Capitulo 10
Armas de destrucción masiva
Números 22,23 &24
Maldiciones mesopotámicas
Es desconcertante cuando uno intenta decir una cosa, pero le sale otra. En una ocasión, una jovencita norteamericana se comprometió a predicar en una iglesia de habla hispana. Una vez que el pastor la presentó con mucha amabilidad, ella se puso de pie para comenzar a hablar. En su cabeza anglohablante, se propuso decir: "I'm embarrassed and it's the pastor's fault", lo que en español se diría: "Estoy abochornada, y el pastor tiene la culpa". Sin embargo, en su rápida traducción mecánica, confundió la palabra inglesa "embarrassed" con la española "embarazada". Por ello, lo que en realidad dijo fue: "¡Estoy embarazada y el pastor tiene la culpa!".
También Balaam tenía problemas con sus palabras, pero la dificultades de traducción no le impidieron decir algo positivo: Dios no le permitió decir algo negativo porque tomó el control de su boca. La historia de Balaam (Núm. 22-24) es una de las más extrañas de toda la Biblia.
La Escritura no nos dice mucho acerca de la historia de Balaam, pero en algún momento fue profeta del verdadero Dios. Al parecer, era originario del norte de Mesopotamia (Núm. 22:5; cf. Núm. 23:7; Deut. 23:4; el noreste de Siria en la actualidad), donde Abraham y su parentela habían vivido durante un tiempo después de salir de Ur de los caldeos, localidad ubicada en el sur de Mesopotamia (Gén. 11:31). Los parientes de Abraham permanecieron allí (Gén. 24; 25; 28; 31), y quizá Balaam había conocido al Señor a través del contacto con ellos.
En consecuencia, parece haber sido un hombre fundamentalmente bueno y ministro de Dios, hasta que cedió a la avaricia. Su fama como persona en contacto con el poder divino llegó hasta Balac, rey de Moab, que se llenó de terror cuando supo lo que los israelitas habían hecho a los reyes Sehón y Og (cf. Núm. 21).
Los israelitas estaban emparentados con los moabitas, pues estos eran descendientes de Lot, el sobrino de Abraham (Gén. 12; 19). De modo que Dios dijo a los israelitas que no atacaran a los moabitas ni tomaran su tierra, el mismo mandato que les había dado con respecto a los edomitas (Deut. 2:4-9). De este modo, Dios trataba a los moabitas paciente y misericordiosamente como parientes de su pueblo, a pesar del hecho de que ellos se habían alejado de él, hundiéndose en la idolatría. Pero Balac, como el rey de Edom, solo veían a Israel como un peligroso enemigo.
Suponiendo que Moab era la siguiente víctima, ya elegida como blanco en la estrategia israelita, Balac se aterrorizó. En el antiguo Próximo Oriente, por lo general, un rey derrotado tenía poca esperanza de vida. Para salvarse a sí mismo, y a su propia nación, Balac decidió asestar un golpe preventivo. Atacar a los israelitas con las armas convencionales era inútil, porque ya habían derrotado a Sehón, que había sido más fuerte que Moab (Núm. 21:26-29). Pero Balac detonaría "un arma de destrucción masiva": Balaam, a quien emplearía para maldecir a Israel. Había otros individuos que podrían lanzar maldiciones, pero Balaam haría el mejor trabajo.
En la actualidad pensamos que una maldición es la que lanza un obrero cuando se da un martillazo en un dedo en vez de darlo en el clavo. La consideramos como un "lenguaje obsceno" o, en algunos casos, "tomar el nombre de Dios en vano" (violar el tercer mandamiento, Éxo. 20:7). Sin embargo, Balac no consideraba la maldición de esa manera, como si Balaam fuera a gritar a Israel una serie de palabras impublicables o improperios antisemitas. Esa forma de expresar el desdén podría desahogar un poco los sentimientos de Balac y hacerlo sentir bien de momento, pero no resolvería el problema. Más bien, el rey moabita consideraba la maldición como un arma real, porque podría desencadenar poderes sobrenaturales y dirigirlos contra sus enemigos, de tal manera que los dañara en realidad (compárense las maldiciones en la ley bíblica: Éxo. 22:28; Lev. 19:14; 24:14-16; Núm. 5:18-27).
Distinguidos representantes de Moab y de Madián, que era aliada de Moab, visitaron a Balaam con la solicitud del rey Balac y una atractiva oferta económica. El mensaje no nombró a Israel, sino que se refirió a cierto pueblo que había salido de Egipto. Balac expresó su confianza de que una maldición proferida por Balaam podría ablandar al enemigo: "pues yo sé que el que tú bendigas bendito quedará, y el que tú maldigas maldito quedará" (Núm. 22:6).
La oportunidad era sumamente atractiva. Además de la halagadora confianza manifestada por un monarca de lejanas tierras y la oportunidad de ayudar a una nación entera a mitigar su angustia, estaba la oferta de remuneración. Esa noche Dios dio instrucciones a Balaam respecto a lo que había de decir a los mensajeros de Balac: "No vayas con ellos ni maldigas al pueblo, porque bendito es" (Núm. 22:12). En realidad, Dios había prometido a Abraham: "Haré de ti una nación grande, te bendeciré, engrandeceré tu nombre y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y a los que te maldigan maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra" (Gén. 12:2, 3). Más tarde, después de que Abraham hubiese obedecido la voz de Dios casi hasta el extremo de sacrificar a su hijo Isaac, el Señor confirmó la bendición sobre el patriarca y sus descendientes a través de un solemne juramento por sí mismo (Gén. 22:1-18). ¡Difícilmente puede haber una bendición más firme y permanente que esa!
Aunque Balaam no hubiera estado al tanto de las noticias internaciones ni identificara a Israel como el enemigo de Balac, e, incluso, si no hubiera sabido nada de la bendición de Dios sobre los descendientes de Abraham, el breve mensaje del Señor era suficiente para decidir el asunto en la mente del profeta. Por ello, informó a los mensajeros de Balac la negativa del Señor y los envió de regreso a Moab (Núm. 22:13). Ese debería haber sido el fin de la historia de Balaam.
Desesperado, Balac no tomó la negativa como después definitiva. Decidió enviar una delegación más numerosa a Balaam con un cheque en blanco para que él pusiera en él la cantidad que quisiera: "Pues sin duda te honraré mucho y haré todo lo que digas. Ven, pues, ahora, y maldíceme a este pueblo" (vers. 17). Sin embargo, Balaam replicó: "Aunque Balac me diera su casa llena de plata y oro, no puede traspasar la palabra de Jehová, mi Dios, para hacer cosa chica ni grande" (vers. 18). ¡Desde luego, ahí resuena la voz de un hombre íntegro y de elevados principios!
Balaam ya tenía la respuesta de Dios y debiera haber devuelto inmediatamente a los emisarios de Balac. Pero los invitó a quedarse en la ciudad esa noche, dando a entender así su esperanza de que Dios cambiara de opinión y le permitiera aprovechar la más promisoria comisión de su carrera profética.
Fue un gozo para Balaam escuchar a Dios decir: "Si vinieron para llamarte estos hombres, levántate y vete con ellos; pero harás lo que yo te diga" (vers. 20). Fijémonos en la palabra "si". Balaam habría de ir únicamente si los mensajeros de Balac lo visitaban por la mañana. Esa era la señal. Pero ellos no lo visitaban por la mañana. Esa era la señal. Pero ellos no lo visitaron. De modo que no tenía razones para ir. Sin embargo, el profeta ignoró la condición que Dios le impuso, enalbardó su asna y se dirigió hacia el palacio del rey moabita. Así desobedeció a Dios y fracasó en la prueba divina de su carácter.
Balaam viajó con sus dos siervos, no con los moabitas, porque, al parecer, no los había alcanzado. Tenía mucha prisa por recuperar el tiempo perdido, porque no quería desaprovechar aquella gran oportunidad. De modo que, casi con seguridad, obligó a su asna a ir lo más rápido posible.
Dios estaba airado contra Balaam, así que "el ángel de Jehová se puso en el camino como un adversario suyo" (vers. 22). Aquí la palabra hebrea "adversario" es satán, refiriéndose a una función antagonista. El texto no usa la palabra como el nombre propio de Satanás, es decir, el diablo. En otras partes de la Biblia el ángel o mensajero del Señor que aparece a los seres humanos puede ser el Señor mismo (por ejemplo, Jue. 6:13). Cuando así ocurre, el ángel debe ser Cristo (Jue. 13:18: su nombre es "Admirable"; cf. Isa. 9:6) porque él es el miembro de la Trinidad divina que se ha sumergido en la historia (Miq. 5:2) para comunicarse con los seres humanos (Juan 1: "el Verbo"). De modo que es muy posible que Balaam se haya encontrado con Cristo, el guardián divino de Israel.
En todo caso, el poderoso ser sobrenatural que estaba de pie en el sendero frente a Balaam tenía una espada desenvainada en su mano, lista para dejarla caer sobre el profeta que tan entusiastamente iba rumbo a Moab a hablar en nombre de Dios sin su permiso. El Señor es duro con los falsos profetas y con los falsos ministros que hacen eso porque hieren a las personas hablándoles falsamente en su nombre, tomando su nombre en vano (cf. Éxo. 20:7). Tales personas son peligrosas porque cometen el delito de "robo de identidad" contra Dios mismo, usando su nombre y autoridad para hacer creer a muchas personas cosas que de todas manera no creerían. El Señor los tiene por responsables bajo una seria acusación. Por ejemplo: "Entonces dijo el profeta Jeremías al profeta Hananías: "¡Escucha ahora, Hananías! Jehová no te envió, y tú has hecho confiar en mentira a este pueblo. Por tanto, así ha dicho Jehová: "Yo te quito de sobre la faz de la tierra; en este año morirás, porque has hablado rebelión contra Jehová". En el mismo año murió Hananías, en el mes séptimo" (Jer. 28:15-17).
Balaam, que se suponía era profeta de Jehová y, por lo tanto, "vidente", es decir, alguien que ve lo que otros no ven (cf. 1 Sam. 9:9), iba muy deprisa a encontrarse con la muerte porque no vio al ángel del Señor. La humilde asna, sin embargo, sintió la presencia del ser celestial y trató de evadirlo tres veces. Como Balaam no estaba dispuesto a permitir que los moabitas se fueran sin él, golpeó al animal, forzándolo a seguir adelante.
En el preciso instante en que la ira del profeta se encendió, al punto de que estaba golpeando al asna sin misericordia con un palo, el animal le pregunto por qué lo había golpeado. Sin detenerse a pensar en el hecho de que estaba hablando con un asno, Balaam replicó: "Porque te has burlado de mí -respondió Balaam al asna-. ¡Si tuviera una espada en mi mano, ahora mismo te mataría!" (Núm. 22:29). ¡Oh, ironía! Alguien esperaba muy cerca con una espada, y él sería el juez para decir quién estaba abusando de quién.
Contra la acusación de Balaam de que el animal le estaba haciendo trampas, el asno respondió: "¿No soy yo tu asna? Sobre mí has cabalgado desde que tú me tienes hasta este día ¿Acaso acostumbro a portarme así contigo? No, respondió él" (vers. 30). ¡Así, el poderoso y brillante Balaam, que se encaminaba a destruir a una nación entera con una sola maldición proferida por sus labios, había perdido una discusión con una asna! El asna podía ver lo sobrenatural, como un profeta. Él no. El animal había dicho la verdad que el Señor había puesto en su boca. Él no. El asna había reaccionado inteligente y lógicamente. Balaam había respondido neciamente, como un asno. Uno esperaría oírlo rebuznar en cualquier momento.
La apabullante y sarcástica ironía de esta historia, en la cual Balaam y su asna intercambian sus papeles, es verdaderamente hilarante. Pero también transmite un poderoso mensaje a quienes neciamente tienen la presunción de ponerse en una ruta de colisión con Dios procurando dañar a su pueblo por cualquier razón (cf. Est. 6, donde Amán se porta como un necio e intercambia sus papeles con Mardoqueo). Dios ha puesto la bendición de su nombre/identidad sobre su pueblo (cf. Núm. 6:22-27), de modo que cualquiera que trate de maldecirlo se coloca en plan de ataque contra él.
Cuando Dios abrió los ojos de Balaam y este vio al ángel, cayó sobre su rostro. El ángel del Señor lo reprendió por golpear a su asna y le dijo que el animal le había salvado la vida (Núm. 22:31-33). Al tratarla mal, Balaam había dado a conocer el lado malo de su carácter: "El justo cuida de la vida de su ganado, pero el corazón de los malvados es cruel" (Prov. 12:10). La vida es sagrada, y quienes cuidan y preservan la vida animal harán lo mismo, casi con seguridad, con la vida humana. En cambio, aquellos que no tienen escrúpulos en herir a los animales tienden a infligir sufrimientos sobre las personas con más facilidad. Balaam golpeó a su asna porque interfirió con su avaricia; por el mismo motivo, tampoco se preocupaba mucho por los millares de israelitas cuya mal buscaba el rey de Moab.
El asna de Balaam protestó: "¿No soy yo tu asna? Sobre mí has cabalgado desde que tú me tienes hasta este día. ¿Acaso acostumbro a portarme así contigo?" (vers. 30). Quizá el principio del milagro de que el asna hablara podría aplicarse a la forma en que las personas se tratan entre sí. "¿No soy tu esposa/esposo/empleado, con quien has vivido/trabajado desde que llegué a ser tuya/tuyo hasta este día? ¿Había yo tenido la costumbre de hacer esto?" En vez de tratar mal a nuestros fieles ayudantes porque pensamos que se han equivocado, ¿por qué no les damos el beneficio de la duda? Quizá tienen razones para hacer lo que hicieron que no hemos visto todavía. ¡Si escucháramos, quizá aprenderíamos algo!
Ahora que estaba atrapado, Balaam le confesó al ángel inmediatamente: "He pecado, porque no sabía que tú te ponías delante de mí en el camino; pero ahora, si te parece mal, yo regresaré" (Núm. 22:34). "¡Si te parece mal!" ¿Hay alguna pregunta? ¿Qué quiere decir con ese "si", señor Balaam? El falso profeta simplemente debería haberse dado la vuelta y regresado a su casa. Pero a pesar de su casi fatal encuentro con la muerte, en realidad quería seguir su camino hacia Moab.
Sorprendentemente, el Señor permitió a Balaam continuar y hacer lo que quería, pero insistió: "Ve con esos hombres; pero la palabra que yo te diga, esa hablarás. Así Balaam se fue con los príncipes de Balac" (vers. 35; cf. vers. 20). No sería bueno que el avaricioso Balaam obtuviese cuanto quería, del mismo modo que los montones de codornices no fueron buenos para los israelitas en Kibrot-hataava (Núm. 11). Dios le permitió seguir adelante para instruirlos (si era posible), y probarlos, no porque su voluntad fuera débil. En el proceso el Señor podía contrarrestar las maldiciones de Balaam y revelar a otras naciones lo que significaban las bendiciones de su pueblo.
Bendiciones inesperadas
Cuando Balaam se encontró con su cliente, Balac, se protegió muy bien contra la posibilidad del fracaso en alcanzar las elevadas expectativas del rey. Curándose en salud, expresó lo que podría servirle como una cláusula protectora en el contrato: "Mira, ya he venido ante ti; pero ¿podré ahora decir alguna cosa? La palabra que Dios ponga en mi boca, esa hablaré" (Núm. 22:38). Sería algo parecido a un médico diciendo a un paciente: "Bien, haremos lo mejor que podamos, pero hay factores que están fuera de nuestro control; por tanto, no podemos garantizar los resultados".
Balaam debería haber dicho: "¡Dios ha bendecido a los israelitas y me ha prohibido maldecirlos; por tanto, los dos estamos perdiendo el tiempo y tú estás perdiendo tu dinero!" ¿Qué pensaba? ¿Qué Dios cambiaría su forma de pensar? ¿O que Balac se satisfaría con algo menos que una maldición que realmente dañara a Israel? Atado por los grilletes de la avaricia, Balaam se estaba entrampando en una situación sumamente peligrosa. ¡La avaricia es capaz de hacer que una persona sea peligrosamente ilógica!
El profeta recibió y, según parece, participó, de los sacrificios paganos de Balac, y al día siguiente el rey lo llevó a un lugar pagano llamado Bamot-baal, que significa "el lugar alto de[l dios] Baal" (vers. 40, 41). Participando en sus prácticas religiosas, Balaam estaba comprometiendo sus principios al conformarse con las formas de adoración de los incrédulos. Obrar así es hacer lo políticamente correcto. Es también la resbaladiza pendiente que conduce con toda seguridad a la idolatría.
No deja de tener interés que los arqueólogos hayan encontrado un antiguo grupo de inscripciones que hablan de Balaam. Datan del siglo VIII a.C. (durante el tiempo de la monarquía israelita), y fueron halladas en paredes de yeso en el sitio llamado Tell Deir Allá, al este del Jordán. El texto recuerda a Balaam como un profeta de los dioses, quienes, de noche, le comunicaban alarmantes mensajes por medio de visiones. El registro lo describe como participante de la religión y la adivinación pagana politeísta. Las similitudes con el registro bíblico son asombrosas.
Bamot-baal era un lugar elevado desde el cual Balaam podía ver un extremo del campamento israelita (vers. 41). ¡Por medio de la "vista" podía dirigir sus maldiciones hacia su objetivo! Con el propósito de invocar favorablemente al Señor, Balaam pidió a Balac que ofreciera un costoso grupo de sacrificios. Por supuesto, Dios dio a Balaam un mensaje que debía proclamar en presencia del rey moabita y sus príncipes. Dios estaba haciendo que todas las cosas resultaran en el bien de su pueblo (véase Rom. 8:28).
El primer discurso inspirado de Balaam se refirió a la petición de Balac de maldecir a Israel, y continuó: "¿Por qué maldeciré yo al que Dios no maldijo? ¿Por qué he de execrar al que Jehová no ha execrado?" (Núm. 23:8). El profeta señaló a continuación que Israel era especial y que su gente era numerosa. Luego concluyó: "¿Quién contará el polvo de Jacob o el número de la cuarta parte de Israel? Qué muera yo la muerte de los rectos y mi fin sea como el suyo" (Núm. 23:10), identificándose así con el justo Israel.
El rey Balac se enojó muchísimo, pero Balaam simplemente citó su cláusula exculpatoria: únicamente podía decir lo que Dios le indicara. Ahora Balac comprendió lo que quería decir, pero estaba tan desesperado que se negó a darse por vencido. Quizá la cosa iría mejor desde otro lugar, desde el que el profeta pudiera ver menos el campamento israelita para que no quedara impresionado. Así que llevó a Balaam al pico de un montaña (Pisga), y ofreció otro costoso sacrificio de animales.
Balac creía la idea pagana de que podía manipular a las deidades haciendo diversas cosas en diferentes lugares. Pero eso no cambiaría nada. Eso me recuerda aquella ocasión en que mi esposa y yo tratamos de disfrutar de una plácida caminata un sábado por la tarde en un bosque en el norte de California. Yo llevaba a nuestra hijita en un portabebés a mis espaldas, pero, por alguna razón, ella no quería estar allí en aquella particular ocasión, y siguió llorando fuertemente. Yo me volví hacia mi esposa y el dije en todo lastimero: "¡Vámonos de aquí a otro lugar más tranquilo!"
No podemos manipular a Dios. El Señor ve y posee todas las cosas, en todo lugar. De modo que los dones, que no necesita de ninguna manera, no lo inducen a pasar por alto las violaciones que los hipócritas hacen de su divina voluntad (Sal. 50:16-23). El rey moabita quería maldecir a sus parientes, los israelitas, y suponía que Dios era como él (cf. Sal. 50:21: "Pensabas que de cierto sería yo como tú; ¡pero te reprenderé y las pondré delante de tus ojos!"). Pero la verdadera senda de la salvación eral el arrepentimiento y la aceptación del señoría del verdadero Dios.
Balaam profirió las palabras que el Señor puso en sus labios una vez más. La primera vez había sido una breve advertencia. Como la había ignorado. Balac recibió ahora una dosis mayor. El profeta comenzó afirmando que las bendiciones de Dios son inalterable porque él no es como los seres humanos mudables (Núm. 23:19, 20). Las siguientes palabras fueron sorprendentes: "No ha notado iniquidad en Jacob ni ha visto perversidad en Israel. Jehová, su Dios, está con él, y ellos lo aclamaban como rey" (vers. 21). ¿Y qué pasó con las terribles rebeliones de los israelitas? ¿Ya las había olvidado el Señor? En un sentido, sí, porque él había perdonado a su pueblo como nación. No eran perfectos, pero le pertenecían, y él estaba con ellos. Podía disciplinar a su pueblo, pero no lavaba la ropa sucia delante de los extraños. Del mismo modo deberían arreglar sus problemas y disputas entre ellos los integrantes del pueblo de Dios para evitar, en todo lo posible, difamar a su comunidad y, por lo tanto, ser un baldón para el nombre de Dios en el mundo (cf. 1 Cor. 6).
Para Balac era ominosa la expresión: "ellos lo aclaman como rey". Las doce tribus no eran una horda desorganizada de desaliñados matones, con más arrogancia que capacidad para rugir. Constituían un poderoso ejército, con la coordinación central de un gran gobernante. ¡Su Rey era el mismísimo Dios, que los había sacado de Egipto! Por tanto, ningún encantamiento o adivinación podía levantarse contra Israel, que era fuerte como un buey y letal como un león (Núm. 23:22-24). La advertencia divina era poderosa. Como dijo el salmista: "Entended ahora esto, los que os olvidáis de Dios, no sea que os despedace y no haya quien os libre" (Sal. 50:22).
Alarmado, Balac pidió a Balaam, si no maldecía a Israel, que no lo bendijera. En otras palabras: "Mejor cállate, no sea que hagas más daño". De nuevo Balaam le recordó al rey su cláusula suspensiva. Pero Balac quería cantarle tres faltas a Balaam antes de echarlo. Quizá la cosa iría mejor en otro lugar: la cumbre de Peor, que dominaba el desierto de Jesimón. Así que más animales murieron en vano (Núm. 23:25-30).
Balaam vio que su oportunidad de disfrutar el estilo de vida de los ricos y famosos se le escapaba de las manos. Así que esta vez no trató de encontrarse con Dios para no recibir un mensaje de él; trató, más bien, de producir un cortocircuito en la conexión divina que le impedía hablar. Quizá podría finalmente pronunciar una maldición, aunque Dios no la apoyara, para hacer creer a Balac que estaba haciendo la labor para el cual había sido contratado. Pero el Espíritu de Dios no tuvo ningún problema para encontrarlo y controlarlo (Núm. 24:1, 3), del mismo modo que el Espíritu había descendido sobre Eldad y Medad, que profetizaron aunque estaban lejos del santuario (Núm. 11:26).
Mirando desde lo alto del monte Peor al organizado campamento de los israelitas, que no sospechaban nada, Balaam pronunció un oráculo profético que lo identificaba a él primero:"Dice Balaam hijo de Beor, dice el varón de ojos abiertos; dice el que oyó los dichos de Jehová, el que sabe la ciencia del Altísimo, el que vio la visión del Omnipotente; caído, pero abiertos los ojos" (Núm. 24:15, 16). Parece un recordatorio de la forma en que y escuchó al ángel de Dios y cayó postrado ante sus pies (Núm. 22:31, 35). Sometido a Dios de esta forma, Balaam podía hablar la verdad. ¡Oh, si hubiera vivido a la altura de estas palabras cuando el Espíritu de Dios no estaba controlando su volutnad (cf. 1 Sam. 19:20-24 y el caso del rey Saúl)!
Balaam siguió expresando alabanzas al campamento de los israelitas y al Rey de Israel; luego repitió que Dios había sacado a su pueblo de Egipto, y advirtió que aquel pueblo era fuerte para aplastar a sus enemigos (Núm. 24:5-8). Concluyó haciéndose eco de la promesa de Dios dada a Abraham. "Bendeciré a los que te bendiga, y a los que te maldigan maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra" (vers 9; cf. Gén. 12:3).
Furioso, Balac dijo a Balaam que se largara de allí. El Señor le había impedido recibir honores y riquezas. Pero el profeta le recordó de nuevo al rey su cláusula de escape. Sí, se iría a su tierra, pero primero quería dar a Balac otro oráculo gratuito. El rey había sido advertido de que era peligroso meterse con Israel. Ahora Balaam profetizó explícitamente lo que los israelitas harían a los moabitas (y a otros pueblos) más tarde (Núm. 24:10-14).
Predicciones del futuro distante
Bajo la inspiración divina, Balaam se identificó de nuevo a sí mismo como el hombre cuyos ojos están abiertos, etcétera. Pero en esta ocasión su vista profética penetró varios siglos en el futuro con asombrosa precisión: "Lo veo, mas no ahora; lo contemplo, mas no de cerca: Saldrá estrella de Jacob, se levantará cetro de Israel, y herirá las sienes de Moab y destruirá a todos los hijos de Set. Será tomada Edom, será también tomada Seir por sus enemigos. Israel realizará grandes prodigios. De Jacob saldrá el vencedor y destruirá lo que quede de la ciudad" (Núm. 24:17-19).
Como Balaam predijo, el rey David conquistó Moab y Edom (2 Sam. . Y mil años más tarde, otra "Estrella" real apareció. De hecho, un estrella señaló su nacimiento (Mat. 2). En el mundo antiguo una estrella podía representar o ser una divinidad. Por ejemplo, entre los primeros sumerios (que habitaron en el sur de Mesopotamia antes de Abraham), el símbolo que representaba a un dios tenía la forma de una estrella. De modo que la estrella de Belén anunciaba con toda propiedad el momento en que el Hijo de Dios entró a formar parte de la raza humana.
David fue un glorioso y exitoso conquistador y gobernante durante varias décadas. Pero a Cristo, el Hijo divino de David, "el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin" (Luc. 1:33). Triunfará no solo sobre una pequeña porción del Oriente Próximo, sino sobretodo el mundo (Apoc. 19:11-21).
Es asombroso que Dios diera a Balaam una profecía tan extraordinaria, que debe de haber dejado mudos al rey Balac y a los príncipes moabitas. Obviamente, el Señor estaba alcanzando misericordiosamente a las naciones gentiles a través de Balaam, a pesar de sus motivaciones y su carácter. Si él, los moabitas y sus aliados madianitas podían aprender algo acerca de Israel y de su Dios, ellos y otros dentro de su esfera de influencia, tendrían la oportunidad de aceptar el señorío del Altísimo y recibir sus bendiciones.
Siendo que Dios pudo utilizar a Balaam, con todas sus faltas, quizá pueda emplear a otras personas inverosímiles de nuestro mundo moderno para llevar a cabo sus propósitos y preparar el camino para que reciban el evangelio completo de Cristo. Si esto ocurriera, el pueblo de Dios haría bien en fijarse en la imagen de conjunto y aprovechar las oportunidades y no centrar su atención en detalles para condenar y criticar cuando las cosas no se hacen exactamente como nosotros queremos.
Por ejemplo, cuando Mel Gibson produjo la película La pasión de Cristo, el hecho de que la película fuera violenta, demasiado mística, o no completamente exacta bíblicamente, ofendió a algunos cristianos. Pero aquella representación impactante, un tanto antihigiénica, conmovió profundamente a la gente, incluyendo a muchos incrédulos, y los llevó a pensar en lo que Jesús sufrió en términos de la característicamente horrible forma de tortura y ejecución de los romanos (aunque no incluía adecuadamente la "segunda muerte", la separación de su Padre, que no se podía filmar), dándoles así ocasión para salvarse del dominio de Satanás. Hablar a otros de Cristo era muy fácil después de la aparición de la película. Mantuve una conversación con el barbero que me corta el pelo, y otra con el mecánico que cambie el aceite de mi coche.
Balaam acabó su discurso pronunciado una sentencia sobre varias naciones (incluyendo los enemigos de Israel), que, a diferencia de Israel, no era benditas. Después se volvió a su tierra (Núm. 24:20-25). Su intento de alcanzar la gloria y las riquezas había fracaso. El plan de Balac de salvar a Moab no solo se había venido abajo, sino que le había salido el tiro por la culata: Israel fue bendecido y Moab fue maldecido. Ahora Balac necesitaría encontrar una forma de supervivencia para su territorio con una estratagema no profética.
Parecía que habíamos llegado al fin de su historia cuando Balac y Balaam se fueron, cada cual por su camino. Sin embargo, por desgracia para Israel y para ellos, no había terminado (véase Núm. 25:31).
Fuente:
http://www.escuelasabatica.cl/2009/tri4/lecc10/leccion.htm