Capítulo 8
El Descanso
Es posible que nuestra prisa nos dé segundad, pero también nos mantiene malnutridos. Nos impide probar aquellas cosas que nos harían sentir verdaderamente seguros. La oración, el toque respetuoso, la bondad, la fragancia: todas estas cosas pueden experimentarse en la quietud y el descanso, no en la prisa». üller
( Wayne Müller, Sabbath: Finding Rest, Renewal, and Delight in Our Busy Uves (New York: Bantam Books, 2000), p. 53.)
Cuando Dios creó nuestro mundo también inauguró el tiempo, tal como lo conocemos ahora. Para nosotros, los seres humanos, los movimientos de los astros regulan el tiempo. Una vuelta de la tierra alrededor de su eje determina la longitud del día. El mes depende de los movimientos relativos de la Tierra y de la luna, mientras que los movimientos relativos de la Tierra y el sol nos dan él año. Más tarde nosotros, los seres humanos, fuimos lo suficientemente inteligentes como para procurarnos las unidades menores de tiempo: horas, cuartos de hora, minutos, segundos. Más recientemente la ciencia ha introducido el concepto de nanosegundo (la milmillonésima parte de un segundo). Pero cuando «Dios creó los cielos y la tierra», también estableció otra unidad de tiempo, una unidad que no estaba relacionada con ningún movimiento de nuestro planeta, ni de la luna, ni del sol: la semana.
Para aquellos que no creen en el relato de la creación, el origen de la semana continuará siendo un misterio insondable. Los eruditos han realizado muchas investigaciones y especulaciones. Algunos han sugerido que ciertos pueblos antiguos tenían días de mercado, y que en algún lugar y momento nuestra sociedad realizó sus días de mercado una vez cada siete días, y que ese fue el tenebroso origen de la semana. Otros han propuesto teorías adicionales, pero no tienen pruebas sólidas para fundamentarlas. Como resultado, el origen de la semana y el día de descanso semanal deben seguir siendo un misterio, a menos que usted esté preparado para creer en el relato bíblico de la creación.
La historia de la creación sugiere que la semana de siete días es un arreglo fundamental. Usted no puede deshacerse de ella, no importa con cuánto vigor lo intente. Durante la Revolución Francesa, los franceses procuraron reemplazar la semana regular de siete días, por una de diez días. Pero no funcionó como los líderes revolucionarios esperaban que funcionara, y el gobierno abolió el experimento muy pocos años más tarde. A través de los siglos la humanidad ha hecho otros intentos de modificar el ciclo semanal. Recuerdo que en el año 1960 las revistas adventistas imprimieron muchos artículos acerca de una propuesta de calendario que resultaría en la inserción de días en blanco y, como resultado, perturbaría grandemente el ciclo regular del sábado. La conmoción que produjo esta campaña murió después de algún tiempo y muy pronto se olvidó. Sin embargo, un poco de investigación en Internet nos revela que la idea de reformar el calendario, aunque no tan dramáticamente como en el tiempo de la Revolución Francesa, todavía mantiene ocupadas a muchas mentes. Creo que podemos afirmar, sin embargo, que la invención divina de la semana es más fuerte que los intentos humanos de cambiarla.
La historia de la creación no solo nos da información del origen de la semana, sino también de la institución del sábado semanal en el día número siete. Cuando Dios vio que lo que había creado era «bueno en gran manera», «descansó» de crear, es decir, dejó de crear y le dio al séptimo día un significado especial. Lo hizo «santo» al ponerlo aparte. Sería, en lo sucesivo, un día honorable. Y de este modo instituyó el ritmo singular de seis días más uno que ha gobernado el flujo del tiempo desde entonces. Este es y será el pulso de la vida en el planeta Tierra mientras la humanidad viva en él.
Gracias a Dios por el sábado
En la actualidad encontramos más interés en el fenómeno del sábado del que ha existido durante mucho tiempo. En años recientes han aparecido muchos libros exaltando las virtudes de la observancia del sábado. No es difícil ver por qué existe una renovada fascinación por establecer un día regular de reposo. Después de todo, hablamos mucho de la administración del tiempo. Tenemos, por lo general, tanto que hacer, y el tiempo es, por lo general, penosamente breve. ¿Cómo podemos utilizar nuestro tiempo con más eficiencia? ¿Cómo podemos reducir la cantidad de tiempo que desperdiciamos? ¿Cómo podemos organizar nuestras prioridades de modo que dediquemos tiempo de calidad para aquellas cosas que son más importantes? ¿Cómo podemos aprender a trabajar metódicamente y delegar responsabilidades cuando sea posible? ¿Y cuándo podremos encontrar tiempo regular, en un mundo como este, para relajarnos un poco?
Muchos anunciaron la entrada de las computadoras como el principio de una nueva era en la cual difícilmente necesitaríamos más el papel, la longitud de nuestra semana de trabajo se reduciría drásticamente. Ambas predicciones han fracasado total y miserablemente. Al parecer consumimos más papel que antes, con nuestras cada vez más sofisticadas impresoras y fotocopiadoras, en más borradores preliminares de documentos cada vez más largos. Y es muy probable que el número de horas que tenemos que trabajar, en realidad se haya incrementado a más de cuarenta horas por semana, en vez de descender por debajo de las treinta, como muchos llegaron a creer.
Encontramos una extraña anomalía en la forma como experimentamos nuestro tiempo. Por un lado, vemos algo que podríamos llamar «la adoración del fin de semana". Ya no me asombro mucho cuando la gente comienza a desearme un buen fin de semana desde el jueves por la tarde en adelante. Sí, para muchos el fin de semana es el oasis en el tiempo en que viven. Cuando comienza el lunes, se considera que no faltan más que pocos días para que el próximo fin de semana llegue otra vez. Pero luego tenemos demasiadas cosas que hacer durante el fin de semana. Incluso lo que se supone que debe ser recreación, con frecuencia toma formas tan serias que comienzan a sentirse como un duro trabajo. Y además, a muchos de nosotros las preocupaciones del trabajo nos acompañan cuando cerramos nuestra oficina durante el fin de semana. Todavía tenemos mucho que leer, muchos informes que escribir,llamadas telefónicas que hacer y correos electrónicos que responder. La mayoría de los que trabajamos a un nivel gerencia! medio, o superior, sabemos cuan vagos son los límites que existen entre el tiempo de trabajo y el tiempo libre. Hace poco leí en algún lugar acerca de un hombre que volvió de sus vacaciones. «Listo de nuevo para trabajar», dijo, mientras cambiaba la laptop de la mochila de viaje a su lugar regular.
El mundo occidental parece que está herido por una epidemia de ataques al corazón, alta presión arterial y estrés que amenaza la vida. Nuestros médicos nos dicen que debemos aprender a bajar el ritmo si queremos sobrevivir. Debemos curarnos nosotros mismos de la infección con el virus mortal del vicio del trabajo. Una vez más hemos de aprender a escuchar el ritmo interno de nuestros cuerpos. En otras palabras, necesitamos redescubrir el verdadero descanso como un ingrediente regular de nuestra existencia física y espiritual.
Los adventistas tienen un mensaje para la gente que los rodea, que tiene una conexión directa con esto. No es nada nuevo, pero es «verdad presente». El mensaje es que el descanso que necesitamos está disponible para todos. El sábado semanal es el antídoto perfecto para una vida en la cual los deberes sociales y de trabajo nos mantienen cautivos, al parecer, sin ninguna vía de escape. El sábado nos recuerda que el trabajo y el deber tienen su lugar correcto. Es posible que, como resultado del pecado, el trabajo haya adquirido aspectos negativos, para algunos más que para otros. La tendencia hacia el exceso de trabajo y el peligro de convertirnos en esclavos de lo que hacemos, bien puede ser una forma contemporánea de la maldición ligada con el trabajo después de la caída de Adán (Gen. 3: 18). El sábado es la medicina que excede a todos los placebos atractivamente empacados con envoltura de diversión y recreación. El sábado nos capacita para poner el trabajo en verdad tras nosotros cada siete días. Y nos recuerda que, por importante que sea nuestro trabajo, la vida verdadera tiene más valor que la carrera y el dinero. Hay una forma en que de verdad podemos alejarnos del trabajo durante veinticuatro horas completas. Dios nos proporcionó un maravilloso método de escape por medio del sábado.
Descanso
El sábado es el día de descanso. Eso ciertamente incluye el descanso físico. Ciertamente es maravilloso liberarnos el viernes por la tarde y levantarnos un poquito más tarde el sábado por la mañana. Desde hace tiempo dejé de sentirme culpable por tomarme una siesta los sábados por la tarde. Pero «descansar» en el sentido bíblico es mucho más que un poquito de sueño. El texto clásico que nos presenta el descanso que el creyente puede disfrutar es, por supuesto, Mateo 11: 28-30: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil y ligera mi carga». El descanso genuino no es el resultado de desperezarse en el sillón de la sala, en una hamaca en el jardín o en el balcón. El descanso profundo que necesitamos es de origen divino. El «Señor del sábado» (Mar. 2: 28) proporciona ese descanso todo el tiempo, pero en particular lo hace durante su día de descanso.
En la Epístola a los Hebreos este concepto de descanso es muy importante. Dios quería que su pueblo de la antigüedad experimentara su «reposo» al entrar a la tierra prometida. Pero este reposo no implicaba que nunca más volverían a trabajar. Más bien, significaba que sus vidas estarían caracterizadas por una profunda sensación de satisfacción y sentido de realización, una preciosa experiencia de paz e intimidad con Dios. Pero las cosas no ocurrieron como Dios había planeado. El pueblo de Israel no «entró» en el reposo de la manera en que Dios había deseado que entrara. Su falta de consagración a Dios los mantuvo lejos del reposo prometido. Pero Dios nunca se dio por vencido. «Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios» (Heb. 4: 9). Un reposo tal, en plenitud, espera al pueblo de Dios en el más allá. Pero, significativamente, encontramos varios nexos en el capítulo 4 de Hebreos entre este «reposo» eterno y el sábado semanal en nuestro mundo actual. La misma palabra griega, sabatismos, que se utiliza para referirse a este reposo en el vers. 9 nos recuerda con toda claridad su conexión con el séptimo día. El séptimo día de cada semana nos presenta una visión previa, un gusto anticipado, de este reposo celestial que todavía está en el futuro.
Acordarte has de guardarlo santo
El mandamiento del sábado tal como se lo registra en Éxodo 20 comienza con una palabra preñada de significado: Acuérdate. Para nosotros, recordar es, antes que todo, una función del cerebro. Debemos recordar muchas cosas y a veces fracasamos miserablemente olvidando las más importantes. Algunos de nosotros tenemos una memoria que mejor otros. En la Biblia, la palabra que se traduce como «acuérdate», no se refiere primariamente a una función del lóbulo cerebral derecho. Cuando Dios nos asegura que se acuerda de nosotros, o cuando nos pide que lo recordemos, no significa que en algún momento nos ha olvidado, y que necesita que se le recuerde que todavía estamos allí y que todavía lo necesitamos. Su «recordar» tiene que ver con su activa manifestación de amor y compasión. A Israel se le instaba continuamente en los tiempos del Antiguo Testamento, a recordar lo que el Señor había hecho por ellos. Las fiestas anuales tenían esta función fundamental: detenerse, hacer una pausa, y considerar, individual y como comunidad, la forma en que Dios los había guiado y los había salvado en su amor y compasión. Los creyentes cristianos habrían de celebrar la Cena del Señor en forma regular, «en memoria» de lo que Cristo había hecho (Lúe. 22: 19). Aquí, una vez más, la Escritura no utiliza el elemento de «recordar» por accidente. Todavía tiene el mismo y profundo significado. No tomamos parte en el servicio de Comunión simplemente porque es una tradición antigua que no debemos olvidar. No, lo hacemos porque estamos profundamente inmersos en la experiencia. Estamos en contacto con una forma muy real del amor y la compasión divina.
El hecho de que Dios nos instruye y nos ordena a recordar el sábado, también tiene el significado de volver a algo que ya habíamos olvidado. Eso era verdad con relación a los israelitas en el desierto, cuando Dios les recordó la importancia del reposo semanal al no permitir que el maná descendiera el séptimo día. Al parecer, hacía mucho el pueblo de Dios había olvidado observar el sábado, y Dios necesitaba advertirles de que el ese mandamiento no se había abolido. Es posible que ese sea el caso para nosotros, o para algunas de las familias de la iglesia. Pero «recordar» el sábado implica mucho más. Es, primero y más importante, abrimos a la realidad del amor y la compasión de Dios hacia sus criaturas.
Recordamos santificando el sábado. La forma en que consideramos el sábado facilita nuestra experiencia de la realidad del amor compasivo de Dios hacia nosotros. Guardarlo «santo» significa ponerlo aparte, haciendo de él un día especial. Se dice que las personas y los objetos que tienen una función especializada en la adoración del Antiguo Testamento son «santos». Fueron separados para un uso especial y no podían utilizarse con propósitos ordinarios. También se dice que el pueblo de Dios en el Nuevo Testamento es santo. Evidentemente no son santos porque sean sin pecado o perfectos. Pero son santos, a causa del papel que desempeñan en el plan de salvación de Dios que los puso aparte. Más tarde volveremos a tratar con un poco más de detalles lo que implica santificar el día para los cristianos del siglo XXI.
Un símbolo de obediencia
Varios de los libros sobre el sábado que han aparecido últimamente contienen algunas declaraciones muy iluminadoras con relación al significado del sábado. Incluso, el papa actual nos ha sorprendido a muchos de nosotros en su último libro sobre la persona y la obra de Cristo, con sus notables declaraciones acerca del significado bíblico del sábado, y de lo que significa reconocer a Cristo como Señor del sábado. ( Pope BenedictXVI, lesus of Nazareth (Randera House, 2007).
) Pero, casi sin excepción, estos libros ignoran simplemente un aspecto crucial del sábado. Como regla, ellos suponen que no hay ningún problema al tomarse la libertad de cambiar todo lo que la Escritura dice acerca del sábado, al domingo. Por lo general, un breve comentario bastará para arreglar la situación: el domingo tomó gradualmente el lugar del sábado y la iglesia no vio ningún problema en aceptar esta transferencia y adoptar el domingo como día semanal de reposo. Después de todo, se añade, por lo general, el primer día es el día de la resurrección y es apropiado que los cristianos le presten una atención especial a ese día. La mayoría de la gente que llega a ser consciente de ese cambio humano del séptimo al primer día de la semana, no ve su profunda significación. Mientras guardemos un día cada siete días, dicen, no importa cuál día guardemos.
Los adventistas del séptimo día están en total desacuerdo con esa posición. El domingo y el sábado no son intercambiables, no importa lo que la gente pueda pensar. Dios es un Dios especial. Si él decidió «bendecir» un día especial, y lo declaró «santo», (Gen. 2: 3), ¿bajo qué criterio cuestionamos su juicio y declaramos que el asunto no es importante? ¿Podía Dios haber sido más explícito cuando le dictó las palabras del sábado a Moisés: «Mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas.
Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó» (Éxo. 20: 10, 11)?
Más claro no se puede hablar. Guardar el sábado, el séptimo día de la semana, es parte de los Diez Mandamientos, la constitución divina para la humanidad. Estos mandamientos retendrán su validez mientras exista este mundo. Cristo no vino a abolirlos, como algunos cristianos han sugerido erróneamente. Más que abolirlos, él nos asegura: «Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde perecerá de la ley, hasta que todo se haya cumplido» (Mat. 5: 18). Nosotros no podemos ser selectivos en cuanto a cuáles mandamientos decidimos obedecer o cuáles decidimos alterar o ignorar. «Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos» (Santo. 2: 10). Aquellos que desean pertenecer al pueblo de Dios cumplen este requisito: «Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús» (Apoc. 14: 12).
Un aspecto muy importante del mensaje adventista es comunicar de todas las maneras posibles la proclamación del «primer ángel»: «Adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas» (Apoc. 14:7). Incluso muchos que profesan creer en él han desacreditado la verdad de Dios como creador. Al guardar el sábado, el séptimo día de la semana, el pueblo de Dios continúa enfatizando su condición de Creador y todo lo que eso implica. Esto, según creen los adventistas, le añade una tremenda importancia al significado especial del sábado en este tiempo. Por lo tanto, ellos no vacilan al referirse al sábado como el sello especial de propiedad divina. El sábado proclama que Dios «posee» a su pueblo. Él los creó y los redimió. Como en los tiempos del Antiguo Testamento, cuando el sábado era una señal permanente del pacto de Dios (Éxo. 31: 13, 17); Eze. 20: 12, 20), así, en el «tiempo del fin» el sábado es una señal de lealtad a Dios, el Creador. Los cristianos adventistas se sienten privilegiados y están orgullosos de estar marcados con esa señal de lealtad. Es posible que a veces sea so-cialmente inconveniente; y puede ser que en un futuro cercano sea causa de mayores problemas si uno persiste en no seguir la corriente, pero ellos desean pertenecer al remanente: aquellos que han decidido no seguir la tradición humana. Ellos saben que sin importar cuales sean los problemas que afronten por causa del sábado vale la pena. Después de todo, él ha colocado sus bendiciones en este día. Solo mostrando nuestra lealtad a él, y siendo obedientes a lo que él ordena, podemos disfrutar la plenitud de sus bendiciones.
Cuándo y cómo guardar el sábado
Es importante que sepamos cuándo guardar el sábado. Pero igualmente es importante saber cómo celebrar este día especial que Dios ha puesto aparte. Uso la palabra celebrar por varias razones. En verdad los cristianos tienen mucho que celebrar. Dios nos creó, y somos, por lo tanto, sus criaturas que tenemos el privilegio de llevar su imagen. Pero, como seguidores de Cristo, también sabemos que hemos sido redimidos. La versión de los Diez Mandamientos en Deuteronomio 5 enfatiza este aspecto. Dios dijo a Israel: «Acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Jehová tu Dios te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido» (vers. 15). No importa cuál forma haya tomado nuestro Egipto, las palabras están dirigidas a nosotros tanto como a los israelitas. Los Diez Mandamientos nos recuerdan que somos dos veces suyos: ¡por creación y por redención! Por tanto, sí, hay muchas razones para celebrar.
Pero, en concreto, ¿cómo hemos de celebrar? ¿Cómo podemos santificar el sábado? ¿Cómo podemos disfrutar el día del Señor y llamarlo «delicias» (Isa. 58: 13)? Muchos de nosotros debemos admitir que no siempre hemos tenido éxito al respecto. Algunas segundas o terceras generaciones de adventistas, piensan en muchos de los «no hagas esto, no hagas lo otro» que rodeaban la observancia del sábado, en el hogar de sus padres, y por lo tanto, no siempre recuerdan los sábados de su juventud como una delicia, y muchos estudiantes adventistas universitarios, por desgracia, no sienten que disfruten «inmensamente» el sábado.
El recordatorio del texto que acabamos de citar de Isaías, también ha dado como resultado mucho sentimiento de culpabilidad. Después de decirle a su audiencia que el propósito del sábado es que sea una delicia, el profeta le dice al pueblo que en el séptimo día no hemos de seguir nuestros «propios caminos» ni hablar nuestras «propias palabras». ¿Qué significa todo esto? ¿Nos mete todo eso en una camisa de fuerza que apenas nos deja espacio para respirar?
También recordamos otros pasajes del Antiguo Testamento que nos llenan, más bien, de temor, que de delicia. ¿Qué hacemos, por ejemplo, con una historia como la que está registrada en Números 15, en la cual leemos que un israelita sorprendido recogiendo lena en un día de sábado, y que fue llevado ante Moisés y Aarón, y luego se determinó que el hombre debía de ser castigado? Como resultado, la congregación lo apedreó hasta que murió (vers. 32-36). ¿Qué hacemos con esto?
En general, debemos concluir que sabemos muy poco con relación a la forma en que la gente ha observado el sábado a través de los siglos. Con frecuencia no lo guardaron en lo absoluto. A veces los profetas del Antiguo Testamento expresaron serias advertencias contra el enfoque vacío, ritualista del sábado, denunciado como «iniquidad» (Isa, 1: 13). Sabemos que para el tiempo de Cristo la observancia del sábado se había convertido en algo extremadamente legalista, con una larga lista de categorías de actividades prohibidas en ese día. Las implicaciones fueron con frecuencia casi absurdas. Un día que Jesús salió a dar una caminata con sus discípulos, ellos recogieron algunas espigas de trigo, las frotaron en las manos y comieron algunos granos. Los críticos de Jesús clasificaron inmediatamente aquella acción como «cosechar», una de las categorías de trabajos que estaban estrictamente prohibidas durante las horas del sábado (Lúe. 6: 1-5). A partir de todo lo que leemos en el Nuevo Testamento, es claro que el enfoque del sábado que tenía Jesús era muy diferente al que tenía la mayoría de los dirigentes espirituales. Esto es, por ejemplo, muy visible en muchos de los milagros de sanidad que Jesús realizó en sábado. Jesús no dejó ninguna duda de que él no tenía intención de abolir la ley de Dios. Más bien, hizo énfasis en su intención de hacerla más profunda. Los mandamientos no solo se interesan en nuestras acciones externas, sino también en nuestros motivos más profundos (véase Mat. 5: 21-48). Pero lo más importante es que enseñó a sus discípulos que el propósito del sábado es, principalmente, construir una relación con él, que es «Señor del sábado» (Mar. 2: 28).
Sin embargo, todavía tenemos que afrontar la cuestión práctica del ¿cómo se debe observar el sábado? ¿En qué forma exacta recordamos el sábado para santificarlo? He viajado a muchas partes del mundo, y he encontrado que los adventistas difieren ampliamente en la forma en que intentan hacer esto. Las cosas consideradas en algunos países como absolutamente inapropiadas para hacerlas durante las horas del sábado, otras partes del mundo las consideran como bastante apropiadas. Algunas formas de recreación durante el sábado en algunos lugares son vistas con ceño en otros, mientras que en un tercer lugar son parte
del patrón regular de la observancia del sábado. En algunas regiones el asunto de pagar o no dinero para participar en algunas actividades es el factor determinante, mientras que en otras partes, los miembros de la iglesia no lo ven como algo muy importante. Hace algunos años May-Ellen Colon, asistente departamental en la Asociación General, escribió su tesis doctoral sobre este tema. ( May-Ellen Colon, Sabbath-keeping practices and factors related to these practices among Seventh-day Adventistí in 51 countries. Tesis doctoral no publicada (Andrews University, 2003). Su estudio nos proporciona una sólida confirmación académica de que lo que yo, y muchos otros, hemos experimentado mientras viajamos alrededor del mundo. ¿A qué conclusión podemos llegar? ¿Es todo aceptable, siempre que nos sintamos bien al respecto? ¿O deberíamos enviar un mensaje de severa advertencia a las otras regiones del mundo para decirles a nuestras hermanas y hermanos que deberían desistir de sus errores y comportarse como nosotros lo hacemos? Permítanme, al concluir este capítulo, hacer algunas sugerencias.
«Santificar» o «poner aparte», no es algo que ocurre por accidente. Exige un esfuerzo intencional y continuo. Con frecuencia algunos han utilizado la metáfora de poner un «cerco» alrededor del sábado, y de esta manera mantener algunas cosas adentro y otras afuera.
La Biblia es nuestro guía para descubrir los principios fundamentales de la observancia del sábado, y nosotros creemos que tenemos una guía adicional en los escritos de Elena G. de White. Debemos identificar con cuidado los principios guiadores subyacentes y aplicarlos a nuestra situación en el siglo XXI. (Solo un ejemplo sencillo: Cuando el mandamiento me ordena no «codiciar» el asno de mi vecino, yo inmediatamente creo que tiene algo que ver conmigo y con el Porsche o BMW de mi vecino.)
Lo que conservamos dentro del «cerco» o dejamos fuera de él, depende, en cierta medida, de nuestra historia y cultura. (Como vivo en un país que en un tiempo fue predominantemente calvinista es probable que mi observancia del sábado muestre algunas similitudes con la forma en que muchos protestantes ortodoxos acostumbraban a guardar el domingo).
La comunidad de la cual somos parte desempeña un papel determinante del lugar donde ponemos el «cerco». Con esto no quiero decir que no hemos de ejercer nuestro poder de elección, sino que el ser parte de una comunidad indudablemente influye sobre nosotros.
Las cosas que elijo hacer en sábado, o decido incluir, pueden diferir de las que alguien puede decidir incluir o excluir. (Como recibo cien o más correos electrónicos durante cada día de la semana, puede ser que decida mantener mi laptop cerrada durante el sábado, mientras que otros pueden decidir que es el mejor día para mantenerse en contacto con sus amigos y familiares).
Tenga cuidado de los extremos: (a) legalismo y (b) descuido. Ambos destruirán las bendiciones del sábado.
Todo se resume en que debemos asegurarnos de que el sábado esté lleno de cosas buenas: adoración, compañerismo cristiano, familia, amigos. Si todo eso tiene la prioridad, todo lo demás cae dentro de su lugar correcto.
Y, cuando otros no siguen con exactitud el mismo patrón o modelo que sigue usted, decida no juzgarlos. Es posible que ellos estén en lo correcto, y que usted esté equivocado.
Finalmente, deje lugar para el crecimiento. Es posible que usted haya crecido y madurado con los años en su forma de santificar el sábado. Dé a otros el mismo espacio para el mismo proceso de crecimiento.
Cuando todo esto se ha dicho y hecho, es crucial que lleve el espíritu del sábado a los otros días de la semana. El espíritu de adoración y la nueva actitud hacia nuestro trabajo diario que el sábado promueve, pueden proporcionarnos una gran bendición para cada hora de cada día de la semana.
Fuente:
http://www.escuelasabatica.cl/2009/tri2/lecc8/leccion.htm