Gálatas
Una respuesta apasionada para una iglesia con problemas
Autor: Carl P. Cosaert
CAPÍTULO 9
El llamado pastoral de Pablo
El señor Brown tenía fama de ser un director duro, firme y eficiente, que regía el colegio como si fuera una cárcel. Caminaba de manera regular por los pasillos como si estuviera montando guardia en busca de cualquier problema que los prisioneros pudiéramos suscitar. Y no todo era teatro. Tenía una pala legendaria en su despacho (con agujeros taladrados de una a la otra cara para mejorar su eficacia) que no tenía temor de usar en caso necesario. Yo había tenido algún que otro roce con directores del colegio antes, y sabía que evitar al señor Brown era una buena idea.
Estaba en mi último año en el colegio, y, dado que mi familia se había mudado varias veces, también era mi tercer colegio en tres años. Hacía años que mi vida estaba descontrolada. No tenía interés en las cosas espirituales, y ello se manifestaba con claridad en el curso que mi vida estaba tomando. En mi segundo año de bachillerato me habían arrestado siendo menor de edad por conducir bajo los efectos del alcohol, había sido expulsado del instituto por protagonizar peleas y uno de mis profesores decía incluso que yo era el peor alumno del colegio. Incontables veces alguien me había sermoneado sobre lo mala que era mi conducta, y sobre lo necesario que era que cambiará mi conducta si no quería consecuencias contundentes.
Por eso, cuando el señor Brown dijo que quería hablar conmigo, me preparé para lo peor. Era un viernes a última hora de la tarde. Mis amigos y yo habíamos estado bebiendo. Decidimos pasar por el campo de fútbol, donde se jugaba un partido, para ver si podíamos encontrar algo de acción, pero lo único que encontramos fue al señor
Brown. O, mejor dicho, él nos «encontró» a nosotros.
Cuando me llevó aparte, me temía que de verdad me iba a dar una paliza. Me preparé para lo peor. Me puse a la defensiva. Después de todo, ya lo había oído todo antes. Sin embargo, para mi sorpresa, me rodeó con su brazo y me dijo:«Carl, ¿qué estás haciendo? ¿Por qué pasas el tiempo con esos tipos? Sé que vales mucho más que todo esto». Eso me agarró con la guardia bajada, aunque no se lo expresé. Contesté que no tenía ni idea de lo que hablaba y me marché. En realidad, no obstante, su manera de abordarme y las palabras que me dirigió dejaron en mí una impresión profunda y duradera. Marcaron el comienzo de un punto de inflexión en mi vida que, acompañado de otros acontecimientos, llevó a mi bautismo en el verano de mi último año de secundaria. En aquel momento me di cuenta que el señor Brown era diferente. Me pareció que realmente se preocupaba por mí, que de verdad le importaba.
Ocurre algo similar en la Epístola de Pablo en Gálatas 4:12- 20. Hasta ese punto de su Carta, ha venido enumerando todas las razones teológicas por las que los gálatas estaban errando el camino. Su argumento ha sido detallado y complejo, y, en ocasiones, su tono ha estado marcado por una fogosa pasión (Gál. 1:6-9). Sin embargo, ahora se detiene de repente, interrumpiendo su discurso, y empieza a hablar de una manera muy diferente a los gálatas. Su tono es más dulce en las súplicas que les hace desde el corazón. Sin duda, su cambio repentino pilló a los gálatas con la guardia bajada, igual que me pasó a mí con el compasivo ruego del señor Brown.
El corazón de Pablo (Gál. 4:12-20)
A la hora de pensar en el apóstol Pablo, muchos suelen recordar su lado más rudo:su lengua mordaz (Gál. 5:12), su impaciencia (Hech. 15:37-39) y su manera firme de decir a la gente la verdad (Gál. 2:11- 14). Sin embargo, ese retrato no es completo. También tenía un lado bien amable. La vemos aquí. Gálatas 4:12-20 es uno de los pasajes más personales, íntimos y apasionantes de todas sus Cartas. En esos versículos, Pablo, como suele decirse, lleva las emociones escritas en la cara. Incapaz de reprimirse, expresa libre y abiertamente sus sinceras emociones a la vista de todos los gálatas.
La indicación inicial de la inquietud que tanto pesar causaba a Pablo aparece en su llamamiento personal del versículo 12. Su "os ruego" precede de inmediato su insistencia en que los gálatas se hagan como él. Desgraciadamente algunas traducciones no transmiten plenamente la significación del término que usa. La palabra es déomai. Y aunque puede traducirse "rogar" (RV95, LBA) o «suplicar» (NC, NVI, SA), el término griego conlleva un sentido más intenso de desesperación. Por ejemplo, en 2 Corintios 5:20 se traduce «rogar» (RV95, LBA, NC, NVI, DHH), «pedir» (SA, NBE) o incluso «suplicar» (PER). Por ello, el sentido de lo que dice es, en realidad:«¡Les suplico y les mego que cambien de rumbo!».
La inquietud de Pablo no se fundamentaba simplemente en ideas teológicas o en puntos de vista sobre doctrina. Su corazón estaba ligado al de la vida de las personas que habían aceptados a Cristo por medio de su ministerio. Se consideraba más que un amigo:era su padre espiritual, y ellos eran sus hijos (1 Cor. 4:14,15; 1 Tes. 2:7; Flm. 10). Más que eso, su llamamiento personal se manifiesta en la forma en que compara su inquietud por los gálatas con la preocupación y la angustia que acompañan a una madre en el nacimiento de sus hijos (Gál. 4:19). Cuando fundó la iglesia de Galacia, el apóstol había creído que su «parto» previo había sido suficiente para el «alumbramiento sin riesgos» de aquellos creyentes. Sin embargo, ahora que los gálatas se habían apartado de la verdad, el apóstol experimentaba otra vez los dolores de parto para garantizar su bienestar. Para Pablo no era un juego. Sabía que la imagen que los gálatas tenían de Cristo y su comprensión de lo que el Señor requería de ellos afectarían todos los aspectos de la vida de esos creyentes, y que, en última instancia, su destino eterno estaba en juego. Habiendo descrito primero a los gálatas como si se estuviesen formando en el útero, Pablo mezcla sus metáforas, ya que también les habla como si fuera una madre en estado de buena esperanza. «Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros» (vers. 19). La palabra griega traducida «formado» se usaba eri medicina para referirse al desarrollo de un embrión en el seno materno. Por medio de su metáfora, Pablo describe lo que significa ser cristiano, tanto individual como colectivamente como iglesia. Ser un seguidor de Cristo es más que la simple profesión de feitambién implica una radical transformación a semejanza de Cristo. La cuestión fundamental, según le parecía a Pablo, era mucho más que una acción externa, como la circuncisión, porque, como observa León Morris, Pablo «no buscaba alteraciones accesorias en los gálatas, sino una transformación tal que verlos a ellos fuera ver a Cristo».
Teniendo en cuenta esta visión básica de conjunto del pasaje, analicemos ahora algo más de cerca algunos de los detalles específicos que encontramos en él.
El reto de ser como Pablo (Gál. 4:12)
Un aspecto sorprendente de esta sección de Gálatas es el llamamiento extendido por Pablo de que los gálatas se hagan «como yo» (Gál. 4:12). Desde luego, su llamamiento a la «imitación» no suena muy modesto. ¿Cómo debemos interpretar su declaración?
En sus Cartas, Pablo anima en varias ocasiones a los cristianos para que se inspiren en su conducta como modelo. En cada situación se presenta como un ejemplo, cargado de autoridad, que los creyentes deberían seguir. Por ejemplo, en 2 Tesalonicenses 3:7-9 se propone como una ilustración de la forma en que los creyentes de Tesalónica deberían trabajar para ganarse el sustento y no ser una carga para los demás. Insta a los corintios a ser como él al poner el bienestar de los demás antes que el propio (1 Cor. 11:1). Y en Filipenses 3:17 Pablo insta a los creyentes a compartir su decisión de ser fiel a Cristo hasta el mismísimo fin. Aunque pueda pedir a sus seguidores que emulen su comportamiento, su preocupación en Gálatas parece algo diferente.
Gálatas 4:12 no usa la palabra griega traducida «imitar»; en vez de ello, Pablo usa el verbo «ser». ¿Por qué esa diferencia? El problema de Galacia no era un comportamiento inmoral ni un estilo de vida impío, como en la iglesia de Corinto (1 Cor. 5; 6). La problemática de Galacia estaba arraigada en la esencia del propio cristianismo. Tenía que ver con el ser, no con el comportamiento. El apóstol no decía simplemente:«Actúen como yo», sino «Sean lo que soy yo». Precisamente la misma terminología de Gálatas 4:12 aparece en su llamamiento a Heredes Agripa II en Hechos 26:29, en el que Pablo dice:«¡Quisiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fuerais hechos tales cual yo soy, excepto estas cadenas!». En otras palabras, se refiere a su experiencia como cristiano, cuyo cimiento está en Cristo solo. En cambio, los gálatas atribuían más valor a su conducta que a su identidad en Cristo. Aunque F&blo no dice específicamente cómo quiere que los gálatas se hagan como él, el contexto indica que no era una declaración general que abarcaba cada aspecto y detalle de la vida del apóstol. Dado que su preocupación está en la religión de los gálatas, centrada en la ley, no hay duda de que el apóstol tiene en mente el amor maravilloso, el gozo, la libertad y la certidumbre de la salvación que había encontrado en Jesucristo. En vista de la maravilla sobrepujante de Cristo, Pablo había aprendido a considerar todo lo demás como basura (Fil. 3:8, 9). Y anhelaba que los propios gálatas tuvieran esa misma experiencia.
Naturalmente, cuando el apóstol habla de tomar su conducta o su ser como modelo, ello sigue sin eximirlo de la acusación de ser orgulloso. Aunque su invitación a ser imitado pueda sorprendernos inicialmente hoy, me parece que no es incoherente con la humildad cristiana. Debemos entender sus afirmaciones en su contexto. En primer lugar, no sugieren en lo más mínimo que estuviera intentando ocupar el lugar de Cristo. Reconoce abiertamente que el ejemplo supremo de todo cristiano es Cristo, únicamente Cristo (Fil. 2:5-8). Además, Pablo nunca reivindicó haber alcanzado ninguna especie de perfección inmaculada (1 Tim. 1:15; Fil. 3:12-15). Como todos nosotros, sin duda había cosas en su vida que le habría gustado no hacer.
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Lejos de que Pablo fuera inmodesto, Richard Hays cree que el reto del apóstol a sus lectores en cuanto a la imitación refleja sabiduría por su parte como dirigente espiritual. ¿Por qué? Porque «únicamente a través del ejemplo de los demás aprendemos quiénes somos y cómo actuamos. [...] Creyendo que su propia vida, de hecho, estaba conformada al ejemplo abnegado de Cristo, Pablo estaba dispuesto a ofrecerse como modelo de conducta».* Está claro que Pablo creía que no debería haber desconexión entre lo que los cristianos profesamos y las decisiones que adoptamos de forma cotidiana en cuanto al estilo de vida. ¡Ojalá hubiese más ejemplos fieles entre los dirigentes de la iglesia hoy! Quizá nuestra sorpresa ante los comentarios de Pablo sobre la imitación dice más de los problemas que nos hemos acostumbrado a ver en nuestra cultura y en nuestra vida que de él.
Me he hecho como ustedes (Gál. 4:12)
A primera vista, la afirmación de Pablo de Gálatas 4:12 tiene poco sentido. ¿Cómo puede pedir que los gálatas se hagan «como yo» cuando afirma:«yo también me hice como vosotros»? Si se ha hecho como ellos, ¿no socava eso por completo su llamamiento a que ellos se hagan como él? ¿Qué quiere decir exactamente?
Como ya hemos visto, quería que los gálatas fuesen como él en cuanto a su fe y su confianza en la plena suficiencia de Cristo para la salvación. Sus comentarios en el sentido de que se hizo como ellos eran un recordatorio de cómo, aunque era judío, se había hecho gentil, como ellos, «sin la ley», para poder alcanzarlos con el evangelio:algo completamente contrario a la manera en que Pedro se había comportado en Antioquía. Pedro elegía vivir como un gentil, pero obligaba a los gentiles a vivir como judíos (Gál. 2:14). Sin embargo, en vez de separarse de los gentiles por razones de pureza ritual (c/. Hech. 10:28), Pablo se asoció libremente con ellos como si él mismo fuera gentil. El apóstol también aprendió a predicar
el evangelio tanto a judíos como a gentilesry, según 1 Corintios 9:19-23, aunque su evangelio siguió invariable, su método variaba dependiendo de las personas a las que intentaba alcanzar. «Pablo fue pionero en lo que hoy llamamos contextualización, la necesidad de comunicar el evangelio de tal manera que hable al contexto total de las personas a las que se dirige» Algunos consideraban con sospecha la disposición del apóstol a hacerse gentil para alcanzar a los gentiles. Parecía peligroso; de hecho, sigue causando hoy la misma incomodidad en algunas personas que hace casi dos mil años. ¿Exactamente hasta dónde habría que llegar para intentar contextualizar el evangelio? ¿Hay algún límite? ¿Puede irse realmente demasiado lejos cuando intentamos llevar una persona a Cristo?
Los comentarios del propio Pablo en 1 Corintios 9:21 indican que creía que, en efecto, sí existen límites en lo tocante a la contextualización del evangelio. Menciona, por ejemplo, que, aunque gozamos de libertad para llevar a cabo la labor misionera de diferentes maneras a judíos y gentiles, esa libertad no incluye el derecho a tener un estilo de vida completamente anárquico, porque los cristianos estamos bajo «la ley de Cristo». Un autor ha sugerido la siguiente directriz básica:«En la medida que podamos separar el meollo del evangelio de su crisálida cultural, de contextualizar el mensaje de Cristo sin comprometer su contenido, también nosotros deberíamos hacernos imitadores de Pablo».
Aunque el apóstol no proporciona ninguna directriz específica sobre cómo contextualizar el evangelio, las Escrituras sí consignan varios ejemplos respecto a cómo procuró hacerlo él mismo. El ejemplo más conocido es su tentativa de compartir el evangelio con los filósofos epicúreos y estoicos en el Areópago de Atenas (Hech. 17:16-34).
En el libro de Hechos los gentiles a los que el apóstol lleva a Cristo son típicamente paganos que ya tienen interés en el judaismo y que incluso han acudido a la sinagoga. Por ello, cuando el apóstol comparte el evangelio con esos gentiles (y judíos), su apelación es que Jesús es el Mesías prometido y predicho en las Escrituras (Hech. 17:2,3; 13:17-48).
Sin embargo, en Atenas la situación era muy diferente. Pablo intentó predicar el evangelio a gentiles que no tenían una conexión previa con el judaismo y que, desde luego, no atribuían valor alguno a las Escrituras hebreas. Así, en vez de apelar a las Escrituras, usó, como puntos de conexión con los atenienses, un altar anónimo dedicado a una deidad desconocida y pasajes de dos poetas paganos. Proclamó que el único Dios verdadero es el Creador del universo, el Sustentador de la vida, el Gobernante de todas las naciones, el Padre de los seres humanos y el Juez del mundo entero. Sin embargo, cuando empezó a referirse a Jesús y su resurrección de la tumba, los filósofos atenienses perdieron la paciencia y empezaron a burlarse del apóstol.
A menudo escuchamos que el método de predicación de Pablo en Atenas no solo resultó infructuoso, sino que era erróneo. Supuestamente desanimado por el limitado número de conversos, renunció a su tentativa de contextualizar el evangelio y decidió predicar únicamente «a Jesucristo, y a este crucificado» (1 Cor. 2:2). No coincido con ese punto de vista. En una visita que hice a Atenas recientemente, mantuve una interesante conversación con una cristiana griega de esa ciudad en cuanto a si la labor del apóstol en Atenas tuvo éxito. La respuesta que me dio me pareció que estaba cargada de sentido. Me dijo:«No acabo de entender por qué la gente cree que el empeño de Pablo por predicar el evangelio en Atenas fue tan poco fructífero. Está claro que el libro de Hechos no dice mucho de la iglesia de Atenas. Pero sí dice que el apóstol ganó al menos un puñado de conversos, y hasta nombra a dos de estos. El hecho es que hoy yo soy una cristiana griega a causa del mensaje que Pablo predicó hace dos mil años. ¿Cómo puede alguien llamar fracaso a eso?».
Aunque predicó a los atenienses de una forma poco tradicional, el contenido básico de su mensaje siguió siendo el mismo. Se puso los arreos de otra cultura para compartir con sus miembros una cosmovisión distinta a la propia. En esa situación, estuvo dispuesto a vivir como alguien ajeno a la ley a fin de alcanzar para Cristo a las personas ajenas a la ley. Encontramos otros ejemplos de esto en 1 Corintios 8:8-13 y Gálatas 2:11-14.
A la vez, Pablo no fue esclavo de su propia libertad. Para contribuir a reconstruir las relaciones con los creyentes judíos que creían que socavaba por entero la rica herencia del judaismo, participó en un rito de purificación relacionado con el templo judío. Atendiendo la solicitud de Santiago, pagó incluso los gastos de cuatro cristianos judíos que habían tomado el voto del nazareato (Hech. 21:23-26). Por supuesto, para Pablo toda la idea de la purificación era algo no esencial. Puesto que había sido purificado en Cristo, el apóstol habría podido razonar con Santiago que tal acto era ridículo. Siendo libre en Cristo, no era necesario que se sometiese al ritual judío para ser purificado. No obstante, Pablo consintió. Estaba dispuesto a vivir como alguien que está «bajo la ley» si ello podía hacer más eficaz su testimonio en pro de Jesús.
En la actualidad, todo esto suscita una cuestión básica para nosotros. Como cristianos, ¿intentamos contextualizar el evangelio ante el mundo cambiante que nos rodea? ¿O nos hemos acomodado hasta tal punto con la forma en que siempre hemos realizado la evangelización que estamos poco dispuestos a probar algo diferente? Independientemente de nuestra postura sobre el asunto de la contextualización del evangelio, Pablo es claro. Un solo método de evangelización de la comunidad o un solo juego de sermones de evangelización y de presentaciones de PowerPoint no alcanzarán a todas las personas para Cristo. Es preciso que haya más de una manera para compartirlo con ellas.
Entonces y ahora (Gál. 4:13-15)
Mientras se desahoga con los creyentes de Galacia, Pablo les recuerda que su relación no siempre había sido tan difícil y tan gélida como la que tenían en aquel momento. Como un cónyuge que rememora el pasado, se remonta en sus reflexiones al momento en que predicó el evangelio por vez primera en Galacia. ¡Su relación con los gálatas había empezado tan bien! ¿Qué había pasado?
Algunos comentarios de Pablo sugieren que, por lo visto, en un primer momento no había sido su intención predicar el evangelio en Galacia. Alguna enfermedad lo había asaltado en su viaje por la región, lo que lo obligó a quedarse en Galacia más tiempo del esperado, o bien tuvo que viajar a Galacia para recuperarse. ¿Cuál fue la naturaleza exacta de su afección? Lamentablemente, no nos da los detalles que nos gustaría conocer. Hay quienes han sugerido que contrajo paludismo; otros se preguntan si padecería epilepsia; y otros, basándose en su referencia a la disposición de los gálatas a arrancarse los ojos para dárselos a él, proponen una enfermedad ocular. Su enfermedad también puede estar relacionada con la «espina en la carne» que menciona en 2 Corintios 12:7-9 (LBA).
Con independencia de la enfermedad que padeciera, Pablo sí nos dice que era tan molesta que fue una prueba no solo para él, sino hasta para los propios gálatas. En un mundo en el que la gente a menudo veía en la enfermedad una señal de desagrado divino (cf. Juan 9:1, 2; Luc. 13:1-4), la condición del apóstol podría haber dado a los gálatas una excusa para rechazarlos a él y a su mensaje. Pero no lo hicieron. En vez de ello, le dieron la bienvenida de todo corazón. ¿Por qué? Solo había una razón:La buena nueva de lo que Jesús había hecho por ellos en el Calvario (Gál. 3:1) y la convicción del Espíritu Santo habían enternecido su corazón. Pablo y los gálatas habían establecido un vínculo especial de afecto. Habían atendido sus necesidades físicas, y él las necesidades espirituales que ellos tenían. Estaban tan llenos de gratitud y amor por él que habrían hecho cualquier cosa por el apóstol, aunque hubiera supuesto una pérdida personal para ellos (Gál. 4:15). Había sido el mejor de los tiempos. Los sentimientos de Pablo hacia ellos no habían cambiado. ¿Qué razón podían dar ellos ahora de su cambio de actitud?
Decir la verdad (Gál. 4:16)
Todo lo que Pablo había hecho era decir la verdad a los gálatas sobre su situación espiritual. A menudo, la expresión «decir la verdad» tiene la connotación negativa de una táctica contundente, sin tapujos ni miramientos, de contar a alguien los hechos, sin importar lo desagradables o superfluos que puedan ser. Es como obligar a alguien a que se tome una medicina. Puede que no te guste, ¡pero es por tu bien! Y, si no fuera por los comentarios de Pablo en Gálatas 4:12-20 y algunos más esparcidos por su Carta (ver Gál. 6:9, 10), podríamos llegar a la conclusión equivocada de que su interés en la verdad del evangelio pesó más que cualquier expresión de amor. Sin embargo, está claro que no es así. Si la verdad y el amor son genuinos, los dos nunca pueden andar separados.
Pablo usa la palabra «verdad» otras tres veces en su Epístola a los Gálatas. Se refiere a «la verdad del evangelio» en Gálatas 2:5 y 14. En Gálatas 5:7 pregunta quién los estorbó para no obedecer la verdad. Así, que Pablo diga la verdad a los gálatas no implica reprenderlos por sus errores, sino, más bien, proclamarles la realidad maravillosa del evangelio. Por supuesto, no significa que la verdad nunca hiera. Sí hiere. De hecho, a menudo se percibe como una ofensa al orgullo humano. El mensaje evangélico de Cristo y de Cristo solamente no deja lugar alguno para el orgullo humano ni para presumir de nuestros logros.
Exactamente ese es el argumento de Pablo. A diferencia de la franqueza del evangelio del apóstol, sus adversarios estaban cortejando activamente el favor de los gálatas por motivos egoístas, no porque los amaran. La circuncisión era cuanto de verdad les importaba. John Phillips resume con mucho acierto el marcado contraste entre Pablo y sus adversarios. El apóstol «había llegado para evangelizar; ellos, a hacer proselitismo. Pablo había llegado a ganarlos para una Persona; ellos, a que se sumaran a un partido. Los gálatas serían una estrella en la corona de Pablo, no hay duda. Sin embargo, cuanto querían los judaizantes era convertirlos en un triunfo personal».
No está claro del todo qué quiere decir Pablo cuando afirma que sus adversarios «quieren excluiros» (Gál. 4:17). Aunque es posible que se refiera a un intento de excluirlos de la comunión y la compañía de los cristianos de origen gentil, es más probable que indique un intento de privarlos de los privilegios del evangelio si no se sometían «primero» a la circuncisión (Hech. 15:1). En cualquier caso, el resultado sería el mismo:los gálatas recurrirían entonces a los judaizantes en busca de orientación y dirección espiritual. Sus adversarios buscaban seguidores. El apóstol, en cambio, quería que los gálatas siguieran a Cristo.
Sabiduría para los sabios
Cuando se compara con todas las doctrinas y perspectivas teológicas que Pablo ha acumulado en otros pasajes de Gálatas, podemos sentirnos tentados a pensar que Gálatas 4:12-20 no es tan impresionante o significativo. Por ejemplo, no dice gran cosa sobre las doctrinas cardinales que forman la base teológica de la fe cristiana. Sin embargo, tal evaluación sobre el valor relativo del pasaje estaría del todo errada. Aunque es posible que no diga mucho de doctrina eclesiástica, sí revela mucho sobre el contexto en que debiéramos estudiar la doctrina y aplicarla a la vida cotidiana del creyente y de la iglesia.
En primer lugar, debiera recordarnos que, con independencia de lo importante que sea la «verdad» para nosotros, la verdad tiene que ver, en último término, con el amor de Dios por la gente y no meramente con un conjunto de creencias muy bien empaquetado. ¿De qué sirven las creencias si no logramos demostrar a los demás que realmente nos preocupamos por ellos personalmente? Hemos de interesarnos por ellos por ser quienes son, no meramente en lo que queremos que hagan. En segundo lugar, en un mundo en que la producción en masa parece la clave del éxito global, los comentarios de Pablo sobre hacernos a los demás deberían recordarnos que nunca hemos de buscar un solo método o una sola estrategia para llevar el mundo a Cristo, no importa lo «bueno» que parezca tal método. Por último, aunque Cristo es nuestro ejemplo supremo de vida que debemos imitar, nuestra vida, como seguidores suyos, debiera ser también una ilustración para los demás de lo que significa llamarse cristiano.
Compilado por Delfino J.