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Capitulo_No_01_Saulo de tarso_de perseguidor de cristianos a apóstol

Libro complementario

 

Cuarto trimestre de 2011

 

Gálatas

 

Una respuesta apasionada para una iglesia con problemas

 

Autor: Carl P. Cosaert

 

 

CAPÍTULO 1

 

Saulo de tarso: de perseguidor de los cristianos a apóstol

 

Saulo de tarso más conocido como el apóstol Pablo, fue, sin duda alguna, el personaje más influyente de la vida de la iglesia primitiva (aparte de Jesús, naturalmente). (1) La iglesia sintió primero el impacto de Saulo como perseguidor de los segui­dores de Jesús –a quienes deparaba odio, cárcel, apedreamiento y muerte–, y, después, como seguidor del mismo Jesús, cuando pro­clamaba la buena nueva de la gracia y el amor de Dios. El cambio en la vida de Saulo fue tan repentino y radical que muchos cristianos desconfiaban de él, pues se preguntaban si la transformación era genuina o si se trataba de algún tipo de trama para causar aún más estragos en la iglesia. Sin embargo, el cambio era genuino; tanto, que Dios usó a su nuevo discípulo para difundir la nueva de Jesús tanto a judíos como gentiles por todo el mundo mediterráneo, y lo inspiró a escribir al menos trece Cartas que hoy componen casi la mitad de los libros del Nuevo Testamento.

En este libro vamos a examinar una de las Cartas más entra­ñables y conocidas de Pablo, una Carta que, de hecho, es posible que sea la primera Epístola que escribió: la Carta a los Gálatas. Sin embargo, antes de que empecemos a estudiarla, es preciso que de­diquemos un espacio de tiempo al hombre que está detrás de la Carta. Exactamente, ¿quién era este Pablo o Saulo de Tarso? ¿Qué sabemos de su vida antes de que decidiera seguir a Jesús? ¿Por qué estuvo tan decidido en un cierto momento a destruir la fe cristiana? Y, ¿qué fue lo que lo obligó de forma tan repentina a cambiar radi­calmente de rumbo y a decidir convertirse en un seguidor de Jesús?

Disponemos de dos fuentes de información sobre la vida de Pablo: sus Cartas y el libro de Hechos. Aunque los cristianos valo­ramos desde hace mucho tiempo ambas fuentes, algunos eruditos cuestionan si podemos aceptar como fidedigna la descripción que el libro de Hechos presenta del apóstol Pablo.

Por ello, antes de examinar lo que podemos conocer sobre la vida del apóstol, es necesario que consideremos, en primer lugar, por qué podemos confiar en la descripción de Lucas en el libro de Hechos como un informe fiable sobre Pablo. Después de eso, vere­mos qué podemos averiguar sobre los primeros años de Pablo a fin de descubrir qué lo llevó a perseguir a los cristianos con tanto celo. Por último, volveremos nuestra atención al acontecimiento que lo cambió para siempre.

Fiabilidad de Hechos como fuente para entender a Pablo

Aparte de los detalles que podemos colegir sobre Pablo en sus propias Cartas, también podemos confiar legítimamente en el libro de Hechos como fuente fidedigna de información sobre su vida por las siguientes razones:

1. El propósito expreso de Lucas. El libro de Hechos es el se­gundo de una obra en dos partes que comienza delineando el mi­nisterio de Jesús en el Evangelio de Lucas, y luego relata el creci­miento y el desarrollo de la iglesia primitiva en Hechos. Los pri­meros cinco versículos del comienzo del Evangelio de Lucas sirven como prólogo tanto para Lucas como para Hechos. En ellos, Lucas describe la investigación, minuciosa y exhaustiva, que realizó antes de escribir su propio relato. Obsérvese que nos dice: «Muchos han intentado hacer un relato de las cosas que se han cumplido entre nosotros, tal y como nos las transmitieron los que desde el prin­cipio fueron testigos presenciales y servidores de la palabra. Por lo tanto, yo también, excelentísimo Teófilo, habiendo investigado todo esto con esmero desde su origen, he decidido escribírtelo or­denadamente» (Lucas 1:1-3). Aquí averiguamos que Lucas no solo entrevistó a los testigos oculares, sino que examinó otros relatos escritos, y que informó con esmero (la palabra griega significa «con precisión») de todos esos acontecimientos con el fin de presentar un relato fiable.

Aunque no tenemos acceso a ninguna de las fuentes que Lu­cas usó para escribir Hechos, podemos verificar el nivel de su pre­cisión examinando una de las fuentes que consultó para escribir su Evangelio: el Evangelio de Marcos. Un examen minucioso de los relatos compartidos por Marcos y Lucas revela no meramente dos relatos separados, sino la dependencia literaria de Lucas con respecto a Marcos. Y siempre que Lucas depende de Marcos está clarísimo que Lucas fue un autor cuidadoso que se esforzaba por reproducir fielmente sus fuentes sin distorsionarlas ni alterarlas de manera fundamental (compárense, por ejemplo, Marcos 5:21-42 y Lucas 8:40-56, o Marcos 9:38-41 y Lucas 9:49, 50). Desde luego, es razo­nable suponer que Lucas mantuvo el mismo nivel de precisión con sus fuentes para el libro de Hechos(2)

2. Lucas fue testigo ocular. Aunque Lucas tuvo que consultar a testigos oculares para gran parte de la información contenida en su Evangelio, él parece haber sido participante en muchos de los acontecimientos asociados con Pablo en Hechos, y él mismo fue seguidor de Pablo. La prueba de que Lucas fue testigo ocular se encuentra en los pasajes de Hechos que hablan de un "nosotros" –aquellos lugares en que el pronombre pasa del "él" o "ellos" en ter­cera persona al "nosotros", en primera persona (Hechos 16:10-17; 20:5-15; 21:1-18; 27:1-28:16) –. El uso de "nosotros" en tales pa­sajes sugiere que, en esos instantes específicos de los viajes misio­neros de Pablo, Lucas acompañaba personalmente al apóstol. Así, Lucas no solo conocía a Pablo, sino que habría estado familiarizado con los otros compañeros de viaje del apóstol. Sin duda, la fami­liaridad de Lucas con Pablo y sus acompañantes le facilitó mucha información fidedigna.

3. La fiabilidad de Lucas en detalles históricos. En una época en que el acceso a bibliotecas y obras de referencia era casi inexis­tente, un autor descuidado habría tenido numerosas ocasiones de llenar su relato, sin proponérselo, con todo tipo de errores históricos garrafales y de anacronismos, como los que se encuentran en el fic­ticio Evangelio de Tomás o en el Evangelio de Pedro, escritos en el siglo II d.C. Lejos de ello, los historiadores modernos han confirma­do que el libro de Hechos revela un uso sorprendentemente exacto de los pequeños detalles históricos. Por ejemplo, en su descripción de los viajes de Pablo, Lucas identifica correctamente a Chipre, Acaya y Asia como provincias senatoriales, no imperiales (Hechos 13:4-7; 18:12; 19:31-38). Pasa a describir de manera precisa a Filipos como una colonia romana (Hechos 16:12), a los dirigentes de Tesalónica como politárjoi (término que los escépticos proclamaron en su mo­mento como un error histórico garrafal, pero que ahora podemos verificar, gracias al descubrimiento de varias inscripciones que coin­ciden con Hechos 17:6, 8, que es verdadero), a los dirigentes de Éfeso, también con acierto, como asiárjoi (Hechos 19:31), mientras que designa correctamente «hombre principal» a la primera autoridad de Malta (Hechos 28:7). La precisión en este tipo de detalle también abarca las descripciones y la terminología más generales asociados con el cristianismo primitivo del siglo I d. C. (por ejemplo, Hechos 2:36; 3:20; 4:27 se refieren a Jesús como el "Mesías", y a la iglesia como «el Camino» en Hechos 9:2; 19:9, 23; 24:14,22). La fiabilidad de tales detalles nos da confianza en que el relato de Lucas es fidedig­no en su conjunto.

4. Se ha puesto demasiado énfasis en las presuntas discrepan­cias entre Hechos y las Cartas de Pablo. La dificultad esencial que lleva a algunos eruditos a cuestionar la fiabilidad de Lucas como testigo presencial se reduce a lo que creen que son las discrepancias fundamentales entre el Pablo de Hechos y el retrato que el apóstol da de sí mismo en sus Cartas. Incluyen las siguientes: 1) Está claro que Pablo es un autor de cartas, pero Hechos nunca lo describe así, y no parece que Lucas haga uso nunca de las Cartas del após­tol como fuente de su relato; 2) Pablo nunca menciona explícita­mente en sus Cartas su estrategia misionera de proclamación del evangelio, en primer lugar, en las sinagogas judías, para centrar su atención después en los gentiles; 3) la ciudadanía romana de Pa­blo desempeña un papel fundamental en sus viajes misioneros en Hechos, pero nunca alude a la misma ni una sola vez en sus Cartas; y el hecho de que 4) las inquietudes de Pablo en Hechos parecen diferir de las de sus Cartas.

Aunque está claro que encontramos diferencias entre el mate­rial de Hechos y el de las Cartas de Pablo, no son tan significativas como algunos afirman. En primer lugar, es oportuno que seamos conscientes de que Lucas es claramente selectivo en el material que comparte; tenía que serlo. Tal como está, Lucas cubre casi cuatro años en los capítulos iniciales, y todo el libro abarca unos treinta años, y ese lapso ni siquiera incluye los acontecimientos que aca­baron llevando a la muerte de Pablo. Obviamente, Lucas sabía más de lo que podía compartir. No debiéramos interpretar su silencio como una falta de conocimiento que, de cierta manera, haga de su relato algo indigno de confianza.

Además, cualquier contraste entre las inquietudes de Pablo en Hechos y las de sus Cartas no debería sorprendernos realmente, dado que el apóstol habla en buena medida a dos grupos de per­sonas diferentes. El libro de Hechos describe a Pablo, típicamente, dirigiéndose a no cristianos, mientras que sus Cartas las escribió específicamente a cristianos. Y en aquellos pasajes de Hechos en los que Pablo sí se dirige a una comunidad de cristianos (como su discurso a los dirigentes cristianos de Éfeso, registrado en Hechos 20), resulta evidente una aguda similitud con las inquietudes pre­sentadas en sus Cartas.

¿Por qué Lucas, al parecer, no se apoyó en las Cartas de Pablo como fuente para su libro? Nadie lo sabe con certeza, pero podría haber habido varias razones. Es posible que a Lucas no le haya parecido que las Cartas fueran muy significativas para su narra­ción histórica, y, en todo caso, pueden haberle parecido demasia­do personales como para usarlas. También es una posibilidad que mientras Lucas seguía escribiendo su relato, las Cartas no fuesen fácilmente accesibles, puesto que aún no habían alcanzado una circulación generalizada. Sea como sea, no invalida lo que Lucas sí nos dice.

Aunque no creo que esas presuntas discrepancias socaven la fiabilidad de la descripción de Pablo que encontramos en Hechos, ello no quiere decir que en la actualidad podamos alinear todos los datos de Hechos con las Cartas de Pablo. Una de las mayores dificultades se presenta cuando intentamos obtener una cronología de sus viajes basándonos en lo que encontramos en Hechos y en lo que Pablo nos dice en sus Cartas. Aunque podemos reconstruir un bosquejo general de su vida y su ministerio, sencillamente no tene­mos todas las piezas del rompecabezas, hecho que hace que lo que sí tenemos resulte aún más valioso. Ciertamente, tenemos prueba más que suficiente de que el relato de Lucas es preciso y fidedigno

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Los primeros años de Pablo

Saulo, como se llamaba originalmente, nació en el seno de una familia judía muy devota y pasó los primeros años de su vida en Tarso, capital de la provincia romana de Cilicia (Hechos 21:39). En aquella época Tarso era una ciudad griega famosa por su interés en la educación y la filosofía. Aunque vivían a centenares de kilóme­tros de las fronteras de Tierra Santa, los padres de Saulo, de la tribu de Benjamín, evitaron con sumo cuidado asimilarse a la cultura local. Siguieron las instrucciones dadas a Abraham y circuncidaron a su hijo cuando tenía ocho días de nacido (Filipenses 3:5) y se ocuparon de que, aunque aprendiera griego, su primera lengua fuese la materna (Hechos 26:14). Si bien solemos referirnos a él por Pablo, su nombre hebreo era Saulo, lo que puede sugerir que sus padres lo llamaron así en memoria de un antepasado legendario de la tribu: Saúl, el primer rey de Israel. Las referencias de Hechos 7:58 y Filemón 9 sugieren que probablemente nació hacia el año 5 d. C.

A diferencia de Jesús, Saulo no provenía de un hogar con recursos limitados. Al contrario, todo parece sugerir que su familia no solo tenía cierto grado de riqueza, sino que era muy respetada en su comunidad. En el mundo antiguo, la ciudadanía era un ho­nor concedido a pocos provincianos, pero Saulo afirma que no solo era ciudadano de Tarso, sino que había nacido con la ciudadanía romana, lo que era aún más importante. La ciudadanía romana era muy deseada, puesto que garantizaba prerrogativas especiales que pocos poseían: derecho a voto, a la tenencia de propiedades, a tener un juicio justo y público y muchos otros privilegios legales. Aunque la ciudadanía podía obtenerse u otorgarse por varias razones, la costumbre seguía requiriendo que la persona a la que se conce­día la ciudadanía tuviese medios suficientes al menos para tener propiedades por un valor de quinientas dracmas, cantidad aproxi­madamente igual a dos años de entradas de un jornalero. [3] Dado que Saulo nació siendo ciudadano, es probable que heredara este derecho de su padre o de su abuelo, y se habría beneficiado de ello en su desarrollo.

Dicho sea de paso, la costumbre romana requería que sus pa­dres lo inscribieran oficialmente como ciudadano romano nueve días después del nacimiento, lo que, en su caso, significa al día siguiente al de su circuncisión. En el momento de su inscripción, Saulo habría recibido un nombre latino oficial en tres partes. La única parte de ese nombre que nos es conocida en la actualidad es Pablo, que en latín es Paulus. Por lo tanto, dependiendo del entorno en el que se encontrara, estaría acostumbrado a que lo llamaran Saulo o Pablo.

La formación religiosa inicial tuvo lugar en casa e incluyó la memorización de las Escrituras hebreas. Cuando cumplió seis o siete años, aprendería a leer y escribir en la sinagoga local, don­de las Escrituras hebreas habrían sido su único libro de texto. A los doce o trece años de edad, recibiría su bar mitzvá, rito especial que lo designaba hijo de los mandamientos. Y más o menos en esa misma época se le habrían presentado las tradiciones de los padres, una cuantiosa colección de reglas orales que estipulaba cómo había que observar la ley en las variadas circunstancias de la vida. [4]

En algún momento, la formación religiosa de Saulo se hizo más oficial cuando decidió hacerse fariseo y se trasladó a Jerusalén a estudiar con Gamaliel, uno de los fariseos más destacados de su época (Hechos 22:3; Gálatas 1:14). Los fariseos eran un grupo de judíos que recalcaban la estricta observancia de la tora (ley hebrea), especialmente tal como era interpretada por las tradiciones de sus ancestros. Aunque algunos fariseos eran más indulgentes, Pablo parece haberse sentido atraído por el grupo más estricto, un gru­po decidido a contribuir a cumplir las grandes profecías dadas por Dios a Israel purificando a su nación de todas las formas de desleal­tad a su ley.

Perseguidor de los cristianos

Aunque es casi seguro que Saulo estudiaba en Jerusalén en la época de la crucifixión de Jesús, es imposible saber si alguna vez se topó directamente con el Maestro. Sin embargo, está claro que, después de la muerte de Jesús, Saulo se convenció de que los cris­tianos formaban parte del problema fundamental que acosaba al judaísmo. Las cosas en Israel no iban bien. Dios había hecho mu­chas promesas maravillosas a su pueblo sobre su reino venidero (Daniel 2; Zacarías 8:23; Isaías 40-55), pero seguían sin cumplirse. Aunque el Señor había liberado a Israel de su cautiverio babilónico y lo ha­bía devuelto a su propia tierra natal, sus habitantes seguían siendo poco más que cautivos de los romanos. Saulo estaba convencido de que, con tal que Israel fuese más fiel a Dios, este intervendría y con­vertiría sus promesas en realidad. Y, según el entender de Saulo, no había forma más descarada de infidelidad y apostasía en Israel que la practicada por los seguidores de Jesús. Afirmaban no solo que Jesús era el Mesías prometido y el auténtico centro de la fe hebrea, sino también que era Dios encarnado –un ideal completamente ri­dículo para Saulo, dado que los romanos habían crucificado a Jesús como a un vulgar delincuente–.

Igual que Finees, cuyo celo salvó a Israel de la idolatría en Nú­meros 25, Saulo decidió hacer cuanto estuviera a su alcance para librar a Israel de la enseñanza insidiosa de los que adoraban a Jesús. Aunque la persecución de la iglesia primitiva por parte de Saulo co­mienza de forma muy poco conspicua, ya que él se limita a cuidar los mantos de los verdugos de Esteban, intensifica su severidad rá­pidamente. De hecho, varias de las palabras que Lucas empleó para describir las acciones de Saulo retratan la semblanza de una fiera rapaz o de un soldado entregado al pillaje que busca la destruc­ción de su oponente. Por ejemplo, la palabra traducida «estragos» en Hechos 8:3 (NVI) aparece en la traducción griega del Antiguo Testamento (Salmo 80:13) para describir la conducta descontrolada y destructiva de un jabalí. Y el historiador judío Josefo usa a menudo la palabra traducida «asolar» en Hechos 9:21 y «perseguir» en Gálatas 1:13, 23 para describir a los soldados que no muestran freno alguno en su brutalidad contra sus oponentes y su tierra.

Estaba claro que el trabajo de Saulo en contra los cristianos no era un asunto de conveniencia que emprendía con desgana. Estaba más que dispuesto a arrojar a hombres, mujeres y niños en la cár­cel, y hasta a hablar contra ellos cuando se enfrentaban a la pena capital (Hechos 9:1, 2, 13, 14, 21; 22:4, 5; 26:9-11). Su celo contra los cristianos lo llevó incluso a solicitar y recibir autorización de los sumos sacerdotes para perseguir y atrapar a los que vivían fuera de Judea. Sus acciones ponen de manifiesto que se proponía extermi­nar la fe cristiana.

Podemos ver un ejemplo moderno de la mentalidad que im­pulsó a Saulo a perseguir a los primeros cristianos con tanta violen­cia en el asesinato del primer ministro israelí Isaac Rabín, ocurrido en 1995. En su empeño por poner fin a las hostilidades entre judíos y palestinos y obtener una paz duradera, Rabín había decidido en­tregar porciones de la tierra de Israel al control palestino. El asesino de Rabín era un joven que, como Saulo, era estudiante de la tora, la ley judía. Yigal Amir estaba convencido de que, al quitar la vida a Rabín, actuaba al servicio de Dios como un verdadero patriota de Israel. Amir consideraba que la decisión de Rabín de renunciar a tierra que Dios, el Señor, había entregado a sus antepasados era un acto de rebelión. Igual que Saulo respecto de los primeros cristia­nos, Amir determinó detener a Rabín sin importar el costo.

Transformado por el Cristo resucitado

La posibilidad de la conversión de Saulo al cristianismo había sido, desde una perspectiva humana, un acontecimiento sumamen­te improbable. Sin embargo, ¡ocurrió! Cuando se aproximaba a Da­masco para perseguir a los cristianos de esa ciudad, Dios cambió su vida para siempre.

El relato de la transformación del futuro apóstol es de tal im­portancia que Lucas lo repite en tres ocasiones diferentes (Hechos 9:1-19; 22:6-16; 26:12-18). Sin embargo, es importante que seña­lemos que la conversión de Saulo no surgió de la nada, ni fue for­zada. Saulo no era ateo ni nada por el estilo. Muy al contrario, era un hombre religioso, aunque gravemente equivocado en su punto de vista sobre Dios. Las palabras que Jesús le dirigió: «Dura cosa te es dar coces contra el aguijón» (Hechos 26:14) indican que el Espíritu ya venía acosando la conciencia de Saulo. En el mundo antiguo, un «aguijón» era una vara con una punta afilada usada para pinchar a los bueyes cuando se resistían a arar. Aunque Saulo llevaba algún tiempo luchando contra los pinchazos de Dios, por fin, camino de Damasco, gracias al encuentro milagroso con el Jesús resucitado, escogió cesar en su lucha.

Pero, ¿qué ocurrió para transformar todo el curso de su vida? Un estudio minucioso de los tres relatos de su conversión indica que cambió por dos razones significativas.

En primer lugar, aunque Saulo había oído mucho sobre Jesús, y hasta quizá lo haya visto en los días finales que llevaron a su cru­cifixión, fue durante su viaje a Damasco que Saulo se encontró con el Cristo resucitado por vez primera. De hecho, en sus Cartas es categórico en que no solo vio una visión, ni simplemente oyó una «voz». En realidad, contempló con sus propios ojos al Señor resu­citado y glorificado (1 Corintios 15:8; Gálatas 1:16). Cuando esto ocurrió, de repente Saulo se dio cuenta que su vida estaba patas arriba. El hecho estremecedor de que Jesús estuviese resucitado realmente lo cambiaba todo. Significaba que era verdaderamente el Mesías, y que su muerte en la cruz no fue una derrota, sino el medio glorioso mediante el cual Dios había derribado a los poderes del pecado y de la muerte, el auténtico enemigo que acosaba a su pueblo. Todas las promesas que Pablo intentaba contribuir a que Dios cumpliera ya habían sido cumplidas en Cristo, y en Jesús el reino de Dios ya había sido inaugurado. Lejos de ayudar a Dios, ¡Saulo había estado actuando contra él!

Sin embargo, en Saulo también cambió algo más. No solo en­contró al Cristo resucitado para sí mismo, sino que también ex­perimentó el «llamamiento» de Cristo. La palabra griega traduci­da «llamar» puede significar varias cosas en el Nuevo Testamento. Puede referirse al nombre o al apodo de una persona (Mateo 1:21; Lucas 6:15), una invitación (Mateo 22:2-10; Lucas 14:16-25), o ser parte incluso del acto espiritual de «invocar» a Dios (Romanos 10:13). No obstante, en las casi cincuenta veces que Pablo usa «llamar», nor­malmente tiene en mente el llamamiento divino en la vida de una persona (Gálatas 1:13-15; Romanos 1:1, 7). Y Saulo experimentó exacta­mente eso en la carretera de Damasco. No solo encontró al Jesús resucitado para sí, sino que oyó el llamamiento que le hacía para que le entregara su vida (Hechos 26:16-18; 22:10; 9:6). Dios tenía un plan para su vida que le daba la paz que faltaba en su corazón. Su consciencia y su certidumbre de ese llamamiento le dieron la fuerza y la confianza que necesitaba para levantarse contra la oposición y las dificultades que experimentaría como seguidor de Jesús.

El evangelio va a los gentiles

Ahora que iba a ser conocido para siempre como Pablo, empe­zó a proclamar el evangelio sin desperdiciar ni un momento. Toda la energía que había derrochado persiguiendo cristianos la redirigió a partir de entonces a difundir la buena nueva de Jesús. Después de pasar varios años en Arabia y volver después a Damasco, Pablo viajó a Jerusalén para entrevistarse con los apóstoles. Inseguros de la sinceridad de su conversión, lo animaron a regresar a su ciudad natal de Tarso. Y así lo hizo Pablo, quedándose allí más de cinco años. Es difícil decir qué pasó durante ese período. No obstante, basándonos en sus comentarios de Gálatas 1:21, parece que estu­vo predicando el evangelio en las regiones de Siria y Cilicia. Hay quienes han sugerido que quizá en esa época su familia lo deshe­redó (cf. Filipenses 3:8) y que sufrió distintas penurias que describe en 2 Corintios 11:23-28. Pasase lo que pasase aquellos años en Tarso, es obvio que Dios preparaba a Pablo para una esfera de influencia mucho mayor. No deja de tener su ironía que ello lo pusiese frente a frente con algunos cristianos que habían huido de su persecución en Jerusalén.

La persecución que se desató en Jerusalén después de la muerte de Esteban hizo que muchos creyentes judíos huyesen qui­nientos kilómetros hacia el norte, hasta Antioquía de Siria. Con una población cosmopolita de aproximadamente medio millón de habitantes, Antioquía era un emplazamiento ideal para una iglesia. A medida que el grupo de creyentes creció en los años siguientes, empezó a producirse algo desacostumbrado. Los gentiles empeza­ron a sentirse atraídos por el evangelio. Inseguros por la situación, los apóstoles de Jerusalén encargaron a Bernabé que subiera a An­tioquía para evaluar la situación.

Poco después de llegar a Antioquía, Bernabé reconoció que el Espíritu de Dios, ciertamente, estaba atrayendo a los gentiles al evangelio. Si se quería que tal evangelización entre los gentiles al­canzase su pleno potencial, era necesario que Bernabé encontrase a alguien perfectamente familiarizado con el mundo gentil, pero también entregado a Jesús. De inmediato pensó en Pablo, quien se encontraba en Tarso, a corta distancia.

Cronología básica de las actividades misioneras de Pablo

Fecha

Acontecimiento

Referencia bíblica

34

Llamamiento de Pablo

Hechos 9:1-19; Gálatas 1:15, 16

34-37

Pablo en Damasco y Arabia

Hechos 9:20-25; Gálatas 1:17

37-43

Pablo en Tarso y Cilicia

Gálatas 1:21

43-47

Pablo en Antioquía

Hechos 11:26-13:3

47-48

Primer viaje misionero de Pablo

Hechos 13:3-14:26

48

Pablo escribe Gálatas (?)

Gálatas 1:1, 2

49-51

Segundo viaje misionero de Pablo

Hechos 15:41 -18:22

51-57

Tercer viaje misionero de Pablo

Hechos 18:23-21:8

57-59

Pablo preso en Cesarea

Hechos 23:33-26:32

59-60

Viaje de Pablo a Roma

Hechos 27:1 -28:16

60-62

Primer encarcelamiento romano de Pablo

Hechos 28:14-31

62-64

Viajes posteriores de Pablo

 

64-65

Arresto de Pablo y muerte en Roma

2Timoteo 4:16, 17

No hay que decir que Pablo aceptó la invitación. Y, como suele decirse, lo demás es historia. Su ministerio en Antioquía floreció. La iglesia no solo creció, sino que se convirtió en la base misionera desde la que propagaría el evangelio a los gentiles que vivían en los distintos territorios que bordeaban el Mediterráneo. Aunque cons­truir una cronología de la vida de Pablo tiene sus dificultades, la siguiente ta­bla facilita una visión básica de conjunto de sus actividades misioneras y las fechas probables para las mismas.

 

 

 

 

 

 

El encuentro con el Cristo resucitado

 

Pablo fue transformado en el camino de Damasco porque allí se encontró con el Cristo resucitado y oyó con claridad el llama­miento divino que le pedía la entrega de su vida, y lo aceptó. No deja de tener su interés que esos sean los dos mismos ingredientes que tienen que acompañar la vida de todo seguidor de Jesús. No quiero decir que todo cristiano tenga que tener una forma especta­cular de conversión. Sin embargo, la Biblia sí enseña que todo cre­yente debe tener una experiencia personal con el Jesús resucitado. Para algunos puede ser espectacular, mientras que para otros po­dría ser como el sol naciente: una valoración siempre creciente del amor de Dios. Sea como sea, cada uno de nosotros debe encontrar­se por sí mismo con el Cristo resucitado. No podemos depender de la experiencia de los demás.

Como Pablo, es urgente que también oigamos el llamamiento divino. Para algunos, ese llamamiento podría ser un susurro sose­gado, o una serie de circunstancias a través de las cuales Dios nos enfrente con la necesidad de algún tipo de cambio en nuestra vida. Podría ser un emplazamiento a seguirlo por vez primera en el bau­tismo, o quizá en un nuevo bautismo. Para otros el llamamiento puede ser alcanzar una experiencia más profunda y significativa con Jesús. Sea como sea, el llamamiento de Dios no es una expe­riencia que ocurra una sola vez: llega en diversos momentos de la vida y siempre nos acerca a él.

Compliador: Delfino J.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] Deseo expresar mi gratitud a mis colegas Dave Thomas y Bruce Johanson, de la Universidad de Walla Walla, por el tiempo que dedicaron a la lectura y a comentar este manuscrito. Tengo una deuda de gratitud especial con mi buen amigo Bob Strom, cuyas abundantes críticas y sugerencias no tienen precio.

[2] He obtenido esta y la siguiente información sobre la fiabilidad histórica de Hechos en las siguientes fuentes: D. A. Carson et al., An Introduction to the New Testament [Introducción al Nuevo Testamento] (Grand Rapids: Zondervan, 1992), pp. 181-213; Colin J. Hemer, The Book of Acts in the Setting of Hellenistic History [El libro de Hechos en el marco de la historia helenística] (Eisenbrauns, 1990); y John Drane, Introducing the New Testament [Introduc­ción del Nuevo Testamento] (Minneapolis: Fortress Press, 2001), pp. 257-264.

[3] John McRay, Paul: His Life and Teaching [Pablo: Su vida y su enseñanza] (Grand Rapids: Baker Academic, 2003), p. 24.

[4] Ibíd. pp.34, 35.

 
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2. Cristo y la Ley de Moisés (Éxodo 13:2,12; Deuteronomio 22:23,24; Mateo 17:24-27; Lucas 2:21-24; 41-52; Juan 8:1-11)
3. Cristo y las tradiciones religiosas (Isaías 29:13; Mateo 5:17-20; 23:1-7; 15:1-6; Romanos 10:13)
4. Cristo y la Ley en el Sermón del Monte (Mateo 5:17-37; Lucas 16:16; Romanos 7:24)
5. Cristo y el sábado (Génesis 2:1-3; Isaías 65:17; Mateo 2:23-28; Juan 5:1-9; Hechos 13:14; Hebreos 1:1-3)
6. La muerte de Cristo y la Ley (Hechos 13:38,39; Romanos 4:15; 7:1-13; 8:5-8; Gálatas 3:10)
7. Cristo, el fin de la ley( Romanos 5:12-21; 6:15-23; 7:13-25; 9:30-10:4; Gálatas 3:19-24)
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