LIBRO COMPLEMENTARIO
Reinder Bruinsma
“Palabras clave de la FE CRISTIANA”
Para el 04 de abril de 2009
Capítulo I
«"Dios es amor" está escrito en cada capullo de flor que se abre, en cada tallo de la naciente hierba. Los hermosos pájaros que llenan el aire de melodía con sus preciosos cantos, las flores exquisitamente matizadas, que en su perfección perfuman el ambiente, los elevados árboles del bosque con su rico follaje de viviente verdor, todos atestiguan el tierno y paternal cuidado de nuestro Dios y su deseo de hacer felices a sus hijos». Elena G. de White*
Todo lo que necesitas es amor». Han pasado más de cuarenta años desde que los cuatro jóvenes de la ciudad británica de Liverpool cantaron por primera vez este famoso verso. Hasta hoy, la generación postmoderna conoce esas palabras, y siempre que algo trae el recuerdo de los Beattles, surge de nuevo este verso. Ha sido tocado, cantado, tarareado, bajado de internet y escuchado en la radio por millones de jóvenes, pero también por hombres y mujeres no tan jóvenes, alrededor del mundo. Pero, ¿cuántos se han detenido a reflexionar cuidadosamente en esas palabras? ¿Son realmente verdaderas? ¿Puede el amor, de verdad, hacerse cargo de todas nuestras necesidades? ¿Seremos capaces de hacerle frente a cualquier desafío que se nos único elemento esencial para una existencia feliz y satisfactoria?
Si la frecuencia de su uso determinara su lugar en la escalera del significado, la palabra «amor» tendría muy buenas posibilidades de colocarse en la cumbre. O quizá no tanto. Es posible que la palabra «sexo» y otros términos relacionados con este tuvieran una mejor cotización. Esta cotización se elevaría aún más si incluimos los pensamientos que no han sido expresados por nuestras palabras. Los investigadores han sugerido que el hombre occidental promedio piensa en el sexo, en una forma u otra, cada cincuenta y dos segundos. Al parecer las mujeres no están muy obsesionadas con el sexo como los hombres, pero sus mentes también se vuelven con frecuencia al tema del sexo (en promedio, en su período fértil, piensan en esto varias veces al día). Es posible que no podamos fundamentar en realidad esas cifras, pero para muchos las palabras «amor» y «sexo» son casi intercambiables, y cuando repiten las palabras escritas por John Lennon («todo lo que necesitas es amor») en realidad quieren decir, «todo lo que necesitas (y quieres) es sexo».
Una inmensa confusión rodea el tema del amor, y mucho de lo que lleva la etiqueta del amor tan casualmente adjudicada no merece ese nombre. Con frecuencia, lo que muchos llaman amor es, en realidad, tan solo lujuria y un incontenible deseo sexual que se revela en un sin número de formas. Muchas veces no tiene nada que ver, o tiene muy poca relación con el sentimiento genuino y la verdadera atracción, pues su fundamento es la gratificación egoísta de urgencias biológicas constantemente reforzadas por los medios masivos de comunicación y la cultura popular. En muchos casos, el amor no es más que yo: mi poder, mis posesiones, mis impulsos, mis objetivos y ambiciones; y nada más.
El amor en el esquema divino de las cosas
Yo no sé cuánto sabían los Beatles sobre la Biblia o en cuanto la religión cuando cantaron «todo lo que necesitas es amor», y si se dieron cuenta de que sus palabras expresaban una verdad religiosa de vital importancia. Porque estas breves palabras parecen ser un eco, aunque usted no lo crea, de lo que uno de los grandes fundadores del cristianismo, el apóstol Pablo, escribió a los creyentes de la ciudad griega de Co-rinto. Él hizo una pequeña lista de los elementos fundamentales de la verdadera vida cristiana: la fe, la esperanza y el amor. En muchos de sus escritos enfatizó la importancia de tener fe. La fe en Cristo Jesús es una condición para ser recibir la salvación (Rom. 1: 17). Y también no quiere que haya incomprensión alguna en cuanto al papel fundamental que juega la esperanza en la experiencia del cristiano (2 Tim. 1: 12). Pero, cuando todo queda dicho y hecho, no hay nada más importante que el amor (1 Cor. 13: 13). Sí, dice Pablo, «todo lo que necesitas es amor». De hecho, todo lo demás está envuelto en el paquete del verdadero amor cristiano.
Aunque Pablo dedica al tema del amor todo el capítulo trece de su primera Epístola a los Corintios, en palabras que han inspirado a millones de discípulos de Cristo a través de los siglos, la esencia de lo que escribió no era totalmente nueva. Su Señor expresó el mismo principio cuando les dijo a sus seguidores: «Y amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas» (Mar. 12: 30). Y tampoco Cristo había sido absolutamente original en lo que dijo. En realidad, él simplemente estaba citando algunas palabras que ya habían estado escritas en el Antiguo Testamento (Deut. 6: 5).
No obstante, muchas personas aún cuando tienen un conocimiento limitado de la Biblia son capaces de citar el famoso texto del amor que se encuentra en el tercer capítulo del Evangelio de Juan. Es probable que este sea el versículo bíblico más conocido y citado: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (vers. 16). Y muchos recordarán también las palabras finales de otro texto de la Biblia muy conocido: «Dios es amor» (1 Juan 4: . Nada tiene más importancia en la escala divina de valores que el amor.
El amor de Dios viene primero
Sin lugar a dudas, el amor es la clave absoluta del vocabulario cristiano. Pero hemos de asegurarnos de tener las cosas en su orden correcto. La Escritura nos dice que, para ser un verdadero seguidor de Cristo, debemos amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, y con todo nuestro intelecto (Mar. 12: 30). En otras palabras, debemos amarlo con todo nuestro ser. ¿Cómo podemos hacer eso? ¿Esto llega de forma natural al cristiano? O, ¿podemos aprender cómo amar a Dios? ¿Captamos eso de alguna manera mientras asistimos a la iglesia? ¿Viendo programas religiosos en la televisión o escuchándolos en la radio? ¿O escuchando música religiosa al viajar en el automóvil? ¿O pueden los niñitos que cantan el corito «!O cuánto le amo!» enseñarnos una o dos característica de ese amor?
Desde el principio necesitamos tener esto en mente: No es la manera como los seres humanos se aman la que nos enseña cómo ha de ser nuestro amor por Dios. Es, más bien, precisamente lo contrario. La manera como Dios nos ama, nos enseña la forma en que debemos responder a su amor. Le confiere a nuestro amor humano una dimensión que no tendríamos si no conociéramos el amor divino. Cualquier tipo de amor que seamos capaces de generar, finalmente es el resultado de que él «nos amó primero» (1 Juan 4: 19).
El amor de Dios difiere del nuestro en que él ama infinitamente, indiscriminadamente, incondicionalmente y altruistamente. El Señor no comienza a amar bajo la premisa de que habrá una respuesta si es que ha de seguir amando. Él no opera sobre la base de que amará a algunas de sus criaturas más que a otras, sencillamente porque algunas resultan más amables que otras. Y tampoco está su amor sujeto a cambios repentinos de humor. «Jehová se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: "Con amor eterno te he amado, por tanto, te prolongué mi misericordia"» (Jer. 31: 3). Estas son palabras maravillosas. ¡Y nos proporcionan una gran seguridad!
Dios ama en formas que a nosotros nos resultan difíciles de comprender. Su amor no es negociable. El Señor no dice: «Escuchen, si se portan bien conmigo, yo los amaré» Dios ya nos amaba antes de que viniéramos a este mundo, cuando no estábamos más que en su infinita base de datos como criaturas que él sabía que algún día les daría el aliento de vida. Ahora él nos ama mientras vivimos nuestra corta vida sobre la tierra, sea que lo busquemos o lo rechacemos, y continuará amándonos cuando durmamos el sueño de la muerte y estemos seguros en su memoria. Es el tipo de amor reflejado en el amor de Cristo por sus discípulos. Cristo demostró amor hacia sus discípulos amándolos «hasta el fin» (Juan 13: 2). Este amor incluyó a Judas aún cuando el Señor sabía que pronto lo iba a traicionar. Jesús continuó amando a Judas. ¡Me pregunto si podría decir, en cierta forma, que Dios todavía continúa amando al diablo!
El amor de Dios es un don puro de amor. Él dio a su Hijo unigénito. «El amor y la fidelidad se hicieron realidad en Jesús Mesías» (Juan 1:17
Nueva Biblia Española). Nos amó tanto que dio... y su don continúa derramándose, ilimitado e irrestricto. El Señor ama al universo y a todos aquellos mundos de los cuales nosotros no sabemos nada. Él ama a nuestro mundo, ama a cada integrante de este planeta. Y aunque llegará el tiempo cuando juzgará y tendrá que «destruir» a aquellos que le negaron la oportunidad de morar en ellos, su amor no se detendrá. Incluso su juicio no está desligado de su amor, ni es una inversión o revocación de su amor. Y si a veces necesita ser duro con nosotros, es simplemente porque no quiere darse por vencido con nosotros. Porque el Señor «al que ama disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo» (Heb. 12: 6). Todas sus acciones están envueltas en el ropaje del amor eterno.
Amor humano con un ribete de amor divino
Todo amor verdadero que seamos capaces de dar «es de Dios» (1 Juan 4: 7). Gracias a Dios (literalmente) porque podemos amar. Dios es amor, y él nos hizo a su imagen. Él nos ha diseñado y construido con la capacidad de amar como él ama. Eso no significa que nuestro amor puede igualarse con el amor de Dios. Pero sí significa que podemos amar en una manera que semeje el amor divino. Nuestro amor es, y siempre será, finito, parcial, temporal, imperfecto. No puede ser comparado con el amor de Dios. Ni siquiera hemos de decir que el amor de Dios es más grande que nuestro amor, porque no hay ninguna comparación que sea posible entre los seres humanos finitos y el amor que somos capaces de dar, y el todopoderoso, omnisapiente, omnisciente-omnipresente, santo, y perfecto Dios y su amor. Sin embargo, nuestro amor, por imperfecto que sea, puede adquirir ribetes divinos.
Nosotros amamos en diferentes maneras. El idioma original del Nuevo Testamento (el griego) usa cuatro palabras diferentes para referirse al amor. Una de esas palabras es ágape. Ágape es la clase más elevada de amor. La Escritura la emplea para referirse al amor supremo de Dios por nosotros, y también la utiliza para expresar el amor humano altruista (o tan libre de egoísmo como es humanamente imposible) hacia Dios o hacia un elevado ideal. Otras palabras expresan el amor por el cónyuge, incluyendo el amor sexual, y nuestro amor por los padres y los niños, por un amigo, y por las cosas. Eso ya indica por ello mismo que nosotros amamos en diferentes maneras y en diferentes niveles. Pero cualquiera que sea el tipo de amor que seamos capaces de dar, debe ser un amor tocado por el amor de Dios si es que ha de ser un amor que corresponda a los seguidores de Cristo. Consideremos con un poco más de detenimiento las diferentes formas en que ama el ser humano.
Amor por el cónyuge. De todas las relaciones, los lazos que unen a un esposo y a una esposa es la más maravillosa. Ese amor por el cónyuge tiene su origen en el Edén. El Creador lo convirtió en el patrón social fundamental de su creación. Y todavía sigue siendo tan precioso que la Escritura utiliza la relación matrimonial como una metáfora para referirse a la relación entre Cristo y su iglesia. Eso, en sí mismo, ha de advertirnos contra la corriente que existe en nuestra sociedad occidental de desacreditar el matrimonio, o de considerar el matrimonio heterosexual simplemente como una opción entre varias como modelos sociales aceptables.
Hallar un compañero de amor para la vida, enamorarse y permanecer enamorado hasta que «la muerte nos separe», está, al parecer, lejos de ser fácil. Porque el porcentaje de relaciones matrimoniales que fracasan miserablemente o terminan en el divorcio es abismalmente alto. En los Estados Unidos al menos un tercio de todos los matrimonios terminan en el divorcio, y Europa está alcanzándolos rápidamente. Incluso dentro de la iglesia las tazas de divorcio no son muy bajas en el día de hoy.
¿Por qué tantos matrimonios fracasan? Una razón es que muchos entran al matrimonio sin estar preparados. Una cantidad enorme de personas que se atan el nudo matrimonial simplemente no están listas para asumir las responsabilidades que son parte y parcela del matrimonio. Muchas veces no se han preguntado a sí mismos, o a otros, la cuestión fundamental de si son o no suficientemente compatibles para vivir juntos y felices para siempre. Atarse el nudo cuando usted tiene muy poco o nada en común, es avocarse al fracaso desde el mismo principio.
Una de las razones más comunes por la cual muchos matrimonios no permanecen unidos es porque están fundamentados en falsas expectativas. Deseamos que nuestro cónyuge esté cerca de la perfección. Los medios masivos de comunicación nos bombardean con imágenes de cómo debe ser la figura del compañero/a perfecto/a. Y es importante que no solo se conformen con las normas de lo que la sociedad actual considera bello o sexy el día de la boda. También esperamos que nuestro cónyuge permanezca atractivo durante muchos años, con o sin cirugía cosmética y otras intervenciones quirúrgicas. Nuestros cónyuges deberían tener prestigiosos empleos, pero también ser eficientes en todo lo que necesita hacerse en el hogar. Han de ser innovadores e incansables compañeros sexuales. Y, por supuesto, nuestro cónyuge tiene que ser nuestro amigo y compañero, y cuando llegue el momento de tener niños, han de ser perfectos padres.
Todo esto no es malo. ¿A quién le gustaría volver a los viejos tiempos cuando los matrimonios eran más bien transacciones comerciales, y la gente primariamente buscaba y encontraba el romance en una relación extramarital? ¿Y qué persona occidental quisiera cambiar a una cultura donde el patriarca todavía arregla los matrimonios, o donde uno debe expresar el valor de su futura esposa en términos de cierta cantidad de cabras o vacas? Y en las cuales la incapacidad para producir prole reduce la posibilidad de éxito matrimonial a prácticamente nada de nada.
¿Por ahora ve usted un patrón? La gente que nos rodea puede referirse a sus relaciones como una relación de amor; pero, ¿qué tipo de amor es este? En muchos casos no es un «don de amor», sino un «toma amor» u «obtén amor». Para muchos sus propias necesidades vienen primero. Si no se suplen esas necesidades, sobreviene la frustración y la falta de realización. ¿Qué caso tiene continuar con una relación, dirán muchos, cuando usted no se siente realizado y no se cumplen sus expectativas? ¿Para qué continuar, cuando el pensamiento «¿y esto es todo lo que hay?» sigue dándole vueltas en la cabeza? ¡Mejor desertar y luego tratar otra vez antes de que se le pasen las oportunidades!
¿También ve usted que en este tipo de relaciones falta el ribete divino? A menos que el amor por el cónyuge sea primariamente un «don de amor», y a menos que ambos cónyuges intenten lograr la felicidad o la realización del otro y busquen los verdaderos valores que estén mucho más profundos que la piel, y no dependan de lo que ocurra para ser moderno, las posibilidades de que la relación sobreviva serán muy pocas. Sin embargo, las posibilidades se incrementan maravillosamente cuando el amor que Dios nos otorga se refleja en el amor mutuo que hemos descubierto en nuestro compañero y en nosotros. El amor con un ribete divino es el amor que siempre se está profundizando en mí y en la persona a la cual estoy intentando hacer feliz y que hará a su tiempo todo lo posible por hacerme feliz.
Ese tipo de amor no será «eterno» como el de Dios, pero tiene muchas posibilidades de permanecer, especialmente cuando ya no estamos en la primavera de la vida y cuando ya no tenemos mucha energía como la que teníamos el día de nuestra boda. Sea que Pablo haya tenido o no experiencia matrimonial, sus palabras registradas en Efesios 5 todavía nos proporcionan un excelente consejo: «Las casadas estén sujetas a sus propios maridos como al Señor» (Efe. 5: 22). Si leemos este pasaje de una forma superficial, difícilmente encontraremos en estas palabras indicaciones que nos gustarían repetir a principios del siglo XXI. Pero note que no nos estamos refiriendo simplemente a una sumisión ciega, como si estuviéramos hablando de tres o cuatro generaciones anteriores. Observe la forma en que Pablo cualifica esa sumisión. Estamos analizando una relación que está modelada según las relaciones que tenemos con Cristo, una idea que también expresó en el siguiente consejo: «Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia». Ambas declaraciones dicen básicamente lo mismo: Ponga a Dios dentro de su relación matrimonial (y manténgalo allí). La fidelidad, el perdón, y la paciencia se convierten entonces en factores clave para ser felices y superar los inevitables obstáculos. Usted incrementa inmediata y maravillosamente las posibilidades de que su relación sea feliz y duradera, cuando su amor está adornado con un ribete divino.
Amar a sus hijos y a su familia/padres. El estado de la familia en el mundo occidental ya no es el que solía ser. Eso es cierto, incluso tomando en cuenta la amplia tendencia a creer que en el pasado la mayoría de las cosas, casi por definición, eran mejores de lo que son hoy. Durante el siglo XX la familia media se hizo más pequeña y cambió gradualmente de una familia más extendida a una familia nuclear de dos generaciones: Los padres y sus hijos. Más recientemente nuestra sociedad ha visto drásticos cambios. En muchos países occidentales los hijos tienden ahora a vivir en su hogar durante más tiempo que en el pasado. Pero esa no es la transformación más significativa. Un alto porcentaje de familias, son familias de padres solteros. Muchos niños van constantemente de la casa de su padre a la de su madre. Los estudios estiman que los divorcios afectan de una u otra manera al sesenta por ciento de todos los niños. El tamaño de los servicios sociales continúa
aumentándose a medida que los niños y las madres que han sido objetos de abuso demandan niveles muy elevados de atención.
No es exagerado decir que la familia está en problemas. Para muchos hijos respetar a sus padres es una dura y espinosa obligación. Tampoco hemos de olvidar que muchos padres, debido a su conducta, han impedido que sus hijos los honren. De igual manera, muchos padres sienten que hay límites para el amor que pueden darles a sus hijos, especialmente cuando, en la adolescencia, sus retoños hacen lo que Dios y ellos mismos les han prohibido. La triste realidad es que muchísimas familias se separan, con el resultado de que los niños son alejados de sus padres y estos de sus hijos, y los hermanos y hermanas ni siquiera se hablan por teléfono durante años. Con demasiada frecuencia los funerales son las únicas ocasiones cuando los parientes e incluso los miembros de la familia se encuentran por un breve momento.
Por supuesto, con esto no queremos decir que toda la dicha familiar ha dejado de existir. Por fortuna, muchos niños todavía adoran a sus madres y a sus padres, y aseguran firmemente que tienen los mejores padres y las mejores madres del mundo. Un gran grupo de adultos continúan amando a sus padres y cuidan de ellos, más allá de lo que llamaríamos el deber filial «normal». Millones de familias totalmente felices, que hacen muchísimas cosas juntas, irradian esa clase de solidaridad e intimidad que son la envidia de su vecindario. Y una gran cantidad de hermanos y hermanas siguen estando íntimamente relacionados durante toda su vida. De modo que no todo está perdido y aún hay mucho amor en circulación.
¿Qué es lo que hace la diferencia? Una vez más es el ribete divino a este amor. El amor por los padres, por los hijos, por los parientes, debe modelarse según el amor del Gran Padre hacia sus hijos y según el amor del Gran Hermano, quien llegó a ser el amor en persona cuando caminó entre nosotros. Es básicamente este «don de amor» el que hace la diferencia: el amor que da y perdona; el amor que mira primero el interés de los demás; el amor que conoce el verdadero sacrificio. Es en la medida en que estos valores cristianos se incorporan en nuestra vida familiar, que la felicidad se pone a nuestro alcance. Muchos no cristianos voluntaria o involuntariamente operan mediante las reglas «cristianas» y se benefician enormemente por ellas. Y muchos cristianos hacen lo mismo. Una gran cantidad de seguidores de Jesús, por otra parte, serían muchísimo más exitosos en el manejo de sus relaciones familiares si de verdad practicaran los principios del amor cristiano y se aseguraran de que su amor tiene el ribete del amor divino.
¡Respete a sus padres! ¡Ame a sus hijos! Trate a sus parientes como le gustaría que lo trataran a usted. Esto puede llegar a ser algo que resulte casi natural. Por otra parte, circunstancias particulares pueden hacer de esta una orden difícil de cumplir. Pero si permitimos que el amor de Dios sea el modelo de nuestro amor y le pedimos ayuda para amar en una forma similar, libre de egoísmo, obrará maravillas en nuestro favor.
Ame a sus amigos. Con regularidad es más fácil amar a los amigos que a la familia. Después de todo, usted puede seleccionar a sus amigos, pero por lo general, tiene muy poquita influencia, si es que tiene alguna, sobre quiénes serán sus padres, sus hermanos y sus hermanas. Pero existe una gran diferencia entre los así llamados amigos y los verdaderos amigos. Cuando alguien se jacta, diciendo: «Tengo muchos amigos», en muchos casos lo que en realidad dice es que tienen algunos conocidos cuyos nombres completos no siempre puede recordar. La amistad ge-nuina requiere de una mayor inversión de uno mismo. Para muchos, la amistad no es más que trabajo en equipo. Uno necesita «amigos», especialmente en los lugares (elevados) correctos. Pero no son del tipo de amigos que uno puede amar más que a un hermano (Prov. 18: 24).
Es importante tener amigos. Vivimos en diferentes clases de relaciones sociales que son mayormente funcionales. Por lo general tenemos superiores, y muchos de nosotros tenemos subordinados. Se espera que estemos en buenas relaciones con ellos, pero ellos no son necesariamente nuestros amigos. Los amigos le proporcionan a nuestra vida una dimensión inmensamente valiosa. Los amigos hablan. Los amigos escuchan. Los amigos dan apoyo. Tienen tiempo para nosotros, y si no tienen tiempo, lo hacen. Ellos ríen con nosotros y lloran con nosotros. Ellos nos animan o nos dicen lo que nos parecen terribles boberías. Los amigos cristianos también oran por nosotros y con nosotros. A veces nos desilusionan. Pero la verdadera amistad puede sobrevivir.
El amor de Dios por nosotros tiene una sublime cualidad de amistad. Cristo dijo a sus seguidores en nombre de su Padre: «Os he llamado amigos» (Juan 15: 15). Tal amistad implica infinitamente más que compartir nuestra dirección electrónica o número telefónico. Implica identificación de intereses y aspiraciones. La verdadera amistad con el ribete divino es «don de amor» en su forma suprema.
Ame a los animales. Todos los animales, grandes y pequeños, «brillantes y hermosos», tienen una cosa en común: «El Señor Dios los hizo a todos» nos dice James Herriot. Los animales son mucho más que artículos de consumo que podemos explotar a nuestro gusto y conveniencia o por placer. Como mayordomos de la creación de Dios tenemos un deber especial con respecto al cuidado de los animales. La gente ha domesticado todo tipo de animales para el trabajo y para el placer. Está bien, siempre que tratemos a los animales humanamente. Muchas personas no solo tienen animales, sino que los aman. No hay nada erróneo en esto, dado que no los tratan a la par de los seres humanos. «El amor» por un gato, un perro o alguna otra mascota, puede conducir a una relación emocional malsana. Antes de juzgar duramente, sin embargo, debemos comprender que es un hecho muy triste que muchas personas de nuestra sociedad el único contacto que tienen es con sus mascotas, y se sienten tan solitarios que aman a sus mascotas simplemente porque no tienen a nadie que aprecie su amor.
¿Tiene el amor de Dios por nosotros alguna relación con nuestro respeto y cuidado por los animales? Solo en cierto sentido. El amor es racional, y no puede haber una relación entre un ser humano y una mascota que pueda compararse con la que existe entre Dios y nosotros. Sin embargo, incluso nuestro «amor» por los animales puede tener un ribete divino. Cuando comprendemos que somos custodios y mayor-" domos de la creación de Dios, tenemos una nueva dimensión en nuestro amor y cuidado por los animales. Esto se extiende más allá de la vida animal, a todas las cosas «hermosas y brillantes» de la naturaleza, así como (usando las palabras de Elena G. de White) «en cada tallo de la naciente hierba» que tiene las palabras «Dios es amor» escritas en ella.
Amor por las cosas. Incluso nuestro amor por las cosas puede ser modelado por el amor de Dios por nosotros. El amor por las cosas, tanto materiales como inmateriales, puede deteriorarse fácilmente y convertirse en codicia y egoísmo. Las cosas (objetos o proyectos) pueden convertirse fácilmente en ídolos. Incluso las grandes ideas pueden ponerse al servicio de nuestro yo inflado. El amor por el dinero sigue siendo la mayor amenaza para nuestro bienestar espiritual. Es de acuerdo con el apóstol Pablo, «la raíz de todos los males» (1 Tim. 6: 10). El amor por nuestro automóvil, nuestra casa, nuestro jardín, nuestro pasatiempo favorito y nuestra feligresía en el Club de Leones de nuestra localidad no es erróneo en sí mismo. De hecho, todas estas cosas pueden fortalecer nuestra felicidad. Pero solo en la medida en que permanezca un ribete divino incluso en este tipo de «amor», y siempre que no nos centremos tan solo en obtener (para no mencionar el tomar), sino haciendo siempre el dar parte de la ecuación.
El amor por la iglesia. Tocaremos el tema de nuestro «amor» por la iglesia en otro capítulo. Si alguna vez debe haber un ribete del amor divino en nuestro amor, es con respecto a nuestras relaciones con la comunidad de creyentes de Dios. «El «amor dar» y no el «amor obtener» define los privilegios y responsabilidades del miembro de la iglesia.
Amor por todo lo que somos y tenemos. «Todo lo que necesitas es amor». Suena fácil. Y en cierta medida es fácil, por ser tan ricamente bendecido, no hay otra cosa más natural que responder con amor espontáneo. Pero hay mucho más que eso. Amar puede ser una tarea sumamente difícil. Siendo que implica todo lo que somos y tenemos, nuestro corazón (nuestras emociones), nuestra mente (nuestro intelecto) y nuestra alma (nuestro ser), puede ser intenso. Amar requiere nuestra disposición a poner nuestros talentos y nuestras capacidades al servicio de Cristo. Y podemos estar seguros de que en algún momento nos exigirá un sacrificio.
Para profundizar más nuestra experiencia cristiana no es cuestión de aprender a trabajar más duro, o de llegar a ser más listos cuando argüimos con relación a temas bíblicos, sino más bien aprender a amar con más plenitud. Es cuestión de reemplazar «el amor que toma» con «el amor que da», y así exhibir el tipo de amor «que es de Dios» (1 Juan 4: 7). Pablo oró por los cristianos de Tesalónica: «Que el Señor encamine vuestros corazones al amor de Dios» (2 Tes. 3: 5). Es lo mismo por lo cual debemos orar continuamente, orar por una comprensión cada vez más profunda del maravilloso «don de amor» de Dios.
Fuente:
http://www.escuelasabatica.cl/2009/tri2/lecc1/leccion.htm