LIBRO COMPLEMENTARIO
Vestiduras de gracias_ De hojas de higueras a un manto de justicia
Capitulo 1
Sígueme
Autor: Tim Crosby
“Sígueme”. Esta fue la primera palabra que Jesús le dirigió a Pedro (Marcos 1:17), y Pedro obedeció. Bueno, excepto en las ocasiones en que dejó de hacerlo, como cuando el ambiente se tornó peligroso y tuvo que abandonar a Jesús en la sala de audiencias de Pilatos.
Antes de que surgiera aquella situación, Jesús había invitado a un joven rico a que abandonara todo y lo siguiera. Aquel prometedor joven titubeó; luego cometió el mayor error de su vida y se alejó con tristeza. Poco después, los demás discípulos se sintieron estimulados a mencionar que ellos habían hecho precisamente lo que Jesús le pedía al joven «Señor, todo lo hemos dejado, por seguirte». Jesús reconoció el sacrificio realizado por ellos: «Y vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en las pruebas» (Lucas 22:28).
Sin embargo, no es así como recuerdo el incidente.
Poco después, durante el juicio de Jesús, la Biblia afirma: «Pero todo esto sucede para que se cumplan las Escrituras de los profetas. Entonces todos los discípulos, dejándolo, huyeron» (Mateo 26:56).
Es difícil encontrar buenos amigos
Abraham Shakespeare era un hombre de escasos recursos, una persona sencilla que se había bautizado en una iglesia en la Florida. Luego, en el 2006, lo golpea una tragedia: Ganó el premio mayor de la lotería. Abraham recibió un premio de ¡treinta millones de dólares! Se olvidó por completo de su salvación. ¿Quién necesita a Dios en esas circunstancias?
Cualquiera diría que ganar treinta millones de dólares en la lotería de la Florida fue lo mejor que pudo haberle ocurrido a Abraham Shakespeare.
En aquel tiempo Abraham trabajaba como ayudante de chofer y vivía con su madre en una zona rural, al este de la ciudad de Tampa. Además, Abraham, que apenas sabía leer y escribir, tenía un pasado criminal, y en su momento se mostró muy generoso para compartir su recién adquirida fortuna.
Abraham descubrió de repente que tenía muchos nuevos amigos que se reunían frente a la casa de su mamá. Lo único que querían era dinero.
Por otro lado, Abraham tenía un viejo amigo llamado Jones que siempre estuvo a su lado. Abraham le dijo a Jones: «Creía que todos ellos eran mis amigos, pero me di cuenta que solo estaban detrás de mi dinero».
Su hermano, Robert Brown, dijo que habría deseado que Abraham no hubiera comprado aquel billete de lotería. Según Brown, él llegó a decir en varias ocasiones: «Me habría convenido más seguir siendo pobre».
Uno de aquellos nuevos amigos se llamaba Dorice Moore. Abraham la conoció en el 2007, poco después de que él había comprado una casa. Dorice se le acercó diciendo que estaba interesada en escribir un libro sobre la vida de él. No pasó mucho tiempo antes de que ella se hiciera parte de la vida de Abraham.
Un día, Abraham desapareció. Sus amigos y familiares tenían la esperanza de que estuviera en alguna playa remota en una isla del Caribe.
La compañía presidida por Dorice Moore, adquirió la casa de Abraham por la suma de $ 655.000 en enero del 2009. La policía afirma que al mes siguiente Dorice ayudó a Shakespeare a establecer una empresa en la que ella estaba autorizada a firmar cheques. Al poco tiempo, Dorice hizo un retiro de un millón de dólares. Moore les dijo a los investigadores que Abraham le había obsequiado esa suma de dinero. Encontraron que ella compró varios vehículos de lujo: un Hummer, un Corvette, una camioneta, y luego se fue de vacaciones. La policía y el periódico Miami Herald, comenzaron a llevar a cabo las indagaciones.
El viernes 29 de enero del 2010, la policía encontró el cuerpo de Abraham Shakespeare sepultado debajo de una losa de hormigón en un patio de una zona rural del estado de la Florida. Había estado desaparecido durante todo un año. El cuerpo apareció en el patio trasero de la casa del novio de Dorice Moore.
Todos necesitamos un buen amigo. «Mejor son dos que uno, pues reciben mejor paga por su trabajo. Porque si caen, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del que está solo! Cuando caiga no habrá otro qué' lo levante» (Eclesiastés 4:9, 10).
Nadie desea estar solo. Pablo, con toda seguridad tampoco lo deseaba. La segunda Carta a Timoteo parece ser la última que escribió, mientras esperaba comparecer por segunda vez ante Nerón. Ser juzgado por Nerón era algo peligroso; y una segunda comparecencia por lo general tenía consecuencias fatales. Así que antes de morir, Pablo le escribe a Timoteo, su hijo espiritual, a quien había dejado a cargo de las iglesias. En su Carta, afirma tres veces que todos sus amigos lo habían abandonado. «Porque Demas me ha desamparado, amando este mundo, y se ha ido a Tesalónica. Crescente fue a Galacia, y Tito a Dalmacia» (2 Timoteo 4:10).
Creo que Pablo fue impactado grandemente por la acción de De-mas. «Oh Demas. ¿Tú también? Yo contaba contigo. ¡Creía que podía confiar en ti!».
Pablo, Lucas y Demas eran muy allegados (Colosenses 4:14). Ellos trabajaron hombro con hombro en la predicación del evangelio junto a Marcos y a Aristarco (Filemón 24). Lo de Demas fue algo decepcionante. Una estocada en el corazón. Un compañero de labores que escogió al mundo en lugar de Cristo.
Pero hubo una nota positiva en medio de todo: Onesíforo. Él llegó en el momento cuando todos se alejaban. «Ya sabes que me abandonaron todos los que están en Asia, entre ellos Figelo y Hermógenes. Tenga el Señor misericordia de la casa de Onesíforo, porque muchas veces me confortó y no se avergonzó de mis cadenas, sino que, cuando estuvo en Roma, me buscó solícitamente y me halló. Concédale el Señor que halle misericordia cerca del Señor en aquel día. Y cuánto nos ayudó en Éfeso, tú lo sabes mejor» (2 Timoteo 1:15-18).
Sin embargo, ni siquiera Onesíforo estuvo presente duran le la primera audiencia de Pablo ante Nerón: «En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon; no les sea tomado esto en cuenta» (2 Timoteo 4:16).
En aquel momento Pablo pudo darse cuenta de lo que Jesús experimentó: Todos lo abandonaron.
Un amigo verdadero es aquel que está presente cuando todos se han marchado. Pablo tuvo varios amigos así. Vemos a Ananías, quien había acudido a ungir y a cuidar de Pablo en momentos de peligro. También tenemos a Bernabé, siempre tan fiel, que llega cuando los demás huyeron. «Cuando llegó a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, pero todos le tenían miedo, no creyendo que fuera discípulo. Entonces Bernabé, tomándolo, lo trajo a los apóstoles y les contó cómo Saulo había visto en el camino al Señor, el cual le había hablado, y cómo en Damasco había hablado valerosamente en el nombre de Jesús. Y estaba con ellos en Jerusalén; entraba y salía» (Hechos 9:26-28).
Hasta los más famosos experimentan momentos de depresión en los que tienen necesidad de un amigo especial. Una de las grandes estrellas del béisbol fue Babe Ruth. Su explosivo bate produjo un total de 714 jonrones. Babe era idolatrado por sus admiradores. Pero con el paso del tiempo, y ya con unas cuantas libras de más, su popularidad comenzó a disminuir. Finalmente, los Yankees lo negociaron con los Bravos.
En uno de sus últimos partidos en Cincinnati, Babe Ruth se encontraba atravesando una mala racha. Se «ponchó» y realizó malas jugadas, lo que provocó que el equipo de los Rojos anotara cinco carreras en una entrada. Mientras Babe se dirigía a la cueva, cabizbajo y desanimado, se escuchó un coro de abucheos y chiflidos entre la fanaticada. Los aficionados sacudían sus puños.
Sin embargo, algo maravilloso ocurrió. Un chico saltó la barda y con lágrimas en los ojos corrió hacia el gran atleta. Sin pensarlo, se abrazó de las piernas de Babe y se aferró a ellas. Babe Ruth lo alzó, lo abrazó y lo colocó de nuevo en la grama. Acariciando suavemente su cabeza, lo tomó de la mano y ambos salieron del terreno de juego.
El padre de uno de los miembros de mi iglesia se dedicaba a la venta de autos. De hecho, me vendió uno en cierta ocasión. Una vez tomó dos Jeeps chocados y de los dos hizo uno nuevo. Varios años después enfrentó una injusta demanda judicial de parte de un cliente que después de comprar un carro no quería pagarlo. Su hijo me preguntó si estaría dispuesto a acudir al juicio con el fin de brindarle apoyo moral.
El día de la audiencia acudió un pequeño grupo de amigos con el fin de apoyarlo, aunque no figuraban como testigos. No sé si todo aquello tuvo peso alguno en el veredicto final, pero sí estoy seguro que para él fue algo de importancia.
¿Sabes algo? Para conseguir amigos de ese tipo, debes comenzar actuando en forma semejante. Ser uno de ellos.
Aunque todo amigo terrenal falle, siempre podrás encontrar un amigo en Jesús. Él es un amigo «mejor que un hermano» (Proverbios 18:24). Él es un amigo con quien siempre podemos contar. Después de todo, él pagó tu deuda, por lo que no se dará por vencido fácilmente. Él es persistente.
La mayor parte de la gente hace sus compras en el supermercado y luego las llevan a casa. De hecho, si las olvidan regresarán a buscarlas. Nadie paga por sus compras con el fin de dejarlas en la caja registradora. Eso sería algo tonto. Dios no es tonto. Si él pagó por ti, va a asegurarse que no te le escurres por entre los dedos. Él tiene planes de llevarte de vuelta a casa: «Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra la perfeccionará hasta el día de Jesucristo» (Filipenses 1:6).
Un amigo genuino es aquel que está presente cuando todos se han marchado. Al hablar de justificación, estamos sencillamente diciendo que el Señor es ese tipo de amigo. Esta es una buena noticia, porque esa es la clase de amigos que necesitamos. Jesús le dijo a un grupo de desertores: «Y vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas». Pero poco después lo abandonaron en el momento que le celebraban juicio.
Pero él no los abandonó. Jesús no se les apareció luego de su resurrección para decirles: «Ustedes son unos miserables desertores. A ustedes se les dio una oportunidad. No necesito amigos como ustedes. Puedo encontrar discípulos mejores en cualquier lugar».
Nadie lo habría criticado por actuar así. Jesús deseaba cambiar al mundo, y para lograr esto escogió a un deficiente grupo. Uno de ellos lo traicionó. Al ser tomado prisionero, el resto lo abandonó, dándose a la fuga (Marcos 14:50). El jefe del grupo negó conocer al Maestro (Marcos 14:66-72). El grupo entero pasó el fin de semana escondido en una habitación, por temor a los judíos (ver Juan 20:19).
Sin embargo, Jesús les concedió una nueva oportunidad. Algo impresionante sucedió.
Pocas semanas después, encontramos a aquel disímil grupo enfrentando a los asesinos de Jesús y haciendo reclamos. De algún modo pudieron en ese breve tiempo, convencer a miles de judíos respecto a su increíble testimonio, incluyendo a sacerdotes, fariseos y saduceos (ver Hechos 15:5; 6:7). ¿De dónde sacaron aquella confianza? ¿Cómo podemos explicar la resurrección de los discípulos? Las cárceles no los podían encerrar; las amenazas no los intimidaron; los azotes no los detuvieron (ver Hechos 5). Los dirigentes judíos estaban asombrados respecto a aquella muestra de valor y se sintieron intimidados por los milagros (Hechos 4:13-22).
Todo gracias a que aquel grupo se le concedió una segunda oportunidad. Sin dudas, gracias también a muchas segundas oportunidades. Cuando el Espíritu Santo tomó posesión de ellos, la iglesia literalmente despegó.
El asunto es que Dios nos declara justos, aun cuando somos injustos. Él murió por aquellos desertores, e incluso por nosotros, aun cuando estábamos enemistados con él: «Pero Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Con mucha más razón, habiendo sido ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira, porque, si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida» (Romanos 5:8-10).
Jesús fue nuestro amigo aun antes de que lo mereciéramos. En eso consiste la justificación. Justificación es el trato que recibimos de parte de Dios, como si ya fuéramos lo que en el futuro podríamos llegar a ser. Es como traer el futuro al presente. De esa forma podremos encontrar un lugar en el cielo (Efesios 2:6), aun cuando estemos de capa caída.
La gente necesita un amigo en los momentos que menos merece tenerlo. Jesús es ese amigo. Él no nos abandona. Él ha prometido: «Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora, pues él dijo: "No te desampararé ni te dejaré"» (Hebreos 13:5). En ocasiones pareciera que Jesús no está presente. Nos sentimos desamparados, pareciera como que también el sol se ha esfumado. Pero él está allí.
Mary Stevenson nació el 8 de noviembre de 1922 en un suburbio de Chester, Pensilvania. Su madre murió cuando ella tenía seis años. En medio de la Gran Depresión su padre tuvo que criar a sus hijos sin ayuda. Mary vivió en medio de dificultades. Durante su adolescencia escribió un poema que se inspiraba en las diferentes cosas que habían afectado su vida. Ella quiso compartirlo con otras personas que quizá vivieron algo similar.
El título de aquel poema es «Pisadas en la arena». A continuación presentamos una versión en español del original.
Una noche soñé que caminaba por la playa
junto al Señor.
Muchas escenas de mi vida aparecieron
en el cielo.
En cada una de ellas noté que había pisadas
en la arena.
Algunas veces se veían dos juegos de pisadas;
mientras que en otras ocasiones,
solo había un juego de ellas.
Esto me preocupó porque noté
que en ciertos momentos de mi vida,
cuando me embargaba la angustia,
penas o sentimientos de derrota,
tan solo veía un juego de pisadas.
Por lo que le dije al Señor:
«Maestro, tú me prometiste que si te seguía,
siempre estarías a mi lado.
Pero he notado que durante los períodos
más difíciles de mi vida tan solo ha habido
un juego de huellas en la arena.
¿Por qué cuando te he necesitado más,
no has estado allí para ayudarme?
El Señor respondió:
«Las veces en que has visto únicamente
un juego de pisadas en la arena
ha sido porque te llevaba en mis brazos».
A los dieciséis años Mary se casó con un hombre que abusaba de ella. Debido a eso huyó junto con su hijito, y se refugió en una reserva indígena en las afueras de Claremore, Oklahoma. Más adelante, perdió a su hijo y pasó varios años tratando de recuperarlo.
Volvió a casarse alrededor de 1950, con un caballero llamado Basil, alguien a quien llamó «el amor de su vida». Fue en aquel tiempo que ella vio por vez primera «Pisadas en la arena» en forma impresa, un poema que se le atribuía a un «autor anónimo». Varios abogados le aconsejaron que no intentara atribuirse la autoría del poema ya que no poseía prueba alguna al respecto. Luego le tocó luchar con la polio, y más tarde su esposo sufrió un grave accidente.
En enero de 1980, su esposo falleció a causa de un problema cardiaco. En ese tiempo decidió mudarse de la casa que había compartido con su familia durante veinticinco años. Mientras hacían los preparativos de la mudanza encontró una vieja maleta llena de poemas que había ido escribiendo a través de los años. Entre otras cosas, halló una copia manuscrita del poema «Pisadas en la arena», fechada en 1939. Utilizando ese documento pudo reclamar la autoría del mismo, y un experto determinó la validez del documento. Mary Stevenson murió en 1999.
Quienes permanecen al lado de Jesús nunca estarán solos.
Recuerda lo que Jesús les dijo a sus discípulos: «Y vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas». Bien, esa es la forma en que funciona la justificación. Jesús ve lo mejor que hay en nosotros. Nuestro potencial lo reconocerá aun antes de que nosotros mismos podamos identificarlo, si es que permanecemos en él. Él les dijo a los desertores por adelantado, «ustedes habéis permanecido conmigo». Jesús los consideró como siervos fieles antes de que en realidad llegaran a serlo. Con el tiempo, dieron evidencia de lo que él les atribuyó.
Unas pocas noches después de su apostasía, Pedro se fue de pesca. Regresó a su vida anterior. Quizá podría hallar seguridad en aquello que sabía hacer. Quizá no tenía el talento para vivir una vida de fe.
Mientras los peces se movían en el agua y Pedro cavaba en cementerio de sus remordimientos, el Señor se manifestó. El sorprendido Pedro se despojó de su ropa y saltó al agua desde el bote, con el fin de encontrarse con Jesús en la orilla.
Por primera vez, en aquella ocasión, Pedro no encontró palabras para expresarse. Todos los discursos que había ensayado con el fin de excusar su comportamiento, no afloraron. Parecía no estar en capacidad de ordenar sus ideas. Por lo tanto, Jesús dio inicio a la conversación:
—Pedro, ¿aun me amas?
—Señor, tú sabes que te quiero.
—Entonces, apacienta mis ovejas.
Luego Jesús repitió las mismas preguntas una vez más. Tres veces, una por cada negación de Pedro.
Al fin, mientras el fuego chisporreteaba a sus pies, mientras las olas lamían las orillas y el cielo oriental comenzaba a teñirse con los festones de la aurora, la esperanza comenzó a renacer en el corazón de Pedro.
—Sígueme.
Compilador: Delfino J.