LIBRO COMPLEMENTARIO: “Palabra Clave de la FE CRISTIANA”
AUTOR: REINDER BRUINSMA
CAPITULO 2: La Fe
«Ciertamente, la fe es un precioso tesoro de inestimable valor. No es superficial. El justo vivirá por la fe una vida como la de Cristo, verdaderamente espiritual. Es a través de la fe que se suben los escalones, uno a la vez, en la escalera del progreso. La fe debe ser cultivada. Une a la naturaleza humana con la naturaleza divina». (Elena G. de White, Our High Calling, p. 67.)
La fe es una palabra que tiene diferentes matices de significado. Hablamos, por ejemplo, de la fe cristiana, o más específicamente, de la fe católica, la fe bautista o la fe adventista, etc.
Cuando se usa en ese sentido, la palabra fe se refiere a un conjunto de doctrinas o a una serie de creencias. Aquellos que se adhieren a la fe cristiana son miembros de una iglesia cristiana o se consideran como miembros, en mayor o menor grado, de la tradición cristiana. Esta expresión también puede usarse en su forma plural. Por ejemplo, existen diferentes tipos de fe; comunidades de fe o sistemas religiosos.
Este capítulo no usará la palabra «fe» como un término que ayuda a clasificar personas de acuerdo a sus convicciones religiosas, sino en su significado más profundo, donde solo podemos emplearla en el singular. Pensaremos en la fe como un don que está dentro de nosotros, como confianza. Desde ahora admito que no es fácil encontrar una definición de fe que sea satisfactoria y que pueda considerarse final y definitiva. La confianza puede tener diferentes gradaciones. Podemos confiar en las cosas o en el clima. Yo tengo fe en el puente que cruzo o en el motor de mi automóvil. Yo veo las noticias en la televisión y puedo decidir confiar en los pronósticos del tiempo (al menos hasta cierto grado). Puedo confiar en mí y en mis propias capacidades (que sea sabio o no hacerlo, es otro tema). Puedo poner mi confianza en mis amigos y en mis colegas, en mis hijos y en mi esposa. No es difícil ver que la confianza en mi hijo o mi hija opera en un nivel diferente que la confianza en el horario y del tren. Cuando confío en una persona el aspecto de la relación entra en el cuadro.
La fe en Dios es confianza relacional en su nivel más elevado. No es creer, primariamente, en algunas verdades relacionadas con Dios, sino creer en Dios (quien es absolutamente digno de confianza) y entrar en una relación íntima con él. La palabra «fe» y su forma relativa «fiel» aparecen más de seiscientas veces en la Biblia. El autor de la Epístola a los Hebreos nos proporciona, sin embargo, el único ejemplo en el cual la Escritura intenta dar una definición de esta palabra. Fe, de acuerdo con esta descripción, es «la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve» (Heb. 11: 1).
De modo que la fe, en su pleno significado bíblico, es una certeza interna sobre la cual uno puede basar una relación íntima. Es mucho más que tener confianza en un libro, aunque ese libro se llame la Biblia. Y es mucho más que tener confianza en una iglesia, aun si esa iglesia se llama Iglesia Adventista del Séptimo Día. La fe salvadora, el tipo de fe que en verdad cuenta, es confiar en el Dios viviente del universo y en su fiel cuidado por mí. La fe que identificará a los creyentes en la etapa final de la historia de este mundo como el pueblo remanente no es la fe en una larga lista de doctrinas, por muy importantes que sean, sino la fe en una Persona. Ellos expresan su lealtad y confianza en Dios a través de la observancia de sus mandamientos y la fe de Jesús (Apoc. 14: 12; 19: 10).
La fe como un don
Tener fe parece bastante natural, porque tenemos fe en todo tipo de cosas y, a menos que seamos extremadamente suspicaces y desconfiados ponemos nuestra fe en otras personas. Pocos de nosotros iríamos a ver al odontólogo si no confiáramos en su capacidad para encontrar lo que anda mal con nuestros dientes y después hacer algo al respecto. Y tampoco pondríamos una carta en el buzón si no tuviéramos un razonable grado de fe en el servicio postal, aunque mucha de esa fe es a veces puesta a prueba.
Pero cuando se trata de la relación más importante que uno pueda imaginar, la fe en Dios, muchos dirán que ellos simplemente no tienen esa fe y además no tienen la menor idea de lo que podrían hacer para «obtener» esa fe. «Obtener» es en realidad la palabra adecuada. Porque la fe no es el resultado de un trabajo arduo, de lecturas hasta altas horas de la noche o de una profunda meditación. La fe es más bien un don gratuito, por el cual no obtenemos ningún crédito personal (Efe. 2: . Eso no significa tampoco que la lectura y la meditación (y la oración en particular) no tengan lugar en el proceso de recibir el don de la fe. La fe dice Pablo viene por escuchar el mensaje de las Buenas Nuevas (Rom. 10: 17). De modo que cuando nos colocamos en una posición en la que podemos escuchar la Palabra de Dios, cuando escuchamos a un amigo leer la Biblia, o cuando visitamos una iglesia o abrimos la mente para encontrar a Dios en la naturaleza, todo eso hará más que probable que el don venga en su estela.
Algunos parecen resistir el don de la fe o quieren tenerlo solo en sus propios términos, es decir, sin intervención de nadie.
La fe tiene una cierta cualidad infantil (Sal. 116: 6; Luc.10: 21). Los niños no regatean cuando un regalo gratuito está al alcance de sus manos. Simplemente se lanzan hacia adelante para asirlo con ambas manos. Mantenerse abierto hacia el don es esencial. Pero aferrarse a él es también crucial. Porque usted puede perder su fe, tal y como les ha ocurrido a una gran cantidad de personas de las generaciones de ayer y de hoy en el mundo occidental. El deseo infantil por el don parece haber sido sustituido en gran medida por una flagrante y descarada desconsideración por algo simple, y por un deseo superficial de cosas que están más a la moda. Pero podría haber también buenas nuevas. En particular, entre la generación joven postmoderna la apertura interna por la religión está volviendo, y la fe está una vez más en la lista de deseos.
Fe y evidencia
La definición que se encuentra en el capítulo once de la Epístola a los Hebreos se refiere a la prueba. Fíjese que el texto no declara que tenemos una gran cantidad de excelentes ejemplos de fe de donde podemos sacar apoyo para corroborar la nuestra. Más bien, afirma que la fe misma es la prueba. Indica que las cosas que todavía no se ven, las cosas que están en otro reino, las cosas que son espirituales, se disciernen es-piritualmente (1 Cor. 2: 14).
Sin embargo, la pregunta es: ¿Cuánta prueba tenemos para nuestra fe? ¿Tenemos un «firme fundamento» sobre el cual podemos edificar confiadamente? Sí, pero no importa cuan fuerte sea esta «fundamento», no es absoluto. Uno podría preguntar: ¿No es la Biblia una prueba inconmovible de nuestra fe en Dios? ¿No tenemos la palabra profética que es mucho más segura (2 Ped. 1:9)? ¿No confirma «la arqueología» al «libro»? ¿No son los resultados de la arqueología bíblica suficientes para convencer a la más escéptica de las personas? ¿Y no continúan los grandes argumentos clásicos de la existencia de Dios proporcionando un formidable fundamento lógico que sigue siendo tan válido como siempre? ¿O se han convertido todas las verdades en algo totalmente relativo en el clima postmoderno de la actualidad?
Todas estas líneas de razonamiento siguen teniendo valor. Pero, en última instancia, no ofrecen una prueba absoluta e inconmovible. Nuestros estudios proféticos nos proporcionan grandes percepciones, pero ellos también nos dejan frecuentemente con preguntas sin respuestas. No todos los hallazgos de la arqueología bíblica se adaptan nítidamente a la cronología que hemos establecido, y a veces tenemos que decidir suspender nuestro juicio y permitir que los misterios permanezcan. Además, las grandes pruebas de la existencia de Dios pueden convencer a la gente en el sentido en que la lógica exige que haya un Dios; pero no los conducen automáticamente al Dios personal de Abraham, de Isaac, y de Jacob; el Dios al que conocemos como el Padre de nuestro Señor Jesucristo.
Enfrentemos el hecho: ¿Qué evidencia convincente puede haber del verdadero valor de una íntima relación humana? Del mismo modo, cuando tratamos de comprender las cosas que pertenecen al reino de lo divino, todas las comparaciones, en el mejor de los casos, se aplicarán parcialmente. Consideremos por un momento las relaciones entre una esposa y su esposo. Supongamos que estamos hablando de un matrimonio sólido y satisfactorio. Pero, ¿qué indiscutible prueba tienen estas dos personas de que su relación es real, y que es verdaderamente una relación de amor?
Escribo estas líneas en el cuarto de visitas de un colegio donde dicté algunas clases durante algunas semanas. Mi esposa se había quedado en casa. Nosotros nos comunicamos diariamente por correo electrónico y por teléfono. Si bien no albergo duda alguna de que mi esposa me ama y que no me engaña, ¿cómo puedo estar tan seguro de eso? Ella podría estar viendo a un amante en secreto en este mismo momento, sin ningún riesgo de que yo la descubra. Cuando vuelvo a casa y ella me dice que me ha echado de menos, bien podría estar fingiendo de manera muy convincente. O bien podría besarme, mientras sus pensamientos se imaginan a alguien a quien encuentra más atractivo y con quien le parece más agradable estar. Sin embargo, yo descarto todas estas posibilidades. Creo que tengo suficiente razones para pensar que ella continúa amándome. Tenemos una relación que no requiere ninguna verificación adicional. De hecho, si yo buscara otro tipo de evidencia absoluta, dañaría seriamente nuestra relación. Por ejemplo, yo podría emplear a un detective secreto para que vigilara a mi esposa mientras yo estoy ausente. El informe del detective puede ser totalmente convincente, pero no me gustaría compartirlo con ella. La misma existencia de ese documento de prueba dañaría gravemente las relaciones de confianza que existen entre nosotros.
Entiendo que la comparación es imperfecta, pero tiene una importante utilidad. Mi relación con mi esposa no necesita la prueba provista por un ojo privado. Más bien, yo conozco la realidad de la relación por experiencia, y no necesito más pruebas para convencerme de que el amor entre los seres humanos es un sentimiento real y maravilloso. La fe en Dios no necesita una prueba absoluta tampoco. La relación de fe entre nosotros y Dios es una prueba del amor divino que siempre continuará buscándonos.
Fe y razón
Muchos libros tienen títulos que combinan las palabras «fe» y «razón», e incontables conferencias y seminarios exploran la relación entre estos dos conceptos. Son parte de la antiquísima, y todavía no concluida, discusión relacionada con hasta qué grado podemos armonizar el contenido de la fe cristiana tradicional con los hallazgos de la «ciencia» moderna. Algunos argüirán que esta es una empresa inútil. La fe, dicen ellos, no funciona en el mismo plano que la ciencia, y que ambos campos se relacionan con su propio tipo de verdad. Muchos cristianos, incluso, se han vuelto suspicaces ante todos los esfuerzos intelectuales, y ante los resultados de la ciencia moderna. Tienden a separar la fe de la ciencia, diciendo: ¡Si lo que usted cree entra en conflicto con lo que usted aprende de la ciencia, elija la fe y abandone la ciencia!
Otros manifestarán vehementemente su desacuerdo. Sostendrán que la fe (teología podría ser en este contexto un mejor término) y los estudios de la ciencia son una y la misma realidad. Si bien pueden tener diferentes métodos y pueden trabajar con diferentes premisas, finalmente ambos tratan de descubrir más acerca de la misma verdad. Esta es una posición que sostienen la mayoría de los eruditos adventistas, aunque poco a poco muchos han llegado a percibir que nuestro conocimiento humano es tan fragmentario que debemos esperar que nos deje con muchas preguntas sin respuesta y, por lo tanto, no hemos de alarmarnos de inmediato si los hallazgos científicos del momento no parecen concordar perfectamente con nuestras posiciones teológicas. Pero cualesquiera que sean las dificultades que permanecen o cualquiera que sea el cambio de paradigma que se necesite, el estudio de nuestro mundo y de nuestro universo no está en lucha contra la fe. Los cielos (y las partículas subatómicas y todo lo que queda en medio) cuentan maravillosamente «la gloria de Dios» y «el firmamento anuncia la obra de sus manos» (Sal. 19: 1).
La cuestión de la relación entre la fe y la razón tiene un aspecto que puede ser más importante. ¿Cuan racional es nuestra fe? ¿En qué grado nuestras relaciones con Dios dependen de nuestra capacidad para comprender quién y qué es Dios? Es tener fe compatible con la razón, o es la fe irracional y un asunto principalmente de emoción, de sentimientos, de un sexto sentido, o de algo en esa esfera?
Por definición, los cristianos deben ser personas pensantes. Las Escrituras dicen que deben amar a Dios con sus mentes (Mat. 22: 37). No todos los cristianos viven a la altura de esto. Se le atribuye al famoso filósofo Bertrand Russell decir que: «Muchos cristianos preferirían morir que pensar. De hecho, lo prefieren». ( Esta cita se atribuye a Bertrand Rusell, pero su origen es desconocido.)
Esto ha sido especialmente cierto en los círculos evangélicos. Quizás el título de un libro que causó mucho revuelo resumió muy bien este asunto: El escándalo de la mentalidad evangélica, escrito por Mark Knoll ( Mark Knoll (Grand Rapids: Eerdmans Publishing Co, 1994). Muchos cristianos evangélicos han argüido que el mucho conocimiento es peligroso. ¿No dijo Pablo que el conocimiento «envanece» (1 Cor. 8: 1, 2), que tiende a la arrogancia y a la pérdida de la fe? Sin embargo, el apóstol no dijo que todo pensamiento es negativo y que no es aconsejable. No se opuso al buen pensar, sino al pensamiento inexacto. Pablo quería que seamos intencionales en nuestro pensar. «Finalmente, hermanos, piensen en todo lo que es verdadero, honorable y recto» (Fil. 4: 8, Biblia en lenguaje sencillo). Y cualquier cosa que hagan, háganlo para la gloria de Dios. Por tanto, usen sus mentes para su gloria.
Con esto no queremos decir que el pensamiento humano es la respuesta para todo. Y aquí volvemos a la cuestión de «nuestro firme fundamento». Es un tema que no podemos tratar adecuadamente en un capítulo tan corto como este. Pero permítanme expresar lo que es mi convicción, y luego sugiero que usted tome algún tiempo para pensar al respecto. Los seres humanos son seres racionales. Cuando el famoso filósofo R. Descartes (1556-1650) lanzó su dicho: «Pienso, luego existo», la era de la Ilustración que elevó la razón humana hasta ocupar una posición suprema, había comenzado. Antes de Descartes, la razón ya tenía una posición importante. Anselmo, el gran teólogo medieval, había dicho: «Creo para poder comprender». Pero ahora la ecuación cambió y la filosofía cartesiana propuso, de hecho, que debemos organizar la frase de la siguiente forma: «Solo creo lo que puedo comprender».
La religión cristiana en sus diversas formas llegó a ser una religión sumamente racionalista. Esto fue cierto del protestantismo en particular, y el adventismo está definidamente incluido. Los adventistas estudiaron (no leyeron) la Biblia para hacer la diferencia entre la verdad bíblica y el error de la tradición eclesiástica. Ellos construyeron un sistema doctrinal que era coherente y lógico. Como resultado, defendieron sus posiciones con fervor y se deleitaban porque en los debates religiosos sus argumentos, por lo general, se alzaban con la victoria. Estaban convencidos
Autor de las Lecciones de Escuela Sabática 2do. Trimestre de 2009: Reinder Bruinsma
Fuente: http://www.escuelasabatica.cl/2009/tri2/lecc2/leccion.htm
Comentarios de lecciones anteriores (2008), por Delfino J.
http://groups.google.com.mx/group/fino2008escuelasabatica/files
http://comentariosdeescuelasabatica.blogspot.com