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Capitulo_No_12_Vivir por el Espiritu

 

IV Trimestre de 2011

Libro Complementario

Una respuesta apasionada para una iglesia con problemas

Gálatas

Autor: Carl P. Cosaert

Capitulo 12

Vivir por el Espíritu

El himno «Fuente de la vida eterna», cuya versión original fue compuesta por Robert Robinson en el siglo XVIII, es uno de los cánticos cristianos más admirados. Aunque su mensaje espiritual ha enternecido y alentado el corazón de muchos que han entonado sus melodiosas palabras dándoles significado, la belleza del himno sobresale aún más cuando nos familiarizamos con una cadena de interesantes acontecimientos asociados con el mismo.

Como cualquier familia, los padres de Robert tenían elevadas aspiraciones para su hijo. La esperanza de su madre era que un día pudiese convertirse en pastor de almas. Sin embargo, esa posibilidad pareció desvanecerse cuando su padre murió inesperadamente, dejando a la familia casi en la indigencia. Con apenas dinero para sobrevivir, la familia ya no contaba con las imprescindibles reservas para que Robert fuese al colegio. Sin embargo, peor que los retos económicos fue el hecho de que la muerte de su padre había dejado a Robert enfadado con Dios. El joven no tenía interés alguno en ser pastor. Era lo último que quería para su vida. Así que, con catorce años de edad, se convirtió en aprendiz de barbero en Londres. Mientras empezaba a aprender un oficio, entregó su vida al libertinaje y la borrachera.

Tres años después, decidió acudir a una reunión de reavivamiento espiritual, en la que pensaba que podría pasárselo bien observando a los «engañados» metodistas. Sin embargo, el Espíritu Santo usó la incisiva predicación de George Whitefield para cambiar por entero la dirección de la vida de Robert Robinson.

Hablando de aquella noche y de los tres años que la siguieron, Robinson anotó en su diario lo siguiente:

«Nacido de nuevo el 24 de mayo de 1752 por la incisiva predicación de George Whitefield. Habiendo gustado durante tres años y siete meses los dolores de la renovación, encontré plena y gratuita absolución por la sangre preciosa de Jesucristo (martes, 10 de diciembre de 1755), a quien sean el honor y la gloria por siempre. Amén». [1]

La anotación de su diario sobre «dolores de la renovación» en curso indica que, aunque se convirtió en una sola noche en 1752, siguió luchando contra las tendencias pecaminosas de su vida. Reflexionando sobre su experiencia espiritual personal durante ese tiempo, Robinson, que tenía solo veintidós años de edad, escribió: [2]

 

Original

Traducción

Versión española del himno

 

«0 to grace how great a debtor

Daily I'm constrained to be!

Let Thy goodness, like a fetter,

Bind my wandering heart to Thee».

 

«Prone to wander, Lord, I feel it, Prone to leave the God I love; Here’s my heart, O take and seal it, Seal it for Thy courts above».

 

«Oh, ¡de la gracia cuán gran deudor

A diario estoy obligado a ser!

Que tu bondad, como un grillete,

Ate mi errante corazón a ti».

 

«Propenso a vagar, Señor, lo siento,

Propenso a dejar al Dios que amo;

He aquí mi corazón; oh, tómalo y séllalo,

Séllalo para tus excelsos atrios».

 

«Toma nuestros corazones,

Llénalos de tu verdad,

De tu Espíritu los dones,

Y de toda santidad».

 

«Guíanos en la obediencia,

Humildad, amor y fe;

Nos ampare tu clemencia;

Salvador, propicio sé».

Sin embargo, no todo el mundo valoró positivamente las palabras de Robinson. Incómodos, al parecer, por las expresiones que indicaban la propensión a errar del corazón cristiano, algunos himnarios se propusieron «corregir» abiertamente el himno.

Algunos, sencillamente, eliminaban la estrofa que hablaba de la propensión a alejarse de Dios, [3] mientras que otros, como el himnario Triumphant Service Songs, alteraron las palabras para hacerlas sonar más victoriosas y triunfales:

Original

Traducción

 

«Prone to love Thee, Lord, I feel it,

Prone to serve the God 1 love». [4]

 

«Propenso a amarte, Señor, lo siento,

Propenso a servir al Dios que amo».

 

Pese a tan buenas intenciones, las palabras originales del himno de Robinson describen de manera precisa la naturaleza de la lucha del cristiano y la senda que conduce a la victoria. Como cristianos, poseemos dos naturalezas que están en conflicto. Pablo se refiere a ellas en Gálatas 5:17 y las denomina «la carne» y «el Espíritu». Robinson experimentó esta lucha entre los deseos de la carne y el Espíritu en su propia vida y fue lo bastante franco como para incluirla como parte de su himno. Sin embargo, que nuestra naturaleza pecaminosa sea propensa a alejarse de Dios no significa que tengamos que estar esclavizados a los deseos de la carne. Todo depende de nuestra disposición a ser conducidos por el Espíritu de Dios. En Gálatas 5:16-26 Pablo explica que el Espíritu puede obrar un efecto transformador de nuestra vida.

Andar en el Espíritu (Gálatas 5:16)

Los versículos 16-26 comienzan con una promesa atractiva: «Vivan por el Espíritu, y no seguirán los deseos de la naturaleza pecaminosa» (NVI). Sin embargo, ¿qué quiere decir Pablo cuando dice que vivamos «por el Espíritu», o, como dicen otras versiones, que andemos «en el Espíritu»? Y, ¿cuáles son los deseos de la naturaleza pecaminosa o de la carne que dice que no debemos gratificar? ¿Qué habrían significado tales términos para los primeros lectores de Pablo? Empezaremos a examinar lo último en primer lugar.

Los lectores del apóstol estaban familiarizados, sin duda, con la palabra «deseo» (en griego es singular, no plural), y, ciertamente, no habría tenido connotaciones positivas (por ejemplo, Pablo usa la misma palabra negativamente en Romanos 1:24; 6:12 y 1 Tesalonicenses 4:5). Según señala Jervis en su comentario, «los pensadores filosóficos y religiosos del mundo antiguo entendían que el deseo era intrínseco a la naturaleza humana y que era una trampa de la que era necesario liberarse. El deseo significa que hacemos a la propia felicidad o la propia paz rehenes de la consecución de lo que deseamos, sea dinero, posición u otra persona». [5] Podemos ver el problema del deseo en los siguientes dichos de Sócrates, según los recoge Jenofonte, historiador griego del siglo V a.C.:

«Algunos son gobernados por la gula, algunos por el sexo, algunos por la bebida, algunos por ambiciones costosas y estúpidas. Estos son gobernantes tan severos de la gente a la que gobiernan que, mientras la vean prosperar y capaz de trabajar, la obligan a tomar los frutos de su labor y a gastarlos en sus propios deseos; y cuando ven que la edad la ha hecho incapaz de trabajar, la abandonan a la desdicha de la senectud e intentan esclavizar a otros en su lugar». [6]

Todas las escuelas filosóficas antiguas abordaron el problema del deseo. La gente no percibía que la filosofía fuese un distante ejercicio intelectual exclusivo para los eruditos. Era, más bien, una forma de vida que buscaba garantizar y conservar la felicidad genuina en medio de los desafíos de la existencia. Los estoicos, por ejemplo, creían que la felicidad se encontraba viviendo en armonía con la naturaleza y aprendiendo a no desear nada de este mundo. Los epicúreos, en cambio, enseñaban que la respuesta a la felicidad residía en apartarse de la sociedad y tener el deseo vigilado viviendo una vida modesta entre amigos. La respuesta básica al problema del deseo en todos los sistemas filosóficos antiguos se reducía a la forma en que se contemplaba la vida. «Los filósofos morales presuponían que el conocimiento es la fuente de la virtud, y se consideraban médicos del alma cuyo trabajo era disipar la ignorancia y el error». [7] Así, creían que el conocimiento y el pensamiento acertados llevarían a una vida recta.

La solución fundamental de Pablo al problema del deseo pecaminoso es completamente distinta de la de cualquier escuela filosófica de la antigüedad. La razón es que él ve el problema como algo diferente. Para el apóstol, el asunto, como afirma acertadamente Frank Matera, «es el poder del pecado (griego hamartíá), que solo puede ser vencido por el Espíritu. Para Pablo, la solución de la difícil situación humana no es el conocimiento derivado de la filosofía moral, sino la transferencia a la esfera del Espíritu». [8] Pensar con rectitud es útil, pero tiene sus límites. Mientras llevemos puestos los grilletes que nos unen a las cadenas del pecado, también necesitamos a alguien que pueda librarnos de ellos. A diferencia de los planteamientos filosóficos de su época, el apóstol dice que la libertad de los deseos pecaminosos que quieren regir nuestra vida proviene de «andar en el Espíritu». ¿Qué conlleva esto?

«Andar» es una metáfora extraída del Antiguo Testamento que se refiere a la manera en que una persona debería comportarse. Pablo, siendo judío, emplea la imagen a menudo en sus Cartas para describir el tipo de conducta que debería caracterizar la vida cristiana. Su uso de la metáfora también puede estar ligado al nombre asociado inicialmente con la iglesia primitiva. Antes de que se empezara a llamar cristianos a los creyentes en Jesús (Hechos 11:26), estos eran conocidos como seguidores del «Camino» (cf. Juan 14:6). Este nombre sugiere que, en una fecha muy temprana, no se percibía el cristianismo meramente como una colección de creencias teológicas centradas en Jesús sin conexión alguna con la forma en que se vivía la vida: antes bien, el cristianismo era un «camino» que había que «andar». Era, en muchos sentidos, una filosofía de cómo vivir la vida en su plenitud (naturalmente, incluía mucho más que eso).

El Antiguo Testamento define la conducta no simplemente como «andar», sino, más particularmente, como «andar en la ley». Por ejemplo, Levítico 18:4 dice: «Mis ordenanzas pondréis por obra, y mis estatutos guardaréis, andando en ellos. Yo, Jehová, vuestro Dios» (ver también Éxodo 16:4; Jeremías 44:23). Los judíos tienen un término especial que usaban para referirse a las normas y las reglas encontradas tanto en la ley como en las tradiciones rabínicas de sus antepasados: Halajá. Aunque los traductores suelen traducir Halajá al español como «ley judía», en realidad se basa en la palabra hebrea traducida «andar» (hebreo halak) y significa, literalmente, «el camino de ida».

Los comentarios de Pablo sobre «andar en el Espíritu» se contraponen de forma manifiesta al concepto de «andar en la ley». Propone que los cristianos debemos vivir la vida por el Espíritu y no por la ley. Nuevamente, no es que Pablo se oponga a la ley: dice demasiadas cosas positivas sobre ella en otros lugares para que así sea. Rechaza, eso sí, la manera legalista en la que algunos cristianos usaban indebidamente la ley en Galacia. La obediencia genuina que Dios desea nunca puede lograrse por coacción externa, sino únicamente por una motivación interior producida por el Espíritu (Gálatas 5:18). Puesto que precisamente el Espíritu nos libró (Romanos 8:2) y sustenta nuestra libertad en Cristo (2 Corintios 3:17), también el Espíritu es el único que puede capacitarnos para cumplir verdaderamente la ley de Dios (Romanos 8:3, 4; 15:16).

El conflicto cristiano (Gálatas 5:17)

La lucha que Pablo describe no es, en último término, la de cualquier ser humano, sino que se refiere específicamente al tira y afloja interior que existe en el cristiano. Dado que los seres humanos nacemos en armonía con los deseos de la carne (Romanos 8:7), únicamente cuando nacemos otra vez por el Espíritu (Juan 3:6) empieza a emerger un conflicto interno real (Romanos 7:9-24). Ello no significa que los no cristianos nunca experimenten conflictos morales (lo hacen, sin duda), pero incluso eso es, en último término, un resultado del Espíritu. Sin embargo, la lucha del cristiano es más intensa y también implacable, porque el creyente posee dos naturalezas que se hacen la guerra: la carne y el Espíritu.

A lo largo de la historia los cristianos hemos anhelado un alivio de esta guerra interna. Algunos han buscado poner fin al conflicto apartándose de la sociedad, como los Padres del desierto, del siglo IV d.C., que vivían en las regiones baldías de Siria y Egipto, donde esperaban escapar de las tentaciones del mundo. Otros cristianos, como los relacionados con el movimiento de la Santidad en el siglo XIX, han reivindicado que algún acto de la gracia divina (experiencia denominada a menudo «santificación completa») puede erradicar la naturaleza pecaminosa. Sin embargo, ambas perspectivas están extraviadas. Aunque, por el poder el Espíritu, podemos subyugar, sin duda, los deseos de la carne, el conflicto seguirá su curso de diversas maneras hasta que recibamos un cuerpo nuevo en la segunda venida (1 Corintios 15:50-55). Desde luego, huir de la sociedad no sirve de nada, porque, con independencia de adonde vayamos, la lucha nos acompañará. No importa dónde estemos en nues­tro andar espiritual, mientras esperemos el regreso de Cristo experimentaremos conflicto espiritual. En cierto modo, el hecho de que prosiga en nosotros es, en realidad, una buena noticia. ¡De­muestra que el Espíritu de Dios está obrando en nuestra vida!

Al hablar de la naturaleza de la lucha entre la carne y el Espíritu en la vida del creyente, Pablo dice que impide que hagamos las cosas que queremos hacer. Al principio podría sonar más bien desalentador, como si estuviéramos condenados, sin esperanza de vencer el deseo pecaminoso. Sin embargo, Pablo no dice eso en el versículo 17. Si lo dijese, estaría contradiciendo lo que acaba de decir en el versículo anterior sobre no gratificar los deseos de la carne. Entonces, ¿cómo debemos entender estas dos afirmaciones?

Cuando, en el versículo 17, Pablo habla del conflicto interior en los cristianos que nos impide hacer lo que queremos, está subrayando la lucha interior que afrontamos en toda su extensión. Puesto que poseemos dos naturalezas, estamos, literalmente, en ambos frentes del conflicto. La parte espiritual que hay en nosotros desea lo que es espiritual, y detesta la carne. No obstante, nuestra parte carnal anhela las cosas de la carne y se opone a lo que es espiritual. Debido a que la mente convertida es demasiado débil para resistir la carne por sí misma, la única esperanza que tenemos de subyugar la carne es decidir cada día (Lucas 9:23) alinearnos con el Espíritu. Por eso Pablo insiste tanto en que elijamos andar en el Espíritu (Gálatas 5:16).

Entonces, ¿qué decir de la promesa de Pablo en el versículo 16:«Vivan por el Espíritu, y no seguirán los deseos de la naturaleza pecaminosa» (NVI)? Es necesario que evitemos malinterpretar lo que quiere decir aquí. No promete algo así como un perfeccionismo inmaculado, como si jamás volveremos a equivocarnos en la vida. Resulta útil observar que la palabra griega traducida en las versiones modernas «seguir» o «gratificar» (teléo) significa literalmente «cumplir», en el sentido de completar algo. La diferencia entre «gratificar» y «cumplir» es significativa. Pablo está diciendo que si vivimos la vida en armonía con el Espíritu de Dios, los deseos pecaminosos que tenemos (y que seguiremos teniendo mientras tengamos una naturaleza humana pecaminosa) no tienen por qué materializarse del todo. Así, «vivir la vida en el Espíritu no impide que tengamos deseos carnales, pero sí que nos da el poder de evitar actuar para realizar esos deseos y llevarlos a término. [...] Aunque el pecado persista en la vida cristiana, Pablo tranquiliza a sus conversos de que, gracias a la presencia del Espíritu en y entre ellos, no es preciso que reine el pecado». [9] El rey pecado ya no tiene por qué reinar en la vida del creyente. Puede que cause el caos en nuestra vida de vez en cuando, pero ya no se sienta en el trono.

Estos dos conceptos paralelos de los versículos 16 y 17 también los encontramos representados gráficamente en Romanos 7 y 8. Romanos 7 ilustra el conflicto presentado en Gálatas 5:17 describiendo las desastrosas consecuencias de las personas (sean creyentes o no) que intentan, por su propia fuerza de voluntad, vencer el deseo pecaminoso (Romanos 7:17-23). Aunque saben lo que deben hacer, se encuentran una y otra vez inclinándose a las exigencias del deseo. Frustrados, exclaman: «¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?» (Romanos 7:24). Pablo da la respuesta, a continuación, en el capítulo 8, que se corresponde con Gálatas 5:16. Dios cubre nuestra vida pecaminosa con su justicia perfecta (Romanos 8:1) y luego obra en nuestra vida «para que la justi­cia de la ley se cumpliera en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu» (versículo 4).

Las obras de la carne (Gálatas 5:19-21)

Habiendo presentado ya el conflicto que existe entre la carne y el Espíritu, en Gálatas 5:19-26 el apóstol añade más detalles sobre la naturaleza de esa contraposición mediante una lista de vicios y virtudes éticos. La práctica de compilar un catálogo de vicios o virtudes era un rasgo literario perfectamente establecido tanto en la literatura judía como en la grecorromana. Tales listas identifica­ban la conducta que debía evitarse y las virtudes que debían ser emuladas.

Un ejemplo muy largo de una lista de vicios en la literatura judía aparece en los escritos de Filón, prolífico autor judío de lengua griega que vivió en Egipto en la época de Cristo. En uno de sus libros, Filón cita casi ciento cincuenta vicios que acompañan a una persona que se convierte en «amante de placeres». Por la limitación de espacio (por no mencionar la paciencia del lector), enumero aquí únicamente los primeros vicios que menciona:«falto de escrúpulos, insolente, irascible, insociable, conflictivo, apasionado, testarudo, grosero». [10] Jeremías 7:9; Oseas 4:2; Marcos 7:21, 22; 1 Pedro 4:3 y Apocalipsis 21: 8 contienen listas similares, aunque mucho más breves.

Aunque Pablo era perfectamente consciente de las listas de vicios y virtudes e incluso las empleó de vez en cuando en sus Cartas (cf. Romanos 1:29-31; 1 Corintios 6:9, 10; 1 Timoteo 3:2, 3), observamos un par de diferencias significativas en la manera en que usa las dos listas en Gálatas. En primer lugar, aunque contrapone las dos listas, no se refiere a ellas de la misma manera. A la lista de vicios la denomi­na obras de la carne, pero a la lista de virtudes la llama el fruto del Espíritu. La distinción entre «obras» y «fruto» es significativa. James Dunn lo expresa así: «La carne exige, pero el Espíritu produce. Mientras que una lista exhala un hálito de ansiosa autoafirmación y de frenética falta de moderación, la otra habla más de preocupación por los demás, de serenidad, tenacidad, fiabilidad. Una pone de relieve la manipulación humana; la otra, la capacitación o la gracia divinas, que refuerzan la idea de que la transformación interior es la fuente de la conducta responsable». [11]

En su comentario sobre Gálatas, Timothy George describe la diferencia entre las dos listas de una manera muy perspicaz que merece ser repetida: «Las "obras" de la carne son el producto de seres humanos caídos en sus esfuerzos urdidores, intrigantes y manufactureros (en el sentido de "hecho con las propias manos") por lograr el éxito individual. Desde la torre de Babel hasta el totalitarismo moderno, desde el becerro de oro de Aarón hasta los ídolos del dinero, el sexo y el poder [...]». [12] Pero cuando Pablo pasa al Espíritu, la terminología cambia «del lenguaje de la tecnología al de la naturaleza: El fruto del Espíritu. Los que cultivan manzanas, naranjas y melocotones saben que, por mucho que se empeñen en proteger sus huertos del mal tiempo o de los mortíferos insectos, al terminar el día el producto dado por un frutal es un don, no el resultado del ingenio humano ni de la destreza agrícola. Así es también lo que el Espíritu Santo efectúa en la vida de los creyentes [...]».  [13]

La segunda diferencia fascinante entre las dos listas del apóstol es que su lista de vicios es denominada de forma deliberada en número plural se refiere a ella como «las obras de la carne». El fruto del Espíritu, sin embargo, es singular. Esta diferencia puede sugerir que todo lo que puede promover una vida vivida en la carne es división, trastorno, divisionismo y desunión: el pecado no tiene ningún propósito de unión; solo fragmenta. En cambio, la vida vivida en la esfera del Espíritu produce un fruto del Espíritu que se manifiesta en nueve cualidades que fomentan la unidad.

Por último, un estudio minucioso de los vicios citados por Pablo en Gálatas y otros lugares de sus Epístolas pone de manifiesto que no pretendía que su lista fuese exhaustiva: si lo hubiese querido, habría sido de una longitud similar a la lista de vicios que presenta Filón. En vez de ello, parece que escogió vicios representativos que corresponden a cuatro categorías básicas: sexo, religión, sociedad e intemperancia. Aunque podríamos, desde luego, ampliar los vicios individuales que menciona explícitamente, su lista sirve para postular algo más básico teológicamente: los puntos de vista corrompidos en cuanto a Dios llevan a ideas distorsionadas sobre la conducta sexual y la religión, y dan como resultado el quebrantamiento de las relaciones humanas.

El fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-24)

A diferencia de las quince palabras para las obras de la carne, el fruto del Espíritu comprende únicamente nueve virtudes elegantes. Aunque los eruditos creen que Pablo organizó las nueve virtudes en grupos de tres, hay poco consenso en cuanto a la significación del orden de los mismos. Algunos ven una referencia implícita a la Trinidad por el número tres; otros creen que las tres tríadas reflejan la forma en que debemos relacionarnos con Dios, con nuestro prójimo y, finalmente, con nosotros mismos; y otros aun lo consideran como esencialmente una descripción de Jesús. Aunque cada punto de vista tiene algún mérito, lo más significativo, y que no debemos pasar por alto, es la suprema importancia que da el apóstol al amor en la vida cristiana.

El hecho de que Pablo enumere el amor como la primera de las nueve virtudes no es accidental. Ya ha puesto de relieve el papel central del amor en la vida cristiana en Gálatas 5:6 y 13, y también lo sitúa de primero en sus listas de virtudes en otros pasajes (2 Corintios 6:6; 1 Timoteo 4:12; 6:11; 2 Timoteo 2:22) .Y aunque todas las demás virtudes aparecen en fuentes no cristianas, el amor es claramente cristiano. Todo esto indica que no debiéramos verlo simplemente como una virtud entre muchas, sino como la virtud cristiana cardinal que es la llave de todas las demás. El amor es el don supremo del Espíritu (1 Corintios 13:13; Romanos 5:5) y debe definir la vida y las actitudes de todo cristiano (Juan 13:34, 35).

La senda de la victoria (Gálatas 5:16-26)

Aunque en el corazón de todo creyente siempre se librará un conflicto entre la carne y el Espíritu, la derrota, el fracaso y el pecado no tienen por qué dominar la vida cristiana. Como hemos mencionado antes, persisten los deseos pecaminosos, pero no tienen por qué reinar en la vida de un creyente. Sin embargo, ¿cómo puede convertirse esto en realidad en nuestra vida espiritual y no ser simplemente jerga teológica? Pablo presenta cinco verbos clave en Gálatas 5:16-29 que muestran la senda para experimentar plenamente el poder del Espíritu en nuestra vida.

En primer lugar, Pablo dice que tenemos que «andar» en el Espíritu (versículo 16). El verbo griego es peripatéo y significa literalmente «ir de un sitio a otro» o «seguir». Los seguidores del famoso filósofo griego Aristóteles llegaron a ser conocidos como los peripatéticos porque acompañaban a Aristóteles dondequiera que iba. El hecho de que el verbo esté en presente implica que Pablo no habla de un paseo ocasional, sino de una experiencia cotidiana continua. Además, dado que también se trata de una orden de «andar» en el Espíritu, nos recuerda que andar en el Espíritu es una elección que tenemos que hacer a diario. Significa que hemos de actuar, en contraposición con «vagar en el Espíritu» o «dormitar en el Es­píritu».

El segundo verbo es «ser guiado» (griego ágo; versículo 18). Esto sugiere que también es preciso que permitamos que el Espíritu tome la iniciativa a la hora de decidir adonde debemos ir (cf. Romanos 8:14; 1 Corintios 12:2). El Espíritu ha de ser nuestro guía en la vida. De hecho, Jesús prometió que el Espíritu haría exactamente eso (Juan 16:13). No es nuestro cometido dirigir, sino seguir la guía del Espíritu. Sin embargo, hacerlo requiere que aprendamos a discernir sus sugerencias en nuestra vida y no ignorarlas cuando las oigamos.

Los siguientes dos verbos están en Gálatas 5:25. El primer verbo es «vivir» (griego záó). Por «vivir» Pablo se refiere al milagro de la experiencia del nuevo nacimiento, que debe marcar la vida de todo creyente (Gálatas 4:29; cf. Juan 3:3,6). El hecho de que el verbo esté en tiempo presente en griego indica que la experiencia del nuevo nacimiento debe ser renovada cada día. Y, dado que vivimos por el Espíritu, el apóstol dice que también es necesario que «andemos» por el Espíritu. La palabra traducida «andar» es diferente de la del versículo 16. Aquí la palabra es stoijéo, término militar que significa, literalmente, «disponer en fila», «marcar el paso» o «formar». El Espíritu no solo nos da vida, sino que debería dirigir nuestra vida de forma cotidiana: Pablo vuelve a recalcar una relación en curso con el Espíritu, igual que ha hecho con los verbos anteriores.

El último verbo que emplea, en el versículo 24, es «crucificar» (griego stauróo). Su uso es algo chocante. Si hemos de seguir al

Espíritu, hemos de decidir firmemente dar muerte a los deseos de la carne (cf. Romanos 8:13). No deja de tener su interés que el verbo «crucificar» sea diferente a los cuatro verbos anteriores men­cionados en conexión con el Espíritu. Esta vez el verbo no está en tiempo presente en griego, sino en aoristo, tiempo que apunta a una acción completada, a veces asociado con un acontecimiento del pasado. ¿Por qué el cambio? Hay quien cree que debe señalar a nuestra experiencia de la conversión en el pasado, mientras que otros sugieren que se refiere simplemente a la «finalidad del acto más que a una ocasión específica».[14] Ambos puntos de vista son posibles. Aunque es obvio que Pablo habla figurativamente, no debiéramos dejar de captar la enseñanza básica que su gráfica terminología implica: «El fruto del Espíritu es tan antitético con respecto a las actuaciones de la carne que debe hacerse algo drás­tico con ellas; es decir, deben ser crucificadas». [15] La crucifixión llega a ser una realidad en nuestra vida cuando nutrimos nuestra vida espiritual y, con la fortaleza del Espíritu, dejamos morir de hambre a los deseos de la carne. Y aun en este extremo, la crucifixión de la carne no es algo que hagamos por nuestra propia fuerza ni por nuestra voluntad. Solo permitimos que el Espíritu de Dios haga en nuestra vida lo que Dios ya hizo por nosotros en el Calvario.

La elección es nuestra

La batalla entre la carne y el Espíritu es una realidad en curso que exige nuestra vigilancia continua si queremos ser fieles a Cristo. No podemos dormirnos en nuestros laureles espirituales del pasado, ni podemos depender de la experiencia espiritual de otro. En vez de ello, debemos renovar nuestra experiencia día a día. Si no, nuestra vida empezará a parecer lentamente como un jardín descuidado. Puede que el jardín florezca cierto tiempo, pero, cuanto más tiempo se deje a su suerte, más se arraigan las malas hierbas, y las flores y las hortalizas empiezan a secarse y acaban muriendo. Que, por la gracia de Dios, eso nunca sea realidad en nuestra vida espiritual. Sino que seamos cautivados por el maravilloso amor de Dios y llenos del poder vivificador de su Espíritu, como declara de forma tan simple, pero convincente, el himnito de Ricardo de Chichester:

 

Original

Traducción

 

«Day by day, Dear Lord,

of Thee three things I pray:

To see Thee more clearly love

Thee more dearly,

Follow Thee more nearly,

day by day». [16]

 

«Día a día, Señor querido,

de ti tres cosas imploro:

Verte con más claridad,

amarte más intensamente,

Seguirte más de cerca,

día a día».

 

 

Compilador: Delfino J.



[1] Erik Routley, Hymns and Human Life [Los himnos y la vida humana] (Nueva York: Philosophical Library, 1952), p. 150.

[2] Para no perder las palabras originales de Robinson, ni la rima que contienen, se reproducen en in­glés. En el Seventh-day Adventist Hymnal [Himnario adventista del séptimo día] (Washington, D.C.-Hagerstown, Maryland: Review and Herald, 1985) estas palabras corresponden a la tercera estrofa del himno 334 («Come, Thou Fount of Every Blessing»). Como puede verse en la segunda columna, una traducción más o menos literal destruye la métrica y la rima, lo que imposibilita su canto. Aunque en Gran Bretaña este himno se cantaba con una melodía llamada Normandy, obra de C. Bost, inspi­rada en una melodía siciliana (véase The New Advent Hymnal [Nuevo himnario adventista] [Alma Park, Grantham, Lincolnshire: The Stanborough Press, Ltd., 1952], himno 237, estrofas 4 y 5), en EE. UU. se popularizó con otra denominada Nettleton, obra John Wyeth, o posiblemente de Asahel Netdeton. La melodía Nettleton ha servido de base de al menos dos himnos cantados en iglesias de lengua española. El primero recogido en el Himnario adventista para el culto divino (Mountain View, California: Pacific Press Publishing Association, 1962) es «Fuente de la vida eterna» (himno 281), con letra de T. M. Westrup; el segundo es «En las aguas de la muerte» (himno 463), con letra de V. E. Thomann. En la tercera columna se reproducen las palabras de la tercera estrofa de ese «Fuente de la vida eterna», que poco tienen que ver con el original. (Nota del Traductor).

[3] Praise and Worship: A Gospel Hymnal [Alabanza y adoración: Himnario evangélico] (Lillenas Publishing Company), Himno 56.

[4] Homer A. Rodeheaver et al., eds., Triumphant Service Songs [Cánticos triunfantes para oficios religiosos] (Chicago: Rodeheaver Hall-Mark Company, 1934), Himno 94.

[5] L. Ann Jervis, Galatians [Gálatas], New International Biblical Commentary (Peabody, Massachusetts: Hendrickson, 1999), p. 143.

[6] En Jenofonte, Conversaciones de Sócrates 1.23, de la traducción de Robín Waterfield en Conversations of Socrates (Nueva York: Penguin Books, 1990), p. 293.

[7] Frank Matera, Galatians [Gálatas], Colección Sacra Pagina (Collegeville, Minnesota: Liturgical Press, 1992), vol. 9, pp. 207, 208.

[8] Ibíd., p. 208.

[9] Ben Witherington, Grace in Galatia [Gracia en Galacia] (Grand Rapids: Eerdmans, 1998), pp. 393, 394.

[10] Filón, Sacrificios, 32

[11] James D. G. Dunn, The Epistle to the Galatians [La Epístola a los Gálatas], Black's New Testament Com­mentary (Peabody, Massachusetts: Hendrickson, 1993), p. 308 (la cursiva es nuestra).

[12] Timothy Georgie, Galatians [Gálatas], The New American Commentary (Nashville: Broadman and Holman, 1994), tomo 30, p. 390.

[13] Ibíd. (la cursiva es nuestra).

[14] Donald Guthrie, Galatians [Gálatas], New Century Bible Commentary (Grand Rapids: Eerdmans,

[15] Donald Guthrie, Galatians [Gálatas], New Century Bible Commentary (Grand Rapids: Eerdmans, 1973, p. 141.

[16] Seventh-day Adventist Hymnal, Himno 689

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Autor: Keith Burton

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  1. Las leyes en los días de Cristo (Levítico 1:1-9; Deuteronomio 17:2-6; Lucas 2:1-5;Hebreos 10:28; Santiago 2:8-12)
2. Cristo y la Ley de Moisés (Éxodo 13:2,12; Deuteronomio 22:23,24; Mateo 17:24-27; Lucas 2:21-24; 41-52; Juan 8:1-11)
3. Cristo y las tradiciones religiosas (Isaías 29:13; Mateo 5:17-20; 23:1-7; 15:1-6; Romanos 10:13)
4. Cristo y la Ley en el Sermón del Monte (Mateo 5:17-37; Lucas 16:16; Romanos 7:24)
5. Cristo y el sábado (Génesis 2:1-3; Isaías 65:17; Mateo 2:23-28; Juan 5:1-9; Hechos 13:14; Hebreos 1:1-3)
6. La muerte de Cristo y la Ley (Hechos 13:38,39; Romanos 4:15; 7:1-13; 8:5-8; Gálatas 3:10)
7. Cristo, el fin de la ley( Romanos 5:12-21; 6:15-23; 7:13-25; 9:30-10:4; Gálatas 3:19-24)
8. La Ley de Dios y la ley de Cristo
9. Cristo, la Ley y el evangelio
10. Cristo, la Ley y los pactos
11. Los apóstoles y la Ley
12. La iglesia de Cristo y la Ley
13. El reino de Cristo y la Ley
 
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