III Trimestre de 2011
Libro Complementario
LA ADORACIÓN EN EL CONFLICTO DE LOS SIGLOS
Autor: Rosalie Haffner Lee Zinke
Capitulo 13
La adoración: De lo terrenal a lo sublime
Cómo hacer frente a lo mundano Usted es paciente de un hospital. Sea cual fuere su problema, es probable que un técnico de terapia respiratoria le traiga un pequeño aparato para practicar inspiraciones profundas, para ayudarle a evitar que le dé neumonía. Pone sus labios sobre la pieza bucal e inhala lo mejor que puede; el calibrador sube un poco. Prueba de nuevo, una y otra vez. Hace algún progreso, pero no demasiado. El técnico le dice que siga probando, ¡varias veces al día! ¿Ha sentido alguna vez que su experiencia de adoración es como soplar en ese aparatito de respiración? Trata con esfuerzo de traer algo a Dios para la adoración, pero a veces parece que sus esfuerzos llegan tan alto como sus débiles intentos de soplar el aparato.
Encontrar lo sublime Ahora considere otro escenario. Unos amigos lo han invitado a que los acompañe a una presentación del Mesías de Händel, que se dará en una hermosa catedral. Cuando llega, usted siente que hay cierta expectativa en el aire: la orquesta está afinando sus instrumentos, y pronto los miembros del coro ocupan sus lugares. Dos horas de música magnífica pasan rápidamente, mientras está sentado, cautivado por lo que, tal vez, es una de las mayores obras musicales alguna vez producida en toda la historia humana.
Luego, viene el momento emocionante en que la orquesta comienza los estupendos acordes del gran "Coro Aleluya", y la audiencia se pone de pie como una sola persona. Usted también está de pie, a veces con miedo de respirar, por temor a romper la maravilla del momento. Cierra los ojos porque siente que está más cerca del cielo de lo que alguna vez estuvo. Al desaparecer los últimos acordes, teme el aplauso que interrumpe la solemnidad del momento. Usted ha adorado; ha experimentado una sublime adoración a su Salvador que difícilmente le parecía posible desde su pobre estructura humana. Desea conservar para siempre el momento, y no dejarlo morir nunca en su corazón. Si así es la adoración celestial, ¡usted no quiere perdérsela! ¡Ni yo tampoco!
Patmos: de lo mundano a lo sublime A través de los años, el amado apóstol Juan había llegado a comprender el significado del sacrificado amor ejemplificado por su amado Señor. Él había vivido la persecución y presenciado la destrucción de Jerusalén. Había sido falsamente acusado, enjuiciado en Roma por su fe, y echado dentro de un caldero de aceite hirviendo. Como eso no lo mató, sus enemigos decidieron que terminarían con su influencia enviándolo al exilio. ¡Cuán equivocados estaban! Y allí estaba Juan, solo y aislado en una isla rocosa del mar Egeo. Aunque rodeado por bellezas, los sentimientos de soledad y de separación de sus amigos debieron haberlo sensibilizado. Pero aun en su terrible aislamiento, encontró consuelo en las obras creadas por Dios. Allí, en ese ambiente solitario, Dios abrió las ventanas de los cielos y le mostró a Juan, el Revelador, magníficas visiones de adoración, que han inspirado a los creyentes en Cristo durante siglos. Estas son visiones que Dios nos brindó a todos, por medio de Juan, con el fin de motivarnos y animarnos a adorarlo sin importar el costo. Vislumbres de adoración que nos dan esperanza y valor de que también un día adoraremos a Dios delante de su Trono en sublime adoración, más allá de lo que podemos imaginar aquí abajo. Sí, tendremos que afrontar pruebas, sufrimientos y aun persecuciones. Pero las visiones de Juan el Revelador nos recuerdan que "las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse" (Romanos 8:18). La imagen apocalíptica de la adoración en medio del conflicto Juan describe vívidamente esos sufrimientos a través de los siglos como un gran conflicto que arde con furia entre el bien y el mal, un conflicto acerca de quién tiene el derecho de nuestra adoración. A Juan se le muestran diversas escenas de adoración que consideraremos en este capítulo. Primero, veamos el ambiente en el cual Juan describe este conflicto entre Cristo y Satanás. Él describe la intensidad del gran conflicto bajo el símbolo de un dragón que trata de destruir a una mujer que da a luz a un Hijo varón, que regirá a todas las naciones. Juan ve al Niño arrebatado para Dios y a la mujer perseguida. Ve al dragón enfurecido contra la mujer, arrojando su ira y haciendo guerra contra su descendencia (ver Apocalipsis 12). Entonces, Juan ve una bestia que sube del mar y recibe su autoridad de parte de un dragón; y toda la tierra se maravilla ante esta bestia. Luego otra bestia como un cordero sube y ejerce todo el poder de la primera bestia, engañando al mundo con señales y maravillas mentirosas. Al final, sale el decreto de muerte definitiva: ninguno puede comprar ni vender a menos que tenga la marca de la bestia (Apocalipsis 13). En el capítulo 14, Juan ve al Cordero parado sobre el monte Sion, y oye las voces de victoria de quienes son seguidores del Cordero y que han sido redimidos por su sangre. En este ambiente, Juan pronuncia uno de los mensajes más urgentes del libro del Apocalipsis, sino de toda la Biblia: una advertencia contra la adoración a la bestia. Sobre quienes ignoran esta advertencia y reciben la marca de la bestia, la ira de Dios será derramada en la destrucción final de todos los que rehúsan adorar al verdadero Dios
Creador del universo.
Hemos visto, a través de este libro, que la adoración es el verdadero problema en la gran batalla entre el bien y el mal. Desde la Caída en el Génesis, y hasta las tentaciones de nuestro Señor en el desierto, la adoración ha estado en el centro de la confrontación entre Cristo y Satanás. En el libro del Apocalipsis, Juan continúa describiendo la historia de la guerra sobre la adoración desde la Cruz hasta la gran batalla final, cuando el enemigo será finalmente destruido y todo el universo adorará al Padre y al Cordero. El llamado final de un Padre amante, que anhela salvar a todos sus hijos terrenales, es pronunciado con urgencia y dramatismo a gran voz, de modo que ninguno pueda dejar de oírlo. Es una apelación a cada ser humano que vive sobre el planeta Tierra: "Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas" (Apocalipsis 14:7; la cursiva fue añadida). Es como si, en su ruego final, Dios nos estuviera diciendo: "Por favor, escuchen. Yo soy el Dios Creador de ustedes. Yo los hice. Quiero su amor y su adoración. No quiero que sean destruidos porque han elegido seguir y adorar al enemigo. No hay nada más que pueda hacer por ustedes, a menos que se vuelvan a mí y me honren con su amor y su fe. Yo no quiero que sean destruidos, pero si ustedes persisten en adorar a la bestia y recibir su marca, no hay nada más que yo pueda hacer para salvarlos, porque los castigos que destruirán al enemigo los destruirán también a ustedes si lo adoran. Por favor, escuchen y vuélvanse a mí antes que sea demasiado tarde". Este es el centro del clamor de un amante Dios Creador que pagó el precio máximo para salvar a sus hijos humanos descarriados. Quienes respondan al llamado recibirán recompensas que están más allá de toda comprensión. Por medio de Juan, nos ha dado vislumbres maravillosas de cómo será la adoración en la eternidad. Veremos ahora esas escenas de adoración divina que Juan tuvo el privilegio de ver que ocurrían alrededor del trono de Dios, en el Santuario celestial. ¿Quién es adorado y quiénes adoran? La primera escena de adoración aparece al comienzo del libro de Juan. Él estaba "en el Espíritu en el día del Señor" [el sábado de Dios] (Apocalipsis 1:10). Él ve nada menos que a su bendito Salvador. Cae a sus pies, y entonces siente el tierno toque de la mano derecha de Jesús sobre su hombro. "No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén" (versículos 17, 18). ¡Qué seguridad para el anciano soldado de la Cruz! Este no era otro que su amado Maestro, Jesús. Se le indica a Juan que escriba lo que ve en un libro, de modo que todos los seguidores de Jesús puedan tener la certeza que se le dio a Juan en aquella solitaria isla. En el capítulo 4, se le muestra a Juan "un trono establecido en el cielo y, en el trono, uno sentado. Y el aspecto del que estaba sentado era semejante a piedra de jaspe y de cornalina [...] y había alrededor del trono un arco iris, semejante en aspecto a la esmeralda" (versículos 2, 3). Veinticuatro ancianos y cuatro seres vivientes están de pie alrededor del trono, y todos cantan: "Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir" (versículo . "Aquellos seres vivientes dan gloria y honra y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se postran delante [...] y adoran [...] y echan sus coronas delante del trono, diciendo: Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas" (versículos 9-11). Juan ve un rollo en la mano derecha del que está sentado sobre el trono, y oye un fuerte pregón que dice: "¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?" (Apocalipsis 5:2). Otra vez su atención es atraída al trono que las criaturas vivientes y los ancianos rodean. Ahora ve un Cordero como inmolado, quien es también "el León de la tribu de Judá, la raíz de David" (versículo 5). De repente todas las criaturas y los ancianos caen postrados ante él, cantando "un nuevo cántico [...] Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios [...] y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra" (versículos 9, 10). Los coros angélicos unen sus voces en un gran coro: "El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza" (versículo 12). ¡Qué gloriosa escena de adoración! El que fue crucificado en una cruz cruel por fanáticos religiosos, quien fuera coronado con espinas en lugar de la corona que merecía, es ahora adorado por grandes multitudes de redimidos que cantan con entusiasmo: "La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero" (Apocalipsis 7:10). Entonces los ancianos y las criaturas vivientes se postran sobre sus rostros en adoración y se unen al coro de alabanza: "Amén. La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder y la fortaleza, sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén" (versículo 12). Esta adoración es la experiencia más elevada que puede sucederle a un ser humano creado a la imagen de Dios. De acuerdo con las visiones de Juan, tal adoración es la actividad continua del cielo. Nuestras mentes pobres y finitas no pueden siquiera comenzar a captar la realidad y la sublimidad de tal adoración. No obstante, Dios quiere que tengamos esa experiencia. Ahora es nuestro tiempo de preparación para aprender cómo adorar realmente a Dios con reverencia, respeto y humildad. Como observamos antes, toda verdadera adoración de los seres humanos tiene que comenzar con un corazón quebrantado y contrito, que ha sido humillado ante un Dios santo, arrepentido de nuestra humanidad pecaminosa. Solo entonces puede Dios tener permiso para cambiar y transformar nuestras vidas de modo que podamos ofrecerle una adoración aceptable. El ejemplo de los adoradores que se postran alrededor del trono de Dios en las visiones de Juan demuestra de nuevo que la misma naturaleza y Espíritu de Dios deben ser la base de toda adoración a él. La adoración no se centra en nosotros; es un don –lo mejor que nuestros pobres corazones pueden dar– que ofrecemos a Dios como nuestro divino Creador y Hacedor. No se centra en cómo nos sentimos con la adoración o qué pensamos que desea Dios, o qué apela a nosotros. La adoración es un don que llevamos a Dios, basado en lo que él ha revelado en su santa Palabra acerca de sí mismo, lo que determina cómo vamos a él en adoración.
En otra escena de adoración (Apocalipsis 14:1-5), Juan describe a los redimidos que cantan un canto nuevo alrededor del trono de Dios, "pues son sin mancha" (versículo 5) y "siguen al Cordero por dondequiera que va" (versículo 4). Más tarde, Juan ve al mismo grupo de redimidos sentados sobre tronos de juicio (ver Apocalipsis 20:4). Algunos son aquellos que han sido degollados y martirizados porque rehusaron adorar a la bestia o traicionar su fe en el Cristo viviente. Todos habían hecho la elección de adorar solo a Dios.
¿Dónde está el trono de Dios?
En la primera visión de adoración, como notamos antes, él vio al Hijo del Hombre caminando entre siete candeleras de oro en el Lugar Santo del santuario. En Apocalipsis 4:2, Juan vio "un trono establecido en el cielo". Otra vez, en Apocalipsis 8:3, Juan vio el trono cerca del altar de oro donde se ofrecía mucho incienso con las oraciones de los santos, que ascendía delante de Dios. ¡Qué hermoso cuadro de nuestro gran Sumo Sacerdote e Intercesor ofreciendo su preciosa sangre y justicia, junto con nuestra adoración, ante el mismo trono de Dios! Solo ese hecho es una buena nueva tan grande que debería llenar nuestros corazones de gozo, de amor y de adoración al caer ante él para adorarlo y alabarlo por lo que está haciendo por nosotros en el santuario celestial, en su mismo trono. Apocalipsis 11 pinta una escena de adoración que anuncia la venida de Jesús, cuando su reino final está por comenzar. Una vez más, los veinticuatro ancianos caen sobre sus rostros y adoran a Dios, agradeciéndole por cuanto está a punto de ocupar su lugar legítimo como rey de las naciones, para administrar el juicio final a quienes rehusaron su salvación y gobierno justo (ver los versículos 15-17). Note lo que sucede después: "Y el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo. Y hubo relámpagos, voces, truenos, un terremoto y grande granizo" (versículo 19; la cursiva fue añadida).
La santa ley de Dios está contenida en el arca del pacto, símbolo de su santa justicia y su juicio recto sobre aquellos que rehusaron vivir según los principios de su ley. Ahora su obra final de recompensar a los redimidos y juzgar a quienes rehusaron su oferta de misericordia está a punto de comenzar. La santa ley de Dios ha sido exonerada. Los malvados están condenados por la ley que quebrantaron, rechazaron y pisotearon, la ley que ahora los condena a la segunda muerte.
Apocalipsis 15 presenta otra fascinante escena de adoración. Juan vio a siete ángeles a punto de vaciar la ira de Dios en la forma de siete terribles plagas. Al momento siguiente, vio "un mar de vidrio mezclado con fuego" y los que estaban sobre él son "los que habían alcanzado la victoria sobre la bestia, y su imagen, y su marca" (versículo 2). Con sus arpas y sus voces, "cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos. ¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? Pues solo tú eres santo [...] Porque tus juicios se han manifestado" (versículos 3, 4). Al terminar la escena, "el templo se llenó de humo por la gloria de Dios, y por su poder; y nadie podía entrar en el templo hasta que se hubiesen cumplido las siete plagas de los siete ángeles" (versículo .
Ahora Juan oye una multitud de voces cantando un gran coro de Aleluya al Señor nuestro Dios, porque sus justos juicios han prevalecido y "se ha juzgado a la gran ramera que ha corrompido a la tierra" (ver Apocalipsis 19:1-3). Otra vez, los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes adoran a Dios alrededor del trono. Entonces Juan describe la Santa Ciudad, la Nueva Jerusalén, que desciende de Dios, del cielo, y una voz fuerte proclama que está "el tabernáculo de Dios con los hombres [...] y Dios mismo estará con ellos como su Dios" (Apocalipsis 21:3). Juan no vio templo en la Nueva Jerusalén, "porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero" (versículo 22). Juan termina sus visiones celestiales recordándonos otra vez la invitación de Dios: "El Espíritu y la Esposa dicen: Ven" (Apocalipsis 22:17). ¿Cómo podemos descuidar tal invitación? Por qué adoran a Dios Para comprender mejor cómo y por qué debemos adorar, observemos otra vez la descripción que hace Juan de cómo adoran los seres celestiales y los redimidos. La palabra griega para el término "adorar", que usa Juan en su descripción, significa "postrarse en homenaje, reverenciar, adorar". En la primera visión de adoración, Juan manifiesta: "Cuando lo vi [a Jesús], caí como muerto a sus pies" (Apocalipsis 1:17). El Cristo resucitado le apareció con un brillo mayor que la luz del sol de mediodía, y Juan cayó postrado en el suelo, casi sin vida. Tan magnificente era la gloria de Cristo. La visión de Apocalipsis 4 describe la escena de la adoración en el contexto de un gran despliegue de poder, con los cuatro seres vivientes que no descansan de día ni de noche, sino que cantan al Señor: "Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso" (versículo . Entonces "los veinticuatro ancianos se postran delante [...] y adoran al que vive [...] y echan sus coronas delante del trono diciendo: Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas" (versículos 10, 11). Aquí, como en muchas otras de las visiones de adoración que vio Juan, el énfasis está colocado sobre la idea de que Dios es digno porque él es el Creador y el Sustentador de todas las cosas. Juan, sencillamente, está reiterando aquí lo que él declaró en su Evangelio: "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios [...] Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho" (Juan 1:1-3). Y Pablo afirma: "Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles [...] todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten" (Colosenses 1:16, 17). En la visión de Apocalipsis 5, Juan ve a Cristo como el Cordero inmolado, y los ancianos y los seres vivientes cantan un cántico nuevo: "Digno eres de tomar el libro [...] porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios [...] y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes" (versículos 9, 10). ¡Él es el Creador; el Redentor; el Libertador; el Rey de reyes y Señor de señores; el Juez sentado en el gran trono blanco, porque él es digno! Esto debería ser un asunto de gran preocupación para quienes dicen que adoran al Dios Creador. Demasiado a menudo entramos en el lugar de culto en forma descuidada, como cuando asistimos a una sala de conciertos o a un lugar de entretenimiento. ¿Comprendemos realmente la grandeza y la maravilla del Dios que decimos adorar? ¿O es la adoración solo una formalidad, por la que pasamos porque es un hábito o porque es lo que tenemos que hacer? ¿Cómo podemos desarrollar un sentido de respeto, majestad y gloria para con nuestro maravilloso Dios? Indudablemente, una comprensión de las visiones de Juan de la adoración celestial debería ser un primer paso hacia el desarrollo de un temor reverente y de asombro por la grandeza de nuestro Dios. Estos deberían motivarnos a adorarlo con cada fibra de nuestro ser y de nuestro amor y adoración a Dios. Hay varios principios que vale la pena notar:
- En las Escrituras, Dios nos ha dejado un modelo de cómo debería ser nuestra adoración. El diseño original para la adoración es celestial, y los seres humanos caídos deberían ser muy cuidadosos de no ignorar o remplazar el plan de Dios con sus propias ideas de cómo adorar.
- La Ley de Dios y su pacto deben ser la base de toda adoración verdadera. Eso incluye la obediencia a los primeros cuatro Mandamientos, el fundamento de toda verdadera adoración.
- Tanto el Santuario terrenal como el celestial nos proporcionan modelos de cómo debemos reverenciar a Dios y demostrar respeto mientras lo adoramos.
- Las visiones de Juan muestran que Dios ordenó conductores de adoración. En el sistema del Antiguo Testamento, los músicos levitas eran ministros adiestrados, que guiaban la música de adoración en el Santuario. El Apocalipsis parece mostrar a los veinticuatro ancianos y a los cuatro seres vivientes dirigiendo la adoración a Dios y al Cordero.
- Como describe el Apocalipsis, la verdadera adoración bíblica a menudo incluye cantos exaltados de alabanza, gloria y honor.
- Como ya notamos, la palabra adoración significa postrarse en humildad, reverencia y respeto, como señal de la sumisión propia a la grandeza, la santidad y la majestad de Dios. La adoración es el honor que brindamos a nuestro maravilloso Creador y Redentor.
- En la verdadera adoración, solo Dios es honrado como el soberano
Gobernante del universo.
No más noche Juan debe haberse emocionado al ver que la Nueva Jerusalén descendía del cielo, de Dios. En la ciudad no hay necesidad de sol o luna, porque el Cordero es su luz (Apocalipsis 21:23). "Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella [la gloria de Dios]" (versículo 24). Nada que contamine puede entrar allí. No más pecado, no más contaminación, no más derrames de petróleo, terremotos, huracanes ni tsunamis. No más cáncer, no más enfermedades mortales, no más gérmenes de ninguna clase. No más pecado, no más tragedia ni muerte. Dios ha limpiado y purificado la tierra de todas ellas. Y aún más, lo ha hecho en el fuego final que elimina toda contaminación, toda abominación, toda mentira detestable.
Tal vez por eso el salmista, en su hermoso canto de alabanza para el sábado, de repente interrumpe su alabanza y exclame con expectativa: "Porque he aquí perecerán tus enemigos; serán esparcidos todos los que hacen maldad" (Salmo 92:9). Ahora Juan rápidamente añade otra dimensión interesante. Casi en forma de paréntesis, menciona que no habrá noche en la santa ciudad. (Tal vez las noches en Patmos eran intolerablemente oscuras.) "Desaparecida la maldición con la cual tropecé y caí, el mal está desterrado... No hay más noche, no más dolor, no hay más lágrimas, nunca más habrá llanto. Alabanzas al gran YO SOY; Viviremos a la luz del Cordero resucitado". Los redimidos llevarán gloria y honor a su Rey. Lo adoran por toda la eternidad, pues sus nombres están escritos en el Libro de la Vida del Cordero. Han aprendido a adorarlo en su jornada terrenal; ahora pasarán la eternidad cantando alabanzas y adorando a su Dios y al Cordero. "¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya! "Porque Dios el Padre reina por siempre [...] "Los reinos de este mundo son del Señor Jesús [...] "¡Dios será el Rey por siempre, por toda la eternidad! Será Rey, será Rey, "¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!".
Compilador: Delfino J.