Libro Complementario de las Lecciones para la escuela sabática-4o. Trimestre 2008: Por el autor de la lección: Dr. Ángel Manuel Rodríguez "Cruzando el abismo”. Haz clic sobre la dirección que se muestra o en el menú izquierdo que se encuentra en la parte inferior del titulo.
La carita en la cita es 8
Capítulo 12
UNION EN CRISTO
Cristo realizó una obra de salvación por nosotros independiente y externa a nosotros. Por medio de él Dios derribó la barrera de pecado que impedía la reconciliación de la humanidad con él. En la cruz Cristo tomó sobre sí nuestro pecado y se penalidad sin preguntarnos si queríamos o no que él hiciera eso por nosotros. Murió en lugar de los pecadores antes que quisiéramos aceptarlo voluntariamente como Salvador y Señor. Al morir por todos, Dios contó su muerte como la penalidad por la muerte de todos. Él pagó con su propia vida por nuestra redención antes que nos diéramos cuenta que éramos esclavos del pecado, de la muerte y de los poderes del mal. Esa obra objetiva de Cristo reveló la justicia y el amor sacrificial de Dios por los indignos seres humanos en el mundo no solo sobre la tierra sino en el resto del universo. Sin embargo, esa obra objetiva de Cristo no tiene poder salvador para nosotros como individuos a menos que nos la apropiemos a través de la fe en él.
La iniciativa de Dios en nuestra aceptación de la salvación
La obra salvadora de Cristo incluye la actividad del Espíritu en el corazón humano invitándonos como pecadores a ver en Cristo la actividad redentiva de Dios por nosotros. La apropiación de la redención que Cristo obtuvo está directamente relacionada con su obra como Mediador ante el Padre y con la obra del Espíritu en el corazón humano. Como señalamos en el capítulo anterior, a través de la mediación de Cristo la gracia de Dios fluyó a todos los seres humanos, en lo que hemos llamado gracia común. También es parte de la obra objetiva de Cristo por nosotros. La gracia estaba allí, obrando a favor de nosotros antes que la entendiéramos y mucho menos que la aceptáramos. Pero esa gracia, a través de la obra del Espíritu, ha estado guiando a los seres humanos a Cristo como su Salvador. En medio de nuestra rebelión el Espíritu estuvo trabajando en nuestros corazones, convenciéndonos e invitándonos a mirar a la cruz: a nuestro Sustituto.
Dios no solamente incluyó en su plan la mediación de Cristo y la obra del Espíritu, sino también involucró a otros seres humanos. Aquellos que rinden sus corazones a la suave influencia del Espíritu, permitiéndole que los santifique, llegan a ser instrumentos del Espíritu para proclamar la obra de Dios en Cristo. Este es el ministerio de la reconciliación, acerca del cual ya hemos hablado. Es maravilloso que otros escuchen la voz del Espíritu a través de las voces de seres humanos santificados que han aceptado el don gratuito de la salvación a través de Cristo. Llegan a ser sus embajadores en un mundo en guerra con Dios, anunciando que la muerte del Hijo de Dios derribó la barrera, el pecado, que obstaculizaba la relación pacífica con Dios. El Señor tomó la iniciativa e instituyó el ministerio de la reconciliación para la salvación de los pecadores.
Llamado y elección
El movimiento hacia la apropiación personal de la salvación comienza con el llamado divino a creer en Cristo como Salvador y someterse humildemente a él como Señor. Es, fundamentalmente, un llamado a la salvación y la fe en Cristo. Dios es el que llama (1 Pedro 1:15; 1 Tesalonicenses 5:24), y su llamado está fundado en su libre voluntad y propósito, es decir, no está motivado por nuestras bondades o por nuestras obras y, consecuentemente, es únicamente el resultado de la gracia de Dios hacia nosotros (Gálatas 1:6). Es universal e incluye, tanto a judíos como a gentiles (Romanos 9:24) y los alcanza a través del evangelio de salvación (2 Tesalonicenses 2:14). Es un llamado a salir de "las tinieblas a su [de Dios] luz admirable" (1 Pedro 2:9), conduce a la paz (1 Corintios 7:15), a la libertad (Gálatas 5:13), al compañerismo con Cristo (1 Corintios 1:9), a compartir su gloria (2 Tesalonicenses 4:7; 1 Corintios 1:2), a llegar a ser parte de su pueblo, la iglesia (Colosenses 3:14; cf. 1 Tesalonicenses 2:12), a la vida eterna (1 Timoteo 6:12), y a la esperanza de una iglesia gloriosa (Efesios 1:18). Lo que distingue a los cristianos de otros seres humanos es que han escuchado el llamado y lo han aceptado (1 Corintios 1:2) identificándose a sí mismos como llamados por Dios (Romanos 1:6; 9:24). En ese sentido se han apropiado del don de la salvación que se les ofrece divinamente. La aceptación del llamado conduce a la justificación por la fe en Cristo (Romanos 8:30), que presupone el arrepentimiento y la confesión de los pecados.
La elección no se puede separar del llamamiento divino a la salvación y el servicio. En la Escritura la elección es un acto libre de Dios que escoge a uno de entre un grupo. Algunos ejemplos bíblicos son la elección de Israel entre todas las naciones de la tierra (Deuteronomio 7:6, 7), el nombramiento de Cristo para ser nuestro Salvador (Lucas 9:35), y la elección de Pablo como misionero para los gentiles (Hechos 9:15). En su soberana voluntad Dios elige a algunos individuos para realizar alguna tarea en particular (Romanos 9:14-24). Cuando el Nuevo Testamento utiliza teológicamente el término "elección", siempre se refiere a aquellos que han puesto su fe en Cristo, y a quienes Dios ha elegido para una función o misión particular. Podría designar tanto a las personas (Hechos 1:24) como a la iglesia (Tito 1:1; 1 Pedro 1:1). La Biblia no sabe nada acerca de la doble predestinación: que Dios escoge a algunos para salvación y a otros para perdición.
Tampoco enseña la Biblia la elección universal de todos los individuos para salvación, independientemente de una relación de fe con el Señor. Encontramos un elemento de universalidad, pero se entiende que el significado es que a través de la predicación del evangelio y la obra del Espíritu, Dios escoge no solo a los judíos sino también a los gentiles (1 Tesalonicenses 1:4). Jesús dijo: "Porque muchos son llamados y pocos escogidos" (Mateo 22:14). Aquí el llamamiento y la elección están juntos, y aquellos que han sido elegidos están identificados como aquellos que aceptaron el llamado divino. Dios ha estado haciendo todo lo que puede para movernos a todos a aceptar el llamamiento y ser salvos (1 Timoteo 2:4).
Nuestra elección es una expresión de la gracia divina, algo que Pablo tenía en mente cuando escribió que Dios "nos escogió en él antes de la fundación del mundo" (Efe. 1:4). La decisión divina tuvo lugar antes que existiéramos, antes de la creación del mundo y, consecuentemente, esto era parte del misterio divino para la salvación de los pecadores. [1][1] El texto solo habla de la preexistencia de Cristo. Es la decisión de elegirnos en Cristo la que ocurrió antes de la creación del mundo. [2][2] En realidad estamos hablando acerca del plan precreativo de Dios para nosotros; que él había predeterminado hacer a favor de su pueblo. El cielo reveló entonces ese plan para nosotros en la persona de Cristo y en él nos dio el don de la salvación (1 Timoteo 1:9, 10). La frase "otorgado/dado a nosotros en Cristo" "significa que nos es dada a través de la persona y la obra de Cristo". [3][3]
De acuerdo con Efesios 1:4, Dios, de acuerdo con su propósito y soberana voluntad, predeterminó que nuestra elección tendría lugar exclusivamente "en Cristo". Esa es una frase importante a la que deberemos volver, pero por ahora significa que nuestra elección es una realidad a través de, y en unión con, Cristo. Y eso es posible porque él es el Elegido (Lucas 9:35; 1 Pedro 2:4) y, por lo tanto, él es la persona, la esfera dentro de la cual ocurre nuestra elección. Solamente somos elegidos/escogidos en el Elegido: nuca fuera o aparte de él. Podemos concluir que "aquellos que responden a la atracción de Cristo, a través de la soberana misericordia de Dios, son elegidos para ser salvados como obedientes Hijos de Dios. Sobre ellos es manifestada la libre gracia de Dios, el gran amor con el cual nos ha amado. El Padre pone su amor sobre su pueblo elegido, que vive en medio de los hombres porque ellos aceptaron la redención que Cristo ha comprado para ellos mediante su preciosa sangre". [4][4] Tal elección se manifiesta en una vida "santa y sin mancha" (Efesios 1:4). De hecho, la elección no es simplemente ser escogido para la salvación sino para una vida santa. Lo uno no puede estar separado de lo otro sin robarle a la elección su significa y contenido. La apropiación del poder salvador de la muerte expiatoria de Cristo tiene un poderoso impacto en la vida del creyente.
Unido a Cristo
La gracia de Dios tiene el propósito de unir a los pecadores arrepentidos con Cristo para que reciban todos los beneficios de su muerte salvadora. Sobre la cruz Cristo murió como nuestro sustituto, pero en nuestra unión con él nos unimos a él como nuestro Señor y Salvador. En ninguna parte del Nuevo Testamento leemos que los creyentes mueran "en Cristo", es decir, en unión con él. Él murió solo en la cruz, abandonado por todos, incluyendo al Padre. Nuestra unión con Cristo designa la experiencia de la nueva criatura y presupone la muerte del viejo hombre. Esa unión con él es la experiencia subjetiva de la expiación.
"En Cristo". [5][5] El Nuevo Testamento expresa específicamente la idea de unión con Cristo a través de las frases "en Cristo", "en él", y "en el Señor". La diferencia del significado entre ellas es insignificante, con la excepción de que "en el Señor" parece enfatizar más que las otras dos la idea de su Señorío. Para simplificar los asuntos, en lo que sigue usaremos la frase más común "en Cristo", aun en los casos donde el texto emplea "en él/en el Señor". En la frase la preposición "en" (griego, en) podría expresar la idea de instrumentalidad (" a través") o localidad ("en", "en la esfera de").
Dios y "en Cristo": Varios pasajes nos informan que Dios hace algo por nosotros "en Cristo". Por ejemplo, es en Cristo que Dios nos concede su gracia (Efesios 1:6, 7; 2:7; 2 Timoteo 1:9), el llamado (Filipenses 3:14; 1 Corintios 7:22), la elección (Efesios 1:4, 11), el perdón (Efesios 4:32), la justificación (Gálatas 2:17; cf. 2 Corintios 5:21), la reconciliación (2 Corintios 5:19), la redención (Efe. 1:7), la santificación (1 Corintios 1:2), las bendiciones (Efesios 1:3; Gálatas 3:14), vida eterna (Romanos 6:27) y la glorificación (2 Tesalonicenses 1:12). También es Dios quien nos da libertad en Cristo (Gálatas 2:4) y la victoria (2 Corintios 2:14), nos fortalece y anima (Filipenses 4:13; 2:1), es accesible para nosotros (Efesios 3:12), y se sienta con nosotros en los lugares celestiales. La implicación del uso que hace Pablo de la frase "en Cristo" es que Dios ha estado y sigue estando plenamente activo en Cristo. Es a través de Cristo y en unión con Cristo que el Padre nos ha otorgado tantos dones. Cristo es la esfera de la actividad divina a favor de los seres humanos, el "lugar" donde Dios hace muchas cosas maravillosas por nosotros y donde no hay condenación para nosotros (Romanos 8:2).
Los creyentes están "en Cristo": Mientras Dios estaba activo en Cristo para nuestra salvación, los creyentes están también en Cristo disfrutando los beneficios y las responsabilidades de esa salvación. Aquí la frase describe la esfera de existencia de aquellos que han puesto su fe en él. Ellos son nuevas criaturas en Cristo (2 Corintios 5:17), encuentran la justificación que es por la fe (Filipenses 3:9), y son santos y fieles (Efesios 1:1; Filipenses 1:1; 4:12; Colosenses 1:2). Murieron para el pecado y ahora están vivos para Dios en Cristo (Romanos 6:11), viviendo una vida santa en él (2 Timoteo 3:12). Pablo se refiere a los creyentes como aquellos que "están en Cristo Jesús" (1 Corintios 1:30). Todos son hermanos solamente en Cristo (Filipenses 1:14; Filemón 16).
Siendo que Cristo determina la existencia de los creyentes, ellos se regocijan (Filipenses 3:1; 4:4), se glorían (1 Corintios 15:31; Filipenses 3:10), se jactan (1 Corintios 1:31), trabajan (1 Corintios 15:58; Romanos 16:12), y esperan en él (1 Corintios 15:19; Efe. 1:12). Han puesto su fe en él (Gálatas 5:6) y vivido su vida en él (Colosenses 2:6, 7). Están orientados y determinados totalmente por él (1 Corintios 4:17). De hecho, la unión de los creyentes con Cristo es tan íntima y tan abarcante, que estar "en Cristo" es otra forma de decir que una persona es cristiana. Cuando Pablo dice que Andrónico y Junias "fueron antes de mí en Cristo" quiere decir que ellos se hicieron cristianos antes que él se convirtiera (Romanos 16:7). La frase "niños en Cristo" indica cristianos inmaduros (1 Corintios 3:1), y ser "prudentes en Cristo" (1 Corintios 4:10) es el equivalente a ser un cristiano sabio. En estos casos deberíamos entender que la frase "en Cristo" todavía retiene la idea de una unión personal con Cristo que determina la calidad de vida del cristiano.
Unidad de los creyentes "en Cristo": Hay una comunidad de creyentes que está colectivamente en Cristo, una unión que se refleja en su relación unos con otros. Lo que ocurrió es que "somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros" (Romanos 12:5). Pablo describe cada congregación local como estando en Cristo (Gálatas 1:22; 1 Tesalonicenses 2:14). La iglesia es como un edificio que está siendo construido en Cristo en el cual los miembros también están "juntamente edificados, para morada de Dios en el Espíritu" (Efesios 2:22). Dentro de esta colectividad de creyentes "no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Gálatas 3:28). Lo que determina cómo se relacionan unos con otros no es la cultura, ni lo social, ni lo religioso, ni las distinciones de género, sino su unión con el Señor resucitado. Común para ellos y de fundamental importancia para todos es el hecho de que todos están en Cristo. Eso determina todo lo que toma lugar dentro de la congregación. Los hijos van a obedecer a sus padres en el Señor (Efe. 6:1) los hombres y las mujeres son interdependientes en el Señor (1 Corintios 11:11), y aquellos que se casan debieran casarse en Cristo, es decir, con un creyente (1 Corintios 7:39).
La unión común con Cristo que los creyentes disfrutan impacta la totalidad de la vida de la congregación. Sus miembros se envían saludos unos a otros en Cristo (Romanos 16:22; 1 Corintios 16:19), y se exhortan, se instan, y se hablan unos a los otros en Cristo (Efe. 4:17; 1 Tesalonicenses 4:1; 1 Corintios 12:19). Los líderes ejercen su autoridad dentro de esa misma unión espiritual. Deben ministrar a la congregación "en el Señor" (1 Tesalonicenses 5:12), y darán sus órdenes y mandatos en Cristo (Filemón 8; 2 Tesalonicenses 3:12). Los que ministran se refieren unos a los otros como compañeros obreros/siervos "en el Señor" (Romanos 16:3, 9; Colosenses 4:7). En estos casos Pablo usa la frase "en Cristo/el Señor/él" Para definir "la forma en que los creyentes iban a vivir bajo el señorío salvador de Cristo" y, consecuentemente, las frases "llegan a ser un medio por el cual Pablo describe la vida de fe bajo el señorío de Cristo en un mundo donde otras fuerzas y tentaciones estaban presentes. Actuar 'en Cristo' es actuar en fe y obediencia al enfrentar falsas alternativas". [6][6]
Significado cósmico de "en Cristo". La frase nos lleva más allá de los confines de la iglesia, y aun del mundo, a la inmensidad del universo. Pablo describe ahora el cosmos en su totalidad como estando "en Cristo" (Colosenses 1:16). En muchas versiones españolas se lee "por medio de él" (a través de Cristo) dándole un posible significado instrumental. Pero no debemos excluir totalmente la idea de unión con Cristo. Él trajo a la existencia un cosmos en perfecta unión y armonía con Dios. Fue creado bajo su señorío a través de su poder: "en él" "todas las cosas en él subsisten" (vers. 17). Él es el centro del cosmos, proporcionándole estabilidad, consistencia y permanencia. El pecado amenazó esa armonía pero Cristo la ha restaurado.
Nuestra discusión de la frase "en Cristo", y de otras similares, indica que no se refiere a una unión mística con Cristo en la cual los creyentes están separados de las experiencias de la vida diaria. Por el contrario, la frase señala al reino o la esfera de la existencia en la cual los creyentes viven su fe cristiana. La obra de salvación y el Señorío de Cristo condicionan y determinan la vida entera del cristiano. El Nuevo Testamento contrasta esa forma de ver la vida cristiana con un reino de existencia "en la carne", caracterizada por una existencia mundanal (Filipenses 3:3; 1:21, 22; Romanos 8:8, 9; 1 Timoteo 3:16; Filemón 16). [7][7] La frase "en Cristo" se refiere a una relación íntima con el Salvador resucitado que constantemente reconoce su Señorío en la vida del creyente y en la iglesia. Proclama que el centro existencial de la humanidad, perdido por la caída en el pecado, ha sido restaurado a través de, y en, Cristo.
Dios humanidades. Todavía necesitamos aclarar un poco más cómo es posible para los seres humanos estar en Cristo. Nuestro punto de partida debería ser, probablemente, la enseñanza bíblica de los dos Adanes de los cuales se originaron dos humanidades. Pablo habla de un "primer hombre/Adán" y un "último/segundo hombre/Adán" (1 Corintios 15:45, 47). Los seres humanos pertenecen por naturaleza al primer Adán, es decir, son parte de la raza humana caída cuya cabeza o padre fue Adán. Son nacidos "en Adán" en el sentido de que pertenecen o están inexorablemente unidos a la humanidad pecadora, y como tales su destino está fijado: "en Adán todos mueren" (versículo 22). La frase "en Adán" no se refiere a la presencia de cada ser humano "en Adán", un tipo de presencia corporativa o mística en él, sino de la condición espiritual en la cual los seres humanos se encuentran como resultado de la caída del primer Adán. Ellos no han logrado escapar de la esfera del pecado que él trajo a la existencia.
El Nuevo Testamento compara y contrasta a los dos Adanes para demostrar que el destino de los seres humanos ya no está determinado por estar "en Adán", sino por estar o no estar "en Cristo". Examinaremos los principales elementos de ese contraste. Primero, la Escritura llama a los dos Adanes un "Hijo de Dios" (Lucas 3:38, 22). Adán es hijo de Dios por creación, mientras que Cristo, el segundo Adán, es el eterno Hijo de Dios. Segundo, el primer adán "era del polvo de la tierra", pero el segundo Adán es "del cielo", indicando su lugar de origen (1 Corintios 15:47). Tercero, el primer Adán "fue hecho alma viviente" (versículo 45): en otras palabras, no tenía vida en sí mismo. La recibió de Dios. Pero el segundo Adán es "espíritu vivificante" (versículo 45). Tiene vida en sí mismo y puede dar, y ha dado, vida a otros. Cuarto, el primer Adán escogió la desobediencia o la transgresión de la ley de Dios en un acto de rebelión contra él (Romanos 5:19). Cristo vino y nunca quebrantó su relación con el Padre. Fue perfectamente obediente a Dios.
Quinto, el primer Adán trajo el pecado al mundo (versículo 12); pero Cristo, como el segundo Adán, trajo el don que consiste en una superabundancia de gracia para todo el que la recibe (versículos 15, 17). Sexto, fue a través de Adán que la muerte entró al mundo, y ha pasado inexorablemente "a todos los hombres" (Romanos 5:12; 1 Corintios 15:21). De hecho, el reino del pecado se funda en la realidad de que todos mueren. De allí que lo que conseguimos de Adán es la muerte física y la muerte espiritual, no su pecado personal, en el cual no participamos. Cristo trajo a la raza humana vida eterna (Romanos 5:21). Séptimo, el resultado de la transgresión de Adán, fue un juicio de condenación contra la humanidad pecadora (versículos 16, 18). A través de un acto de justicia el segundo Adán hizo posible la justificación para los seres humanos pecadores (vers. 16), una justificación que trae "vida eterna" a todos los hombres (versículos 18, 21).
Estos contrastes revelan que el primer Adán originó una familia humana separada de Dios, muerta espiritualmente. Como resultado de su pecado la muerte aflige a todos. Su condición ha hecho imposible para los seres humanos vencer el pecado en sus vidas y, consecuentemente, el pecado llegó a ser inevitable. Cristo trajo a la existencia en su propia persona una familia humana unida a Dios. Él ha dado a todos aquellos que le pertenecen nueva vida y, consecuentemente, el pecado ya no es un destino inevitable. Están vivos en él y el pecado ya no reina sobre ellos.
Miembros de una nueva humanidad. Como se ha indicado, los seres humanos han nacido en la familia de Adán a través de su nacimiento natural. Para ser parte de la familia del segundo Adán nosotros también necesitamos nacer en ella. A todos los que creyeron en el nombre de Jesús, "les dio potestad de ser hechos hijos de Dios, los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios" (Juan 1:12, 13). Una declaración divina nos constituye hijos de Dios, poniendo fin a nuestra participación en la condición Adánica de muerte y pecado.
La Escritura describe nuestra transferencia de una humanidad caída a una reconciliada como nuevo nacimiento. Los creyentes son aquellos que han "nacido de Dios" (1 Juan 3:9; 4:7). Jesús habló acerca de la experiencia del nuevo nacimiento como "nacer de nuevo" no a través de la debilidad de la carne, el nacimiento natural, sino a través del poder del espíritu obrando en la vida de la persona (Juan 3:3, 5, 6). De hecho, Pablo agrega que el viejo hombre, el que nació en la condición caída de Adán, ha muerto; y una nueva persona ha venido a la existencia, experiencia efectuada ritualmente en el rito bautismal, mediante el cual los creyentes se unen a Cristo (Romanos 6:4-6). Cuando fueron bautizados el "viejo hombre fue crucificado con Cristo" (versículo 6) y fueron resucitados a una nueva vida en unión con Cristo. La nueva creación anunciada por los profetas fue inaugurada a través de la muerte y resurrección de Cristo, y aquellos que están en él son parte de esa nueva creación (2 Corintios 5:17). Se han vestido del "nuevo hombre creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad" (Efesios 4:24). Los cristianos son llamados a convertirse en lo que Dios ha declarado que sean. Consecuentemente, Pablo los exhorta: "No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno" (Colosenses 3:9, 10). A través del poder del Espíritu los miembros de la nueva humanidad ya no permiten que el pecado reine sobre ellos (versículo 4:12).
Cristo en nosotros. Estar "en Cristo" es básicamente el equivalente de "Cristo en nosotros" (cf. Romanos 8:12; 2 Corintios 13:15; Colosenses 1:27; Gálatas 4:19; Efesios 3:17). Hay una cierta reciprocidad entre las dos frases que hace que sea imposible reconocer la una sin afirmar la otra. Juan utiliza la metáfora de una viña para expresar las dos ideas en el contexto de la fructificación de la vida cristiana: "Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí" (Juan 15:4). En Gálatas 2:20 Pablo proclama que fue crucificado con Cristo y que, consecuentemente, él ya no está vivo sino que "vive Cristo en mí". El hecho de que Cristo esté en el creyente demuestra la presencia de la justificación y señala el señorío de Cristo en la vida del cristiano.
La morada de Cristo en el interior ocurre a través del Espíritu. Leemos: "El Espíritu de Dios mora en vosotros" (Romanos 8:9), él "mora en vosotros" (versículo 11), y Dios nos da vida a través del Espíritu "que mora en vosotros" (versículo 11). Cristo nos da poder a través del Espíritu para vivir una vida verdadera de servicio como nuevas criaturas. Podemos concluir que "vida 'en el Espíritu' es vida 'en Cristo' porque el Espíritu es la presencia del Resucitado, el Cristo espiritual. Esta es la base para la unión vital que existe entre el creyente y Cristo". [8][8]
Conclusión
Todos los beneficios de la expiación están disponibles para nosotros a través del Hijo de Dios. Nos apropiamos de ellos en unión con él. Esa unión tiene lugar a través del llamado divino a la fe y a la salvación y nuestra elección en Cristo, y se expresa en el rito bautismal. La frase "en Cristo" coloca el énfasis en un compañerismo íntimo con Cristo basado en el reconocimiento de que él es Salvador y Señor. Aquellos que están en Cristo pertenecen a la nueva humanidad inaugurada a través de la obra redentiva de Cristo. Han nacido de lo alto, a través del Espíritu, y son nuevas criaturas en Cristo. Para ellos el reino de la muerte y el pecado, la condición natural de aquellos que están en Adán, ha llegado a su fin. Cada uno de ellos ha encontrado en Cristo el centro de su vida.
[10][2] Ibíd. “Uno podría decir que Dios determinó la existencia de la iglesia antes de la creación del mundo” (Ernst Best, A Critical and Exegetical Commentary on Ephesians [Edimburgo: T & T Clark, 1998], p. 624).
[11][3] George W. Knight III, Pastoral Epistles: A Commentary on the Greek Text (Grand Rapids: Eerdmans, 1992), p. 375.
[12][4] Elena G. de White, “The Elect of God”, Messenger, 12 de abril de 1893.
[13][5] Para un tratamiento más completo del tema ver: Ivan T. Blazen, In Christ: Union with Him as Savior and Lord in Paul, Biblical Research Institute Releases – 2 (Silver Spring: Biblical Research Institute, 2005).
[14][6] M. A. Seifrid, “In Christ”, in DPL, p. 436
[15][7] W. Elliger, “En in, on, at,”, en EDNT, tomo 1, p. 449
[16][8] Blazen, In Christ, p. 10
Compilación:
Recursos Escuela Sabática ©
Bendiciones
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Saludos y éxito en todo.
Dios bendiga.
Delfino J.