Libro complementario
Gálatas
Una respuesta apasionada para una iglesia con problemas
Autor: Carl P. Cosaert
Capítulo 14
Gloriarse en la cruz de Cristo
Cuando los soviéticos tomaron el control de Polonia al final de la Segunda Guerra Mundial, el Partido Comunista se ocupó de consolidar su poder y empezó a implementar varias reformas nacionales radicales. Amenazado por el poder de la Iglesia Católica, el gobierno buscó debilitar la autoridad de esta mediante la persecución. En 1961 las autoridades prohibieron oficialmente todo tipo de símbolo religioso en los organismos públicos –fábricas, hospitales, escuelas y ministerios–. Sin embargo, la prohibición no se impuso de forma tan estricta en las escuelas como en otros lugares.
Cuando el Sindicato Solidaridad comenzó a aumentar su poderío al comienzo de la década de 1980, las cruces empezaron a reaparecer en los edificios por todo el país. Preocupado por tan desafiantes acciones, el primer ministro polaco decidió tomar severas medidas. Ordenó que todas las cruces fuesen retiradas de todas las instituciones públicas, tal como especificaba la ley.
Sin embargo, su decreto hizo estallar una imprevista y enorme ola de protestas en todo el país. Por último, ante una protesta pública sin precedentes, el gobierno acabó aceptando hacer la vista gorda con las cruces, pero insistió en que no se tocase la ley.
Varios meses después, no obstante, un director de escuela que era comunista celoso decidió que la ley era la ley y que la impondría en su escuela sin importar las consecuencias. Decidió retirar las cruces una noche, en secreto, de siete salas de conferencia en las que colgaban desde la década de 1920. Sus acciones desencadenaron una serie de acontecimientos de creciente gravedad. Un grupo de padres respondió entrando en la escuela y colgando otras cruces en las salas de conferencia. El director hizo que retiraran las nuevas cruces y amenazó con cancelar la ceremonia de graduación a no ser que padres y estudiantes aceptasen acatar la ley. Se negaron. Y, con eso, algo que parecía poco más que un conflicto local acabó convirtiéndose en un enfrentamiento entre el gobierno comunista y la Iglesia Católica.
A pesar de las amenazas del gobierno, miles de estudiantes organizaron una multitudinaria protesta no violenta de cuatro días. Asistieron a misas especiales, tenían cruces colgadas del cuello y llevaban consigo cruces como parte de una demostración pública. Después de un largo y tenso punto muerto, el gobierno y las escuelas permitieron que las cruces se quedaran.
Aunque el seguimiento de todo el suceso fue asombroso según se iba desarrollando, la escena más conmovedora de todo el enfrentamiento fueron las simples pero profundas palabras de un sacerdote de parroquia pronunciadas ante un montón de estudiantes para alentarlos en su protesta. Les dijo: «Sin cruz no hay Polonia».
Cuando nos acercamos al final de nuestro estudio de la Epístola de Pablo a los Gálatas, el mensaje del sacerdote polaco no solo transmite la esencia del cristianismo, sino que también resume perfectamente el llamamiento final que el apóstol hace a los gálatas: «¡No hay evangelio sin la cruz de Cristo!».
La mano del propio Pablo (Gálatas 6:11)
El llamamiento final a los gálatas comienza con un comentario muy extraño: «Mirad con cuán grandes letras os escribo de mi propia mano» (Gálatas 6:11). Para entender la significación de su declaración, es necesario que recordemos la forma normal en que Pablo termina sus Epístolas.
Aunque las observaciones finales de Pablo no siempre son uniformes en sus Cartas, un estudio minucioso revela un patrón básico que seguía generalmente: 1) saludos a personas específicas, 2) una firma personal y 3) una bendición final. De vez en cuando también incluía un llamamiento final de algún tipo relacionado con el mensaje general de la Carta. La siguiente tabla contrasta la forma en la que concluye típicamente sus Cartas con la terminación de Gálatas.
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1 Corintios 16
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Colosenses 4
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Gálatas 6
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Saludos
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«Las iglesias de Asia os saludan. Aquila y Priscila (...) os saludan mucho en el Señor» (versículo19).
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«Aristarco, mi compañero de prisiones, os saluda; y también Marcos [...]
También os saluda Jesús, el que es llamado Justo» (versículos 10, 11).
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Firma
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«Yo, Pablo, os escribo esta salutación de mi propia mano» (versículo 21).
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«Esta salutación es de mi propia mano, de Pablo» (versículo 18).
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«Mirad con cuán grandes letras os escribo de mi propia mano» (versículo 11).
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Bendición
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«La gracia del Señor Jesucristo esté con vosotros» (versículo 23).
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«La gracia sea con vosotros» (versículo 18).
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«Hermanos, la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu» (versículo 18).
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Cuando comparamos los rasgos principales de la fórmula que usa Pablo para concluir sus Cartas con las observaciones finales de Gálatas, aparecen dos diferencias significativas. En primer lugar, a diferencia de lo que ocurre en la mayoría de sus Cartas, Gálatas no contiene saludos finales. Ahora bien, por sí sola, la ausencia de un saludo personal no es siempre indicación de que algo vaya mal (por ejemplo, 2 Tesalonicenses). Sin embargo, la falta de saludos en Gálatas resulta muy sospechosa por el hecho de que Pablo también omitió deliberadamente la frase tradicional de acción de gracias al comienzo de su Carta. Los dos rasgos epistolares ausentes pueden ser una indicación adicional de una relación tensa entre él y los gálatas. Pablo es amable, pero protocolario. Teniendo en cuenta tales circunstancias, no sorprende, desde luego, que también omita cualquier mención al saludo con un «beso santo» (cf. Romanos 16:16; 1 Tesalonicenses 5:26).
Cuando examinamos la manera en que concluye sus Cartas, es importante que recordemos que, en la antigüedad, era costumbre entre los autores de Epístolas que echaran mano de los servicios de un escriba para la redacción de las mismas. Pedro se benefició de los servicios de Silvano en la redacción de 1 Pedro (1 Pedro 5:12), y Pablo parece haber dictado Romanos a un escriba llamado Tercio (Romanos 16:22). Fuera del mundo judío, sabemos que hasta Cicerón, famoso senador romano, dependía de escribas para mantener su correspondencia al día. Cuando un escriba acababa de escribir, el autor solía tomar la pluma y escribía las últimas frases de su puño y letra. Encontramos ejemplos de esta costumbre en el cambio de caligrafía que ocurre al final de varias cartas antiguas escritas en papiro descubiertas en Egipto. Pablo afirma explícitamente en varias de sus Cartas que también era esa su costumbre. En 2 Tesalonicenses 3:17 llega a decir: «Esta es la señal distintiva de todas mis cartas; así escribo yo» (NVI). Tal práctica no solo añadía un toque más personal a las Cartas de Pablo, sino que también parece que ponía freno a las falsificaciones. Podemos dar por sentado que el apóstol siguió la costumbre aun en las Cartas en las que no lo menciona.
Por ello, el final de Gálatas es excepcional, por cuanto Pablo se separa algo de su práctica normal. Cuando sostiene la pluma del escriba, sigue tan inquieto y preocupado por las circunstancias de Galacia que no se contenta con escribir una nota breve y una bendición final; en vez de ello, añade varios párrafos. Sencillamente, no puede soltar la pluma hasta que ruega nuevamente a los gálatas que se aparten de sus insensatos caminos.
No obstante, eso no es todo. Pablo también llama la atención de los gálatas al tamaño de sus letras. Aunque es imposible saber con certeza a qué se refiere específicamente, hay varias posibilidades interesantes. Algunos han supuesto que no se refería a las dimensiones físicas de sus letras, sino a la caligrafía defectuosa de las mismas. Especulan que quizá tenía las manos tan lisiadas por la persecución o tan torcidas por la marroquinería que no podía dar a sus letras la precisión caligráfica que cabría esperar de un maestro. Otros creen que sus comentarios dan prueba adicional de su vista deficiente (cf. Gálatas 4:15; 2 Corintios 12:7-9). Aunque, ciertamente, ambos puntos de vista son posibles, parece mucho menos especulativo concluir sencillamente que escribía intencionalmente con letras grandes para subrayar y recalcar nuevamente su argumentación, de forma similar a la manera con que indicamos hoy una palabra o un concepto importante subrayándolo, poniéndolo en cursiva o escribiéndolo todo en MAYÚSCULAS. Pablo quería captar la atención de los gálatas y estaba decidido a hacer lo necesario para obtenerla.
Gloriarse en la carne (Gálatas 6:12, 13)
Aunque Pablo insinuó previamente el orden del día y la motivación de los judaizantes (véanse Gálatas 1: 7; 4:17; 5:10, 12), sus observaciones de Gálatas 6:12, 13 son los primeros comentarios explícitos que hace sobre ellos. Dice de ellos que quieren «hacer buena figura en lo exterior» (PER). En griego, la expresión «hacer buena figura» significa, literalmente, ponerse «un buen rostro». En el Nuevo Testamento, aparece únicamente aquí. El mundo grecorromano también usaba la palabra «rostro» para describir la máscara de un actor, e incluso se empleaba figurativamente para referirse al papel desempeñado por un actor. Esto sugiere que para Pablo los judaizantes eran como actores que buscaban el aplauso del público. En una cultura basada en el honor y la vergüenza, como lo era el mundo del Nuevo Testamento, el conformismo es esencial. Y parece que los judaizantes deseaban mejorar la valoración de su honor ante sus paisanos de Galacia y otros cristianos judíos residentes en Jerusalén. Como David, que presentó los prepucios de doscientos filisteos al rey Saúl para convertirse en su yerno, los judaizantes querían fanfarronear, como indicación de sus propios logros espirituales, de los prepucios gentiles que habían logrado (cf. 1 Samuel 18).
Pablo dice en el versículo 12 que la razón por la que algunos imponían la circuncisión a los cristianos de origen gentil era para que los creyentes judíos pudieran evitar ser perseguidos por la cruz de Cristo. Cuesta determinar qué quiere decir específicamente con esa expresión. Pese a que puede entenderse que la persecución sea, desde luego, una forma de maltrato físico, es importante observar que puede ser igual de dañina que sus formas más «leves»: el acoso y la exclusión. Ciertamente, aunque los cristianos sufrían persecución física de sus enemigos, como la desencadenada por Pablo antes de su conversión, también experimentaban el acoso y la exclusión de sus compatriotas judíos por su decisión de seguir a Jesús.
El judaísmo tenía una influencia política significativa en muchas regiones. Como religión contaba con la aprobación oficial de Roma, y muchos cristianos habrían estado ansiosos de mantener intensas relaciones positivas con los judíos de la zona. De hecho, durante los primeros años de la iglesia, los cristianos podían adorar libremente porque los romanos los consideraban simplemente como una secta del judaísmo. Al circuncidar a los gentiles y enseñarlos a observar la tora, los judaizantes de Galacia podían encontrar un punto de terreno común con los judíos de la zona. No solo les permitiría mantener un contacto amistoso con las sinagogas de la región, sino que podría incluso reforzar sus vínculos con los creyentes de Jerusalén, quienes tenían una sospecha creciente en cuanto a la labor que se hacía entre los gentiles (Hechos 21:20, 21). Independientemente de la circunstancia precisa implicada, está claro que los judaizantes de Galacia no estaban dispuestos a soportar la persecución por causa de Cristo.
Gloriarse en la cruz (Gálatas 6:14)
Habiendo expuesto los motivos deshonestos que provocaban la insistencia de los judaizantes en la circuncisión, Pablo presenta su mensaje evangélico a los gálatas por última vez, aunque solo de forma resumida. Rara él, el evangelio se basa en dos principios fundamentales: 1) la centralidad de la cruz (versículo 14) y 2) la doctrina de la justificación por la fe, a la que se refiere mediante una referencia a la «nueva creación» (versículo 15, LBA).
Normalmente no se considera que la jactancia sea una virtud. Tendemos a mirar con malos ojos a las personas que cantan sus propias alabanzas. Sin embargo, por sorprendente que pueda parecer, en los escritos de Pablo, la jactancia tiene aspectos tanto negativos como positivos. El tipo de jactancia a la que se opone es la jactancia «según la carne» (ver 2 Corintios 11:18). Se refiere a todos los aspectos de la alabanza propia, que hacen que centremos nuestra atención en nosotros mismos, no en Dios. El apóstol condena específicamente la jactancia en la propia obediencia de la ley de Dios (Romanos 3:27), el alarde de nuestra sabiduría «superior» (1 Corintios 1:29), la exhibición de actitudes arrogantes de los creyentes gentiles hacia los creyentes judíos (Romanos 11:17) y todo tipo de fanfarronería que se atribuya el mérito de los dones y capacidades que Dios nos ha dado (1 Corintios 4:7).Y, en conexión con nuestro pasaje de Gálatas, Pablo también rechaza la jactancia en el proselitismo (Gálatas 6:13), algo que a menudo nos gusta hacer como cristianos. Aunque tal comportamiento pueda tener apariencia de espiritualidad, se centra a menudo en nuestros logros más que en cualquier otra cosa. Toda jactancia de ese tipo pertenece a la esfera de la carne y, por lo tanto, es mala (Romanos 1:30; 1 Corintios 5:6).
Es probable que el aspecto positivo de la jactancia que Pablo recalca provenga de sus antecedentes en el judaísmo y, en particular, de su conocimiento de las Escrituras hebreas. El Antiguo Testamento no solo permite gloriarse en los actos portentosos de Dios puestos de manifiesto en la historia de la salvación, sino que lo alienta (Salmo 5:11; 32:11; 1 Crónicas 29:11). Tal jactancia es un acto de adoración, así como una expresión de gratitud y confianza en la fidelidad contractual de Dios. Por lo tanto, es responsabilidad de los cristianos gloriarse en el Señor (1 Corintios 1:31; 2 Corintios 10:17; Filipenses 3:3).
¿Cómo se manifestó tal jactancia en la vida personal de Pablo? Se gloría por la forma en que Dios ha actuado en la vida de sus seguidores (2 Corintios 9:2, 3; Filipenses 2:16; 1 Tesalonicenses 2:19). Incluso se gloría en su propia debilidad, porque, gracias a esa debilidad, puede ver la gracia habilitante de Dios actuando en su vida (2 Corintios 12:9, 10). Sin embargo, en última instancia, como cristiano, solo hay una cosa en la que Pablo puede gloriarse de manera suprema: la cruz. Precisamente en el acontecimiento de la cruz Dios actuó para convertir sus promesas a Abraham en una realidad histórica (Gálatas 6:14).
A los que vivimos en el siglo XXI nos cuesta captar la naturaleza escandalosa que los comentarios de Pablo sobre la jactancia en la cruz transmitían en su origen. Hoy la cruz de Cristo es un símbolo común y amado que evoca sentimientos positivos en la mayoría de la gente. Cantamos sobre la cruz, predicamos sobre la cruz, pintamos cuadros de ella y la incorporamos como símbolo a objetos religiosos de todo tipo, y muchos hasta la llevan a modo de joya. Sin embargo, en la época del apóstol, la cruz no era algo de lo que gloriarse. Era, más bien, algo que despreciar. Los judíos entendían que la idea de un Mesías crucificado era ofensiva. Los romanos consideraban tan repulsiva la crucifixión que ni siquiera era mencionada como un castigo adecuado para un ciudadano romano.
Podemos ver con claridad la forma en la que el mundo antiguo consideraba la cruz en el primer dibujo conocido de la crucifixión de Jesús. Un fragmento de grafito descubierto en Roma y que se remonta a comienzos del siglo II d.C. representa la crucifixión de un hombre, o, para ser más precisos, de al menos el cuerpo de un hombre. Donde cabría esperar una cabeza humana aparece la cabeza de un asno. Bajo la cruz y adyacente a un dibujo de un hombre con las manos alzadas en adoración, una inscripción dice: «Alejandro adora a su dios». La intención está clara: la cruz de Cristo es ridícula. ¿Quién sería tan tonto como para adorar a un hombre crucificado? No obstante, exactamente en este contexto Pablo declara con audacia que ¡no puede gloriarse en nada que no sea la cruz de Cristo!
Todo cristiano debería gloriarse en la cruz de Cristo, porque, debidamente entendida, la cruz cambia de forma radical la manera en que experimentamos la vida. Demuestra el asombroso amor de Dios y las inconmensurables medidas a las que estuvo dispuesto a condescender para garantizar nuestra salvación. No solo ofrece perdón gratuito y nos recuerda que Cristo ha conquistado la tumba, sino que nos presenta el reto de reevaluar cómo nos vemos a nosotros mismos y también cómo nos relacionamos con este mundo. El mundo, este presente siglo malo y todo lo que conlleva (1 Juan 2:16), se yergue contra Dios. Sin embargo, dado que hemos muerto con Cristo, el mundo ya no debe retenernos bajo su esclavizante poder. En la cruz Cristo nos redimió del presente siglo malo y de los poderes de las tinieblas. La cruz nos obliga a reconocer, como dice Pablo, no solo que hemos muerto al mundo, sino también que el mundo nos considera como si estuviéramos muertos.
Precisamente la visión que el apóstol tenía de la cruz, presentada en Gálatas 6:14, conquistó el corazón de Isaac Watts, famoso autor inglés de himnos, y los llevó a escribir lo que algunos han denominado «el himno más hermoso de lengua inglesa». Su himno se tituló en un primer momento «Crucifixion to the World, by the Cross of Christ» [La crucifixión para el mundo, por la cruz de Cristo]; sin embargo, ahora lo conocemos como «When I Survey the Wondrous Cross», o, en su traducción española, «Al contemplar la excelsa cruz».
Que la cruz de Cristo inspire y toque nuestra vida de una manera similar.
Versión original en inglés
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Versión española
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«When I survey the wondrous cross,
On which the Prince of glory died,
My richest gain I count but loss,
And pour contempt on all my pride.
Forbid It, Lord, that I should boast,
Save in the death of Christ, my God».
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«Al contemplar la excelsa cruz
Do el Rey de gloria sucumbió,
Tesoros mil que ven la luz,
Con gran desdén contemplo yo.
No me permitas, Dios, gloriar,
Más que en la muerte del Señor».
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Una nueva creación (Gálatas 6:15)
Habiendo hecho hincapié en la posición central que ocupa la cruz de Cristo en la vida cristiana, Pablo recalca ahora el segundo principio fundamental: la justificación por la fe, o, según la llama aquí, una «nueva creación» (BLA).
Sin embargo, antes de que Pablo mencione la nueva creación, realiza un paradójico comentario sobre la circuncisión: «Porque ni la circuncisión es nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación» (Gálatas 6:15, BLA). Su declaración parece extraña al principio, dado que ha venido argumentando con gran denuedo contra la circuncisión. De hecho, ha llegado a decir que si los gálatas se someten a la circuncisión se desligarán de Cristo (Gálatas 5:2-4). Sin embargo, ahora declara que ni la circuncisión ni la falta de la misma importan realmente. Si ni lo uno ni lo otro importa gran cosa, ¿por qué ha escrito tanto al respecto? ¿Qué dice de verdad?
Pablo viene hablando con tanto énfasis contra la circuncisión que no quiere que los gálatas lleguen a la conclusión que permanecer sin circuncidar es, de alguna manera, más agradable para Dios que estar circuncidados. Las personas pueden ser igual de legalistas en cuanto a las cosas que no hacen como a las que sí hacen. Espiritualmente hablando, el asunto de la circuncisión, por sí mismo, resulta irrelevante. La religión auténtica no está arraigada en la conducta externa, sino en la condición del corazón humano. Como dijo el propio Jesús, una persona puede tener un aspecto maravilloso en el exterior y estar espiritualmente podrida por dentro (Mateo 23:27).Tiene que haber algo más, y a ese algo Pablo lo llama la nueva creación.
Al apóstol le encanta usar metáforas para explicar la portentosa salvación que es nuestra en Cristo. Cada metáfora pone de relieve un aspecto diferente de todo lo que Jesús hizo y quiere hacer por nosotros. Ahora, al final de su Carta, Pablo introduce una metáfora final: la de una nueva creación. La palabra griega traducida «creación es ktísis. Puede referirse a una «criatura» individual (Hebreos 4:13) o a todo el orden «creado» (Romanos 8:22). En cualquier caso, ambos implican la acción de un creador. Y ese es el argumento de Pablo. La salvación no es algo que pueda producirse mediante el esfuerzo humano, ya se trate de la circuncisión o cualquier otra cosa. Se refiere a esa creación como «nueva» porque es algo que no poseemos de forma natural. Y no es algo que meramente añadamos a lo que ya somos, algo así como una pequeña modificación en nuestra forma de pensar o incluso de actuar. Antes bien, implica un cambio total. Jesús se refirió a este mismo proceso en su conversación con Nicodemo, pero lo llamó «nacer de nuevo» (Juan 3:3-8). Es un nuevo nacimiento o una nueva creación porque es un acto divino mediante el cual Dios toma a una persona que está espiritualmente muerta y le insufla vida espiritual.
Pablo describe la experiencia de la nueva creación con más detalle en 2 Corintios 5:17: «Si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas». Aquí Pablo explica que el acto de llegar a ser una nueva creación incluye mucho más que un mero cambio en nuestra condición en los libros del cielo: produce una transformación hoy en nuestra vida. Murray Harris compara la expresión paulina «todas son hechas nuevas» con un cartel de «Bajo nueva dirección» fijado con grandes letras delante de un negocio para captar la atención y anunciar una nueva gerencia. Asimismo, cuando estamos unidos con Cristo, nuestra vida toma una nueva dirección, porque estamos «bajo nueva gerencia». En sus otras Cartas, Pablo se explaya en cómo funciona esto en la realidad. Por ejemplo, los esposos y las esposas han de considerarse y tratarse como lo haría Cristo (Efe. 5:22-33; Col. 3:18, 19). La relación entre padres e hijos ha de estar repleta del amor, la paciencia y la honra que solo Cristo puede proporcionar (Efesios 6:1-4; Colosenses 3:20, 21). Y, mediante su aplicación, podríamos ampliar esta lista para que incluya todo tipo de relación en la que participemos hoy: todas han de estar colmadas de la gracia y la compasión que nosotros mismos hemos experimentado en Cristo.
Todo esto es posible porque es el resultado del cambio total implicado en el proceso de la nueva creación o del nuevo nacimiento. La nueva creación implica, como expresa con tanto acierto Timothy George, «todo el proceso de la conversión: la obra regeneradora del Espíritu Santo, que lleva al arrepentimiento y a la fe; el proceso diario de la mortificación y la vivificación; el crecimiento continuo en santidad, que lleva, al final del camino, a la conformidad a la imagen de Cristo. La nueva creación implica una nueva naturaleza con un nuevo sistema de deseos, afectos y hábitos, cincelados todos por medio del ministerio sobrenatural del Espíritu Santo en la vida del creyente». De principio a fin, la nueva creación es obra de Dios. No es algo que ofrezca solo a unos pocos escogidos, sino más bien lo que desea hacer en la vida de todos nosotros, si lo dejamos.
Comentarios finales (Gálatas 6:16, 17)
Antes de concluir su Carta con una bendición final, Pablo hace dos comentarios en Gálatas 6:16,17 que merecen nuestra atención, aunque sea breve.
En primer lugar, afirma: «A todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos, y al Israel de Dios». Aquí, la palabra traducida «regla» (griego kanón) significa, literalmente, una vara recta o una barra usada por los albañiles y los carpinteros para medir. La palabra acabó representando figurativamente las «reglas» o «normas» mediante las que una persona evalúa algo. Por ejemplo, cuando la gente habla del canon del Nuevo Testamento, tienen en mente los 27 libros del Nuevo Testamento que consideramos que están cargados de autoridad para determinar tanto la creencia como la conducta de la iglesia. Por lo tanto, si una enseñanza no está «a la altura» de lo que se encuentra en esos libros, no se acepta. Así, Pablo dice que los creyentes de Galacia han de vivir la vida en armonía con el principio que acaba de establecer en los dos versículos anteriores: el papel central de la cruz.
¿Quiénes son el «Israel de Dios» de Gálatas 6:16? Algunos han entendido que se trata de los judíos que componen la nación de Israel en su conjunto. Otros afirman que se refiere a cristianos, ya sean judíos o gentiles, quienes son el auténtico Israel «espiritual». Puesto que Pablo no usa la expresión en ningún otro lugar de sus escritos, no podemos apelar a ningún otro versículo para contestar nuestra pregunta. Sin embargo, podemos encontrar ayuda en la sintaxis griega de Pablo. Varios eruditos defienden que «los que anden conforme a esta regla» y el «Israel de Dios» no son dos grupos, sino uno. La conjunción kai [en griego] debería ser traducida «es decir», no «y», o ser omitida (como en la RSV [inglesa, o la PER española]). La iglesia cristiana goza de continuidad directa con el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento. Los que hoy estamos en Cristo somos «la verdadera circuncisión» (Filipenses 3:3, BLA), «descendientes de Abraham» (Gálatas 3:29) y el «Israel de Dios»». Desde luego, tal interpretación coincidiría con la reivindicación anterior de Pablo, realizada con anterioridad en Gálatas 3, de que los gentiles son también descendientes espirituales de Abraham por medio de Cristo.
La segunda afirmación que hace Pablo aparece en el versículo 17: «De aquí en adelante nadie me cause molestias, porque yo llevo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús». ¿Qué son «las marcas del Señor Jesús» que tiene en el cuerpo? Y, ¿por qué no iba nadie a molestarlo por ellas?
La palabra traducida «marca» es el término griego stígmata, del que se deriva la palabra española «estigma». Algunos han visto en el comentario de Pablo una referencia a la práctica común de marcar a los esclavos con la insignia de su amo como forma de identificación, o incluso la práctica de algunas religiones de misterios en la que los participantes se marcaban como señal de devoción. Sin embargo, es más probable que se trate de una referencia a las cicatrices dejadas en el cuerpo de Pablo por la persecución y las dificultades experimentadas en el curso de su proclamación del evangelio (cf. 2 Corintios 11:24-27). Hay apoyo para esta interpretación en 2 Corintios 4:8-10, pasaje en el que el apóstol hace una afirmación similar en cuanto a la persecución que soportó. Después de afirmar que otros y él fueron «derribados, pero no destruidos» (versículo 9), Pablo dice de su experiencia que «llevamos siempre en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos» (versículo 10).
F. F. Bruce señala que, lejos de tratarse de una declaración inconexa al final de su Carta, la referencia de Pablo a «las marcas del Señor Jesús» habría tenido una conexión muy apropiada con su mensaje y quizás incluso con su experiencia personal con los propios gálatas. En contraposición con la marca de la circuncisión, «Pablo afirma que tiene marcas en su cuerpo que sí significan algo real: las [...] cicatrices que ha adquirido como consecuencia directa de su servicio a Jesús. Proclaman de quién es y a quién sirve. Entre ellas, las más prominentes probablemente fueran las marcas dejadas por su lapidación en Listra (Hechos 14:19; cf. 2 Corintios 11:25), y si la iglesia de Listra estuvo entre aquellas a las que se dirigió esta Carta, al menos algunos de sus lectores tendrían en recuerdo vivido de aquella ocasión».
La oración final de Pablo (Gálatas 6:18)
Lo último que el apóstol dice a los gálatas es lo mismo con lo que comienza todas sus Cartas: la gracia. Se ha dicho que la gracia son los sujetalibros del evangelio. La gracia lo primero y la gracia lo último: esa era su oración para todas sus iglesias. La gracia que Pablo veía derramada en el Calvario había cautivado su corazón y cambiado su vida. Y oraba para que los gálatas experimentaran también esa misma visión de la gracia. Ojalá que también oigamos, en la oración de Pablo, el deseo de Dios para nosotros.
Compilador: Delfino J.
Referencias
Wayne Hooper y Edward E. White, eds., Companion to the Seventh—day Adventist Hymnal [Guía del Himnario adventista del séptimo día] (Hagerstown, Maryland: Review and Herald, 1988), himno 154.
Seventh-day Adventist Hymnal [Himnario adventista del séptimo día] (Washington, D.C.- Hagerstown, Maryland: Review and Herald, 1985), himno 154.
John Stott, The Message of Galatians [El mensaje de Gálatas] (Downers Grove, Illinois: InterVarsity Press, 196), p. 180.
F. F. Bruce, The Epistle to the Galatians [La Epístola a los Gálatas] (Grand Rapids: Eerdmans, 1982), p. 276.