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Lección No.09 El cielo

EL CIELO

Capitulo 9

Para el 30 de mayo

 

«Hay una tierra de deleite puro,
Donde los santos inmortales reinan,
El día eterno excluye la noche,
Y el placer desvanece al dolor.
Allí mora la eterna primavera,
Y las flores nunca se marchitan:
La muerte, como un angosto mar, separa
de nosotros esta tierra celestial».
Isaac Watts *

En 1999, durante tres audiencias de miércoles más bien controversiales, el papa Juan Pablo II dijo que no debemos interpretar el cielo, el infierno o el purgatorio como lugares, sino más bien como estados del ser de un espíritu (ángel o demonio) o de un alma humana. La declaración contiene varios errores teológicos, pero aquí estamos es­pecialmente preocupados con la afirmación de que el cielo no es un lu­gar sino una condición. Referirnos a un lugar, es, de acuerdo con el pa­pa, inadecuado para describir las realidades involucradas, siendo que está ligado al orden temporal en el cual existimos este mundo y noso­tros. Añadió que este punto de vista ha sido una posición venerada por mucho tiempo, defendida también por ei famoso Tomás de Aquino. ¿Es bíblicamente sólido este punto de vista del cielo? Muchos teólogos (Himnario adventista, n" 504) dirían que sí. La mayoría de los adventistas diría que no. ¿Cuál es la perspectiva correcta? Aquí presentamos solo una de varias preguntas candentes que debemos afrontar mientras luchamos con el concepto del cielo.

¿Dónde está el cielo?


Le sugiero que busque y vea bajo el título «cielo», en una enciclope­dia, ya sea en una biblioteca o en forma digital. Encontrará que la pala­bra se usa en diferentes maneras. Puede referirse al cielo visible, o a la expansión sin fin del universo físico. Sin embargo, la gente también la emplea para describir el lugar, o la condición, donde podemos ir des­pués de la muerte, ya sea como almas incorpóreas o como seres con un nuevo cuerpo espiritual. Si usted consulta una concordancia, encontrará que en los textos bíblicos que tienen las palabras «cielo», «cielos», y «ce­lestial», dichas palabras tienen diferentes connotaciones en la Escritura. Dios creó los cielos y la tierra. Puso las luces del sol, la luna y las estre­llas «en los cielos para alumbrar sobre la tierra» (Gen. 1: 17). Pero los términos no se refieren solamente al firmamento, sino también al reino de Dios y los ángeles. Se dice que Dios «vive» (Apoc. 13: 6) en el «cielo». Además, la Escritura puede emplear la palabra «cielo» como sinónimo de Dios, como, por ejemplo, en la frase «el reino de los cielos»,
Uno podría preguntar cómo podemos decir que Dios «vive» en un lugar llamado «cielo», cuando uno de los atributos de Dios es su omnipresencia. A él no podemos identificarlo con todas las cosas que existen, tal como lo proclaman los panteístas, sirio que siempre está presente en todas partes (ver Sal. 139: 7-12). Así que, ¿cómo podemos reconciliar el concepto de omnipresencia con la idea de que él mora en un lugar es­pecífico? El Evangelio de Juan nos dice que Dios, «es espíritu» (Juan 4: 24). ¿Qué significa eso? Al final de lodo, implica que nosotros no debe­mos pensar en él como un ser con un cuerpo material como tenemos nosotros, «viviendo» en un lugar material en la misma manera en que vivimos nosotros. «El único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver» (ITim. 6: 16).
El concepto de «cielo» se expresa de diferentes maneras, no solo teo­lógicamente, sino también en el arte, la narrativa, la poesía, la liturgia y el folclor. La gente ha conceptualizado el cielo en formas muy distintas.29 En el Antiguo Testamento los contornos del cielo, como el lugar para una vida después de la muerte permanecen más bien incompletos. Durante el tiempo de Cristo los líderes espirituales tenían una opinión dividida. Los saduceos no creían en una vida celestial en el más allá (Mat. 22: 23), mientras que los fariseos sí creían en la resurrección. En este punto, Jesús claramente se puso de lado de los fariseos, como !o comprendemos por la forma en que respondió a la pregunta tendencio­sa de los saduceos. Tenían curiosidad. Preguntaron: ¿Qué le pasaría des­pués de la muerte a una mujer que había estado casada siete veces en esta vida? Jesús respondió que el problema en cuanto a quién pertene­cería la mujer en e! más allá no se aplicaba, pues aquellos que heredarán la eternidad «ni se casan ni se dan en casamiento, sino que serán como los ángeles de Dios en el cielo» (ver Mat. 22: 23-30). Pablo luchó para encontrar las palabras que explicarían adecuadamente su experiencia de la visión que tuvo en el camino a Damasco. Dice: «Conozco a un hom­bre que fue arrebatado hasta el tercer cielo» (2 Cor. 12: 2). En otras par­tes de sus Epístolas habla de la vida en el más allá en la que los salvados viven en cuerpos espirituales, libres de toda restricción física. El libro de Hebreos habla del cielo como la residencia de Dios, donde encontra­mos el tabernáculo celestial y donde Cristo ministra como nuestro sumo sacerdote. El libro de Apocalipsis nos presenta vividas descripciones del salón del trono divino y el entusiasta servicio de culto que tiene lugar en el cielo. El libro de Apocalipsis termina con cantos de alabanza por los cielos nuevos y la tierra nueva, en los cuales Dios y su pueblo oportunamente disfrutarán por la eternidad la compañía mutua.
A medida que pasan los siglos, vernos la manera en que cada época pinta su propio cuadro de corno espera que será el cielo. Las imágenes fluctúan desde descripciones totalmente materialistas hasta las imágenes completamente ascéticas. En ocasiones el énfasis está en un futuro paraíso como un jardín edénico el cual proporciona el escenario perfecto de suprema alegría, de belleza y amor, y una incesante contemplación de lo divino lo que con frecuencia se ha referido como la visión beatífica. Pero al observar muchas pinturas medievales del cielo, vemos que en la Edad Media el crecimiento de las ciudades en la antigua Europa cada cripciones «de los reformadores protestantes parecían centrarse más en Dios tnisrn o que en su ambiente celestial. Los reformadores no dedica­ron mucha tiempo a debatir cómo sería el cielo, pero frecuentemente diferían marcadamente en corno llegar allí. Los católicos también enfa-tizan el papel de María y de ios santos, quienes, dicen ellos, nos han precedido al cielo e interceden por nosotros. En el protestantismo más reciente la preocupación de reunirse con la familia y los amados que nos precedieron desempeña un papel crucial.
En la actualidad, muchos cristianos piensan como el papa Juan Pablo II. Consideran. el punto de vista de que el cielo es un lugar real como crudo, o en e) mejor délos casos ingenuo. Los teólogos liberales en ocasiones han propuesto teorías basadas en el concepto de una escatología «realizada». Con esto dan a entender que las cosas que la mayoría de los cristianos han visto coma situadas en el futuro (cuando el «tiempo del fin» venga, y cuando Cristo regrese para crear un mundo nuevo) ya se ha realizado en el aquí y el ahora. Han desechado la idea de un reino futuro de Dios y toman el texto en el que Cristo dijo que «el reino de Dios no vendrá con adver­tencia porqiae he aquí el reino de Dios está entre vosotros» (Lúe. 17: 20-21) como su punto de partida. Pero los círculos más conservadores, como la Iglesia Adventista, todavía ven al cielo como un lugar real y concreto.
Los primeros adventistas tendían a describir el cielo en términos más materialista.s que hoy. El cambio gradual hacia la afirmación de la incapacidad humana para imaginar e incluso para describir el reino celestial es evidente en los escritos de Elena G. de White. Ella recibió su primera visión en 1844, poco después del Chasco. Esa visión, publicada un año más tarde en The Day Star, uno de los primeros periódicos adventistas, fue una lectu­ra fascinante. A Elena C. de White se le mostró «el camino que el pueblo adventista ha de recorrer en el viaje a la santa ciudad». 1 .es tomó siete días ascender hacia el «mar de vidrio». Cuando entró en la Nueva Jerusalén, vio arpas de oro y palmas de victoria que se dieron a los viajeros. También vio el árbol de la vida y el trono de Dios. Lo más notable es, quizá, el co­mentario de que logró hablar con hombres llamados Fitch y Stockman, quienes habían sido líderes activos en el movimiento adventista.(
Ai-thur L. WhHe, Ellen C. White: Tfe Early Years (Hagerstown, Md.: Review and Herald Publishing Association, 1985), p. 56 ff.)

Algunas declaraciones de Elena G. de White pueden sorprendernos en su detallada descripción de ciertos aspectos del cielo. Ella nos infor­ma que un grupo de ángeles han estado trabajando intensamente a tra­vés de los siglos para confeccionar las coronas que usarán los redimi­dos. (Elena G. de White, ¡Mamnata: El Señor viene!, p. 308.
) También nos asegura que nuestras «mansiones» celestiales son bastante grandes y cómodas, así que ellas serán adecuadas para cuando aquellos que serán salvos crezcan a la estatura ideal de la humanidad, corno la estatura que Adán tuvo una vez. (* Ver Walton J. Brown, Home at Last (Hagerstown, Md.: Review and Herald
Publishing Association, 1983), p. 36) No solamente alcanzarán una gran estatura, ¡sino que también recibirán alas! (. *** íbid., 5.S ) En los últimos escritos Elena G. de White parece ser un poco menos específica en sus descripciones. Pero ella continúa afirmando que nosotros no debiéra­mos estar tan temerosos de hacer parecer nuestra futura herencia dema­siado material: «El temor de hacer aparecer la futura herencia de los santos demasiado material ha inducido a muchos a espiritualizar aque­llas verdades que nos hacen considerar la tierra como nuestra morada». «El lenguaje humano no alcanza a describir la recompensa de los justos. Solo la conocerán quienes la contemplen. Ninguna inteligencia limitada puede comprender la gloria del paraíso de Dios». (Elena G. de Whíte, El conflicto de los siglos, p. 733)

¿Cuándo iremos al cielo?


Ha sido largamente apreciada entre los cristianos la creencia de que los seres humanos están formados de un cuerpo material y un alma in­material. Al morir el alma se va ya sea al infierno o {en muchos casos, de acuerdo a la enseñanza católica, vía purgatorio) al cielo. Aquellas almas que fueron al cielo viven en la presencia de Dios mientras esperan la fu­tura resurrección. No solo es una explicación insatisfactoria (¿para qué hay necesidad de un nuevo cuerpo material si el alma ya está perfecta­mente feliz?), sino que es también antibíblica. Cuando las personas mue­ren, son reducidas a polvo. En cierta forma podemos comparar el estado de la muerte con el sueño. Realmente, la Biblia utiliza la palabra en varios lugares. Cuando la gente muere, «yace y no vuelve a levantarse... hasta ue no haya cielo no despertarán de su sueño» (Job 14: 11, 12). Cuando la muerte llega a nuestra puerta, nos consolamos con la promesa: «Reposarás, y te levantarás para recibir tu heredad al fin de los días» (Dan. 12: 13).
La resurrección para aquellos que eligieron estar del lado de Dios y confiar en su gracia tiene lugar cuando Jesús vuelva a este mundo. Es en este punto donde dejamos esta tierra y vamos hacia un destino que llamamos cielo. Cualquiera sea este, incluye una dimensión espacial, algo que está también implicado en lo que Pabio trata de comunicar, cuando dice que «el Señor mismo con trompeta de Dios...» aparezca en los cielos todos los cristianos que murieron resucitarán de sus tum­bas «... los muertos en Cristo resucitarán primero», y junto con los fieles creyentes que viven para experimentar su segunda venida se irán al cielo. «Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor» (1 Tes. 4: 16, 17).
Apocalipsis 20 nos da una información muy importante acerca de lo que pasará después. «Durante mil años» todos aquellos que sean salvos «reinarán con Cristo» (vers. 4) en eí cielo.
Los cristianos normalmente se refieren al período de mil años como el milenio, aunque esa palabra no aparece en la Biblia. Es asombroso ver cuánta gente habla y escribe en cuanto a este período de mil años, aunque en los Estados Unidos mucho más que en Europa o cualquier otra parte del mundo cristiano. Un historiador, al observarla propaga­ción del milenialismo, comenta que en el siglo diecinueve Estados Unidos estaba «embriagado con el milenio».*
Los estudiosos de la Biblia tienen una gran diversidad de teorías re­lacionadas con el milenio. El amilenialisrno, propuesto por primera vez por Agustín, considera la época actual de la historia de la iglesia, entre el primero y segundo advenimiento de Cristo, como el milenio. El post-milenialismo espera un periodo de mil años de paz (aunque el período de tiempo puede ser simbólico) que precede a la segunda venida de Cristo. Los adventistas del séptimo día están entre aquellos que defien­den el premilenialismo: que Cristo vendrá primero y luego principiará el milenio. Los adventistas difieren marcadamente, sin embargo, de muchos evangélicos en que no aceptan el así llamado rapto corno parte de la escena que precede a la segunda venida. Al leer el capítulo 20 del libro de Apocalipsis tal como está, debemos concluir que durante el milenio la tierra estará vacía. Los «santos» ahora resucitados se habrán ido ai cielo. Aquellos que hayan rechazado a Dios serán resucitados al final de los mil años. Luego, según nos dicen las Escrituras, la Jerusalén celestial con los santos «descenderá» al planeta Tierra. Lina confronta­ción final tendrá lugar entre las fuerzas del mal y el bien. Esto llevará a la erradicación de todo lo que se opone a Dios, «un nuevo cielo y una tierra nueva» será ahora la nueva morada de los hijos de Dios. ¿Entiende usted todo? Yo no, y no tengo que hacerlo. Lo que importa está claro como el cristal. Un glorioso futuro nos espera. Pasaremos tiempo en el «cielo» y entonces ¡viviremos eternamente en alguna di­mensión glorificada sobre la tierra hecha nueva!
En todos los días y todas las épocas la gente ha tratado de imaginar la nueva realidad que Dios creará cuando erradique finalmente el peca­do. Las imágenes que pintamos, ya sea en un. lienzo o en prosa o en poesía, siempre, al menos en mayor medida, reflejarán el mundo actual en el cual vivimos. Cuando el profeta Isaías fue inspirado para escribir el cielo nuevo y la tierra nueva, utilizó las imágenes que tenía en su acervo creativo, que su audiencia podía comprender. El «nuevo cíelo» y la «tie­rra nueva» que Dios iba a crear, dijo, sería una tierra de abundancia, donde no habría ningún pobre (ver Isa. 65 y 66). La gente ya no cons­truiría casas para otros, sino que ellos vivirían en las casas que hubieran diseñado y construido y «comerían del fruto de sus propios viñedos». La muerte y la miseria ya no existirían. La muerte a la edad de cien años se­rá considerada rmierte prematura. La naturaleza renacerá, porque «el lo­bo y el cordero pastarán junios». El león llegará a ser vegetariano y la venenosa serpiente perderá su capacidad de dañar con su veneno. «He aquí que yo extiendo sobre ella (Jerusalén) paz como un río... la gloria de las naciones como torrente que se desborda». ¡Y así continúa Isaías! Ahora nosotros entendemos que la comprensión del profeta todavía es­taba limitada, y que Dios daría una revelación más completa. El profeta todavía no entendía, como ahora sabemos nosotros, que el Mesías no vendría una vez, para dar inicio a tiempos mejores, sino que un primer advenimiento precedería a uno segundo, y que habría una discontinui­dad mucho mayor entre este mundo y el siguiente de lo que Dios vio apropiado revelar a los profetas del Antiguo Testamento. Cuando Juan el revelador escribe acerca del cielo nuevo y la tierra nueva utiliza algu­nas de las mismas imágenes y añade otras que eran más iluminadoras en sus días.
Hasta los escritores inspirados se sienten limitados para expresar con palabras lo que Dios les ha revelado. Y esa limitación es mayor cuando personas no inspiradas traían de imaginar la realidad futura. No es sor­prendente que las pinturas medievales de la tierra nueva difieren signi­ficativamente de las ilustraciones hechas por artistas adventistas del siglo pasado, como, por ejemplo, Harry Anderson. Cuando yo trato de for­marme una imagen mental de lo que podría esperar en e! más alia, tiendo a pensar en la playa cercana a Abidján, en África occidental. Cuando viví allí, desde la mitad de la década de los años ochentas y principios de los noventas, una estrecha playa tropical que está a unos quince kilómetros al sur de la ciudad era mi lugar favorito durante ¡a mayoría de los domingos. En mi memoria esta experiencia semanal de mi vida es lo que más se acerca, del mundo que conocemos, a cómo se­rá la vida en el «paraíso».
Pero ¿todo lo que podemos decir en cuanto este nuevo mundo que Dios va a crear para su pueblo, y donde él mismo «vivirá» con nosotros, no es más que una extrapolación de las cosas buenas que conocemos hoy? ¿No hay nada más que podamos descubrir acerca de la nueva ere-ación que puedan exceder aun las mejores cosas que podemos imagi­narnos hoy? Así le parecía al apóstol Pablo: «Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman» (1 Cor. 2: 9).
Uno bien podría preguntar cuan importante es saber al detalle lo que vendrá. Es posible que algunas personas estén perfectamente felices con los conceptos abstractos, mientras que otras desean imágenes más concretas. Pero cualquiera sea el caso, nunca debemos pensar que po­demos tener un cuadro final mientras vivamos en este mundo, y como resultado estar satisfechos con las limitadas percepciones que nuestros sentidos nos permiten, y con los conceptos finitos que nuestro cerebro humano puede manejar. Las preguntas permanecerán. Algunos de no sotros podremos estar más preocupados acerca de ello que otros. Como niño me pregunté si mi hermano menor, quien murió cuando tenía apenas 8 años, resucitaría como un muchacho joven, y si mi abuelo pa­terno que murió pocos años después, a la edad de 70, resucitaría como un septuagenario. Algunos pueden estar bastante felices con las sor­prendentes declaraciones de Jesús relacionadas con el matrimonio en la vida futura que pareciera indicar que el sexo será para siempre una co­sa del pasado. Pero otros están preocupados profundamente con esta declaración porque temen que algo importante se perderá. Personal­mente, cuando leo acerca de las calles de oro que se extienden por unos 2000 kilómetros y que tiene paredes de unos setenta metros de grueso (Apoc. 21: 17), no estoy muy seguro si ese es el mundo de mis sueños. Francamente, una casita construida en un tranquilo escenario campestre me gustaría más que un paisaje urbano. Podría ser que allí alguien se podría preguntar si las vacaciones para siempre serán cosa de la historia. Qué pena, piensan, que allí no habrá sol ni mar (Apoc. 21: 2; 22: 5). Un obispo anglicano recientemente escribió un libro en el que sugiere que la constante adoración y alabanza ofrecida a Dios, y esas figuras del cielo que tan prominentemente describe Juan, no son muy atractivas para muchas personas en la actualidad. Tocar sus arpas y participar en un inmenso coro no es su forma preferida de gastar el tiempo. También se preguntan, dice, con qué clase de ser estamos tratando si Dios está deseoso de que todos, continuamente y para siempre, canten sus ala­banzas.*
¿Cuánto de lo que hemos leído en los capítulos 21 y 22 de Apocalip­sis deberíamos tomarlo en un sentido literal? ¿Cuánto de eso es simbó­lico? Se requiere más espacio del que tenemos aquí para dar una res­puesta completa. Pero unos pocos comentarios, esperamos, serán de ayuda. El libro entero de Apocalipsis tiene un contenido altamente sim­bólico, y es razonable esperar que esta característica por lo tanto se apli­que a los últimos dos capítulos. Tomemos un ejemplo específico. E3 li­bro siempre se refiere a «Babilonia» simbólicamente. Es un titulo que abarca a todos los poderes, políticos y religiosos, que se oponen a Dios y a la verdadera adoración a él. En las profecías del último libro de la Biblia, el nombre «Babilonia» no se refiere a una ciudad literal, sino claramente a una poderosa imagen de los enemigos de Dios. Por lo tanto, sería coherente concluir que el término «Nueva Jerusalén» no de­nota a una ciudad tampoco, sino más bien es un símbolo adecuado pa­ra todos aquellos que eternamente estarán con Dios. Si tomamos ese enfoque, podremos también hacer algo de sentido en la descripción de la ciudad celestial. Es un inmenso cubo con gruesas paredes y una do­cena de puertas, Por supuesto, en los días de Juan, la gente pensaría en paredes y puertas cuando dibujaban una ciudad, así como ahora nosotros pensaríamos en rascacielos, autopistas y otras construcciones im­portantes de una moderna infraestructura urbana. El hecho de que esta «ciudad» es un cubo, inmediatamente nos recuerda el lugar santísimo del tabernáculo en el Antiguo Testamento, el cual era un cubo perfecto. Allí Dios estaba presente entre su pueblo en una forma muy especial. No extraña, entonces, que la idea de un cubo surja cuando la Escritura describe una «ciudad» en la cual Dios estará más directamente presente entre su pueblo de lo que jamás ha estado.
Así que, sí, mucho del lenguaje es simbólico. Pero los símbolos siempre señalan a algo muy real. Es solo que las limitaciones humanas hacen imposible hablar acerca de esta realidad en una manera más directa y preposicional. A pesar de todas las preguntas e inseguridades que quedan, los últimos dos capítulos de la Biblia nos dicen suficiente para emocionarnos acerca del muy real futuro que Dios tiene preparado para los redimidos. (Para el siguiente párrafo, estoy en gran deuda con H. Berkhof, Christelijk Geloof (NSjkerk; G.F. Callenbach BV, 1973), pp. 556-564.) Podemos resumir los principales puntos como si­guen:
Una total erradicación del pecado caracteriza la vida eterna, el cielo y la tierra nueva. Un amor total gobierna ahora todas las relaciones.
La muerte y la decadencia serán cosas del pasado. Con todas las tra­zas del pecado removidas del ambiente; todas las consecuencias del pe­cado son revertidas, y el reino de Dios se realiza sin ninguna imperfec­ción o distorsión.
Como resultado, no tendrá nada que pueda causar dolor y temor. El mundo nuevo estará tan cercano a su fuente de luz que todo baño en esta gloria y toda oscura sombra para siempre retrocede en el olvido.
En la eternidad las criaturas de Dios disfrutarán perfectas relaciones. No necesitamos preocuparnos si nuestros arreglos sociales presentes, como el matrimonio y la familia, seguirán siendo. Dios asegura dicha eterna en una forma absoluta. Eso debería ser suficiente.
Una de las grandes diferencias de nuestra vida presente es que en la eternidad podremos relacionarnos con Dios en una forma inmediata. El «velo» entre Dios y nosotros habrá sido quitado. Al fin vendrá a ser realidad lo que con frecuencia cantamos: «¡Cara a cara allá en el cíelo, he de ver a mi Jesús!» Finalmente, Cristo es el centro de todas las cosas.
Dios debe haber tenido alguna razón para no proporcionarnos des­cripciones más detalladas del destino de la humanidad, de este planeta y del universo. Aparentemente no quiere que gastemos todo nuestro tiempo y energía en especulaciones en cuanto a qué será, en la misma forma que millones de personas en el mundo actualmente gastan una porción mayor de su tiempo en su obsesión con una existencia «vir­tual» y una «segunda vida» en el mundo de la Internet. Dios quiere que experimentemos una seguridad fundamental de que al final todo sal­drá bien. Hay un destino supremo que es una realidad. Mientras esta­mos todavía aquí en el presente este hecho le da significado a nuestro día de actividades. (Richard Rice, Rcign ofGod, p. 346.) En esa sensación limitada el cíelo puede ser ya nuestro mientras continuamos fervientemente sirviéndole a él.

Fuente:

http://www.escuelasabatica.cl/2009/tri2/lecc9/leccion.htm

 

 

Bendiciones
Delfino

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Lecciones y comentarios para la escuela sabática_Segundo trimestre de 2014  
  Cristo y su Ley

Autor: Keith Burton

Lecciones y Comentarios para la escuela sabática-Segundo trimestre_Abril - Junio de 2014

Compilador: Delfino J.
Sin fines de Lucro_completamente gratis sin recibir nada a cambio
 
Cristo y su Ley  
  1. Las leyes en los días de Cristo (Levítico 1:1-9; Deuteronomio 17:2-6; Lucas 2:1-5;Hebreos 10:28; Santiago 2:8-12)
2. Cristo y la Ley de Moisés (Éxodo 13:2,12; Deuteronomio 22:23,24; Mateo 17:24-27; Lucas 2:21-24; 41-52; Juan 8:1-11)
3. Cristo y las tradiciones religiosas (Isaías 29:13; Mateo 5:17-20; 23:1-7; 15:1-6; Romanos 10:13)
4. Cristo y la Ley en el Sermón del Monte (Mateo 5:17-37; Lucas 16:16; Romanos 7:24)
5. Cristo y el sábado (Génesis 2:1-3; Isaías 65:17; Mateo 2:23-28; Juan 5:1-9; Hechos 13:14; Hebreos 1:1-3)
6. La muerte de Cristo y la Ley (Hechos 13:38,39; Romanos 4:15; 7:1-13; 8:5-8; Gálatas 3:10)
7. Cristo, el fin de la ley( Romanos 5:12-21; 6:15-23; 7:13-25; 9:30-10:4; Gálatas 3:19-24)
8. La Ley de Dios y la ley de Cristo
9. Cristo, la Ley y el evangelio
10. Cristo, la Ley y los pactos
11. Los apóstoles y la Ley
12. La iglesia de Cristo y la Ley
13. El reino de Cristo y la Ley
 
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