LIBRO COMPLEMENTARIO_ Vestidos de gracia_ De hojas de higuera a un manto de justicia
Autor: Tim Crosby
Capitulo 4
ROPA DE FIESTAS
Hay un antiguo refrán que dice: «El hábito hace al monje». La gente de antaño creía firmemente en este refrán. La ropa era considerada un apéndice, o extensión de la persona. Se creía, por ejemplo, que si usted tocaba la vestimenta de un santo, podía ser sanado porque había virtud en la ropa.
Esa idea de que «usted es lo que aparenta ser», todavía es aceptada por muchos. En su éxito de librería Dress for Success, publicado en 1988, John Malloy afirmaba que las telas de rayitas estaban de moda y que las mangas cortas no; además de otras aseveraciones respecto al atuendo de los ejecutivos.
Hay un restaurante de lujo en Nueva York que no permite la entrada de los caballeros, a no ser que lleven corbata. Se dice que hace algunos años el difunto Burt Reynolds trató de entrar, pero no lo dejaron porque no llevaba corbata. Dicho establecimiento les ofrece una corbata a sus clientes si es que no tienen una. Parece que Reynolds se consideraba alguien especial y que no necesitaba corbata, entonces no lo dejaron pasar.
Bien, el cielo es algo parecido. Sin la vestimenta apropiada no podremos entrar. Hay un protocolo concreto que todos hemos de observar, sin excepciones. El cielo nos provee la vestimenta necesaria. No podemos entrar a las moradas eternas desprovistos de la ropa apropiada. No podemos hacerlo desprovistos del manto celestial.
En la época de Jesús, cuando se iba a celebrar una fiesta no se acostumbraba indicar la hora en las invitaciones. Cuando todo estaba listo, los sirvientes eran despachados con un mensaje final, avisando que los invitados podían acudir.
¡En aquellos tiempos la gente sabía de fiestas! No había mucho en qué entretenerse. No había televisión. No había Internet. No había realidades virtuales. Los acontecimientos más destacados eran las fiestas. Algunas fiestas de la realeza podían durar más de un mes. La fiestas judías, por lo común duraban siete días y se suponía que los invitados se quedaran todo el tiempo. Era un insulto irse antes de la conclusión del acontecimiento. Toda una semana era un extenso período para estar alejado de la finca, de la pesca, o de cualquier ocupación que tuviera el invitado. Quizá por eso en la fiesta de Lucas 14:16-24, surgieron tantas excusas:
«Entonces Jesús le dijo: "Un hombre hizo una gran cena y convidó a muchos. A la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: 'Venid, que ya todo está preparado'. Pero todos a una comenzaron a excusarse. El primero dijo: 'He comprado una hacienda y necesito ir a verla. Te ruego que me excuses'. Otro dijo: 'He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos. Te ruego que me excuses'. Y otro dijo: 'Acabo de casarme y por tanto no puedo ir'. El siervo regresó e hizo saber estas cosas a su señor. Entonces, enojado el padre de familia, dijo a su siervo: 'Ve pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, a los mancos, a los cojos y a los ciegos'. Dijo el siervo: 'Señor, se ha hecho como mandaste y aún hay lugar'. Dijo el señor al siervo: 'Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar para que se llene mi casa, pues os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados gustará mi cena'"».
En la parábola vemos cómo el anfitrión se incomoda por la forma en que responden a su generosidad. Él cancela las invitaciones entregadas a los encumbrados y envía a sus mensajeros a los más pobres de la ciudad. Allí concluye la parábola. Pero Mateo le añade un largo apéndice.
En la versión registrada en Mateo 22, los enfrascados en sus propios asuntos, ni siquiera se preocupan por excusarse. Lo único que hacen es ignorar a los mensajeros. Por tanto, el anfitrión ofrece su hospitalidad a otro tipo de personas que quizá se sientan más honrados por una invitación de esa naturaleza. Pero esto genera un problema: ¿Qué van a hacer respecto a la ropa? Aquella gente no va a tener un atuendo apropiado para compartir con la alta sociedad.
Es posible que Jesús se haya inspirado en un relato rabínico que era conocido por su audiencia. El relato decía así:
«Había un rey que invitó a sus súbditos a una fiesta, sin especificar la fecha o la hora exactas. Lo que sí les dijo era que debían asearse, ungirse, y vestirse con el fin de estar listos para cuando llegara la comunicación final.
»Los sensatos se prepararon de inmediato, esperando a la entrada del palacio; porque creían que en un palacio una fiesta podría preparase en breve tiempo, sin aviso previo. Los tontos pensaron que las preparaciones llevarían un buen tiempo y que contaban con bastante holgura. Por tanto, marcharon, el albañil a su mezcla, el alfarero a su arcilla, el herrero a su fragua, el tejedor a su telar; todos se fueron a sus empleos.
«Luego, de repente, el aviso para acudir a la fiesta llegó sin una advertencia previa. Los sensatos estuvieron listos para sentarse a la mesa del banquete, comieron y bebieron. Sin embargo, aquellos que no estaban preparados tuvieron que quedarse afuera del palacio, tristes y hambrientos, contemplando todo lo que se habían perdido».
Podemos observar que en la parábola de las vírgenes, también hay vestigios de dicho relato rabínico. Desde luego, no podemos confirmar que el relato de los rabinos sea más antiguo; ya que muchas de las fuentes rabínicas son anteriores a los Evangelios, aunque reconocemos que algunos relatos por lo general son bastante antiguos. Es posible que los rabinos hayan estado presentes cuando Jesús narró sus parábolas. Pero la mayor parte de los estudiosos considera como un hecho que la parábola de los rabinos corresponda a una época anterior.
Una de las grandes fallas humanas, y una de las menos discutidas, es la costumbre de no aprovechar las oportunidades. Cuando somos jóvenes lamentamos lo que hemos hecho. Cuando somos viejos, lamentamos lo que pudimos haber hecho y no lo hicimos. ¡Cuántos de nosotros pudimos ser ricos, en amigos, familia, influencia, dinero, salud, tiempo, si tan solo hubiéramos contestado cuando la oportunidad llamó a nuestra puerta! Jesús vino a predicar la llegada del reino de Dios, la mayor oportunidad de todos los tiempos. No debemos permitir que nuestros planes impidan que entremos al reino. Nada es más importante que responder el llamado de Dios, sin importar la forma que asuma, una vez que nos llegue.
Cuando la fiesta estuvo lista, el aviso final fue enviado por el Hijo del Rey, pero el pueblo escogido de Dios rehusó el llamado. El triste resultado de aquel rechazo fue la total destrucción de Jerusalén por los romanos en el año 70, algo que Jesús predijo en dicha parábola.
Sin embargo, la fiesta debía continuar. Por tanto, el rey envió a sus siervos a que invitaran a otras personas: a los gentiles. Luego les dijo a sus empleados: «Entonces dijo a sus siervos: "La boda a la verdad está preparada, pero los que fueron invitados no eran dignos. Id, pues, a las salidas de los caminos y llamad a la boda a cuantos halléis". Entonces salieron los siervos por los caminos y reunieron a todos los que hallaron, tanto malos como buenos, y la boda se llenó de invitados» (Mateo 22:8-10).
Hemos de notar que la invitación es una expresión de misericordia. Los invitados «buenos» mostraron quiénes eran al no acudir a la fiesta, por tanto el generoso anfitrión envió a sus siervos a las barriadas, a los distritos de alta criminalidad; gente que en condiciones normales jamás serían invitados a una fiesta de ese tipo. No eran personas aceptadas por la sociedad. No tenían ropas apropiadas. Algunos de ellos quizá hacía algún tiempo que no se bañaban, en una época en que el baño no era una costumbre diaria. Otros no habían realizado nada que les hiciera dignos de disfrutar de aquel privilegio. Probablemente estaban entusiasmados con una invitación que no hacía distinciones entre personas «buenas o malas».
Sin embargo, el rey no quería que nadie entrara en su inmaculado comedor, con las ropas utilizadas a diario por aquellas personas. Después de todo, ellos iban a sentirse incómodos vestidos con su ropa corriente. El rey deseaba que sus invitados se sintieran a gusto. La solución era proporcionarles ropas a todos. Algo que hizo gratuitamente.
El rey cumplió con su parte. Él hizo la publicidad, preparó la fiesta además de que proveyó la ropa. ¿Había algo adicional que pudiera hacer? Lo único que él no hizo fue vestirlos o comer por ellos.
Lo que siguió a continuación es escalofriante: «Cuando entró el rey para ver a los invitados, vio allí a un hombre que no estaba vestido de boda, y le dijo: "Amigo, ¿cómo entraste aquí sin estar vestido de boda?" Pero él guardó silencio. Entonces el rey dijo a los que servían: "Atadlo de pies y manos y echadlo a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes", pues muchos son llamados, pero pocos escogidos» (Mateo 22:11-14).
La razón de lo escalofriante es la siguiente: Jesús lo llamó «amigo». Ese era el término utilizado para sus allegados cercanos, el círculo de los doce (Mateo 26:50; Lucas 12:14; Juan 15:13-15; 21:5). Aquel era alguien que a las claras había sido «salvado», para utilizar una terminología evangélica. Además de haber sido invitado a la fiesta, había aceptado el llamado y entrado al salón. Él es un «amigo», un miembro del círculo íntimo. Quizá más allegado que la misma gente que llamaba Señor a Jesús y profetizaba en su nombre, echando fuera demonios. Sin embargo, eran personas a quienes Jesús les dijo: «No os conozco» (Mateo 7:23).
Sin embargo, no quiso vestirse con la ropa provista por el rey. No siguió el protocolo previsto. Cuando el rey le preguntó la razón de su proceder, no encontró excusas, porque no las había. No pudo argumentar que no tenía suficiente dinero para comprar ropas finas, porque el vestido era gratis. Por ello fue excluido de la fiesta, y echado a las tinieblas de afuera. Lo peor del caso es que aquel hombre había escuchado y aceptado el llamado del evangelio. Pero sus ropas no eran las apropiadas. No llevaba el manto.
Es evidente que su caso no es único o poco común, porque la conclusión de la parábola, la enseñanza que Jesús deseaba enfatizar era: «Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos».
Me vienen a la mente otras parábolas que enfatizan la misma idea. Primero la mini parábola de Mateo 7: 13, 14. «Entrad por la puerta angosta, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; pero angosta es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan».
Esta es otra manera de decir que «muchos son llamados y pocos los escogidos». Luego tenemos la parábola de la red: «Asimismo el reino de los cielos es semejante a una red que, echada al mar, recoge toda clase de peces. Cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan y recogen lo bueno en cestas y echan fuera lo malo» (Mateo 13:47, 48).
Notemos que en esta parábola la mayor parte de los peces del mar no entran en la red. Pero los que entran en la red del evangelio enfrentan una clasificación final entre lo bueno y lo malo. Incluso los que responden el llamado del evangelio, son juzgados antes de ser escogidos.
Asimismo, la parábola de la vid: «Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí y yo en él, este lleva mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, los echan en el fuego y arden» (Juan 15:1-6).
Los que permanecen unidos a la vid son podados con el fin de que lleven más frutos. Los que comienzan unidos a la vida, pero se apartan de ella se secarán y serán echados al fuego. En cierta ocasión Jesús dijo que los que están dentro, o que estuvieron alguna vez, enfrentarán algún tipo de juicio final.
No podemos pasar por alto las claras enseñanzas de estas parábolas que enfatizan el mismo punto. Desde luego, las Escrituras son también claras al decir que los santos enfrentan un juicio final: «Al justo y al malvado juzgará Dios» (Eclesiastés 3:17). Jesús nos presenta una vez más el tema del juicio en su parábola de las ovejas y las cabras de Mateo 25: 31-46, en la que aparecen todos: buenos y malos. Pablo les dijo a los cristianos de Roma y Corinto: «Tú, pues ¿por qué juzgas a tu hermano? O tú también, ¿por qué menosprecias a tu hermano?, porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo» (Romanos 14:10). «Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo» (2 Corintios 5:10). Hebreos 10: 29, 30 afirma que quienes han sido santificados por la sangre del pacto, pero que han considerado a dicha sangre como algo no santificado, serán rechazados: «El Señor juzgará a su pueblo» (Hebreos 10:30).
Alrededor del año 1990 leí una revista publicada por la Universidad de Loma Linda. Invitaron a diez destacados médicos a que escribieran un breve ensayo explicando la razón por la que habían dejado de ser adventistas. Me asombré al descubrir que dos de los diez citaron el mismo texto: Juan 5:24, como su motivación para abandonar la iglesia:
«De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra y cree al que me envió tiene vida eterna, y no vendrá a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida».
En la Internet podemos encontrar otros testimonios que citan este mismo versículo como la razón para abandonar la iglesia. Parece importante escudriñar dicho texto, ya que es responsable por haber creado tantos ex adventistas. ¿Qué hay de especial en este pasaje? ¿Por qué produce esos resultados?
El término griego traducido como «condenado» en la NVI es krisis, que en otros casos se traduce como «juicio». Quienes nos critican, afirman que este texto enseña que aquellos que creen en Jesús no tendrán que enfrentar juicio alguno. Al entregarnos a Jesús, pasamos del ámbito de la inseguridad escatológica al de seguridad incondicional.
Lamentablemente, ser experto en endocrinología no implica que alguien lo sea en exégesis. Por tanto, los doctores en ciencias médicas no son necesariamente expertos a la hora de interpretar la Biblia. Para llegar a esta conclusión uno tiene que pasar por alto los textos que enseñan claramente que existe un juicio para los creyentes. También habría que ignorar el contexto de Juan 5:24. Esa pequeña palabra krisis aparece nuevamente cinco versículos más adelante, donde a las claras significa «condenado», ya que esa es la recompensa de los impíos: «No os asombréis de esto, porque llegará la hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno saldrán a resurrección de vida; pero los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación» (Juan 5:28,29).
Por ello la NVI traduce el concepto como «condenado» en Juan 5: 24. Obviamente, krisis no es un proceso judicial imparcial, sino la consecuencia negativa del proceso. De lo que el creyente se escapa no es del juicio, sino del veredicto de culpabilidad.
De igual importancia es el tiempo de los verbos. Quienes nos adversan interpretan a Juan 5:24 como si dijera: «El que ha creído (tiempo aoristo), no vendrá (futuro) a condenación». Pero en el griego de este versículo no hay tiempos verbales en pasado o en futuro. Los verbos están todos en presente. En otras palabras, el sentido de la frase es: «El que escucha mis palabras y cree en el que me envió, no entra en condenación». Mientras alguien se mantenga creyendo, no está en krisis. Es imposible obtener de este texto la idea de que si vez usted creyó en el pasado, jamás será juzgado en el futuro.
El paralelo más cercano de este pasaje-lo encontramos en Juan 3:18: «Todo aquel que cree en él no es condenado [krisis], pero el que no cree ya está condenado». Y en Romanos 8:1: «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu». Romanos 8 pasa a describir a «quienes están en Cristo Jesús», como que no viven de acuerdo con la carne, sino de acuerdo con el Espíritu (versículo 4).
Juan no enseña que el juicio para el creyente pertenece totalmente al pasado, o que es tan solo un acontecimiento existencial en el que declaramos nuestra condena o absolución a escoger o rechazar a Cristo. Es tan solo un pequeño paso de avance a partir del supuesto de que tanto la resurrección como la segunda venida son del pasado o existenciales, una herejía condenada por el Nuevo Testamento (2 Timoteo 2:18; 1 Corintios 15:12). Juan enseña claramente que se acerca un día de juicio, pero debemos confiar: «En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo» (1 Juan 4:16, 17). Por favor, notemos que de acuerdo con Juan, podemos confiar en el juicio, y esa confianza se desprende de que «en este mundo somos semejantes a él». Esta es una apropiada teología juanina (continuaremos con el tema más adelante).
Nada puede arrebatar a una oveja perteneciente a Jesús de las manos del Pastor (Juan 10:29). Desde luego, las ovejas son aquellas que siguen al Pastor (versículo 27). La falta de fidelidad no genera confianza.
Compilador: Delfino J.