Libro complementario
Capitulo 3
Ana: Cómo aprendedora de ser alguien
La historia de Ana es muy íntima. A continuación presentamos una entrevista imaginaria con esta mujer tan especial.
Pregunta: Ana, ¿qué importancia tienen los hijos en su cultura?
Respuesta: Toda nuestra cultura gira alrededor de los hijos. ¡Es que somos los hijos de Israel! Cuando hace mucho tiempo Dios hizo un pacto con nuestro padre Abraham, la promesa tenía que ver con los hijos. Él le aseguró a Abraham que seríamos tan numerosos como la arena de la playa o las estrellas del firmamento, y que nos daña esta tierca como herencia eterna. Creo que cada uno de nosotros se considera un eslabón de una cadena viva que se extiende por todas las generaciones desde Dios hasta Egipto, continúa a través del peregrinaje por el desierto y alcanza la Tierra Prometida. Esa cadena viva se extiende a través de nosotros hacia las generaciones futuras que quieran formar parte del pacto. Cada familia tiene una parte de la Tierra Prometida así como tenemos una parte de la promesa de Dios. Así que, una pareja que no tenga hijos a quienes transmitir la tierra se enfrenta a un triste destino. ¿Se imagina que después de tantas generaciones la cadena se termine en usted? Habría fracasado miserablemente en lo más importante de la vida. Habría roto la cadena viva de la promesa que Dios hizo a Abraham para todas las generaciones. Además, surgen las preguntas prácticas de todos los días: ¿Quién trabajará la tierra cuando seamos demasiado viejos? ¿Quién cuidará de nosotros en la vejez?
Pregunta: Entrando en un ámbito más personal, díganos qué siente de ser estéril.
Respuesta: Me siento inútil. Le he fallado a Elcana. Lo que para los demás llega de manera natural, para mí es prácticamente imposible. Todas mis amigas empezaron a tener hijos y pronto fui la única que no tenía un bebé. Ya no formaba parte de su mundo. Los que me rodeaban se sentían incómodos. Mes tras mes mi esposo me miraba con expectación y yo tenía que negar en silencio. Finalmente, acabó por tomar otra esposa. Esa noche en la cama lloré desconsolada. Aunque Elcana era amable y cariñoso conmigo, nunca volvió a ser lo mismo. Pronto, Penina alumbró a un hijo y puso de manifiesto el hecho de que el problema de tantos años era yo, y no mi marido. Pensé que hasta entonces había sido desdichada. Ese fue el principio de una verdadera agonía para mí. Penina tiene mil maneras de decirme que yo no era deseada: en la mirada, en la entonación y en las conversaciones privadas que ella hacía que yo escuchara furtivamente. Soy como una extraña, una forastera, una enemiga de mi propia casa. Lo único que me queda es Dios, aunque a menudo me pregunto por qué él me hizo estéril. ¿Acaso es el castigo por algún pecado oculto? ¿Quizá no me considera digna de formar parte del pueblo del pacto? ¿O es que no me ama?
Personajes
Ana: En hebreo, Ana significa «gracia favorecida», lo que irónicamente es un contrasentido si tenemos en cuenta que era estéril. Ana era una mujer paciente que había soportado años de provocaciones y dudas sobre si debía endurecerse o amargarse. Su fe en Dios, a quien durante muchos años no pudo ver que obraba de manera activa a su favor, hace que su personaje permanezca en vela durante toda la historia. Ella está dotada para la poesía y usa ese don para alabar a Dios con elocuencia. Es uno de los muchos personajes bíblicos que no pudieron concebir de manera natural y que tuvieron un hijo de manera milagrosa. Tal vez a causa de las circunstancias de sus nacimientos, esta clase de hijos siempre son cualquier cosa menos corrientes. En el caso de Ana, su relación con Samuel no terminó al dedicarlo al Señor o cuando él se fue de la casa. Día tras día lo envolvía en oraciones mientras cada año preparaba algo especial para él. Ana obtuvo una rica recompensa por el presente que le hizo a Dios: tuvo más hijos (1 Samuel 2:21).
Elcana: Su nombre significa «Dios ha creado/tomado posesión». El autor bíblico nos da una extensa genealogía de Elcana que nos ayuda a establecer su linaje, le da al relato un punto de referencia histórico (mediante el cual el lector puede comprobar los hechos) y nos habla de raíces importantes. La genealogía también insinúa lo que se perdería de no haber heredero. En 1 Crónicas 6:27, 34 se sugiere que con toda probabilidad se trataba de un levita que vivía en el territorio de Efraín, lo que haría que el servicio de Samuel en el tabernáculo fuera incluso más legítimo. Elcana intentó mantener la paz entre sus dos esposas, aunque él también era víctima de la situación.
Al igual que Abraham y Sara, Elcana también es un buen ejemplo de alguien que hace las cosas a su manera y toma una segunda esposa. Elcana está comprometido con la adoración del Señor y asiste fielmente al peregrinaje anual al tabernáculo. También apoya el voto de Ana, ya que el voto de una mujer casada tenía que ser ratificado por su esposo.
Penina: Este es el personaje de la historia que transforma una situación desdichada en una mala situación. Cuando llega a la casa sin hijos de Elcana y su primera esposa Ana, a pesar de dar a luz a varios niños, no está satisfecha. Se dedica a hacer que la vida de Ana sea miserable. Incluso durante las fiestas religiosas más importantes no deja de aterrorizarla.
Elí: Elí es un personaje lleno de contrastes. Él pudo haber sido uno de los líderes más poderosos y eficaces de Israel, pero en realidad era débil e ineficaz. Elí tiene un corazón amable y tierno como el de Ana, pero su amor paternal lo controla, lo que lo lleva a ser excesivamente indulgente con sus hijos (1 Samuel 2:29). Elí opta por evitar los conflictos en la educación de los hijos. Aunque la adoración a Dios era el centro de su vida, sus hijos se habían convertido en sus ídolos. Esto contrasta con la actitud de Ana, quien estaba dispuesta a entregar su amado y largamente esperado hijo a Dios y su servicio aun cuando ello significara que solo lo podría ver una vez al año.
Samuel: Samuel es el personaje más joven de la historia y aparece solo hacia la mitad de la narración. Con todo, es muy importante. Él es el testimonio vivo de que Dios escucha nuestras oraciones. La vida de Samuel demuestra que la adoración no es solo cosa de adultos. Él de niño sirve y adora a Dios. Aprende a servirlo y a participar, no solo como espectador, sino como un actor más de la adoración. La Biblia afirma que «el joven
Samuel iba creciendo y haciéndose grato delante de Dios y delante de los hombres» (1 Samuel 2:26). Siglos más tarde, esta declaración tendría un eco en la descripción de la infancia de Jesús (Lucas 2:52).
Información sobre el contexto
El periodo de tiempo que transcurre entre el establecimiento de los israelitas en Canaán y la coronación del primer rey cubre aproximadamente 350 años. Fue una época llena de claroscuros, de altibajos, en la que se repite un patrón: Israel se olvida de la Ley de Dios y sus poderosos actos del pasado, adora a ídolos y es vencido por uno de sus poderosos vecinos. Cuando toca fondo, se vuelve hacia Dios y pide ayuda. Dios hace surgir a un juez para liberar al pueblo y dirigirlo en su camino de vuelta al redil. Tan pronto como desaparece la generación del juez, la siguiente cae de nuevo en la idolatría y el ciclo vuelve a empezar.
El último juez conocido antes de la llegada de Elí fue Sansón, el fortachón débil. Aunque con él Israel vivió un momento de cierto respiro dado que se llevó por delante a un buen número de líderes filisteos en su último acto de juicio, no se dio un verdadero reavivamiento. Israel estaba sumido en el caos religioso, político y social. Cada uno hacía lo que realmente quería (Jueces 17:6). El culto a Dios estaba comprometido. Los hijos de Elí eran «hombres impíos» (1 Samuel 2:12) y los que servían en el tabernáculo parecían haber olvidado de qué se trataba el sacrificio, pues pensaban solo en su propia ganancia. En el horizonte no se veía ninguna autoridad centrada en la persona de un juez fuerte. El panorama era sombrío.
Acción
A primera vista, la trama de esta historia parece sencilla. No es un argumento cargado de acción en el que intervienen reyes y hay batallas decisivas que cambiarán el curso de la historia. Se trata de la historia de una mujer estéril que se enfrenta a sus problemas, que ora pidiendo un hijo, y que cuando recibe el hijo durante tanto tiempo anhelado lleva a cabo la más desconcertante acción: lo devuelve a Dios. Con todo, esta sencilla narración nos habla de la manera en que Dios vela historia. Si bien podemos pensar que los hombres que hacen grandes cosas son los que escriben la historia, el relato de la historia de Ana demuestra que el modelo de una vida cotidiana, común y corriente, no está exento de importancia. Nuestra vida, nuestros problemas y nuestros anhelos son importantes para Dios. La vida de cada uno de nosotros, incluso la de los aparentemente más insignificantes, está entretejida en el gran tapiz de la historia diseñado por Dios, y traerá un fruto significativo a la luz de la eternidad. La mujer estéril, abrumada por su dolor personal y el sacrificio, no tenía manera de saber que el hijo que entregaba a Dios sería un gran profeta y un juez que dejaría una marca inequívoca en el transcurso de la historia de Israel.
Tal vez por tratarse de una vida común vivida por gente común, en la mayor parte de la acción se producen situaciones comunes. La acción que se desarrolla entre las colinas de Efraín y el tabernáculo es el marco de la historia (1 Samuel 1:3), lo que representa un inicio singular para un libro bíblico. Aunque el libro se enfoca en grandes movimientos nacionales e internacionales, la narración comienza en un ámbito muy personal e íntimo, con una esposa desesperadamente desdichada a causa de su esterilidad. El lector es rápidamente involucrado en la cotidianidad de esta familia, lo que nos lleva al tabernáculo. Ante la provocación constante de Penina y el aparente silencio de Dios, Ana empieza a orar. Su oración es tan viva, que Elí presupone que está ebria. La buena noticia para nosotros es que los actos de Dios no quedan confinados a su tabernáculo. Dios actuó en casa de Ana y nació Samuel. Luego regresamos al tabernáculo junto a Ana, el pequeño Samuel y Elcana, donde la primera cantará un maravilloso canto de alabanza. En la historia, Ana pasa de ser víctima a ser vencedora.
En profundidad
En esta sección nos enfocaremos en el canto de alabanza que Ana entona cuando trae al pequeño Samuel al tabernáculo. En los tiempos bíblicos, la música no se hacía con fines comerciales como hoy en día, en que la gente colabora para producir discos que tienen que ser distribuidos en fechas determinadas. Los cantos bíblicos no se creaban por encargo, sino que surgían en respuesta a una circunstancia particular de la vida. Muchos de los cantores (y por lo tanto, autores de los cantos) eran mujeres. El contexto del canto de Ana es sobrecogedor: La madre entrega lo que siempre deseó, un hijo, para que se quede en el santuario bajo la custodia y el cuidado de un anciano y sus perversos hijos, quienes «no tomaban en cuenta al Señor» (1 Samuel 2: 12, NVI). A pesar de todo, ella canta.
En realidad, su canto es un salmo de fe que mira más allá de lo visible para ver lo invisible, un mundo al revés. El canto de Ana está colmado de iconografía militar, lo que es un eco del tema de la gran controversia. Este empieza y termina con el Señor levantando un cuerno. En poesía, el cuerno solía usarse como símbolo de fuerza (Salmo 18:2; 148:14).
En 1 Samuel 2:2 se enfatiza el hecho de que Dios es incomparable y único. Nos encontramos en una época de idolatría nacional, y la gran mayoría de los israelitas ven a Dios como uno más entre muchos otros dioses. Sin embargo, Ana se da cuenta de que Dios es especial. Él no está atado a una función o a un lugar específico, ni está obligado a seguir nuestras reglas del juego. Más bien, nos invita a que desaprendamos las reglas de la vida tal como las solemos vivir y reaprendamos a ver la vida desde el punto de vista divino. Él nos invita a acudir al refugio de la Roca. Como descripción de Dios, la roca simboliza la protección y la fuerza, por lo que tiene un significado mesiánico.
El versículo 3 comienza con una advertencia contra el orgullo y la arrogancia. Estas actitudes muestran que quien habla no sabe con quién está tratando y no se ha apercibido de la verdadera grandeza de Dios. Una de las primeras cosas de las que tenemos que darnos cuenta en presencia de Dios es de la necesidad de ser sinceros. No hay nada que pueda impresionar a Dios. Él nos conoce y sabe nuestros motivos. «A él le toca pesar las acciones» (versículo 3).
El versículo 4 nos presenta una imagen militar. Los miembros más temidos de un ejército eran probablemente los arqueros, ya que una potente barrera de flechas era capaz de cerrar el paso a un gran ejército en orden de avance. Pero aquí tenemos la imagen contraria. El poder superior en la batalla no significa nada para Dios. Para él, quebrar los arcos de los guerreros es cosa sencilla. Él puede fortalecer a los que se tambalean y que están prácticamente derrotados. Generalmente, la respuesta de Dios no es una muestra súbita de un poder de ataque superior, sino la persistencia imposible que él otorga a su pueblo (Isaías 40:31; 42:3). Tal vez uno de los mayores milagros que Dios obra en nosotros es nuestra capacidad de seguir avanzando ante las pruebas o las dificultades de la vida cada vez que echamos mano de su poder. El poder de Dios se perfecciona en nuestra debilidad cuando permitimos que él brille a través de nuestro quebranto.
De una imagen de guerra, la canción de Ana pasa a otro momento de crisis, como una hambruna o una sequía (versículo 5). Aquellos a quienes las cosas siempre les fueron bien ahora se encuentran en serias dificultades y tienen que venderse como esclavos para conseguir el sustento más básico.
Algunas de las humillaciones sobre las que Ana canta y el cambio de roles están presentes en la historia que relata Jesús mil años más tarde de un joven rico que jamás pensó demasiado en las cosas básicas, como qué comería. Este joven se marcha a un país extranjero, despilfarra su dinero y acaba sufriendo un hambre tan atroz, que termina trabajando cuidando puercos. Su hambre era tal, que llegó a considerar comer la basura que se echaba a los cerdos (Lucas 15:13-17).
En el canto de Ana, los que estuvieron hambrientos son saciados, pues Dios los satisface. Quizá sean como el hijo pródigo, que regresa a casa y es homenajeado en un banquete totalmente inmerecido. Quizá sean como uno de los pobres, ciegos o tullidos que son invitados al banquete del rey en lugar de los ricos e influyentes que no necesitan el banquete real (Lucas 14:21).
Del hambre y el banquete, Ana pasa a la que es quizá la parte más personal de su canto. Los muchos años de esterilidad y la consiguiente vergüenza que esa esterilidad hizo recaer sobre ella, debieron iluminar la mente de Ana al cantar sobre una mujer que había sido estéril pero que ahora ha alumbrado a siete hijos. En ese momento Ana solo tiene un hijo y se encuentra en el tabernáculo para entregarlo al Señor; pero ella ha conocido el milagro y sabe qué sabor tiene, porque Dios ha obrado en su vida. Ella escoge el número siete (que a menudo en las Escrituras indica la perfección) para describir la plenitud de las obras de Dios. El Señor le ha concedido a la mujer estéril el número de hijos perfecto o completo, mientras que la mujer que en contraste parecía tenerlo todo (el versículo 5 nos dice que tenía muchos hijos) desfallece. Tiene muchos hijos, sí, pero la seguridad, la felicidad y el honor que se supone que conllevan no la alcanza porque no son un don de Dios.
El versículo 6 hace énfasis nuevamente en la forma en que Ana ve su mundo. Dios es omnipotente y está a cargo de todo. Para el lector moderno la expresión inicial: «Del Señor vienen la muerte y la vida» (NVI) puede parecer extraña, ya que solemos pensar que la muerte es algo que procede de Satanás. Pero para Ana y la mentalidad hebrea de la antigüedad no había diferencia entre lo que se permite y lo que se hace de manera activa. Es decir, si Dios tiene el poder para impedir algo y aun así permite que suceda, entonces él está tomando parte activa en la situación. Nótese cómo el Señor usa las cosas negativas de la vida para enseñar algo, y una vez que se ha aprendido la lección de dependencia de él, se deleita en sentar a los pobres y necesitados con los príncipes, permitiéndoles heredar los tronos de honor. Una de las claves en la historia de Ana es el «cambio de nimbo». Ella parece haber entendido que una vida con Dios no es siempre coser y cantar, que el dolor tiene un propósito y el cielo es el destino final. Nadie se salva y va al cielo por méritos propios. Más bien, los salvados sabrán que son pródigos rescatados de la porqueriza.
El canto de Ana continúa, afianzando la autoridad de Dios como Creador y Juez (versículos 8-10). Ella se da cuenta de que para vivir, el único medio posible es escoger estar de parte de Dios. Sabe que esa elección le traerá maravillosas recompensas en el futuro. Con todo, también es consciente de que la única manera de tener éxito ante los constantes cambios de la vida cotidiana es a través del poder de Dios. El canto de Ana lleva a todas las víctimas desvalidas la buena nueva de que al final siempre prevalece la justicia. El Mesías profético, el Rey ungido, el Juez justo de toda la tierra, viene.
El canto de Ana se destaca especialmente por ser entonado en el tiempo de los jueces, en el que parecía que los malvados triunfaban valiéndose del asesinato y ni aun los mejores estaban libres de defecto. Tal vez el mundo de Ana se parecía mucho al nuestro. Tal vez, nosotros también podamos cantar con el poder de Dios mientras esperamos que prevalezca la justicia.
Respuestas
La visión bíblica del mundo no separa a la fertilidad, los hijos, o la familia, de la religión y la adoración. Sin embargo, a diferencia del concepto dominante de la época, la Biblia no considera a la infertilidad como un castigo de Dios por haber cometido una falta. Queda claro que Dios puede hacer que las personas infértiles tengan descendencia. En el registro bíblico, cuando Dios impide directamente que alguien tenga hijos, siempre es porque planea un nacimiento especial y desea destacar el acontecimiento y la persona haciendo que la concepción y el alumbramiento sean fuera de lo común.
Quizá todo este asunto de la infertilidad puede apreciarse mejor en la respuesta que dio Jesús a sus discípulos en relación al ciego de nacimiento. En esos tiempos se creía que la ceguera, así como la infertilidad, eran castigos directos de Dios por los pecados personales. Los discípulos le preguntaron a Jesús quién había pecado: si el hombre que era ciego de nacimiento o sus padres. Jesús respondió: «No es que pecó este, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él» (Juan 9:3). Por lo tanto, la infertilidad no es en lo absoluto un castigo hacia una persona o una pareja. La infertilidad no formaba parte del plan original de Dios, pero al igual que la ceguera, las deformidades congénitas, el cáncer, o el VIH, nos recuerda que vivimos en un mundo lleno de pecado. Muchas veces esas condiciones son ciertamente consecuencias de nuestras elecciones, pero a Cristo no le interesa sobre quién recae la culpa, y tampoco debería interesarnos a nosotros. Allí donde los discípulos solo veían problemas, Jesús veía posibilidades. Podemos mostrar el poder de Dios en nuestras vidas. Él promete que serán ricas, fértiles y completas, tengamos hijos o no.
Reacción
Chantal: La vida de Ana hace que vea mi mundo con otros ojos. La sociedad parece decirme que para tener algún valor como mujer tengo que ser delgada, joven, bella, una mujer de negocios o tener un título universitario. Me parece maravilloso que se me asegure que no necesito un título académico para ser alguien especial. No tengo que ser la primera en nada para que mi vida tenga valor. Si Ana encontró que su valor residía en Dios, yo también puedo hacerlo. Dios escucha mis oraciones y las responde.
Gerald: El compromiso de Ana con su promesa me maravilla. Yo como padre me lo habría pensado dos veces antes de enviar a mi hijo a un entorno que obviamente no era seguro, ni espiritualmente edificante (1 Samuel 2:12-17). ¿Cuántas veces he justificado el abandono de un compromiso? Me pregunto si una pequeña mirada detrás del velo que separa esta tierra del reino de los cielos podría ayudarme a confiar más en el poder y la fuerza del amante y cariñoso Padre celestial. ¿Cuándo fue la última vez que vi la supremacía de Dios y su control sobre mi entorno tan claramente que no tuve más remedio que estallar en cantos y gozarme en el Dios que sostiene el universo en la palma de su mano? ¿Cuándo fue la última vez que le sucedió esto a usted, querido lector?
Véase, por ejemplo, Sara (Génesis 16:1; 17:17), Rebeca (Génesis 25:21), la esposa de Manoa (Jueces 13:2) y Elizabeth (Lucas 1:7),
Lo más probable es que esto sucediera hacia los cuatro años de edad, en el momento en que se interrumpió la lactancia. (1 Samuel 1:23, 24).
Elena G. de White nos dice: «Cuando se separó de su hijo no cesó la solicitud de la madre fiel por el niño. Era el tema de las oraciones diarias de ella. Todos los arios le hacía con sus propias manos un manto para su servicio; y cuando subía a Silo a adorar con su marido, entregaba al niño ese recordatorio de su amor» (Patriarcas y profetas, p. 556).
Con todo, no debió haber sido tan duro consigo mismo. Tomar una segunda esposa en caso de esterilidad de la primera era la norma cultural de su época. Sin embargo, el conflicto doméstico destaca el hecho de que las normas culturales que no siguen los planes de Dios acaban en infelicidad.
Según Números 30:10-15, el esposo tenía derecho de veto sobre los votos de su esposa. Nótese el interesante vínculo hacia los votos. En 1 Samuel 1:21 se declara que Elcana iba a adorar cada año para cumplir un voto; sin embargo, no se dice de qué voto se trata. De acuerdo con la prueba de Números, bastaba solo con que Elcana permaneciera en silencio al escuchar el voto de su esposa para que este quedara validado. Sin embargo, Elcana va más allá. Él no guarda silencio, y confirma el voto de su esposa en 1 Samuel 1:23.
Su excesivo afecto por sus hijos lo llevó a no querer ver su evidente sacrilegio y la constante vergüenza que estos traían al culto de Dios (1 Samuel 12-17).
Miriam dirige a las mujeres de Israel en un canto después de haber sido testigos del poder y la protección increíbles de Dios en el Mar Rojo (Éxodo 15:1-19). Numerosos compositores se han inspirado en el Magníficat de María (Lucas 1:46-55).
Véase por ejemplo, Deuteronomio 32:4; Salmo 118:22; Isaías 28:16; Mateo 21:42; Marcos 12:10; Efesios 2:20 y 1 Pedro 2:4. Cf. Samuel Terrien «The Metaphor of the Rock in Biblical Theology» [La metáfora de la roca en la teología bíblica] en God in the Fray: A tribute to Walter Brueggemann [En la batalla con Dios: Homenaje a Walter Brueggemann] Ed. Timothy K. Beal y Tod Linafelt (Minneapolis, Minnesota: Fortress Press [1998]), pp. 157-171.
Esta revelación de lo que hay realmente en él produce la reacción de Job cuando se encuentra con Dios: «Así hablaba yo, y nada entendía; eran cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía [...] De oídas te conocía, mas ahora mis ojos te ven. Por eso me aborrezco y me arrepiento en polvo y ceniza» (Job 42: 3-6).
Elena G. de White afirma que «las palabras de Ana eran proféticas, tanto en lo que tocaba a David, que había de reinar como soberano de Israel, como con relación al Mesías, el ungido del Señor» (Patriarcas y profetas, p. 556).
La única excepción parece ser el caso de Mical, la esposa de David, aunque no está claro si el juicio pronunciado por David es una indicación de que Dios la estaba castigando realmente con la infertilidad, o si David ya no dormiría más con ella.
Véase, por ejemplo, a Sara, quien a la edad de 90 años dio a luz a Isaac, el hijo de la promesa dada muchos años atrás; o a Rebeca, quien pudo concebir sólo después de una oración de intercesión especial y dio a luz gemelos. Compárense también las historias de Raquel, amada pero estéril (finalmente dio a luz a José y a Benjamín), o a la esposa de Manoa, que dio a luz al juez Sansón después de que la visitara un ángel. En el Nuevo Testamento se nos habla de Elisabeth, la madre del mayor de los profetas (Juan, el Bautista), quien fuera el precursor del mismo Jesús.
Esto era precisamente lo que desconcertaba a los discípulos. Un recién nacido no podía haber tenido ocasión de pecar. ¿Por qué, pues, era castigado? Si quienes habían cometido el pecado eran sus padres, ¿por qué, pues, debía cargar él con la culpa?
Compilador: Delfino J.