Capítulo 7
Vivir como hijos de Dios 1 Juan 3:1-10
Hace algún tiempo le nació un varón a una madre soltera. Dondequiera que él iba, le hacían la misma pregunta: "¿Quién es tu papá?" En la escuela se escondía de los demás chicos durante los recreos y el almuerzo. Evitaba ir a las tiendas porque esa pregunta lo hería profundamente. Hasta se acostumbró a ir tarde a la iglesia, y salir antes de terminar para evitar oír la pregunta: "¿Quién es tu papá?"
Cuando este muchacho cumplió doce años llegó a esa iglesia un predicador nuevo. Un día este nuevo predicador hizo la oración final antes que el muchacho se diera cuenta de lo que estaba pasando, y tuvo que salir del templo con el resto de la congregación.
Cuando llegó a la puerta de entrada, el nuevo predicador, sin saber nada acerca de él, puso su mano sobre el hombro y le preguntó: "Hijo, ¿quién es tu papá?" La muchedumbre que los rodeaba enmudeció. El muchacho podía sentir que todos los ojos lo miraban.
Pero el predicador se dio cuenta de la situación y le dijo: "¡Espera! ¡Yo sé quién eres! Veo el parecido con tu familia. Tú eres un hijo de Dios. ¡Tienes una gran herencia! Ve, y reclámala".
El muchacho salió por la puerta como una persona cambiada. Después de eso, siempre que alguien le preguntaba acerca de su papá, él contestaba: "¡Yo soy un hijo de Dios!"
Somos hijos de Dios y herederos de su reino no por nuestra perfección sino por causa de la gracia de Dios. En 1 Juan 3:1 al 10 el apóstol describe el maravilloso privilegio de ser hijos de Dios. Luego pasa a hablar de nuestros privilegios y responsabilidades.
I. El maravilloso privilegio: Hijos de Dios (1 Juan 3:1)
1. El contexto y el bosquejo
Primera Juan 2:29, un versículo de transición, menciona que los que practican la justicia son nacidos de Dios. Han experimentado un nuevo nacimiento espiritual. Esta afirmación prepara a los lectores para 1 Juan 3:1 al 10, que se concentra en ser hijos de Dios.
La frase "hijos de Dios" aparece tres veces en nuestro pasaje, bien al comienzo y al final (1 Juan 3:1, 2, 10), abarcando todo el pasaje. Así, 1 Juan 3:1 al 10 es acerca de ser hijos de Dios, aunque se presentan también otros temas.
En 1 Juan 3:1 al 10 se encuentran numerosas frases y palabras individuales que se repiten, por ejemplo, la familia de palabras "ser revelados"/"aparecer" y los temas "justicia" y "pecado" aparecen con frecuencia.
Versículo 1
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Nosotros somos hijos de Dios
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Versículo 2
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Los hijos de Dios serán como Él cuando venga Jesús
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Versículo 3
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Todos los que esperan la Segunda Venida de Cristo se purifican
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Ampliación:
Parte 1 No pecan sino son justos (versículos 4-7)
Parte 2 No pecan sino son justos (versículos 8-10)
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Versículo 10
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Hijos de Dios versus hijos del diablo
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También hay contrastes importantes, tales como Dios versus el diablo, hijos de Dios versus hijos del diablo, no hacer pecado versus pecar. Y dos pasajes paralelos describen lo que significa purificarse.
Parte 1
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Versículo 4
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El que peca infringe la Ley
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Versículo 5
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(Jesús) apareció para quitar los pecados
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Versículo 6
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El que permanece en Él no peca
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Versículo 7
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El que hace justicia es justo
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Parte 2
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Versículo 8a
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El que practica el pecado es del diablo
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Versículo 8b
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El Hijo de Dios apareció para deshacer las obras del diablo
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Versículo 9
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El que es nacido de Dios no peca
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Versículo 10
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El que no hace justicia no es de Dios
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2. La condición de ser hijos de Dios
La expresión "cuál" (potapén) en 1 Juan 3:1 implica asombro y a menudo, admiración. "La expresión lleva consigo una fuerza cualitativa así como cuantitativa, 'qué glorioso, amor no medible'". Stott señala que originalmente este término significaba "de qué país", y afirma: "Es como si el amor del Padre fuera tan sobrenatural, tan extraño a este mundo, que Juan se pregunta de qué país podría venir". Mientras que anteriormente en 1 Juan, cuando apareció el término amor (ágape) 2:5, 15) se refería a nuestro amor hacia Dios, ahora el término describe el amor de Dios hacia nosotros. El amor de Dios consiste en amar a criaturas no amables y buscar lo mejor para ellas. Juan meditará en el amor de Dios otra vez en el capítulo 4. El amor de Dios ha sido manifestado al llamarnos sus hijos. El uso del tiempo perfecto indica que este asombroso amor de Dios no es un evento único, sino más bien un don permanente.
Juan está especialmente interesado en el hecho de que los creyentes ya son hijos de Dios. Dios ha tomado la iniciativa y ha producido el nuevo nacimiento. Los cristianos genuinos deben conocer el secreto no aparente o no reconocido por el mundo y los separatistas: de que ellos son verdaderamente hijos de Dios. Esto implica que los adversarios no son hijos de Dios sino hijos del diablo (1 Juan 3:10). Siendo que el mundo y los herejes no aceptan a Jesús como el Cristo y por lo tanto no conocen al Padre (1 Juan 2:23), no conocen tampoco a los hijos de Dios.
La designación "hijos de Dios" no se aplica a toda la humanidad. Aunque todos los seres humanos son criaturas de Dios, no todos ellos son hijos de Dios que pertenecen a la familia del Padre divino. Ni siquiera todos los que dicen tener comunión con Dios y ser cristianos son hijos de Dios. Los hijos de Dios son los que creen en Jesucristo como el hijo encarnado de Dios y su Salvador y Señor (Juan 1:12), que han experimentado un nacimiento espiritual, y que en consecuencia lo siguen en obediencia, en oposición al pecado, y tienen una vida de amor y de justicia.
3. Implicaciones de ser hijos de Dios
- El texto contiene una maravillosa seguridad. No necesitamos preocuparnos mientras mantengamos una relación íntima con nuestro Padre celestial.
- Desde la perspectiva del espacio y del tiempo, los seres humanos parecemos completamente insignificantes, de modo que no podemos menos de asombrarnos totalmente de que Dios esté interesado en nosotros y nos haga sus hijos.
- En situaciones difíciles,-por ejemplo, cuando los cristianos son evitados, ridiculizados o perseguidos por causa de Cristo y se sienten separados de Dios y están tentados a renunciar a su fe- deberían recordar que ser ignorados por el mundo no es necesariamente una señal de que algo anda mal. Las circunstancias difíciles deberían fortalecer nuestra fe, no debilitarla. Pueden ser una señal de que nos estamos adhiriendo a valores divinos y estamos dispuestos a nadar contra la corriente.
- Sin embargo, deberíamos recordar una diferencia. En un sentido estricto, sólo Jesús es el Hijo de Dios. Los creyentes no deben pretender ocupar el lugar de Cristo.
II. Resultados y responsabilidades (1 Juan 3:2, 3)
1. Resultados
Primera Juan 3:2 describe ahora los resultados de esta relación Padre-hijos. Lo veremos y seremos como él. Porque reconocemos nuestra situación presente como hijos de Dios, también sabemos que el futuro será aún más maravilloso, aunque no lo entendemos todavía completamente.
La pregunta principal es: ¿Qué significa ser como él? Satanás y Eva querían ser como Dios (Génesis 3:5; cf. Isaías 14:14; Ezequiel 28:2). Esto produjo la caída en el cielo y la caída sobre la Tierra, e introdujo el pecado en el universo. En 1 Juan, la idea de ser como Dios se presenta como un resultado positivo de ser sus hijos.
Satanás quería ser como Dios en poder, y probablemente no estaba muy interesado en ser como Dios en carácter. Su deseo de ser semejante a Dios no profundizó su relación con Dios; en cambio, destruyó la armonía y arruinó la relación. El caso de Eva no fue muy diferente.
Aunque los cristianos serán semejantes a Dios, no desearán el lugar de Dios. Quieren ser como él en amar a otros, en servicio abnegado, y en demostrar pureza de pensamiento y justicia en la acción. Respetan la diferencia básica entre el Creador y las criaturas y no la querrán eliminar. Para ellos el tema es el amor, no el poder. Anhelan la segunda venida de Cristo y una existencia transformada.
Aunque entre los eruditos se analizan opciones diferentes, parece haber un acuerdo de que querer ser como Dios se refiere por lo menos a la semejanza en carácter. Johnson observa: "La imagen de Dios perdida después de la caía será restaurada en Cristo cuando lleguemos a ser como él". Smalley habla acerca de la "unidad espiritual, pero no una identidad completa". Witherington afirma: "Se obtendrá una verdadera semejanza, pero no una identidad con Dios o con Cristo". Marshall añade, basado en Romanos 8:17 al 19, Filipenses 3:21, y Colosenses 3:4 que los creyentes "compartirán su gloria", es decir, el proceso de glorificación, ya comenzado aquí y ahora en la vida de los creyentes (2 Corintios 3:18) llegará a ser completo".
El versículo 2 termina con una promesa maravillosa que los creyentes lo verán como él es. ¿Quién es este "él"? El pasaje de 1 Juan 3:1 al 3 presenta a Dios el Padre y a "él". Se ha sugerido que la frase "se manifieste" se refiere al Hijo, porque la misma frase se encuentra en 1 Juan 2:28 obviamente describe la segunda venida de Cristo. Sin embargo, las opiniones varían en cuanto si "él" en ambos casos se refieren a Jesús o a Dios el Padre. Parece que Juan es ambiguo y a veces pasa fácilmente de una persona de la Divinidad a otra sin indicar claramente el cambio. Juan no siempre distingue claramente entre el Padre y el Hijo porque él enseña que el Padre y el Hijo van juntos (1 Juan 2:23).
2. Responsabilidades
Por causa de su esperanza en la segunda venida de Cristo y de verlo, así como su esperanza de ser transformados, los hijos de Dios se purifican como Jesús es puro y sin pecado. El versículo 3 es una transición que prepara para el desarrollo que se encuentra en los versículos 4al 10. Nos dice que la verdadera esperanza conduce a un "proceso de purificación continuo". Este proceso, también llamado santificación, consiste en la cooperación entre Dios y el ser humano. Mientras en el capítulo 1 Juan nos informa que la sangre de Jesús nos limpia de todo mal, aquí él habla acerca de la purificación propia. Debemos permitir que Dios haga su obra en nosotros.
Nuestro ejemplo y modelo es Cristo. Su absoluta pureza nos inspira a esforzarnos por ser puros mientras esperamos su segunda venida. No podemos seguir pecando a la luz de lo que Dios ha hecho por nosotros. "No debemos juzgar nuestras vidas por las de otras personas, pero sí por la de Cristo, quien es la norma y la meta hacia la cual hemos de avanzar".
III. Una definición de pecado (1 Juan 3:4, 8a)
Los falsos maestros pueden haber enfatizado la bendición presente de la salvación mientras ignoraban la importancia de vivir vidas puras. Por lo tanto, Juan enfatiza que nuestro futuro depende de cómo vivimos ahora. Esto no tiene nada que ver con la justificación por obras. Somos salvos sólo por la gracia, pero nuestras vidas deben reflejar que somos salvos. Así, después de llamar a los cristianos a purificarse, Juan sigue mostrando lo que eso significa. Purificarse significa separarse del pecado.
En las Escrituras, el pecado se describe de diferentes maneras, aunque en formas complementarias. La palabra pecado (hamartía) que Juan usa representa típicamente errar el blanco. "Se usaba cuando un guerrero erraba y no le pegaba a su adversario, o cuando un viajero perdía el camino correcto". Además, el pecado es falsedad, violación deliberada de la norma divina de verdad, maldad, desobediencia, transgresión, traspaso, ilegalidad e injusticia.
En nuestro pasaje, el pecado se define como infringir la ley o ilegalidad. Como tal consiste en rebelión contra Dios y ponerse de parte de su enemigo. El pasaje siguiente, 1 Juan 3:11 al 24, relaciona la historia de Caín que asesina a su hermano. Este pecado comprendía una falta de amor, pero también una transgresión de la ley. Los versículos 22 y 24 se refieren a los mandamientos y enfatizan que la gente debe guardarlos.
De este modo, la expresión "infracción de la ley" parece tener implicaciones legales. Puede recordarnos del "hombre de pecado" en 2 Tesalonicenses 2:3 –el anticristo por excelencia– y de la culminación de su actividad justo antes de la Segunda Venida de Cristo. Esta infracción de la ley es exhibida por el anticristo en 1 Juan, que se rebela en forma flagrante contra Dios y se pone del lado de Satanás (1 Juan 3:8). Los miembros de la iglesia están advertidos indirectamente en el versículo 4 para renunciar a tal actitud y a todo pecado porque es la violación de una relación personal con Dios.
Stott destaca el punto: "Los herejes parecen haber enseñado que para el cristiano iluminado, las cuestiones de moralidad les eran indiferentes; hoy nuestros pecados son excusados ya sea con eufemismos como 'problemas de personalidad' o por ser parte de la relatividad cultural". Pero ignorar el pecado o excusarlo no es una solución. Necesitamos tomar el pecado con seriedad y afrontarlo. La solución al dilema del pecado es de mantenerse alejado de él, y si pecamos, seguir lo que dice 1 Juan 1:9, donde se ofrece el perdón gratuitamente.
IV. La aparición de Jesús (1 Juan 3:5, 8b)
1. La aparición de Cristo sobre la Tierra
El término "aparecer"/"ser manifestado" se encuentra nueve veces en 1 Juan. En la mayoría de los casos se relaciona con Jesús. En 1 Juan 1:2; 3:5, 8, describe su encarnación, pero apunta también a su preexistencia. De acuerdo con la segunda parte de 1 Juan 1:2, Jesús fue manifestado a los testigos oculares. En 1 Juan 2:28; 3:2, el término describe su segunda venida. En 1 Juan 2:28, es paralelo con la expresión parousía, que describe la venida de Jesús. El verbo "aparecer" también se encuentra en 1 Juan 2:19 y 4:9.
Los anticristos abandonaron la iglesia. Esto manifestó que realmente no habían sido parte de la iglesia. El amor de Dios también se manifestó: apareció al enviar al Hijo de Dios. Este pasaje contiene una de las mayores concentraciones del término en todo el Nuevo Testamento. Jesús apareció en carne humana, siendo el Hijo encarnado. El aparecerá otra vez en su segunda venida.
2. El propósito de la aparición de Cristo
Cristo apareció la primera vez para resolver el problema del pecado (1 Juan 3:5) y para destruir las obras del diablo, que ha pecado continuamente desde el principio (1 Juan 3:8). Cristo liberó a la humanidad de la sujeción al pecado, al diablo y a la muerte. Primera Juan 3:5 no nos dice directamente cómo quitó Jesús los pecados. Sin embargo, el contexto de 1 Juan y del Evangelio de Juan deja claro que Jesús lo hizo por su muerte en la cruz.
De acuerdo con 1 Juan 3:5, Jesús quitó "pecados", lo que puede señalar acciones pecaminosas, el castigo por el pecado, y las consecuencias del pecado. Su sacrificio sustitutivo es suficiente para toda la humanidad. Los anticristos pueden no haber comprendido plenamente el valor salvífico de la cruz. Hoy, estamos otra vez en peligro de diluir el lugar de la cruz. Algunos hacen de la cruz sólo una señal del amor de Dios, separándola del hecho de que allí Jesús murió por nosotros. Al hacer eso toman una visión suave del pecado y dejan "poco lugar, o ninguno, para la enseñanza bíblica de que Cristo vino no sólo para demostrar el amor de Dios sino también para manifestar su justicia". Jesús vino para deshacer todo el mal que Satanás ha hecho en este mundo y en el universo. Esto incluye la esclavitud al pecado. "Jesús apareció no meramente para realizar el gozo positivo y constructivo de amar, sino también para hacer un trabajo de demolición del pecado y de las obras del diablo (1 Juan 3:8). [...] Su muerte se ve no sólo como un evento pasivo, expiando por el pecado, sino también un ataque activo a las tinieblas. El vino no meramente para cargar el pecado, sino también para ser un destructor del pecado".
Juan enfatiza la absoluta ausencia de pecado de Jesús. Dice que Jesús es -no fue- sin pecado". "La afirmación de Juan es más que el hecho de que Jesús no cometió pecado. Alega que Cristo no posee una naturaleza pecaminosa".
Si eso es así y Jesús expía y erradica el pecado, los creyentes no pueden tener nada que ver con el pecado, "el cáncer que carcome toda vida espiritual". Al hacer causa común con el pecado estaríamos haciendo causa común con Satanás y estaríamos rechazando a Jesús.
V. ¡Sin pecado! (1 Juan 3:6, 7, 9, 10)
1. Los verdaderos creyentes no pueden pecar
Los versículos 6 y 9 contienen afirmaciones fuertes y que causan perplejidad diciendo que ninguno que vive en Jesús, que lo ha visto espiritualmente, y que lo ha conocido comete pecado, y que ninguno que es nacido de Dios peca ni puede pecar. ¿Cómo pueden reconciliarse estas afirmaciones con 1 Juan 1:6 al 10; 2:1, 2, donde Juan afirma que pretender estar sin pecado es una mentira y que aunque no pecar es la meta de los cristianos, necesitan a Jesucristo como mediador?
Los cristianos han luchado con estas afirmaciones y han tratado de encontrar explicaciones. Algunos pueden haber caído en la desesperación porque sabían que el pecado es una realidad en sus vidas aun después de su conversión y bautismo. Otros han seguido el perfeccionismo. Y todavía otros han pretendido que sus pecados de ningún modo son pecados.
Podemos suponer, con seguridad, que el apóstol Juan no se contradice. Debemos comprender nuestro pasaje actual a la luz del análisis previo sobre el tema del pecado.
Los expositores han elaborado diferentes soluciones a esta dificultad. La más satisfactoria es la sugerencia de que Juan está hablando del pecado habitual y persistente. Los verbos "pecar" y "cometer [pecado]" se encuentran en tiempo presente, que señala una acción continuada. El significado sería que los discípulos de Cristo no pueden continuar pecando. Pueden caer en pecados de vez en cuando, pero se han separado del pecado, están opuestos a él, y no practican una vida de pecado. La Nueva versión internacional sigue esta comprensión, traduciendo los verbos con la expresión "practicar el pecado". Y Akin dice: "Juan no está sugiriendo que el hijo de Dios no corretera ni un solo acto de pecado. En cambio, Juan está describiendo una manera de vivir, un carácter, un estilo de vida predominante [...] En otras palabras, el creyente no vivirá una vida caracterizada por el pecado".
El verdadero creyente no continúa pecando o "practicando el pecado", porque "la simiente de Dios permanece en él" (versículo 9) y él "es nacido de Dios". La simiente de Dios puede entenderse como 1) la descendencia de Dios, es decir, un principio divino o la naturaleza divina en los creyentes, o como 2) lo que Dios ha implantado en la persona que nació de nuevo. En este caso se referiría a la Palabra de Dios (Santiago 1:18, 21; 1 Pedro 1:23-25) o "lo que habéis oído desde el principio" (2:24)" el Espíritu Santo (Juan 3:6, o ambos.
2. Los verdaderos creyentes practican la justicia
Ambas subsecciones, los versículos 4 al 7 y los versículos 8 al 10, terminan con una referencia a la justicia. Mientras la mayoría de las afirmaciones que se encuentran en 1 Juan 3:4 al 10 son algo negativas, el versículo 7b es positivo. El versículo 10 es su contraparte negativa, usando frases similares. Estos dos versículos mencionan las obras justas de aquellos que siguen a Jesús. Sus actos justos son una señal de su carácter justo. Esto es en lo que ellos deben continuar concentrándose. El verdadero cristianismo no es una religión o un sistema filosófico o solo una aceptación mental de ciertas verdades, sino que se reduce a practicar la justicia y el amor.
Conclusión
Los seguidores de Cristo nunca deben olvidar que tienen el privilegio de ser hijos de Dios y tienen una esperanza maravillosa que le da significado a su vida. Sus privilegios los motivan a renunciar al pecado completamente y a practicar la justicia, es decir, vivir una vida pura. Aunque la pureza moral parte de Dios porque él es el que perdona los pecados, los creyentes tienen una parte activa que desempeñar en vivir vidas piadosas.
Daniel I. Akin, 1, 2, 3 John, The New American Commentary (Nashville: Broadman and Holman Publishers, 2001), pp. 132, 133.
John R. W. Stott, The Letters of John: An Introduction and Commentary, Tyndale New Testament Commentaries (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans Publishing Company, 1988), p. 122.
Thomas F. Johnson, 1, 2 and 3 John, New International Biblical Commentary (Peabody: Hendrickson Publishers, 1993), p. p. 68.
Stephen S. Smalley, 1 ,2 ,3 John, Word Biblical Commentary (Waco Word Publishers, 1984), p. 146.
Ben Witherington III, Letters and Homilies for Hellenized Christians, tomo 1: A Socio-Rhetorical Commentary on Titus, 1-2 Timothy and 1-3 John (Downers Grove: InterVarsity Press, 2007), p. 497.
I. Howard Marshall, Las cartas de Juan (Buenos Aires y Grand Rapids: Nueva Creación, Wm. B. Eerdmans Publishing Company, 1991), p. 169.
Cf. Johnson, p. 68.
Cf. Grayson, p. 104.
Akin, p. 138.
H. H. Hobbs, The Epistles of John (Nashville: Thomas Nelson Publishers, 1983), p. 81.
Akin, p. 140.
Cf. Marshall, pp. 173, 174.
Ver Witherington, p. 499.
Stott, p. 26.
Cf. Akin, pp. 141, 147; Smalley, p. 156; Witherington, p. 501.
George Reid y Ekkehardt Mueller, "Christ's Death and Our Salvation", Reflections: A BRI Newsletter, julio de 2008, p. 6.
Witherington, p. 500.
Cf. Juan 8:46; Hechos 3:14; 2 Corintios 5:21; Hebreos 4:15; 7:26; 1 Pedro 1:19; 2:21, 22.
Akin, p. 142.
Witherington, p. 500.
Ver Stott, pp. 135-140.
Akin, p. 143.
Cf. Akin, p. 143; Johnson, pp. 71, 74; Stott, p. 131.
Grayston, p. 107.
Cf. Johnson, p. 74.
Cf. Akin, p. 149; Smalley, p. 174.
Fuente: http://www.escuelasabatica.cl/2009/tri3/lecc7/leccion.htm