Capítulo 4
La expiación y la iniciativa divina
Para el 25 de octubre de 2008
La previsión de los acontecimientos o eventos posibles en el futuro es importante en la preservación del orden y la seguridad en la sociedad. Tome, por ejemplo, las pandemias de gripe. Tres de ellas atacaron durante el siglo pasado. La más devastadora que ocurrió en 1918 mató a medio millón de estadounidenses y a veinte millones de personas en todo el mundo. Por lo general, les toma a los especialistas de seis a ocho meses para desarrollar una vacuna para la gripe. Eso es demasiado tiempo cuando se trata de derrotar a un enemigo potencialmente mortal. Por lo tanto, diferentes países han elaborado planes con antelación para estar preparados para hacerle frente si llegara a surgir esa situación. De hecho, saben que va a ocurrir, es, simplemente, una cuestión de tiempo y de estar listos para ello. En el caso del origen del pecado, Dios no fue tomado por sorpresa.
La reacción de Dios: encarando el problema
¿No podría Dios haber evitado el problema del pecado no creado a Lucifer? La pregunta es válida. Dado que Dios es omnisciente, supo con anticipación que algunas de sus criaturas inteligentes se rebelarían contra él. Dado que él es omnipotente, tenemos que concluir que el pecado y el mal existen porque Dios les permitió existir. Ya hemos dicho que no hay una conexión causal entre Dios y el pecado. Debo reconocer que es prácticamente imposible dar una respuesta satisfactoria a la pregunta en cuestión. Dado que este tema no se aborda explícitamente en la Biblia, cualquier intento de responder esa pregunta quedaría incompleto e incluiría un elemento de especulación al tratar de llenar las lagunas del conocimiento. Uno puede teorizar que Dios podría haber hecho lo que sugiere la pregunta. Sin embargo, quisiera postular que, para que Dios sea siempre quien es, tenía que permitir que Lucifer se convirtiera en lo que quería ser, a saber, Satanás.
Cuando tratamos de adivinar lo que Dios podría o no haber hecho no tenemos más remedio que utilizar un lenguaje analógico. Es decir, tenemos que usar el lenguaje, las experiencias y las condiciones humanas; en otras palabras, lo que sabemos, para tratar de imaginar lo que Dios podría haber hecho. Pensando en eso quiero hacer una sugerencia para su consideración. Sería correcto decir que en algún momento de la eternidad Dios decidió, en su propia libertad, crear criaturas libres e inteligentes. También sabía que una de esas criaturas se rebelaría contra él. ¿No debería Dios haber reexaminado en ese momento su decisión original y tal vez cambiarla? Desde la perspectiva humana la respuesta más racional sería: ¡Sí! Al hacer esto habría abortado el origen del mal. Analógicamente esperaríamos que Dios arribara a la misma conclusión y cambiara su plan. Pero debemos examinar un poco más detenidamente nuestra pronta respuesta.
Deberíamos preguntarnos, ¿por qué tendríamos que cambiar de opinión? La respuesta fundamental sería probablemente que queremos evitar un problema grave. La verdad es que renunciaríamos a nuestros planes, porque tememos enfrentar un problema difícil. Por lo tanto, el problema que esperábamos nos derrotó en el sentido en que nos obligó a cambiar lo que habíamos decidido hacer. ¡Pero Dios no es como nosotros! Una vez que decidió crear criaturas libres e inteligentes no había ninguna fuerza real o potencial capaz de forzarlo a cambiar sus planes. Cuando vio el problema, la cuestión que pudo haber venido a su mente no fue, ¿debemos cambiar nuestros planes?, sino ¿cómo debemos resolver este problema? De lo contrario, el temor de tener que hacer frente a sus criaturas rebeldes lo habría derrotado en el sentido de haberse visto obligado a cambiar su plan. No hay poder fuera de la propia naturaleza de Dios capaz de obligarlo a modificar o abandonar lo que pretende hacer. Un Dios derrotado no es un Dios verdadero. Nuestro Dios es el Valiente que, sin cambiar su plan, decidió enfrentar el problema del pecado y del mal para resolverlo de una vez por todas a través de su Hijo. Además, la imposición de sanciones morales y espirituales en seres inteligentes los privaría de su verdadera libertad.
La reacción de Dios al pecado: la gracia divina
Cuando la condición de la raza humana era desesperada Dios decidió restaurarla al favor divino a través de la obra redentora de su Hijo. En cierto sentido se podría decir que la reacción de Dios al pecado humano fue inesperada. En lugar de retirar la vida permitiendo que su ira se expresara, Dios liberó la energía creativa de su gracia. Esta gracia, oculta dentro de las profundidades de la esencia divina, fue en un momento puesta en operación, con el propósito de recrear un mundo arruinado por el pecado y la rebelión. Es allí donde encontramos el origen de la expiación.
La gracia y la Deidad. La revelación de sí mismo que Dios le hizo a Moisés establece firmemente que él es por naturaleza generoso: "¡¡Jehová!! ¡¡Jehová!! Fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado" (Éxodo 34:6 y 7). El Nuevo Testamento reafirma la naturaleza divina cuando habla de "la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo" (2 Tesalonicenses 1:12). La gracia pertenece a la esencia misma del Padre y del Hijo, en quien encontramos la plenitud de la gracia (Juan 1:16). Pero la Escritura también asocia la gracia con el Espíritu, que se conoce como "Espíritu de gracia" (Hebreos 10:29), haciéndose eco del Antiguo Testamento (Zacarías 12:10). Encontramos que el Espíritu está mencionado directamente en las salutaciones epistolares, por ejemplo: "Gracia y paz a vosotros, del que es y que era y que ha de venir, y de los siete espíritus que están delante de su trono y de Jesucristo" (Apocalipsis 1:4 y 5). Este último pasaje claramente asocia la gracia con las tres personas de la Trinidad. Ese énfasis no nos permite vincular la gracia exclusivamente con Cristo, como si los demás miembros de la Trinidad tuvieran que ser persuadidos por Cristo para mostrar gracia a los seres humanos pecadores. La gracia es una dimensión definida y determinada del mismo ser de Dios como una pluralidad de personas y, por lo tanto, no hubo un momento cuando no fuera una característica de alguno de ellos. El desbordamiento de la gracia hacia los seres humanos es una experiencia simultánea y una actividad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esto es teológicamente fundamental para una comprensión bíblica de la expiación.
La gracia como un favor inmerecido. En la Biblia "gracia" es la benevolencia y la bondad de Dios para los pecadores. Esta idea se basa en el uso de las palabras hebreas chesed y chen en el Antiguo Testamento. Chesed designa al pacto eterno de Dios, su amor y fidelidad, la bondad, y la gracia (cf. Isaías 54:10; Jeremías 31:3). Su gracia otorga el perdón a los pecadores (Miqueas 7:8) y libera a los que están en necesidad de salvación (Salmo 6:5). A menudo señala la clase de "generosidad espontánea con la que él responde a su pueblo del pacto" (1 Reyes 8:23; Isaías 55:3; Salmo 89:29, 50; 106:45) [1][1] y que es "un anuncio de la gracia que pareció llevar la salvación a todos los pueblos en Cristo" (Tito 2:11).1 De hecho, el inagotable amor de Dios llena toda la tierra (Salmo 33:5). [2][2]
El término hebreo chen designa "gracia" y "favor" y, en general, se refiere "a la disposición positiva que tiene una persona hacia otra". [3][3] Más concretamente, la gracia encuentra su expresión en actos de benevolencia "mostrados por los ricos hacia los pobres o, al menos, por una persona con medios hacia uno que tiene poco o ningún medio". [4][4] La gracia divina va aún más allá de la expresión humana de la gracia. La gracia de Dios está disponible para los justos (Génesis 6:8, 9) y los arrepentidos (Isa. 30:19), pero también se muestra los impenitentes (Nehemías 9:17, 31). En el Antiguo Testamento "la gracia de Dios se basa finalmente, no en lo que las personas hacen, sino en su disposición a manifestar misericordia en formas que están más allá de toda fórmula o de cálculos humanos" (Éxodo 33:19; 34:6). [5][5]
La palabra griega charis, a menudo traducida como "gracia" en el Nuevo Testamento, fue utilizada en el mundo griego para designar a "una benéfica disposición hacia alguien, favor, gracia, amable atención y ayuda, buena voluntad". [6][6] La gente la empleaba comúnmente en el sentido de favor o buena voluntad. [7][7] Cuando se usa para referirse a "una cualidad de la benevolencia que le concede favor a un inferior", [8][8] charis está muy cerca de expresar el contenido o significado que tiene en el Nuevo Testamento. Siempre que Dios o Cristo son el sujeto de la gracia, es decir, siempre que ellos "actúan en gracia hacia la humanidad, es un favor inmerecido". [9][9] La gracia es generosidad divina, un favor inmerecido de Dios a los pecadores. No es motivado por la bondad humana, y los seres humanos no tienen derecho a recibirla. Más bien, fluye desde el corazón amoroso de Dios hacia aquellos que son indignos. Él muestra su gloriosa gracia a los que están muertos en sus transgresiones (Efesios 2:5), y los que están "destituidos de la gloria de Dios" (Romanos 3:23-24). La Gracia toma la iniciativa y sale en busca de los pecadores, y les ofrece lo que ellos no merecen, a saber, la bondad y la aceptación divina. Esto supone que la gracia es una expresión particular de la naturaleza amorosa de Dios. Es amor divino hacia criaturas rebeldes que no lo merecen. [10][10] Si bien el pecado no activa la gracia divina, la violación del pacto "ofrece una ocasión para que se manifieste". [11][11]
Gracia y Cristo. La gracia divina no es algo abstracto y difícil de comprender con nuestro intelecto. En el Nuevo Testamento tal gracia es una realidad visible, porque está encarnada en Cristo en su plenitud (Juan 1:16). En la encarnación y el ministerio de Cristo nos enfrentamos a la epifanía de la gracia de Dios. "Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres" (Tito 2:11). La bondad y el don de la salvación de Dios nos llegó a través de su persona. En un sentido podríamos decir que él no nos trajo la gracia, sino que él era la gracia de Dios en forma humana. Para Pablo la gracia de Dios es Jesucristo (Romanos 5:15). Pablo añade: "Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos" (2 Corintios 8:9). La gracia de Cristo consiste en que se convirtió en lo que éramos para que pudiéramos participar de lo que él tenía. Su naturaleza de autosacrificio se hizo especialmente visible en el momento en que la gracia pendía de la cruz del Calvario (Gálatas 2:21).
Siendo que Cristo es la singular expresión de la gracia, el Nuevo Testamento equipara la gracia con el evangelio de salvación (Hechos 20:24), también llamada "la palabra de su gracia" (20:32). En la proclamación de ese mensaje la gracia "está llegando a más y más personas" (2 Corintios 4:15). La conclusión inevitable es que la gracia está disponible para todos y exclusivamente a través de Cristo. Es sólo por medio de él "por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes" (Romanos 5:2). Leemos que esta gracia de Dios "os fue dada en Cristo Jesús" (1 Corintios 1:4), o que ha sido "según el puro afecto de su voluntad [...], con la cual no hizo aceptos en el Amado" (Efesios 1:5, 6). Segunda de Timoteo 1:9, 10 expresa bellamente el significado teológico fundamental de la relación entre Cristo y la gracia: "la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio". La iniciativa divina para salvarnos tuvo lugar "antes del comienzo de los tiempos", cuando la Deidad determinó que la gracia nos iba a ser proporcionada exclusivamente en Cristo. Dios ha vencido la muerte mediante el poder de su gracia como favor inmerecido para los seres humanos pecadores.
La provisión Divina: un plan eterno
Dios no solo anticipó la emergencia del pecado sino que también preparó una forma de salir de él. La Biblia se refiere a su divino acto como a un "misterio", no en el sentido moderno de algo más allá de la comprensión, sino como algo más allá de la creatividad, comprensión y sensibilidad; pero que ahora ha sido revelado. Deberíamos explorar más cuidadosamente la naturaleza de ese misterio.
Dios la preordenó. La mente divina concibió el misterio. Ninguna criatura tenía la sabiduría para configurar un plan que pudiera tratar efectivamente el problema del pecado y la maldad. Primera de Corintios 2:7 asocia este misterio con la sabiduría divina para nosotros. Por lo tanto, el misterio divino es una expresión del "puro afecto de su voluntad, según su beneplácito". Lo que Dios determinó hacer no era algo que se le impuso desde el exterior, sino que decidió voluntariamente, dando forma de esa manera al futuro por su voluntad "de acuerdo a su beneplácito". La traducción del término griego eudokia, "beneplácito", se refiere a la buena voluntad de una persona, a su bondadosa disposición. La decisión de Dios era una expresión de su bondad. El misterio divino también tenía ese propósito. No era una decisión irracional, tuvo su origen en la sabiduría divina con una intención específica.
Un misterio escondido. El misterio divino fue un secreto bien guardado dentro de la Deidad. El Nuevo Testamento declara que este misterio estuvo "escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas" (Efesios 3:9; cf. 1 Corintios 2:7), o que el misterio "había estado oculto desde los siglos y edades" (Colosenses 1:26). Esos pasajes no solo señalan que este misterio tiene su origen en Dios, sino que allí existieron durante un tiempo cuando era totalmente innecesario para sus criaturas saber de su existencia. De hecho, la razón para usar el término "misterio" es que en la Biblia un misterio es algo guardado en secreto o escondido por un período de tiempo. Eso presupone una comprensión de la historia basada en un plan divino para sus criaturas. Dios ha establecido algunas cosas que, aunque por un tiempo no son claramente reveladas, en un momento particular serán reveladas.
Cristo como el misterio de Dios. ¿Cuál es el contenido de ese misterio? De acuerdo con Colosenses 2:2, 3, es Cristo: "El misterio de Dios el Padre, y de Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento". Muchos antes de que Dios creara alguna cosa, la Deidad configuró este glorioso misterio que consistía en la venida de Dios en carne humana en la historia de pecado y muerte sobre nuestro planeta. Primera de Timoteo 3:16 describe claramente esta realidad: "E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria". En otras palabras, el misterio que proporcionó las bases para una vida piadosa es la persona y la obra de Cristo por la raza humana: su encarnación, ministerio y exaltación. El misterio no es una idea abstracta que estamos sencillamente llamados a captar intelectualmente, sino la misma persona de Dios como apareció en la historia humana y el poder redentor de esa divina epifanía.
Es esa dimensión redentor de Cristo como el misterio de Dios que se destaca en Efesios 1:9, 10, particularmente, cuando el apóstol declara que el misterio se había propuesto "reunir todas las cosas en Cristo, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra". El divino misterio, Cristo, tenía una función cósmica. El pecado había fragmentado el universo, ahora Dios lo está reuniendo, y el lugar donde la reunificación del cosmos se está llevando a cabo es en la persona de Cristo. La reconciliadora efectividad de Cristo como el misterio de Dios, escondido por las edades en Dios, es tan abarcante que Pablo equipara el misterio con el evangelio mismo (Romanos 16:25, 26). Pero para establecer que el misterio es una persona, el apóstol describirá la apropiación del misterio como Cristo morando en la vida del creyente (Colosenses 1:27).
Elementos específicos del misterio. El Nuevo Testamento menciona algunos aspectos específicos del misterio divino, todos ellos relacionados con la naturaleza y la obra de Cristo, la suprema manifestación de ese misterio. Como ya se ha mencionado, esto incluye nuestra incorporación a Cristo para participar en "las riquezas gloriosas, las enseñanzas cristianas (1 Timoteo 3:9), la consumación escatológica de la obra de Cristo que está todavía por ser totalmente revelada (Apocalipsis 10:7), la total transformación de los cristianos en el momento del regreso de Cristo (1 Corintios 15:51), el plan escatológico de Dios para Israel (Romanos 11:25), la glorificación de los creyentes (1 Corintios 2:7). Dios fijó todos esos elementos en la eternidad como parte de su plan secreto en Cristo y, consecuentemente, se llevarán a efecto como él se propuso.
La revelación y la proclamación del misterio. Los seres humanos llegan a conocer el misterio divino a través de la revelación divina. La sabiduría humana no es suficiente para descubrir o develar lo que Dios escondió en sí mismo. Pero los profetas anunciaron el misterio: es decir, proclamaron, como Dios se los reveló, que él cumpliría su plan en la historia (Apocalipsis 10:7; Romanos 16:26). La experiencia de Daniel ilustra bien cómo se involucran los profetas en la revelación del misterio de Dios. El libro de Daniel llama al sueño del rey, algo que la sabiduría humana no podía revelar y explicar, un "misterio" (Daniel 2:28). La palabra original aramea es raz ("secreto"), traducida al griego como mysterion ("misterio"). El sueño fue la revelación de un misterio divino que estaba más allá del control o acceso humano. Daniel y sus compañeros oraron y "durante la noche el misterio fue revelado a Daniel en una visión" (versículo 19). Ellos supieron que Dios había decretado lo que pasaría en el curso de la historia humana (versículo 28), específicamente el futuro (versículo 45). "El mysterion en Daniel contiene lo que queda de la historia humana y está particularmente enfocada en el acto escatológico de Dios de someter toda bajo su dominio. Además, incluso esa parte de la historia humana que todavía está por cumplirse, con todo lo que eso implica para el pueblo de Dios, es parte del propósito de Dios". [12][12] El sueño fue una revelación parcial del misterio divino que en el futuro Dios revelaría totalmente (Daniel 12:19).
Entonces, en el momento apropiado, Dios hace público el misterio en Cristo, quien "fue escogido desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros" (1 Pedro 1:20; cf. Gálatas 4:4). El evento de Cristo "según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde los tiempos eternos, pero que se ha manifestado ahora" (Romanos 16:25-26). En otras palabras, Cristo como la revelación del misterio de Dios está en conformidad con la revelación profética. Dios nos ha "dado a conocer el misterio de su voluntad [...], el cual se ha propuesto en sí mismo" (Efesios 1:9). Él fue "revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu" (Efesios 3:4). Pablo dice específicamente que Dios "le dio a conocer" el misterio de él "por revelación" (versículo 3) y que "ahora ha sido manifestado a sus santos" (Colosenses 1:26). El misterio divino nos llega como una revelación de Dios y no como resultado de la actividad humana. Es responsabilidad de los creyentes proclamarlo a todos. Ellos son ahora portadores del divino misterio (1 Corintios 2:7; Efesios 2:19; Colosenses 1:27; 4:3), mayordomos de los misterios de Dios (1 Corintios 4:1)
Resumiendo, en algún momento en la eternidad la Deidad determinó tratar con el problema del pecado a través de Jesucristo. Este es el misterio que Dios escondió en sí mismo durante las edades eternas hasta que llegó el tiempo de revelarlo en el contexto de un mundo de pecado y de rebelión. Al colocar la decisión del plan de salvación antes de crear la escritura indica que Dios, voluntariamente, por causa de su naturaleza que es amor, determinó que iba a restaurar a la humanidad a la armonía con él. La vida y el ministerio de Cristo revelaron que Dios estaba cumpliendo el plan divino como prometió, en la arena de la historia humana.
La sumisión de Cristo al plan divino
La venida de Cristo a nuestro mundo fue indispensable para implementar el plan divino. Él umplió, desde el principio hasta el final, el propósito divino para su vida en carne humana. En su sermón del día de Pentecostés, Pedro señaló que Dios estuvo totalmente activo en el ministerio de Jesús, que Jesús fue entregado por los líderes judíos "por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella" (Hechos 2:23, 24). El apóstol añade que Dios lo exaltó a su diestra y que "le ha hecho Señor y Cristo" (versículo 36). Dios estuvo activo y presente de una manera especial en Cristo Jesús.
Implementando el plan de Dios. Lo que Cristo logró para la raza humana fue posible porque vino y cumplió su misión en obediencia con el plan eterno. Vemos esto particularmente enfatizado por el verbo impersonal en griego dein ("esto es necesario", "uno debe", "uno tiene qué"), empleado con mucha frecuencia en conjunción con las actividades redentivas de Jesús. En la literatura griega el uso religioso de este verbo con frecuencia se refiere a la fuerza del destino que es inescapable y que se impone sobre el mundo. Los escritores bíblicos que pensaban de "Dios en términos de la voluntad la cual emplaza personalmente al hombre y da forma a la historia de acuerdo a su plan", [13][13] rechazan esa necesidad o destino impersonal o neutral. En la Escritura el terreno para la necesidad es, teológicamente hablando, la voluntad divina. [14][14] Tal es el caso en el Antiguo Testamento, que considera la sumisión a la ley, como una expresión de la voluntad de Dios, como un deber (LXX Levítico 5:17), y en el Nuevo Testamento en el cual la "voluntad de Dios conocida por al comunidad cristiana, le señala sus deberes, así como sobre el cristiano individual" y se espera que viva de acuerdo a ellos (1 Tesalonicenses 1:4; 1 Timoteo 3:2, 7, 15; Tito 1:7). [15][15]
Pero el verbo dei conlleva la idea de un plan divino que necesita ponerse en práctica y que llegará a tener efecto en la historia humana. Encontramos la raíz de esta comprensión en el pensamiento bíblico apocalíptico, [16][16] específicamente en Daniel 2:28, 29, donde Daniel comunica al gobernante babilonio el sueño y su significado. Le dice al rey que Dios le mostró "lo que ha de acontecer en los días por venir" o "que es necesario que acontezca". La versión griega del Antiguo Testamento (LXX) utiliza en estos dos pasajes el verbo dei: "Lo que es necesario/que debe pasar". El verbo llegó a tener un contenido escatológico señalando el orden establecido de los eventos escatológicos "hasta, e incluyendo los, último días" y su inevitabilidad. [17][17] En el Nuevo Testamento este verbo "es normalmente una expresión del decreto divino y especialmente del plan de Dios". [18][18]
Ese plan divino llegó a ser efecto en, y a través de, Cristo, cuya urgencia por cumplirlo dio forma a su vida completamente. El Nuevo Testamento aplica el verbo dei a una variedad de situaciones en la vida de Jesús. Primero, califica los viajes de Jesús. Es necesario que vaya a la casa de Zaqueo (Lucas 19:5), pasar por Samaria (Juan 4:4), estar en la casa de su Padre (Lucas 2:49), estar constantemente viajando (Lucas 12:33), y subir a Jerusalén (Mateo 16:21). Todos sus movimientos fueron motivados por la necesidad de hacer la voluntad de Dios mientras seguía el plan divino para la raza humana. Segundo, Jesús dijo que era necesario que predicara las buenas nuevas a las ciudades "porque para esto he sido enviado" (Lucas 4:43). Necesitaba "hacer las obras del que me envió" (Juan 9:4) y traer a las ovejas que no son de este redil para tener un rebaño y un pastor (Juan 10:16). El impulso de proclamar las buenas nuevas del reino de Dios determinó la divina compulsión a visitar lugares y personas. También movió a Pablo a proclamar el evangelio en Roma (Hechos 23:11).
Tercero, anuncio algunos eventos que debían ocurrir antes del fin. El evangelio necesita ser predicado a toda nación (Marcos 13:10). Guerras y rumores de guerras son cosas que "es necesario que suceda así; pero aun no es el fin" (versículo 7; cf. Mateo 24:6; Lucas 21:9). Otros escritores del Nuevo Testamento emplean el verbo dei para referirse a los eventos escatológicos que deben ocurrir de acuerdo con el plan divino. Juan se refiere a los eventos escatológicos en Apocalipsis como aquello que "debe [es necesario que] suceder pronto" (Apocalipsis 1:1; cf. 4:1; 22:6). Más específicamente, menciona la necesidad de volver a profetizar (Apocalipsis 10:11), que los reyes duren por un tiempo breve (Apocalipsis 17:10), y que Satanás sea desatado por un poco de tiempo (Apocalipsis 20:3). Pablo se refiere al juicio en el tiempo del fin, diciendo: "Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo" (2 Corintios 5:10). En la segunda venida de Cristo, es necesario que "esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad" (1Corintios 15:53). Todos esos eventos están directamente relacionados con, o son el resultado de, la sumisión de Cristo al plan que inevitablemente debe ser cumplido en la historia de la humanidad.
Cuarto, la pasión de Jesús estaba en el mismo corazón del plan divino y era algo que él tenía que hacer para redimir a la raza humana. Era inevitable que subiera a Jerusalén, que fuera rechazado, que sufriera, y que fuera asesinado (Mateo 16:21; Marcos 8:31; Lucas 9:22; 17:5). Les dijo a los discípulos: "El Hijo del Hombre debe [necesita] ser entregado en manos de pecadores" (Lucas 24:7), y que "así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario [debe] que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna" (Juan 3:14, 15; cf. 12:34). A causa del sufrimiento de Cristo, aun el sufrimiento de los creyentes ha sido incorporado en el plan divino (Hechos 4:12; 16:30). La pasión del Señor fue parte del misterio eterno escondido en la Deidad y ahora hecho visible sobre la cruz. Pero eso de ninguna manera exculpó a los perpetradores humanos de la culpabilidad. Su acción y el plan divino coincidieron, pero ellos siguen siendo culpables de su crimen.
Quinto, si la muerte de Cristo fue algo que él tenía que experimentar, así también lo fue su resurrección. El anuncio de su pasión incluía la resurrección de la muerte como algo que "debía [era necesario que] pasar" (Marcos 8:31; Lucas 24:7). Pablo proclamó que "era necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos (Hechos 17:3). Juan añade un nuevo elemento cuando dice, concerniente a los discípulos que "aun no habían entendido la Escritura, que era necesario que él resucitase de los muertos" (Juan 20:9). La necesidad estaba fundamentada ahora en la naturaleza profética y la autoridad de las Escrituras. La razón es que ellos anunciaron el cumplimiento del plan divino en la vida del Mesías. Dios había establecido y determinado en las Escrituras que Jesús resucitaría de los muertos y que esto debía pasar, como estaba predicho, en la vida del Salvador. ¡El resultado fue que su tumba está ahora absolutamente vacía!
Seis, era necesario, no solamente que él sufriera, sino también que "entrara en su gloria" (Lucas 24:26). Aquí el texto se refiere tanto a su resurrección como a su ascensión. El cielo es su nuevo lugar y "es necesario que reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas" (Hechos 3:21). En la ascensión él tomo su lugar a la diestra del Padre "porque preciso es [es necesario] que él reine hasta que él hay puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies" (1 Corintios 15:25). La entronización de Cristo y su victoria final sobre las fuerzas del mal no serían dejadas al azar, sino fueron predeterminadas en el concilio divino como eventos que debían ocurrir dentro del flujo de la historia de la redención.
Así que, el uso del verbo dei en conjunción con la vida y las experiencias de Jesús indica que su mismo ser permaneció bajo la compulsión de un amor sacrificial que no se detuvo ante nada para cumplir el plan divino para la salvación de una raza pecadora. La determinación que caracteriza las profecías apocalípticas de la Biblia fueron en un sentido encarnadas en la vida y obra de Cristo. Obviamente no quiere decir que Jesús fue un títere controlado por fuerzas más poderosas que él. Su sumisión al plan divino fue un acto voluntario de su parte. Ese determinismo apocalíptico está misteriosamente operando en la historia humana, llevándola al establecimiento del reino de Dios. El pensamiento apocalíptico incuestionablemente orientó el ministerio de Cristo.
Conclusión
La Biblia llama a la amorosa disposición de Dios hacia los pecadores que no merecen misericordia, gracia divina. Por causa de es agracia Dios diseñó un plan para rescatar a la raza humana del esclavizador y destructivo poder del pecado. Dios lo ordenó con anticipación, pero lo mantuvo escondido en el misterio de la Deidad hasta el momento cuando los seres humanos cayeron en pecado. Entonces Dios comenzó a revelarlo en diferentes maneras. En el tiempo apropiado la Deidad lo puso en práctica en, y a través de, la persona del Hijo de Dios. A través de su ministerio en la tierra Cristo llevó a cabo el plan divino para la salvación de los pecadores. El plan alcanzó su culminación en su voluntario sumisión a su muerte sobre la cruz.
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