II Trimestre de 2011
Libro Complementario
Vestiduras de gracia
De hojas de higuera a manto de justicia
Autor: Tim Crosby
Capítulo Ocho
Lo que damos por sentado de Dios
He aquí un problema parecido al dilema del huevo y la gallina. ¿Qué viene primero: los logros o la autoestima? ¿Logramos algo porque nos sentimos bien con nosotros mismos, o nos sentimos bien porque hemos obtenido algún logro?
Esta fue una controversia que estuvo vigente entre los educadores durante unos veinte años. La interpretación tradicional afirmaba que los niños que se desenvolvían bien en el salón de clases se sentirían muy bien por ello. Sin embargo, las teorías pedagógicas más recientes se oponen a dichas ideas. Ahora se dice que los alumnos deben disfrutar de una elevada autoestima antes de poder tener éxito en sus estudios. En otras palabras, deben sentirse bien antes de que puedan obtener buenas calificaciones.
Pero una autoestima elevada no conlleva excelencia, y una autoestima baja no equivale a un comportamiento criminal. De hecho, los investigadores no han encontrado relación alguna entre la autoestima y las patologías sociales, incluyendo un pobre rendimiento escolar, La adicción a las drogas y los embarazos entre adolescentes.
Hace algunos años, los psicólogos Harold W. Stevenson y James W. Stigler pusieron a prueba las destrezas de varios grupos de alumnos de primaria en Japón, Taiwán, China y Estados Unidos. En dichas pruebas los alumnos asiáticos superaron por mucho a los norteamericanos. Sin embargo, cuando se les preguntó a los mismos alumnos cómo se sentían respecto a sus destrezas escolares, los norteamericanos dijeron que se consideraban mucho mejor preparados que el resto de los encuestados. En otras palabras, los que mostraron un peor desempeño, tenían una mayor autoestima. El resultado de estas investigaciones puede verse en el libro The Learning Gap [La brecha del aprendizaje] (Nueva York, 1992). Desde entonces se ha escrito mucho al respecto para demostrar que la autoestima no conlleva un mejor desempeño. En la actualidad, el tema de la autoestima parece estar muerto.
Los empleados con antigüedad y posición tienden a hacerse arrogantes, mientras que los más humildes parecen hacer todo el trabajo y ser mejores trabajadores. La gente que disfruta de seguridad laboral habla de proteger sus derechos, en lugar del privilegio que implica determinada responsabilidad. Un estudio incluso demuestra que una desmesurada autoestima entre los varones adolescentes puede estimular un comportamiento agresivo, por lo que se pudiera hablar de exceso de autoestima.
Tal vez por eso Jesús bendijo a los pobres en espíritu. Y es que hay quienes pueden tener una autoestima exagerada. Lo anterior pone en tela de juicio los posibles beneficios de una religión positivista que únicamente enfatiza sentirse bien respecto a uno mismo.
Por otro lado, la seguridad es mucho mejor que la autoestima. Nuestro acceso al cielo está basado en la vida de Cristo, y no en la nuestra. La autoestima se centra en el yo, mientras que la seguridad y la confianza tienen que ver con aspectos ajenos a la persona. Tenemos seguridad y confianza porque sabemos que su misericordia es siempre mayor que nuestros pecados: «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9). Es muy probable que esta sea la mayor promesa de la Biblia.
Sin embargo, no podemos considerar nuestra salvación como un hecho, así como tampoco podemos esperar que nuestro matrimonio se mantenga en buen estado y perdure sin realizar ningún esfuerzo de nuestra parte.
Los cristianos que buscan una seguridad incondicional intentan obtener algo que ni el mismo Pablo disfrutó. Al menos no lo tenía en el momento que escribió la Carta a los Filipenses. Notemos la determinada entrega de Pablo a Jesucristo: «Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por amor a él lo he perdido todo y lo tengo por basura, para ganar a Cristo y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que se basa en la Ley, sino la que se adquiere por la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios y se basa en la fe» (Filipenses 3:8, 9).
A las claras, Pablo confía en una justicia externa y no en una propia. El tiene todo eso, pero no se duerme en los laureles: «Quiero conocerlo a él y el poder de su resurrección, y participar de sus padecimientos hasta llegar a ser semejante a él en su muerte, si es que en alguna manera logro llegar a la resurrección de entre los muertos. No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado» (Filipenses 3:10-13).
¿Qué? Pablo, el apóstol dedicado, sacrificado, disciplinado, que lo dio todo por el evangelio, ¿no tiene una seguridad o permanencia de índole espiritual? ¿Acaso aún no considera que posee el don de la vida eterna? Eso es precisamente lo que él afirma. Entonces, ¿qué puede hacer?: «Pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos» (Filipenses 3:13-15).
Lo que Pablo está diciendo es: «Todavía estoy intentando lograrlo. Todavía no lo he alcanzado. Deseo experimentar la resurrección. Aunque estoy luchando en una batalla ya ganada, todavía me esfuerzo. Y si usted es un cristiano maduro, debe experimentar lo mismo». Aun el gran apóstol Pablo vivía con cierta incertidumbre. En ese punto de su vida, no se atrevía a decir «estoy salvo».
Lo que dijo fue: «Una cosa hago». Una cosa.
En la película Vaqueros de ciudad, tres hombres de mediana edad se unen a un arreo de ganado con el propósito de encontrarse a sí mismos. El guión muestra a vaqueros que conducen aquel ganado entre diálogos y filosofías. Uno de ellos afirma que la vida tiene un significado único «y nos corresponde a nosotros encontrarlo».
Los tres protagonistas, personajes citadinos, van descubriendo algunas verdades a medida que se desarrolla la trama. Reconocen qua en aquella empresa de conducir a un rebelde rebaño de ganado está su misión. Uno de ellos encuentra que siempre existe una segunda oportunidad, luego de haber perdido a su esposa y su empleo. Otro, reconoce el valor de la determinación y la persistencia, aun cuando las cosas parezcan imposibles o difíciles de lograr. Los tres aprenden el valor de los compromisos y las obligaciones, y también que las responsabilidades deben ser cumplidas a cabalidad.
Cada uno ellos, de manera paradójica, reconoce que debe estar dispuesto a sacrificar su libertad personal, la autoindulgencia y la gratificación personal para ser realmente libres. Cada uno debe considerar su vida como una pérdida a fin de encontrarla.
Eso fue lo mismo que Pablo hizo, y es precisamente lo que nosotros debemos hacer. Debemos fijarnos un blanco elevado y luchar para alcanzarlo utilizando todas nuestras fuerzas. No es un sentimiento subjetivo de seguridad lo que necesitamos, sino algo objetivo. La seguridad es algo secundario que obtenemos al buscar a Dios. Es como la alegría: si la buscamos de forma directa, puede parecemos difícil de alcanzar; pero si nos dedicamos por entero a amar a los demás, la confianza y la felicidad vendrán como mariposas a posarse en nuestros hombros.
Si por casualidad estamos en busca de una seguridad incondicional, debemos abandonar la tarea. No existe seguridad incondicional, así esté basada en una promesa divina. Aunque parezca insólito, en ocasiones Dios tiene que quebrantar las promesas extendidas a sus hijos desobedientes: «Por eso Jehová, el Dios de Israel, dice: "Yo había prometido que tu casa y la casa de tu padre andarían siempre delante de mí", pero ahora ha dicho Jehová: "Nunca haga yo tal cosa, porque yo honro a los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco"» (1 Samuel 2:30).
¿Conocía usted este texto? Dios tuvo que renegar de su promesa debido a la infidelidad de Elí y de sus malvados hijos. Otro caso: «El ángel de Jehová subió de Gilgal a Boquim, y dijo: "Yo os saqué de Egipto y os he traído a la tierra que prometí a vuestros padres, cuando les dije: 'No invalidaré jamás mi pacto con vosotros, con tal que no hagáis pacto con los habitantes de esta tierra, cuyos altares debéis derribar', pero vosotros no atendisteis a mi voz. ¿Por qué habéis hecho esto? Por tanto, yo también digo: 'No los echaré de delante de vosotros, sino que serán azotes para vuestros costados, y sus dioses os serán tropezadero'"» (Jueces 2:1-3).
Un tercer ejemplo lo encontramos en Números 14: 30. «A excepción de Caleb hijo de Jefone y Josué hijo de Nun, ninguno de vosotros entrará en la tierra por la cual alcé mi mano y juré que os haría habitar en ella».
Las más solemnes promesas y amenazas de Dios pueden ser condicionales. El principio general es expresado por Jeremías: «¿No podré yo hacer con vosotros como este alfarero, casa de Israel?, dice Jehová. Como el barro en manos del alfarero, así sois vosotros en mis manos, casa de Israel. En un instante hablaré contra naciones y contra reinos, para arrancar, derribar y destruir. Pero si esas naciones se convierten de su maldad contra la cual hablé, yo me arrepentiré del mal que había pensado hacerles, y en un instante hablaré de esas naciones y de esos reinos, para edificar y para plantar. Pero si hacen lo malo delante de mis ojos, no oyendo mi voz, me arrepentiré del bien que había determinado hacerles» (Jeremías 18:6-10).
Mi madre solía decir que «toda mujer tiene el derecho de cambiar de parecer». No sé a quién se le pudo haber ocurrido esa idea, pero estoy seguro de algo: Dios sí tiene el derecho de cambiar de parecer. Esta declaración le causaría un patatús a cualquier buen calvinista (esa palabra también me la enseñó mi madre). Pero lo cierto es que en ocasiones Dios cambia los planes que previamente ha anunciado. Además de los pasajes citados, podemos ver 1 Crónicas 21:15 y 2 Crónicas 12:5-7. No me pidan que explique estos textos de una manera lógica. Solo me limito a creer lo que dicen las Escrituras. El hecho es que todo lo que Dios dice tiene condiciones implícitas.
Incluso una promesa irrevocable es condicional. En Romanos 11:29 se nos dice que los dones y el llamado de Dios son irrevocables. Sin embargo, siguen estando sujetos a condiciones. Es decir, son irrevocables, pero condicionados: «En verdad juró Jehová a David y no se retractará de ello: "De tu descendencia pondré sobre tu trono. Si tus hijos guardan mi pacto y mi testimonio, que yo les enseño, sus hijos también se sentarán sobre tu trono para siempre"» (Salmo 132:11, 12).
Aquí Dios hace una promesa irrevocable sobre la presencia de los descendientes de David en el trono, pero únicamente si sus hijos son fieles al pacto. Una continua desobediencia nos apartará del ámbito de las bendiciones prometidas, y borrará nuestro nombre del Libro de la Vida del Cordero (Apocalipsis 3:5).
La gracia de Dios es libre y abundante. Es como el agua fresca a la hora del baño. Si abrimos la llave bajo la ducha, el agua surgirá libre mente para envolvernos con su frescura. De la misma manera la gracia cubre nuestras vidas. No es el resultado de un largo proceso. No lo es en el caso del creyente. El costoso proceso se cumplió en el Calvario. Lo único que debemos hacer es abrir el grifo e invitar a Jesús a que entre a nuestras vidas. De allí en adelante, él se encargará de lo demás. Mientras no interrumpamos el proceso, él completará la buena obra comenzada en nosotros.
Amigo, amiga, ¿qué relación sostiene actualmente con un Dios compasivo y misericordioso? El pasado es sencillamente un prólogo. Las circunstancias cambian. No estamos a merced de un destino o suerte previamente determinados. Hasta ahora, quizá usted haya caminado toda su vida en la luz divina, pero podría así mismo pasar el resto de sus días en la oscuridad en caso de perder la senda de justicia.
Desde luego, esto es algo que también puede funcionar a la inversa. Quizá usted piensa que ha nacido bajo una maldición. Las nubes de tormenta parecen haberlo seguido por todos sus caminos. Tal vez los demás dicen irónicamente de usted que la suerte es su peor enemiga. Usted, o alguien que conoce, puede haberse apartado de la senda de integridad para destacarse en las filas del mal. Pero el destino no está escrito, y el desierto de la vida puede florecer en el momento que Dios envíe su lluvia. Arrepiéntase hoy y cambie su futuro. Las circunstancias cambian. Usted puede ser otro Leví.
Dios envió a Jonás para que le comunicara a Nínive que iba a ser destruida en un plazo de cuarenta días. Sin embargo, eso no sucedió. Nínive cambió su futuro al arrepentirse. Usted también puede hacerlo. Dios nos promete algo: «Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz y no de mal, para daros el fin que esperáis» (Jeremías 29:11). «Yo os restituiré los años que comió la oruga, el saltón, el revoltón y la langosta, mi gran ejército que envié contra vosotros» (Joel 2:25).
El cristianismo se diferencia de las demás religiones en que la gracia de Dios permite hacer un rompimiento con el pasado, mientras que en otras religiones quedamos a merced de nuestro pasado. Quienes tienen un karma malo o negativo, tienen pagar un precio para despojarse de este en alguna vida futura. Pero el cristianismo ofrece una libertad inmediata de la carga del pecado. Nuestro futuro no está predestinado. No estamos sujetos a la gran rueda del karma. Los hechos de la historia no deciden nuestro destino. Al igual que una buena computadora, el cristianismo tiene un botón de «reinicio».
Es posible comenzar todo de nuevo para encontrar nuestro nicho en el maravilloso plan de Dios.
Antes de que Osama Bin Laden se convirtiera en el «enemigo público número uno», el puesto lo ocupaba Manuel Noriega, dictador de Panamá.
Este fue capturado cuando Estados Unidos invadió Panamá en diciembre de 1989. Noriega se entregó luego de pasar varios días refugiado en la embajada del Vaticano. Estados Unidos lo acusó de recibir sobornos millonarios del Cartel de Medellín, dirigido por Pablo Escobar, de lavar dinero proveniente de drogas y de utilizar a Panamá como un puente para enviar estupefacientes a territorio norteamericano.
Mientras Noriega se encontraba en prisión, a principios de enero de 1990, cayó en sus manos un ejemplar del Nuevo Testamento. Luego pidió que un pastor lo visitara. Después de otra visita en julio de 1990, Noriega pidió ser matriculado en un curso bíblico por correspondencia. De ese modo, un nuevo mundo comenzó a abrírsele.
En el año 1992, Noriega estuvo recluido durante seis meses en la prisión federal de Talladega, en Alabama. Estaba confinado en un área de máxima seguridad, y tan solo se le permitía salir de su celda durante una hora diaria. Mi cuñado, Mike Lombardo, un pastor adventista, era capellán de aquella cárcel en ese entonces. Mike supo que Noriega estaba interesado en el evangelio, así que un día le regaló un ejemplar de El camino a Cristo y luego oró con él. Poco después, Noriega le preguntó a Mike si tenía más libros de Elena G. de White. El pastor Lombardo le entregó ejemplares de El Deseado de todas las gentes y de Palabras de vida del gran Maestro. Los libros le agradaron al prisionero, quien luego fue trasladado de nuevo a Florida.
Al poco tiempo, el general Noriega solicitó ser bautizado. Después de muchas trabas legales, el 24 de octubre de 1992 Manuel Noriega fue bautizado en los salones de un tribunal federal en Miami, Florida.
El pastor Clifton Brannon, quien bautizó al prisionero, afirma que se podía sentir la presencia del Espíritu Santo durante y después de la ceremonia realizada. El grupo cantó el himno «Sublime gracia» acompañado de un acordeón y luego se le permitió a Noriega expresar un breve testimonio. El dijo: «Previamente, Jesús era para mí solo una imagen adquirí da del catolicismo, una figura histórica que realizaba milagros. Todo eso cambió el martes 16 de enero de 1990, cuando el Dr. Clift me preguntó en una conversación telefónica (él en Texas y yo recluido en una cárcel preventiva), "¿sabe usted que Jesús lo ama?". Hoy, esto es lo que Jesús significa para mí: El es el Hijo de Dios, quien murió en la cruz por nuestros pecados, que resucitó de la tumba y que está a la diestra de Dios el Padre; alguien que por encima de todo lo demás es mi Salvador, y que tiene misericordia de mí, un pecador».
El general Manuel Antonio Noriega fue encontrado culpable de tráfico internacional de drogas y sentenciado a cumplir cuarenta años en una prisión federal.
Un día, el evangelista Luis Palau visitó a Noriega en su celda en Florida. Noriega le dijo que cuando él ostentaba el poder en Panamá, tres generales estaban por debajo de él y le reportaban los problemas que el país enfrentaba. Ahora, sus posesiones eran una cama, una mesa y una pequeña bicicleta para hacer ejercicios.
Palau le preguntó: «¿General, que piensa hacer cuando salga en libertad?». Noriega le contestó: «He encontrado un nuevo comandante. Cuando salga en libertad, buscaré en esa Biblia que está en mi mesa, preguntándole a mi nuevo general qué debo hacer».
Hace algunos años el general Noriega le escribió una misiva al Ministerio de Rehabilitación Americana (ARM). Entre otras cosas, en ella decía: «Continúo caminando con Cristo. Reconozco que todo tiene su tiempo. Si los seres humanos nos salimos del esquema divino, todo peligra.
»Si alguien intenta hacer una siembra en medio del invierno, mientras la nieve cubre el terreno, nada crecerá. La mitad de los problemas de la vida consisten en que de manera constante tratamos de implementar nuestro propio cronograma. Pero Dios ya lo ha planificado todo.
»Hay un tiempo apropiado para cada cosa. Todos los días al levantarme me repito: "Dios me ama, y tiene un plan maravilloso para mi cuerpo, mi alma y espíritu".
»Que Dios bendiga a cada uno de ustedes con salud física, sabiduría espiritual; y por favor, continúen llevando a cabo su buena obra».
Si Dios pudo salvar a Saulo y transformarlo en Pablo, si él pudo convertir al general Noriega en un humilde cristiano, entonces él puede salvar a cualquiera.
COMPILADOR: Delfino J.