II Trimestre de 2011
Libro Complementario
Vestiduras de gracia
De hojas de higuera a manto de justicia
Autor: Tim Crosby
Capitulo doce
Jamás te rindas
Hace unos años apareció un interesante artículo en el Wall Street Journal sobre alguien llamado Jay Walker. Ese año el Sr. Walker se había convertido en un multimillonario. Había establecido Priceline.com, una empresa de Internet donde se pueden adquirir billetes de aerolíneas al precio que uno considere justo. La compañía salió al mercado de valores en el año 1999, alcanzando un valor de diez mil millones de dólares.
Me llamó mucho la atención que el Sr. Walker había fracasado con anterioridad en diferentes negocios. Intentó vender catálogos comerciales a través de tiendas de libros: aquello fue un desastre. Fundó un periódico en la ciudad de Ithaca, Nueva York: quebró. Finalmente estableció un negocio de consultas empresariales por Internet del que surgió Priceline.com.
He estado pensando en dicho relato y tengo una pregunta: ¿Ha fracasado usted lo suficiente?
No estoy hablando de fracasos intencionales, desde luego. Me refiero a intentar algo para luego fracasar; intentar y fracasar de nuevo una y otra vez hasta lograr el éxito.
La mayor parte de nosotros no lo ha hecho. Le tememos tanto al fracaso que quizá por eso no alcanzamos grandes cosas. Sucede que las personas de más éxito son por lo general quienes más han fracasado. El éxito generalmente se encuentra al otro extremo del fracaso.
Pensemos por ejemplo en Walt Disney. El fue despedido de un periódico, oiga esto, ¡porque carecía de creatividad! Después de aquel primer fracaso quedó varias veces en bancarrota, antes de construir sus parques de diversiones.
El beisbolista Babe Ruth se ponchó en 1.330 ocasiones. Desde luego, también bateó 714 jonrones. Pero por cada jonrón, se ponchó dos veces.
R. H. Macy fracasó en siete ocasiones antes de que su famosa tienda de Nueva York tuviera éxito.
Tengo algunos amigos que son escritores. Es algo que suena como prestigioso, ¿no es así? En realidad implica un trabajo muy fuerte. ¿Cómo puede uno convertirse en escritor? Una definición dice que un buen escritor es aquel que ha acumulado unas doscientas cartas de rechazo por sus escritos. Usted no podrá considerarse un buen escritor o escritora hasta que haya fracasado lo suficiente.
¿Qué diríamos del novelista inglés John Creasey? Llegó a acumular 753 cartas de rechazo. Luego publicó 564 libros.
Quizá usted ha leído algún libro de la serie Caldo de pollo para el alma. Probablemente no sabe que el manuscrito original fue rechazado por ochenta editoriales. Algunos editores, dándoselas de muy versados sobre la materia, decían que no había mercado para dicha obra. Pero los pobres autores no tuvieron suficiente sentido común para darse por vencidos. Como ninguna editorial lo quería publicar, decidieron hacerlo ellos mismos. Fue todo un éxito que produjo ganancias millonarias.
Así que he estado pensando sobre el fracaso. Un versículo concreto siempre me viene a la mente. Se trata de Proverbios 24:16: «Porque siete veces podrá caer el justo, pero otras tantas se levantará; los malvados, en cambio, se hundirán en la desgracia».
Quizá usted esperaba leer algo como: «El hombre malvado caerá siete veces, pero el justo permanecerá firme». Pero no es eso lo que dice. Dios dice que el justo cae siete veces, pero que cada vez que cae se levanta, se sacude y sigue adelante hacia su objetivo. Amigos, ese es el secreto del éxito financiero, social o espiritual.
Richard Edler escribió un libro al que le puso If I Knew Then What I Know Now [Si hubiera sabido todo lo que sé ahora]. En este pide a varios ejecutivos y otros dirigentes que mencionen lo más importante que han aprendido en sus vidas, algo que desearían haber sabido hace veinticinco años. Quiero compartir con ustedes un par de esas respuestas.
Para Bill Lipien, presidente de Mitchum, Jones y Templeton, la enseñanza más importante es: «Anticipa fracasar miserablemente en un treinta por ciento de tus intentos».
J. Melvin Muse, presidente de Muse Cordero Chen y Asociados, afirma: «Comete numerosos errores. Los errores alimentan un rápido desarrollo profesional. Aprende a recuperarte en forma brillante. Luego no cometas el mismo error una segunda vez. Haz esto y tu progreso hacia la cumbre será más veloz que el de tus colegas conservadores».
El éxito se encuentra del otro lado del fracaso. Tienes que pasar por el fracaso si quieres triunfar. Los grandes triunfos surgen después de repetidos chascos.
El temor al fracaso es una de las peores fobias, la cual puede incluso paralizarnos. Es un problema relacionado con el yo, o el ego de una persona. El fracaso pasado no nos preocupa mucho. ¿Cuántas veces nos caímos mientras aprendíamos a caminar, montar bicicleta o dominar algún juego o deporte?
James y Jerrilyn son los padres de un niño perfectamente normal. Su pequeño paquete de energía comienza a dar sus primeros pasos, cayéndose una y otra vez. Ellos observan su progreso al principio con satisfacción, y luego con temores. Finalmente, deciden llevar un registro. Cada caída se indica con una marca o símbolo. Al final se dan por vencidos. Después de que su bebé se cae cincuenta veces deciden hacer algo para poner fin a aquella dolorosa letanía. Llegan a la conclusión de que aprender a caminar es muy difícil. Así que le amarran los pies al niño con el propósito de que no camine ni se caiga.
Absurdo, ¿verdad? Pues Dios tampoco hace eso. El punto clave es que todo aquel que sigue intentándolo aprenderá a caminar. El niño no es lo suficiente listo como para darse por vencido, así que no lo hace. Algunos más atrevidos incluso aprenden a esquiar o a montar patinetas. Otros con menos agilidad nunca llegan tan lejos.
Thomas Edison pudo haber sido considerado uno de los fracasos más grandes del mundo. Fue un hombre que probó miles de alternativas hasta que ideó un bombillo eléctrico que funcionaba. ¿Ha fracasado usted miles de veces antes de lograr algo? Si lo ha hecho, su nombre debería acompañar al de Thomas Edison.
De hecho, Edison no consideró sus fallidos experimentos como fracasos. Los catalogó como pasos en un largo proceso. Al final de su vida, ocurrió algo que habría derrotado a cualquier persona con menos entereza.
Charles, el hijo de Edison que llegó a ser gobernador del estado de Nueva Jersey, nos cuenta la historia. La noche del 9 de diciembre de 1914 un incendio destruyó el complejo industrial de Edison. Aquella noche Edison perdió dos millones de dólares, así como el trabajo de gran parte de su vida. El seguro solamente cubría la suma de 238.000 dólares.
Charles tenía 24 años, mientras que Thomas había cumplido 67. El joven corría de aquí para allá tratando de localizar a su padre. Finalmente, lo encontró cerca del fuego.
«Me sentí muy mal por él», dijo Charles. «Él tenía 67 años. No era ningún joven, y todo había sido consumido por las llamas». Thomas le preguntó a su hijo:
—Charles, ¿dónde está tu madre?
—No sé papá —le contestó Charles.
—Ve a buscarla y tráela. Jamás ella podrá ver otro espectáculo como este en lo que le queda de vida.
Al día siguiente, caminando entre los restos carbonizados de sus sueños y esperanzas, Thomas Edison dijo: «Hay algo positivo en este desastre. Todos nuestros errores han sido consumidos por el fuego. Gracias a Dios que podemos comenzar de nuevo».
Tres semanas después del fuego, su empresa hizo entrega del primer fonógrafo.
El principio que se encuentra en Proverbios 24:16 de levantarnos cada vez que caemos, funciona en diferentes sentidos. La victoria es el premio del que persevera, tanto aquí como en el más allá. Lucas 8:15 habla de la buena semilla que en manos del sembrador representa a los de «corazón noble y bueno, que oyen la palabra y la retienen, y como perseveran producen una buena cosecha». Hebreos 10:36 nos dice: «Ustedes necesitan perseverar para que, después de haber cumplido la voluntad de Dios, reciban lo que él ha prometido». Santiago 1:12 aconseja: «Dichoso el que resiste la tentación porque, al salir aprobado, recibirá la corona de la vida que Dios ha prometido a quienes lo aman». La misma idea se encuentra en Romanos 2:7: «Él dará vida eterna a los que, perseverando en las buenas obras, buscan gloria, honor e inmortalidad». Todo el que persevera, sin importar las veces que caiga, caminará por las calles de oro.
No me malentiendan. Perseverar en las buenas obras no es fundamental para nuestra salvación. La clave de nuestra salvación es la vida y la muerte de Jesucristo. Sin embargo, es una condición. No podemos ser salvados por nuestras buenas obras, pero tampoco lo seremos sin ellas. El Nuevo Testamento nos enseña que somos salvos:
• Si perseveramos en las enseñanzas de Cristo (Juan 8:31).
• Si sufrimos con Cristo (Romanos 8:17).
• Si perseveramos en la bondad divina (Romanos 11:22).
• Si nos aferramos con firmeza a las enseñanzas de los apóstoles (1 Corintios 15:2).
• Si no desmayamos (Gálatas 6:9).
• Si perseveramos en la fe (Colosenses 1:23).
• Si no lo negamos (2 Timoteo 2:12; Mateo 10:32, 33).
• Si nos aferramos a nuestra fe con firmeza hasta el fin (Hebreos 3:6, 12-14).
• Si no perdemos la confianza (Hebreos 10:35-39).
• Si lo que hemos oído desde el principio permanece en nosotros (1 Juan 2:24).
Todas las anteriores son condiciones. La salvación es sin duda algo condicionado a nuestra perseverancia (Marcos 13:13; Romanos 2:7; Santiago 1:12; 2 Pedro 1:5-11; Apocalipsis 2:10, 11, 26).
Ningún otro rasgo es tan crucial para el éxito como la perseverancia: ni el talento, ni la inteligencia, ni las destrezas. Esto es así tanto en esta vida como en la venidera. «En verdad, consideramos dichosos a los que perseveraron. Ustedes han oído hablar de la perseverancia de Job, y han visto lo que al final le concedió el Señor. Es que el Señor es muy compasivo y misericordioso» (Santiago 5:11, NVI). En Apocalipsis 2:3 Jesús bendice al que ha perseverado y sufrido sin desanimarse por causa de su nombre, sin desmayar.
Así que no nos rindamos.
Cuando era niño, recibió el apodo de «Sparky» por un caballo que aparecía en una tira cómica. A Sparky nunca le agradó el mote. Nunca pudo con la escuela, ni ella con él. En el octavo grado reprobó todas las materias. Al llegar a la secundaria era considerado el peor alumno en la clase de física en la historia de la institución. Fracasó en las clases de latín, álgebra e inglés. En deportes era otro fracaso, y apenas tenía amigos. Jamás se acercó a una chica mientras asistió a esa escuela, pues tenía un gran temor de ser rechazado.
Sparky era un fracasado y él lo sabía, así como sus compañeros. Su única habilidad era el dibujo. Él se sentía orgulloso de sus obras de arte.
Desde luego, nadie más las apreciaba. Intentó que publicaran sus caricaturas en el anuario de la escuela, pero fueron rechazadas.
No obstante, Sparky se decidió por una carrera como artista profesional. Así que presentó una solicitud de empleo en los estudios de Walt Disney. Él obviamente esperaba que lo rechazaran y naturalmente, esa fue la respuesta.
Pero Sparky no se dio por vencido. Un día se le ocurrió comenzar a escribir su autobiografía utilizando caricaturas. En ellas describía su niñez, mostrando el niño fracasado que no lograba nada. Para ello utilizó un personaje conocido hoy en la mayor parte del mundo. «Sparky» o Charles Monroe Schulz fue el creador de la tira cómica «Snoopy» y del niño cuya cometa no volaba: Charlie Brown.
Como vemos, no hay forma de que un buen hombre permanezca caído, ni tampoco una buena mujer. Mi esposa, por ejemplo, no se ha dado por vencida conmigo, sin importarle que sus planes para reformarme hayan fracasado (aunque debo reconocer que ha habido algunos progresos). Dios tampoco se da por vencido con nosotros.
Así que no debemos rendirnos.
Una vez le pidieron a Winston Churchill, ya viejo y enfermo, que presentara un discurso de graduación en la Universidad de Oxford. Ese día pronunció lo que se considera el discurso de graduación más breve que jamás se haya presentado.
El hombre que había inspirado y estimulado a Inglaterra a entrar, perseverar y a ganar la guerra en contra de Hitler, se acercó al podio en forma tambaleante. Puso a un lado su bastón, miró a su joven audiencia a través de sus gruesas cejas, movió su quijada y exclamó: «¡Nunca se rindan!».
Dio un paso atrás, contemplando una vez más los rostros de aquellos jóvenes. Utilizando una gran reserva interna, la legendaria voz de Sir Winston Churchill subió en intensidad, diciendo: «¡Nunca se rindan!».
Después de una larga pausa, rugió: «¡Nunca se rindan!».
Luego, tomo su bastón y se dirigió a su asiento con pasos trémulos. Pasmados, los graduandos permanecieron sentados en silencio. Seguidamente comenzó a escucharse una oleada de aplausos que concluyó en una atronadora ovación.
Estoy completamente seguro de que los cristianos que caen y se levantan atraen una gran audiencia de mirones invisibles. Toda una multitud de ángeles debe reunirse alrededor de aquellos que persisten con denuedo como creyentes que no están dispuestos a rendirse. Quizá no podamos escuchar a los seres celestiales animándonos, ni tampoco sus cantos de alabanza, pero algún día los oiremos y los veremos.
Hay una hermosa anécdota que ocurrió durante los Juegos Olímpicos celebrados en Barcelona en 1992 sobre lo que es fracasar y levantarse. Nadie recuerda al corredor que llegó en primer lugar en aquella ocasión, pero sí recordamos a Derek Redmond, un velocista inglés que compitió en las eliminatorias semifinales de los 400 metros. Para él, esta carrera era una especie de revancha. Cuatro años atrás, en las Olimpíadas de Corea, se había desgarrado el tendón calcáneo durante los calentamientos, lo que le impidió competir. Ahora se le presentaba otra oportunidad.
Sonó el disparo de salida y los corredores salieron en busca del triunfo. Pero a una distancia de 150 metros se le desgarró un músculo a Derek, quien cayó al suelo presa de un intenso dolor. Los camilleros corrieron hacia él para retirarlo de la pista, pero él les hizo señas de que se alejaran, se levantó como pudo y comenzó a dar pequeños saltos de pocos centímetros dirigiéndose a la meta.
De repente, un hombre saltó de las gradas, corrió hacia Derek y echó su brazo sobre sus hombros. Juntos fueron saltando durante los últimos cien metros hasta llegar a la meta. Era Jim Redmond, el padre de Derek. Él había hecho un gran sacrificio para que su hijo llegara a la competencia. Cinco minutos más tarde, padre e hijo llegaron a la meta y sesenta mil personas les brindaron una gran ovación puestos en pie.
Cuando entrevistaron al padre, dijo: «Hicimos un pacto de que mi hijo iba a terminar la carrera. Esta es su última Olimpiada. Él se estuvo entrenando durante ocho años. Yo no podía permitir que no fuera a terminar la carrera».
Eso mismo es lo que nuestro Padre celestial hace por nosotros. Estamos dando tumbos en dirección a la meta señalada por Jesucristo. Damos dos pasos hacia el frente y uno hacia atrás. Todos tenemos algún tipo de impedimento, pero el secreto para alcanzar la victoria es no rendirnos. Jesús está a nuestro lado ayudándonos, estimulándonos y guiándonos hacia la victoria.
«Porque siete veces podrá caer el justo, pero otras tantas se levantará ». Así que no nos rindamos, que los ángeles nos contemplan y todo el cielo está pujando por nosotros. Nuestro Padre celestial nos espera para acogernos en sus brazos, caminando a nuestro lado hasta llegar a la meta. Entreguemos nuestras vidas a él, tomemos la decisión de continuar en la lucha y confiemos que él nos acompañará hasta el final.
Compilador: Delfino J.