Capítulo 11
Expiación y mediación de Cristo por nosotros ante el Padre
Los miembros de la iglesia querían un mural pintado en una de las paredes exteriores del templo. Obviamente deseaban un cuadro con un tema religioso. Después de alguna búsqueda encontraron un artista, un pintor que era miembro de la congregación no lejos de la de ellos. Después de explicarle lo que tenían en mente, el hombre aceptó el trabajo. Poco después trajo un boceto de lo que pensaba que podía ser apropiado, y pronto comenzó a trabajar lentamente en la pared del templo. Después de bosquejar la obra de arte en la pared, los colores pronto empezaron a aparecer. Estaba poniendo todo su corazón en aquella obra. Por desgracia, los médicos descubrieron accidentalmente una enfermedad terminal. Estaba tan avanzada que inesperadamente murió, dejando inconcluso el proyecto. Todavía está allí sobre la pared, sin terminar. Si la hubiera terminado, habría sido una hermosa pintura del rostro de Cristo sobre la cruz. Hoy, cuando usted mira la pared, puede ver casi la sombra de un Cristo incompleto.
El sacrificio expiatorio de Cristo sobre la cruz, a diferencia de aquella pintura, es una obra terminada. A su debido tiempo Jesús proclamó: “Consumado es”, y murió. Voluntariamente entregó su vida al Padre. El conflicto estaba terminado: había salido victorioso. El sacrificio de Cristo es un maravilloso lienzo viviente de la redención, del perdón y de la reconciliación para que todos puedan verlo. El poder salvador de ese sacrificio incluye su descenso a la tumba, su resurrección, su ascensión y su mediación ante el Padre. La eficacia retentiva de la muerte de Cristo está disponible para nosotros solamente a través de la obra mediador a de Cristo.
De la tumba al trono de Dios
El Hijo de Dios descendió a la tumba. Tenía que permanecer allí el tiempo asignado de acuerdo al plan divino (Marcos 8:13). Siendo que las dos naturalezas son inseparables y sin embargo diferentes, no podemos decir que la muerte las separó. Tampoco podemos decir que la naturaleza humana permaneció viva en la divina o que la divina literalmente murió juntamente con la humana. Recuerde que lo humano no estaba divinizado ni lo divino humanizado. Tenemos que concluir que ellas permanecieron unidas incluso en la muerte (cf. Romanos 8:38, 39).
Los cristianos han especulado con respecto a la experiencia de Cristo mientras estuvo en la tumba. Hasta cierto grado basan tales conjeturas en la doctrina de la inmortalidad del alma. ¿Qué pasó con el espíritu/alma de Jesús mientras estaba muerto? Pronto algunos antiguos teólogos formularon la enseñanza del descenso de Cristo al infierno. De acuerdo con esto, él predicó durante tres días a las almas que estaban encarceladas en el infierno; pero aquellos teólogos nunca llegan a un claro consenso con respecto a lo que estaba haciendo específicamente. La Biblia no apoya la idea de la inmortalidad del alma. Cuando una persona muerte él o ella pierden la conciencia y nada sobrevive en ninguna forma. Esto podría significar que la naturaleza humana de Cristo experimentó la muerte en la misma forma en que nosotros la experimentamos, es decir, ninguna parte de su naturaleza humana sobrevivió a su muerte física. En el momento de la resurrección Cristo no tuvo que llamar a su alma o a su espíritu del cielo para unirse con su cuerpo muerto. Por lo tanto, nuestra pregunta se refiere a la experiencia de la naturaleza divina de Jesús mientras estaba en la tumba. Él, ciertamente, descendió a la tumba (Mateo 12:40; Hechos 2:24-25; Efesios 4:9; Apocalipsis 1:18).
Aunque el Hijo de Dios estaba en la tumba por haber tomado nuestro lugar, su naturaleza divina descansó, como lo sugirió su grito triunfal sobre la cruz antes de expirar: “¡Consumado es!” (Juan 19:30). Su obra de redención sobre la tierra había llegado a su fin y ahora la tumba era el lugar de descanso, no de conflicto. Su victoria final sobre los poderes del mal y el pecado estaba asegurada. Del mismo modo que el descanso divino siguió a la creación, ahora el descanso divino vino después de la redención o re-creación. La naturaleza humana descansó en el sueño de la muerte mientras que la divina descansó en la completa seguridad de una victoria ganada. De todos modos, la naturaleza específica de ese descanso sigue siendo un misterio para nosotros.
También podríamos sugerir que por causa de la unión de las dos naturalezas, durante el tiempo que el Hijo de Dios estuvo en la tumba, miró de una manera singular el abismo del no ser de las criaturas pecaminosas; en las tinieblas totales y la inconsciencia del no ser. Siendo que la muerte es la penalidad por el pecado, podemos también sugerir que el Hijo de Dios estuvo en la tumba durante tres días como resultado de asumir la responsabilidad por nuestro pecado y culpa. Su descanso terminó cuando el Padre llamó al Hijo a salir de la tumba a través del poder de su naturaleza divina. Hasta este momento su naturaleza divina impartió vida nuevamente a su naturaleza humana. Abrió la tumba desde adentro y dejó la puerta abierta para aquellos que, a través de la fe en él, están dispuestos a seguirlo
Sacrificio expiatorio y mediación
Cristo terminó la obra que había venido a hacer aquí sobre la tierra y después de la resurrección ascendió al trono de Dios, al Santuario celestial. Su mediación en ninguna forma ensombrece o sustituye su muerte sacrificial expiatoria. Terminó su obra sacrificial sobre la cruz pero todavía está trabajando como Rey y Sacerdote en el Santuario celestial. Uno podría argumentar, incluso, que “la simple resurrección de la muerte en el sentido de regresar a la vida no sería suficiente para explicar la función salvadora de Cristo; una verdadera comprensión del evento salvífico se produce solo a través de la interpretación de la resurrección como exaltación y entronización”. [1][1] Jesús, como sumo sacerdote, está ahora aplicando los beneficios de su sacrificio a aquellos que creen en él. [2][2] Apocalipsis 5:6-10 expresa la permanente eficacia del sacrificio de Cristo a través del símbolo de un Cordero de pie ante el trono de Dios “como inmolado”. La obra de redención no está terminada, solamente el Cordero puede llevarla a su consumación total (versículo 9). Su sacrificio es la base de su obra como sumo sacerdote y “su ascenso y entronización hace posible que aplique continuamente los beneficios de su sacrificio de una vez y para siempre a las necesidades de su pueblo (Hebreos 7:25): hace su sacrificio eterno en sus efectos (9:12, 23-26; 10:12-14, 19ss)”. [3][3]
Podemos concluir que la expiación, como un evento sacrificial sobre la cruz, está terminada; pero que la expiación, como proceso que conduce a la purificación del Santuario celestial y de todo el universo de la impureza del pecado permanece todavía sin terminar. Ya hemos demostrado que el Antiguo Testamento aplicaba el término hebreo zipper (“expiar”) no solo al sacrificio, sino también a la totalidad del proceso que lleva a la purificación final durante el Día de la Expiación. Se ha comentado correctamente que en Hebreos el cumplimiento tipológico del sistema sacrificial del Antiguo Testamento y de la obra sacerdotal en la persona y obra de Jesús indica que “la expiación no estaba completamente terminada cuando Jesús murió como sacrificio sobre la cruz. Es un proceso que encuentra análogo cumplimiento en las actividades subsecuentes de Jesús como sumo sacerdote y fungiendo como tal. Además de su crucifixión, ese proceso incluye su resurrección, su ascensión y su coronación como el Hijo de Dios y sumo
sacerdote ‘según el orden de Melquisedec’ (Hebreos 5:5-6)”. [4][4] La expiación como proceso es una aplicación y una manifestación del poder expiatorio del sacrificio de Cristo sobre la cruz, y ocurre a través del ministerio y la mediación de Cristo en el Santuario celestial (Hebreos 7:25).
La mediación de Cristo y Dios
La mediación implica distancia que debe ser recorrida. Uno podría argumentar que la necesidad de un mediador entre Dios su creación siempre existió, desde el momento en que Dios creó todas las cosas. De hecho, la creación fue mediada a través del Verbo de Dios: él dijo y fue hecho. El Nuevo Testamento identifica a esa Palabra con Cristo (Juan 1:1-3). La caída de los seres humanos en el pecado creó un abismo entre ellos y Dios que era imposible cruzar. Solo podría construirse un puente a través de un infinito sacrificio por parte de Dios mismo. En este caso la mediación tomó la forma de ese sacrificio. Consecuentemente, el sacrificio de Cristo es la más sublime expresión de la mediación divina. Él se puso entre Dios y nosotros y tomó sobre sí lo que nosotros merecíamos para que nosotros recibiéramos y disfrutáramos lo que él merecía.
Para decirlo con propiedad, la mediación expiatoria de Cristo comenzó en el momento en que fue necesario mantener el mundo. Job 37:13 (NRV 1990) dice que él “Envía las nubes para […] regar la tierra o mostrar su amor”. La forma como Dios proporciona el mantenimiento de la tierra es una revelación de su amor: “Visitas la tierra, y la riegas; en gran manera la enriqueces” (Salmo 65:9).
Si el pecado amenaza un elemento particular de la creación de Dios en una forma directa, ese es el misterioso fenómeno de la vida sobre nuestro planeta. A través de su amor misericordioso manifestado por medio de Cristo, Dios ha preservado la vida que creó a pesar de la contaminación del pecado. Pablo dice: “Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:28). Esta es la esfera de su gracia hecha posible a través de la obra mediador a de Cristo. De nuevo el salmista añade: “Oh Jehová, al hombre y al animal conservas. ¡Cuán preciosa, oh Dios, es tu misericordia!” (Salmo 36:6, 7). El verbo traducido “conservas” es yasha. En este caso significa “salvar, ayudar”. La palabra “inestimable” viene de una raíz cuyo significado es “escaso, raro” (yagar; cf. 1 Samuel 3:1). Se usa para referirse a piedras preciosas porque son raras. De allí se desarrolló el significado “precioso, valioso”. El amor de Dios es como una piedra preciosa, pero contrario al caso de las gemas, su amor no es raro o escaso. Uno puede verlo y experimentarlo constantemente en la preservación de la vida humana y animal sobre el planeta. La vida no continúa como resultado de una ley mecánica que trabaja independientemente de Dios: “El organismo físico del hombre está bajo la supervisión divina, pero no es como un reloj que se pone en operación y debe funcionar por si solo. El corazón palpita, un puso sucede a otro, la respiración es consecutiva, pero todo el ser está bajo la supervisión de Dios […]. Cada latido del corazón, cada respiración, es la inspiración del Dios omnipresente, el gran YO SOY”. [5][5]
Provisión para las necesidades temporales. Para preservar la vida humana sobre el planeta Dios tuvo que suplir las necesidades básicas de sostén de la vida de sus criaturas; una vez más como resultado del sacrificio y mediación de Cristo por nosotros. Pablo y Bernabé dijeron a un grupo de paganos: “(Cristo) no se dejó sin testimonio, haciendo bien, dándonos lluvia del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y de alegría nuestros corazones” (Hechos 14:17). Es él quien “hace producir el heno para las bestias, y la hierba para el servicio del hombres, sacando el pan de la tierra” (Salmo 104:14). Aun “los leoncillos rugen tras la presa, y para buscar de Dios su comida” (versículo. 21). Un pasaje más de Salmos: “Visitas la tierra, y la riegas; en gran manera la enriqueces; con el río de Dios, lleno de aguas, preparas el grano de ellos, cuando así la dispones” (Salmo 65:9). Todo esto es totalmente inmerecido por sus criaturas y es una expresión de su misericordiosa gracia a través de la mediación de Cristo. Nuestro Dios “hace salir el sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos” (Mateo 5:45). Él es “benigno para con los ingratos y malos” (Lucas 6:35).
Impacto social. La gracia común de Dios mediada a través de Cristo tiene un impacto social. La violencia y el sufrimiento que vemos por doquier hace que algunos hallen difícil creer que Dios controla activamente las fuerzas del mal en nuestro planeta. Pero el mal que vemos es significativamente pequeño comparado con lo que sería si Dios hubiera dejado el planeta completamente en las manos de los poderes del mal. Dios quiere emplear los sistemas legales de las naciones para restringir el aumento del mal y la violencia (Romanos 13:3, 4, 6). Dios utiliza los poderes civiles para limitar la extensión del mal en la sociedad, haciendo posible que vivamos en relativa paz para cumplir nuestra misión.
Dios retiene el impacto de las agencias del mal sobre las naciones hasta el momento señalado, cuando desempeñarán una función en el plan de Dios (cf. 2 Tesalonicenses 2:6, 7). Eso es lo que muestran las profecías de tiempo de los libros de Daniel y Apocalipsis. De esta manera esos libros señalan el hecho de que Dios es el Señor de la historia. Que la filosofía de la historia descansa en el hecho de que el evento más significativo de la historia tuvo lugar en el Calvario. Sin él, la historia carecería de propósito y dirección; y sin él, las naciones de la tierra se encaminarían, junto con todos los seres humanos, a la extinción total.
Las Escrituras testifican que Dios está involucrado en la historia de la humanidad, dirigiéndola a un objetivo particular: el establecimiento de su reino sobre la tierra. En este tiempo su mano permanece escondida en el misterio de sus actos providenciales; pero está completamente activo entre nosotros. Daniel reconoció la presencia invisible de Dios en la historia cuando declaró: “Él muda los tiempos y las edades; quita y pone reyes” (Daniel 2:21). Dios no ha renunciado a su control sobre las naciones de la tierra. Él trabaja en el corazón de los líderes, silenciosa pero efectivamente, para cumplir sus propósitos (Esdras 1:1). La caída de las naciones impías ocurre bajo el control de nuestro Dios. Con respecto a Babilonia, anunció: “Porque yo levanto y hago subir contra Babilonia reunión de grandes pueblos de la tierra del norte; desde allí se prepararán contra ella, y será tomada” (Jeremías 50:9; cf. 51:11). Las profecías contra las naciones en los libros proféticos del Antiguo Testamento proporcionan una evidencia clara del hecho de que Dios es quien gobierna sobre la tierra. La situación política del mundo estaría en pero situación caótica si no fuera porque Dios todavía está activo. Esa intervención divina es posible porque todas las naciones de la tierra pertenecen a nuestro Señor por causa del sacrificio de Cristo.
Restricción de la pecaminosidad humana. Es en el corazón humano donde se libran las más feroces batallas entre Dios y la raza humana. El corazón es la ciudadela del mal o del bien. Como resultado de la mediación de Cristo, el Espíritu obra en el corazón del hombre impidiendo su total corrupción. A veces Dios detiene a los seres humanos para que no cometan ciertos pecados. El rey Abimelec se declaró inocente de pecado ante Dios y cuestionó la justicia de Dios al castigarlo. Dios le dijo: “Yo también sé que con integridad de tu corazón has hecho esto; y yo también te detuve de pecar contra mí, y así no te permití que la tocases” [a Sara] (Génesis 20:6). Cualquier cantidad de bien que todavía haya en el corazón humano, se debe a que Dios ha obrado para refrenar su pecaminosidad. El corazón no es bueno por naturaleza (Santiago 1:17).
Fuente de sabiduría y conocimiento. Debemos atribuir el continuo desarrollo de las ciencias, las artes y la tecnología a la presencia de Dios entre nosotros: “Da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a los entendidos. Él revela lo profundo y lo escondido; conoce lo que está en tinieblas, y con él mora la luz” (Daniel 2:21, 22). Dios habilita a las personas con toda clase de “sabiduría e inteligencia, en ciencia y en todo arte y […] para trabajar en toda clase de labor” (Éxodo 31:3-5). Si la mente humana es todavía capaz de pensar racionalmente, si los seres humanos están todavía interesados en entenderse a sí mismos y al mundo que los rodea, si todavía andamos en busca de significado; es porque Dios ha preservado su imagen en nosotros. Él es capaz de hacer eso por nosotros, sin comprometer la santidad de su carácter, porque trabaja a favor de nosotros a través de Cristo.
Atrayendo todo a Cristo. Como resultado de esta gracia común, el Espíritu del Señor está totalmente activo sobre nuestro planeta, señalando y dirigiendo a los individuos hacia la cruz como el único medio de salvación. Jesús dijo a sus discípulos que después de su partida, les iba a enviar el Espíritu, y que él “convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8). El término griego traducido “convencerá” es elegcho, que significa “reprender, culpar, corregir, castigar” “mostrar a alguien su falta” o “convencer a alguien de su error o falta”. El propósito de la reprensión es el mejoramiento de la persona de pecado, de justicia y de juicio. Su obra deja a los individuos en un estado de culpa, haciéndolos conscientes de su alienación de Dios y su pecaminosidad. Procura ayudar a los seres humanos a comprender que están perdidos en el universo y sin Dios. Es entonces cuando señala la cruz como el único medio para que la humanidad salga de su difícil condición. Sin esta obra del Espíritu la cruz llega ser inútil en sí misma. Pero es precisamente por causa de la cruz que el Espíritu está activo en el mundo, conduciendo a los pecadores a la efectividad de la cruz para su salvación. Todos los buenos dones y todas las bendiciones que los seres humanos reciben y disfrutan vienen de parte de Dios y tienen el propósito de guiarlos por medio del Espíritu a la cruz del Calvario (Romanos 2:4).
La mediación y la vida cristiana
Aquellos que han puesto su fe en Cristo necesitan constantemente la obra de mediación de Cristo ante el Padre. Pablo proclamó que “Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Romanos 8:34). La frase “por nosotros” afirma que Cristo está mediando a favor de los creyentes. La mediación de Cristo “por nosotros” presupone que el pecado es todavía una amenaza para los creyentes, en el sentido en que puede dañar su relación con el Señor. La posibilidad de pecar después de ser bautizados es real y constante y cuando quiera que ocurra Dios no lo ignora. Ese hecho hace que el papel de Cristo como nuestro mediador ante el Padre sea un elemento indispensable en la vida cristiana. Juan estaba completamente consciente de esa situación. “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1). Luego sugiere que el perdón del pecado a través de la efectiva mediación de Cristo ante el Padre está asegurada para todos –creyentes y no creyentes- porque “él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (versículo 2). Dios nos perdona exclusivamente a través de la mediación de Cristo (Efesios 4:32).
Los cristianos fueron santificados a través de la sangre de Cristo en el momento de su conversión (Hebreos 10:29), pero Cristo continúa afirmando sus corazones en santidad (1 Tesalonicenses 3:13). De hecho, las Escrituras los exhortan a ser santos porque Dios es santo (1 Pedro 1:15, 16). Pero la exhortación está fundada en la convicción de que Cristo media la santidad de nosotros a través de su obra en el Santuario celestial. Las Escrituras instan a los creyentes: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro [tiempo de necesidad] (Hebreos 4:16). Los cristianos enfrentarán un “tiempo de necesidad”, pero lo harán a través de su Salvador y Señor (cf. Romanos 3:25, 26).
La mediación de Cristo es indispensable en el sentido en que sin ella el Padre no habría enviado al Espíritu Santo. Obviamente, no deberíamos interpretar ese hecho como sugiriendo una falta inicial de deseo, de parte de Dios, para enviarnos el Espíritu. El interés era encontrar la forma apropiada para cumplir el propósito divino. Una vez que Cristo se ofreció como sacrificio y ascendió al Padre, hubo un Mediador a través de quien el Espíritu sería enviado al mundo y particularmente a su iglesia. Jesús informó a los discípulos que al comenzar su mediación, después de su ascensión, su primera petición al Padre sería que les enviara el Espíritu (Juan 14:15). Entonces en el día de Pentecostés los discípulos recibieron el derramamiento del Espíritu y comprendieron que indicaba que Cristo había iniciado su obra de mediación (Hechos 2:33).
La mediación de Cristo y la gracia común
Tan pronto como Adán y Eva pecaron Cristo llegó a ser su Mediador, haciendo que los beneficios de su futuro sacrificio expiatorio estuvieran disponibles para ellos. Él era el Cordero de Dios “que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13:8). A través del sacrificio y la mediación de Cristo la gracia ahora rodeaba al planeta. [6][6] Esa esfera de gracia hizo posible que Dios continuara comunicándose con los seres humanos a través de Cristo, invitándolos a aceptar la salvación. La teología cristiana generalmente se refiera a tal gracia como “gracia común”, la demostración del interés de Dios por su indigna creación. Esta gracia no solo beneficia al mundo natural sino particularmente a los seres humanos; y sin tomar en cuenta si realmente sirven al Señor o no. Pero esa gracia común no se considera salvífica, es decir, recibir sus beneficios no significa que hemos sido salvados o que estamos creciendo en santidad. ¿Cuál es, entonces, el propósito de esta obra de Cristo y cómo se manifiesta?
Preserva y mantiene la naturaleza y la vida. Como resultado del sacrificio y la mediación de Cristo, Dios nos ha abandonado a nuestro mundo sino que continúa sosteniéndolo. El salmista dice: “Bueno es Jehová para con todos, y sus misericordias sobre todas sus obras” (Salmo 145:9). Su misericordia no conoce límites. La compasión de Dios se expresa en su regular e infalible encarnación. En su propia persona llevó juntas la humanidad y la divinidad. Él fue la expresión objetiva de la reconciliación entre Dios y los seres humanos. Su persona fue el lugar donde se localizó el puente entre ambos. Con una mano pudo alcanzar los cielos y con la otra llegó hasta nosotros para restaurarnos a nuestro estado original. Cristo fue singular porque él, el Único Mediador, había nacido unido a Dios. Esa unión con Dios fue universalizada, es decir, llegó a estar disponible para todos, cuando la sacrificó por nosotros en la cruz.
Su mediación en el Santuario celestial no puede estar separada de su mediación sobre la cruz. Podemos ser incorporados en su unión con Dios a través de su mediación por nosotros ante el Padre. Su mediación significa que solo existe una manera de acceder a Dios. “Porque hay un solo Dios, y un mediador entre Dios los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos” (1 Timoteo 2:5, 6). La mediación de Cristo está firmemente anclada en su mediación sacrificial. Su mediación constante ante el Padre significa para los seres humanos que “la salvación no se encuentra en ningún otro” (Hechos 4:12). Su singularidad le da el derecho a ser nuestro exclusivo Mediador.
Pero su mediación ante el Padre no significa que tiene que persuadirlo para que nos acepte. La mediación presupone que el Padre está amorosamente dispuesto a restaurarnos a su compañerismo a través del Hijo. También significa que desde la perspectiva celestial la solución para el problema del pecado todavía no se ha consumado. Incluso los cristianos continúan siendo manchados por el pecado y por lo tanto en constante necesidad de la gracia santificadora de Dios que nos alcanza a través de Cristo. Esa gracia fluye libremente del Padre, pero nos llega a través de Cristo. Nunca podremos proclamar nuestra independencia de la mediación de Cristo cuando nos aproximamos al Padre. Es por causa de su mediación que el pecado ya no es un obstáculo para tener acceso a Dios.
La mediación de Cristo ante el padre es indispensable porque el conflicto cósmico todavía prosigue. Las fuerzas del mal tratan con frecuencia de limitar nuestro acceso a los beneficios del sacrificio de Cristo. Señalan nuestra detestable condición para argüir que si Dios nos concediera esos beneficios revelaría que la justicia divina no es confiable en sí misma (cf. Zacarías 3:1, 2; Job 1:6-11; Apocalipsis 12:10). La mediación de Jesús ante el Padre y ante los ángeles es el fundamento de la recepción de la gracia de Dios por los seres humanos pecadores sobre la base de la muerte sacrificial de Cristo. Demuestra que Dios puede correctamente justificar a los pecadores que por la fe han aceptado a Cristo como sumo sacerdote celestial y obtendrán la ayuda que requieren para afrontar esos momentos difíciles. Nuestro salvador no nos ha abandonado para luchar solos en nuestra vida cristiana. Él fue el “Abandonado” y, consecuentemente, nunca nos abandonará sino que estará con nosotros hasta el fin (Mateo 28:20).
Conclusión
La obra expiatoria de Cristo incluye su muerte, su resurrección, su ascensión y su obra de mediación ante el Padre. Nunca debemos limitar la expiación al acto sacrificial, sino debemos interpretarla como un proceso. El poder expiatoria del sacrificio de Cristo está siendo aplicado ahora a los creyentes a través de la mediación del Hijo de Dios. Esa mediación hizo posible que los seres humanos disfrutaran la presencia del Espíritu en nuestro planeta y todas las muchas bendiciones que conlleva, tanto a los creyentes como a los no creyentes. La “gracia común” mediada a través de Cristo en la obra del Espíritu tiene como objetivo mover el corazón humano para que encuentre en Cristo a su Salvador. “La gracia salvador/santificadora” es la obra del Espíritu en el corazón de aquellos que han rendido su corazón a Cristo. Incluso para ellos la mediación de Cristo en el Santuario celestial continúa siendo indispensable. A través de ella los cristianos reciben por gracia el perdón de sus pecados postbautismales, continúan creciendo en la gracia, y son sostenidos mientras afrontan pruebas y tentaciones en la peregrinación cristiana.
[7][1] Margin Hengel, Studies in Early Christology (Edimburgo: Y & & Clark, 1995), p. 153. Comentando sobre el uso del término leitourgos (“ministro”) en Hebreos 8:2, David J. Mac Leod dice que está atrayendo la atención al hecho de que aunque su obra sacrificial está terminada, hay un ministerio que continúa” (“The Present Work of Christ in Hebrews”, Bibliotheca Sacra 148 [1991]: 187). El pensamiento que ya ha sido expresado por Donald Guthrie, The Letter to the Hebrews: An Introduction and Commentary (Grand Rapids: Eerdmans, 1982), p. 115.
[8][2] Cf. David Peterson, Hebrews and Perfection: An Examination of the Concept of Perfection en the Epistle to the Hebrews (Cambridge University Press, 1982), p. 115, quien escribe: “El énfasis que se pone sobre la naturaleza terminada de su obra expiatoria, particularmente en 10:11ss, significa que los creyentes están siendo desafiados a disfrutar de los beneficios actuales de esa obre (10:19ss-) y la imagen del intercesor se utiliza para enfatizar la capacidad y disposición de Cristo para continuar aplicando esos beneficios ()cf. 12:24)”. La declaración en principio es correcta, pero identifica a Jesús como un mediador a través de quien el pacto nuevo fue puesto en operación y como nuestro mediador en el cielo. Por lo tanto, “El perdón asegurado de una vez por todas tiene su aplicación en la ayuda esencial que proporciona a los ‘hijos’ en la difícil senda a la gloria” (M. A. Seifrid, “Death of Christ”, Dictionary of the NE & Its Developments, eds. Ralph Martin and Peter H. Davids, (Downer Grove: Inter Varsity Press, 1997), p. 275).
[9][3] Paterson, Hebrews and Perfection, p. 119.
[10][4] John Mc Ray; Paul: His Life and Teachings (Grand Rapids: Baker Academic, 2003), p. 324. Hace algunos años, J. G. Davies expresó la misma idea en su He Ascended into Heaven: A Study in the History of Doctrine (Nueva York: Association Press, 1957), p. 66, cuando escribió: “Al realizar esta ofrenda Jesucristo hizo expiación, y este acto es un proceso: la muerte por la cual su sangre fue derramada; la resurrección, mediante la cual ‘El Dios de paz que resucitó a los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno [Hebreos 13:20]; y la ascensión, por medio de la cual entra al cielo mismo con la sangre, ‘para presentarse ahora por nosotros ante Dios’ [Hebreos 9:24]”. Ver también Hengel, Studies, p. 160
[11][5] Elena G. de White, Ministerio médico (APIA, 2001), p. 10.
[12][6] Elena de White lo expresa muy bien: “En el don incomparable de su Hijo, Dios rodeó al mundo entero con una atmósfera de gracia tan real como el aire que circula alrededor del globo. Todos los que decidan respirar esa atmósfera vivificante vivirán y crecerán hasta alcanzar la estatura de hombres y mujeres en Cristo Jesús” (El camino a Cristo [APIA, 2005], p. 10).
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