IV Trimestre de 2011
Libro Complementario
Una respuesta apasionada para una iglesia con problemas
Gálatas
Autor: Carl P. Cosaert
Capitulo 13
El cuerpo de Cristo
Se cuenta que un pastor joven pidió consejo en una ocasión a un pastor sabio, ya viejo, sobre el ministerio pastoral. ¿Qué debía esperar? ¿De qué debía cuidarse? Y, de todos los años de trabajo para la iglesia, ¿qué habría querido conocer el hombre de más edad si hubiese de empezar de nuevo? El pastor veterano se reclinó lentamente en la silla y luego hizo una pausa un momento, como si estuviese reflexionando en todos sus años de ministerio pastoral y buscando los mejores consejos que pudieran ayudar al joven neófito a tener un ministerio largo y fructífero.
Por último, se inclinó hacia delante y dijo muy en serio: «Si quieres tener éxito en el ministerio, es preciso que seas consciente desde el mismo comienzo de cuál es la peor parte de la iglesia y de cuál es la mejor. ¿Te enseñaron eso en el seminario, jovencito?».
Sorprendido de que se le formulara una pregunta, el joven pastor recitó de un tirón varios hechos, seleccionados al azar, que recordó de sus clases. «Bueno, sí que hablamos de los horarios interminables y a menudo intempestivos que componen la vida de un pastor. Pero también aprendimos lo gratificante que es ser un dirigente espiritual, y la oportunidad especial que tenemos de influir en la vida de la gente por el amor de Cristo. ¿Se refiere usted a eso?».
«Todas esas cosas son verdad», contestó el anciano. «Pero no hablo de eso. Lo que tengo que decirte es mucho más simple, pero mucho más importante si quieres ser un pastor de éxito».
Ansioso por no perderse nada de la valiosa información que estaba a punto de darse, el joven pastor sacó a toda prisa lápiz y papel y se dispuso a tomar notas.
Las reacciones del pastor joven hicieron sonreír al anciano al recordar lo ingenuo que había sido a esa edad. Sabía que el consejo que estaba a punto de dar probablemente parecería confuso al principio y del todo ordinario. No obstante, estaba convencido de que, de todos sus años de ministerio, era lo más valioso que podía transmitir.
«Joven», dijo, «puede que esto te parezca una paradoja, pero es la verdad».
«La peor parte de la iglesia no son los horarios interminables, ni el trabajo inacabable que hay que hacer. No, la peor parte de la iglesia es la gente. Sin embargo, y nunca lo olvides, la mejor parte de la iglesia es también la gente».
Por sorprendente que pueda parecer tal consejo al principio, creo que Pablo habría estado de acuerdo. Ciertamente, he descubierto en mis años de ministerio pastoral que así es. Las Cartas del apóstol ponen de manifiesto que las mayores dificultades que afrontó no eran los problemas ni los retos de atravesar el mundo mediterráneo, ni con los paganos que encontró en el camino. No, sus mayores problemas provinieron de individuos que afirmaban ser auténticos seguidores de Dios (1 Corintios 1:10-15; 2 Corintios 2:1-5; 13:1- 3; 1 Timoteo 1:20; 2 Timoteo 1:15-17). Y esa era, desde luego, su experiencia con los gálatas. Las mismísimas personas a las que había llevado a Cristo estaban cuestionando su ministerio apostólico y su mensaje evangélico. En lugar de mostrarse amor mutuo, ¡se devoraban entre sí como animales feroces! (Gálatas 5:15). ¡Las iglesias de Pablo, desde luego, no estaban libres de problemas!
No obstante, jamás arrojó la consabida toalla. Prosiguió entregando su vida en servicio precisamente a las personas que tantos dolores de cabeza y noches sin dormir le daban. ¿Por qué? Porque conocía de primera mano la aportación positiva que el Cristo resucitado suponía para la vida de una persona, y lo que podía aportar al mundo una vida transformada. Pablo había experimentado la gran bendición que podía ser la iglesia cuando cumplía el propósito que Dios le había encomendado de ser el cuerpo de Cristo: la presencia visible de Cristo en la tierra. El apóstol siguió atendiendo y sirviendo a los demás no por lo que era la iglesia, sino por lo que sabía que podía ser. En Gálatas 6:1-10 pone ante los creyentes de aquella región un modelo estimulante de lo que Dios pide que sea la iglesia por su gracia. Es una visión a la que sería bueno que nos aferrásemos.
Restaurar a los caídos (Gálatas 6:1)
Aunque Pablo tiene elevadas expectativas para la naturaleza de la vida cristiana (Gálatas 5:16, 21) su consejo de Gálatas 6:1 a los creyentes también resulta estimulantemente realista. «Hermanos, si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo con espíritu de mansedumbre». Aquí el apóstol da a entender que los humanos no somos perfectos; cometemos errores. Además, su comentario no se refiere a gente ajena a la iglesia, sino a miembros de esta. Nadie está libre de caer en el pecado. Ni siquiera los cristianos más dedicados son inmunes a elegir mal en la vida. Por naturaleza, todos estamos deshechos. Para asegurarse de que nadie que leyera el versículo pasase por alto su sustancia, algunos escribas cristianos añadieron «de vosotros» después de la palabra «alguno» al hacer sus copias de Gálatas. Con todo, este cambio introducido por los copistas no fue un fenómeno aislado. Ocurre en manuscritos escritos en griego, siríaco y e incluso copto (una forma de la lengua egipcia).
Pablo no solo ve los errores dentro de la iglesia como una posibilidad: los considera más como una probabilidad. Aunque esto resulta difícil determinarlo en una traducción española, está claramente indicado por la sintaxis del original griego (una característica denominada frase condicional de tercera clase). Así, su consejo contempla una situación que es probable que pase en la iglesia en algún momento. Para que no resulten sorprendidos con la guardia bajada cuando ocurra, Pablo da a los gálatas consejos prácticos para abordar tales situaciones cuando surjan. Aparece un ejemplo similar en las directrices que da sobre el matrimonio en 1 Corintios 7:10,11. Después de estipular nítidamente que una «mujer no se separe del marido», concede: «y si se separa...». El apóstol era perfectamente consciente de que las cosas no siempre resultan como deberían.
Entonces, ¿cómo debemos responder los cristianos cuando un hermano incurre en algún comportamiento pecaminoso? Todo depende de la situación concreta. Esto es evidente en cada una de las etapas sucesivas que Jesús esquematiza en Mateo 18:15-17 para tratar a un hermano que nos ha hecho algún mal. Pasa igual en la experiencia del propio Pablo con casos de pecado dentro de la iglesia (cf. 1 Corintios 5:1-5; 2 Corintios 2:5-8; 1 Timoteo 1:20). Así, para aplicar debidamente a una situación dada el consejo de Pablo de Gálatas 6:1, es imprescindible que entendamos primero el tipo de circunstancias que tiene en mente. ¿Cuál es la naturaleza del percance que describe Pablo? La respuesta gira en torno a cómo interpretemos las palabras «sorprendido» y «falta» en el versículo 1.
La palabra griega vertida en algunas traducciones como «sorprendido» (RV95, NVI), «caído» (DHH), «incurra» QER) en Gálatas 6:1 es prolambáno. Los eruditos están divididos en cuanto a la forma en que debe entenderse la palabra. En voz activa, significa, literalmente, recibir algo de antemano (1 Corintios 11:21; Marcos 14:8). En voz pasiva, como aparece en Gálatas, la idea es más bien la de ser «pillado» o «sorprendido» de antemano. Algunos han entendido su uso en Gálatas como una referencia a alguien a quien un hermano ha «pillado» o «detectado» en un acto pecaminoso. James Dunn lo describe como un «hermano cuya inaceptable conducta deliberada ha salido a la luz pese a su empeño por ocultarla». Podríamos etiquetar este tipo de situación como un momento de «te pillé».
Sin embargo, tal interpretación parece improbable. En otros casos, el uso pasivo del verbo sugiere a alguien pillado por sorpresa. El historiador judío Josefo lo usa para describir a un grupo de soldados romanos a los que encontraron desprevenidos en una batalla. También se emplea en la Sabiduría de Salomón 17:17, libro apócrifo muy conocido entre los primeros cristianos y los judíos, para describir a campesinos súbitamente presa del temor. Entendido desde esta perspectiva, Pablo no habla de alguien implicado en un acto pecaminoso deliberado, sino más bien de una persona que es «pillada» por un pecado (cf. Proverbios 5:22) que, en mejores circunstancias, habría elegido evitar. Así, Pablo no está describiendo que un creyente «pille» a alguien en un acto pecaminoso deliberado; es, más bien, el pecado el que «pilla». Se refiere a un creyente que, súbitamente, se encuentra víctima de una emboscada o «atrapado por el tentador antes de que se dé cuenta del todo de lo que está haciendo».
La probabilidad de que la maldad que Pablo presenta en Gálatas 6:1 no sea un acto de rebelión abierta es también evidente por la palabra específica que usa para describir la naturaleza de la infracción. La palabra griega es paráptoma, traducida con varios términos al español: «delito», «pecado» (PER, NVI, DHH) o «falta» (RV95, NBE, NC, BJ). Sin embargo, la palabra griega significa «caer a un lado», y se usaba figurativamente para una persona que da un paso en falso. La imagen de dar un paso en falso o de tropezar encaja muy bien con la descripción que hace el apóstol de la vida cristiana como andar en el Espíritu (Gálatas 5:16). Aunque esto no excusa en modo alguno el error de la persona, pone de manifiesto que Pablo no se está ocupando de un caso de pecado insolente (1 Corintios 5:1-5). Se refiere, más bien, a un error en nuestro camino con Dios en el que, antes de que nos demos cuenta de lo que hemos hecho, descubrimos que algún pecado nos ha superado.
¿Cómo debería responder la iglesia en tales circunstancias? Según Pablo, no con castigo, condena ni expulsión, sino con restauración. La palabra griega traducida «restaurar» (katartizo-) significa «reparar» o «poner en orden». El Nuevo Testamento la usa para el remiendo de las redes de pesca (Marcos 1:19; Mateo 4:21), y la literatura griega la emplea como término médico para describir el proceso de reducción de una fractura ósea. De la misma manera que no abandonaríamos a un hermano que se cayera rompiéndose una pierna, debemos, como miembros del cuerpo de Cristo, cuidar con cariño (Gálatas 5:23) de nuestros hermanos en Cristo, que pueden tropezar y caer en el camino que recorremos juntos rumbo al reino de Dios.
También es importante que señalemos que la palabra griega traducida «restaurar» en este versículo se encuentra en tiempo presente, lo que indica que la restauración conlleva mucho más que un solo acto de intervención. Antes bien, ha de ser un proceso intencional y continuo que busca llevar sanidad, independientemente del tiempo necesario. Me gusta la forma en que Lutero describió el proceso de restauración: «Corre hace él y extiéndele tu mano, vuelve a levantarlo, consuélalo con palabras dulces y abrázalo con brazos maternales».
¡Qué hermoso cuadro pinta Pablo de la naturaleza comprensiva y compasiva de la iglesia! No ha de ser un lugar donde ataquemos a los heridos, sino donde los heridos encuentren sanidad.
Aunque el consejo de Pablo sobre la restauración de un hermano en Cristo sigue un ejemplo de lo que parece ser un pecado involuntario, no hemos de suponer que el perdón y la restauración no estén disponibles para el pecado deliberado. El apóstol pone de manifiesto en 1 Corintios que incluso los casos de pecado flagrante pueden recibir perdón siempre que la persona se arrepientan, o sea, en el sentido bíblico del término, que significa no simplemente el dolor por el pecado, sino la decisión de apartarse de él.
Cuidado con la tentación
El consejo de Pablo sobre la forma de tratar al descarriado incluye una estricta advertencia dirigida a los implicados en el ministerio de restauración: «Pero vigílate tú, no vayas a ser tentado tú también» (Gálatas 6:1, PER). La manera en la que formula su advertencia indica que no era un consejo trivial. La palabra traducida «vigílate» (PER), «considerando [t]e» (RV95), «mirándote» (LBA) o «pero cuidado» (BJ) significa, literalmente, «mirar cuidadosamente» o «prestar atención minuciosa a algo» (cf. Romanos 16:17; Filipenses 2:4). Entonces, Pablo dice: «Estate muy pendiente de ti mismo», no sea que el pecado te pille por sorpresa. Para poner de relieve esta advertencia, el apóstol también pasa del «vosotros» plural de la primera parte del versículo 1 al «tú» singular. No se trata de una advertencia que solo se tenga que aplicar a «algunos» dentro de la iglesia; es, más bien, una advertencia general dirigida a cada miembro individual. Como observa sabiamente Donald Guthrie, «el examen de conciencia solo puede ser individual».
¿Contra qué tentación advierte Pablo a los gálatas que se guarden? No lo dice explícitamente. La conclusión más obvia sería que tiene en mente el peligro de cometer el mismo pecado del que intentan restaurar a otro. Aunque puede que así sea, su advertencia de Gálatas 5:26 contra la «vanagloria» puede sugerir que está advirtiéndoles específicamente para que no crean que, de alguna manera, son espiritualmente superiores a la persona que están restaurando. He aquí algo que sería prudente que no pasásemos por alto.
Uno de los mayores peligros de la senda cristiana es que un falso sentido de orgullo espiritual nos haga creer que, de alguna manera, somos inmunes a la comisión de ciertos tipos de pecado. La realidad aleccionadora es que todos tenemos la misma naturaleza pecaminosa: una naturaleza opuesta a Dios (Romanos 8:7). Ello quiere decir que, sin el poder restrictivo de su Espíritu, no hay realmente ningún pecado que no nos rebajásemos a cometer si se nos pusiera en las debidas circunstancias. Un libro reciente de David Cesarani sobre la vida de Adolf Eichmann, pieza clave en el genocidio nazi de los judíos, presenta una ilustración aleccionadora de este hecho.
En el juicio celebrado en 1961 contra Eichmann, los fiscales lo presentaron como un monstruo genocida cuyas opiniones antisemitas lo impulsaron a incorporarse al nazismo y perseguir la eliminación de la raza judía. Tal descripción demonizada de Eichmann era una imagen de conjunto común para todos los nazis en esa época. Cesarani llega a la conclusión, igual que otros judíos, que tal caracterización es completamente equivocada. Eichmann no era un monstruo por naturaleza, ni siquiera un psicópata. Si lo hubiera sido, ello habría facilitado enfrentarse con sus acciones, porque habría sido diferente de nosotros. No; era algo mucho más aterrador que un monstruo: era un ser humano, alguien con las mismas propensiones al mal que mora en todos nosotros. Basándose en esta realidad inquietante, Cesarani afirma que la historia pone perfectamente de relieve que, en las debidas «circunstancias, la gente normal puede cometer o urdir asesinatos en masa, y lo hace». La historia reciente, con su constante racismo, su fanatismo, sus luchas étnicas, los terroristas suicidas y las matanzas genocidas, confirma, ciertamente, su evaluación. Cesarani termina su relato con las inquietantes palabras: «Eichmann parece cada vez más un hombre de nuestro tiempo. Un genocida del montón». Además, su libro lleva el título siniestro de Becoming Eichmann [Llegar a ser Eichmann].
Aunque a menudo detestemos admitirlo, nos pasa lo mismo en un sentido espiritual. Sin la experiencia del nuevo nacimiento, el pecado es común para todos los descendientes de Adán y, si se le diera ocasión, nos llevaría a cada uno crucificar a Cristo. Al diablo le gustaría engañarnos para que pensáramos que no podemos cometer tales acciones. Querría que demonizáramos a Judas, Caifás, Pilato o cualquier otro por ser las personas responsables de la muerte de Cristo. Sin embargo, en última instancia el Nuevo Testamento pone de manifiesto que precisamente el mismo pecado que, por naturaleza, mora en nosotros produjo como resultado la crucifixión de Cristo. Tal conciencia de nuestra verdadera identidad fuera de Cristo puede evitar que caigamos en el pecado de forma inconsciente (1 Corintios 10:12). También puede darnos mayor solidaridad con quienes no han sido tan afortunados.
La ley de Cristo y sobrellevar las cargas de los demás (Gálatas 6:2)
Además de restaurar a sus miembros caídos, la iglesia debe ser un lugar donde se sobrelleven «los unos las cargas de los otros» (Gálatas 6:2). La palabra griega traducida «carga» es báros. Literalmente, se refiere a un gran peso o una carga que es difícil de transportar a mucha distancia. Sin embargo, con el tiempo se convirtió en una metáfora para cualquier tipo de problema o dificultad, como para una larga jornada de trabajo o un día caluroso (Mateo 20:12) o hasta para una dificultad económica (1 Tesalonicenses 2:9; 2 Tesalonicenses 3:8). Aunque el contexto inmediato de la orden de Pablo de sobrellevar «los unos las cargas de los otros» incluye, ciertamente, los fallos morales de los hermanos mencionados en el versículo precedente, el concepto de sobrellevar cargas que tiene en mente es mucho más amplio. Sus instrucciones revelan varias percepciones espirituales sobre la vida cristiana que no deberíamos pasar por alto.
En primer lugar, tal como señala Timothy George, «todos los cristianos tenemos cargas. Nuestras cargas pueden diferir en forma y en tamaño, y variarán en tipo, dependiendo de la ordenación providencial de nuestra vida. Para algunos, es la carga de la tentación y las consecuencias de un fallo moral, como aquí en el versículo 1. Para otros, puede que sea una dolencia física, un trastorno mental, una crisis familiar, la falta de empleo, la opresión demoníaca o un montón de cosas más; pero ningún cristiano está libre de cargas».
En segundo lugar, Dios no se propone que nos echemos al hombro todas nuestras cargas solos. La iglesia es una entidad viva, como el cuerpo humano. Y, según explica Pablo en 1 Corintios 12:12-26 en su analogía de la iglesia como un cuerpo, lo que le pasa a un miembro afecta al resto del cuerpo. La iglesia ha de ser algo más que meramente un servicio de culto entretenido o espiritualmente satisfactorio. Se supone que es una comunidad de creyentes que se relacionan entre sí y se cuidan mutuamente. Y el tipo de cuidado que Pablo describe no va en un solo sentido. Dios nos pide que cuidemos de los demás y que dejemos, a cambio, que otros cuiden de nosotros. Desgraciadamente, a menudo estamos mucho más dispuestos a ayudar a los demás a cargar con sus cargas de lo que lo estamos a permitir que nadie nos ayude a echarse al hombro las nuestras. Pablo condena tal actitud de autosuficiencia en el versículo 3 como orgullo humano que se niega a admitir que también tenemos necesidades y flaquezas. Tal orgullo no solo nos priva del consuelo de los demás, sino que impide que los demás cumplan el ministerio que Dios les ha pedido que lleven a cabo.
Por último, Dios nos pide que llevemos las cargas de otros porque hace manifiesto su consuelo precisamente mediante nuestras acciones, concepto que se basa, una vez más, en el hecho de que la iglesia es el cuerpo de Cristo. Vemos una ilustración de esto en las palabras de Pablo: «Pero Dios, que consuela a los humildes, nos consoló con la venida de Tito» (2 Corintios 7:6). Obsérvese que «Pablo no recibió el consuelo de Dios por medio de su oración privada ni de servir al Señor, sino mediante compañía de un amigo y con las buenas noticias que trajo. La amistad humana, en la que sobrellevamos las cargas de otro, forma parte del propósito de Dios para su pueblo».
Sin embargo, aún más significativo que el hecho de sobrellevar cargas es que Pablo lo relacione con el cumplimiento de la ley de Cristo. La expresión «la ley de Cristo» (griego ton nomon tou Jristou) no aparece en ningún otro lugar de la Biblia, aunque el apóstol usa una expresión muy similar en 1 Corintios 9:21 (griego énnomos Jristóu). La excepcionalidad de esta expresión ha llevado a varias interpretaciones diferentes. Algunos defienden equivocadamente que se trata de una prueba de que la ley de Dios dada en Sinaí ha sido sustituida con una ley diferente: la ley de Cristo. Otros pretenden que la palabra «ley» significa simplemente un «principio» general (ver Romanos 7:21), como cuando hablamos de la ley de la gravedad. Como principio, podría significar que al sobrellevar las cargas de los demás, estamos siguiendo el ejemplo de Jesús (1 Pedro 2:24). Aunque este concepto tiene cierto mérito, el contexto y la terminología similar a la de Gálatas 5:14 sugieren que «[cumplir] la ley de Cristo» es otra referencia al cumplimiento de la ley mosaica por medio del amor.
Pablo ya ha mostrado antes en su Carta que la venida de Cristo no anuló la ley moral. En vez de ello, la ley moral, interpretada por el amor, sigue despeñando un papel importante en la vida cristiana. Es el epítome de lo que Jesús enseñó durante su ministerio terrenal y de lo que también practicó a lo largo de su vida e incluso en su muerte. Al sobrellevar las cargas de los demás, no solo seguimos las huellas de Jesús, sino que también cumplimos la ley. Vista desde esta perspectiva, la ley no tiene que ver con normas y reglas legalistas que centren nuestra atención fundamentalmente en nosotros mismos, sino que debemos amar a otras personas y ayudarlas (Levítico 19:18). Por supuesto, cumplir la ley mosaica por amor también incluye un llamamiento a vivir como Jesús vivió.
Cargar o no cargar (Gálatas 6:2, 5, 6)
Hay quienes afirman que Pablo se contradice por entero en cuanto al asunto de sobrellevar cargas. ¿Cómo puede decir que debemos sobrellevar las cargas los unos de los otros en el versículo 2, y luego aparecer en el versículo 5 diciendo que hemos de llevar nuestra propia carga? ¿Cuál de las dos cosas es la que vale? ¿Se contradice el apóstol?
Lo que puede empezar pareciendo una incoherencia entre Gálatas 6:2 y 6:5 se resuelve fácilmente cuando nos damos cuenta de que Pablo usa dos palabras diferentes para describir dos situaciones distintas. Como ya hemos visto, la palabra traducida «cargas» (griego báros) en el versículo 2 se refiere a una carga pesada que hay que transportar una larga distancia. La palabra traducida «carga» en el versículo 5 (LBA) es fortion. Se refiere a algo más general que cada persona debe llevar, como la mochila de un soldado, o un niño en el útero materno. Mientras que las primeras cargas pueden ser compartidas fácilmente con las demás, las últimas no. Aunque podamos recibir aliento y ayuda de los demás, hay en la vida algunas cargas que, sencillamente, no podemos soslayar: tenemos que echárnoslas al hombro nosotros solos. Por muy servicial que quiera ser un esposo, una madre embarazada no puede compartir la responsabilidad de su propia carga. Asimismo, los soldados también son responsables de llevar su propia mochila. De la misma manera, Pablo dice que hay algunas cargas que ningún ser humano puede llevar por nosotros: la carga de una conciencia culpable, nuestras propias inclinaciones pecaminosas o la pérdida de un cónyuge o un hijo. Nuestra única esperanza de soportar este tipo de cargas se encuentra en el consuelo y la fortaleza ofrecidos en Cristo (Mateo 11:28-30).
Tras su consejo respecto a sobrellevar cargas, Pablo hace un comentario que parece desligado de cuanto acaba de decir: «El que es enseñado en la palabra haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye» (Gálatas 6:6). ¿Qué conexión tiene esto con sobrellevar cargas? ¿O pretendía Pablo que fuera una declaración independiente?
Aunque resulta difícil estar del todo seguros, lo más probable es que quisiera evitar que sus comentarios sobre sobrellevar algunas de nuestras propias cargas se interpretaran indebidamente. Venía siendo su costumbre no depender de sus iglesias para su sostén económico, aunque reconoce que la remuneración económica es una prerrogativa a la que tienen derecho un maestro o un predicador (1 Corintios 9:3-12). Pablo parece preocupado de que los gálatas pudieran concluir de sus comentarios que no tenían ninguna responsabilidad de atender las necesidades económicas de sus dirigentes espirituales.
Que el apóstol tiene en mente este aspecto «económico» en el versículo 6 parece implicado por la palabra traducida «el que instruye» y por el verbo «hacer partícipe» o «compartir» (griego koinónein). Aquella proviene de la palabra griega vertida «enseñar» o «instruir» (katéjein), y en el Nuevo Testamento siempre se refiere a la instrucción religiosa (Lucas 1:4; Hechos 18:25; Romanos 2:18; 1 Corintios 14:19). Además, Pablo usa el mismo verbo para «participar» en Filipenses 4:15, texto en el que habla del apoyo económico que los filipenses tan generosamente «participaron» o compartieron con él. Su consejo de hacer «partícipe[s] de toda cosa buena» a sus maestros también habría sido apropiado para los creyentes gentiles. A diferencia de los judíos, que estaban acostumbrados a atender las necesidades económicas de sus dirigentes espirituales con diezmos y ofrendas, el mundo gentil no tenía ninguna práctica similar.
Pablo recuerda a los gálatas que, de la misma manera que Dios pide a la iglesia que cuide de sus miembros, los miembros de la iglesia también son llamados a ocuparse de sus dirigentes espirituales.
La siembra y la siega (Gálatas 6:7-10)
Pablo culmina su consejo sobre las responsabilidades de la iglesia con una exhortación general sobre la siembra y la siega para la carne y para el Espíritu: «Todo lo que el hombre siembre, eso también segará, porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; pero el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna» (Gálatas 6:7, .
La metáfora que Pablo emplea aquí no es excepcional. Jesús hace uso de ella en sus parábolas (Mateo 13:1-11,18-28) y también la encontramos en escritos extrabíblicos. Es, sencillamente, un hecho de la vida. Sin embargo, lo significativo está en la forma en que Pablo la emplea para poner de relieve sus comentarios anteriores de Gálatas 5 sobre la carne y el Espíritu. La metáfora del apóstol tiene dos tipos de suelo: la carne y el Espíritu. Por las decisiones que una persona toma en la vida, siembra en el suelo de la carne, o bien en el suelo del Espíritu. Siguiendo la analogía de Pablo, el tipo de suelo en el que se siembra determina la cosecha producida. Y, como dijo Jesús, «lo que nace de la carne, carne es; y lo que nace del Espíritu, espíritu es» (Juan 3:6). La carne jamás podrá producir una cosecha espiritual, y el Espíritu puede producir una siega espiritual. Todo depende de cómo siembra la persona.
Vemos una ilustración de la importancia de sembrar bien en una historia sobre un grupo de agricultores de patatas. Según el cuento, los agricultores decidieron que ya no iban a usar las mayores patatas como semilla, sino que se las guardarían para comerlas. Decidieron que usarían como semilla en su lugar solo las patatas inferiores pequeñas. Al principio todo pareció ir bien. Las patatas grandes eran fabulosas para comer, y duraron mucho más de lo que nunca habían durado las patatas pequeñas. Sin embargo, lo que empezó tan bien acabó mal. Después de una cosecha decepcionante tras otra, los agricultores se dieron cuenta de que la calidad de la patata sembrada determina la calidad de la patata recogida. Las patatas pequeñas produjeron una cosecha de patatas no mayores que canicas.
Si la iglesia quiere ser todo lo que Dios la ha llamado a ser –su presencia visible en este planeta–, debe invertir en cosas espirituales. Una inversión espiritual no solo transformará la vida aquí y ahora, sino que conducirá, además, a la vida eterna. Por otra parte, si sembramos para la carne, solo cosecharemos dolor, pena y confusión, y nuestra vida espiritual y nuestras iglesias se marchitarán y acabarán muriendo. Debiéramos sacar el máximo rendimiento de las oportunidades que tenemos ahora de invertir en aquello que producirá una cosecha celestial.
Así, en resumen, Pablo dice: «No nos cansemos, pues, de hacer bien, porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y especialmente a los de la familia de la fe» (Gálatas 6:9, 10).
Compilador: Delfino J.
Donald Guthrie, Galatians [Gálatas], New Century Bible Commentary (Grand Rapids: Eerdmans, 1973), p. 142.
Timothy George, Galatians [Gálatas], The New American Commentary (Nashville: Broadman and Holman, 1994), tomo 30, p. 413.