IV Trimestre de 2011
Libro Complementario
Una respuesta apasionada para una iglesia con problemas
Gálatas
Autor: Carl P. Cosaert
Capitulo 11
Libertad en Cristo
Líbertad. Es probable que ninguna otra palabra despierte más ecos en el corazón y la mente de los seres humanos del mundo entero. Moshé Dayán, Jefe del Estado Mayor del ejército israelí que se convirtió en un paladín de la paz en la década de 1970, resumió el valor y la importancia de la libertad refiriéndose a ella como «el oxígeno del alma». Su analogía sugiere que sin libertad nos secamos y morimos, pero con ella prosperamos, florecemos y vivimos. Creo que, desde luego, tenía razón. El deseo humano de libertad trasciende la cultura, la raza e incluso la época. Es algo tan querido que las personas están dispuestas a arriesgar la vida por conseguirla y conservarla. De hecho, no pasa un mes sin que algún país en algún lugar del mundo celebre su libertad nacional con una fiesta. No obstante, por extraño que resulte, hasta en los países donde la libertad es un derecho legal, muchos descubren que es algo que falta en su vida cotidiana. ¿Cómo puede ser libre una persona y carecer de libertad? Aunque parece una paradoja, a menudo es verdad. Porque la libertad es más que una declaración nacional. Va mucho más allá del derecho a votar, a luchar, a la propiedad privada y hasta a lo que tenga ganas de hacer. Esas cosas son demasiado simplistas, aunque son aquello en lo que pensamos cuando hablamos de libertad. La auténtica libertad toca la esencia misma de quiénes somos y de lo que se nos pide que seamos. No es simplemente el derecho a hacer lo que nos gusta o queremos hacer, sino la libertad de hacer las cosas que sabemos que deberíamos hacer. Y, a menudo, descubrimos que no damos la talla precisamente en esto. Así, aunque aplaudimos la libertad, a menudo estamos confundidos en cuanto a lo que implica realmente y a cuán genuinamente la experimentamos personalmente. Aunque a muchos podría parecerles sorprendente, la Biblia dice mucho sobre la libertad. A menudo, de entre todos los autores del Nuevo Testamento, se señala al apóstol Pablo como el «paladín de la libertad». Y con razón, porque no solo usa la palabra «libertad» con mayor frecuencia que otros autores del Nuevo Testamento, sino que, además, es uno de sus términos favoritos para describir la verdadera naturaleza del evangelio. Gálatas, más que ninguna de sus Cartas, está asociada con la libertad. Ya en Gálatas 2:4 vimos que Pablo hizo referencia fugazmente a la importancia de proteger la libertad que tenemos en Jesucristo. Sin embargo, ¿qué quiere decir cuando habla de la libertad cristiana? ¿Qué incluye? ¿Hasta dónde llega esa libertad? ¿Tiene límites? Y, ¿tiene alguna conexión con la ley? Pablo aborda todas estas preguntas cuando, en Gálatas 5:1-15, advierte a los creyentes de aquel lugar acerca de dos peligros que amenazan su libertad en Cristo: el legalismo y el libertinaje. Tanto el legalismo como el libertinaje se oponen a la libertad genuina, porque mantienen por igual a sus partidarios en cierto tipo de esclavitud. No obstante, según veremos, el apóstol pide a los gálatas que se mantengan firmes en la verdadera libertad, que es su legítima posesión en Cristo.
Cristo nos hizo libres (Gál. 5:1)
Gálatas 5:1 es uno de los versículos más sorprendentes de la Biblia. Al menos lo fue para mí cuando lo descubrí por vez primera enterrado en medio de esa Epístola. «Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud» (Gál. 5:1). De joven, había recibido la impresión de que el meollo de toda religión era la limitación de mi libertad: una lista con muchos más noes que síes. No obstante, en Gálatas Pablo dice que Cristo nos hizo libres para la libertad. Aquí «libertad» define el evangelio de principio a fin. Por esa razón depuso su vida en el Calvario, y ha de caracterizar la forma en que nosotros mismos viviremos la vida. De hecho, el apóstol quiere que entiendan esto hasta tal punto que llega a ser redundante. Cristo nos hizo libres para que pudiéramos experimentar la libertad. Pablo explicará poco después qué conlleva exactamente la libertad. Sin embargo, antes de que lo consideremos, es necesario que observemos otra cosa que se produce en este versículo. El apóstol no solo dice a los gálatas que Cristo los hizo libres para la libertad, sino que, a imagen de un jefe militar que arenga a una tropa vacilante, también les ordena que no rindan su libertad. La contundencia y la intensidad de su tono casi hacen que sus palabras salten de la página para entrar en acción. De hecho, parece que se proponía exactamente eso. Aunque este versículo está unido temáticamente con lo que antecede y lo que sigue, lo inesperado de su aparición y su falta de conexiones sintácticas en griego sugieren que Pablo quería que destacara como un inmenso cartel. Muchas traducciones así lo indican resaltando Gálatas 5:1 como un párrafo aparte. La libertad en Cristo resume toda la argumentación del apóstol, y los gálatas corrían el peligro de perderla. Habían sentido tanto el embrujo del asunto de la circuncisión que estaban a punto de renunciar a su libertad y abrazar la esclavitud. La esperanza de Pablo se hallaba en despertar a los gálatas para que percibieran su error casi fatal. Sin embargo, es importante señalar que su orden de mantenerse firmes en la libertad no aparece aislada. La precede una importante constatación de un hecho:«Cristo nos hizo libres». ¿Por qué habríamos los cristianos de estar firmes en nuestra libertad? Porque Cristo ya nos ha hecho libres. En otras palabras, nuestra libertad es un resultado de lo que Cristo ya ha hecho por nosotros.
El modelo de una constatación de un hecho, en indicativo, seguida por una exhortación imperativa es una característica típica de las Cartas de Pablo (ver 1 Cor. 6:20; 10:13, 14; Col. 2:6; Efe. 4:1). Los eruditos lo denominan indicativo/imperativo del evangelio. Por ejemplo, Pablo en Romanos 6 Pablo presenta varias constataciones indicativas sobre nuestra condición en Cristo. «Sabemos que nuestra vieja naturaleza fue crucificada con él» (Rom. 6:6, NVI). Tomando ese hecho como base, puede entonces presentar la exhortación imperativa:«Por lo tanto, no permitan ustedes que el pecado reine en su cuerpo mortal» (vers. 12, NVI). En esencia, es su forma de decir:«Lleguen a ser lo que ya son en Cristo». La vida ética del evangelio no ha de ser una carga de cosas que tenemos que hacer para demostrar que somos hijos de Dios. En absoluto; eso está completamente al revés. Somos llamados a vivir como si fuéramos hijos de Dios porque lo somos en realidad. Es una consecuencia de lo que Dios ya ha logrado por nosotros.
En segundo lugar, Gálatas 5:1 también parece incluir otra metáfora adicional para describir la gloriosa verdad del evangelio. De la misma manera que podríamos hacer girar un diamante magistralmente tallado para quedar boquiabiertos con todas sus hermosas facetas, Pablo nos ha dejado mirar absortos la vasta riqueza del don de la salvación obrada por Jesús desde varias perspectivas diferentes sacrificial (ofrenda, Gál. 1:3), legal (justificación, Gál. 2:16), comercial (redención/rescate, Gál. 3:13) y familiar (adopción, Gál. 4:5, 6). Ahora, con la expresión «Cristo nos libertó para que vivamos en libertad» (NVI), tiene otra metáfora en mente. La fraseología se hace eco de una circunstancia denominada manumisión sacra de esclavos.
Puesto que los esclavos carecían de derechos en los días de Pablo, se suponía que una deidad podía actuar a su favor para comprar su libertad. A cambio, el esclavo, aunque libre realmente, pertenecería legalmente al dios. Era un proceso denominado manumisión sacra. Por supuesto, la manumisión sacra, en la práctica real, era meramente una ficción legal. El esclavo entregaba el dinero de su libertad al tesoro del templo. Consideremos, por ejemplo, la fórmula usada en una de las casi mil inscripciones procedentes del templo de Apolo Pitio en Delfos que datan de 201 a.C. a 100 d.C.:«Apolo Pitio compró una esclava, de nombre Nicea, a Sósibo de Anfisa. [...] Sin embargo, Nicea ha destinado la compra a Apolo en libertad».
«La pertinencia de esta práctica como metáfora soteriológica que pudiera ser adoptada por los cristianos resulta evidente: el esclavo es impotente, pero la deidad hace lo que no puede hacer el esclavo. Después de ser redimido, el esclavo pertenece al dios, «cuyo servicio es la libertad perfecta»». Aunque, ciertamente, existe una similitud básica con la terminología de Pablo, sí encontramos una diferencia fundamental. La metáfora del apóstol no es una ficción legal. Ni aportamos nosotros mismos el precio de la compra (cf. 1 Cor. 6:20; 7:23). El precio era demasiado elevado. Éramos impotentes para salvarnos nosotros mismos, pero Jesús intervino e hizo por nosotros lo que no podíamos hacer solos.
La naturaleza de la libertad cristiana
Aunque Pablo ha contrapuesto la diferencia entre la libertad y la esclavitud en la analogía de los dos pactos y ha apelado decisivamente a los gálatas para que no renuncien a su libertad en Cristo, ahora explica con detalle de qué hemos sido librados (Gál. 5:1-12) y para qué hemos sido liberados (vers. 13-15). Como mencionamos antes, el uso de la palabra «libertad» para describir la vida cristiana es más prominente en las Cartas de Pablo que en ninguna otra porción del Nuevo Testamento. La palabra «libertad» y sus afines se dan el doble de veces en los escritos de Pablo que en otros lugares del Nuevo Testamento. Exactamente, ¿qué quiere decir Pablo cuando habla de libertad?
En primer lugar, para Pablo la libertad no es un concepto abstracto. No se refiere a la libertad política, la libertad económica ni la libertad para llevar la vida de cualquier manera que nos pudiera complacer. Es, por el contrario, una libertad fundada en nuestra relación con Jesucristo. Aunque el contexto sugiere que Pablo se refiere a la libertad de la servidumbre y la condena de un cristianismo movido por la ley, nuestra libertad incluye mucho más: 1a libertad del pecado (Rom. 3:9; Gál. 3:22) y de la muerte (1 Cor. 15:51-56), así como de los poderes demoníacos (Gál. 1:4; Col. 2:13-15; Heb. 2:14,15).
Las peligrosas consecuencias del legalismo (Gál. 5:2-12)
En los primeros años de mi trabajo de pastor, había en una de mis congregaciones un dirigente que estaba convencido de que la iglesia ya había escuchado suficientes sermones sobre la gracia. Creía que, en lugar de ellos, sería buena idea que me dedicase a dar a los miembros una buena dosis de legalismo. (De hecho, me dijo que el legalismo no era realmente malo). No haría daño a nadie. Después de todo, ¿qué había de malo en querer obedecer la ley? Aunque su consejo era completamente lógico desde su perspectiva, Pablo habría discrepado enérgicamente por varias razones. En primer lugar, seguir la ley de Dios y el «legalismo» no son necesariamente la misma cosa. Tanto Jesús como Pablo llevaron una vida de obediencia, pero ninguno era legalista. El legalismo aflora cuando una persona da más importancia a la obediencia que a Jesús. Eso convierte al comportamiento de la persona, no a la fe en Cristo, en la base de su aceptación por Dios. En segundo lugar, el legalismo y el libertinaje en una iglesia son letales. Intentar equilibrar el uno con el otro es tan insensato como intentar usar el cáncer para combatir el virus del sida: ambos conducen a la muerte. El único remedio para el legalismo y el libertinaje es la proclamación del evangelio genuino, porque ambos son letales para la vida de la fe. La manera en la que Pablo introduce los versículos 2-12 indica la importancia de lo que está a punto de decir. «Mirad» (LBA), «Ved» (NC), «Escuchen bien» (NVI). No pierde el tiempo en divagaciones. El legalismo es letal y quiere asegurarse de que los gálatas escuchen con atención. De hecho, no solo reclama la completa atención de sus lectores y sus oyentes con su enérgico uso de la palabra «miren», sino que hasta evoca su plena autoridad apostólica: «Yo, Pablo, os digo». Si los gentiles van a someterse a la circuncisión para ser salvos (el griego indica que aún no habían sido circuncidados) y si quieren abrazar una interpretación legalista del cristianismo, quiere que se den cuenta de las peligrosas consecuencias implicadas en su decisión. Entonces, ¿por qué es tan letal el legalismo? Pablo menciona varias razones. El problema fundamental de intentar ganarse el favor de Dios sometiéndose a la circuncisión estriba en la forma en que afecta nuestra relación con Cristo. Este es un asunto tan significativo para Pablo que, básicamente, lo repite dos veces, primero en el versículo 2 y de forma ligeramente diferente en el versículo 4. El legalismo hace que el sacrificio de Cristo, en la práctica, carezca de valor. En el fondo, el legalismo incluye un rechazo de la vía divina de la salvación en Cristo. Pablo afirma que hay que decidirse. O los méritos son de Cristo o son de uno mismo; lo uno es lo opuesto de lo otro. Si la observancia de la ley hubiese sido suficiente, Cristo no habría tenido que dar su vida como sacrificio. Es importante señalar aquí que, cuando Pablo menciona la circuncisión, se refiere a ella desde la perspectiva legalista. Obviamente, como judío, él mismo estaba circuncidado, e incluso se ocupó de que Timoteo lo fuera (ver Hech. 16:3). Por ello, el problema no era la circuncisión en sí misma (Gál. 5:6; 6:15), sino la manera en que se estaba imponiendo a los gálatas como requisito para la salvación.
Pablo defiende su argumento de forma aún más enérgica en el versículo 4:«De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído». Su afirmación es significativa por varias razones. En primer lugar, deja claro que depender de la obediencia humana para la salvación no produce simplemente la pérdida de los beneficios o las «ventajas» derivados de la muerte de Cristo (vers. 2), sino que separa a la persona del propio Cristo. Y la imagen del «desligamiento» al comienzo del versículo 4 y de la «caída» al final sugieren que el legalismo es, en última instancia, un acto de apostasía. El versículo 4 también destaca porque está escrito como si los gálatas ya hubiesen adoptado su fatal decisión de someterse a la circuncisión. El elemento de condicionalidad del versículo 2 («si») está del todo ausente en el original griego del versículo 4, y la mayoría de las versiones modernas no lo traducen así. Es probable que el sutil cambio por su parte sea un intento suyo por asustar a los gálatas más gráficamente con las funestas consecuencias que les impondría el legalismo. Los dejaría sin Cristo. Un segundo problema del legalismo es que obliga a la persona a guardar toda la ley. La afirmación de Pablo de los versículos 2 y 3 incluye un interesante juego de dos palabras que suenan de forma similar en griego pero que tienen significados radicalmente distintos: las palabras «aprovechará» (ofelései) y «obligado» (ofeilétes). Según declara, Cristo no les aprovechará (ofelései), sino que serán deudores (ofeilétes) de la ley. Si una persona quiere vivir de acuerdo a la ley, no puede escoger qué leyes quiere seguir. Es todo o nada. La argumentación del apóstol es simple, pero solemos pasarla por alto. Guardar la ley no solo conlleva la circuncisión, el sábado o las normas alimentarias. Significa que todas las estipulaciones deben ser observadas fielmente y continuamente. Con independencia de lo minuciosamente que alguien observe la santidad del sábado, carece de sentido si esa persona es poco ética en ciertos aspectos de la vida. Como se afirma en Santiago 2:10, «quien cumpliendo toda la ley falla en un precepto, es reo de todos» (PER). En lo que a la ley respecta, es todo o nada.
La tercera objeción de Pablo al legalismo es que dificulta el desarrollo espiritual. «Vosotros corríais bien. ¿Quién os estorbó para no obedecer a la verdad?» (Gál. 5:7). Aquí, su analogía es la de un corredor cuyo avance hacia la meta ha sido saboteado. De hecho, los círculos militares grecorromanos empleaban la palabra traducida «estorbó» (egkópto) para referirse a «romper un camino o destruir un puente, o poner un obstáculo en el camino del enemigo para detener su avance».""'' ¿Cómo estorba el legalismo el desarrollo espiritual? Hace que apartemos los ojos de Jesús. Cuando Jesús ya no es el punto focal de nuestra experiencia cristiana, acabamos mirándonos a nosotros mismos. En consecuencia, evaluamos a quienes nos rodean por si están o no a la altura de nuestros principios. Lleva a un falso sentido de justicia propia, o bien a una desesperación abrumada por la culpa. En cualquier caso, engendra una mentalidad criticona y acaba creando división. El apóstol compara los resultados del legalismo con el comportamiento de una manada feroz de perros salvajes empeñados en morderse y devorarse entre sí (Gál. 5:15). Lejos de expresar amor mutuo, el legalismo produce la muerte espiritual al arrebatarnos el gozo de conocer a Cristo y de experimentar su gracia día a día en nuestra vida. Por último, Pablo dice que el legalismo quita el escándalo de la cruz:«En cuanto a mí, hermanos, si aún predicara la circuncisión, ¿por qué padezco persecución todavía? En tal caso se habría quitado el escándalo de la cruz» (vers. 11). ¿Cómo quita el escándalo de la cruz? El mensaje de la circuncisión implica que uno puede salvarse solo y, como tal, resulta halagador para el orgullo humano. Sin embargo, el mensaje de la cruz ofende el orgullo humano, porque aceptar la cruz significa que tenemos que reconocer que dependemos de Cristo por entero. A diferencia de lo que creía el anciano de mi iglesia, el legalismo no trae consigo beneficio alguno. Resulta letal, independientemente del envoltorio que le pongan. De hecho, Pablo estaba tan indignado con los judaizantes por su insistencia en la circuncisión que en Gálatas 5:12 expresa su deseo de que ¡se les vaya el cuchillo y se castren! Duras palabras, pero mucho menos letales que las falsas enseñanzas de los judaizantes.
Libertad, no libertinaje (Gál. 5:13)
Gálatas 5:13 es el inicio de un punto de inflexión importante en el libro de Gálatas. Aunque, hasta aquí, Pablo se ha centrado por entero en el contenido teológico de su mensaje, ahora pasa al tema de la conducta del cristiano. ¿Cómo debe vivir su vida una persona que no es salva por las obras de la ley? ¿Cómo es la libertad en la vida de un creyente?
Uno de los retos que afrontaba el ministerio de Pablo era el peligro potencial de malentendidos que acompañaba a menudo su insistencia en la gracia y la libertad que los creyentes tenemos en Cristo. El apóstol da varias indicaciones en sus Cartas que sugieren que tal reacción era un problema. En Romanos 3:8 pregunta:«¿Y por qué no decir (como se nos calumnia, y como algunos, cuya condenación es justa, afirman que nosotros decimos)/'Hagamos males para que vengan bienes"?». ¿De dónde surgió tal acusación? De la creencia que su mensaje de la fe sola fomentaba un estilo de vida descuidado (ver también Rom.'6:1; 1 Cor. 6:12; 10:23). Naturalmente, el problema no estaba en el evangelio de Pablo, sino en la tendencia humana a la falta de moderación. Encontramos pruebas incesantes de ello en las páginas de la historia, manchadas con casos de personas, ciudades y naciones cuya corrupción y cuya desaparición en el caos moral fueron resultado directo de una falta de dominio propio. En su empeño por soslayar tamaño malentendido de su mensaje de libertad, Pablo advierte a los gálatas que no usen su libertad «como ocasión para la carne» (Gál. 5:13). La palabra «ocasión» (griego aformé) es interesante. Literalmente significa «el punto de inicio o la base de operaciones para una expedición». La palabra griega traducida «carne» (sarx) «se refiere a la inclinación y la tendencia en la persona humana a vivir una existencia completa y totalmente centrada en el yo». Así, Pablo está diciendo que jamás deberíamos usar nuestra libertad en Cristo como excusa ni como punto de inicio para satisfacer nuestros deseos egocéntricos. Pero hace algo más: también menciona específicamente que la libertad en Cristo no incluye el derecho a despreocuparse de la ley de Dios (vers. 14). Por el contrario, la auténtica libertad en Cristo debería llevar a una vida de obediencia (Rom. 1:5; Gál. 5:14).Y, por último, Pablo dice que nuestra libertad no incluye el derecho a juzgar a los demás (Gál. 5:15). Aunque habla a menudo de la forma en que la libertad en Cristo nos hace libres de la esclavitud a las cosas de este siglo, Pablo no recalca esa enseñanza aquí. En vez de ello, hace hincapié en que la auténtica libertad es un emplazamiento a un nuevo tipo de servició la responsabilidad de servir a los demás por amor. En vez de que vivamos para nosotros mismos, Pablo nos llama a vivir para los demás por amor (vers. 13). La libertad, entonces, es «la ocasión de amar al prójimo sin estorbos, la posibilidad de crear comunidades humanas basadas en la mutua autoentrega, no en la persecución del poder y la posición». Nuestra familiaridad con el cristianismo y con las traducciones modernas de este pasaje hace que, a menudo, pasemos por alto con facilidad la fuerza extraordinaria que las palabras de Pablo transmitieron a sus primeros lectores. Las palabras griegas de Gálatas 5:13, 14 indican que el amor que motiva tan abnegado servicio no es el amor humano ordinario: eso sería imposible. El amor humano es demasiado condicional. En el versículo 13, su uso del artículo del artículo («el») antes de la palabra «amor» (griego agápé) indica que se refiere al especial amor divino que recibimos únicamente a través del Espíritu (Rom. 5:5). Sin embargo, más sorprendente aún es el hecho de que la palabra traducida «servir» es, en realidad, la palabra griega (douléuo) que significa «estar esclavizado». Por naturaleza, las palabras «esclavitud» y «libertad» son claramente contrapuestas entre sí. Sin embargo, Pablo las combina para describir de qué forma tan radicalmente distinta se suponía que debía vivirse la vida cristiana. La auténtica libertad no se encuentra en la autonomía individual, sino en la mutua esclavitud a otro basada en el amor de Dios. Así, nunca puede haber auténtica libertad cuando procuramos vivir meramente para nosotros mismos. Solo la encontramos de verdad cuando estamos dispuestos a perder «nuestra libertad» (Mat. 16:25).
El cumplimiento de toda la ley (Gál. 5:13-15)
Muchos han visto una paradoja en el contraste entre los comentarios negativos de Pablo en cuanto a cumplir «toda la ley» (Gál. 5:3) y sus afirmaciones positivas sobre el cumplimiento de «toda la ley» (vers. 14). ¿Cómo puede decir ambas cosas sin contradecirse? La solución estriba en el hecho de que usa intencionalmente cada expresión para hacer una distinción importante entre dos maneras diferentes de definir la conducta cristiana en relación con la ley. Por ejemplo, dista de carecer de significado que cuando se refiere positivamente a la observancia cristiana de la ley nunca la describa como «hacer la ley». Reserva esa fórmula únicamente para la conducta descarriada de los judaizantes, que intentan ganarse la aprobación de Dios «haciendo» lo que la ley ordena. Esto no implica que quienes hemos hallado la salvación en Cristo no «hagamos» nada. Nada podría estar más alejado de la verdad. Pablo dice que «cumplen» la ley. Con esto quiere decir que la auténtica conducta cristiana es mucho más que la obediencia externa del «hacer» la ley:«cumple» la ley. Pablo usa la palabra «cumplir» porque va mucho más allá del concepto de meramente hacer. «Implica que la obediencia ofrecida satisface completamente lo requerido». Este tipo de obediencia estaba arraigado en Jesús (ver Mat. 5:17). No era un abandono de la ley, ni una reducción de la ley únicamente al amor, sino la forma a través de la cual podían experimentarse el propósito y el significado auténticos de toda la ley. Según Pablo, ¿dónde encontramos el pleno significado de la ley? Pablo dice que con una palabra, y esa palabra -que, sin duda, fue sorprendente para los legalistas de Galacia, como lo es para los legalistas de cualquier generación- es «amor». Toda la ley de Dios, cuando se la reduce a un solo mandamiento, es el mandato de amar. Para demostrar su argumento, Pablo cita Levítico 19:18:«Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Aunque la cita proviene del libro de Levítico, la autoridad de la afirmación de Pablo se arraiga en último término en el uso que Jesús hizo de Levítico 19:18. Sin embargo, Jesús no fue el único maestro judío que se refirió al pasaje como resumen de toda la ley. El gran rabí Hillel, que vivió aproximadamente una generación antes que Jesús, dijo: «Lo que te resulte odioso, no se lo hagas a tu prójimo; esa es toda la ley». Sin embargo, la perspectiva de Jesús era radicalmente diferente (Mat. 7:12). No solo es más positiva (tienes que tomar la iniciativa de hacer algo bueno), sino que, además, demuestra que la ley y el amor no son incompatibles. Sin amor la ley es vacía y fría, pero sin ley el amor carece de dirección.
¿Cómo vivir?
El maravilloso amor de Dios por un mundo de pecadores perdidos forma el meollo de la verdadera naturaleza del cristianismo. Es un amor diferente a cualquier cosa que nuestro mundo haya conocido alguna vez. Ese amor precisamente llevó a Dios a deponer su vida para que pudiéramos ser librados de la esclavitud de nuestros caminos egoístas. Además, es un amor que Dios anhela reproducir en el corazón y la vida de sus seguidores. No para que lo acaparemos para nosotros mismos, sino para que podamos compartirlo con los demás (Rom. 5:5; Juan 13:35). Habiendo llegado casi a olvidar todo esto, las iglesias de Galacia habían empezado a sustituir el amor y la libertad con el legalismo y la esclavitud. Y, en vez de servirse mutuamente en amor, sus miembros se habían vuelto unos contra otros como animales voraces. Desgraciadamente, el error de los gálatas no fue exclusivo de ellos:ha seguido replicándose como un virus a lo largo de los siglos. En el llamamiento que Pablo extiende a los gálatas para que experimenten de forma renovada la libertad y el amor de Dios, oigamos también el llamamiento que Cristo nos hace para que experimentemos lo mismo. Que nuestra experiencia del amor de Dios nos lleve no meramente a seguir la ley, ¡sino a cumplirla!
Compilador: Delfino J.