Capítulo 1
Una nación bajo la dirección de Dios
Números 1-4
Roy Gane
La religión organizada
Después de liberar a los israelitas, Dios los mantuvo en el desierto del Sinaí durante casi un año antes de dirigirlos hacia Canaán (cf. Éxo. 19:1; Núm. 10:11, 12). La región que rodeaba al monte Sinaí estaba lejos de cualquier amenaza militar y de las tentaciones de las sociedades paganas. Allí el Señor organizó a su pueblo como una nación funcional, con un espectacular sistema de adoración, para que sus integrantes pudieran colaborar con él y entre sí para llevar a cabo su misión (Éxo. 29 - Núm 10).
Dios dio a los israelitas un topo de "religión organizada". Son muchas las personas que han rechazado la religión organizada:
"Este mundo sería el mejor de los mundos posibles si no hubiera religión" -John Adams, segundo presidente de los Estados Unidos de América.
"La religión es el opio del pueblo" -Karl Marx.
"¿Religiones? Argumentos interminables sobre contradicciones triviales en libros escritos por salvajes ignorantes para explicar los truenos en las tinieblas" -Autor desconocido.
"La religión organizada es un simulacro y una muleta para débiles mentales que necesitan fortalecerse en grupos. Dice a la gente que vaya a meter las narices en los asuntos de otras personas" -Jesse Ventura, gobernador de Minnesota, 1999.
"La religión no es muy eficiente únicamente en lo que respecta a la inversión de tiempo. Yo podría hacer muchas cosas más el domingo por la mañana" -Bill Gates.
Por desgracia, quienes hacen esas declaraciones pueden hallar apoyo en miles de años de historia religiosa. Para muchos, aunque deseen servir a Dios, la organización destruye la verdadera espiritualidad y la devoción hacia él. Como evidencia pueden citar numerosos grupos religiosos cuyo interés se centra más en el poder y en la justificación propia que en la piedad y el servicio. Tales personas obtienen una mayor bendición para ellos mismos o con los miembros de su familia o con amigos íntimos cuando adoran a Dios en su hogar o en el campo, en la naturaleza creada por Dios, que la que obtienen cuando asisten a reuniones rígidas, superficiales, o aburridas, o cuando soportan la exclusión y la crítica de camarillas tóxicas.
Comprendo las inquietudes de quienes rechazan la religión organizada. Mi esposa Connie y yo estudiamos durante dos años en Jerusalén, centro y lugar de nacimiento de las tres grandes religiones monoteístas: el judaísmo, el cristianismo y el islamismo. Tenemos amigos en los tres grupos y encontramos muchos aspectos positivos en sus creencias y prácticas. Sin embargo, aunque amamos a la ciudad de Jerusalén, fuimos testigos de un enorme antagonismo religioso, de arrogancia y egoísmo entre las tres confesiones. En vez de amarse unos a otros, las tradiciones religiosas fomentan los prejuicios profundamente arraigados que infectan a las personas desde la niñez. Parecen empaparse de una sensación beligerante de "nosotros" contra "ellos" desde el seno materno.
Nuestra experiencia más perturbadora en Jerusalén fue "la ceremonia del fuego sagrado" el fin de semana de la semana santa, en la Iglesia del Santo Sepulcro. Quince mil "cristianos" abarrotan la antigua iglesia, que es el sitio tradicional de la crucifixión, la sepultura y la resurrección de Cristo.
El día era sábado, entre el viernes santo y el domingo de resurrección. Un "sumo sacerdote" cristiano estaba por entrar a la tumba de Cristo, donde se supone que el Espíritu Santo enciende su vela y luego él comparte el "fuego sagrado" con los miles de adoradores que sostienen las suyas.
Connie, un amigo, y yo, fuimos a la iglesia temprano y encontramos un lugar en un balcón que dominaba la entrada. Estuvimos confinados allí durante seis horas. Durante las primeras dos horas, mientras las puertas exteriores de la iglesia estaban abiertas, observamos a la gente entrar al recinto. Pertenecían a dos grupos diferentes de "cristianos", cada uno de los cuales resentía la presencia del otro. De hecho, alguien nos dijo que era tal animosidad que existía entre las diferentes denominaciones cristianas orientales que comparten la Iglesia del Santo Sepulcro, que el custodio de las llaves del lugar sagrado es un musulmán. Esa medida evita que los "cristianos" traten de arrebatarse las llaves mutuamente en forma violenta.
La policía israelita ha colocado barreras en el centro de la entrada de la iglesia para separar a los adoradores que pertenecen a los dos grupos. Cada facción tenía una línea de jóvenes fornidos a lo largo de las paredes opuestas de la entrada para proteger sus derechos territoriales. Más o menos cada quince minutos se producía una trifulca entre aquellos jóvenes, y más o menos cada media hora se libraba una verdadera batalla. ¡Para que luego se hable de "cristianismo en acción!"
Una anciana menudita entró por el lugar equivocado. El imperioso sacerdote que tenía la jurisdicción sobre ese lado la echó de forma reiterada, pues, por algún motivo, ella se negaba a entrar por el otro lado. Finalmente, él la agarró y le dio un fuerte empujón. Ella cayó y quedó tirada sobre el suelo de piedra, gritando.
No quiero andarme por las ramas. Si cuanto supiera de religión fuera lo que experimenté en Jerusalén, la llamada "ciudad santa", es muy probable que fuera ateo o agnóstico. Gran parte del "cristianismo" organizado se ha alejado de los principios divinos del amor y ha pasado a alimentarse de los principios divinos del amor y ha pasado a alimentarse de los principios satánicos del egoísmo y el odio. Otras formas de religión se han vuelto gravemente paganas, o politeístas, o han glorificado el ocultismo.
Sin embargo, ¿significa todo esto que la organización, por sí misma, destruye necesariamente la religión? ¿Es la religión desorganizada o no organizada una mejor alternativa? ¿Deberíamos ser cristianos caóticos? ¿O el problema radica en la corrupción de la organización religiosa?
En la Biblia el pueblo de Dios disfrutó la comunión y el apoyo resultante de la pertenencia a un grupo. Los israelitas viajaron juntos. Jesús llamó a un grupo de discípulos, no a ermitaños aislados. Se relacionaban entre ellos y con él. Unidos somos más fuertes en nuestra vida espiritual y en nuestros vivir de lo que somos cuando estamos aislados. "Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca (Heb. 10:24, 25).
Los grupos de personas son más felices y más efectivos cuando hacen las cosas de forma ordenada que cuando las hacen desordenadamente. Cuando los cristianos se reúnen para hallar aliento mutuo, aprovechan más si hablan por turnos que si lo hacen a la vez (1 Cor. 14:26-32). "Pues Dios no es Dios de confusión, sino de paz" (vers. 33). Dios concede mucho valor a la armonía y al orden, tal como se muestra en el orden de su cuartel general celestial (Apoc. 4, 5) y en su creación en el planeta Tierra (Gén. 1, 2).
Para cooperar con Dios, los miembros de un grupo deben estar dispuestos a trabajar armoniosamente unos con otros. Solo cuando los seguidores de Cristo estuvieron unidos pudieron recibir el poder del Espíritu Santo para llevar el evangelio a todo el mundo (Hech. 2).
La comisión de Cristo de ir y hacer discípulos a todas las naciones, bautizándolos y enseñándolos (Mat. 28:19, 20) es demasiado grande para que la pueda llevar a cabo una sola persona. Para cumplirla nos necesitamos unos a otros con toda la riqueza de nuestra diversidad, exactamente igual que las partes del cuerpo humano se ayudan mutuamente para poder cumplir su tarea de preservar la vida. Así, la iglesia cristiana primitiva organizó a sus miembros según los dones espirituales o talentos con los que el Espíritu Santo había dotado a cada cual (1 Cor. 12; cf. Hech. 6:1-7).
Cuanto más grande sea la tarea y más numeroso sea el grupo que la lleva a cabo, más se requiere una organización efectiva. Los israelitas constituían un enorme grupo, y su tarea de conquistar la tierra de Canaán era monumental. Por lo tanto, necesitaban una organización efectiva que los mantuviera realizando sus esfuerzos de forma coordinada. Por ello, Dios indicó a Moisés que realizase un censo militar que contara a los hombres aptos para la lucha, con veinte años de edad como mínimo (Núm. 1). El propósito no era simplemente saber cuál era el número de los israelitas, sino organizar un ejército.
El censo militar no incluía a la tribu de los levitas (Núm. 1:47-54). Los dirigentes los contaron en un censo separado que contaba a los hombres que tenían entre los treinta y los cincuenta años de edad, la edad dorada de la madurez, para suplir las diversas necesidades del santuario (Núm. 4). Las instrucciones de Dios relacionadas con los deberes de los levitas fueron muy detalladas. Era una religión organizada en sentido global, y Dios mismo la instituyó.
La organización no es inherentemente mala. Es un instrumento neutral que uno puede utilizar con buenos o malos propósitos. La gente puede reunirse para ayudar a las víctimas de un huracán, un maremoto, o una sequía. O puede explotar a otras personas. Los dirigentes y los objetivos de una organización, incluyendo una organización religiosa, determinan su carácter.
El tipo acertado de organización
La naturaleza de una organización debería adaptarse a su propósito. La organización de un club de fútbol puede ser relativamente sencilla, con límites flexibles para llegar a ser miembro, un cómodo sistema de seguridad y algunas reglas para asegurarse de que cada uno sea tratado justamente. Un ejército o una nación constituyen una cuestión totalmente diferente. La organización debe servir a los complejos intereses de muchas personas y abordar el peligro real que le plantean los enemigos, quienes son, por lo general, externos, aunque algunos podrían ser internos.
Los lectores modernos del libro de Números tienen la tendencia a creer que la disciplina impuesta a los israelitas en su peregrinación por el desierto era demasiado severa. Pero la nación entera llegó a ser un ejército en marcha. Necesitaban disciplina militar para alcanzar sus objetivos con tanta seguridad como fuera posible. Cualquiera que se negara a cooperar podía poner en peligro la seguridad de todo el grupo.
¿Suena familiar? La gente que viaja en avión en estos días debe observar estrictas reglas para la seguridad de cada cual. "No deje su equipaje desatendido". "No acepte paquetes de ningún desconocido". "Limite los líquidos en su equipaje de mano". Esas precauciones son prácticas, no legalistas.
El sistema de organización de Dios era más de lo que se necesitaba incluso para un ejército nacional, era nada menos que el ADN de un nuevo orden mundial. El éxito y la prosperidad del pueblo escogido de Dios, gobernado por leyes sabias y justas en armonía con su amante carácter, tenía el propósito de atraer a otros pueblos (Deut. 4:5-8; cf. 1 Rey. 10:1-13).
El sistema de organización divinamente ordenado, diseñado para apoyar el progreso hacia resultados radicales, se valió de las estructuras sociales existentes hasta donde fue posible. Si bien el Señor quería transformar a la gente en armonía con su carácter, no se involucró en una revolución social. Del mismo modo, cuando llevamos el evangelio a gente de otras culturas, podemos trabajar con sus sociedades y con su estilo de hacer las cosas mientras no entren en conflicto con los principios divinos. Evangelizar no significa occidentalizar ni colonizar. El apóstol Pablo reconoció el valor de esa adaptabilidad. "Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos" (1 Cor. 9:22).
La sociedad israelita era tribal, no democrática. Sus dirigentes eran jefes o caudillos de grandes grupos de familias, no cargos electos. Por ello, las divisiones del ejército, el campamento y el orden de marcha se establecían por tribus, subunidades tribales mayores y familias dentro de ellas (Núm. 1, 2). Del mismo modo, el campamento y las responsabilidades de los miembros de la tribu de Leví estaban en armonía con sus relaciones como sacerdotes pertenecientes a la familia de Aarón, o como descendientes de Gersón, Coat y Merari (Núm. 3, 4).
Toda la gran familia de Israel debía vivir, trabajar, viajar y luchar en la guerra unida, en estrecha cooperación. Siendo que los miembros estaban relacionados, se comprendían entre sí y tenían poderosos intereses creados para cooperar en pro del bienestar, la seguridad y el éxito de cada cual. En nuestras sociedades occidentales, individualistas y caracterizadas por una elevada movilidad, hemos perdido en gran medida el fuerte sentido de pertenencia, apoyo e identidad que la parentela puede proporcionar.
Israel estaba unificado por una forma representativa de gobierno. Los dirigentes de unidades sociales menores eran responsables ante los líderes de las unidades mayores, quienes estaban bajo la dirección de Moisés, el portavoz de Dios, el Rey divino (cf. Núm. 23:21). Moisés no había sido elegido, y tampoco Dios lo había sido. Los representantes no actuaban como un parlamento o como un congreso que promulgara o decretara leyes. Más bien, tenían la responsabilidad de ver que la nación llevara a cabo las instrucciones del Señor. Él se encargaba de todo. Por ello, el gobierno israelita era una teocracia gobernada por Dios.
El gobierno de Dios
Cuando visitamos la capital de un país, no es difícil, por lo general, saber quién está al frente. Los poderes gobernantes tienen sus sedes, generalmente, en el centro de la ciudad, en un imponente capitolio, en el palacio legislativo, o en el palacio ejecutivo. Abu Simbel, localidad situada en el sur de Egipto, tiene una antigua pintura de un campamento de guerra egipcio, con la enorme tienda del faraón Ramsés II (que gobernó de 1279 a 1212 a.C.) en el centro. En la representación, no queda ninguna duda de quién tenía la autoridad suprema.
La tienda del faraón estaba estructurada como el santuario israelita, con un cuarto interior cuadrado y un cuarto exterior el doble de grande. En la pintura, el sello oval que contenía el nombre del Faraón está en el centro del "lugar santísimo". Es precisamente el equivalente del lugar santísimo en el santuario israelita, donde el Señor estaba entronizado en medio de los querubines sobre el arca del pacto (Éxo. 25:22; 1 Sam. 4:4; 2 Rey. 19:15). Egipto pretendía ser una teocracia, y los faraones eran reyes-dioses. Pero el gran Ramsés II no era más que un ser humano, como puede constatar cualquiera que observe su arrugada momia en el Museo de El Cairo. Solo Israel contaba con el verdadero Dios-rey.
¿Se ha preguntado el lector alguna vez lo que sería tener a Dios como el Jefe de Estado de su país? No un presidente, un primer ministro, un monarca o un dictador vitalicio, que no son más que débiles seres humanos, sino al Señor mismo. Él tendría la sabiduría y el poder para resolver todos los problemas y sería totalmente justo (Sal. 96). Dios gobernaría por medio del amor, equilibrando la justicia con la misericordia (Sal. 85:10; 89:14). Ningún interés especial podría inducirlo a venderse, y no toleraría la corrupción en su gobierno. Y jamás tomaría vacaciones, y ni siquiera dormiría, sino que protegería constantemente a su pueblo (Sal. 121:4). ¿Quién no votaría por un líder así?
Dios era el Jefe de Estado en el antiguo Israel, y comunicaba su voluntad a Moisés, su representante. "Cuando entraba Moisés en el tabernáculo de reunión para hablar con Dios, oía la voz que le hablaba de encima del propiciatorio que estaba sobre el Arca del testimonio, de entre los dos querubines. Así hablaba con él" (Núm. 7:89). El contenido de esa comunicación eran las instrucciones para los israelitas (Éxo. 25:22; Lev. 1:1, 2).
Moisés era algo así como el primer ministro de Dios, en el sentido de que era responsable de que se realizara la voluntad de Dios y de encargarse de todos los detalles. Pero él no era el encargado de la formulación de las políticas como jefe de Estado. Esa era la función de Dios. El gobierno de Israel era una teocracia dirigida por Dios.
En otras épocas, incluyendo nuestros tiempos, muchos grupos que pertenecen a las religiones monoteístas (por ejemplo, los talibanes) han pretendido establecer gobiernos civiles dirigidos por la deidad. Pero esas no son verdaderas teocracias, porque no tienen la presencia de Dios morando entre ellos y dirigiéndolos. Han tenido la tendencia a arrogarse la posesión de la autoridad divina para obligar a otros a observar sus tradiciones humanas. Con frecuencia los resultados han sido opresivos, y a veces peores que eso.
La verdadera iglesia cristiana de Dios sobre la tierra carece tanto de gobierno civil como de la presencia del Señor entronizado en el lugar santísimo del santuario terrenal o templo. Solo tenemos una comunidad de fe. Pero la cabeza de esta comunidad es el Cristo divino (Juan 14:26; 16:12-15).
Por ello, la verdadera iglesia tiene que ser una teocracia. Por lo tanto, como en el antiguo Israel, los representantes del Señor son los responsables de que todo se haga de acuerdo con su voluntad. Deben aplicar los principios divinos, no alterarlos o reemplazarlos de acuerdo con el razonamiento humano. Hacer tal cosa sería usurpar arrogante y neciamente el lugar de Dios, lo cual sería una blasfemia. Por supuesto, deben resolver y administrar muchos detalles, pero, al hacerlo, nunca deberían pasar por alto o comprometer el conjunto de principios que Dios ha revelado a través de los profetas que hablaron en su nombre.
Cuando la verdadera iglesia administra la disciplina a sus miembros, lo hace en armonía con la voluntad de Dios, tal como revelada a través de la Biblia y la conducción del Espíritu Santo. Jesús dijo: "Les aseguro que todo lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo; y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo" (Mat. 18:18, Nueva Biblia Española). La versión NASB (traducida del inglés), dice: "En verdad os digo, que cualquier cosa que atéis en la tierra, habrá sido atada en el cielo; y cualquier cosa que atéis en la tierra, habrá sido atada en el cielo; y cualquier cosa que desatéis en la tierra, habrá sido desatada en el cielo". Esta versión, a diferencia de las demás, expresa correctamente el tiempo verbal griego, el cual indica que el cuerpo organizado de creyentes toma decisiones en armonía con lo que Dios ya ha decidido. No significa que la iglesia tiene la autoridad y que el cielo hace la voluntad de ella. Debemos someternos humildemente a la voz que habla entre los querubines celestiales.
Fuente:
http://www.escuelasabatica.cl/2009/tri4/lecc1/leccion.htm