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Capítulo I

Relatos e historia

Los personajes secundarios
de la Biblia y el atractivo de la narración

No es fácil definir a algunos personajes secundarios de las Escri­turas, especialmente si estos aparecen en textos antiguos, de difí­cil comprensión y con un contexto cultural tan ajeno al nuestro.
Hay algunos, sin embargo, que también están muy cerca de nuestro corazón. Podemos identificarnos con ellos. Parecen estar más próximos a nosotros y a nuestra visión de la existencia, especialmente si no vivi­mos en la Casa Blanca o en el Palacio de Buckingham y si nuestro nom­bre no aparece en la primera plana de los diarios o en las páginas cen­trales de las revistas.
Cada vez que alguien comienza a narrar un relato en casa, nuestras tres niñas guardan silencio y prestan mucha atención. Ellas absorben cada palabra y están ansiosas por asimilar todos los detalles. A veces hacemos el papel de abogados del diablo, interrumpiendo de manera abrupta la narración y cambiando el tema de la conversación a otro completamente distinto. Les puedo asegurar que a nuestras hijas esto no les gusta en absoluto. Ellas necesitan saber qué sucedió. Estas narra­ciones generalmente nos sirven de marco para una reflexión profunda y la transmisión de valores importantes.
Al parecer, con los adultos no es muy diferente. Aunque han apren­dido a disimular su deseo de conocer el resto de la historia, cuando se ofrece la narración infantil en la iglesia, son todo oídos. Algunos de los mejores maestros que tuvimos en la Escuela Sabática eran aquellos que ofrecían un buen relato que cautivaba desde el primer momento. El mismo Jesús fue un verdadero maestro en este sentido. Sus parábolas, un género de la narración empleado para enseñar una o dos ideas bá­sicas que no se basan necesariamente en un acontecimiento específico, fueron poderosas herramientas para la enseñanza. Estas desarmaban a los que estaban confabulados para destruirlo, llegaban a un amplio abanico de personas procedentes de los distintos caminos de la vida, y abrían las puertas para una profunda reflexión teológica.
A lo largo de la historia, los relatos bíblicos han ocupado un lugar importante en la vida de las personas, y nuestra época no escapa a esta realidad. Tal vez este libro le haya llamado la atención por estar usted interesado en las historias de algunos de los personajes secundarios de las Escrituras.
Pero, ¿cuál es la relación que puede haber entre una fábula y una historia? ¿Podemos confiar en textos que con toda claridad son obras maestras de la literatura, claramente estructurados y pensados al deta­lle? ¿Describen estos libros un acontecimiento histórico o una reflexión teológica de una realidad distinta? Los eruditos se han planteado estas preguntas y han llegado a soluciones diametralmente opuestas. Espera­mos que al leer este libro el lector obtenga una introducción a las na­rraciones, amén de útiles definiciones y ejemplos de terminología que enriquezcan el estudio personal de las Escrituras y los cientos de histo­rias en ellas contenidas. Finalmente, echaremos un vistazo rápido al marco histórico en el que se desenvuelven los personajes que estudiare­mos. A grandes rasgos, el deseo es proporcionar al lector un trasfondo que pueda ser útil en el examen de los personajes bíblicos en sus con­textos específicos y que ayuden a verlos como personas reales.


Fábulas o hechos históricos: ¿Cómo es el asunto?

Desde la Ilustración y la aparición del racionalismo, los eruditos han puesto en tela de juicio la historicidad y la validez de los relatos bíbli­cos. Los últimos 150 años han sido testigos de un desafío a la historia bíblica cada vez mayor y más intenso, que ha dejado a los cristianos con la incógnita de saber si deben confiar ciegamente en la autentici­dad bíblica. Aún hoy se sienten los efectos de la publicación de El origen de las especies de Charles Darwin. El debate entre creacionismo y evolucionismo está encendido, y ha alcanzado el sanctasanctórum de la Iglesia Adventista del Séptimo Día y su destacado sistema educativo. Para un cristiano que crea en la Biblia, las implicaciones de aceptar las hipótesis de Darwin van desde tener que relegar Génesis 1 y 2 al estatus de fábulas o mitos que solo tienen un vago significado teológico, hasta la obvia cuestión de la importancia de adorar a Dios en sábado, en par­ticular si la creación no se dio en siete días literales de 24 horas.
Tras «enterrar» la creación, los eruditos críticos comenzaron a cues­tionar la autenticidad del periodo patriarcal, sugiriendo que todas las narraciones sobre Abraham, Sara, Isaac, Jacob y el resto no contenían acontecimientos históricos reales, sino «narraciones».


Fábulas o hechos reales: ampliando el contexto


El asunto de la relación entre fábula e historia está estrechamente re­lacionado al asunto aún mayor de cómo leer la Biblia. ¿Se trata simple­mente de otro texto antiguo más (extremamente bien conservado) que contiene narraciones que pudieron o no suceder; o es la Palabra de Dios comunicada por medio de autores humanos que usaron sus res­pectivas habilidades comunicativas y artísticas, estilos y experiencias?
Los eruditos modernos optarían por la primera perspectiva, mientras que los adventistas del séptimo día suscribirían claramente el segundo punto de vista. A fin de cuentas, todas las Escrituras están inspiradas por Dios (2 Timoteo 3:16, 17) y esa inspiración divina garantiza la historici­dad de la Biblia.
El teólogo protestante alemán Ernst Troeltsch (1864-1923), formuló a finales del siglo XIX tres importantes principios de la erudición histórico-crítica que aún son básicos para quienes sugieren una profunda di­visión entre fábula e historia.
El primer principio, según Troeltsch, for­mula que la historia es un sistema cerrado («principio de correlación») que no admite una intervención sobrenatural imposible de ser verifica­da después del acontecimiento. El segundo principio postula que, dado que los acontecimientos históricos son homogéneos, estos deben ser entendidos a partir de nuestra experiencia y condición presentes («prin­cipio de analogía»). Es muy probable que Troeltsch se haya preguntado dónde podemos ver la intervención divina en la historia y la política del mundo, y basándose en ello sugerir que la historia bíblica, que con­tiene muchas referencias a la intervención divina, debe ser entendida más bien como un mito o una visión teológica o ideológica de la reali­dad del autor bíblico. Finalmente, el tercer principio de Troeltsch sugiere que el método básico para acercarse a la investigación y la historia de­bería ser la perspectiva crítica («principio crítico»). Esto, por su parte, lleva a intentar una reconstrucción probable, pero nunca proporciona perspectivas absolutas o seguras.
Después de esta densa, pero breve dosis de filosofía y teología ale­manas, resulta más fácil entender a los eruditos críticos que distinguen entre lo que se narra con un propósito específico (como una fábula o un cuento) y algo que sucedió de modo susceptible de verificación (co­mo la historia). Pero, ¿tiene sentido establecer tal distinción, sobre to­do si reconocemos, como lo atestiguan estudios modernos, que el len­guaje no es «objetivo» y no está exento de valoraciones, sino que en el significado (semántica), la forma (morfología) y la estructura (sintaxis) conllevan muchos matices difícilmente reconocibles? ¿No coloca esta perspectiva «crítica» el criterio del lector o del investigador moderno co­mo la máxima autoridad sobre la autenticidad del texto, dejando así al propio lector la última palabra en este sentido?
Los relatos (y acontecimientos históricos) de la Biblia siempre ema­nan cierto aroma de la presencia divina en este planeta, o al menos la evocan. Dado que la visión que del mundo tenían las personas que vi­vieron en los tiempos bíblicos tenía más espacio para Dios y estaba me­nos fraccionada, sus narraciones escritas estaban llenas de Dios. Dios hablaba a cada uno individualmente, así como a las congregaciones (Génesis 16:13; Jeremías 35:17); Dios combatía por su pueblo (Josué 10:42); Dios instruía sobre cuestiones que iban desde el estilo de vida (Levítico 19:19) y la construcción (Éxodo 25:8) hasta el modo de vestir (Levítico 19:19; Deuteronomio 22:11) y la elección del cónyuge (Deuteronomio 7:3). En realidad, él deseaba formar parte de la vida de su pueblo.
Esto no quiere decir que las narraciones y los acontecimientos his­tóricos de la Biblia son siempre completos y nos dan una descripción detallada. Estos son selectivos, a menudo se centran en los individuos en lugar de hacerlo en las naciones y muchas veces tienen lagunas de tiempo que ocultan siglos (el lapso transcurrido entre la muerte de Jacob en Génesis 50 y el nacimiento de Moisés en Éxodo 2 es de más de trescientos años). Esto se debe a que cada narración tiene un propó­sito específico que va más allá del simple registro de una historia com­pleta: las narraciones históricas de la Biblia hablan de la inmensa gracia, el amor y la justicia de Dios en su relación con la Humanidad.
En una época dominada por la corrección política; la historia y las na­rraciones de la Biblia tienen un carácter descaradamente interpretativo. Los acontecimientos se describen en la Biblia desde la perspectiva de Dios: Noé halla favor ante los ojos de Dios en una época en la que la tie­rra es rea de juicio (Génesis 6:8), el Señor se enfrenta con las soberbias in­tenciones de los constructores de la torre de Babel (Génesis 11:3-8) y Dios conversa con Moisés respecto al comportamiento del pueblo y la cons­trucción del becerro de oro (Éxodo 32:7-14). El lector, antiguo y moderno, se ve introducido en la narración y ve los acontecimientos y los procesos que los dirigen a través de los ojos del «Autor» divino del texto.


Descubriendo la belleza y el arte de los relatos bíblicos

Todo texto literario, como los cuentos y las narraciones, requiere de un sentido inherente del arte literario. En una situación ideal, los lecto­res modernos de la Biblia tendrían que ser capaces de leer las narracio­nes en su idioma original (hebreo, arameo y griego) para poder captar la belleza y el cuidado puestos en la literatura bíblica. Los autores bíbli­cos, después de haber recibido la revelación divina, no se limitaron a sentarse y escribir. Sobrecogidos por la enorme tarea de comunicar la voluntad de Dios y su propósito para con su pueblo, se sentaron y es­cogieron cuidadosamente cada una de sus palabras. Algunos de ellos eran personajes educados (como Isaías, quien era miembro de la fami­lia real y cuya calidad literaria es evidente aun después de ser traducido), mientras que otros tal vez no tuvieron el privilegio de pasar mu­chos años en la «universidad».
Por desgracia, el nuestro no es un mundo «ideal». Muy pocos son los que pueden leer en los idiomas originales. Sin embargo, en las dis­tintas traducciones al castellano, al alemán, al inglés o cualquier otro idioma moderno, todavía es posible percibir la estructura y la forma li­teraria de los textos bíblicos. La clave está en reconocer que, como cual­quier alumno prudente de secundaria que realiza un trabajo para una clase de lengua, en literatura tenemos que prestar atención a la cons­trucción de la trama de un relato, algo de lo cual nos ocuparemos bre­vemente en la próxima sección.


La trama           

                              
La trama se puede definir como la sucesión de acontecimientos que acaban por llevar a una conclusión. Dicha sucesión suele venir motiva­da por un conflicto o una tensión. La trama es la conexión de todos los elementos relevantes de la narración que, juntos, forman un todo. Sin embargo, las tramas pueden ser multidimensionales o presentar distin­tas líneas. El libro de Jonás nos presenta una narración aparentemente simple: Un profeta renegado de Dios intenta evitar la tarea divinamente asignada y, tras muchas eventualidades, acaba por cumplir la misión que Dios le había pedido que llevara a cabo. Esta lectura simplista del argumento es correcta, pero no es la única. Jonás es también la narra­ción de la interacción de Dios con una creación obstinada, comenzan­do con un profeta que debería estar de parte de Dios; y terminando con el pueblo de Nínive, que da un paso firme hacia Dios.


Los personajes


Los personajes de una narración están estrechamente relacionados con la trama. La comprensión de los personajes está controlada por el narrador, quien puede también formar parte de la narración (como su­cede en Daniel 1). Los personajes pueden ser «planos» o «redondos». Un personaje plano no suele ser muy complejo y se usa para describir un rasgo o elemento específico. Los personajes redondos son comple­jos y multidimensionales; se parecen mucho más a una persona real. La cantidad de información que proporcionan determina el desarrollo de los personajes y a menudo se incluyen lagunas conscientes en su desa­rrollo. El lector moderno necesita prestar mucha atención a todos los detalles que pueda ofrecer el texto sobre los personajes, ya que las narraciones bíblicas suelen ser concisas.
Un buen ejemplo de la diferencia en los personajes se puede encon­trar en la narración que describe el nacimiento milagroso de Sansón (Jueces 13), en la que están involucrados tres personajes distintos: Manoa (el único de la narración que tiene nombre), su esposa y el ángel del Señor. El contraste entre los dos protagonistas (otro término para de­signar a los personajes) humanos es evidente:
«En el contraste de los personajes se desarrolla una declara­ción temática de la experiencia religiosa. Hay un hombre, Ma­noa, que debe tener un nombre, debe estar seguro, debe cono­cer el futuro, y debe ajustar su experiencia a las normas y expec­tativas de la vida social cotidiana y los patrones acostumbrados de la religión. Este hombre tiene una esposa, "la mujer", a quien se ha despojado del nombre, y que sin embargo, es ben­decida a pesar de su esterilidad, reconoce la palabra divina cuando la escucha, confía en Dios y queda satisfecha hasta el punto de no preguntar (o presumir) nada más. Vemos dos ma­neras de relacionarse con lo divino, y estas no parecen estar re­lacionadas con un solo hombre en particular y una mujer espe­cífica (Manoa y su esposa), sino tal vez más bien con los estere­otipos del "hombre" y de la "mujer"».


La escena


La escena aporta realidad a la narrativa y crea una atmósfera y un es­tado de ánimo. Existen tres tipos de escena: física, temporal y cultural. Por ejemplo, cuando Boaz presenta su caso legal a las puertas de la ciu­dad, y no en su casa o en la casa del primer anciano de la ciudad de Be­lén, actúa siguiendo la cultura y la costumbre de su época. El autor de Rut es consciente de su práctica, de modo que la escena física y la cul­tural convergen. Obviamente, al ser el lugar «más público» en la antigüe­dad, las puertas le otorgan a la narración un importante (en absoluto ro­mántico) aspecto. La escena también puede indicar la época en que se desarrolla la narración, y contribuir así a su estructura. Por ejemplo, un símbolo de los «altibajos» de la relación de Israel con el Señor está refle­jado en el ascenso y posterior descenso de Moisés al Sinaí (Éxodo 19-32).


El punto de vista


El punto de vista del relato está íntimamente vinculado al narrador que controla la historia. Esta se despliega ante nosotros a través de su perspectiva, proporcionándonos (u ocultándonos) información importante sobre un personaje determinado. Generalmente podemos distinguir entre narraciones en primera y tercera persona. En una pers­pectiva de primera persona («yo» o «nosotros»), el narrador forma parte de la narración. Nehemías, por ejemplo, se refiere a «nosotros» en su oración de confesión (Nehemías 1:7). El ángulo en el que nos sitúa el na­rrador conforma nuestra reacción ante la narración. En muchos casos, la Biblia contiene declaraciones que evalúan una situación determina­da: «Los habitantes de Sodoma eran malvados y cometían muy graves pecados contra el Señor» (Génesis 13:13, NVT). Este punto de vista o co­mentario está destinado a proporcionar información adicional que ayuda a tomar partido.


Un bosquejo básico de la historia de Israel: una carrera hacia el desastre


En esta sección ofreceremos un bosquejo básico de la historia de Israel, dada su relevancia para el estudio de los personajes secundarios contenidos en esta obra. Nótese la concentración de personas relacio­nadas con la época de David (Jonatán, Rizpa, Joab, Abiatar, Urías y Abigail). Esto no es en absoluto una coincidencia, sino un reflejo de la im­portancia de David y su linaje en la historia del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento. Este bosquejo se basa en los propios datos bíbli­cos y se vincula con el contexto político más amplio del antiguo Orien­te Próximo.
Los acontecimientos del éxodo son de los más importantes de la historia bíblica, y constituyen el tema central del libro del Éxodo. En 1 Reyes 6:1 se nos ofrece un importante punto de anclaje para la cro­nología de este periodo, al indicar que la construcción del templo en el cuarto año de Salomón ocurrió 480 años después del éxodo. Podemos ubicar esta fecha entre los años 970 y 966 a. C., lo que situaría el éxo­do entre los años 1450 y 1446 a. C. Vale la pena destacar las cartas de Amarna, que a inicios del siglo XIV a. C. varios reyes de las ciudades-es­tado cananitas remitieron en escritura cuneiforme a los faraones egip­cios Amenhotep III y IV, en las que los gobernantes de dichas ciudades piden al rey de Egipto que los ayude a combatir a un grupo desconoci­do llamado los habiru. Si el éxodo ocurrió a mediados del siglo XV a. C, el inicio del periodo de asentamiento se situaría entonces a principios del siglo XIV Esta corresponde a la época de Josué y Caleb, quienes a su vez formaron parte del grupo de israelitas que cuarenta años atrás habían abandonado Egipto (Josué 14:7-10). Los libros de Josué y Jue­ces describen este periodo y el subsiguiente de los jueces, uno de los momentos más oscuros de la historia israelita, lleno de continuos alti­bajos (más bajos que altos). Ana vivió a finales de ese periodo que du­ró alrededor de 350 años.
Tras los periodos de asentamiento y de los jueces, Israel clamó para tener un rey (1 Samuel . Los libros bíblicos que describen los primeros años de la historia de la monarquía israelita son 1 y 2 Samuel. Samuel actúa como el indispuesto entronizador y consejero del primer rey de Is­rael. La duración del reinado de Saúl resulta difícil de determinar, ya que según parece, el texto hebreo de 1 Samuel 13:1 ha perdido cierta información crucial. La Nueva Versión Internacional se basa en algunos manuscritos de la Septuaginta (la traducción al griego del Antiguo Tes­tamento), ya que una traducción literal del hebreo sería: «Saúl era de un año de edad [literalmente: el hijo de un año] cuando fue coronado rey y reinó sobre Israel durante dos años». Obviamente, Saúl era mu­cho mayor en el momento cuando Samuel lo ungió (1 Samuel 10:1). La única declaración relacionada con la duración de su reinado aparte de esta se encuentra en Hechos 13:21, donde se hace referencia a cuarenta años, aunque es preciso notar que el texto griego no contiene el verbo «reinar».
David comenzó a reinar hacia el año 1010 a. C, primero en Hebrón como rey de Judá (2 Samuel 2:1-7), y luego como rey de todo Israel tras su coronación unos siete años más tarde (2 Samuel 5:1-5). Al cabo de cuarenta años (contados desde el inicio de su reinado sobre Judá), Salomón es coronado rey para abortar un golpe de estado capitaneado por Adonías (1 Reyes 1). El reinado de Salomón estuvo marcado por la estabilidad, la prosperidad y los planes de construcción de enormes edificios públicos, incluidos el templo, su palacio y numerosos siste­mas de fortificación esparcidos por todo Israel. Aunque visto desde el exterior este periodo puede parecer la edad de oro de Israel, la excesiva afición de Salomón por la corvea (un sistema de trabajo obligatorio y gratuito impuesto por un señor feudal o un rey) sembró la semilla de la rebelión y la posterior división del reino (1 Reyes 12:4). El reinado de Salomón también se prolongó cuarenta años (1 Reyes 11:42). Hacia el año 930 a. C, las diez tribus del norte se rebelaron contra Roboam, el hijo de Salomón, e Israel se separó de Judá.
La historia de las tribus del norte está caracterizada por la rebelión contra Dios, el sincretismo (basta recordar los dos santuarios rivales que Jeroboam I fundó en Betel y en Dan), las intrigas palaciegas y nu­merosos cambios dinásticos. Hacia el año 722 a. C. Israel fue absorbido por el imperio Neoasirio y los habitantes de Samaria y regiones aleda­ñas fueron llevados al exilio en Asiría. El hombre de Dios sin nombre, la viuda de Sarepta y Giezi vivieron (o ejercieron su ministerio) en el Israel de esta época.
El reino del sur continuó bajo el gobierno de los descendientes de David, durante un período caracterizado también por el acenso y des­censo del trono de reyes fieles o rebeldes. Tras innumerables llamamien­tos al arrepentimiento y el cambio por parte de numerosos profetas, Judá acabó por caer en manos de sus enemigos. Hacia el año 586 a. C, Nabucodonosor, rey de Babilonia, tras más de dos años de asedio, cap­turó la ciudad de Jerusalén y destruyó su sistema de fortificaciones, sus palacios y el templo del Señor, para luego enviar a sus habitantes al exi­lio en Babilonia. Baruc, el secretario de Jeremías, vivió en esos tiempos tumultuosos. Él es último protagonista de este libro.


Sobre el esquema de este libro


Después de este inusual capítulo de introducción, los siguientes doce capítulos seguirán un esquema más estructurado. Cada capítulo se iniciará con una sección llamada «Imagine», que presenta al personaje de una manera creativa (e incluso sorprendente). En «Personajes» pre­sentaremos a aquellos personajes que son clave en la acción. Seguirá la sección «Información sobre el contexto», en la que se facilitan datos culturales lingüísticos o históricos relevantes. La cuarta sección de cada capítulo se titula «Acción» y se centra en la trama básica. La sección principal (en términos de volumen) de cada capítulo es la sección «En profundidad», en la que se escoge un pasaje bíblico específico para ana­lizarlo en el contexto de la narración. La sección «Respuestas» intentará dar respuestas bíblicas a algunas preguntas o dudas que surgen después de leer el relato. Finalmente, la sección «Reacción» presenta una serie de re­flexiones personales sobre el tema que esperamos que estimulen al lector para que igualmente interactúe personalmente con la narración.

John Van Seters (Universidad de Carolina del Norte) y Thomas Thompson (recientemente jubilado de la Universidad de Copenhague, Dinamarca) son dos eruditos que repetida e insistentemente han desafiado la historicidad del período patriarcal. John Van Seters, Abraham in History and Tradition [Abrahán en la historia y la tradición] (New Haven, Connecticut: Yale University Press [1983]); o Thomas J. Thomson, The Historicity of the Patriarcal Narratives [La historicidad de las narrativas patriarcales] Beihef zur Zietschrift für die alttestamentliche Wissenschaft 133; Berlin: de Gruyter [1974]; Ibíd., “The Origin Tradition in Ancient Israel” [La tradición de los orígenes en el Israel antiguo], en Journal for the Study of the Old Testament Supplement Series 55 (Sheffield, Journal for the Study of the Old Testament Press [1987].

Entre las obras que pueden ser útiles para enfrentarse a las cuestiones fundamentales en la interpretación bíblica (o hermenéutica) desde un punto de vista adventista se encuentran las siguientes_ George W. Reid, Entender las Sagradas Escrituras: el enfoque adventista (Miami, Florida, APIA [2008]); y Gerhard F. Hasel, Biblical Interpretation Today: An Analysis of Modern Methods of Biblical Interpretation and Proposals for the Interpretation of the Bible as the Word of God [Interpretación bíblica actual: Análisis de los métodos de interpretación bíblica modernos y propuestas para la interpretación de la Biblia como la Palabra de Dios] (Lincoln, Nebraska: College View Printers/Bible Research Institute [1987]. Centrado específicamente en el método de lectura del Pentateuco, compara también: Gerald A. Klingbeil, “Historical Criticism” [Crítica histórica] en Dictionary of the Old Testament: Pentateuch: ed. T. Desmond Alexander y David W. Baker (Downers Grove, Illinois – Leicester, Reino Unido: InterVarsity Press [2003]), pp. 401-420

Algunas referencias útiles para profundizar en la lectura son: Robert B. Chisholm Jr., “History or Story” [Fábula o historia] en Living the Sense; David M. Howard Jr. Y Michael A. Guisante, Understanding and Using Old Testament Texts [Cómo entender y usar los textos del Antiguo Testamento] (Grand Rapids, Michigan: Korgel [2003], pp. 54-73; Yairah Ann; Reading Bible Narrative: Literary Criticism and the Hebrew Bible [Lectura de la narrative bíblica: La crítica literaria y la Biblia hebrea], (Minneapolis, Minnesota: Fortress [2001]; Walter C. Kaiser, “Narrative” [Narrativa], en Craking Old Testament Codes: A Guide to Interpreting Literary Genres of the Old Testament [Los códigos del Antiguo Testamento develados: Guía de interpretación de los géneros literarios del Antiguo Testamento], ed. D. B. Sandy y R. I. Giese Jr. (Nashville, Tennessee: Broadman & Colman [1995]), pp. 69-88 (La mayoría de los capítulos de este libro son muy útiles para quienes deseen entender las dimensiones literarias del texto bíblico); o Lee J. Gugliotto, Handbook for the Bible Study [Manual para el estudio del a Biblia] (Hagerstown, Maryland: Review & Herald [1995]), pp. 33.71.

David M. Gunn y Danna Nolan Fewell, Narrative in the Hebrew Bible (La narrativa de la Biblia hebrea], Oxford Bible Series (Nueva York: Oxford University Press [1993]), p. 67.

Una historia muy útil que se toma en serio los datos bíblicos y los integra con otros de origen extra bíblico es: Iain Provan, V. Philips Long y Tremper Longman III, A Biblical History of Israel [Historia bíblica de Israel] (Louisville, Kentucky - Londres: Westminster John Knox Press [2003]). Este conciso esbozo está basado en sus comentarios.

Los eruditos reconocen que hubo un tiempo de corregencia entre David y Salomón, porque David todavía era rey cuando Salomón fue coronado (1 Reyes 1:28-40). La muerte de David se recoge en 1 Reyes 2.

Los cuarenta años de peregrinaje por el desierto están ampliamente documentados en el texto bíblico. Compare, por ejemplo, Josué 5: 6 o Nehemías 9:21. En relación a la historicidad del asentamiento y la erudición actual, consultar: Richard S. Hess, Gerald A. Klingbeil y Paul J. Ray Jr., eds. Critical Issues in Early Israelite History [Cuestiones críticas de los inicios de la historia israelita] Bulletin for Biblical Research Supplements 3 (Winona Lake, Indiana: Eisenbrauns [2008]).

El tiempo total de la opresión y el gobierno de los distintos jueces alcanza los 410 años, a los cuales se les suma el periodo indefinido de Samgar (Jueces 3:31). Dado que entre el fin del establecimiento (hacia 1400 a. C.) y el reinado de Saúl (hacia 1050 a. C.) solo transcurren 350 años, cabe pensar que algunos de los periodos de opresión o gobierno fueran paralelos y quizá se dieron en distintas localizaciones.

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Lecciones y comentarios para la escuela sabática_Segundo trimestre de 2014  
  Cristo y su Ley

Autor: Keith Burton

Lecciones y Comentarios para la escuela sabática-Segundo trimestre_Abril - Junio de 2014

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Cristo y su Ley  
  1. Las leyes en los días de Cristo (Levítico 1:1-9; Deuteronomio 17:2-6; Lucas 2:1-5;Hebreos 10:28; Santiago 2:8-12)
2. Cristo y la Ley de Moisés (Éxodo 13:2,12; Deuteronomio 22:23,24; Mateo 17:24-27; Lucas 2:21-24; 41-52; Juan 8:1-11)
3. Cristo y las tradiciones religiosas (Isaías 29:13; Mateo 5:17-20; 23:1-7; 15:1-6; Romanos 10:13)
4. Cristo y la Ley en el Sermón del Monte (Mateo 5:17-37; Lucas 16:16; Romanos 7:24)
5. Cristo y el sábado (Génesis 2:1-3; Isaías 65:17; Mateo 2:23-28; Juan 5:1-9; Hechos 13:14; Hebreos 1:1-3)
6. La muerte de Cristo y la Ley (Hechos 13:38,39; Romanos 4:15; 7:1-13; 8:5-8; Gálatas 3:10)
7. Cristo, el fin de la ley( Romanos 5:12-21; 6:15-23; 7:13-25; 9:30-10:4; Gálatas 3:19-24)
8. La Ley de Dios y la ley de Cristo
9. Cristo, la Ley y el evangelio
10. Cristo, la Ley y los pactos
11. Los apóstoles y la Ley
12. La iglesia de Cristo y la Ley
13. El reino de Cristo y la Ley
 
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