Capitulo 11
ARMAS DE DISTRACCIÓN MASIVA
Números 25
Comida y sexo
Cuando uno está programado para un día D -que señala una invasión-, es señal de prudencia estar centrado y preparado para lo que hay que hacer. Los israelitas descansaban junto a la ribera oriental del río Jordán, listos para cruzarlo e invadir la tierra prometida. Sin embargo, en lugar de ejercitarse, se desorientaron y casi fracasó la misión porque fueron demasiado amigables con los aparentemente inofensivos vecinos, quienes, en realidad, eran enemigos mortales.
Los israelitas estaban acampados en Sitim ("árboles de acacia") cuando algunas muchachas moabitas se presentaron para invitarlos a sus fiestas, ¡Qué bondadosas y qué hospitalarias eran con los viajeros! La comida no vegetariana fue muy bienvenida (¡en la variedad está el gusto!) para sustituir el conocido maná, y las fiestas con aquellas atractivas visitantes resultaron muy entretenidas.
¡Ah!, un par de detalles: La comida era parte de los sacrificios a los dioses moabitas. Para ser corteses, los israelitas no solamente disfrutaron la comida; también se inclinaron ante las imágenes de varios dioses. Era, obviamente, lo que había que hacer. Seguramente esto no podría ofender a nadie. Pero lo que realmente hacía deseable el culto idolátrico era el hecho de que la liturgia de adoración incluía mantener relaciones sexuales con aquellas seductoras muchachas. ¡Comida y sexo: los caminos de siempre que van directamente al corazón del hombre! Dios creó legítimos deseos por ambas cosas, pero el pecado los secuestra para llevarlos lejos de Dios.
Números 25:1 dice que los israelitas comenzaron a prostituirse con las moabitas. Obviamente se refiere a que se dejaron llevar por su lujuria. Pero, de paso, también adulteraron espiritualmente. Se vincularon con el dios local, Baal-pero, y por lo tanto, violaron su pacto de relación exclusiva, íntima, con el Señor (vers. 3), al quebrantar el primero de los Diez Mandamientos: "No tendrás dioses ajenos delante de mí".
Los israelitas estaban a punto de dejar el desierto y entrar en contacto con los pueblos idólatras, que fácilmente podrían corromperlos. Su contacto con los habitantes locales supondría un reto constante para su fidelidad a Dios. Su primera prueba había llegado, y ya habían fracasado miserablemente. Inmediatamente después de la apostasía con el becerro de oro, el Señor advirtió a los israelitas de este mismo peligro: "Por tanto, no harás alianza con los habitantes de aquella tierra, no sea que cuando se prostituyan siguiendo a sus dioses y les ofrezcan sacrificios, te inviten y comas de sus sacrificios" (Éxo. 24:15). Más tarde el Señor aseguró a los israelitas que tendrían más problemas con la idolatría en el futuro, después de muerto Moisés: "He aquí que vas a dormir con tus padres, y este pueblo se levantará para prostituirse tras los dioses ajenos de la tierra adonde va para vivir en medio de ella. Me dejará e invalidará el pacto que he concertado con él." (Deut. 31:16).
La rebelión dirigida por los espías infieles había hecho que Dios indicara a los israelitas que se pusieran flecos, incluyendo unos cordones azules (o color violeta), en sus vestimentas o túnicas (Núm. 15:37-40). Explicó que los ayudaría a mantener su relación santa con él al acordarse y obedecer todos sus mandamientos en lugar de seguir las tentaciones de sus ojos y su corazón (vers. 39). Tenían una fuerte tendencia a poner su propio corazón y sus propios ojos, así como las representaciones de sus mentes, emociones, y sentimientos, en lugar de Dios. Las cosas que eran atractivas para ellos eran mortalmente peligrosas, como el fruto de cierto árbol fue para Eva. El pueblo de Dios solamente podría estar seguro si seguía su conducción divina por fe.
¡Nada ha cambiado! Con todo el desarrollo de nuestra educación y nuestro conocimiento, y con la explosión de tentaciones de los sentidos que nos vienen a través de los medios de comunicación, no estamos en menor peligro de seguir nuestros pensamientos y nuestro corazón en lugar del Señor y su voluntad revelada. Es fácil tomar nuestra decisión primero y luego racionalizar cualquier indicación de la Palabra de Dios que sea contraria. Después de todo, nosotros somos mucho más ilustrados que aquellos antiguos profetas hablando a su cultura primitiva. Nadie que haya vivido en otro siglo, ni siquiera el que acaba de terminar, podría entender nuestra situación, ni hablar adecuadamente de ella. Los antiguos proyectos simplemente están obsoletos.
¡No! El hombre sabio dijo correctamente. "¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará, pues nada hay nuevo debajo del sol" (Ecl. 1:9). Esto no es abogar por una visión global de la historia, sino reconocer que las personas son personas. Así que los adelantos en el conocimiento y la tecnología no alteran la naturaleza básica del ser humano. Los detalles pueden cambiar, pero tenemos el mismo tipo de tentaciones y respuestas. Por eso Cristo puedo ser "tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado" (Heb. 4:15), pese a que vivió hace dos milenios, durante la época del Imperio romano, antes de los cigarrillos, de los automóviles, y de la Internet. El hecho que todavía poseamos los mismos rasgos explica cómo la Biblia puede ser una revelación intemporal de los principios divinos, que son tan aplicables a nosotros como lo fueron para las personas de los siglos pasados. Ignorarlos, pasarlos por alto, darles menos énfasis, es miopía, arrogancia y, sencillamente, estupidez.
Ni que decir tiene que, cuando Israel "se acostó" con Baal-peor, despertó la justa indignación del esposo divino (Núm. 25:3). Cualquiera que pregunta por qué Dios se enojó debería hacerse la pregunta: ¿Cómo me sentiría si llegara a casa y encontrara a mi esposa en la cama con otros? "Porque el hombre enfurecido por los celos no perdonará en el día de la venganza; no aceptará compensación alguna, ni querrá perdonar aunque le aumentes el pago" (Prov. 6:34, 35). Tales "celos" no son simple envidia. Están justificados. La protección celosa de la intimidad exclusiva en la que ambas partes han consentido es un pacto de amor solemne y permanente. "Ponme como un sello sobre tu corazón, como una marca sobre tu brazo; porque fuerte como la muerte es el amor y duros como el seol los celos. Sus brasas son brasas de fuego, potente llama. Las muchas aguas no podrán apagar el amor ni lo ahogarán los ríos. Y si un hombre ofreciera todos los bienes de su casa a cambio del amor, de cierto sería despreciado" (Cant. 8:6, 7).
Hacer responsables a los dirigentes
Cualquier que escucha las noticias o lee un libro de historia se da cuenta de que las personas política o económicamente poderosas con frecuencia se imaginan que están por encima de la ley y creen que pueden asesinar impunemente. Es como en la antigua Mesopotamia durante el tiempo de los patriarcas. El Código de Hammurabi permitía que los ciudadanos de las clases sociales altas solo pagaran una penalidad monetaria si mataban a una persona de estatus inferior; pero si un miembro de una clase inferior asesinaba a uno de alto rango, el asesino debía morir. La ley israelita nivelaba el campo de ejecución con el término que podríamos llamar, en el campo de la jurisprudencia criminal,"igualdad de oportunidad de castigo" (Lev. 24:17, 19-22; Núm. 35:31). Bajo la ley religiosa, un dirigente tenía una responsabilidad adicional ante Dios cuando pecaba, como se muestra en el hecho de que debían traer una ofrenda diferente por el pecado (Lev. 4:22-26, un macho cabrío). La responsabilidad más grande por el pecado recaía en el sumo sacerdote, quien ejercía la mayor influencia religiosa. Su ofrenda por el pecado era equivalente a lo requerido a toda la comunidad (vers. 3-12, 13-21).
Cuando los líderes israelitas cometían equivocaciones dañaban la reputación de Dios o hacían extraviar al pueblo, Dios los hacía responsables por su influencia. Así que Nadab y Abiú, siendo sacerdotes, fueron "quemados" (Lev. 10), María fue castigada con una enfermedad de la piel (Núm. 12), Coré y sus asociados fueron enterrados vivos o quemados (Núm. 16), y a Moisés y Aarón se les impidió entrar a la tierra prometida (Núm. 20). Así que la respuesta del Señor a la apostasía en Sitim junto al río Jordán no sorprende. Dios dijo a Moisés: "Toma a todos los príncipes del pueblo y ahórcalos ante Jehová a plena luz del día, para que el ardor de la ira de Jehová se aparte de Israel". Moisés dijo a los jueces de Israel: "Matad cada uno a aquellos de los vuestros que se han juntado con Baal-peor" (Núm. 25:4, 5).
La respuesta de Moisés al mandato de Dios deja aclarado que los israelitas fueron los ejecutores de sus líderes tribales (literalmente "cabezas de familias") porque los habían conducido en el camino de la apostasía. Compárese con lo que pasó cuando el pueblo adoró al becerro de oro: Los hombres de la tribu de Leví, quienes eligieron estar del lado del Señor, ejecutaron a sus hermanos israelitas (Éxo. 32:26-28).
El pueblo del pacto de Dios siempre debía desarraigar cualquier idolatría que apareciera entre ellos, sin moderación o compasión con sus parientes (Deut. 13). A primera vista esto puede parecer duro, pero la idolatría quebranta el pacto con Dios que hace posible la supervivencia de la nación. Cualquier israelita que se volvía a otros dioses, o que no decía nada si sabía que otros lo habían hecho, siendo participante silencioso del pecado, ponía en peligro al pueblo entero. Por lo tanto, los demás israelitas tenían que detener a tales individuos en sus caminos, como si fueran un Osama bin Laden blandiendo un arma de destrucción masiva en la ciudad de Nueva York. Cualquier israelita que practicaba la idolatría sabía muy bien que solo podría ser enemigo de Dios. Así que cuando él o ella eran detectados, era el momento de una ejecución, no de un estudio bíblico.
Hoy, el pueblo de Dios pertenece a una iglesia, no a un Estado. Así que, obviamente, jamás deberíamos pensar en ejecutar, o tratar de hacerlo, a los miembros de nuestra comunidad espiritual que se extravían e intentaban llevarse a otros con ellos. Sin embargo, la reputación del Señor y la integridad de su pueblo y su misión todavía importan. A nadie se le debería permitir descarriarnos del camino de Dios, o inducirnos a asimilarnos, por conveniencia, a otras "comunidades de fe", que marchan al son de tambores diferentes.
Debiéramos seguir el debido proceso (Mat. 18:15-20) para ser responsables, al punto de cortar lazos, si es necesario, con cualquiera que trate de apartarnos de nuestra lealtad al Señor y su misión evangélica para nuestro tiempo (ver especialmente Mat. 28:19, 20; Apoc. 14:6-12). Los pastores, maestros, y administradores, en la medida de su influencia, son más responsables. Ellos no son los dueños de la iglesia: solamente trabajan en ella. La iglesia pertenece a Dios y él la gestiona a su manera.
El Señor dijo a Moisés, "Toma a todos los príncipes del pueblo y ahórcalos ante Jehová a plena luz del día, para que el ardor de la ira de Jehová se aparte de Israel" (Núm. 25:4). La palabra "ahorcar" no significa "estrangular" con una soga, sino "empalar". Era exponer un cuerpo muerto a la vista de todos ("a plena luz del día"), como hicieron los italianos con el dictador Mussolini y su amante cerca del fin de la Segunda Guerra Mundial; no es una visión muy agradable y su objetivo era causar una mayor impresión. Compárese con la forma en que los filisteos expusieron el cuerpo decapitado de su enemigo, el rey Saúl, al colgarlo en el muro de Bet-sán, junto con los cuerpos de sus hijos (1 Sam. 31:10, 12).
También encontramos otra historia en la que cuerpos colgados delante del Señor sirvieron para apartar su ira de Israel. Durante el reino de David hubo una terrible hambre durante tres años consecutivos. Una consulta al Señor reveló que el hambre era resultado de que el rey Saúl había tratado injustamente de exterminar a los gabaonitas, quienes estaban protegidos por un pacto a pesar de ser cananeos (2 Sam. 21:1, 2; Jos. 9). Para hacer expiación en el sentido de quitar la culpa a favor de la tierra y su pueblo, Saúl fue castigado después de muerto con la pérdida de algunos de sus hijos y nietos (compárese con el castigo de David: murió su hijo recién nacido de Betsabé en 2 Sam. 12:15-18). Era el castigo de Saúl, pero su familia continuó llevando la culpa, porque su familia era la continuación corporal de él (cf. 1 Reyes 2:31-33). Una vez que fueron colgados y expuestos a la vista de todos, el Señor escuchó el ruego por la tierra, insinuándose con ello que la hambruna había llegado a su fin (2 Sam. 21:3-14).
Las trágicas historias de Sitim y de Saúl tienen en común varios elementos importantes:
1. Los dirigentes recibieron el castigo por los pecados de la comunidad.
2. El castigo consistía en exponer los cuerpos en lugar de sepultarlos inmediatamente.
3. El castigo de los ofensores servía como una clase de "expiación" para aplacar la ira divina.
Esto no era sustitución expiatoria en el sentido de Cristo, quien era completamente inocente y descendía de una "familia" inocente. Él murió en nuestro lugar. Sin embargo, podríamos tomar la ejecución de los descendientes de Saúl en lugar de él como un indicio de sustitución. Durante la década de 1980, yo estaba estudiando el libro de Números en un seminario de hebreo avanzado, en el campus de Berkeley de la Universidad de California. El profesor era Jacob Milgrom, que era rabino. Cuando llegamos a Números 25:4, se sorprendió de poder comprender por qué los seguidores de Jesús podían interpretar el hecho que él fue colgado (sobre una cruz), como un medio de expiación.
Cuando la sentencia del Señor acerca de los dirigentes de Israel estaba a punto de ejecutarse, Moisés y el pueblo lloraron a la puerta del tabernáculo. Lamentaban la caída de aquellos hombres; no la festejaban. Siempre es una tragedia terrible cuando un dirigente elegido, o dirigentes elegidos, son engañados y caen (cf. Mat. 24:24).
Expiación a través de la ejecución
Pero había alguien que, lejos de llorar, tenía una actitud muy diferente. A la vista de todos los que lloraban a la puerta del tabernáculo, llegó al campamento un israelita de la mano de una madianita, al campamento (Núm. 25:6). Obviamente, tenía el propósito de tener relaciones sexuales con ella. El hombre era Zimri, hijo de un jefe de la tribu de Simeón, y ella era Cozbi, hija de un príncipe madianita (vers. 14, 15). Recordemos que los madianitas se habían aliado con los moabitas (Núm. 22:4-7).
La flagrante e irrefrenable lujuria de Zimri llevó la crisis de la apostasía a una culminación trágica. En el momento en que Zimri llevó a Cozbi al interior de una tienda y comenzaron a estimularse sexualmente entre sí, Finees se levantó y tomó una lanza en su mano. Como hijo de Eleazar, el nuevo sumo sacerdote (ahora que Aarón había muerto), Finees estaba al mando de los levitas guardianes del santuario (cf. Núm. 3:32). Así que sabía qué hacer con un arma. Siguió a la pareja hasta el interior de la tienda y atravesó el cuerpo de ambos con la lanza (Núm. 25:7, . En este punto el texto bíblico da cuenta de las terribles noticias de que, entretanto, el Señor había desatado una plaga, y veinticuatro mil hombres ya habían muerto. Este fue el mayor número de muertos en una sola ocasión en todo el viaje de los israelitas desde Egipto hasta Canaán. Las cosas que estaban en juego eran más elevadas cuando la segunda generación estaba a punto de entrar a la tierra prometida. Tan pronto como Finees ejecutó a Zimri y a Cozbi, la plaga cesó (vers. 8, 9). Como había sucedido años antes, cuando Aarón corrió entre el pueblo con el incensario, la acción rápida de un sacerdote hizo expiación para detener una plaga y salvó a la comunidad (Núm. 16:46-50).
El Señor anunció, a través de Moisés, una recompensa especial para Finees, quien había salvado a su pueblo mediante una acción pronta y señalada.
"Finees hijo de Eleazar, hijo del sacerdote Aarón, ha hecho apartar mi furor de los hijos de Israel, porque ha mostrado entre ellos un celo como el mío; por eso yo no he consumido en mi celo a los hijos de Israel. Diles, por tanto: "Yo establezco mi pacto de paz con él. Será para él, y para su descendencia después de él, el pacto del sacerdocio perpetuo, por cuanto tuvo celo por su Dios e hizo expiación por os hijos de Israel" (Núm. 25:11-13).
Aunque ya era sacerdote, el Señor le hizo una promesa de que heredaría el sumo sacerdocio, y que pertenecería a sus descendientes para siempre (compárese con Jue. 20:28, donde es sumo sacerdote durante la primera etapa de los jueces). Él había hecho expiación por la comunidad israelita, no ofreciendo un sacrificio que representara la muerte vicaria de Cristo, sino en un sentido, más básico, no sustitutivo, eliminando a los ofensores de la comunidad. Zimri y Cozbi no se beneficiaron de este tipo de expiación.
Como Cristo, Finees fue consumido con el celo del Señor (cf. Juan 2:14-17). Ser celoso no es necesariamente algo bueno. Uno puede estar sincera y ardientemente equivocado, como ha pasado con muchos fascistas, comunistas y fanáticos religiosos. Algunas personas son tan celosas que casi echan espuma por la boca, y uno se pregunta si han descuidado ponerse la vacuna contra la rabia. Pero está bien permitir al Señor que inspire y controle el celo que esté de acuerdo con sus principios y el adelanto de su misión en el mundo, y necesitamos mucho más de eso. Ahora nuestro celo no involucra empañar a las personas con lanzas; por la gracia de Dios, podemos ayudarlas a comprender las cosas de otras maneras.
El Señor tenía buenas noticias para Finees, pero malas noticias para los madianitas. "Atacad a los madianitas y heridlos, por cuanto ellos os afligieron a vosotros engañándoos con sus ardides en lo tocante a Baalpeor, y en lo tocante a Cozbi, hija del príncipe de Madián, hermana de ellos, la cual fue muerta el día de la mortandad que vino por lo de Baalpeor" (Núm. 25:17, 18). ¡Pero un momento! ¿Qué es esto de los "ardides", refiriéndose a los engaños o supercherías? Hay que tener en cuenta que el verbo hebreo ksb, "mentira/engaño", suena parecido a "Cozbi". Los moabitas y los madianitas deben de haber cooperado en una conspiración para poner en peligro a los israelitas seduciéndolos a la inmoralidad y la idolatría. ¡Qué brillante idea: abrir una brecha entre los israelitas y su Dios! ¡Así él los destruiría!
¿Quién podría ser la mente maestra que concibió tal complot astuto y diabólico? ¿Quién conocía tan bien esa relación entre el Señor y su pueblo? Más tarde encontraremos toda la información. Cuando los israelitas atacaron a los madianitas, ¿quién cree el lector que andaba entre ellos? "También mataron a espada a Balaam hijo de Beor" (Núm. 31:8). ¿Qué hacía él allí? Lo último que escuchamos de él, es que se había ido a su casa (Núm. 24:25).
Después de que fracasó al no poder maldecir a Israel, Balaam debe de haber reflexionado mucho sobre la forma de conseguir su recompensa de otra manera: sin la interferencia de Dios. Para Balac, maldecir a Israel solo era un medio potencial para un fin. Lo que realmente le preocupaba era cómo debilitar a Israel para ponerlo a un nivel militarmente asequible. Así que Balaam les ofreció a él y a sus aliados los madianitas otra clase de arma de destrucción masiva: la ira de Dios sobre los israelitas que violaron su pacto (Núm. 31:16). Todo esto sedujo a veinticuatro mil israelitas a precipitarse hacia sus tumbas a causa de la distracción provocada por algunas mujeres de ojos entornados y comida deliciosa. Y ahora conocemos el resto de la historia.
El éxito final del profeta los condujo a su destrucción. Es como cuando un gran alce macho ataca a un tren en marcha: temporalmente tiene éxito descarrilando las ruedas delanteras. Sin embargo, ese es el final del alce.
Balaam murió hace mucho tiempo, pero el legado de sus peligrosas tácticas todavía pervive. El apóstol Pedro nos previene de personas que "han dejado el camino recto y se han extraviado siguiendo el camino de Balaam hijo de Beor, el cual amó el premio de la maldad" (2 Ped. 2:15). Juan registra un mensaje de Cristo a la iglesia de Pérgamo, que incluye la advertencia: "Pero tengo unas pocas cosas contra ti: que tienes ahí a los que retienen la doctrina de Balaam, que enseñaba a Balac a poner tropiezo ante los hijos de Israel, a comer de cosas sacrificadas a los ídolos y a cometer fornicación" (Apoc. 2:14).
Nosotros somos tan vulnerables como lo fueron los israelitas. Los peligros no disminuyen a medida que nos acercamos a nuestra tierra prometida. Más bien, a medida que nos acercamos a nuestra tierra prometida. Más bien, a medida que disminuye el tiempo del enemigo, este presenta grandes incentivos para destruirnos por cualquier medio a su disposición (Apoc. 12:12). Está librando una "batalla decisiva" y disparando "Ave Marías" por todos lados. Nuestra única seguridad está en permanecer con el Señor. Si él está con nosotros,"¿quién contra nosotros?" (Rom. 8:31). Nada ni nadie puede separarnos de su amor (vers. 35-39).
Fuente:
http://www.escuelasabatica.cl/2009/tri4/lecc11/leccion.htm