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Lección 3: La caída en el pecado

Lección 3: La caída en el pecado

Para el 18 de octubre de 2008

http://docs.google.com/Doc?id=dkc3vcv_61fq5z8vfh

http://groups.google.com.mx/group/fino2008escuelasabatica/files

Lee: Génesis 1-3; Romanos 3:9-18; 5:10-21; 6:16; 2 Pedro 2:19.

Descubre: ¿Cuál era el ambiente de la creación de Dios antes de la caída del hombre? ¿Por qué hubo cambios de un mundo maravilloso a un mundo de dolor y sufrimiento? ¿Por qué sufre la gente y gime la naturaleza? ¿Qué aspectos de tu vida carecen de esperanza? ¿Has cometido algún pecado que piensas no ha sido perdonado por Dios? ¿Estás dispuesto cambiar este sentimiento por una esperanza duradera, viva y trasformadora? ¿Hay solución del problema del pecado? ¿Quién es la solución del problema de tu pecado?

Memoriza y considera: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Rom. 7:24).

Pensamiento clave: El pecado de Adán y Eva nos trajo dolor, sufrimiento, enfermedad,  tragedias, miseria y muerte. Elegir el pecado es rebelarse contra Dios y sólo trae tristeza, depresión, soledad, desesperación, conflictos en los hogares y desequilibrio en la sociedad; vivir en pecado no es otra cosa que  hacer caso omiso de los consejos de Dios y escuchar la voz del enemigo de Dios, cuyo objetivo es ser  esclavo del pecado.

PROPÓSITOS DE LA LECCIÓN DE ESTA SEMANA

·        Saber que no había posibilidad de elegir que el pecado de Adán no pasara a nosotros.

·        Sentir que podemos elegir el aceptar la vida y la muerte de Cristo.

·        Hacer que reclamen la victoria sobre el pecado, y luego vivir como si lo creyéramos.

“Desde los días de Adán hasta los nuestros, ha habido una sucesión de caídas en toda suerte de crímenes; y cada caída ha sido mayor que la anterior. Dios no creó una raza de seres tan desprovistos de salud, belleza y poder moral como la que ahora existe en el mundo. Enfermedades de toda clase han estado aumentando terriblemente en la humanidad. Esto no ha sido por providencia especial de Dios, sino directamente en contra de su voluntad. Esto ha venido por el desprecio del hombre de los mismos medios que Dios ha ordenado para resguardarlo de los terribles males existentes” (1CBA1096).

I. LA CAIDA DE ADAN Y EVA

·        ¿Qué argumentaba Satanás acerca de la Ley de Dios?

·        ¿Por qué es más fácil desobedecer  que obedecer?

·        ¿Cuánta gente de hoy obedece a Dios?

1. ¿En qué consistió el pecado de Adán y Eva? ¿Existen algunas leyes en nuestra sociedad que son para nuestro beneficio? ¿Cuáles? ¿Por qué existe tanta gente que profesa creer en Cristo pero sus hechos complican su vida y  la de quienes lo rodean?

“Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella”(Génesis 3:6)

“Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría”. Después de que se habían despertado en la mujer la duda y la incredulidad en cuanto a la orden de Dios, el árbol le pareció muy diferente.  Se menciona tres veces cuán encantador era; incitaba su paladar, sus ojos y su anhelo de aumentar su sabiduría.  Mirar el árbol en esa forma, con el deseo de gustar de su fruto, era una concesión a los alicientes de Satanás.  En su mente ya era culpable de transgredir la orden divina: "No codiciarás" (Exo. 20: 17).  El tomar el fruto y comerlo no fue sino el resultado natural de entrar así en la senda de la transgresión.

“Tomó de su fruto, y comió”. Habiendo codiciado aquello a lo cual no tenía derecho, la mujer siguió transgrediendo un mandamiento de Dios tras otro.  Luego robó la propiedad de Dios violando el octavo mandamiento (Exo. 20: 15).  Al comer el fruto prohibido y darlo a su esposo, también transgredió el sexto mandamiento (Exo. 20: 13).  También quebrantó el primer mandamiento (Exo. 20: 3) porque en su estima colocó a Satanás antes que a Dios obedeciéndole antes que a su Creador.

“Dio también a su marido, el cual comió así como ella”. Observando que no murió inmediatamente -lo que parecía confirmar el definido aserto del seductor: "No moriréis"- Eva experimentó una sensación engañosa de júbilo.  Quiso que su esposo compartiera ese sentimiento con ella.  Esta es la primera vez que el Registro sagrado llama a Adán "su marido".  Pero en vez de ser "ayuda idónea" para él, ella se convirtió en el instrumento de su destrucción.  La declaración "dio también a su marido" no implica que él había estado con ella todo el tiempo, como mudo espectador de la escena de la tentación.  Más bien ella le dio del fruto cuando se reunió con él para que pudiera comer "como ella" y compartir así los supuestos beneficios.

Antes de comer, debe haberse entablado una conversación entre Adán y su mujer. ¿La seguiría en su senda de pecado y desobediencia, o renunciaría a ella, confiando que Dios, de alguna manera, restauraría su felicidad destruida?  El que ella no hubiera muerto por comer el fruto y que ningún daño evidente le hubiera sobrevenido, no engañó a Adán.  "Adán no fue engañado sino... la mujer" (1 Tim. 2: 14).  Pero el poder de persuasión de su esposa, unido con su propio amor a ella, lo indujeron a compartir las consecuencias de su caída cualesquiera que fueran. ¡Decisión fatal!  En vez de esperar hasta que pudiera tener la oportunidad de tratar todo el trágico asunto con Dios, decidió por sí mismo su suerte.  La caída de Adán es tanto más trágica porque no dudó de Dios ni fue engañado como Eva.  Procedió ante la segura expectativa de que se convertiría en realidad la terrible amenaza de Dios.

Deplorable como fue la transgresión de Eva y cargada como estuvo de calamidades futuras para la familia humana, su decisión no abarcó necesariamente a la humanidad en el castigo de su transgresión.  Fue la elección deliberada de Adán, en la plena comprensión de la orden expresa de Dios -más bien que la elección de ella-, lo que hizo que el pecado y la muerte fueran el destino inevitable de la humanidad.  Eva fue engañada; Adán no lo fue (Rom. 5: 12, 14; 1 Cor. 15: 21; 1 Tim. 2: 14; 2 Cor. 11: 3).  Si Adán hubiera permanecido leal a Dios a pesar de la deslealtad de Eva, la sabiduría divina todavía hubiera resuelto el dilema para él y hubiera evitado el desastre para la familia humana (PP 39).

II. LOS ESTRAGOS DE LA DESOBEDIENCIA

·        ¿Por qué Adán y Eva fueron expulsados del Jardín del Edén?

·        ¿Cuáles son los pecados capitales de nuestros días?

·        ¿Por qué tanto dolor y sufrimiento?

1. ¿Cuáles fueron los terribles resultados del pecado? ¿Por qué tanta tragedia en nuestros días? ¿Quiénes son los esclavos del pecado? ¿Por qué? ¿Qué significa separarse de Dios? ¿Cuáles son las  bendiciones si guardamos los mandamientos de Dios?

“Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Isa. 59:2). “Les prometen libertad, y son ellos mismos esclavos de corrupción.  Porque el que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció” (2 Pedro 2:19).

El pecado levanta una barrera entre el hombre y Dios. Si el cielo parece estar muy distante de la tierra, es porque el pecado ha colocado un velo de separación entre el hombre y Dios.

“Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales. Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí. Y Dios le dijo: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses? Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí. Entonces Jehová Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho?  Y dijo la mujer: La serpiente me engañó, y comí. Y Jehová Dios dijo a la serpiente: Por cuanto esto hiciste, maldita serás entre todas las bestias y entre todos los animales del campo; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida” (Génesis 3:7-14)

“Entonces fueron abiertos los ojos de ambos”. ¡Qué ironía hay en estas palabras que registran el cumplimiento de la ambigua promesa de Satanás!  Fueron abiertos los ojos de su intelecto: comprendieron que ya no eran más inocentes.  Se abrieron sus ojos físicos: vieron que estaban desnudos.

“Entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales”. Estando avergonzados en su presencia mutua, procuraron evadir la deshonra de su desnudez.  Sus delantales de hojas de higuera eran un triste sustituto de las vestimentas radiantes de inocencia que habían perdido legalmente.  La conciencia entró en acción.  Que su sentimiento de vergüenza no tenía sus raíces en la sensualidad sino en la conciencia de culpa delante de Dios es evidente porque se ocultaron de él.

“Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto”. Las visitas periódicas de Dios, hacia el fin del día, cuando suaves céfiros vespertinos refrescaban el huerto, siempre habían sido una ocasión de deleite para la feliz pareja.  Pero el sonido de la aproximación de Dios fue entonces un motivo de alarma.  Ambos sintieron que de ninguna manera se atrevían a encontrarse con su Creador.  Ni la humildad ni el pudor fueron la razón de su temor, sino un profundo sentimiento de culpabilidad.

“Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú?”. Adán, que siempre había dado la bienvenida a la presencia divina, se ocultó ahora.  Sin embargo, no podía esconderse de Dios, quien llamó a Adán, no como si ignorase su escondedero, sino para hacerlo confesar.  Adán procuró ocultar el pecado detrás de sus consecuencias, su desobediencia detrás de su sentimiento de vergüenza, haciéndole creer a Dios que se había ocultado por la turbación provocada por su desnudez.  Su comprensión de los efectos del pecado era más aguda que la del pecado mismo.  Aquí, por primera vez, somos testigos de la confusión entre el pecado y el castigo, que caracteriza al hombre o en su estado caído.  Se sienten y detestan los resultados del pecado más que el pecado mismo.

“La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí”.  Dios formuló una pregunta que revelaba su conocimiento de la transgresión de Adán y tenía el propósito de despertar dentro de él una convicción de pecado.  La respuesta de Adán fue una tortuosa y evasiva excusa por su confusión, lo que significaba una acusación contra Dios.  Así había cambiado el carácter de Adán en él corto intervalo desde que entró en la senda de la desobediencia.  El hombre que sentía un cariño tan tierno por su mujer como para violar a sabiendas la orden de Dios a fin de que no fuera separado de ella, ahora habla de ella con antipatía fría e insensible como "la mujer que me diste por compañera".  Sus palabras recuerdan las de los hijos de Jacob que hablaron a su padre en cuanto a José como "tu hijo" (Gén. 37: 32; Luc. 15: 30).  Uno de los amargos frutos del pecado es la dureza de corazón: "sin afecto natural" (Rom. 1: 31).  La insinuación de Adán de que Dios era culpable por su triste condición, al estar atado a una criatura tan débil y seductora, se hunde en las mismísimas profundidades de la ingratitud.

“La serpiente me engañó, y comí”. La mujer también tenía una respuesta lista al acusar a la serpiente de haberla engañado.  Ni Adán ni su mujer negaron los hechos sino que procuraron escapar acusando a otro.  Tampoco dieron evidencias de contrición.  Sin embargo, existe una notable diferencia entre sus confesiones.  La mujer protestó que había sido engañada; Adán admitió tácitamente que su acto había sido deliberado, con pleno conocimiento de sus consecuencias.

“Por cuanto esto hiciste, maldita serás entre todas las bestias”. La maldición del pecado descansa no sólo sobre la serpiente sino sobre toda la creación animal, aunque ella había de llevar una maldición mayor que sus congéneres.  La serpiente, que antes era la más inteligente y bella de las criaturas, quedó ahora privada de las alas y condenada, de allí en adelante, a arrastrarse sobre el polvo. No debiera suponerse que los brutos irracionales fueron hechos así objeto de la ira de un Dios vengativo.  Esta maldición fue para el beneficio de Adán, como un medio de impresionarlo con las abarcantes consecuencias del pecado.  Debe haber provocado intenso sufrimiento a su corazón el contemplar esas criaturas -cuyo protector se esperaba que fuera él- llevando los resultados de su pecado (PP 54).  Sobre la serpiente, que se había convertido para siempre en el símbolo del mal, cayó la maldición más pesadamente; no tanto para que sufriera como para que también pudiera ser para el hombre un símbolo de los resultados del pecado.  No es de admirarse que la mayoría de los seres humanos sientan repugnancia y temor en la presencia de una serpiente.

 “A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti. Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás. Y llamó Adán el nombre de su mujer, Eva, por cuanto ella era madre de todos los vivientes. Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió. Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre. Y lo sacó Jehová del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado. Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida” (Génesis 3:16-24).

“Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces”. En el mismo principio se le había ordenado al hombre: "Fructificad y multiplicaos" (Gén. 1: 28).  De ahí que los embarazos tenían el propósito de ser una bendición y no una maldición.  Pero la entrada del pecado significó que de allí en adelante la preñez sería acompañada por el dolor. Ciertamente, los dolores del parto iban a ser tan intensos que en las Escrituras son un símbolo de la más tremenda angustia corporal y mental (Miq. 4: 9, 10; 1 Tes. 5: 3; Juan 16: 21; Apoc. 12: 2).

“Y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti”. La mujer había quebrantado su relación con el hombre, divinamente señalada.  En vez de ser una "ayuda idónea" para él, se había convertido en su seductora.  Por eso perdió su condición de igualdad con el hombre; él iba a "enseñorearse" de ella como señor y amo.  En las Escrituras, se describe a una esposa como que es "poseída" por su señor.  Entre la mayoría de los pueblos que no son cristianos, la mujer ha estado sometida, a través de los siglos, a la degradación y a una esclavitud virtual.  Sin embargo, entre los hebreos la condición de la mujer era de una clara subordinación aunque no de opresión ni esclavitud.  El cristianismo ha colocado a la mujer en la misma plataforma que el hombre en lo que atañe a las bendiciones del Evangelio (Gál. 3: 28).  Aunque el esposo debe ser la cabeza del hogar, los principios cristianos llevarán al hombre y a su esposa a experimentar un verdadero compañerismo, donde cada uno está tan consagrado a la felicidad y bienestar del otro, que nunca ocurre que cualquiera de ellos trate de "enseñorearse" del otro (ver Col. 3: 18, 19).

“Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer”. Antes de pronunciar sentencia, Dios explicó por qué ésta era necesaria y adecuada.  Adán había procedido de acuerdo con los persuasivos argumentos de Eva, poniendo la palabra de ella por encima de la de Dios.  Así había retirado de Dios su afecto supremo y lealtad, perdiendo legalmente las bendiciones de la vida y aun la vida misma.  Al exaltar su voluntad por encima de la voluntad de Dios, Adán debía aprender que independizarse de Dios no significa colocarse en una esfera más excelsa de existencia sino separarse de la Fuente de la vida.  De ahí que la muerte le mostraría la completa falta de valor de su propia naturaleza.

“Maldita será la tierra por tu causa”.  Debiera notarse otra vez que Dios no maldijo ni a Adán ni a su esposa.  Tan sólo fueron pronunciadas maldiciones sobre la serpiente y la tierra.  Pero Dios dijo a Adán: "Maldita será la tierra por tu causa".

“Con dolor comerás de ella todos los días de tu vida”. La misma palabra que había sido usada para expresar los sufrimientos relacionados con el parto, ahora se usa para informar a Adán de las dificultades que encontraría al sacar a duras penas un mísero sustento de la tierra maldita.  Mientras viviera allí, no tendría esperanza de que se aliviara esto.  La expresión "todos los días de tu vida" es la primera indicación de que vendría con seguridad la muerte aunque ese hecho se pospondría por un tiempo.

“Espinos y cardos te producirá”. Antes de la caída, la tierra producía sólo plantas que eran útiles como alimento o bellas para recrear la vista.  Ahora había de producir también "espinas y cardos" (EC 307).  El trabajo aumentado, necesario para cultivar la tierra, incrementaría la aflicción de la existencia del hombre.  Tenía que aprender, por amarga experiencia, que la vida apartada de Dios, en el mejor de los casos, es dolor y aflicción.

“Comerás plantas del campo”. El castigo divino implicaba también un cambio parcial en el régimen alimentario.  Es evidente que debemos deducir que los cereales, frutas oleaginosas y otras frutas que recibió el hombre originalmente se redujeron tanto en cantidad y calidad, como resultado de la maldición, que el hombre se vio obligado a recurrir a las plantas para su alimento diario.  Este cambio también podría haberse debido, en parte, a la pérdida de ciertos elementos procedentes del árbol de la vida, a un cambio en el clima y quizá, principalmente, a la sentencia del duro trabajo del hombre para ganarse el sustento.

“Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra”. Se expresa ahora vívidamente el arduo esfuerzo que había de añadirse a la gravosa vida del hombre.  Esto se refiere específicamente al agricultor que debe vivir arrancando de una tierra maldispuesta el alimento para sí mismo y su familia, pero se aplica igualmente para todos los otros oficios.  Desde la caída de Adán, todo lo que gane el hombre se puede alcanzar sólo mediante un esfuerzo.  Con todo, debiera reconocerse que este castigo fue en realidad una bendición disfrazada para los seres pecadores.  Cuando un hombre trabaja, es mucho menos probable que peque que cuando pasa sus días en la ociosidad.  El esfuerzo y el trabajo desarrollan el carácter y le enseñan humildad al hombre y cooperación con Dios.  Esta es una razón por la que la iglesia cristiana generalmente ha encontrado sus más leales adherentes y sustentadores en la clase trabajadora.  El trabajo, aun cuando sea arduo, no debiera ser despreciado, porque "hay una bendición en él".

El Señor informó a Adán que la tumba era su destino cierto.  Así entendió el hombre que el plan de la redención (Gen. 3:15) no impediría la pérdida de su vida actual, sino que le ofrecía la seguridad de una vida nueva.  Con el cambio ocurrido en la naturaleza de Adán y Eva -de inmortalidad condicional a mortalidad- comenzó el cumplimiento de la horrenda predicción: "El día que de él comieres, ciertamente morirás".  Dios, obrando con misericordia, concedió al hombre un tiempo de gracia; de lo contrario la muerte habría ocurrido inmediatamente.  La justicia divina requería que el hombre muriera, pero la misericordia divina le concedió la oportunidad de vivir.

Adán dio a su esposa el nombre de "la que vive".  Lo hizo por fe, porque veía en ella a la "madre de todos los vivientes", en un momento cuando su sentencia de muerte acababa de ser pronunciada.  También contempló más allá de la tumba, y vio en la simiente prometida a su mujer a Aquel que devolvería a ellos y a sus descendientes la inmortalidad que habían perdido legalmente ese día.  En vez de llamarla con melancolía y desesperación -como podría esperarse debido a las circunstancias- "la madre de todos los sentenciados a muerte", él fijó los ojos por fe en su Juez, y antes de que ella diera a luz su primogénito, la llamó con esperanza "la que vive".  Ciertamente, la fe fue para él "la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve" (Heb. 11: 1).

“Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió”. Antes de expulsar a Adán y a Eva del huerto, Dios les proporcionó vestimentas más durables, adecuadas para el trabajo físico que en adelante sería su ocupación, y como protección contra los cambios de temperatura del ambiente que seguirían a la caída (PP 46).  También las pieles eran un recordativo constante de su perdida inocencia, de la muerte como la paga del pecado y del prometido Cordero de Dios quien, por su propia muerte vicaria, quitaría los pecados del mundo.  El que había sido comisionado como protector de los animales creados, desgraciadamente ahora se encontró quitando la vida de uno de ellos.  Estos debían morir para que él viviese

El servicio de sacrificios, aunque no se menciona específicamente aquí, fue instituido en ese tiempo (PP 54; DTG 20).  El relato de los sacrificios de Caín y Abel, narrado en el capítulo siguiente, muestra que los primeros hijos de Adán y Eva estaban bien familiarizados con ese ritual.  Si Dios no hubiera dictado reglamentaciones definidas respecto de los sacrificios, habría sido arbitraria su aprobación de la ofrenda de Abel y su desaprobación de la de Caín.  Al no acusar Caín a Dios de parcialidad, ponía en evidencia que tanto él como su hermano sabían lo que era requerido. La universalidad de los sacrificios de animales en los tiempos antiguos señala el origen común de esa práctica.

“Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal” El hombre se había enterado de su castigo y del plan de redención, y se le habían proporcionado vestimentas.  Por su desobediencia había conocido la diferencia entre el bien y el mal, al paso que Dios había procurado que obtuviera ese conocimiento mediante su espontánea cooperación con la voluntad divina.  La promesa de Satanás de que el hombre llegaría a ser "como Dios" tan sólo se cumplió en que el hombre ahora conocía algo de los resultados del pecado.

“Ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre”. Inmediatamente después de la caída fue necesario evitar que el hombre continuara comiendo el fruto del árbol de la vida, para que no se convirtiera en un pecador inmortal (PP 44).  Por el pecado, el hombre había caído bajo el poder de la muerte.  De manera que el fruto que producía la inmortalidad ahora sólo podía provocarle daño.  La inmortalidad experimentada en un estado de pecado, y por lo tanto en una desventura eterna, no era la vida que Dios concibió para el hombre.  Negar al hombre acceso a ese árbol vivificador fue tan sólo un acto de misericordia divina que quizá Adán no apreció plenamente en ese tiempo, pero por el cual estará agradecido en el mundo venidero.  Allí comerá eternamente del árbol de la vida por tanto tiempo perdido ( Apoc. 22: 2, 14).  Al participar de los emblemas del sacrificio de Cristo, tenemos el privilegio de comer por fe del fruto de aquel árbol, y de vislumbrar confiadamente el tiempo cuando podamos arrancar y comer su fruto con todos los redimidos en el paraíso de Dios (MM 366).

 “Echó, pues, fuera al hombre”.  Al expulsar a Adán y a Eva del Edén y al enviarlos a ganarse la vida con el sudor de su frente, Dios realizó lo que debe haber sido para él, tanto como para Adán, un triste deber.  Aun después de haber talado las selvas primitivas, siempre habría una lucha perpetua contra malezas, insectos y animales salvajes.

Y puso al oriente del huerto de Edén querubines”. La Biblia presenta a los querubines como pertenecientes a la clase de seres que llamamos ángeles, especialmente los que están cerca de Dios y de su trono (Eze. 9: 3; 10: 4; Sal. 99: 1).  Por eso las figuras de los querubines habían de estar encima del arca y en las cortinas del tabernáculo (Exo. 25: 18; 26: 1, 31) y más tarde fueron esculpidos en las paredes y puertas del templo (1 Rey. 6: 29, 32, 35).

“Y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida”. La luz siempre ha sido un símbolo de la presencia divina.  Como tal, la Shekinah, gloria de Dios, aparecía entre los dos querubines, uno a cada lado del propiciatorio que cubría el arca del pacto en el lugar santísimo ( Exo. 25: 22; Isa. 37: 16; DTG 429; PP 360; CS 26).  La frase "una espada encendida" es más bien una traducción inexacta del hebreo que dice literalmente "un fulgor de la espada".  No había ninguna espada literal que guardara el portón del paraíso.  Más bien había lo que parecía ser el centelleante reflejo de luz de una espada "que se revolvía por todos lados" con gran rapidez, haciendo refulgir dardos de luz que irradiaban de un centro intensamente brillante.  Esta radiante luz viviente no era sino la gloria de la Shekinah, la manifestación de la presencia divina.  Ante ella, durante siglos, los leales a Dios se reunían para adorarle (PP 46, 69-71).

III. REMEDIO PARA LA HUMANIDAD

1. ¿Cuál es la consecuencia final del pecado? (Rom. 5:12)

“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Rom. 5:12)

Debido a la "desobediencia" de Adán el principio del "pecado" entró en el mundo. El "pecado" a su vez se convirtió en la fructífera raíz de innumerables "desobediencias". Pablo representa al pecado como un intruso que viene de afuera y entra en el ámbito de la humanidad. El término "mundo" se usa con frecuencia para referirse a la raza humana (Rom. 3: 19; 11: 15; Juan 3: 16-17). Pablo no se ocupa del origen del mal. El primer hombre violó la ley de Dios y en esa forma se introdujo el pecado entre los hombres.

·        Antes de que entrara el pecado, Dios había advertido a Adán que la muerte sería el resultado del pecado (Gén. 2: 17); y después de que entró el pecado, Dios pronunció la sentencia: "Polvo eres, y al polvo volverás" (Gén. 3: 19).

·        La Biblia habla de tres muertes: (1) La muerte espiritual (Efe. 2: 1; 1 Juan 3: 14); (2) la muerte transitoria, o sea la "primera muerte" que Jesús describe como un "sueño" (Juan 11: 11-14; Apoc. 2: 10; 12: 11); y (3) la muerte eterna, o sea "la segunda muerte" (Mat. 10: 28; Sant. 5: 20; Apoc. 2:11; 20: 6, 14; 21: .

2. ¿Qué provisión hizo Dios en ocasión a la caída del hombre? ¿Cuál es el costo de la expiación?

“Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Gén. 3:15).

Aquí el Señor deja de dirigirse a la serpiente literal que habló a Eva, para pronunciar juicio sobre el diablo, la serpiente antigua.  Este juicio, expresado en lenguaje profético, siempre ha sido entendido por la iglesia cristiana como una predicción de la venida del Libertador.  Aunque esta interpretación es incuestionablemente correcta, puede señalarse que la profecía es también literalmente verdadera: hay una enemistad mortal entre la serpiente y el hombre doquiera se encuentran los dos.

Se hace referencia a la lucha secular entre la simiente de Satanás -sus seguidores- (Juan 8: 44; Hech. 13: 10; 1 Juan 3: 10) y la simiente de la mujer.  El Señor Jesucristo es llamado la "simiente" por antonomasia (Apoc. 12: 1-5; Gál. 3: 16, 19); fue él quien vino "para deshacer las obras del diablo" (Heb. 2: 14; 1 Juan 3: .

·        La "simiente" se expresa en singular, indicando que no es una multitud de descendientes de la mujer los que, en conjunto, se ocuparán de aplastar la cabeza de la serpiente, sino más bien que un solo individuo  zará eso.

·        Estas observaciones muestran claramente que en este anuncio está condensada la relación del gran conflicto entre Cristo y Satanás, una batalla que comenzó en el cielo (Apoc. 12: 7-9), continuó en la tierra, donde Cristo otra vez derrotó a Satanás (Heb. 2: 14), y terminará finalmente con la destrucción del maligno al fin del milenio (Apoc. 20: 10). 

·        Cristo no salió ileso de esta batalla.  Las señales de los clavos en sus manos y pies y la cicatriz en su costado serán recordativos eternos de la fiera lucha en la cual la serpiente hirió a la simiente de la mujer (Juan 20: 25; Zac. 13: 6; PE 53).

·        Este anuncio debe haber producido gran consuelo en los dos desfallecientes transgresores que estaban delante de Dios, de cuyos preceptos se habían apartado.  Adán, virrey de Dios en la tierra mientras permaneciera leal, había cedido su autoridad a Satanás al transferir su lealtad de Dios a la serpiente.  Que Satanás comprendía plenamente sus usurpados "derechos" sobre esta tierra, obtenidos al ganar la sumisión de Adán, es claro por su afirmación ante Cristo en el monte de la tentación (Luc. 4: 5, 6).  Adán empezó a comprender la magnitud de su pérdida: de gobernante de este mundo se había convertido en esclavo de Satanás.  Sin embargo, antes de oír el pronunciamiento de su propia sentencia, fue aplicado a su alma quebrantada el bálsamo sanador de la esperanza.  De ella, a quien había culpado por su caída, él debía esperar su liberación: la simiente prometida en quien habría poder para vencer al archienemigo de Dios y del hombre.

¡Cuán bondadoso fue Dios!  La justicia divina requería castigo para el pecado, pero la misericordia divina ya había hallado una forma para redimir a la raza humana caída: por el sacrificio voluntario del Hijo de Dios (1 Ped. 1: 20; Efe. 3: 11; 2 Tim. 1: 9; Apoc. 13: .

·        “Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios”(1 Pedro 1:18-21).

·        “Conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor, en quien tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él” (Efe. 3:11,12).

·        “Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” (2 Tim. 1:9).

Dios instituyó el ritual de los sacrificios para proporcionar al hombre una ayuda visual, a fin de que pudiera comprender algo del precio que se debía pagar para expiar su pecado.  El cordero inocente tenía que dar su sangre en lugar de la del hombre y su piel para cubrir la desnudez del pecador, a fin de que el hombre pudiera así recordar siempre por medio de los símbolos al Hijo de Dios, que tendría que entregar su vida para expiar la transgresión del hombre y cuya justicia sería lo único suficiente para cubrirlo.  No sabemos cuán clara fue la comprensión de Adán del plan de la redención, pero podemos estar seguros de que le fue revelado lo suficiente para asegurarle que el pecado no duraría para siempre, que de la simiente de la mujer nacería el Redentor, que sería recuperado el dominio perdido y que se restauraría la felicidad del Edén.  De principio a fin, el Evangelio de salvación es el tema de las Escrituras.

3. ¿Cómo pagó Jesús la deuda del hombre? (Isa. 53:3-7)

“Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos.  Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Más él fue por nuestra rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como oveja, cada cual se apartó, por su camino; mas Jehová cargó en él pecado de todos nosotros.  Angustiado él y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (Isa. 53:3-7).

·        Durante toda su vida Cristo supo lo que era ser odiado, despreciado y rechazado.

·        Cuando tomó sobre sí la forma de hombre, Cristo llegó a ser sensible a todo el dolor, la tristeza y los desengaños que el hombre conoce.  Por medio de la humanidad de Jesús, la divinidad experimentó todo lo que el hombre ha heredado.  Le tocó en suerte sufrir todos los malos tratos y las maldades que los hombres impíos y los ángeles caídos pudieran causarle.  Esto culminó en el juicio la crucifixión.

·        En vez de compartir la aflicción de Cristo, los hombres se apartaron de él con amargura y desprecio.  No se apiadaron de él, sino que lo reprocharon por su desdicha suerte (Mat. 26: 29-31; 27: 39-44).  Hasta sus discípulos lo abandonaron y huyeron (Mat. 26: 56).

·        En Isa. 53: 4-6 se destaca la naturaleza vicaria de los sufrimientos y de la muerte de Cristo.  Sufrió en nuestro lugar.  Tomó sobre sí el dolor, la humillación y el maltrato que nosotros merecemos (DTG 16).

·        El enemigo hizo que los sufrimientos de Jesús parecieran como castigo infligido sobre él por un Dios vengativo por causa de sus pecados (DTG 436).  Si eso hubiera sido verdad, no podría haber sido el Redentor del mundo.

·        Jesús no protestó, ni se quejó para defenderse. El silencio fue la evidencia de una sumisión total e incondicional (Mat. 26: 39-44). Lo que el Mesías hizo, lo hizo voluntariamente y con alegría, a fin de que el pecador condenado pudiera ser salvo.

REFLEXIONES Y APLICACIONES PARA LA VIDA

Mí querido(a) amigo(a) o hermano(a): ¿Qué características peculiares  tenía la Naturaleza antes  de  la caída? ¿Te consideras una persona libre?¿Que esperanza tienen aquellos que no creen en Cristo?¿Cómo convencerías a alguien que no cree en Cristo de que la corrupción moral, la opresión y la esclavitud en el pecado continuará hasta el regreso del Señor?¿De qué modo puedes compartir el conocimiento de Dios con los miembros de tu circulo de influencia?¿Cuáles son las consecuencias terribles consecuencias terribles del pecado? ¿Quién podrá librarnos de la muerte?¿Cuál es tu decisión en esta hora?

Reflexiona conmigo el siguiente texto: El Hijo de Dios fue dado para redimir a la familia humana. Mediante sufrimientos infinitos, sobrellevados por el inocente en lugar del culpable, se pagó el precio que iba a redimir a la familia humana del poder del destructor y restaurar en ella la imagen divina. Los que aceptan la salvación que Cristo les trae, se humillarán ante Dios como niñitos” (9T226).

Manos a la obra:

 

  1. Medita todos los días, cómo el amor de Dios se manifiesta contigo.
  2. Aplica métodos prácticos en tu vida del amor de Dios.
  3. Confiesa tus pecados a Dios, pídele  perdón, confía plenamente en él y tu vida será diferente; lleno de paz, amor y tranquilidad a pesar de las vicisitudes cotidianas.

Resumen: Aun cuando las cosas se veían sombrías en el Huerto, Dios nos da la oportunidad de elegir la lealtad a él, por sobre la lealtad al enemigo de las almas.

Ore conmigo, por favor…"Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5:8)…Feliz sábado

 

Elaboró: Delfino Jarquín, Si usted gusta ver los demás comentarios, temas de interés y enlaces inmediatos. Haga clic en:

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Bibliografía: Rodríguez Ángel Manuel, La Expiación y la Cruz de Cristo, Guía de estudio de la Biblia, Edición para maestros, octubre-diciembre de 2008__Notas de E.G. White para las Lecciones de la Escuela Sabática,  octubre-diciembre de 2008__G. White Ellen: El camino a Cristo, La Historia de la redención, El Deseado de todas las gentes, Conflicto de los siglos__Asociación General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día: Comentario Bíblico adventista del Séptimo Día, Tomo I, IV, V &,VII- Diccionario Bíblico Adventista del Séptimo día, - Creencias de los Adventistas del Séptimo Día, 1988 & 2006, _D. Thomas Jerry, Las 28 Creencias fundamentales para mí, APIA, 2007_Stephanie Lorena, Treasha Toussaint, Soliwazi Khumalo, et al, La Expiación y la Cruz de Cristo , Guía de es estudio de la Biblia para jóvenes, El universitario, octubre-diciembre de 2008.

Hermanos y maestros de la Escuela Sabática, espero que les pueda servir de ayuda este material. El propósito es, abarcar toda la lección de la semana; considerando los objetivos principales y aplicándolos en nuestra vida cristiana...gracias por las sugerencias y comentarios que nos han enviado; que la honra y la gloria sea para Dios. Si gusta escribirnos este es el correo: delfino_comessab@hotmail.com;  delfinosabbathschoolcomment@gmail.com  ¡Dios les bendiga  en cada una de sus actividades!, y esperando pronto la bendita esperanza de la Segunda Venida de Cristo Nuestro Señor, se despide su hermano en Cristo: Defino Jarquín López.

 

 

 

 
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Lecciones y comentarios para la escuela sabática_Segundo trimestre de 2014  
  Cristo y su Ley

Autor: Keith Burton

Lecciones y Comentarios para la escuela sabática-Segundo trimestre_Abril - Junio de 2014

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Cristo y su Ley  
  1. Las leyes en los días de Cristo (Levítico 1:1-9; Deuteronomio 17:2-6; Lucas 2:1-5;Hebreos 10:28; Santiago 2:8-12)
2. Cristo y la Ley de Moisés (Éxodo 13:2,12; Deuteronomio 22:23,24; Mateo 17:24-27; Lucas 2:21-24; 41-52; Juan 8:1-11)
3. Cristo y las tradiciones religiosas (Isaías 29:13; Mateo 5:17-20; 23:1-7; 15:1-6; Romanos 10:13)
4. Cristo y la Ley en el Sermón del Monte (Mateo 5:17-37; Lucas 16:16; Romanos 7:24)
5. Cristo y el sábado (Génesis 2:1-3; Isaías 65:17; Mateo 2:23-28; Juan 5:1-9; Hechos 13:14; Hebreos 1:1-3)
6. La muerte de Cristo y la Ley (Hechos 13:38,39; Romanos 4:15; 7:1-13; 8:5-8; Gálatas 3:10)
7. Cristo, el fin de la ley( Romanos 5:12-21; 6:15-23; 7:13-25; 9:30-10:4; Gálatas 3:19-24)
8. La Ley de Dios y la ley de Cristo
9. Cristo, la Ley y el evangelio
10. Cristo, la Ley y los pactos
11. Los apóstoles y la Ley
12. La iglesia de Cristo y la Ley
13. El reino de Cristo y la Ley
 
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