Lección No. 03
La Esperanza
Capitulo 3
Para 18 de abril de 2009
«Yo no sé cuándo mi Señor vendrá
Si en la noche o al mediodía,
Ni sé si he de caminar con él en el valle
O encontrarme con él en el aire.
Pero yo sé en quién he creído,
Y estoy persuadido que es capaz
De guardar lo que le he encomendado
Para aquel gran día».
Hace poco dicté una clase como parte de un programa de maestría para pastores. El título del curso era «cómo dirigirse a la mente contemporánea». Los estudiantes venían de culturas totalmente diferentes. Después de enseñar la clase en múltiples ocasiones, comprendo mucho mejor cuan difícil es dialogar sobre la «mente contemporánea» con un grupo tan diverso de estudiantes, algunos procedentes de Estados Unidos y de Europa Occidental, otros procedentes de lo que una vez se llamó Europa Oriental (región a la cual ahora se la llama «Europa Central»), algunos del África Subsahariana y otros de países como Pakistán y Egipto. En uno de los períodos de clases tratamos la perspectiva que la gente tiene del futuro. Uno de los estudiantes de mayor edad procedente de Pakistán hizo una interesante observación.
Nos dijo que cuando él vivía en Pakistán, sus hijos estaban muy seguros di- que querían ser médicos o maestros. Pero ahora que ya tenia cinco años viviendo en Gran Bretaña, son mucho menos ambiciosos y lo más que esperan es terminar la escuela de nivel medio y encontrar un empleo.
Su comentario ilustra el cambio fundamental que se ha producido en el mundo occidental en las últimas décadas. Yo pertenezco a una generación que todavía era muy optimista y ambiciosa en cuanto al futuro. Nuestros padres estaban convencidos de que sus hijos harían mucho mejor que ellos en la vida. Nosotros obtendríamos una educación muy superior a que la ellos pudieron alcanzar. Y también encontraríamos mejores empleos y lograríamos un mejor nivel de vida. En muchos casos, nuestros padres vivieron para ver cumplidas sus expectativas. Pero mi generación ahora tiene hijos que ya andan los cuarenta, y algunos tienen nietos que están listos para iniciar su educación secundaria. ¿Qué vemos? La presente generación joven en el occidente ya no cree que logrará alcanzar un nivel de vida más alto que el de sus padres. Incluso hay algunos que no están seguros si quieren hacer «mejor» que sus padres, si ese «mejor» implica, como ellos temen, una vida más competitiva y llena de estrés. La generación post-Segunda Guerra Mundial iba a construir una nueva sociedad, pensaban que lo único que podrían hacer sería mejorar las cosas. Pero aquellos que están creciendo y comenzando a estudiar una carrera a principios de este siglo XXI dudan mucho de que hayan heredado el tipo de mundo que puede producir felicidad futura. Observan el desbarajuste político y las amenazas ecológicas alrededor del mundo; notan el consumismo superficial y la imparable amenaza contra los valores tradicionales, y reconocen que un gran porcentaje de la población de la tierra, que continúa creciendo a un ritmo alarmante, no comparte la abundancia que tantos otros disfrutan. Y ellos saben que la temeraria y peligrosa explotación de los recursos de la tierra no es sostenible.
Es posible que no veamos el upo de desesperación generalizada que los filósofos existentialistas como Jean Paul Sartre predijeron, pero ciertamente una preocupación y un pesimismo generalizados ensombrecen el futuro. Y aunque muchos todavía no dirían que la vida es demasiado mala, un número asombroso de personas encuentran que su experiencia interna se caracteriza por estar vacías y sin sentido. Algunos de los países que fueron parte de la ex Unión Soviética ahora tienen el nivel más elevado de suicidios en el mundo. La alocada esperanza que dominó a aquellos países cuando «el muro» se derrumbó, se disipó rnás rápido de lo imaginable y ha dejado a gran parte de la población frustrada y, en muchos casos, peor de lo que estaban antes.
¿Qué es esperanza?
La gente utiliza con mucha frecuencia la palabra «esperanza» en forma superficial. Un gran abismo se extiende entre la profunda esperanza que se nos presenta en la Biblia y la así llamada esperanza, superficial y vacía, que alberga gran número de personas en el mundo que nos rodea. Aquellos que compran su boleto de lotería mensual o semanal, esperan que esta vez se sacarán el premio mayor. Sin embargo, su esperanza no es más que un juego de azar, y la posibilidad de que realmente ganen el premio mayor es más o menos lo mismo que encontrarse diez billetes de cien dólares en el cesto de la basura en la oficina.
Bíblicamente la esperanza no es lo mismo que ser optimistas, como esperar que un proyecto en el cual hemos estado trabajando alcance el éxito. La planificación que se hizo y las habilidades de los que lo ejecutaron determinarán en gran medida si el proyecto saldrá bien o no. Incluso si el proyecto es de naturaleza religiosa y la gente ha invertido mucha oración, además de sudor, la esperanza de que dicho proyecto termine bien no es lo mismo que el tipo de esperanza que tenemos con respecto a la segunda venida de Cristo. No debemos confundir vivir en esperanza, en el pleno sentido cristiano del término, con el pensamiento de la fácil posibilidad de la psicología o de los predicadores del evangelio de la riqueza y la salud que envían su hábil e ingenioso mensaje alrededor del globo. La esperanza de que la quimioterapia detendrá la violenta arremetida del cáncer, por alentadoras que sean las estadísticas, no es lo mismo que la esperanza cristiana de vida eterna.
La esperanza está íntimamente ligada con la fe. El teólogo alemán Jürgen Moltmann define la esperanza bíblica como una esperanza que cree. «La esperanza no es nada más», escribe Moltmann, citando a Juan Calvino, «que la expectación de aquellas cosas que la fe ha creído que fueron verdaderamente prometidas por Dios. Así, la fe cree que Dios es verdadero, la esperanza espera el tiempo cuando esta verdad se manifestará». Luego añade sus propias palabras: «Sin el conocimiento de Cristo de da la fe, la esperanza se convierte en una utopía y se queda volando en el aire. Pero sin esperanza la fe se haré pedazos. Es a través de l.i ir que el hombre encuentra el sendero de la verdadera vida, pero solo la esperanza puede conservarlo en ese sendero. Es así como la fe en Cristo da su seguridad a la esperanza. Es así, también, como la esperanza da a la fe en Cristo su aliento y así conduce a la vida». *
La esperanza y el segundo advenimiento
La esperanza del cristiano adventista culmina en la expectación dei retorno de Cristo a esta tierra, en ese momento el creyente obtendrá su descanso eterno en la vida real, Dios purificará la tierra del pecado y el proceso de mil años de restauración total de la perfección divina se pondrá en marcha. «Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo» (Tito 2: 13). Nada puede dar esa seguridad suprema de que los problemas de la humanidad finalmente serán resueltos. ¿Quién puede creer verdaderamente que los políticos van a ordenar todas las cosas en forma definitiva? E incluso si fueran capaces de conseguir la paz mundial, ¿cómo harían para deshacer el daño ecológico que le hemos hecho a nuestro planeta? ¿Existe alguna razón para pensar que la ciencia resolverá todos nuestros problemas? Sí, la ciencia puede extender nuestro promedio de vida en diez o doce años, pero todavía continuaremos mirándole la pálida cara a la muerte.
Es cierto que veinte siglos han pasado desde que Cristo hizo su solemne promesa: «Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis» (Juan 14: 3). Al parecer los apóstoles esperaban que esto tuviera lugar dentro de pocos años. Pablo habla de «nosotros, los que vivimos» (1 Tes. 4: 17) en ei momento del retorno de Cristo, indicando claramente de que había al menos una posibilidad de que Jesús regresaría a la tierra en los días del apóstol. Desde entonces los cristianos han tomado la promesa de Jesús, «ciertamente vengo en breve, amén» (Apoc. 22: 20) al pie de la letra y han interpretado «pronto» en una forma muy humana. Con frecuencia no han sido capaces de resistir la tentación de calcular fechas específicas. Y con !a misma frecuencia han quedado amargamente chasqueados, y han comprendido, a veces demasiado tarde, que tales cálculos son fútiles, puesto que nadie sabrá jamás con anticipación cuando sonará la hora final. Cristo mismo lo hizo bien claro: «Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino solo mi Padre» (Mat. 24: 36).
Los adventistas del séptimo día han predicado el mensaje dei pronto retorno de Jesús durante más de ciento sesenta años. Poco a poco, más y más líderes y miembros comunes de la iglesia están comenzando a preguntarse, y a expresar sus preocupaciones, de cómo podemos mantener la urgencia de nuestro mensaje después de un período tan largo de tiempo. Los escritores adventistas han publicado muchos libros que tienen que ver con la «aparente» demora. Aunque Cristo nos advirtió de que no fuéramos como ei siervo malo que descuidó sus deberes porque pensaba: «Mi Señor tarda en venir» (Mat. 24: 48), todavía luchamos con la tentación de unirnos con los «burladores» en sus argumentos «¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así, como desde el principio de la creación» (2 Ped. 3: 4).
Ciertamente, nuestra paciencia ha sido probada. Y por una buena razón. Dios «es paciente para con nosotros», dijo Pedro a los cristianos del primer siglo, así como a nosotros. El amor de Dios es la clave para comprender la aparente demora. «No queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento» (2 Ped. 3: 9). El discípulo nos recuerda nuestro frecuente error de pensar demasiado en términos humanos cuando pensamos acerca de las relaciones de Dios con nosotros. El hecho de que nosotros vivimos vidas tan cortas condiciona nuestro concepto del tiempo. Para nosotros «pronto» debe significar dentro de muy pocos años. Sin embargo, para nuestro Dios eterno el tiempo es un elemento completamente diferente. «Mas oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es corno mil años, y mil años como un día» (2 Ped. 3: .
Los cristianos adventistas no deben perder su esperanza. No obstante, muchos de nosotros tenemos que aprender a ser más pacientes. Es decir, después de todo, ¿no estamos viviendo en los últimos días, en el tiempo del fin? ¿Y no nos dicen las señales de los tiempos que la venida de Cristo está «muy está cerca, a las puertas» (Mat. 24: 33)? Sí, ciertamente, pero al mismo tiempo hay un cuadro más amplio. El teólogo adventista Ion Paulien nos ha hecho un tremendo servicio poniendo el pensamiento del tiempo del fin en una perspectiva bíblica más de lo que muchos de nosotros jamás habíamos visto.(Ver fon Paulien, WhaL ihe Bible Says About the End-time (Hagersíown, Md.: Review and Herald Publishing Association, 1994).)
El explica que, en un sentido, el pueblo de Dios siempre ha estado viviendo con «el fin» dei tiempo en mente. Ellos siempre han enfrentado la constante tensión entre el que es y el que va a venir. Esto no quiere decir que la historia no tiene movimiento. Inevitablemente nos estamos acercando más y más al gran final. Pero todavía no sabemos «cuál es el día o la hora» de su venida (Mat. 25: 13).
¿Cómo reaccionamos?
La Biblia nos proporciona numerosas «señales» del «pronto» regreso de Cristo. ¿Cuáles son esas señales? ¿Son puntos específicos que ocurren en un tiempo determinado que nos dirigen hacia el establecimiento del reino? La palabra que usa el Nuevo Testamento para ese tipo de «señales» es semeion. Puede referirse a un evento milagroso, pero no es necesariamente así. Su significado básico es una marca o señal, o un augurio o presagio que anuncia eventos venideros. (Colín Brown, ed., Dictionary ofNew Testament Theoíogy (Exeter: Pater JSÍoster Press, 1976), tomo 2, pp. 626 ff.)
La palabra «señal» puede ser la mejor traducción. Desde que Cristo anunció su retorno, las señales nos han indicado siempre el gran acontecimiento que vendrá sobre nuestro mundo. Las señales alertaron a la iglesia del primer siglo con la seguridad de que las promesas de Cristo eran ciertas. Los cristianos medievales también fueron capaces de discernir las claras señales de que la historia se estaba moviendo hacia su culminación. Los pioneros adventistas estaban convencidos de que señales como el famoso terremoto de Lisboa de 1755 y el «día oscuro» del 19 de mayo de 1780 eran asombrosas indicaciones de que el tiempo se estaba acabando. Los desastres naturales de todo tipo, la intranquilidad política, las amenazas ecológicas, el terrorismo internacional y la extendida degradación moral de nuestros días no son más que poderosas señales que indican que el retorno de Cristo es todavía parte de la agenda divina.
Tales señales deberían darnos muchas razones para una gozosa anticipación. Recordemos las palabras del Señor: «Y cuando estas cosas comiencen a suceder, erguios y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca» (Lúe. 21: 28). Por desgracia, no es así como los adventistas experimentan la esperanza cristiana. El temor mancilla la esperanza de muchos y profundiza la ansiedad que destruye el gozo. Como adventistas leemos, hablamos y predicamos de los acontecimientos que precederán el retorno de Cristo, y muchas veces eso crea una gran preocupación en nuestros corazones. Por ejemplo, Apocalipsis 16, con su predicción de las siete últimas plagas, no nos anima de la mejor manera. Aunque se nos dice que las siete últimas plagas están dirigidas a los incrédulos, el capítulo no nos deja con la impresión de que el período que inmediatamente precede al segundo advenimiento de Cristo sería un momento de gozo. «Porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?» (Apoc. 6: 17), nos preguntamos. Hemos desarrollado nuestro peculiar dialecto o jerga adventista cuando hablamos del futuro que espera a la humanidad: Un tiempo de angustia, la promulgación de leyes dominicales, el período de persecución, el decreto de muerte para todos aquellos que no tengan «la marca de la bestia», el fin del tiempo de gracia, etc.
Para muchos creyentes adventistas el temor es la emoción abrumadora que los asalta cuando piensan en el tiempo del fin. ¿Podrán hacerle frente de veras cuando llegue el momento difícil? ¿Cómo será cuando la puerta de la gracia se haya cerrado y tengan que sobrevivir sin un mediador? ¿Cuan perfectos deben ser? ¿Y alcanzarán alguna vez ese nivel de perfección absoluta? Muchos se preocupan porque creen que nunca podrán alcanzar ese nivel. Algunos, por otra parte, creen que ya lo han alcanzado, o están muy cerca de alcanzarlo. Con frecuencia tales personas no son las más fáciles de tratar y, por lo general, no se necesita el don espiritual del discernimiento para percibir que no lo han alcanzado y, en todo caso, son maestros del orgullo y la hipocresía. Uno bien podría preguntarse: ¿Cómo puede una religión basada en la fe, la esperanza y el amor dar como resultado tanto temor? ¿Cómo concuerda eso con las palabras del apóstol Juan: «El perfecto amor echa fuera el temor» (1 luán 4: 18)?
Vivir la esperanza
¿Cómo podemos manejar este espinoso asunto? El perfil de nuestra iglesia se está convirtiendo poco a poco en una comunidad de esperanza. Nos referimos a lo que predicamos como un mensaje de esperanza. Y hemos lanzado a todo el mundo un canal de televisión al que le hemos llamado «El canal de la esperanza». Me siento feliz con ese énfasis positivo. Después de todo, es lenguaje bíblico. Todos deberíamos mirar hacia adelante esperando «la esperanza bienaventurada» (Tito 2: 13). Siempre debería agradarnos hablar de ella y explicar lo que implica (1 Ped. 3: 15). Deberíamos ser un pueblo feliz cuando compartimos el mensaje adventista. ¿Por qué, entonces, nuestro mensaje hace que muchos vivan temerosos e inseguros?
La solución a este dilema no puede ser simplemente írivializar, simplificar o ignorar el escenario del tiempo del fin. Nos equivocaríamos de medio a medio si descartáramos la total seriedad del hecho de vivir «en los últimos días». La parábola de las diez vírgenes que fueron a encontrar al esposo (Mat. 25: 1-13) hace bien claro que la expectación del pronto regreso de Cristo presupone una alerta constante y una preparación completa. Ln historia termina con la urgente advertencia de Cristo: «VVlikl, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del I lointm- lu tic vruiíw (Mal. 25: 13). Sin embargo, el mantenernos des-pinio.s y h.ucí mu preparación cabal no debiera tomar la forma de un,i riega obsesión, lil tomar nota de las señales a lo largo del camino que nos conduce hacia el futuro de Dios, no debiera inducirnos a desarrollar alocadas especulaciones y desarrollar raras teorías de conspiraciones, para no decir nada de comunicarlas a los demás como verdades especiales. La Biblia siempre nos invita al equilibrio. «Velad y orar» (Mat. 26: 41). Y «Negociad entretanto que vengo» (Lúe. 19: 13).
Encontramos ese equilibrio expresado inequívocamente en Lucas 21, ei capítulo de las señales de la venida del reino que es paralelo a la versión más conocida que se encuentra en Mateo 24. Sí, nos advierte Jesús, no será fácil, porque «os echarán mano, y os perseguirán» (vers. 12). Pero no hemos de olvidar que Dios está con nosotros y, por lo tanto, no penséis antes «cómo habéis de responder en vuestra defensa» (vers. 14). Incluso aquellos que están cerca de usted pueden traicionarlo (vers. 16, 17). Pero fíjese que «ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas» (vers. 18, 19). De nuevo, «habrá señales en el sol, la luna y las estrellas», y desfallecerán «los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra» (vers. 26, 27). Pero debemos tener buen ánimo, porque nuestra «salvación está cerca» (vers. 28).
Subyacente a la sensación de inequívoca seriedad de que las cosas se irán agravando más y más hasta alcanzar un nivel que no podernos siquiera imaginar, existe una fundamental actitud de esperanza. Por debajo de todas las preguntas y dudas que podrían asomar su horrible cabeza, está la indestructible certeza de que todo saldrá bien. «Tal fe tenemos, la que Cristo da en sus promesas de amor». (Himno, La Esperanza , aulor Wayne Hooper. * íi. Richard Niebuhr, The Kingdom ofCod in America (Middletown, Conn.: Wesleyan Universily Press, 1988), p. 193.)
Un mensaje de esperanza
Lo que este mundo (incluyendo a la iglesia y a cada uno de nosotros individualmente) necesita es un mensaje de esperanza. La misión de la iglesia es comunicar esperanza: verdadera, pura e ilimitada esperanza. El mensaje de los secularistas que predican un mensaje de esperanza política y socioeconómica no tendrá éxito. Ni tampoco el punto de vista evolucionista que predican otros. Incluso si esta teoría fuera verdadera (que sabemos con toda claridad que no lo es), ¿quién querría esperar otros cien millones de años, o algo así, antes que nuestro planeta supere su actual desastre? ¿Qué clase de esperanza sería esa? Tampoco el mensaje de! cristianismo liberal con su (infundado) optimismo moral prosperará. El teólogo norteamericano H. Richard Niebuhr describió una vez su mensaje como un testimonio de «un Dios sin ira, (quien) llevará a los hombres sin pecado a un reino donde no habrá juicio, a través del ministerio de Cristo sin una cruz».** Tal mensaje está en verdad, totalmente vacío de germina esperanza y no prosperará. Pero seamos también severos críticos del mensaje de esperanza que con frecuencia emerge de los rincones más conservadores, con su unilateral énfasis en el infierno y la condenación que con tanta frecuencia tiende a eclipsar la promesa de restauración. Y con su antibíblico punto de vista de un rapto y otras expectativas que confunden en lugar de inspirar. Además, neguémonos a escuchar las extrañas teorías de los adeptos a las conspiraciones que ven un proyecto jesuíta detrás de cada árbol y una vasta red de sociedades secretas que extienden sus tentáculos a cada iglesia y organización política.
El mensaje de esperanza que debemos predicar y que da estructura a nuestra fe es un mensaje de impávida certeza. El futuro tanto del mundo como de la iglesia es seguro. Mi propio destino personal es seguro. El problema de la humanidad encontrará su solución final y definitiva. La iglesia sorteará todos los problemas, todas las tormentas del presente y del futuro. Mi existencia actual es una mera introducción al futuro sin fin que Dios ha preparado para mí en el cielo y que está más allá de la muerte. Somos privilegiados porque tenemos esta certeza profundamente arraigada que no depende, en principio, de las convicciones intelectuales. Nuestra esperanza de que ía venida de Cristo se aproxima no descansa en el conteo incansable de hambres, guerras y terremotos, por importantes que sean esas señales. Y tampoco deriva de los intrica-dos diagramas de los eventos finales que nos pueden decir con exactitud dónde estamos en el calendario proféüco, aunque una profunda lectura de las porciones proféücas de la Biblia es todavía muy importante.
Fínaímente, nuestra esperanza está basada en una Persona y en sus promesas. Cristo es nuestra esperanza. Él es la verdad. Sus palabras no fallarán. A causa de nuestra relación de fe con él, podemos confiar en lo que ha dicho. Nosotros no confiamos simplemente sobre la base de los acontecimientos que ocurrirán en el tiempo y lugar que esperamos que ocurran. Nosotros confiamos en una persona que nunca nos ha abandonado. Él dice: Vendré otra ve?;. Mi resurrección es la garantía de vuestra resurrección. Y con la fe en mí saldrás adelante, no importa los desafíos que estén frente a ti. Mi reino ya está entre ustedes (Lúe. 17: 21), pero pronto se convertirá en una gloriosa realidad en su gloria final.
Esta certeza quita completamente todo temor. Con Pablo podemos decir: «Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día» (2 Tim. 1: 12).
Fuente:
http://www.escuelasabatica.cl/2009/tri2/lecc3/leccion.htm