualquiera que, no siendo sacerdote, se viera tentado a compartir su destino en el porvenir (vers. 36-40).
La historia de Coré, Datán y Abiram y sus colegas es una demostración paradigmática de lo que Dios piensa de la rebelión contra los dirigentes que él ha designado. El Señor utiliza seres humanos para llevar a cabo su obra en el mundo en vez de comisionar a los ángeles para hacer el trabajo. Ciertamente, sus dirigentes humanos tienen defectos, pero, hasta donde disciernen su voluntad y la siguen, lo representan. Por tanto, la rebelión contra sus dirigentes es una rebelión contra él.
Es muy fácil para aquellos que no llevan la pesada carga del liderazgo imaginar que ellos podrían hacer mejor las cosas, especialmente si poseen vigorosos egos y desean destacarse. Sin comprender todos los distintos factores que afectan la obra de Dios, uno puede suponer que las soluciones a los problemas son más sencillas de lo que son en realidad, y creemos que si nosotros estuviéramos al cargo, las cosas mejorarían rápidamente. Pero solo la captación de la imagen de conjunto da una perspectiva equilibrada. Cuando surge una crisis y las cosas van mal, es natural pedir un "cambio". Sin embargo, el cambio de liderazgo no siempre es para bien.
También es fácil que los que se erigen dirigentes, incluyendo aquellos que manipulan los métodos autorizados para obtener el control y mantener posiciones de autoridad legítima, pretendan que siguen las huellas de las sandalias de Moisés y Aarón como representantes autorizados del Señor. Pero, con frecuencia, son más fieles a sí mismos y a sus propios intereses que a la agenda de la misión evangélica de Dios, con su sagrada tarea de llevar tantas personas como sea posible de forma segura a la tierra prometida. Puesto que no permiten ninguna oposición a su voluntad egoísta y orgullosa, citan la historia de Coré y sus colegas para defender su liderazgo, y proclaman con tono de elevada justicia propia: "¿Quién puede impunemente alzar la mano contra el ungido del Señor?" (véanse 1 Sam. 24:6, 10; 26:9, 11, 23; 2 Sam. 1:14, 16, NVI). Pero la herencia de su liderazgo es la de Coré y los otros que intentaron usurpar el lugar de Moisés y Aarón y secuestrar a Israel.
Entre los vivos y los muertos
Mi esposa y yo escalamos el monte Lassen, pico volcánico en la zona norte de California, cuando nuestra hija tenía menos de dos años de edad. Así que yo llevaba a Sara en un portabebés a la espalda. Por desgracia, a ella no le gustó la experiencia a causa del fuerte e intenso viento que nos azotó cuando ascendíamos. A manera de juego, pero con la esperanza de que aquello la alegrara un poco, nos metimos detrás de una enorme roca que bloqueaba el viento y ordené: "¡Viento, detente!" Por supuesto, el viento se detuvo de momento, hasta que salimos de detrás de la roca.
Mi plan me salió mal. Sara pensó que yo podía detener el viento y que podía hacerlo todo el tiempo. Así que siguió insistiendo, con una voz muy nítida: "¡Papia, para el viento!" Por supuesto, el viento estaba fuera de mi control, de modo que ni siquiera intenté ejercer mi voluntad sobre sus violentas ráfagas. Cuando no logré decir las palabras mágicas y, por lo tanto, no pude hacer nada contra la molesta situación, Sara se enojó conmigo. Así que sus grandes gritos de protesta acompañaron nuestro ascenso a la cumbre del monte Lassen.
Los hijos de Israel también culparon a sus dirigentes de algo que estaba más allá del control de ellos. Al día siguiente de la muerte de Coré y sus colegas, ¡toda la comunidad israelita acusó a Moisés y a Aarón de dar muerte a los rebeldes; ahora muchos miles compartían el espíritu de Coré y sus colegas, y se negaron a reconocer el papel que Dios había desempeñado, a pesar de la naturaleza milagrosa de los acontecimientos. ¿Se había tragado la tierra a familias enteras por el poder de Moisés? ¿Había encendido Aarón el fuego que había literalmente freído a los doscientos cincuenta aspirantes al sacerdocio?
La gloria de Dios apareció una vez más. Y, de nuevo, Dios ordenó a Moisés y Aarón que se apartaran para poder consumir instantáneamente a los israelitas. Como estaban con Coré y compañía, compartirían su destino (cf. vers. 19-21). Una vez más, Moisés y Aarón cayeron sobre su rostro (vers. 42-45, cf. vers. 19-22). Pero ahora yo no podía defender al pueblo pidiendo a Dios que limitara su retribución a ciertos líderes rebeldes (cf. vers. 22-24). Los israelitas habían destruido cualquier argumento que los intercesores pudieran utilizar a su favor.
A Dios ya no le quedaban medios para salvar a aquellos rebeldes. Moisés sabía que esa era la realidad. Tan pronto como el fatal decreto salió de los labios divinos, los que habían llamado a los mundos a la existencia, una plaga mortal cayó sobre la comunidad para borrar de la existencia a la nación israelita. La gente ya había comenzado a morir.
Sin una expiación inmediata, todos los israelitas perecerían. No había tiempo para ofrecer un sacrificio; debía hacerse de inmediato una expiación y alcanzarlos donde estuvieran. Por tanto, Moisés ordenó a Aarón, el sumo sacerdote, que tomara su incensario, quemara incienso y lo llevara inmediatamente al pueblo para hacer expiación por ellos. El enérgico octogenario (que ahora tenía unos ochenta y cinco años, Éxo. 7:7) corrió para salvar a tantos como fuera posible (Núm. 16:46, 47). Doquiera llegó su incensario, la gente se salvó. Donde no llegó, murieron. "Luego se puso entre los muertos y los vivos, y cesó la mortandad" (Núm. 16:48).
Para catorce mil setecientos era demasiado tarde (vers. 49). Lo único que hicieron los demás fue agradecer la compasión y la rápida acción de Moisés y Aarón, y la misericordia de Dios que había hecho posible su supervivencia. Por su malvado falso testimonio contra Moisés y Aarón, a quienes habían acusado de asesinato, los israelitas merecían la pena capital por asesinato (cf. Deut. 19:16-19). Pero el mismo a quien habían ofendido tanto, había salvado sus vidas, diciendo: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Luc. 23:34). Y al aceptar el ritual de intercesión de Aarón, el mediador que él había nombrado, Dios mostró una gracia asombrosa.
Según el apóstol Pedro, los cristianos pertenecen a Dios como un "real sacerdocio" (1 Ped. 2:9). Una de las principales funciones de una sacerdote es ser mediador del pueblo. Dios no nos pide que intercedamos llevando incensarios, como Aarón, sino que oremos con la ayuda del Mediador que está en el cielo: "Otro ángel vino entonces y se paró ante el altar, con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para añadirlo a las oraciones de todos los santos sobre el altar de oro que estaba delante del trono" (Apoc. 8:3).
La prueba del sacerdocio
Los israelitas habían recibido una prueba milagrosa de que Dios había elegido a Aarón y a sus hijos exclusivamente para ejercer el sacerdocio. Otros habían perecido mientras ofrecían incienso, pero Aarón y sus hijos habían sobrevivido. No solo eso, sino que Dios había reconocido el incienso ofrecido por Aarón y había protegido a la nación.
Después de la terrorífica plaga, Dios quiso reforzar aún más su elección de la familia de Aarón para el sacerdocio; esta vez, mediante una positiva demostración de su poder creativo. Por tanto, ordenó a Moisés que hiciera una prueba con las varas de madera de los jefes de familia representantes de las doce tribus. La vara de Aarón representaba a la tribu de Leví. La vara de cada hombre simbolizaba su identidad (Gén. 38:18), y Moisés también escribió sus nombres en las varas. Dios haría que la vara de madera seca perteneciente al hombre que él escogiera para el sacerdocio floreciera milagrosamente. De esta forma tan señalada esperaba poner punto final para siempre a las dudas relacionadas con la exclusiva autoridad del sacerdocio aarónico (Núm. 17:1-5).
Moisés colocó las varas delante del Señor, en el santuario. Al día siguiente, la vara de Aarón no solo había florecido, sino que había echado almendras maduras. Moisés mostró al pueblo todas las varas para que pudieran ver la evidencia por ellos mismos. Luego puso la vara de Aarón de nuevo en el santuario, enfrente del "testimonio", es decir, frente al arca que contenía los Diez Mandamientos, que eran un compendio del pacto entre Dios y los israelitas. La vara especial serviría como una señal permanente para aclarar cualquier pregunta relacionada con el derecho de Aarón y sus descendientes a dirigir la adoración en Israel (vers. 6-11). Al controlar el sacerdocio, Dios regulaba la adoración de los israelitas. Protegía a los israelitas de caer en prácticas litúrgicas que lo representarían mal a él ante el mundo.
Todo estaba claro, excepto una cosa: ¿Por qué decidió el Señor hacer que la vara de Aarón floreciera y produjera almendras? Por una cosa. Flores de almendras, de oro, grabadas con la palabras "Santidad a Jehová" decoraban el frente de la mitra del sumo sacerdote (Éxo. 28:36; 39:20). Además, las lámparas del candelero del santuario tenían la forma de flores de almendro (Éxo. 25:33, 34; 37:19, 20). De modo que existían fuertes conexiones entre el milagro y lo que significaba: Aarón serviría como sumo sacerdote en el santuario.
Y existe un detalle más. La palabra hebrea "almendra" viene de una raíz que significa "vigilar" o "mantenerse vigilando". En el Oriente Próximo, los árboles de almendro son los primeros en florecer cada año. De modo que la gente ha llegado a considerarlos como "vigilantes". Esta conexión entre el almendro y los vigilantes explica un perfecto ejemplo que Dios le dio al joven Jeremías: "La palabra de Jehová vino a mí, diciendo: "¿Qué ves tú, Jeremías?" Yo respondí: "Veo una vara de almendro". Me dijo Jehová: "Bien has visto, porque yo vigilo sobre mi palabra para ponerla por obra" (Jer. 1:11, 12).
Ahora podemos comprender el simbolismo de las flores de almendro en las lámparas del candelabro, que proporcionaba luz toda la noche para mostrar que Dios siempre vela por su pueblo (Sal. 121:4; cf. Sal. 127:1). También podemos reconocer la advertencia implicada en las flores de almendro en la vara de Aarón: Dios vigilaría para guardar el sacerdocio de Aarón, como lo advirtió explícitamente: "Y Jehová dijo a Moisés: "Vuelve a colocar la vara de Aarón delante del Testimonio, para que se guarde como señal para los hijos rebeldes. Así harás cesar sus quejas delante de mí, para que no mueran" (Núm. 17:10).
Fuente:
http://www.escuelasabatica.cl/2009/tri4/lecc7/leccion.htm