La Epístola del Apóstol San Pablo a los ROMANOS
Capítulo 8
1 Los que están en Cristo y viven de acuerdo con el Espíritu, están libres de condenación. 5, 13 Lo que perjudica, viene de la carne; 6, 14 y lo que es bueno, viene del Espíritu. 17 Lo que acontece a los hijos de Dios, 19 cuya gloriosa liberación anhelan todas las cosas, 29 fue decretado de antemano por Dios. 38 ¿Qué nos podrá separar del amor de Dios?
1 AHORA, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.
2 Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.
3 Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne;
4 para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.
5 Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu.
6 Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz
7 Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden;
8 y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.
9 Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.
10 Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia.
11 Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.
12 Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne;
13 porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.
14 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.
15 Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!
16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.
17 Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.
18 Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.
19 Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios.
20 Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza;
21 porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios.
22 Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora;
23 y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo.
24 Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo?
25 Pero si esperamos lo que no vemos con paciencia lo aguardamos.
26 Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. 556
27 Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.
28 Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.
29 Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.
30 Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.
31 ¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?
32 El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?
33 ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.
34 ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.
35 ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?
36 Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero.
37 Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.
38 Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir,
39 ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.
Comentario bíblico adventista
La Epístola del Apóstol San Pablo a los ROMANOS
Capítulo 8
1.
Ahora, pues.
Estas palabras introductorias indican la estrecha relación entre los cap. 7 y 8. El cap. 8 es una ampliación de la exclamación de agradecimiento de Pablo: "Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro" (cap. 7: 25). Ahora continúa, dejando de lado su análisis de la penosa lucha con el pecado, para explicar la vida de paz y libertad que se ofrece a los que viven "en Cristo Jesús".
Ninguna condenación.
La buena nueva del Evangelio es que Cristo vino a condenar el pecado, y no a los pecadores (Juan 3: 17; Rom. 8: 3). Cristo ofrece justificación y libertad a los que creen y aceptan las generosas estipulaciones del Evangelio, y que por la fe se dedican a vivir en amante obediencia. Quizá haya todavía deficiencias en el carácter del creyente, pero "cuando en el corazón está el deseo de obedecer a Dios, cuando se hacen esfuerzos con ese fin, Jesús acepta esa disposición y ese esfuerzo como el mejor servicio del hombre, y él suple la deficiencia con sus méritos divinos" (EGW ST 16-6-1890). Para el tal no hay ninguna condenación (Juan 3: 18).
En Cristo Jesús.
Esta expresión, frecuente en el NT, indica la estrecha relación personal que existe entre el cristiano y Cristo. Significa más que depender de él o ser nada más que su seguidor o discípulo. Implica una unión diaria y viviente con Cristo (Juan 14: 20; 15: 4-7). Juan describe esta unión con las palabras estar "en él" (1 Juan 2: 5-6, 28; 3: 24; 5: 20). Pedro también habla de estar en Cristo (1 Ped. 3: 16; 5: 14). Pero la idea es especialmente característica de Pablo. La aplica a iglesias (Gál. 1: 22; 1 Tes. 1: 1; 2: 14; 2 Tes. 1: 1) y también a individuos (1 Cor. 1: 30; 2 Cor. 5: 17; Efe. 1: 1; etc.). Jesús enaltece la intimidad de esta unión mediante su parábola de la Vid y los pámpanos (Juan 15: 1-7).
Si una persona no experimenta esta unión transformadora con Cristo, no puede pensar que está libre de condenación. La fe salvadora que proporciona reconciliación y justificación (Rom. 3: 22 -26) implica una experiencia de la cual Pablo habla como estar "en Cristo" (ver com. vers. 28).
Los que no andan.
La evidencia textual (cf. p. 10) tiende a confirmar la omisión de la cláusula "los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu".
2.
Espíritu de vida.
Es decir, el Espíritu "que da la vida" (BJ). Es llamado así porque ejerce un poder vivificante (vers. 11). La ley del Espíritu de vida es el poder vivificante del Espíritu Santo que rige como una ley en la vida. Las palabras "de vida" expresan el 557 efecto causado como en el caso de "justificación de vida" (ver com. cap. 5: 18) y "el pan de vida" (Juan 6: 35). El Espíritu trae vida y libertad, en contraste con la ley del pecado que sólo produce muerte y condenación (ver com. Rom. 7: 21-24).
En Cristo Jesús.
Algunos traductores relacionan estas palabras con "el Espíritu de vida"; otros, con "me ha librado". Esta última interpretación parece ser la más natural. Pablo realza el hecho de que el Espíritu ejerce su poder vivificante mediante la unión con Cristo. En la experiencia de una estrecha comunión y unión con Cristo, el creyente recibe este poder para vencer en la lucha contra el pecado.
Me ha librado.
Si bien muchos MSS dicen como la RVR, la evidencia textual (cf. p. 10) sugiere el texto "te libró". La diferencia es de poca importancia. Sin duda Pablo se refiere retrospectivamente a lo que experimentó cuando renació y fue bautizado, cuando comenzó a caminar "en vida nueva" (cap. 6: 4) y a servir "bajo el régimen nuevo del Espíritu" (cap. 7: 6).
La ley del pecado y de la muerte.
Es decir, la autoridad ejercida por el pecado que conduce a la muerte. El pecado ha dejado de ser la influencia predominante que rige su vida. El Espíritu de vida que mora internamente le inspira obediencia y le da poder para hacer "morir las obras de la carne" (vers. 13). De modo que la ley del Espíritu de vida obra directamente en los miembros contra la ley del pecado y de la muerte, dando fuerza al creyente para vencer la influencia destructora del pecado, liberándolo así de la esclavitud y de la condenación del pecado.
3.
Lo que era imposible para la ley.
El artículo que acompaña a "ley" está en el texto griego (ver com. cap. 2: 12). La construcción griega es difícil, y por eso se ha discutido mucho; sin embargo, lo que Pablo quiere decir en este versículo parece ser claro. Dios ha hecho lo que la ley no podía hacer; ha condenado al pecado, y por lo tanto es posible que el cristiano venza el poder del mal y viva una vida triunfante en Cristo.
Débil por la carne.
La causa de este fracaso ya se ha explicado (cap. 7: 14-25). La ley señala el camino recto, pero no puede capacitar al hombre caído y débil para que camine por él. Pablo continúa vindicando la ley (ver cap. 7: 7, 10, 13-14) y atribuye la evidente debilidad de la ley no a algún defecto inherente en la ley misma sino más bien a la impotencia de la naturaleza del hombre, corrompida y debilitada por el pecado. La ley no posee el atributo de perdonar y conducir de nuevo a la obediencia; sólo puede mostrar la transgresión y la rectitud y ordenar obediencia (cap. 3: 20; 7: 7). Por lo tanto, la ley de Dios no puede ser culpada o menospreciada porque no alcance resultados que nunca le han correspondido. Nuestro fracaso al no prestar una obediencia perfecta debe recaer sobre nosotros mismos.
Su Hijo.
"Su propio Hijo" (BJ, BC, NC). El adjetivo "propio" pone de relieve la estrecha relación entre el Padre y el Hijo (cf. vers. 32). En Col. 1: 13 se describe a Cristo como "su amado Hijo", literalmente "el Hijo de su amor". A veces hay una tendencia a atribuir a Cristo un amor mayor y un sacrificio más abnegado que al Padre. Es bueno recordar que "de tal manera amó Dios al mundo, que" dio "a su Hijo unigénito" (Juan 3: 16; 1 Juan 4: 9). Para salvar al hombre caído, Dios se sacrificó a sí mismo en su Hijo (ver 2 Cor. 5: 19; cf. DTG 7 10). Cristo vino a revelar el ilimitado amor de su Padre (Juan 14: 9; cf. Mat. 5: 43-48).
Carne de pecado.
El Hijo de Dios vino a esta tierra con su divinidad velada en la humanidad para poder alcanzar a la raza caída y tener comunión con nosotros en nuestra condición de debilidad y pecaminosidad. Si hubiese venido revestido con su gloria celestial no podríamos haber soportado la gloria de su presencia (ver PP 341). Por lo tanto, Jesús, en su gran amor y su propósito divino de salvar a los hombres, "no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo [Lit. 'se vació de sí mismo'] tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres" (Fil. 2: 6-7, BJ); ver DTG 13-15; t.V, pp. 894-895.
Al asumir nuestra humanidad Cristo también tuvo el propósito de demostrar a los hombres y a todo el universo que se puede resistir con éxito al pecado y a Satanás, y que los seres humanos en esta vida pueden obedecer la voluntad de Dios (ver HAp 423; DTG 709-711). Siempre, desde la caída de Adán, Satanás ha señalado los pecados del hombre como una prueba de que la ley de Dios es injusta y que no puede ser obedecida. Por esta razón Cristo vino a enmendar el fracaso de Adán. Fue hecho en todo semejante a sus hermanos; sufrió y fue tentado en todo 558 como lo somos nosotros, pero no pecó (ver Heb. 2: 17-18; 4: 15). En cuanto a la naturaleza humana de Jesús en relación con la tentación y el pecado, ver com. Mat. 4: 1; 26: 38, 41; Heb. 2: 17;4: 15; Nota Adicional com. Juan 1.
Y a causa del pecado
O "concerniente al pecado" (BJ). La conjunción "y" indica la relación con la frase precedente. Dios envió a su Hijo en la semejanza de carne de pecado y en relación con el pecado. "A causa del pecado" es traducción del Gr. perí hamartías, que también podría traducirse "como ofrenda por el pecado". Perí hamartías con frecuencia se usa con este sentido en la LXX. En Levítico hay, por ejemplo, más de 50 casos con este sentido (Lev. 4: 33; 5: 6-9; 7: 37; etc. cf. Sal. 40: 6). Esta frase también aparece con este significado en el NT, en Heb. 10: 6-8, donde se cita Sal. 40: 6-8. Por lo tanto, hay varias versiones castellanas que han favorecido la traducción "como ofrenda por el pecado" o su equivalente. "Como ofrenda [en cursiva, son palabras añadidas] por el pecado" (VM); "en reparación por el pecado" (Straubinger); "como víctima por el pecado" (BC); "como víctima por el pecado" (Versión Ecuménica, NT); "como sacrificio por el pecado" (DHH).
Pero por otro lado el contexto puede indicar que la frase debería entenderse en un sentido más general. El propósito de Pablo en este pasaje es explicar que el cristiano ahora puede conquistar la victoria sobre el pecado. La ley era impotente para darle una victoria tal, pero al enviar Dios a su Hijo proporcionó el poder necesario para vencer. Cristo vino no sólo para llevar el castigo del pecado con su muerte, sino también para destruir el dominio de la muerte y extirparla de la vida de los seguidores del Maestro. Todo el propósito de su misión puede estar incluido en las palabras "y a causa del pecado". Vino para enfrentarse con el pecado y para proporcionar el remedio; para hacer expiación por el pecado, para destruirlo y para santificar y salvar a sus víctimas.
Condenó el pecado.
La impecable humanidad de Cristo fue una condenación viviente del pecado. En cuanto al juicio de condenación que se establece por contraste, ver Mat. 12: 41-42; Heb. 11: 7. Además, la muerte expiatoria de Cristo por el pecado (Rom. 6: 10) reveló y comprobó para siempre la extraordinaria pecaminosidad del pecado, que el pecado fue el que ocasionó la muerte del Hijo de Dios. Esta condenación del pecado, efectuada por la vida y muerte de Cristo, también significa la destrucción del poder maligno del pecado en la vida del creyente que está unido con Cristo en la muerte de su Salvador y que resucita con él a nueva vida en el Espíritu (vers. 1-13).
En la carne.
Cristo se enfrentó al pecado y lo venció, y lo condenó en la esfera en la que previamente había ejercido su dominio y poder. La carne -escenario de los anteriores triunfos del pecado- se convirtió ahora en el campo de su derrota y expulsión.
4.
La justicia.
Gr. dikáiÇma. La palabra que Pablo usa con frecuencia en esta epístola para "justicia" es dikaiusún' (cap. 1: 17; 3: 5; 4: 3; etc.). Dikáioma expresa el pensamiento de aquello que es establecido como correcto (ver Rom. 1: 32; 2: 26; 5: 16, 18; cf. Luc. 1: 6; Heb. 9: 1, donde dikáioma se ha traducido como "juicio", "ordenanzas" [en tres vers.], "justificación" y "justicia"). Por lo tanto, Pablo aquí se está refiriendo a las justas exigencias de la ley o a la obediencia a sus justos requerimientos.
La ley.
El artículo también se halla en el griego (ver com. vers. 12). En este contexto Pablo continúa hablando de la ley, que él aprobaba (cap. 7: 16) y en la cual se deleitaba (vers. 22); pero descubrió que era incapaz de obedecerla sin Cristo (vers. 15-25).
Se cumpliese
O "fuera realizada" o "fuera satisfecha". Dios envió a su Hijo en semejanza de carne de pecado para que los hombres pudieran ser plenamente capacitados para cumplir con las justas exigencias de su santa ley. El propósito del plan de salvación es poner la vida del hombre en armonía con la voluntad divina. Dios no dio a su Hijo con el propósito de cambiar o de abolir su ley, o para eximir al hombre de la necesidad de su perfecta obediencia. La ley siempre se ha presentado como una expresión de la inmutable voluntad de Dios y de su carácter. El hombre caído ha sido incapaz de obedecer sus órdenes, y la ley no ha tenido poder para fortalecerle a fin de que obedezca. Pero Cristo vino para hacer posible que el hombre prestara perfecta obediencia. Estos versículos claramente indican el lugar permanente y la autoridad de la ley de Dios en el Evangelio y en el plan de salvación (ver com. cap. 3: 31).
Pablo no dice "para que se cumpliese parcialmente". La Biblia es consistente al hablar de la transformación entera, de la obediencia 559 perfecta (Mat. 5: 48; 2 Cor. 7: 1; Efe. 4: 12-13; Col. 1: 28; 4: 12; 2 Tim. 3: 17; Heb. 6: 1; 13: 21). Dios requiere perfecta obediencia de sus hijos, y la perfecta vida de Cristo en su humanidad es la seguridad de Dios para nosotros de que mediante su poder también podemos alcanzar la perfección de carácter (ver PVGM 255-256; HAp 423).
Andamos.
Literalmente "andar de aquí para allá", lo que implica conducta habitual. Por lo tanto, puede traducirse "seguimos una conducta" (BJ). Cf. Rom. 6: 4; 2 Cor. 5: 7; 10: 3; Efe. 2: 10; 4: 1.
No. . . conforme a la carne.
Quienes cumplen los justos requisitos de la ley ya no viven de acuerdo con los dictados y los impulsos de la carne. La complacencia de los deseos carnales no es más el principio rector de sus vidas.
Conforme al Espíritu.
Es decir, rigen su conducta de acuerdo con los dictados y la conducción del Espíritu, el Espíritu de Cristo que mora en su interior (vers. 9). En ellos se está cumpliendo el justo requerimiento de la ley. Lo que la ley pide se resume en amor cristiano, pues "el cumplimiento de la ley es el amor" (cap. 13: 10). El resultado de la obra del Espíritu Santo en la vida es también amor, pues "el fruto del Espíritu es amor" (Gál. 5: 22). Por lo tanto, la vida conforme al Espíritu significa una vida en la cual se cumplen las justas demandas de la ley: una vida de amor y de amante obediencia. El gran propósito por el cual Dios envió a su Hijo al mundo, fue que una vida como ésta pudiera estar al alcance de los creyentes.
Algunos comentadores prefieren interpretar esta frase como que se refiere especialmente al espíritu renovado del hombre, mediante el cual obra el Espíritu Santo. Entienden que Pablo destaca que nuestra vida ya no está regida por nuestra naturaleza inferior sino por nuestra naturaleza espiritual más elevada. Esta interpretación se refleja en varias versiones en las cuales la palabra "espíritu" está en minúscula (como en la BJ, VM, NC y Straubinger).
5.
Los que son.
Podría expresarse aquí un aspecto diferente de "andar" (vers. 4). Estar "de acuerdo con la carne" significa que la carne es el principio que rige nuestro ser. Andar "conforme a la carne" es seguir este principio en la vida real.
Piensan.
Gr. fronéÇ, "pensar en", "ocuparse de", "poner la mente en", "esforzarse por". El verbo denota la acción completa de los afectos y de la voluntad, así como de la razón. Compárese con el uso de fronéÇ en Mat. 16: 23; Rom. 12: 16; Fil. 3: 19; Col. 3: 2. Toda la actividad mental y moral de los que "son de la carne" está puesta en la complacencia egoísta de los deseos carnales.
Las cosas de la carne.
Estamos bajo la influencia predominante de uno u otro de los dos principios que se contrastan en este versículo. La modalidad de nuestra vida y el carácter de nuestras acciones dependerán del principio que predomine. En Gál. 5: 16-24 Pablo describe el contraste absoluto que existe entre las cosas de la carne y las del Espíritu.
6.
El ocuparse de la carne.
Literalmente "la manera de pensar de la carne". "Las tendencias de la carne" (BJ). "Mente" significa aquí "pensamiento", "propósito", "intención", "inclinación", como en la frase "sabe cuál es la intención del Espíritu" (vers. 27).
Muerte.
Pensar únicamente en la complacencia de los deseos carnales es muerte. El que vive para ese propósito egoísta está muerto mientras vive (1 Tim. 5: 6; ver también Efe. 2: 1 y 5), y la condición presente de muerte espiritual sólo puede conducir a la muerte final y eterna. La razón para esto se explica en Rom. 8: 7.
El ocuparse del Espíritu.
Literalmente "la manera de pensar del Espíritu".
Vida y paz.
Fijar la mente en las cosas del Espíritu y hacer que los pensamientos y deseos sean gobernados únicamente por el Espíritu de Dios, da como resultado esa saludable y vivificante armonía de todas las funciones del alma, que es una segura garantía y goce anticipado de la vida venidera (ver Efe. 1: 13-14). La presencia del Espíritu Santo produce amor, gozo y paz en la vida (Gál. 5: 22), el comienzo dentro de nosotros del reino de Dios, que es "justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rom. 14: 17).
Los que se ocupan "del Espíritu" y andan "conforme al Espíritu" (cap. 8: 1) gozan de la paz del perdón y la reconciliación (cap. 5: 1). El amor de Dios "ha sido derramado" en sus corazones (cap. 5: 5) y tienen el gozo y el incentivo de ver cumplidos en su vida los justos requerimientos de la ley (cap. 8: 4). Anticipan la salvación final y la vida eterna. Pero los que andan conforme a "la carne" y se ocupan "de la carne" (vers. 4, 6), sólo conocen la experiencia destructora de la esclavitud y la 560 condenación (vers. 1, 15, 21), y únicamente pueden prever condenación y muerte (cap. 1: 32; 2: 5-6; 6: 21-22).
7.
Por cuanto.
Pablo ahora explica por qué la intención de la carne es muerte.
Designios de la carne.
"Tendencias de la carne" (BJ). Gr. frón'ma t's sarkós, "manera de pensar de la carne" (ver com. vers. 6).
Enemistad contra Dios.
Poner la mente en las cosas de la carne para vivir una vida egocéntrica y de complacencia propia, significa inevitablemente una vida hostil a Dios, una vida que no está en armonía con su voluntad (ver Sant. 4: 4). Una conducta tal aleja de Dios y separa de la fuente de la vida, separación que equivale a muerte. Esta hostilidad contra Dios es lo opuesto de la paz que llena a los que viven en el Espíritu (Rom. 8: 6).
No se sujetan.
O "no se somete" (BJ). En la terminología militar el verbo significa sujeción a órdenes. El tiempo presente del verbo sugiere una insubordinación continua. La mente que se ocupa de las cosas de la carne revela su hostilidad contra Dios mediante una continua desobediencia a su ley.
Ni tampoco puede.
La mente carnal es completamente incapaz de someterse a la ley de Dios. Tan sólo el poder transformador del Espíritu Santo hace posible otra vez la obediencia.
Cuando el hombre fue creado originalmente, su mente y su vida estaban en perfecta armonía con la voluntad de Dios. Los principios de la ley de Dios estaban escritos en su corazón. Pero el pecado produjo un alejamiento de Dios, y el corazón del hombre se llenó de enemistad y rebelión. Por lo tanto el hombre ha estado desde su caída bajo el poder del pecado, siguiendo las inclinaciones de la carne que lo han conducido inevitablemente a la desobediencia a la ley de Dios. Por eso es imposible que alcance la justicia y la salvación por sus propios intentos legalistas para obedecer. A menos que muera al yo y al pecado y renazca a una nueva vida en el Espíritu (cap. 6), es incapaz de someterse a la voluntad de Dios (ver PP 49).
8.
Y.
Con esta palabra no comienza una conclusión o consecuencia emanada del vers. 7, sino sólo se repite la sustancia del vers. 7 en una forma algo diferente y quizá más personal. La relación podría parafrasearse así: "La mente carnal es enemistad contra Dios. . . y los que están en la carne no pueden agradar a Dios".
Los que viven según la carne.
Mejor "los que están en la carne" (BJ). Esta traducción es más significativa que "según la carne" (vers. 4-5). Equivale a estar absorbido por las cosas de la carne y gobernado por ellas.
No pueden agradar a Dios.
Se agrada a Dios con la fidelidad y la obediencia. El Hijo de Dios agradó completamente al Padre (Mat. 3: 17; 12: 18; 17: 5; Juan 8: 29). Dios se complace con los actos de fe y de amor (Fil. 4: 18; Col. 3: 20; Heb. 13: 16, 21). Pero las vidas de fe, obediencia y amor sólo son posibles para los que viven mediante el poder del Espíritu Santo que obra en lo íntimo. "Los que están en la carne" no pueden hacer las cosas que agradan a Dios. Su conducta natural es hostilidad y desobediencia.
Este versículo añade más énfasis y explicación a la ferviente exhortación de Pablo en esta epístola, de que las tentativas legalistas para obedecer están condenadas al fracaso (Rom. 3: 20; 7: 14-25). Los que para su salvación confían en la falsa esperanza de que sus propias obras de obediencia agradan a Dios y merecen su favor, son amonestados en este versículo de que no pueden ganar la complacencia de Dios en esta forma. Mientras estén en la carne no pueden agradar a Dios ni tampoco obedecer su ley.
9.
Mas vosotros.
En su manera característica Pablo expresa confianza en sus lectores; pero después modifica su aserto añadiendo la condición de la cual depende necesariamente su afirmación en cuanto a ellos.
Según el Espíritu.
Es decir, tenéis una inclinación espiritual y estáis bajo la dirección y la influencia del Espíritu Santo.
Si es que.
La vida vieja en la carne sólo cesa cuando comienza la nueva vida en el Espíritu. El poder dominante de la carne sólo puede ser eliminado de la vida cuando se invita al Espíritu para que venga y ejerza un dominio completo. Cuando el Espíritu realmente mora en lo interior, termina la vida según la carne.
Este versículo es una invitación al examen propio. Nuestra mente es espiritual y vivimos en el Espíritu "si es que" el Espíritu de Dios mora en nosotros. Podemos saber si el Espíritu mora en nosotros por la presencia o ausencia de sus frutos (Gál. 5: 22) en nuestra vida. La ausencia de sus frutos demuestra que aún estamos viviendo en la carne.
Mora.
Esto es lo que indica la continua y permanente presencia del Espíritu, y no los 561 arrebatos ocasionales de entusiasmo y fervor. En otros pasajes Pablo presenta al Espíritu Santo como morando en el corazón del cristiano (1 Cor. 3: 16; 6: 19). La expresión "en vosotros" denota la intimidad de la relación personal entre el creyente y el Espíritu. Implica una continua sumisión de la voluntad del cristiano a la voluntad de Dios.
Espíritu de Cristo.
Compárense los términos "Espíritu de Dios" con "Espíritu de Cristo". En otros versículos el Espíritu Santo es llamado el "Espíritu de Cristo" (1 Ped. 1: 11; cf. 2 Ped. 1: 21), el "Espíritu de su Hijo" (Gál. 4: 6) y el "Espíritu de Jesucristo" (Fil. 1: 19). En cuanto a la relación del Espíritu Santo con Cristo, ver Juan 14: 26; 15: 26; 16: 7, 13-14.
No es de él
O "no le pertenece a él". No es suficiente estar intelectualmente convencido de la verdad del cristianismo. El Espíritu de Cristo debe morar en lo íntimo del ser. Una aparente profesión de cristianismo no convierte a una persona en un verdadero seguidor de Cristo. Podemos saber que realmente le pertenecemos si nos ha dado su Espíritu (1 Juan 4: 13). Cuando en la vida diaria se manifiestan el amor, el gozo, la paz y los otros dones del Espíritu (Gál. 5: 22), existe la evidencia de un verdadero cristianismo; pero si nuestra vida está deformada con maldad, egoísmo y vanidad, entonces no le pertenecemos a él.
Este versículo está saturado de serias advertencias. Un cristiano puede aparentemente estar de acuerdo con todas las doctrinas y con todas las prácticas de la iglesia; puede ser activo en la causa de Dios, y estar dispuesto a dar todos sus bienes para ayudar a los pobres o aun a entregar su cuerpo para ser quemado, pero si el Espíritu no vive en él y el múltiple fruto del Espíritu (Gál. 5: 22) no es evidente en su vida, no pertenece a Cristo (1 Cor. 13: 3). El que es orgulloso, vano, frívolo, inclinado al mundo, avaro, despiadado, censurador, no está en comunión con el Espíritu de Cristo, sino con otro espíritu (5T 225).
10.
Pero si Cristo.
Estas palabras muestran que tener el Espíritu de Cristo (vers. 9) es tener a Cristo morando en el corazón como el principio de vida (Juan 6: 56; 15: 4; 2 Cor. 13: 5; Gál. 2: 20; Efe. 3: 16-17; Col. 1: 27).
El cuerpo en verdad está muerto.
Los comentadores han interpretado este texto de diversas maneras; sin embargo, la evidente referencia en el vers. 11 a la resurrección del cuerpo mortal indica que Pablo está hablando aquí de la muerte física debido al pecado (cap. 5: 12). Aun aquellos que han nacido de nuevo a novedad de vida en el Espíritu todavía están sujetos a la muerte, la muerte que se ha transmitido desde Adán a todos los hombres. Pero debido a que el Espíritu mora en ellos, les esperan la resurrección y la vida eterna (cap. 8: 11).
El espíritu.
El contexto, especialmente el contraste directo entre "el cuerpo" y "el espíritu" (cf. 1 Cor. 7: 34; 2 Cor. 7: 1; Sant. 2: 16), parece indicar que Pablo se refiere al espíritu humano, es decir al "espíritu" (con minúscula).
Vive.
"Es vida" (BJ). Pablo no dice que el espíritu "está vivo", sino que "es vida", aunque en diferentes versiones se ha traducido "está vivo" o "tiene vida". El espíritu humano que está saturado del poder vivificante del Espíritu Santo posee una vida sostenida por Dios. El Espíritu de Dios realiza su obra vivificante y transformadora en el espíritu del hombre.
A causa de Injusticia.
A través de todas las Escrituras se asocian en forma constante la justicia con la vida y el pecado con la muerte. Cuando hay rectitud en la vida, existe la evidencia de la presencia y el poder del Espíritu de Dios, y esto significa vida.
Algunos comentadores prefieren limitar el significado de justicia en este pasaje a la justicia que Cristo acredita al creyente para justificación, que asegura vida (cap. 5: 18); pero el contexto no parece indicar esta limitación. Si se toma la justicia en su sentido más amplio, el significado que da Pablo parece ser que aunque el cuerpo está muerto debido al pecado de Adán, del cual todos hemos participado (ver com. cap. 5: 12), el espíritu es vida debido a la justicia de Cristo, que primero ha sido imputada o acreditada al pecador para su justificación y después impartida para su santificación. Esta dádiva de la justicia es acompañada por el don de la vida eterna (cap. 5: 17-18, 21). Y la evidencia de que hemos recibido la dádiva de la justicia y que Dios nos ha aceptado, es la presencia del Espíritu de Dios siempre viviente y siempre activo (Efe. 1: 13).
11.
Vivificará también.
Con frecuencia Pablo presenta la resurrección de Cristo como una garantía de la resurrección de los creyentes (1 Cor. 6: 14; 15: 20-23; 2 Cor. 4: 14; 562 Fil. 3: 21; 1 Tes. 4: 14).
Por su Espíritu.
La evidencia textual (cf. p. 10) se inclina por una construcción que se traduciría mejor "mediante". El Espíritu Santo es el poder mediante el cual son resucitados los muertos. La otra construcción hace resaltar la idea de causalidad: el Espíritu Santo es la causa por la cual son resucitados. Ambas ideas son verdaderas y cualquiera de ellas corresponde con este contexto. El Espíritu Santo es el Espíritu de vida (vers. 2), y es natural que donde esté presente el Espíritu haya también vida. Por lo tanto, sería correcto decir que tanto "por medio del poder del Espíritu" como "a causa de la presencia del Espíritu", Dios resucitará a aquellos en los cuales mora el Espíritu vivificante.
12.
Deudores somos.
Debido a la presencia salvadora del Espíritu Santo, estamos bajo una solemne obligación moral de vivir de acuerdo con los dictados del Espíritu. Pablo ha estado explicando que el dominio de la carne resulta solamente en muerte (vers. 6). Por lo tanto, no es necesario que el creyente sienta que debe algo a su naturaleza carnal. Por otro lado, el Espíritu de Dios ha proporcionado liberación de la esclavitud y la condenación del pecado (vers. 2; cap. 6: 22), y ahora promete la vida eterna futura (cap. 8: 11). Esto hace que sean deudores aquellos por quienes el Espíritu está llevando a cabo esta obra salvadora y transformadora. Deben todo al Espíritu, y su lealtad y obediencia debieran ser dadas de todo corazón a este poder superior que ha entrado en su vida.
Este versículo es una respuesta para aquellos que comprenden mal la libertad del Evangelio. El Evangelio nos libra de la condenación de la ley y del error destructor de tratar de guardar la ley por nuestros propios esfuerzos, pero no nos exime de la obediencia a la voluntad de Dios. La orden eterna e inmutable de Dios es que todas sus criaturas le obedezcan (ver com. cap. 3: 31). El Evangelio, lejos de ser el fin de la obediencia, es sólo el comienzo de la verdadera obediencia; y Pablo lo describe como si nos colocara bajo la obligación de obedecer. Si permitimos que el Espíritu de Dios tenga pleno dominio en nosotros, esta obligación de obedecer no nos causará ningún sentimiento de servidumbre o sometimiento, sino que continuaremos deleitándonos en la ley de Dios (cf. cap. 7: 22) a medida que el Espíritu Santo nos dé poder para obedecerla.
Conforme a la carne.
Ver com. vers. 4-5.
13.
Moriréis.
En griego se emplea una construcción mucho más enfática que el tiempo futuro del verbo en castellano. La muerte es inevitable para los que viven conforme a la carne. Cf. cap. 6: 21.
Hacéis morir.
El verbo está en presente, lo que indica un proceso continuo de hacer morir,
Las obras de la carne.
Mejor "las prácticas del cuerpo". Pablo se está refiriendo a las acciones del cuerpo consideradas en su tendencia moral, las cuales en este caso son proclives hacia el mal. En este versículo Pablo parece estar repitiendo todo su razonamiento desarrollado en los dos capítulos precedentes: que vivir según la carne significa muerte, pero que crucificar la carne equivale a vida. Ver especialmente los pasajes de los cap. 6: 6; 8: 6. El cristiano no debe ceder a los impulsos y deseos de la carne, excepto en lo que esté de acuerdo con la ley de Dios. Lo que coma, lo que beba y todo lo que haga, debe hacerlo teniendo en cuenta la gloria de Dios (1 Cor. 10: 31).
Viviréis.
El verbo está en futuro simple, por lo cual es diferente de la forma "moriréis" (ver el comentario al comienzo de este versículo). La distinción mencionada quizá refleje el hecho de que la muerte es la consecuencia inevitable de una vida según la carne, pero que la vida eterna no es exactamente la consecuencia inevitable de hacer morir las obras de la carne, sino que es, más bien, la dádiva de Dios en Cristo (ver com. cap. 6: 23).
Cualquiera que sea la profesión de vida espiritual que hagamos, siempre será verdad que si vivimos de acuerdo con la carne moriremos (Gál. 6: 7-8; Efe. 5: 5-6; Fil. 3: 18-19; 1 Juan 3: 7-8). O mueren nuestros pecados, o morimos nosotros. Si los dejamos vivir, moriremos; si los hacemos morir, seremos salvos. Pero nadie podrá ser salvo en sus pecados.
14.
Son guiados
O "están siendo guiados". El verbo en presente indica una acción continua. Esta conducción del Espíritu no significa un impulso momentáneo sino una influencia constante y habitual. No son hijos de Dios aquellos cuyos corazones son conmovidos de vez en cuando por el Espíritu, o aquellos que de cuando en cuando se rinden a su poder. Dios reconoce como hijos suyos solamente a quienes continuamente son conducidos por su Espíritu.
Es importante notar que el poder guiador 563 y transformador del Espíritu Santo se describe como algo que conduce, pero que no fuerza. En el plan de salvación no se obliga a nadie. El Espíritu sólo mora en el corazón del que lo acepta por fe; y la fe implica una sumisión voluntaria y por amor ante la voluntad de Dios y la influencia guiadora del Espíritu Santo.
Hijos de Dios.
Quizá Pablo esté estableciendo aquí una distinción entre estos "hijos" (de huiós) y los otros "hijos" ("criaturas", de téknon, vers. 16). Si es así, "hijos" (con el sentido de "criaturas") significa la relación natural que los hijos tienen con sus padres, mientras que los otros "hijos" tienen, además, el significado de la condición y los privilegios reservados para los hijos. En el vers. 15 se contrasta la posición de los hijos con la de los siervos o esclavos. Pablo explica con más detalles este contraste en Gál. 3: 26; 4: 1-7.
Mientras un hombre viva bajo la ley es esclavo (ver com. Rom. 6: 14), y trata por sus propias obras de ganar la recompensa; pero a pesar de sus mejores esfuerzos para lograr su propia rectitud, sólo cosecha condenación e ira y siente temor y temblor ante su Señor y juez. Como esclavo no tiene parte en la herencia. No le espera vida sino muerte. Pero entonces, cuando es justificado por la fe y nace de nuevo del Espíritu Santo, pasa de ser esclavo a ser hijo. Ahora, en vez de la ira del juez, descansa sobre él el amor del Padre; y en lugar del temor de un esclavo, ahora tiene la confianza y la seguridad de un hijo. Ser hijo de Dios ciertamente es vivir (cf. cap. 8: 13).
El privilegio de ser hijos corresponde únicamente a los que están siendo conducidos por el Espíritu. Han nacido de nuevo del Espíritu (Juan 1: 12-13; 3: 3-8) y, ya sean judíos o gentiles, son verdaderos hijos de Abrahán, los hijos de la fe (Gál. 3: 7).
15.
No habéis recibido.
"No recibisteis" (BJ). El texto griego puede entenderse como una referencia específica al comienzo de la vida cristiana, cuando el creyente es reconciliado, justificado y renace. En esa etapa Dios envía su Espíritu al corazón (Gál. 4: 56).
El espíritu de esclavitud.
Es evidente que Pablo no se refiere ni al espíritu humano ni al Espíritu divino, sino que usa el sustantivo "espíritu" en una forma más general para expresar disposición de ánimo, hábito o estado sentimental. Por lo tanto, la expresión podría traducirse: "reconocimiento de esclavitud", "sensación de servidumbre", "espíritu servil". Compárese con el "espíritu de celos" (Núm. 5: 14, 30), "espíritu angustiado" (Isa. 61: 3), "espíritu de fornicaciones" (Ose. 4: 12), "espíritu de enfermedad" (Luc. 13: 11), "espíritu de mansedumbre" (1 Cor. 4: 21), "espíritu de cobardía" (2 Tim. 1: 7), "espíritu de error" (1 Juan 4: 6).
La servidumbre, o esclavitud, que en toda la epístola se contrasta con la libertad de los hijos de Dios, es la servidumbre al pecado (Rom. 6: 6, 16-17, 20; 7: 25) y a la muerte como consecuencia del pecado (cap. 5: 21).
Para estar otra vez en temor.
O sea caer de nuevo en el estado de temor en el cual vivía el que más tarde llegó a ser creyente. La persona que aún está bajo la ley y en servidumbre del pecado (cap. 6: 14), es acosada por presentimientos que causa la sensación del pecado no perdonado (ver Rom. 1: 32; cf. Heb. 2: 14-15). Cuando se recibe el Espíritu Santo, termina esta condición desesperada. El Espíritu trae vida y amor y libertad del temor (1 Juan 4: 18), con la seguridad de que somos hijos y herederos, y no esclavos.
Adopción.
Gr. huiothesía, "colocación como hijo", o sea adopción. Hay alguna diferencia de opinión en cuanto a si la frase "el Espíritu de adopción" es una referencia al Espíritu Santo como la causa de la adopción, o al espíritu que es característico de los que son admitidos en una relación de filiación. Compárese con la frase "el espíritu de esclavitud". Si Pablo habla aquí de que uno siente o está consciente de la adopción, entonces "espíritu" debe escribirse con minúscula, como aparece en varias versiones. Por supuesto, el Espíritu Santo es Aquel que produce esta convicción de adopción. Cuando uno está consciente de la adopción entonces brota el sentimiento de afecto, amor y confianza, como el que los hijos sienten hacia sus padres, pero no como el espíritu servil y temeroso de los esclavos para con sus amos.
Parece que entre los judíos era costumbre practicar la adopción, pero ésta era frecuente entre los griegos y los romanos. Por lo tanto, el uso de este término sería comprensible para los lectores de Pablo en Roma. Él emplea esta expresión en otros pasajes de sus epístolas para describir la adopción simbólica de la nación judía (cap. 9: 4), y la verdadera adopción de los creyentes judíos y gentiles como hijos de Dios (Gál. 4: 5; Efe. 1: 5), y la adopción perfeccionada de los creyentes 564 en la gloria futura (Rom. 8: 23).
Adoptar es tomar y tratar a un extraño como a nuestro propio hijo, y Pablo aplica el término a los cristianos porque Cristo los trata como a sus propios hijos, aunque por naturaleza eran extraños y enemigos (Rom. 5: 10; Col. 1: 21). Esto significa que ya que por naturaleza no tenemos nada que reclamar de Dios, su acto de adoptarnos es sencillamente una expresión de amor soberano (Juan 3: 16). Esto quiere decir, además, que como hijos adoptivos estamos ahora bajo su protección y cuidado, y que con amante gratitud debemos manifestar el espíritu de hijos que obedecen a Dios voluntariamente en todas las cosas (ver com. 8: 12).
Por el cual clamamos.
La traducción común de esta frase griega permite que se relacione con lo anterior: hemos sido adoptados, por lo tanto podemos llamar a Dios nuestro Padre. Por otra parte, la construcción griega y su correcta traducción permitirían relacionar esta frase con lo que sigue: cuando clamamos "¡Abba, Padre!", el Espíritu da testimonio de que somos hijos de Dios. La palabra traducida "clamamos" por lo general significa gritos que expresan profunda emoción.
¡Abba, Padre!
La primera palabra es una transliteración del arameo, el idioma que hablaban los judíos en Palestina. La segunda es una traducción del griego, idioma que también entendían muchos judíos palestinos. La presentación de la palabra "Padre" primero en arameo y después en griego, refleja el carácter bilingüe de la gente a quien llegó el cristianismo. Pero no parece haber una explicación totalmente satisfactoria para esta repetición. Aparece también en Marcos (cap. 14: 36) y Pablo la usa otra vez en Gál. 4: 6. Algunos han sugerido que la palabra en griego fue añadida por Pablo y Marcos sencillamente para explicar el significado del término arameo a sus lectores de habla griega; pero otros comentadores han hecho notar que los tres pasajes donde aparece esta repetición expresan un profundo sentimiento, y que por lo tanto la repetición puede indicar la intensidad de ese sentimiento.
16.
El Espíritu mismo.
El oficio y la obra del Espíritu Santo nos han sido presentados en las Escrituras (Juan 14: 26; 16: 8, 13-15; Rom. 8: 26, etc.), pero la naturaleza del Espíritu Santo es un misterio. "En cuanto a estos misterios, demasiado profundos para el entendimiento humano, el silencio es oro" (HAp 43).
A nuestro espíritu.
"Se une a nuestro espíritu" (BJ). La convicción del espíritu del creyente de que es hijo de Dios depende del testimonio del Espíritu Santo de que sí lo es. Compárese con el pasaje: "Nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo" (1 Cor. 12: 3). Y es igualmente cierto que nadie puede llamar Dios al Padre sino por el mismo Espíritu (Gál. 4: 6).
Hijos de Dios.
En la misma forma en que llegamos a ser los hijos de Dios por medio del poder regenerador del Espíritu Santo (Juan 1: 12-13; 3: 5), viene por medio de la presencia interna del Espíritu de Dios (Rom. 8: 14) la seguridad permanente de que todavía somos hijos de Dios; podemos saber que él vive en nosotros mediante la presencia del fruto del Espíritu en nuestra vida (Gál. 5: 22). Si hay amor en nuestro corazón para Dios y nuestros prójimos sabremos que hemos pasado de muerte a vida (1 Juan 3: 14) y nos hemos convertido en los hijos de nuestro Padre celestial (Mat. 5: 44-45), adoptados dentro de la familia celestial.
17.
También herederos.
En el plan de Dios para la restauración completa del hombre, se unen nuestra aceptación como hijos y como herederos (cf. Gál. 4: 7). Si hemos nacido de nuevo como sus criaturas y somos adoptados como sus hijos, Dios quiere tratarnos también como a sus herederos. La herencia es el reino de gloria (Mat. 25: 34; 1 Ped. 1: 4-5) y la vida eterna (Rom. 2: 7). La posesión plena de esta herencia es aguardada ansiosamente por los hijos de Dios (Rom. 8: 18-25; cf. 1 Juan 3: 1-3).
Coherederos.
En la parábola de los labradores malvados (Mat. 21: 38) Jesús se presenta como el "heredero". Como "el primogénito entre muchos hermanos" (Rom. 8: 29) Cristo admite que sus hermanos compartan también la herencia que él ha ganado, no para sí mismo sino para ellos (Juan 17: 22-24; 2 Tim. 2: 11-12; Apoc. 3: 21).
Padecemos juntamente con él.
Pablo usa tres palabras griegas compuestas cuyo prefijo es la preposición sun, "con". Los cristianos son "coherederos con" o herederos juntamente (sugkl'ronómos); "sufrimos con" o juntamente (sumpásjÇ); y somos "glorificados juntamente" (sundoxátzomai). Si sufrimos con Cristo, Dios nos tratará como herederos juntamente con su propio Hijo. El mero sufrimiento 565 no es suficiente para alcanzar la condición aquí descrita. Debe ser sufrimiento con Cristo (cf. 2 Tim. 2: 11-12).
La vida de Cristo es un ejemplo para el creyente. Jesús llegó a la paz a través del dolor, a la gloria a través del sufrimiento. Esto mismo sucederá a todos los que lo aman (Mat. 10: 38; 16: 24; 20: 22; 2 Cor. 1: 5; Col. 1: 24; 1 Tes. 3: 3). Sufrir con él significa sufrir por causa de él y del Evangelio. Cuando los cristianos primitivos afrontaban una persecución cruel por causa de Cristo, Pedro los animó con las palabras: "Sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría" (1 Ped. 4: 13).
Sufrir con Cristo también puede significar luchar contra los poderes de la tentación como él lo hizo, de modo que así como él fue perfeccionado "por aflicciones" (Heb. 2: 9-10, 18), también lo seamos nosotros.
El plan de salvación no ofrece a los creyentes una vida libre de sufrimientos y pruebas antes de llegar al reino; por el contrario, les pide que sigan a Cristo en la misma senda de abnegación y vituperio. Así como Jesús sufrió constantemente la oposición de Satanás y la persecución del mundo, también sufrirán todos los que están siendo transformados a su semejanza. A medida que aumente su diferencia con el mundo les sobrevendrá una hostilidad mayor. Pero por medio de estas pruebas y persecuciones el carácter de Cristo se reproduce y revela en su pueblo. "Muchos serán limpios, y emblanquecidos y purificados" (Dan. 12: 10). Nuestra participación en los sufrimientos de Cristo nos educa y disciplina, y nos prepara para compartir la gloria del mundo venidero.
18.
Tengo por cierto.
Gr. logízomai, palabra que se traduce "piensas" (cap. 2: 3), "concluimos" (cap. 3: 28), "pienso" (2 Cor. 11: 5) y "pretendo" (Fil. 3: 13). No denota sólo una opinión o suposición; equivale también a decisión.
Aflicciones.
Pablo podía hablar de estas pruebas debido a su muy dolorosa experiencia. Cuando escribió esta epístola ya había sufrido mucho por causa de Jesucristo, y aún le esperaban muchos sufrimientos antes que fuera martirizado (ver Hech. 19: 23-41, 20: 23; 21: 27-36; 2 Cor. 1: 3-11; 6: 4-10; 11: 23-33; Col. 1: 24).
Del tiempo presente.
A la luz de la eternidad el tiempo presente no es más que un momento transitorio. "Porque esta leve tribulación [es] momentánea" (2 Cor. 4: 17).
Comparables.
Todos los sufrimientos de esta vida presente se hunden en la insignificancia cuando se comparan con la gloria futura (PE 17).
En nosotros.
Mejor "a o hasta nosotros". La preposición eis, que usa Pablo, sugiere la idea de que la gloria se extenderá hasta nosotros en su brillantez transfigurante.
Manifestarse.
Pablo presenta la futura revelación de la gloria como cierta, que sin duda alguna sucederá. Compárese con Gál. 3: 23 en donde las palabras se hallan en el mismo orden de énfasis.
La gloria que muy pronto será revelada incluye el resplandor celestial de la segunda venida y la manifestación de Cristo en toda su divina perfección y poder (Tito 2: 13). Esta gloria también la tendrán los fieles seguidores de Cristo (Col. 3: 4) porque serán "semejantes a él", pues le verán "tal como él es" (1 Juan 3: 2). Reflejarán su gloria como un espejo y serán "transformados de gloria en gloria" (2 Cor. 3: 18). La revelación de esa gloria incluirá el esplendor y la hermosura del cielo, el trono de Dios (Hech. 7: 49), el lugar de brillantez y gloria supremas (Apoc. 21: 10-11, 23-24; 22: 5).
La anticipación de esta futura gloria debe sostener al cristiano en sus aflicciones en la tierra. Los sufrimientos pueden parecer intensos, pero son "leves" si se comparan con el "excelente y eterno peso de gloria" (2 Cor. 4: 17); son "momentáneos", pero la gloria será eterna; pronto dejarán de ser, pero la gloria jamás se empañará o disminuirá (1 Ped. 1: 4).
19.
El anhelo ardiente.
Gr. apokaradokía. Esta palabra griega es sumamente expresiva. Está compuesta de tres partes: apó, "aparte de"; kára, "cabeza"; dokéÇ, en este caso "mirar", "aguardar". El significado literal sería "aguardar con cabeza levantada"; el prefijo apó, "aparte de" implica un desviarse de todo lo demás y fijar los ojos en un solo objeto. Sugiere esperar con la cabeza levantada y los ojos fijos en ese punto del horizonte desde el cual se espera que venga el objeto.
La creación.
Gr. ktísis, "creación". Ktísis puede significar un acto creador (cap. 1: 20) o la cosa creada (Mar. 16: 15; Rom. 1: 25; 8: 22; Col. 1: 23; Heb. 4: 13). Aquí se usa en este último sentido. El significado de este pasaje 566 ha sido el objeto de muchísimos debates, y los comentadores han procurado establecer sutiles distinciones entre lo que se debe incluir dentro del término "creación". Algunos entienden que "la creación" se refiere a todo el mundo natural, tanto lo animado como lo inanimado, excluyendo al hombre; pero otros incluyen también a toda la humanidad. Algunos piensan que solo se trata de la humanidad. Quizá lo mejor será no limitar la aplicación, pues no hay duda de que la naturaleza gime bajo la maldición en forma figurada y la humanidad en forma literal, pero que esperan un día mejor. No es extraño que en las escrituras se describa al mundo de la naturaleza como si fuera capaz de ser consciente como las personas (Deut. 32: 1; Isa. 35: 1; Ose. 2: 21-22 ).
Aguardar.
Gr. apekdéjomai, palabra que solo aparece ocho veces en el NT, usada mayormente por Pablo (Rom. 8: 23, 25; 1 Cor. 1: 7; Gál. 5: 5; Fil. 3: 20; Heb. 9: 28; 1 Ped. 3: 20, donde BJ traduce correctamente "esperaba la paciencia de Dios"). Al igual que la palabra traducida "anhelo ardiente" esta también es sumamente expresiva. Significa esperar algo con anhelo concentrado y expectativa, con la atención completamente separada de todo lo demás.
Manifestación.
Gr. apokálupsis, "revelación". Esta palabra es la que se usa en el último libro del NT. Apokálupsis esta relacionada con el verbo que se traduce "manifestarse" (apokalúptÇ) en le vers. 18. La revelación de los hijos de Dios será la manifestación pública de la obra completa de la gracia redentora en toda su plenitud. Esto sucederá cuando Cristo venga por segunda vez. (Col. 3: 4; 1 Juan 3: 2). Entonces los justos muertos serán resucitados y junto con todos los que aún estén vivos serán arrebatados para encontrarse con su señor en le aire (1 Cor. 15: 51-53; 1 Tes. 4: 16 -17). Pablo describe a la creación como esperando anhelantemente esta revelación.
20.
Fue sujetada.
La flexión del verbo griego indica que esta sujeción ocurrió en un momento específico, o sea cuando Adán y Eva cayeron en el pecado. La transgresión del hombre produjo consecuencias que se propagaron a todo el mundo. Cuando el hombre, el centro de la creación, se apartó de su verdadero camino, toda la esfera de la cual era el centro quedó afectada y participó de la sentencia divina (Gén. 3: 17-19).
Vanidad.
Gr. mataiót's. Esta palabra expresa carencia de propósito, frustración, lo que desvanece las expectativas. Las únicas otras veces en que aparece mataiót's en el NT es en Efe. 4: 17 y en 2 Ped. 2: 18. Compárese con el verbo mataióomai, "envanecerse" (Rom. 1: 21), y el adjetivo mátaios, "vano" (1 Cor. 3: 20; 1 Ped. 1: 18). El libro del Eclesiastés es un comentario acerca de la "vanidad" (ver Ecl. 1: 2, etc.). Aunque en el principio Dios creó todo "bueno en gran manera" (Gén. 1: 31), ahora vemos por dondequiera las señales de la decadencia y de la muerte. La furia de los elementos y los instintos destructivos de las bestias son una evidencia de la vanidad y de la falta de propósito a que ha sido sujetada la creación. Y todo lo imperfecto, depravado, corrupto y vil es la sombra que Adán con su pecado proyectó sobre su posteridad, los elementos, las plantas, animales y todo su dominio.
No por su propia voluntad.
"No de su propia voluntad", "no de su propia elección". Adán pudo elegir entre el servicio a Dios y el de la vanidad, y debido a su decisión rebelde la humanidad y el mundo de la naturaleza quedaron sometidos a vanidad. Su posteridad no tuvo la oportunidad de elegir. La naturaleza es completamente inocente; sin embargo, Dios ha preparado un camino de escape (ver com. Eze. 18: 2).
Por causa.
Algunos han creído que estas palabras se refieren a la humanidad entera, o a Adán en particular, mientras que otros las refieren a Dios. Esta última interpretación quizá sea la más sencilla. En cuanto a la razón para permitir la maldición, ver com. Eze. 18: 2; CS 551-554.
En esperanza.
Muchos comentadores y algunas versiones han trasladado estas palabras al comienzo del vers. 21, y traducen "en la esperanza de que la creación. . ." Cualquiera sea la relación que se establezca, el significado es claro de que el sujetamiento de la creación a vanidad no era el fin del propósito de Dios, sino que fue sujeta con la esperanza de alcanzar así la meta hacia la cual se encaminaba Dios al sujetarla (ver el comentario de "por causa"). El mundo de la naturaleza fue hecho para el hombre, y en su estado original estaba adaptado para proporcionar delicias y bendiciones a los hombres y mujeres sin pecado. Pero cuando el hombre cayó, la naturaleza también cambió, y se adaptó para hacer fuente a la condición diferente del 567 hombre y para servir al plan de redención. Se había perdido el paraíso, y bajo la maldición del pecado toda la naturaleza mostraba ante el hombre el carácter y los resultados de la rebelión contra Dios. Pero la "vanidad" de la naturaleza se convirtió en un incentivo para que el hombre utilizara sus facultades morales y físicas. La vida de esfuerzo y de preocupación que desde allí en adelante correspondería al hombre, fue preparada con amor. Fue una disciplina que se hizo necesaria por el pecado del hombre (PP 43-44). Además, la historia del terrible experimento de la rebelión servirá como una advertencia contra la rebelión futura (ver CS 553).
21.
Porque.
Gr. hóti, que debiera traducirse "que", si se relaciona el vers. 21 con el 20. Esta interpretación se refleja en la BJ: "La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza [vers. 20] de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios" (vers. 21).
La esclavitud de corrupción.
Es decir, el estado de sujeción que termina en disolución y corrupción. Una sujeción involuntaria a un estado que resulta en corrupción bien merece el término de "esclavitud"
La libertad gloriosa.
Literalmente "la libertad de la gloria". La libertad es uno de los elementos de la gloria que se menciona en el vers. 18. Toda la creación espera participar de la emancipación que se producirá cuando aparezca Cristo.
Para los hijos de Dios "la libertad de la gloria" significará completa liberación de la presencia y del poder del pecado, liberación de la tentación, de las calamidades y de la muerte. En la gloria futura los hijos de Dios estarán libres para poner en acción todas sus facultades en perfecta armonía con la voluntad y los propósitos de Dios. La forma suprema de libertad es colocarse bajo la soberanía y el gobierno del omnisapiente Creador. En la tierra nueva tendremos el gozo y el deseo de hacer solamente las cosas que agradan a Dios. Esta vida de obediencia eterna es verdadera libertad. La larga historia del pecado ha demostrado que todo es esclavitud, excepto el servicio para Dios; que todo es servidumbre, excepto el sometimiento a los mandamientos divinos.
22.
Sabemos.
Pablo recurre a lo que sus lectores conocen por experiencia debido a su observación del mundo que los rodea.
Gime.
Este dolor indica esperanza y sufrimiento. Pablo describe la creación como que está sufriendo dolores de parto mientras aguarda la gloriosa liberación (cf. Juan 16: 21).
Sólo el creyente cristiano puede explicar por medio de las Escrituras el misterio del sufrimiento y del dolor. A través de la revelación de la Palabra de Dios, conoce la causa y la fuente del sufrimiento que ve en "toda la creación". Se da cuenta de que los dolores de parto del mundo anticipan un tiempo de liberación, cuando habrá "cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia" (2 Ped. 3: 13).
Hasta ahora.
El parto de la creación ha continuado desde el tiempo de la entrada del pecado, y el sufrimiento no terminará hasta la segunda venida de Cristo.
23.
No sólo ella.
Los cristianos junto con el resto de la creación, suspiran anhelando el tiempo cuando su adopción como hijos de Dios será completa y sus cuerpos mortales sean transformados. Todo lo que han recibido hasta ahora sólo hace que anhelen algo mejor.
Nosotros mismos.
Sin duda la repetición tiene el propósito de dar énfasis. Aun nosotros los cristianos, que ya disfrutamos tanto de las bendiciones celestiales, gemimos junto con el resto de la creación. Aunque tenemos las primicias del Espíritu, nuestra santificación sólo ha comenzado, y anhelamos la perfección y la redención completa. Cada don de la gracia de Dios hace que exhalemos un suspiro por lo que todavía falta.
Que tenemos.
Es decir, "aunque tenemos".
Primicias.
Gr. aparj'. Esta palabra se usa en la LXX para referirse a los primeros frutos de la cosecha, la parte que se cosechaba primero y se consagraba a Dios como una ofrenda de gratitud (Exo. 23: 19; Lev. 23: 10; Deut. 26: 2). Las "primicias del Espíritu" deben entenderse como los dones iniciales del Espíritu Santo, las arras o prenda del pleno derramamiento del poder divino. El Espíritu Santo había descendido en forma especial en el día de Pentecostés, y sus bendiciones continuaron como una demostración de los diversos dones espirituales (1 Cor. 12 a 14) y mediante la transformación del carácter que distinguía a los cristianos de los otros hombres (Gál. 5: 22-23). La adquisición de esos primeros dones sólo aumentó el deseo de 568 una dádiva posterior más grande, especialmente el don de la inmortalidad, cuando el cuerpo terrenal sería transformado en cuerpo celestial (1 Cor. 15: 44-53; cf. 2 Cor. 5: 1-5).
En el griego de este pasaje puede entenderse como que el Espíritu mismo es los primeros frutos, como una garantía o gozo anticipado de las buenas cosas venideras (cf. 2 Cor. 1: 22).
Esperando.
Gr. apekdéjomai (ver com. vers. 19).
Adopción.
Gr. huiothesía (ver com. vers. 15). El cristiano que ha recibido el don del Espíritu ya es un hijo adoptivo de Dios (Rom. 8: 15-16; Gál. 4: 6). Pero la culminación completa y final de esta adopción tendrá lugar con "la manifestación de los hijos de Dios" (Rom. 8: 19) cuando Cristo venga.
Redención de nuestro cuerpo.
La realización plena de la adopción sucederá cuando sean redimidos nuestros cuerpos. Evidentemente Pablo usa la palabra "redención" (apolútrÇsis) para expresar la liberación de la esclavitud y no para destacar la idea de rescate (ver com. cap. 3: 24). Cuando Cristo venga por segunda vez nuestros cuerpos serán libertados de su condición de debilidad, pecaminosidad, decadencia y muerte (1 Cor. 15: 49-53; Fil. 3: 21; cf. 1 Tes. 4: 16-17).
24.
En esperanza.
Por lo general Pablo presenta la fe y no la esperanza como el medio de salvación (ver Rom. 3: 28; etc.). La esperanza, aunque diferente de la fe (1 Cor. 13: 13) es sin embargo inseparable de ella. La esperanza es la que coloca la salvación vívidamente ante el creyente, para que por medio de la fe se esfuerce para obtenerla.
Fuimos salvos.
Es significativo advertir que a veces Pablo dice literalmente "habéis sido salvados" (Efe. 2: 5, , o "tú estás siendo salvado" (1 Cor. 15: 2), o "tú serás salvado" (Rom. 10: 9; cf. vers. 13). Para el verdadero cristiano la salvación es una experiencia o condición que ya ha comenzado, pero que también debe mantenerse en la vida diaria porque no alcanzará su cumplimiento pleno sino hasta la venida de Cristo.
Cuando una persona se convierte por fe en hija o hijo de Dios, se puede decir que ha sido salvada. Compárese con "y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos [literalmente 'estaban siendo salvados']" (Hech. 2: 47). Sin embargo, cuando el cristiano nace de nuevo apenas ha comenzado la salvación. El debe pensar en una vida de continuo crecimiento y transformación, y en la liberación futura completa. Para el cristiano que quizá se sienta tentado a suponer que su salvación se ha convertido en una certeza y que por lo tanto puede descuidar su vigilancia y su examen propio, es bueno que recuerde el testimonio del apóstol Pablo mismo: "sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado" (1 Cor. 9: 27).
La esperanza que se ve.
Pablo no se está refiriendo a la esperanza como un sentimiento, sino al propósito de la esperanza, es decir a aquello que se espera (cf. Hech. 28: 20; Col. 1: 5; 1 Tim. 1: 1). Cuando lo que se espera ya está frente a nuestros ojos, cesa de ser el objeto de la esperanza. La esperanza, por esencia, no mira las cosas que se ven, sino las que no se ven (cf. Heb. 11: 1).
¿A qué esperarlo?
Un hombre no continúa esperando algo que ya ve y posee.
25.
Paciencia.
Gr. hupomon', palabra que denota perseverancia en medio de obstáculos. Sin duda Pablo se refiere a los sufrimientos mencionados en el vers. 18. Todavía no podemos ver la salvación final, pero sí la esperanza. Por lo tanto, estamos dispuestos a sufrir pacientemente las adversidades que están en el camino hacia ella.
Lo aguardamos.
Gr. apekdéjomai (ver com. vers. 19; cf. vers. 23).
26.
De igual manera.
O "en la misma forma". Algunos relacionan la sección que aquí comienza con las palabras que preceden inmediatamente, dándoles el significado de que la ayuda del Espíritu es un segundo motivo de ánimo para esperar pacientemente en medio de los sufrimientos del presente la gloria que será revelada. Ambos, la esperanza y el Espíritu Santo, nos sostienen. El primer motivo de ánimo es humano; el segundo, divino.
Sin embargo, otros prefieren relacionar esto con todo el razonamiento precedente, en cuyo caso el significado es que así como los que creemos estamos gimiendo dentro de nosotros mismos, de la misma manera el Espíritu intercede por nosotros con gemidos indecibles. Las palabras "gime" (vers. 22), "gemimos" (vers. 23) y "gemidos" (vers. 26), parecen indicar que debe preferirse la segunda relación. El Espíritu de Dios se une con nosotros y con el mundo natural en el 569 anhelo de que se complete nuestra salvación.
Ayuda.
Gr. sunantilambánomai, "hacer frente juntos", por lo tanto, "ayudar [a alguien]", "estar al lado de [alguien]". Este verbo aparece sólo otra vez en el NT en forma doblemente compuesta en Luc. 10: 40, donde Marta le pide a Jesús que envíe a María para que le ayude en su trabajo. Pablo no dice que el Espíritu quita nuestras debilidades, sino que nos ayuda y nos da fuerzas para vencer (cf. 2 Cor. 12: 8-9).
Debilidad.
Se puede referir a una debilidad espiritual general mientras esperamos la redención final. Pero la debilidad específica que Pablo menciona es que no sabemos "qué hemos de pedir como conviene".
Pedir como conviene.
O "como es necesario". Debido al ofuscamiento de nuestra visión humana limitada, no sabemos si la bendición que pedimos será lo mejor para nosotros. Sólo Dios sabe el fin desde el principio; por lo tanto, en nuestras oraciones siempre debiéramos expresar nuestra sumisión completa a la voluntad divina para nosotros. Jesús dio el ejemplo en esto, cuando oró: "Pero no sea como yo quiero, sino como tú" (Mat. 26: 39; cf. Juan 12: 27-28).
Intercede.
Gr. huperentugjánÇ. Esta es la única vez que aparece este verbo compuesto en el NT. La forma simple (entugjánÇ) aparece cinco veces (Hech. 25: 24; Rom. 8: 27, 34; 11: 2; Heb. 7: 25), y significa "encontrarse con", "estar de acuerdo con", y por lo tanto, "suplicar". La palabra más larga y más pintoresca, huperentugjánÇ, destaca la idea de "en favor de él". La obra del Espíritu Santo es impulsarnos a orar, enseñarnos lo que debemos decir y aun hablar por medio de nosotros (Mat. 10: 19-20; Rom. 8: 15; Gál. 4: 6; PVGM 113).
Gemidos.
Gr. stenagmós, palabra que sólo aparece aquí y en Hech. 7: 34. El verbo stenázÇ, "gemir" se emplea para describir los suspiros de Jesús cuando curó al sordomudo (Mar. 7: 34), y también para describir los sentimientos internos de anhelo del cristiano que ansía el día de la redención (Rom. 8: 23).
27.
El que escudriña.
Es decir, Dios (1 Sam. 16: 7; 1 Rey. 8: 39; Jer. 17: 10; Hech. 1: 24; Apoc. 2: 23).
Los corazones.
Es decir, el pensamiento, la intención, el propósito (ver com. vers. 6). Dios conoce los deseos que el Espíritu Santo inspira en nuestro corazón. No necesita que esas emociones profundas se expresen con palabras. No necesita de la elocuencia del lenguaje para persuadirlo a oír. Comprende los anhelos íntimos del corazón y está listo para ayudar y bendecir.
Porque.
Gr. hóti, que también se puede traducir "que" (BJ). Algunos prefieren "que", y fundan su preferencia en la comprensión de que las palabras restantes de este versículo no presentan la razón por la cual Dios conoce la intención del Espíritu, sino más bien una descripción de la naturaleza de la intercesión del Espíritu. Por eso en la BJ el versículo 27 dice así: "Y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios". Sin embargo, la mayoría de los traductores prefiere la palabra "porque".
Conforme a la voluntad de Dios.
Literalmente "de acuerdo a Dios", lo que significa de acuerdo con la voluntad de Dios. En el griego estas palabras están colocadas en una posición enfática delante de la flexión del verbo "intercede".
La segunda mitad de este versículo presenta dos razones combinadas por las cuales Dios conoce la mente del Espíritu. En primer lugar, el Espíritu intercede de acuerdo con la voluntad de Dios y con el propósito divino: "Porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios" (1 Cor. 2: 10). En segundo lugar el Espíritu intercede por los "santos", los cuales son el objeto especial del propósito divino de acuerdo con el cual intercede el Espíritu. El propósito de Dios para los santos es el tema de los versículos siguientes.
Intercede.
Gr. entugjánÇ (ver com. vers. 26). El Espíritu Santo es el "Consolador" (parákl'tos; ver com. Juan 14: 16), el cual defiende nuestra causa ante Dios, así como Cristo es nuestro "Abogado" (parákl'tos) ante el Padre (1 Juan 2: 1).
Por los santos.
Literalmente "por santos".
28.
Y sabemos.
Pablo añade ahora otro motivo para mirar con confianza el futuro. Sabemos que, de acuerdo con el propósito eterno de Dios, todas las cosas contribuyen para el bienestar de aquellos que lo aman. Aun las dificultades y sufrimientos de esta vida, lejos de estorbar nuestra salvación, pueden cooperar con ella. El cristiano puede estar a cada paso en las manos de Dios y llevar a cabo los propósitos divinos.
A los que aman a Dios.
La sintaxis del griego hace que esta frase sea enfática. Las palabras describen a los verdaderos seguidores 570 de Dios, a los que realmente tienen fe y confían en la conducción de Dios. Su amor por Dios es una respuesta al amor de Dios para ellos y porque él obra en todas las cosas para su salvación. El amor de Dios debe llegar primero al hombre y entrar en su corazón antes de que pueda amar a Dios (1 Juan 4: 19), y el Espíritu Santo también debe iluminar primero a un hombre para que éste pueda orar como debe hacerlo (Rom. 8: 26).
Pablo ya se ha referido al amor de Dios hacia nosotros (cap. 5: 5, , y lo menciona otra vez en este capítulo (cap. 8: 39). También se refiere varias veces a nuestro amor para nuestros prójimos (cap. 12: 9-10; 13: 8-9). Pero esta es su referencia más específica en la Epístola a los Romanos en cuanto a nuestro amor para Dios. La fe se menciona con frecuencia y la esperanza ha sido el tema de los versículos precedentes de este capítulo (cap. 8: 24-25). Ahora Pablo amplía la lista mencionando el amor a Dios. Por supuesto, cada referencia que se hace a la fe en esta epístola implica también amor, pues la fe cristiana se basa en el amor y en la admiración por Dios y por todo lo que él es. Dios siempre está empeñado en el bien de los que experimentan tal amor (1 Cor. 2: 9, Efe. 6: 24; 2 Tim. 4: 8; Sant. 1: 12).
Todas las cosas.
Evidentemente Pablo tenía el propósito de que esto se entendiera en su sentido más amplio, incluyendo todo lo mencionado en los vers. 35, 38-39, pero también puede referirse especialmente a "las aflicciones del tiempo presente" (vers. 18).
Les ayudan.
Si bien la evidencia textual se inclina (cf. p. 10) por el texto "todo opera para bien", la construcción griega indica que debe haber un sujeto tácito, personal. Es decir, no son las cosas las que obran, sino que es Dios quien aprovecha de las circunstancias para obrar u operar para bien de quienes le aman.
A bien.
Nada puede lesionar a un cristiano a menos que lo permita nuestro Señor (ver Juan 1: 12; 2: 6). Todo lo que se permite ayuda para bien a los que aman a Dios. Si Dios permite que nos sobrevengan sufrimientos y perplejidades, no es para destruirnos sino para refinarnos y santificarnos (ver com. Rom. 8: 17). Las dificultades y los desengaños de esta vida hacen que perdamos el apego a este mundo y nos impulsan a mirar al cielo como nuestro hogar. Nos enseñan la verdad en cuanto a nuestra condición frágil y perecedera, y hacen que dependamos de Dios para recibir apoyo y salvación. También desarrollan en nosotros un espíritu más humilde y sumiso, una disposición más paciente y tierna. Esto lo han experimentado los hijos de Dios a través de la historia, y al final de sus vidas han podido decir que fueron afligidos para su bien (Sal. 119: 67, 71; cf. Heb. 12: 11). Antes de morir José dijo a sus hermanos: "Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien" (Gén. 50: 20).
Propósito.
Gr. próthesis, que significa colocar algo ante la vista de otros. En ese sentido se aplica al pan que era colocado sobre la mesa de la proposición (Mat. 12: 4; Mar. 2: 26; Luc. 6: 4). El verbo del cual deriva este término en Rom. 3: 25 es protíth'mi, que se usa para describir el acto de Dios cuando "puso" a su Hijo. Cuando se aplica a la mente significa un "plan" o un "propósito".
El eterno propósito de Dios (Efe. 3: 11) es salvar a los pecadores por medio de la gracia (2 Tim. 1: 9); y como este es el "propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad" (Efe. 1: 11), se deduce entonces que "todas las cosas" deben ayudar "a bien" a los "llamados" conforme a ese propósito.
Pablo reconoce plenamente la libertad de la voluntad humana. Una clara evidencia de esto es la gran importancia que él le da a las exhortaciones en sus epístolas. Pero él siempre ve detrás de todo la soberanía y el propósito de Dios. Y no hay contradicción en esto, pues el propósito de Dios de salvar al hombre se lleva a cabo por medio del debido ejercicio de la voluntad de los seres humanos.
Son llamados.
El contexto implica que la invitación ha sido aceptada (ver Rom. 1: 6-7; 1 Cor. 1: 2, 24; Jud. 1; Apoc. 17: 14). A los cristianos se los denomina "llamados" porque Dios, mediante el Evangelio, los ha invitado a ser salvos. La salvación nunca se impone al pecador renuente, sino que el individuo la recibe al aceptar la invitación por el libre ejercicio de su voluntad junto con la exhortación, Dios hace llegar al corazón la influencia del Espíritu Santo para hacer efectiva la invitación. Los que "aman a Dios" han experimentado por sí mismos la evidencia de que han sido "llamados" "conforme a su propósito", pues la invitación ha producido el propósito determinado (cf. Rom. 8: 16).
29.
Porque.
La confianza expresada en el vers. 28 ahora es justificada y confirmada mediante una explicación de la forma en que 571 procede el propósito de Dios para aquellos que le aman. Ese propósito incluye todas las etapas del proceso de la salvación (vers. 29-30). De esa manera todos los que aceptan la invitación de Dios y se someten al propósito divino reciben la seguridad de que el Altísimo completará para ellos cada etapa en su plan de salvarlos. Las aflicciones no son más que los medios por los cuales son "hechos conformes a la imagen de su Hijo".
El significado del vers. 29 ha sido motivo de prolongados debates. Cuando la limitada mente humana trata de penetrar en los propósitos eternos del Dios infinito, es bueno prestar atención a este consejo ofrecido por un comentador sobre este pasaje: "En una senda tan alta y resbaladiza para la razón humana, nuestra seguridad depende de que demos nuestros pasos únicamente donde ya el inspirado Apóstol dio los suyos. Si nos aventuramos -como ya lo han hecho demasiados- más allá de la huella del autor, hay por doquiera precipicios y abismos, de los cuales le es difícil escapar al más prudente" (E. H. Gifford, The Epistle of St. Paul to the Romans, p. 160).
Antes conoció.
Gr. proginÇskÇ, "conocer de antemano". Esta palabra aparece en otros pasajes del NT: Hech. 26: 5; Rom. 11: 2; 1 Ped. 1: 20; 2 Ped. 3: 17. Dios conoce de antemano porque es omnisciente, es decir, conoce todas las cosas. De él afirman las Escrituras: "Todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta" (Heb. 4: 13); "anuncio lo porvenir desde el principio" (Isa. 46: 10); "el Señor que hace que estas cosas sean conocidas desde la eternidad" (Hech. 15: 18, BJ). Dios conoce el pasado, el presente y el futuro. Nada inferior a un conocimiento absoluto satisfaría nuestro concepto fundamental de la perfección de Dios. Como él conoce el futuro, nunca es tomado por sorpresa. La apostasía de Satanás y la caída del hombre fueron previstas por él, y tomó las medidas necesarias para hacer frente a la emergencia (1 Ped. 1: 20; Apoc. 13: 8; DTG 13). La profecía es la evidencia suprema del conocimiento anticipado divino. La profecía predice lo que la presencia de Dios ha visto que sucederá (ver EGW RH 13-11-1900). Los acontecimientos profetizados no suceden porque fueron vistos de antemano, sino que fueron vistos de antemano porque sucederían. Esta verdad ha sido bien presentada por Milton, quien al comentar la caída de Satanás y de sus ángeles, hace que Dios declare:
"Ellos mismos han decidido su rebelión,
no yo; yo la tenía prevista,
mas semejante previsión
no redunda en disculpa suya,
que no por haber dejado de preverla
hubiese sido menos segura.
"Así, pues, sin que los impulsase nadie,
sin poder achacarlo al destino,
ni a una predestinación inmutable por
parte mía,
ellos son los que pecan" (El paraíso perdido, traducción de Cayetano Rosell [Buenos Aires: Editorial Tor, 1962], libro III, p. 97).
Predestinó.
Gr. proorízÇ, "señalar de antemano". La palabra se ha traducido como "habías predeterminado" (Hech. 4: 28, BJ) y "predestinó" (1 Cor. 2: 7). Dios predestinó a los que previamente conoció. Usando un lenguaje humano, como Dios veía anticipadamente, y por lo tanto conocía de antemano a cada generación de hombres que actuarían en el escenario de los acontecimientos de este mundo, él unía inmediatamente con su conocimiento anticipado la decisión de predestinarlos a todos para que fueran salvos. Dios nunca tuvo otro propósito sino la salvación de los miembros de la familia humana. Dios "quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad" (1 Tim. 2: 4). Él no quiere "que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento" (2 Ped. 3: 9). "Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva" (Eze. 33: 11). Cristo mismo dijo: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar" (Mat. 11: 28). "El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente" (Apoc. 22: 17). "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3: 16).
La salvación se ofrece gratuitamente a todos; pero no todos aceptan la invitación evangélica. "Muchos son llamados, y pocos escogidos" (Mat. 22: 14; cf. cap. 20: 16). A nadie se fuerza a que acepte la salvación contra su voluntad. Si elegimos oponernos al propósito de Dios y lo resistimos, estaremos perdidos. La presciencia y la predestinación divinas en ninguna manera excluyen la libertad humana. Ni Pablo ni ningún otro escritor de 572 la Biblia sugieren que Dios haya predestinado a ciertas personas para que sean salvas y a otras para que se pierdan, sin tener en cuenta la elección hecha por las personas.
El propósito de este versículo parece ser práctico. Pablo trata de consolar a los afligidos hijos de Dios y de asegurarles que su salvación descansa en las manos divinas, y que está en vías de llegar a su culminación de acuerdo con el eterno e inmutable propósito del Señor para ellos. La salvación depende también, por supuesto, de la perseverancia de los seres humanos (Heb. 3: 14; cf. 1 Cor. 9: 27), pero no es el punto que Pablo enfatiza ahora.
Hechos conformes.
Gr. súmmorfos. Este adjetivo aparece por segunda y última vez en el NT en Fil. 3: 21, donde se ha traducido "sea semejante", y se refiere al cambio de nuestros cuerpos viles a la semejanza del glorioso cuerpo de Cristo. De la misma raíz es el verbo summorfóÇ, que se usa en Fil. 3: 10: "llegando a ser semejante a él en su muerte". Nuestra conformidad no debe ser sólo un parecido externo y superficial, sino una semejanza interna y esencial.
Imagen de su Hijo.
Cristo es la imagen del Padre, la manifestación visible del Dios invisible (2 Cor. 4: 4; Col. 1: 15). El glorioso destino de cada cristiano es ser transformado a la semejanza de Cristo, el Hijo de Dios (1 Cor. 15: 49; 2 Cor. 3: 18; Col. 3: 10). La forma como esa maravillosa transformación puede efectuarse es la buena nueva del Evangelio, el mensaje de perdón, el nuevo nacimiento, la santificación y la glorificación final. El cambio se efectúa mediante la unión de lo humano con lo divino. Así como el Hijo de Dios tomó nuestra naturaleza humana, así mismo los cristianos pueden convertirse en templos del Espíritu Santo (1 Cor. 6: 19) y Cristo morará en ellos (Juan 14: 23). En esta forma el creyente llega a ser participante de la naturaleza divina (2 Ped. 1: 4). Entonces, bajo la influencia del Espíritu que mora en él (Rom. 8: 13-14) e inspirado por el ejemplo de Cristo (Juan 15: 12; Fil. 2: 5), es conducido a una nueva santidad de vida. Al soportar pacientemente el sufrimiento, su carácter se va haciendo más y más semejante al del Salvador (Rom. 5: 3-4; 1 Ped. 2: 21-24) hasta el día de la glorificación final cuando se perfeccionará esta semejanza (1 Juan 3: 2).
Primogénito.
Gr. prÇtótokos, que se emplea en otros pasajes para referirse a Cristo (Mat. 1: 25; Luc. 2: 7; Col. 1: 15, 18; Heb. 1: 6; Apoc. 1: 5). Pablo pone énfasis aquí en la posición de Cristo como el Hermano mayor de la familia de los redimidos. El propósito final del plan de salvación es la restauración de la unidad en la familia del reino de Dios, de modo que Dios pueda ser "todo en todos" (1 Cor. 15: 28). Cristo, como el Hermano mayor de esta familia, ha recorrido el camino delante de nosotros y nos ha dado ejemplo. Y aunque es perfecto y divino, no se avergüenza de llamar "hermanos" a los que seguimos sus pisadas (Heb. 2: 11). Ver t. V, pp. 894-895; com. Juan 1: 14.
Muchos hermanos.
Cristo nos convirtió en sus hermanos mediante una nueva creación (2 Cor. 5: 17; Gál. 6: 15), y de esa manera lleva a "muchos hijos a la gloria" (Heb. 2: 10).
Siendo nacidos "de agua y del Espíritu" (Juan 3: 5) somos adoptados para pertenecer a la familia celestial (Efe. 1: 5), registrados en la "congregación de los primogénitos" (ver com. Heb. 12: 23), e "inscritos" en el registro familiar "en los cielos" (Heb. 12: 23): el libro de la vida (Luc. 10: 20; Apoc. 20: 15).
30.
Predestinó.
Ver com. vers. 29.
Llamó.
El llamado se efectúa por medio de la predicación del Evangelio: "Os llamó mediante nuestro evangelio" (2 Tes. 2: 14). El uso del verbo "llamar" aquí como en Rom. 8: 28 (ver com. allí) parece referirse al "llamado" efectivo, el que recibe respuesta. El contexto claramente indica que se hace referencia a los que han respondido a la invitación de Dios. El llamamiento divino es el primer gran paso en la salvación personal, y la respuesta a él constituye la experiencia de la conversión. El llamado es de origen divino y manifiesta el poder soberano mediante el cual somos invitados.
Justificó.
Ver com. cap. 3: 20, 28; 4: 25; 5: 1.
Glorificó.
Jesús dijo: "La gloria que me diste, yo les he dado" (Juan 17: 22), pero la experiencia de la glorificación plena es aún futura (Rom. 8: 18). Aunque ese suceso todavía es futuro, Pablo usa el verbo en pasado, "glorificó", como lo hace con todos los otros verbos de esta sentencia: "predestinó", "llamó", "justificó". Esto puede reflejar el hecho de que en el eterno consejo de Dios todo el proceso, con todas sus etapas, está completo (Efe. 1: 4-6). Otra explicación podría ser el empleo de los cuatro verbos en "aoristo", tiempo verbal que puede indicar la temporalidad. 573 Teniendo en cuenta este hecho gramatical, el pasaje podría traducirse: "A los que predestina, a éstos también llama; y a los que llama, a éstos también justifica; y a los que justifica, a éstos también glorifica".
Cualquiera que sea la explicación que se adopte, el propósito de Pablo en este versículo es expresar la certeza de los pasos progresivos en el proceso de asemejarse a Cristo. El primer paso es el llamado. Si se acepta trae consigo la justificación y todo lo que ésta implica. Y si el cristiano permite que Dios cumpla su buen propósito para él (ver Rom. 11: 22), el resultado inevitable será la glorificación. Es de esperar que Pablo hubiera mencionado la santificación como una de las etapas, pero está suficientemente implícita como consecuencia de la justificación y como condición necesaria para la glorificación.
31.
¿Qué, pues, diremos?
Cf. cap. 3: 5; 4: 1; 6: 1; 7: 7; 9: 14 donde esta frase da comienzo a una conclusión contraria. Aquí, y también en cap. 9: 30, da principio a una deducción que está en armonía con el argumento precedente.
Esto.
Es decir, lo que se ha mencionado en el versículo precedente: el propósito revelado de Dios y todas las etapas de su cumplimiento. En vista de todo esto, ¿a qué conclusión deberíamos llegar en cuanto al poder de la religión cristiana para sostenernos en nuestras pruebas?
Si Dios es por nosotros.
"Si Dios está por nosotros" (BJ, BC, NC), entendiéndose en el griego: "Puesto que Dios está por nosotros". No hay incertidumbre en cuanto a esto. Pablo ha mostrado cómo Dios está de nuestro lado. Él nos considera como hijos suyos (vers. 15-17) y ha enviado a su Espíritu para ayudarnos (vers. 26), pues su propósito es salvarnos (vers. 28-30).
¿Quién contra nosotros?
Es animador reconocer que como Dios se ha propuesto llevar a cabo la salvación para los creyentes y está activamente empeñado en ella, todos nuestros enemigos son también sus enemigos (ver Sal. 27: 1; 118: 6).
32.
El que.
La expresión es enfática en griego, y podría traducirse "el mismo que", es decir, el mismo Dios que no eximió o perdonó a su propio Hijo, ciertamente nos dará además todas las cosas.
Escatimó.
Gr. féidomai, "perdonar", "escatimar", "ahorrar". "Perdonó" (BJ, BC, NC). Pablo usa este verbo varias veces en sus epístolas (Rom. 11: 21; 1 Cor. 7: 28; 2 Cor. 1: 23, etc.). Fuera de las epístolas de Pablo sólo aparece en Hech. 20: 29 y 2 Ped. 2: 4-5. La misma palabra se usa en la LXX para describir la buena disposición de Abrahán de sacrificar a Isaac (Gén. 22: 12, 16), y no sería extraño que Pablo tácitamente aludiera a ese caso. El tierno encomio que Dios hace de la actitud de Abrahán al ofrecer a su hijo Isaac, nos da una vislumbre del espíritu con que Dios entregó a su propio Hijo Jesús. Esta Dádiva -la más grande de todas- es la más convincente de todas las pruebas de que Dios está "por nosotros" (Rom. 8: 31). El razonamiento de este pasaje es similar al del cap. 5: 6-10.
Su propio Hijo.
Esta expresión es enfática en el griego, y denota algo que personal y claramente es de uno (cf. cap. 14: 4).
Lo entregó.
Gr. paradídÇmi. Este verbo también lo usó Pablo (cap. 4: 25) para afirmar que Jesús "fue entregado por nuestras transgresiones".
Nos dará.
Gr. jarízomai, "conceder", "dar como favor"; "nos dará. . . graciosamente" (BJ). Compárese con el uso de la misma palabra en Luc. 7: 21; Hech. 3: 14; 1 Cor 2: 12. Este verbo se relaciona con los sustantivos "gracia" ( járis; ver com. Rom. 3: 24) y "dádiva" (járisma; ver com. Rom. 6: 23).
Con él.
El razonamiento de Pablo va de lo mayor a lo menor. Si Dios no perdonó ni aun a su propio Hijo, ¿habrá entonces algo que no nos daría?
Todas las cosas.
Cf. Rom. 8: 17; 1 Cor. 3: 21-24; Fil. 4: 19. El cristiano no podría pedir un motivo más grande de confianza y de paciente sufrimiento que el que se presenta en este versículo. Cuando Dios dio a su Hijo también se entregó a sí mismo (2 Cor. 5: 19; cf. DTG 710), y de esa manera reveló al universo hasta qué extremo estaba dispuesto a llegar a fin de salvar a los pecadores arrepentidos. Por esto, no importa qué pruebas nos sobrevengan, nunca debiéramos dudar de que Dios siempre actúa en favor de nosotros y que nos dará todo lo que es necesario para nuestro bien presente y futuro.
33.
¿Quién acusará?
Gr. egkaléÇ, término legal que significa "echar en cara", "acusar", "reclamar" (cf. Hech. 19: 38, 40; 23: 28-29; 26: 2, 7). Satanás es el gran acusador de los hermanos (Apoc. 12: 10).
La puntuación y la disposición de Rom. 8: 33-35 implican algunas dificultades, y los comentarios las versiones han ofrecido una 574 cantidad de explicaciones. Algunos sugieren que la última oración del vers. 33 y la primera del vers. 34 deben ser puntuadas de tal manera que tengan una relación más estrecha. Si en la RVR el punto final del vers. 33 se convirtiera en una coma, establecería una mayor relación entre los dos versículos: "Dios es el que justifica, ¿quién es el que condenará?"
Otros comentadores sostienen que todas las oraciones de los vers. 33 y 34 debieran ser consideradas como una serie de preguntas. Eso se advierte en el vers. 34 en la BJ: "¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, el que murió; más aún el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, y que intercede por nosotros?"
Cualquiera que sea el orden que se siga, se destaca claramente el significado animador del razonamiento de Pablo. Dios declara que los suyos son justos. Cristo, quien murió por ellos, está a la diestra de Dios intercediendo por ellos. ¿Quién, pues, puede acusar a los elegidos de Dios? ¿Quién puede condenarlos? ¿Quién puede siquiera separarlos del amor de Cristo? Parece evidente que Pablo tiene en cuenta a Isa. 50: 8-9: "Cercano está de mí el que me salva; ¿quién contenderá conmigo?. . . He aquí que Jehová el Señor me ayudará; ¿quién hay que me condene?"
Escogidos.
Gr. eklektós, "elegido", "entresacado", del verbo eklégomai, que se usa para describir la elección que hizo Cristo de sus discípulos (Luc. 6: 13; Juan 6: 70; 13: 18) y la que hace Dios de las personas (Mar 13: 20; Hech. 1: 24; 13: 17) o de las cosas (1 Cor 1: 27-28). En Mat. 22: 14 Jesús distingue entre los que son llamados y los que son escogidos; pero Pablo parece identificar a los dos grupos, incluyendo tácitamente en el término "escogidos" la idea de que la invitación ha sido aceptada (ver com. Rom. 8: 30). Para Pablo los elegidos de Dios son los que no sólo han oído sino que además han prestado atención a la invitación divina de encontrar salvación en Cristo.
Dios es el que justifica.
Los elegidos de Dios no necesitan temer de ningún acusador. Dios mismo, el juez de todos, es quien los declara justos de acuerdo con su plan de justificación (cap. 3: 20-26). "Justificar" es lo opuesto de "acusar".
34.
Condenará.
Satanás conoce con exactitud todos los pecados que, mediante sus tentaciones, ha logrado que cometan los hombres, y los presenta ante Dios como la evidencia de que los pecadores sólo merecen la destrucción (ver CS 676). Pero Dios responde a las acusaciones presentadas contra sus escogidos. Cristo, con su propia vida, pagó el precio de los pecados de ellos (cap. 4: 25). Los elegidos de Cristo están libres de condenación (cap. 8: 1).
Resucitó.
Ver cap. 4: 24-25; 6: 4, 9; 7: 4. No adoramos a un Cristo muerto, sino a un Cristo vivo. Esto no implica que la resurrección tuviera más valor salvador que la crucifixión, sino que realza que Cristo no sólo murió sino que ahora vive para completar el propósito de su muerte en favor de nosotros (ver com. cap. 4: 25).
Diestra de Dios.
Estar a la mano derecha equivalía a ocupar el puesto de honor (1 Rey. 2: 19; Sal. 45: 9), y significaba participar del poder real y de la gloria real (Mat. 20: 21). Se había predicho que Cristo ocuparía ese puesto con su Padre (Sal. 110: 1; cf. Mar 16: 19; Hech. 7: 56; Efe. 1: 20; Col. 3: 1; 1 Ped. 3: 22). El hecho de que esté a la diestra no sólo indica la gloria, sino también el poder del ensalzado Hijo del hombre (ver Heb. 1: 3; cf. Mat. 26: 64).
Intercede.
Gr. entugjánÇ. Esta es la palabra que se usa en el vers. 27 para referirse a la intercesión del Espíritu Santo (ver com. vers. 26). Las Escrituras afirman claramente que Cristo es nuestro intercesor y abogado ante el Padre (Heb. 7: 25; 9: 24; 1 Juan 2: 1; cf. Heb. 4: 14-16; 9: 11-12). No debe suponerse que esto significa que Dios necesita ser persuadido para que sea benévolo con su pueblo, pues él fue quien amó de tal manera al mundo que dio a su único Hijo. La naturaleza de esta divina intercesión quizá podría ilustrarse con la oración de intercesión de Cristo por sus discípulos (Juan 17: 11-12, 24).
En este versículo Pablo ha añadido una razón tras otra para demostrar que nada puede separar al cristiano del amor de Cristo. No dependemos de un Cristo muerto, sino de un Cristo vivo; y no sólo es un Cristo vivo sino un Cristo entronizado con supremo poder. No sólo es un Cristo que tiene poder sino un Cristo que salva con amor, que vive siempre para interceder por su pueblo que lucha contra el mal (cf. Heb. 7: 25).
La Biblia describe a todo el cielo como constantemente en acción para salvar a los elegidos. En este capítulo Pablo ha hablado de la obra del Padre, el cual llama, justifica y 575 glorifica; ha descrito la conducción e intercesión de Cristo y del Espíritu Santo. En otro pasaje se presenta a los ángeles como espíritus ministradores, "enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación" (Heb. 1: 14). El cielo no podía hacer más que esto. El que se pierda eternamente se perderá sólo como resultado de su propia decisión de oponerse al amante propósito divino y rechazar el poder de Dios para salvar.
35.
Separará.
Gr. jÇrízÇ, literalmente "poner espacio entre". ¿Puede alguien poner una distancia entre nosotros y el amor de Cristo? ¿Puede hacer alguien que él deje de amarnos? Todas las cosas que Pablo ahora enumera no harán que disminuya en lo más mínimo el amor con que nos ama Cristo.
Amor de Cristo.
Evidentemente el amor de Cristo por nosotros y no nuestro amor por él (cf. com. cap. 5: 5).
Tribulación.
Ver com. cap. 5: 3. Pablo tiene autoridad para hablar de este tema debido a sus propias vicisitudes (1 Cor. 4: 10-13; 2 Cor. 11: 23-33).
Angustia.
Gr. stenojÇría (ver com. cap. 2: 9). Las calamidades enumeradas en este versículo fueron todas realmente vividas por los primeros cristianos.
36.
Como está escrito.
Es una cita de Sal. 44: 22. Pablo se refiere a los sufrimientos de los hijos de Dios en épocas pasadas como un símbolo de las persecuciones a que estaban expuestos los cristianos en los días del apóstol. Desde que entró el pecado, siempre se ha manifestado con fuerza el odio de los impíos contra los justos (ver Gál. 4: 29; 1 Juan 3: 12).
Somos muertos.
O "estamos siendo muertos".
Contados.
O "considerados".
37.
Antes.
Gr. allá, literalmente "pero". No obstante las aflicciones, seguimos victoriosos (cf. 2 Cor. 12: 10).
Somos más que vencedores.
Gr. hupernikáÇ, de hupér, "encima" "sobre", y nikáÇ, "vencer", literalmente "sobrevencer", o "vencer gloriosamente". Esta palabra compuesta no aparece en ninguna otra parte del NT. Pablo emplea una palabra que describe cómo superan las bendiciones de Dios a las necesidades del hombre (cap. 5: 20).
Aquel que nos amó.
Es evidente que la referencia es a Cristo, por medio de cuyo incomparable amor (vers. 35) llegamos a ser vencedores. El pretérito del verbo "amó" podría referirse a la revelación especial de ese amor cuando Cristo murió por los pecadores (cap. 5: 6). En vez de que las dificultades nos separen del amor de Cristo (cap. 8: 35), podemos, por el contrario, salir victoriosos sobre ellas "por medio de aquel que nos amó". No hay ninguna aflicción por terrible que sea, ni ninguna tentación por grande que sea, que no pueda ser vencida mediante Cristo, pues Aquel que nos amó tanto que se entregó por nosotros, aún vive en nosotros para continuar la obra de nuestra salvación (Gál. 2: 20). Por lo tanto, podemos realizar todas las cosas mediante Aquel que nos fortalece (Fil. 4: 13). Pablo experimentó y reconoció ese poder salvador, y eso lo indujo a exclamar: "Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo" (1 Cor. 15: 57).
38.
Estoy seguro.
O "estoy convencido". Pablo expresa ahora su propia convicción personal de que ningún poder celestial o terrenal en el tiempo o en la eternidad, puede separarnos del amor divino. Con esto no quiere decir que es imposible que un creyente caiga, se aparte y se pierda (ver Col. 1: 23; cf. 1 Cor. 9: 27). Lo que quiere decir es que nada puede arrancarnos de los brazos de Cristo contra nuestra voluntad (ver com. Juan 10: 28).
Ni la muerte, ni la vida.
Compárese con "pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos" (Rom. 14: .
Ángeles.
Los ángeles que se mencionan en el NT son, por lo general, buenos y no malos; sin embargo, la palabra misma no dice de qué clase de ángeles se trata. La distinción debe ser expresada o debe estar implícita en el contexto (ver Mat. 1: 20; 25: 41; 1 Cor. 6: 3; 2 Ped. 2: 4; Jud. 6). Es inconcebible que los ángeles de Dios, que son enviados para ministrar a los santos (Heb. 1: 14), procuren apartar la mente de los cristianos de su Salvador, o que su influencia pudiera tener tal tendencia. Sin embargo, Pablo podría estar destacando lo que dice en forma hipotética, como lo hace en Gál. 1: 8: que aunque los ángeles buenos intentaran desviar a los creyentes del amor de Cristo -algo, por supuesto, que no harían-, ¡no tendrían éxito!
Principados.
Gr. arj'. Esta palabra se refiere tanto a los gobernantes civiles como a los poderes sobrenaturales que tratan de ejercer un dominio para mal sobre los hombres (Efe. 6: 12). Algunos comentadores sugieren 576 que la referencia de Pablo a "ángeles", "principados" y "potestades" podría reflejar la forma en que los judíos designaban las diferentes jerarquías de ángeles (ver el libro apócrifo de Enoc 61: 10; cf. 1 Cor. 15: 24; Efe. 1: 21; 3: 10; Col. 1: 16; 2: 10, 15).
Potestades.
Gr. dúnamis. La evidencia textual establece (cf. p. 10) la colocación de esta palabra después de la frase "lo por venir", aunque lo más natural sería esperar que se relacionara con "principados", como en Efe. 1: 21. En 1 Ped. 3: 22 se mencionan "potestades", "ángeles" y "autoridades" que se sujetaron a Cristo cuando él ascendió al cielo.
Lo presente.
Cf. 1 Cor. 3: 22. Las vicisitudes de este mundo ya eran prueba suficiente para Pablo y los primeros cristianos (Rom. 8: 18, 23; 2 Cor. 1: 4-10; 6: 4-10; 1 Ped. 4: 12). Pero el futuro reservaba todavía más pruebas originadas en engaños y aflicciones, pues la venida de Cristo deberá ser precedida por la apostasía y la aparición del anticristo (2 Tes. 2), y será acompañada por la "obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos" (2 Tes. 2: 9). Sin embargo, la confianza de Pablo permanecía inconmovible.
39.
Ni lo alto, ni lo profundo.
Es posible que Pablo no tuviera la intención de que cada una de sus expresiones en este elocuente pasaje fuera definida con toda exactitud. "Alto" y "profundo" podrían haberse usado para expresar sencillamente dimensiones del espacio, así como "lo presente" y "lo por venir" podrían expresar dimensiones del tiempo. El uso de términos como éstos destaca en forma sumamente enfática la idea de universalidad, que parece ser el propósito de Pablo en estos versículos. Compárese con su descripción de "la anchura, la longitud, la profundidad y la altura" del amor de Cristo (Efe. 3: 18-19).
Ninguna otra cosa creada.
O "ninguna otra creación" (ver com. vers. 19; cf. vers. 19, 22).
Pablo enumera diez asuntos o circunstancias que no pueden separarnos del amor de Dios. El décimo es tan amplio que bien puede incluir cualquier detalle que pudiera haberse omitido. Tal vez todos los términos deban ser tomados en su sentido más general. El hecho de que sean indefinidos sirve para destacar el pensamiento de Pablo, de que no se puede pensar en nada en todo el universo que sea capaz de apartar a un cristiano de su amante Salvador.
Separar.
Gr. jÇrízÇ (ver com. vers. 35).
Amor de Dios.
El "amor de Cristo" (vers. 35) no es sino el "amor de Dios" revelado a nosotros y que actúa en nuestro favor en la persona de Cristo (ver com. cap. 5: . En esta primera parte de su epístola Pablo ha descrito la suprema cooperación del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, en la manifestación del amor divino. Por ejemplo, "el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo" (cap. 5: 5); "Dios muestra su amor para con nosotros, en que. . . Cristo murió por nosotros" (vers. ; el Espíritu, cuya voluntad y cuyo propósito es nuestra salvación (cap. 8: 29-30), intercede por nosotros "conforme a la voluntad de Dios" (vers. 26-27); Cristo murió por nosotros, y aún ahora intercede por nosotros a la diestra del Padre (vers. 34).
Con esta expresión de ilimitada confianza en el amor de Dios que salva (vers. 31-39), Pablo llega al clímax de su explicación del plan de Dios para la restauración del hombre. La justicia y la salvación provienen de la fe, y esa fe debe depositarse en una Persona cuyo amor es tan grande y cuyo propósito de salvar es tan poderoso, que ha dispuesto todo lo concebible para nuestra salvación. Por lo tanto, ciertamente también nosotros debiéramos unirnos con el apóstol en proclamar que Dios merece nuestra confianza y nuestra obediencia sin ninguna condición.
COMENTARIOS DE ELENA G. DE WHITE
1 CC 51, 63; CH 69; CS 531; ECFP 38; 2JT 131; PP 553
2 DTG 180, 431
3 DTG 91, 146, 278; PP 341
3-4 PP 390
4 CS 306, 521; DMJ 68
6 4TS 65
7 CC 16, 63; CS 520; DTG 143; HAp 69; 1JT 54, 441; MJ 66; PE 69; 1T 440; 2T 454; 3T 442; 5T 341
9 DMJ 28; 2JT 127; PVGM 196; 3T 538; 5T 223
11 DTG 287; FE 332
14 DMJ 28, 126
14-17 8T 126 577
15 CS 521; 2JF 336
16 Ev 447
17 CE (1949) 30; CE (1967) 56; DMJ 90; ECFP 20; Ev 149; FE 251; HAp 471; HH 158, 374; 1JT 444; 2JT 109; MB 98; MC 126; PE 115; PVGM 119; 3T 45, 458; 5T 230; 6T 60; 7T 229; Te 99
18 CS 399; DMJ 29; ECFP 126; HAp 461; MeM 336; PP 119; 1T 432; 8T 125
22 CC 32; CH 579; CS 731; Ed 256; PP 473,584
24 MC 122
26 CM 391; Ed 256; FE 242; MC 175; OE 229; PVGM 113
28 DMJ 63; Ed 149; HAp 383, 459; 1JT 482; 3JT 433; MC 376, 387, 389; MeM 190; 8T 123
29 DMJ 55; DTG 309, 767; 2JT 441
30 PVGM 127
31 PR 476
31-32 MC 43; SC 297
31-39 3JT 195; 2T 517
32 CC 95, 120; CM 142; CS 53l; DMJ 95; 2JT 109; PP 150; PVGM 138; 2T 319; 9T 59; TM 249; 5TS 9
33-34 DTG 522; MC 60
34 AFC 78; CC 74; CM 15; COES 138; CS 399; DTG 772; Ed 90, 128; FE 262; HAp 29; MC 326, 331; OE 273; PP 553; 2T 319; 8T 287; TM 92, 155, 397
35 1JT 249; MeM 336
35-39 Ed 66; ECFP 126; HAp 70; 2T 345
36-37 HAp 373
37 CC 72; CM 141; CMC 24; CN 440; CRA 77; CS 691; 1JT 403, 412; 2JT 338; 3JT 291, 385; MeM 323, 336; MJ 346; MM 144; 2T 320; 3T 540; 4T 368; 5T 82, 309; 8T 131; Te 192; TM 101, 333, 464
37-39 CS 398
38-39 HAp 441; 1JT 249; MC 43; PE 29