Encontrarás A Dios
Dondequiera que pongas tu mirada,
dondequiera que fijes tu atención,
dondequiera que un átomo subsista,
ENCONTRARAS A DIOS.
En las formas diversas de las nubes,
en los rayos dorados que da el sol,
en el brillo que lanzan las estrellas,
ENCONTRARAS A DIOS.
En los dulces balidos que en los prados
el rebaño da al silbo del pastor,
en los trinos cambiantes de las aves.
ENCONTRARAS A DIOS.
En la sangre que corre por tus venas,
en la misma conciencia del tu YO,
en los propios latidos de tu pecho,
ENCONTRARAS A DIOS.
En la santa figura de la madre
cuyo seno la vida te donó,
en la franca sonrisa de una hermana,
ENCONTRARAS A DIOS.
En las lindas pupilas de la joven
que de amores prendió tu corazón,
en la grata visión de un ser querido,
ENCONTRARAS A DIOS.
En las horas de sombra y amargura
cuando a solas estés con tu dolor
si le buscas en la sombría noche
ENCONTRARAS A DIOS.
Autor: Arturo Gutiérrez Martín
Compilador: Defino J.
SEMBRANDO
De aquel rincón bañado por los fulgores
del sol que nuestro cielo triunfante llena;
de la florida tierra donde entre flores
se deslizó mi infancia dulce y serena;
envuelto en los recuerdos de mi pasado,
borroso cual lo lejos del horizonte,
guardo el extraño ejemplo, nunca olvidado,
del sembrador más raro que hubo en el monte.
Aún no se si era sabio, loco o prudente
aquel hombre que humilde traje vestía;
sólo sé que al mirarle toda la gente
con profundo respeto se descubría.
Y es que acaso su gesto severo y noble
a todos asombraba por lo arrogante:
¡hasta los leñadores mirando al roble
sienten las majestades de lo gigante!
Una tarde de otoño subí a la sierra
y al sembrador, sembrando, miré risueño;
¡desde que existen hombres sobre la tierra
nunca se ha trabajado con tanto empeño!
Quise saber, curioso, lo que el demente
sembraba en la montaña sola y bravía;
el infeliz oyóme benignamente
y me dijo con honda melancolía:
—Siembro robles y pinos y sicomoros;
quiero llenar de frondas esta ladera,
quiero que otros disfruten de los tesoros
que darán estas plantas cuando yo muera.
— ¿Por qué tantos afanes en la jornada
sin buscar recompensa?— dije. Y el loco
murmuró, con las manos sobre la azada:
—Acaso tú imagines que me equivoco;
acaso, por ser niño, te asombre mucho
el soberano impulso que mi alma enciende;
por los que no trabajan, trabajo y lucho;
si el mundo no lo sabe, ¡Dios me comprende!
Hoy es el egoísmo torpe maestro
a quien rendimos culto de varios modos:
si rezamos, pedimos sólo el pan nuestro.
¡Nunca al cielo pedimos pan para todos!
En la propia miseria los ojos fijos,
buscamos las riquezas que nos convienen
y todo lo arrostramos por nuestros hijos.
¿Es que los demás padres hijos no tienen?...
Vivimos siendo hermanos sólo en el nombre
y, en las guerras brutales con sed de robo,
hay siempre un fratricida dentro del hombre,
y el hombre para el hombre siempre es un lobo.
Por eso cuando al mundo, triste, contemplo,
yo me afano y me impongo ruda tarea
y sé que vale mucho mi pobre ejemplo
aunque pobre y humilde parezca y sea.
¡Hay que luchar por todos los que no luchan!
¡Hay que pedir por todos los que no imploran!
¡Hay que hacer que nos oigan los que no escuchan!
¡Hay que llorar por todos los que no lloran!
Hay que ser cual abejas que en la colmena
fabrican para todos dulces panales.
Hay que ser como el agua que va serena
brindando al mundo entero frescos raudales.
Hay que imitar al viento, que siembra flores
lo mismo en la montaña que en la llanura,
y hay que vivir la vida sembrando amores,
con la vista y el alma siempre en la altura.
Dijo el loco, y con noble melancolía
por las breñas del monte siguió trepando,
y al perderse en las sombras, aún repetía:
— ¡Hay que vivir sembrando! ¡Siempre sembrando!...
Marcos Rafael Blanco Belmonte
¿Dónde están las manos de Dios?
Cuando observo el campo sin arar, cuando los ásperos
de labranza están olvidados cuando la tierra está quebrada
me pregunto ¿dónde estarán las manos de Dios ?
Cuando observo la injusticia, la corrupción, el que explota al débil;
cuando veo al prepotente pedante enriquecerse del ignorante y del pobre,
del obrero y del campesino carente de recursos para defender sus derechos
me pregunto ¿dónde estarán las manos de Dios ?
Cuando contemplo a esta anciana olvidada ; cuando su mirada es nostalgia y
balbucea todavía algunas palabras de amor por el hijo que la abandonó
me pregunto: ¿dónde estarán las manos de Dios ?
Cuando veo al moribundo en su agonía llena de dolor;
cuando observo a su pareja y a sus hijos deseando no verle sufrir;
cuando el sufrimiento es intolerable y su lecho se convierte en un
grito de súplica de paz, me pregunto: ¿dónde estarán las manos de Dios ?
Cuando miro a ese joven antes fuerte y decidido, ahora embrutecido
por la droga y el alcohol, cuando veo titubeante lo que antes era una inteligencia
brillante y ahora harapos sin rumbo ni destino me pregunto
dónde estarán las manos de Dios ?
Cuando a esa chiquilla que debería soñar en fantasías, la veo
arrastrar su existencia y en su rostro se refleja ya el hastío de vivir,
y buscando sobrevivir se pinta la boca y se ciñe el vestido y sale a vender
su cuerpo, me pregunto : ¿dónde estarán las manos de Dios ?
Cuando aquel pequeño a las tres de la madrugada me ofrece su periódico,
su miserable cajita de dulces sin vender, cuando lo veo dormir en la puerta
de un zaguán titiritando de frío, con unos cuantos periódicos que cubren
su frágil cuerpecito, cuando su mirada me reclama una caricia, cuando lo
veo sin esperanzas vagar con la única compañía de un perro callejero,
me pregunto: ¿dónde estarán las manos de Dios ?
Y me enfrento a El y le pregunto: ¿dónde están tus manos Señor?
para luchar por la justicia, para dar una caricia, un consuelo al abandonado,
rescatar a la juventud de las drogas, dar amor y ternura a los olvidados.
Después de un largo silencio escuche su voz que me reclamó,
"no te das cuenta que tú eres mis manos,
atrévete a usarlas para lo que fueron hechas,
para dar amor y alcanzar estrellas".
Y comprendí que las manos de Dios somos "TU y YO",
los que tenemos voluntad, el conocimiento y el coraje para luchar por
un mundo más humano y justo, aquellos cuyos ideales sean tan altos
que no puedan dejar de acudir a la llamada del destino, aquellos que
desafiando el dolor, la crítica y la blasfemia se reten a si mismos para
ser las manos de Dios.
Señor, ahora me doy cuenta que mis manos están sin llenar, que no han
dado lo que deberían dar, te pido perdón por el amor que me distes y
que no he sabido compartir, las debo de usar para amar y conquistar
la grandeza de la Creación.
El mundo necesita esas manos, llenas de ideales y estrellas,
cuya obra magna sea contribuir día a día, a forjar una nueva civilización,
que busquen valores superiores, que compartan generosamente
lo que Dios nos ha dado y puedan al final llegar vacías,
porque entregaron todo el amor, para lo que fueron creadas
y Dios seguramente dirá:
¡ESAS SON MIS MANOS!
Autor: ¿?
Compilador: D. J.