Capitulo 13
Una mirada hacia el pasado y otra hacia el futuro
Números 31-36
Venganza divina
El Señor quiso que, antes de morir, Moisés ultimase ciertos asuntos que estaban pendientes: "Ejecuta la venganza de los hijos de Israel contra los madianitas; después irás a reunirte con tu pueblo" (Núm. 31:2). El mandato de Dios suscita dos preguntas. Primer, ¿por qué caería la justicia retributiva sobre los madianitas con exclusión de los moabitas? Segunda, ¿por qué debía Moisés hacerse cargo de esta operación?
Con respecto a la primera pregunta, las mujeres moabitas habían participado en la seducción de los israelitas a la inmoralidad y a la adoración idolátrica en Baal-peor (Núm. 25:1-3). Pero las mujeres madianitas, representadas por la hija de uno de los caudillos madianitas, tuvieron un papel estelar en la culminación de la apostasía, y, al parecer, eso precisamente precipitó la plaga que mató a veinticuatro mil israelitas (vers. 6-9, 14-18). Los israelitas que murieron fueron parte de la comunidad culpable, pero, por tentar al pueblo de Dios, las madianitas compartieron la culpabilidad y la responsabilidad por la muerte de ellos. Dios había dicho a los israelitas que no les hicieran daño a los moabitas, quienes habrían de retener sus tierras como vecinos de Israel (Deut. 2-9), pero no había protegido a los madianitas de la misma forma.
Al responsabilizar a los madianitas y ordenar que cayera la justicia retributiva sobre ellos, el Señor mostró lo que piensa de quienes destruyen a su pueblo tentándolo y engañándolo para que caiga en el pecado. El gran maestro de todos los tentadores es el mismísimo Satanás (Apoc. 12:9; cf. Gén. 3; Mat. 4), quien perecerá finalmente en el lago de fuego (Apoc. 20). Nadie que "haga abominación y mentira" o "ame o practique la mentira" será salvo al final (Núm. 21:27; 22:15). La condenación también incluye a quienes se benefician del engaño de los placeres venenosos, incluyendo los productores y los consumidores de drogas ilegales, bebidas alcohólicas y tabaco. También elimina a aquellos que seducen a la gente a practicar la inmoralidad, como las prostitutas, los productores de pornografía y muchos que están involucrados en la industria del cine. Otro engaño destructivo es lo oculto (prácticas relacionadas con las fuerzas sobrenaturales de las tinieblas), que está alcanzando con sus tentáculos satánicos muchos hogares a través de promotores de distintos medios de comunicación y de sistemas religiosos.
La gracia de Dios puede redimir a los tentadores humanos, y lo hace (pues también ellos son engañados), si están dispuestos a aceptar el don de la vida y la purificación a través del sacrifico de Cristo. Pero si persisten en arruinar a otras personas, su destrucción es segura. La advertencia es también para nosotros, aunque no seamos tentadores de profesión, quizá también descarriemos a otros de vez en cuando. Haríamos bien en preguntarnos si la gente es mejor o peor como resultado de nuestra influencia.
Ahora nos volvemos a la cuestión de por qué Moisés tenía que hacerse cargo de aquella operación de represalia. ¿Por qué tenía Moisés que dirigir la desagradable tarea de castigar a los madianitas y eliminar la amenaza que representaban para Israel? Una razón sería que los madianitas habían cometido su fechoría contra los israelitas cuando Moisés los estaba dirigiendo. Así, tenía sentido que el pueblo, bajo su dirección, los castigara, para que todos pudieran ver la conexión entre los dos acontecimientos.
Podría estar en juego un factor adicional. Los madianitas eran descendientes de Abraham a través de Cetura, la esposa que tomó Abraham después de la muerte de Sara (Gén. 25:1-2, 4). Por tanto, eran parientes de los israelitas, igual que los moabitas y los edomitas. Pero Moisés estaba más estrechamente relacionado con al menos una rama del ampliamente extendido pueblo madianita a través de su esposa Séfora, la hija de un sacerdote de Madián (Éxo. 2), que era adorador del verdadero Dios (Núm. 18). Al castigar a los idólatras madianitas él mismo, Moisés demostraría que cuando el Señor manda quitar un mal que amenaza a su pueblo, los seguidores leales de Dios no pasan por alto ni siquiera a sus parientes (cf. Éxo. 35:25-29). Antes bien, tienen la primera responsabilidad de poner corto al peligro. Moisés articuló más tarde este principio con respecto a aquellos que tratan de seducir al pueblo de Dios a la idolatría:
"Si te incita tu hermano, el hijo de tu madre, o tu hijo, tu hija, tu mujer o tu amigo íntimo, diciéndote en secreto: "Vayamos y sirvamos a dioses ajenos", que ni tú ni tus padres conocisteis, los dioses de los pueblos que están en vuestros alrededores, cerca de ti o lejos de ti, desde un extremo de la tierra hasta al otro extremo de ella, no consentirás con él ni le prestarás oído, tu ojo no lo compadecerá, no le tendrás misericordia ni lo encubrirás, sino que lo matarás; tu mano se alzará primero sobre él para matarlo, y después la mano de todo el pueblo. Lo apedrearás hasta que muera, por cuanto procuró apartarte de Jehová, tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de la casa de servidumbre, para que todo Israel lo sepa y tema, y no vuelva a hacer en medio de ti cosa semejante a esta" (Deut. 13:6-11).
La campaña contra los madianitas era una guerra santa para llevar la justicia retributiva al nivel internacional, no una agresión de conquista a sangre fría. Sería una advertencia para otras naciones que se sintieran tentadas a aniquilar al pueblo escogido, canal de revelación divina en el mundo. Para mostrar lo que era una guerra santa, Finees, el sacerdote, acompañó a las tropas con algunos utensilios sagrados y las trompetas de la señal sacerdotal (Núm. 31:6). La presencia de Finees, quien había puesto fin a la apostasía en Baal-peor, ejecutando a Zimri y a su amante madianita (Núm. 25), ligaba específicamente este suceso con la guerra de Madián.
Los israelitas atacaron a los madianitas y mataron a todos los varones, incluyendo a cinco reyes de la confederación tribal madianita, así como a Balaam (Núm. 31:7-8; pero otros madianitas deben de haber sobrevivido, véase Jue. 6-8). Debido a la protección de Dios, ni un soldado israelita murió en esta guerra, como reconocieron los oficiales con una ofrenda especial de gratitud a Dios (Núm. 31:48-54).
Las tropas israelitas salvaron a las mujeres y a los niños madianitas, pero Moisés ordenó que solo a las jóvenes vírgenes se les conservara la vida. Las mujeres eran peligrosas y culpables, porque ellas habían seducido a los israelitas para que entraran en una letal apostasía por consejo de Balaam (Núm. 31:9-18). Los jóvenes eran peligrosos porque podían preservar la identidad madianita y vengarse más tarde (compárese a Amán, al parecer descendiente de Agag, el rey amalecita, 1 Sam. 15; Est. 3-7). Por otra parte, Israel podía asimilar con seguridad a las jóvenes vírgenes en la nación a través del matrimonio (en cuanto al matrimonio con mujeres cautivas, véase Deut. 25:10-14).
Todo este episodio nos parece terrible y brutal. Desde Arad, al principio, hasta Jericó y otros lugares, más tarde, la dedicación a la destrucción total no perdonó la vida ni siquiera a las jóvenes vírgenes (Núm. 21:1-3; Jos. 6; etc.; Israel destruyó a los animales junto con sus dueños, así como otras propiedades). Algunos intérpretes modernos quieren negar esto, diciendo que Moisés y los israelitas estaban equivocados cuando pensaban que era la voluntad de Dios que destruyeran a grupos enteros de naciones. Pero si Moisés y otros profetas malinterpretaron a Dios en este caso, ¿cómo podemos creer en otras afirmaciones y enseñanzas bíblicas, como la creación, la fe de Abraham, la historia del éxodo, y otras? Pablo dijo que toda la Escritura es inspirada y provechosa (2 Tim. 3:16). Es todo o nada. Si comenzamos a tomar esto y dejar lo otro, eligiendo lo que nos gusta, como hacemos en un restaurante autoservicio, creamos mayores problemas y al final terminaremos no creyendo nada.
El Señor tiene el derecho de poner fin a grupos corruptos de personas (Sodoma y Gomorra, Gén. 19) e incluso a civilizaciones enteras (los mundos antediluviano y del fin, Gén. 7; Apoc. 19; 20) por cualquier medio que elija, ya se a por agua, por fuego, o por medio de los israelitas. Sus ejecuciones colectivas han incluido mujeres y niños. Quizá incluso aquellos niños estaban manchados moralmente más allá de toda posibilidad de redención, o quizá haya otra razón. Dios sabe todo lo que se necesita para adoptar una decisión correcta teniendo en cuenta la visión de conjunto los resultados a largo plazo. Nosotros no tenemos ese conocimiento. Por lo tanto, no estamos calificados para juzgar la justicia de Dios (cf. Job 38-42) y humildemente deberíamos dejarle las cosas secretas (Deut. 29:29) hasta que tengamos acceso a sus registros celestiales (1 Cor. 6:2, 3; Apoc. 20:4). Fe es aceptar que él sabe mejor lo que conviene y que podemos confiar con total seguridad en él. Job afirmó: "Aunque él me mate, en él esperaré" (Job 13:15).
El arte de resolver conflictos
Los capítulos restantes del libro de Números contienen planes para el establecimiento de los israelitas: la colonización de los territorios del lado oriental del Jordán (Núm. 32); la necesidad de desposeer completamente a todos los cananeos (Núm. 33); la distribución del territorio de Canaán entre las tribus israelitas (Núm. 34); el establecimiento de las ciudades de los levitas, incluyendo ciudades de refugio (Núm. 35); y el requerimiento de que las hijas que heredaran a sus padres debían casarse dentro de sus clanes para mantener las tierras intactas (Núm. 36).
Los israelitas destruyeron los establecimientos de los madianitas (Núm. 31:10), pero no ocuparon sus territorios. La nación de Israel estaba a punto de cruzar el Jordán para poseer la tierra de Canaán, que estaba al oeste del río. Sin embargo, ya habían tomado posesión de los territorios de Sehón, rey de los amorreos, y de Og, rey de Basán (Núm. 21). Siendo que estos territorios estaban al este del Jordán, no eran parte de la tierra prometida. Una vez que los israelitas hubieran ocupado la tierra de Canaán, tenía el plan de abandonar las tierras de Sehón de Og. Pero las tribus de Rubén y Gad estaban compuestas por ganaderos y vieron que aquellas tierras perfectas para criar ganado. Por tanto, le pidieron a Moisés y a los otros dirigentes que les permitieran hacer sus ciudades en aquel lugar, y no establecerse en Canaán (Núm. 32:1-5).
Era cierto que si algunas tribus se establecían al este del Jordán, dejarían más espacio para las otras tribus en el lado occidental. Pero Moisés los reprendió severamente porque inicialmente tomó la propuesta como cobardía y como rebelión para no ayudar a los otros israelitas a conquistar Canaán. Aquella acción desalentaría al resto del pueblo, del mismo modo que los diez espías lo habían desanimado en Cades; y otra generación tendría que perecer (vers. 6-15). Los rubenitas y los gaditas comprendieron las preocupaciones de Moisés y propusieron que ellos dejaran a sus familias y a su ganado establecidos al este del Jordán, y entonces los hombres cruzarían el río y seguirían a los otros israelitas a la guerra para ayudarlos a conquistar la tierra prometida (vers. 16-19).
A Moisés le parecieron bien las condiciones propuestas y dio las tierras del este del Jordán a las tribus de Rubén, Gad y a media tribu de Manasés (vers. 20-42). Sin embargo, Moisés les advirtió severamente: "Pero si así no lo hacéis, entonces habréis pecado ante Jehová, y sabed que vuestro pecado os alcanzará" (Núm. 32:23). Con aquello quería decir: "Sepan que Dios los considerará responsables y que estará pendiente para ver que el pecado de violar la promesa que han hecho sea debidamente castigado". Es posible que su advertencia nos parezca severa, pero, una vez que algunas tribus hubieran recibido su herencia, el único incentivo para arriesgar su vida a fin de ayudar a las otras tribus sería la lealtad al Señor y a la nación. Sería como pagar a un obrero antes de hacer el trabajo.
Números 32 es una lección en el arte de resolver conflictos a través de los principios de la comunicación franca y directa, el respeto por las perspectivas de los demás, y la flexibilidad. Algunas personas tuvieron una idea brillante. Pero otros leyeron la motivación como egoísmo y vieron un resultado peligroso. Sin embargo, en vez de rebelarse, tratando de llevar a cabo sus propósitos por otros medios, o enojarse y criticar, el grupo con la idea continuó comunicándose trayendo una propuesta modificada y ampliada, que tenía en cuenta los legítimos temores de la otra parte, y mostraba que la motivación, después de todo, no era egoísta. Su propuesta, que no ponía en peligro el bienestar de nadie, fue aceptada e implementada con excelentes resultados.
Necesitamos conocer las perspectivas de los demás, especialmente cuando ven cosas que nosotros no vemos. También necesitamos unidad y una moral elevada. Cuando (no si) tenemos diferencias, sea en el hogar, en la iglesia, en la escuela, o en otras instituciones, la forma en que las abordamos tiene un enorme impacto en nuestro éxito e, incluso, en nuestra supervivencia.
Es cierto que hay algunas circunstancias en las cuales escuchamos a las personas y consideramos sus razones, y, aun así, debemos adoptar decisiones que no les agradan. Sin embargo, no deberíamos permitir que nuestro yo o nuestros deseos de ganancia personal se interpongan en el camino y nos impidan resolver conflictos cuando es posible una resolución pacífica. ¿Se ha propuesto el lector ganar algo grande? Pues recuerde que es posible que su grandeza no se pueda comparar con los hogares de todas las tribus israelitas. ¿Es usted una persona importante con una gran autoridad? Pues, desde luego, no será usted tan importante ni tan poderoso como Moisés. Por tanto, no incline la balanza a favor de algo porque el mero hecho de que tenga el poder de hacerlo. Ser razonable y flexible no pondrá en riesgo su liderazgo.
La forma en que Dios nos ha conducido en el pasado
Al planificar el futuro, es sabio recordar nuestras experiencias pasadas, exactamente del mismo modo en que siempre echamos una mirada al espejo retrovisor mientras conducimos nuestro vehículo. Al avanzar en el camino de la vida, es fácil perder de vista la imagen de conjunto. Tenemos trabajos que terminar para una fecha fija, compromisos que cumplir, servicios y deudas que pagar, reparaciones en la casa que debemos realizar, y así sucesivamente. El estrés puede ser deprimente. Pero detengámonos a recordar cómo nos sentíamos cuando éramos estudiantes y no teníamos un solo centavo, ganando apenas lo mínimo para comer, con bajos salarios en largas horas de agotadora labor, alquilando apartamentos diminutos, y tratando continuamente de mantenernos al día con la implacable presión de los estudios. Si lo hacemos, ¡nos daremos cuenta de lo mucho que hemos avanzado!
En medio de los planes para poseer la tierra de Canaán, Números 33:1-39 resume el increíble viaje de los israelitas de Egipto a las fronteras de la tierra prometida. La larga lista de lugares, que Moisés registró en su diario, sirve como recordatorio de la dirección de Dios. Fue más largo de lo que Dios habría querido, pero su pueblo necesitó mucho tiempo extra dedicado a labores de educación y reparación antes de que pudiera considerarse adecuada su formación en la fe. A la hora de dar calificaciones, Dios no se apartó de la rectitud, ni pasó de curso a sus estudiantes simplemente porque ya hubiesen alcanzado cierta edad. Su fe debía alcanzar cierta norma mediante la recepción de sus dones, y debía aprender a cooperar con él. Sin una fe lo suficientemente fuerte, fracasarían por no confiar en él en tiempos de peligro, y todos podían perderse. Llevar a un ejército a la batalla antes de que estén listos es una receta idea para la derrota y el desastre.
Aunque los israelitas ganaban batallas, todavía podían perder la guerra y arruinar cuanto había logrado con su ardua peregrinación si no podía seguir las indicaciones del Señor para terminar la obra de expulsar totalmente a los cananeos y destruir todos sus lugares de adoración (Núm. 33:50-54). "Pero si no echáis a los habitantes del país de delante de vosotros, sucederá que los que de ellos dejéis serán como aguijones en vuestros ojos y como espinas en vuestros costados, y os afligieran en la tierra sobre la que vais a habitar. Además, haré con vosotros como pensaba hacer con ellos" (Núm. 33:55, 56).
Cualquiera que cuestione la sabiduría de Dios necesita leer el libro de los Jueces, que registra lo que ocurrió después de que los israelitas, bajo la dirección de Josué, conquistaran la mayor parte de la tierra. Las tribus israelitas perdieron la ocasión propicia y, confiando en su propia sabiduría, a sus miembros les pareció más fácil convivir con los restos de los cananeos que terminar la tarea de expulsarlos. En consecuencia, el pueblo de Dios cayó en la apostasía y fue oprimido, exactamente como Dios había dicho que ocurriría. Aquello postergó centenares de años la posibilidad de una paz sólida.
El pueblo de Dios está en el mundo con el propósito de que sus integrantes sirvan al Señor como canales de revelación para la humanidad; pero no deben ser del mundo (Juan 15:19; 17:14-16). Deben ser distintos, o el mundo no verá la diferencia. Los israelitas tuvieron muchos problemas para acotar sus lindes. Ya era de por sí difícil vivir rodeados por naciones idólatras, pero cuando toleraron a los idólatras que vivían en su medio, e incluso se hicieron amigos de ellos, la tentación de asimilarlos y ser como todos los demás fue, sencillamente, demasiado grande.
En la actualidad muchos acusan a Dios de ser demasiado duro. Sin embargo, no toman en cuenta la situación a la que Dios tenía que hacer frente, incluyendo el nivel inmaduro de la fe de su pueblo. Quizá una analogía nos ayude algo. ¿Quiere el lector que sus hijos sean drogadictos? No. Las drogas pueden destruir su vida. ¿Desea, entonces, que sus hijos sean amigos de los traficantes de drogas, que tiene el propósito de reclutar a sus hijos para que sean adictos a las drogas? ¡Por supuesto que no! ¿Permitiría usted que un traficante de drogas viviera en su casa junto con usted y sus hijos? "¡No sea ridículo!", dirá usted. ¡Por supuesto que no lo permitiría!
Sin embargo, ¿qué ocurriría si el traficante de drogas viviera en la casa antes de que usted se mudara a ella? ¿Se tomaría usted el trabajo de echarlo de allí? Pues bien, esa persona es peligrosa y procuraría vengarse. Entonces, ¿pediría usted a la policía que lo metiera en la cárcel para no hiciera daño a nadie? ¡Por supuesto! ¿Y que ocurriría si usted supiera que había asesinado a otras personas y que sería condenado a muerte si lo metían en la cárcel? ¿Persistiría en su empeño de denunciarlo a la policía? ¿Quién debería ser protegido: el depredador humano o los hijos de usted? Es imposible defender a ambos. Antes el criminal tenía derecho a vivir en la casa, pero ya no lo tiene.
Tengo la esperanza de que el lector encuentre ahora un poco más de sentido a lo que Dios ordenó. Ahora, piense: ¿a qué autoridad humana más elevada podría volverse Dios para entregar a los criminales que vivían con los israelitas, que eran sus hijos? No había ninguna otra, y no había cárceles tampoco. La autoridad más elevada era Dios, de modo que era él quien tenía que juzgar y ordenar la ejecución. Sus hijos necesitaban un lugar seguro para vivir, y los cananeos habían usurpado el derecho de continuar viviendo en la tierra. Si los israelitas se volvían adictos a los vicios de los cananeos, ellos también perderían la tierra (cf. Lev. 18:24-30; 20:22-26).
Refugio hasta que la muerte del sumo sacerdote trajera la libertad
Dos tribus y media ya tenían su herencia al lado oriental del Jordán (Núm. 32). Nueve tribus y media recibirían su territorio en Canaán cuando los israelitas la conquistaran. La división de la tierra entre ellos sería equitativamente determinada por suerte y administrada por los dirigentes nacionales y tribales (Núm. 34; cf. Jos. 13-19). Pero a la tribu de Leví, en vez de recibir territorio, le serían asignadas varias ciudades, rodeadas por campos de pastoreo, dentro de los territorios de otras tribus (Núm. 35:1-8). Los levitas obtendrían su sustento del servicio del santuario (Núm. 18:20-24); por lo tanto, no necesitaban grandes campos de pastoreo o de cultivo. La distribución de los dirigentes religiosos entre todas las tribus ayudaría a unificar a la nación bajo la dirección de Dios.
Dios designó seis de las ciudades levíticas en varias partes de la nación como ciudades de refugio a las cuales podrían huir los que dieran muerte a alguien por accidente. Tres de las ciudades estaban en el lado este y tres en el lado oeste del Jordán (Núm. 35:6, 9-15).
Los accidentes ocurren. Un día, mientras trabajaba para un contratista de construcción (para pagar mis estudios y los de mi novia) estaba yo ayudando a desmontar un atracadero provisional construido de madera. Mientras sudaba al blandir un enorme martillo de casi un kilogramo de peso, se me escapó la herramienta, que salió volando por el aire hacia la cabeza de otro trabajador. Él vio venir el proyectil y lo esquivó en el instante preciso para evitar una muerte instantánea. Nunca lo vi moverse con tanta rapidez, antes o después del incidente. ¡Uf! ¡La tragedia estuvo muy cerca!
Si un israelita mataba por accidente a alguien, podía huir a la ciudad de refugio más cercana para ser sometido a un juicio justo. Pero si no huía, un pariente cercano del muerto podía vengar la muerte, hubiera sido esta intencional o por accidente. Los que llegaban a una ciudad de refugio y eran declarados inocentes de un asesinato intencional estarían a salvo del vengador si permanecían dentro de la ciudad de refugio hasta la muerte del sumo sacerdote. Después de eso podían regresar a su hogar (vers. 22-28).
Quienes cometían un homicidio premeditado, probado por las circunstancias (uso de armas, recurso a emboscadas, enemistad previa, etc.), no recibían asilo ni podían ser rescatados. La ley requería la pena capital en tales casos (vers. 16-21, 31). "No contaminaréis la tierra donde viváis, porque esta sangre mancillará la tierra, y la tierra no puede ser purificada de la sangre derramada en ella si no es por la sangre del que la derramó" (Núm. 35:33).
Varios aspectos de este pasaje nos suenas extraños a nosotros. En primer lugar, ¿por qué eran necesarias las ciudades de refugio? ¿Por qué no prohibía la ley simplemente la venganza de parte de los parientes? Una vez más, vemos que Dios resolvió los problemas dentro del marco de una cultura existente en vez de realizar ingeniería social (cf. Núm. 30 con respecto a los votos de la mujer). El papel del vengador de la sangre -un pariente con un fuerte interés en que se hiciera justicia- estaba profundamente arraigado en la cultura y en la cosmovisión de la gente. Sería difícil desarraigar aquella costumbre, de modo que el que diera muerte a alguien por accidente estuviera seguro. No había nada erróneo si el vengador ejecutaba al culpable de homicidio premeditado (Núm. 35:21). El problema era cómo salvar al asesino por accidente. No era seguro confiar que el vengador, movido por la pasión o el dolor, distinguiera entre la muerte accidental y la intencional. Habría conflicto de intereses si este fiscal cumplía al mismo tiempo el papel de abogado defensor.
En segundo lugar, ¿en qué sentido contaminaba la tierra un asesinato? Era contaminación moral, como la idolatría o la inmoralidad sexual (cf. Lev. 18; 20 con respecto a la adoración de Moloc, el adulterio, el incesto, la homosexualidad, y el bestialismo), no impureza física ritual que pudiera remediarse a través de un ritual (como la contaminación con un cadáver, Núm. 19). La tierra se "contaminaba", por ejemplo, en este sentido: si un grupo de personas cometía demasiadas transgresiones morales mientras vivían allí, la tierra los "vomitaría", es decir, Dios vería la manera de que fueran expulsados (Lev. 18:24-30; 20:22-26). Eso fue lo que ocurrió finalmente, por lo cual Israel fue llevado en cautiverio a Babilonia (2 Rey. 17, 25; 2 Crón. 36; los libros de Jeremías y Ezequiel).
En tercer lugar, ¿por qué quedaba el asesino accidental confinado en la ciudad de refugio, y por qué la muerte del sumo sacerdote lo libertaba (Núm. 35:25-28)? Aunque el daño causado por uno que mataba a alguien fuera accidental, de todos modos había quitado la vida a un hombre hecho a la imagen de Dios. La vida humana es sagrada, lo cual explica por qué un ataque que causaba un defecto físico permanente fuera un delito tan serio en la legislación israelita, castigado con la ley del talión (Lev. 24:19, 20). La misma palabra que se traduce como "defecto permanente" en la ley en otra parte se refiere a defectos que disminuían la vida sagrada y, por lo tanto, descalificaban a un varón descendiente de Aarón para ocupar una responsabilidad sagrada como sacerdote (Núm. 21:16-23). Un pecado por descuido o accidente era pecado de todos modos, pero Dios proporcionaba expiación por él (cf. Lev. 4). Incluso en el caso de muerte accidental, la vida es tan valiosa que solo una muerte humana puede hacer expiación por ella. Pero en vez de la muerte del asesino por accidente (cf. Núm. 35:33), el Señor aceptaba la muerte natural del sumo sacerdote.
La muerte de un sumo sacerdote como un tipo de expiación que provee libertad se encuentra en el Nuevo Testamento, pero en esta ocasión no es un muerte por causas naturales: "Pero estando ya presente Cristo, Sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el lugar santísimo, habiendo obtenido eterna redención" (Heb. 9:11, 12).
Conclusión
El libro de Números termina con el matrimonio de las hijas de Zelofehad (Núm. 36). Después del intenso drama de conflictos en el desierto, la victoria sobre las naciones, y la distribución de los territorios entre las tribus, parece como un anticlímax. Pero es apropiado centrar la atención aquí en la conexión entre el pasado de Zelofehad y su generación, y la nueva generación de sus hijas, quienes estaban a punto de entrar a poseer su herencia. ¡De las cenizas de los errores dejados atrás en el desierto surge un glorioso futuro para las familias del divino Redentor!
Nos encontramos en los límites de nuestra tierra prometida. Nosotros también tenemos muchos años de errores que dejar atrás. Y también tenemos el privilegio de cruzar el umbral de un hogar mejor. ¿Llevaremos nuestra familia con nosotros? ¿Seguiremos al Señor de todo corazón, como hicieron Josué y Caleb? ¿Deseamos nuestras mansiones celestiales lo suficiente como para dejar nuestras tiendas atrás? ¿Deseamos hablar con nuestro Señor de la shekina cara a cara por encima de cualquier otra cosa en el mundo?