Lección4 Para el 23 de julio de 2011
ALEGRAOS ANTE EL SEÑOR: EL SANTUARIO Y LA ADORACIÓN
Sábado 16 de julio
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Éxodo 25:1-22; 29:38,39; 35; Deuteronomio 12:5-7, 12, 18; 16:13-16.
PARA MEMORIZAR:
“Y os alegraréis delante de Jehová vuestro Dios, vosotros, vuestros hijos, vuestras hijas, vuestros siervos y vuestras siervas, y el levita que habite en vuestras poblaciones; por cuanto no tiene parte ni heredad con vosotros” (Deuteronomio 12:12).
EL ESCRITOR RUSO LEÓN TOLSTÓI escribió acerca de un amigo que, al acercarse a la muerte, explicó su propia pérdida de fe. El hombre, desde su infancia, había orado. Tenía su propio acto de devoción privada y adoración antes de ir a dormir. Un día, después de una partida de caza con su hermano, se estaba preparando para ir a la cama en la misma habitación, y se arrodilló para orar. Su hermano lo miró y dijo: “¿Todavía haces eso?” Desde ese momento, nunca más oró, nunca más adoró y nunca más ejercitó su fe. Las palabras “¿Todavía haces eso?” revelaron cuán sin sentido había sido este rito para él durante esos años, y por ello no lo hizo más.
Esta historia ilustra el peligro de una mera adoración ritual. La adoración necesita salir del corazón, de una relación real con Dios. Por eso, esta semana consideraremos el servicio del Santuario, el centro de la adoración israelita, y derivaremos lecciones acerca de cómo podemos tener experiencias de adoración más profundas.
Domingo 17 de julio Lección 4
“Y HABITARÉ EN MEDIO DE ELLOS”
“Tú los introducirás y los plantarás en el monte de tu heredad, en el lugar de tu morada, que tú has preparado, oh Jehová, en el santuario que tus manos, oh Jehová, han afirmado” (Éxodo 15:17).
Esta es la primera mención de un santuario en las Escrituras. Lo cantaban los hijos de Israel como parte del canto de liberación después de su salida de Egipto. El versículo habla no solo acerca del Santuario, sino también implica que será la morada de Dios en la Tierra. La palabra hebrea traducida como “morada” viene de una raíz que significa, literalmente, “sentarse”. ¿Estaba Dios realmente por vivir, por “sentarse”, entre su pueblo aquí en la Tierra?
Lee Éxodo 25:1 al 9. ¿Cuáles son los dos puntos principales que aprendemos de estos versículos, y por qué son tan asombrosos? (Mientras piensas en la respuesta, reflexiona acerca de quién es Dios, su poder, su majestad y su poderío.)
Éxodo 25:1 al 9
1 JEHOVA habló a Moisés, diciendo: 2 Dí a los hijos de Israel que tomen para mí ofrenda; de todo varón que la diere de su voluntad, de corazón, tomaréis mi ofrenda. 3 Esta es la ofrenda que tomaréis de ellos: oro, plata, cobre, 4 azul, púrpura, carmesí, lino fino, pelo de cabras, 5 pieles de carneros teñidas de rojo, pieles de tejones, madera de acacia, 6 aceite para el alumbrado, especias para el aceite de la unción y para el incienso aromático, 7 piedras de ónice, y piedras de engaste para el efod y para el pectoral. 8 Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos. 9 Conforme a todo lo que yo te muestre, el diseño del tabernáculo, y el diseño de todos sus utensilios, así lo haréis.
El Dios que liberó a Israel ahora habitaría entre ellos. El mismo Dios que fue capaz de realizar tantas “señales y milagros” increíbles (Deuteronomio 6:22), el Dios que creó los cielos y la tierra, viviría ahora entre su pueblo. La presencia de Dios estaría cerca.
Sobre todo, él viviría en un edificio que los seres humanos caídos habían hecho. Él, que habló y los mundos aparecieron, podría haber dicho la palabra y creado una estructura magnífica. En cambio, hizo que su pueblo estuviera íntimamente involucrado en la creación del lugar, no solo para ser su morada, sino también para ser el centro de toda la adoración israelita.
Los israelitas no hicieron el Santuario de acuerdo con normas humanas. Por el contrario, “conforme al [...] diseño [...] lo haréis” (Éxodo 25:9). Cada aspecto del Tabernáculo terrenal había de representar al Dios santo en forma apropiada y debía ser digno de su presencia.
Todo en ello debía inspirar un sentido de majestad y reverencia. Después de todo, esta era la morada del Creador del universo.
Imagina estar frente a un edificio y saber que dentro de esa estructura moraba Yahweh, el Dios Creador, el Señor del cielo y de la tierra. ¿Qué clase de actitud habrías tenido, y por qué? ¿Qué te debe decir tu respuesta acerca de la actitud que deberías tener durante la adoración?
Lección 4 Lunes 18 de julio
CORAZONES DISPUESTOS
Dios eligió morar entre su pueblo, y lo hizo en un edificio que ellos mismos debían hacer, a diferencia de algo que Dios podría crear en forma sobrenatural. Él los involucró directamente, un acto que idealmente los acercaba a él. Junto con eso, él no creó milagrosamente los materiales
que se usarían para la estructura.
Lee Éxodo 35. ¿Qué lecciones importantes podemos obtener de esto para nosotros mismos con respecto al tema de la adoración?
Éxodo 35
1 MOISES convocó a toda la congregación de los hijos de Israel y les dijo: Estas son las cosas que Jehová ha mandado que sean hechas: 2 Seis días se trabajará, mas el día séptimo os será santo, día de reposo* para Jehová; cualquiera que en él hiciere trabajo alguno, morirá. 3 No encenderéis fuego en ninguna de vuestras moradas en el día de reposo. 4 Y habló Moisés a toda la congregación de los hijos de Israel, diciendo: Esto es lo que Jehová ha mandado: 5 Tomad de entre vosotros ofrenda para Jehová; todo generoso de corazón la traerá a Jehová; oro, plata, bronce, 6 azul, púrpura, carmesí, lino fino, pelo de cabras, 7 pieles de carneros teñidas de rojo, pieles de tejones, madera de acacia, 8 aceite para el alumbrado, especias para el aceite de la unción y para el incienso aromático, 9 y piedras de ónice y piedras de engaste para el efod y para el pectoral. 10 Todo sabio de corazón de entre vosotros vendrá y hará todas las cosas que Jehová ha mandado: 11 el tabernáculo, su tienda, su cubierta, sus corchetes, sus tablas, sus barras, sus columnas y sus basas; 12 el arca y sus varas, el propiciatorio, el velo de la tienda;
13 la mesa y sus varas, y todos sus utensilios, y el pan de la proposición; 14 el candelero del alumbrado y sus utensilios, sus lámparas; y el aceite para el alumbrado; 15 el altar del incienso y sus varas, el aceite de la unción, el incienso aromático, la cortina de la puerta para la entrada del tabernáculo; 16 el altar del holocausto, su enrejado de bronce y sus varas, y todos sus utensilios, y la fuente con su base; 17 las cortinas del atrio, sus columnas y sus basas, la cortina de la puerta del atrio; 18 las estacas del tabernáculo, y las estacas del atrio y sus cuerdas;
19 las vestiduras del servicio para ministrar en el santuario, las sagradas vestiduras de Aarón el sacerdote, y las vestiduras de sus hijos para servir en el sacerdocio. 20 Y salió toda la congregación de los hijos de Israel de delante de Moisés. 21 Y vino todo varón a quien su corazón estimuló, y todo aquel a quien su espíritu le dio voluntad, con ofrenda a Jehová para la obra del tabernáculo de reunión y para toda su obra, y para las sagradas vestiduras.
22 Vinieron así hombres como mujeres, todos los voluntarios de corazón, y trajeron cadenas y zarcillos, anillos y brazaletes y toda clase de joyas de oro; y todos presentaban ofrenda de oro a Jehová. 23 Todo hombre que tenía azul, púrpura, carmesí, lino fino, pelo de cabras, pieles de carneros teñidas de rojo, o pieles de tejones, lo traía. 24 Todo el que ofrecía ofrenda de plata o de bronce traía a Jehová la ofrenda; y todo el que tenía madera de acacia la traía para toda la obra del servicio. 25 Además todas las mujeres sabias de corazón hilaban con sus manos, y traían lo que habían hilado: azul, púrpura, carmesí o lino fino.26 Y todas las mujeres cuyo corazón las impulsó en sabiduría hilaron pelo de cabra. 27 Los príncipes trajeron piedras de ónice, y las piedras de los engastes para el efod y el pectoral, 28 y las especias aromáticas, y el aceite para el alumbrado, y para el aceite de la unción, y para el incienso aromático.
29 De los hijos de Israel, así hombres como mujeres, todos los que tuvieron corazón voluntario para traer para toda la obra, que Jehová había mandado por medio de Moisés que hiciesen, trajeron ofrenda voluntaria a Jehová. 30 Y dijo Moisés a los hijos de Israel: Mirad, Jehová ha nombrado a Bezaleel hijo de Uri, hijo de Hur, de la tribu de Judá; 31 y lo ha llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría, en inteligencia, en ciencia y en todo arte, 32 para proyectar diseños, para trabajar en oro, en plata y en bronce, 33 y en la talla de piedras de engaste, y en obra de madera, para trabajar en toda labor ingeniosa. 34 Y ha puesto en su corazón el que pueda enseñar, así él como Aholiab hijo de Ahisamac, de la tribu de Dan; 35 y los ha llenado de sabiduría de corazón, para que hagan toda obra de arte y de invención, y de bordado en azul, en púrpura, en carmesí, en lino fino y en telar, para que hagan toda labor, e inventen todo diseño.
Nota que el énfasis está en la palabra dispuestos. Dios dijo: “todo generoso de corazón” (Éxodo 35:5), y todo aquel a quien “su corazón estimuló” (Éxodo 35:21) respondió. Esto significa que no hubo fuego ni truenos ni una voz sonora del Sinaí dando las órdenes para dar sus ofrendas. En cambio, vemos aquí la operación del Espíritu Santo, quien nunca fuerza a nadie. La disposición a dar, del pueblo, se reveló en un sentido de gratitud por lo que Dios había hecho por él.
Además, nota que la gente estuvo dispuesta a dar para la obra de la construcción de un santuario, y que lo hicieron con un espíritu gozoso. Voluntariamente dieron dones materiales, su tiempo, sus talentos y sus habilidades creativas: “Todas las mujeres cuyo corazón las impulsó en sabiduría” (versículo 26); “todo hombre a quien su corazón le movió a venir a la obra para trabajar en ella (Éxodo 36:2).
Al dar como dieron, ¿qué estaban haciendo los israelitas, aun antes de construir el Santuario?
A menudo pensamos de la adoración como un grupo de personas que se reúnen para cantar, orar y escuchar un sermón. Esto es cierto, pero la adoración no está limitada a eso. Lo que los hijos de Israel estaban haciendo era adorar. Cada acto de negación propia al renunciar a sus bienes propios materiales, o a su propio tiempo, o a sus propios talentos por la causa de su Señor, es un acto de adoración.
Piensa acerca de tus propios actos en cuanto a dar: diezmos, ofrendas, tiempo, talentos. ¿Cómo has experimentado lo que significa adorar por medio de esos actos? Al darte a ti mismo, ¿cómo fuiste enriquecido?
Martes 19 de julio Lección 4
EL HOLOCAUSTO CONTINUO
“Esto es lo que ofrecerás sobre el altar: dos corderos de un año cada día, continuamente. Ofrecerás uno de los corderos por la mañana, y el otro cordero ofrecerás a la caída de la tarde” (Éxodo 29:38, 39).
La ofrenda diaria de corderos, el “holocausto continuo” (versículo 42), debía enseñar a la gente su constante necesidad de Dios y su dependencia de él. El fuego sobre el altar debía arder de día y de noche (Levítico 6:8-13), y serviría como un recordativo de su necesidad de un Salvador.
Dios nunca quiso que la ofrenda diaria de un cordero fuera un acto rutinario. Era un tiempo de “intenso interés para los adoradores”, de preparación para la adoración, de oración silenciosa y de “un ferviente examen de sus corazones y luego confesar sus pecados”. Su fe había de aferrarse a las promesas de un Salvador por venir, el verdadero Cordero de Dios que derramaría su sangre por los pecados de todo el mundo (ver Patriarcas y profetas, pp. 366, 367).
¿Cómo vinculan los textos siguientes la muerte de Cristo con los sacrificios de animales en el sistema del Antiguo Testamento? Hebreos 10:1-4; 1 Pedro 1:18, 19.
Hebreos 10:1-4
1 PORQUE la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismo sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan. 2 De otra manera cesarían de ofrecerse, pues los que tributan este culto, limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado. 3 Pero en estos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados. 4 porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados.
1 Pedro 1:18, 19.
18 sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, 19 sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación.
Hebreos 10:5 al 10
5 Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me preparaste cuerpo. 6 Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. 7 Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad. Como en el rollo del libro está escrito de mí. 8 Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley), 9 y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último. 10 En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre.
Salmo 40:6 al 8
6 Sacrificio y ofrenda no te agrada; Has abierto mis oídos; Holocausto y expiación no has demandado. 7 Entonces dije: He aquí, vengo; En el rollo del libro está escrito de mí; 8 El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, Y tu ley está en medio de mi corazón.
En Hebreos 10:5 al 10, Pablo cita Salmo 40:6 al 8, mostrando que Cristo cumplió el significado de los sacrificios. Él sugirió que Dios no tenía placer en esos sacrificios, pero que estos tenían la intención de ser un tiempo de tristeza por el pecado y de arrepentimiento. Además, el ofrecer a su Hijo como el sacrificio máximo sería un tiempo de agonía terrible y de gran tristeza para el Padre y para el Hijo. Pablo enfatiza que la verdadera adoración debe fluir de un corazón perdonado, limpiado y santificado, que se deleita en obedecer a Dios. “Así que, hermanos, os ruego [...] que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Romanos 12:1).
La adoración significa darnos a nosotros en forma completa a Dios, como un sacrificio viviente. Cuando nos damos a nosotros primero, entonces seguirán nuestros dones, alabanzas y corazones. Esta actitud es una protección segura contra los ritos faltos de sentido y vacíos.
Pregúntate: ¿He entregado todo a Cristo, quien murió por mis pecados? ¿O hay algún rincón de mi corazón que rehúso soltar? Si es así, ¿qué es, y cómo puedo estar dispuesto a renunciar a ello?
Lección 4 Miércoles 20 de julio
COMUNIÓN CON DIOS
Uno de los aspectos clave de tener una relación salvadora con Cristo es el de conocer a Dios. Jesús dijo: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3). Como en cualquier otra relación, la comunicación es la clave.
Lee Éxodo 25:10 al 22. ¿Qué se dice aquí que debía hacer la gente, y qué promesas se le dan?
Éxodo 25:10 al 22
10 Harán también un arca de madera de acacia, cuya longitud será de dos codos y medio, su anchura de codo y medio, y su altura de codo y medio. 11 Y la cubrirás de oro puro por dentro y por fuera, y harás sobre ella una cornisa de oro alrededor. 12 Fundirás para ella cuatro anillos de oro, que pondrás en sus cuatro esquinas; dos anillos a un lado de ella, y dos anillos al otro lado. 13 Harás unas varas de madera de acacia, las cuales cubrirás de oro. 14 Y meterás las varas por los anillos a los lados del arca, para llevar el arca con ellas. 15 Las varas quedarán en los anillos del arca; no se quitarán de ella. 16 Y pondrás en el arca el testimonio que yo te daré. 17 Y harás un propiciatorio de oro fino, cuya longitud será de dos codos y medio, y su anchura de codo y medio. 18 Harás también dos querubines de oro; labrados a martillo los harás en los dos extremos del propiciatorio. 19 Harás, pues, un querubín en un extremo, y un querubín en el otro extremo; de una pieza con el propiciatorio harás los querubines en sus dos extremos. 20 Y los querubines extenderán por encima las alas, cubriendo con sus alas el propiciatorio; sus rostros el uno enfrente del otro, mirando al propiciatorio los rostros de los querubines. 21 Y pondrás el propiciatorio encima del arca, y en el arca pondrás el testimonio que yo te daré. 22 Y de allí me declararé a ti, y hablaré contigo de sobre el propiciatorio, de entre los dos querubines que están sobre el arca del testimonio, todo lo que yo te mandare para los hijos de Israel.
Sobre el Arca, que contenía las tablas de la Ley, y entronizada sobre el propiciatorio, moraba la presencia de Dios en la gloria de la Shekinah. Allí, “la misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron” (Salmo 85:10). Desde el altar del incienso, en el Lugar Santo,
subía el humo, que representaba las oraciones del pueblo, mezcladas con los méritos y la intercesión de Cristo.
“Y de allí me declararé a ti, y hablaré contigo de sobre el propiciatorio, de entre los dos querubines que están sobre el arca del testimonio, todo lo que yo te mandare para los hijos de Israel” (Éxodo 25:22). Dios prometió al pueblo no solo su presencia, sino también con ellos, hablarles y guiarlos por el camino en que debían andar.
¿Qué nos prometen los siguientes textos? Salmo 37:23; 48:14; Proverbios 3:6; Juan 16:13.
“Por Jehová son ordenados los pasos del hombre, Y él aprueba su camino” (Salmo 37:23)
“Porque este Dios es Dios nuestro eternamente y para siempre; El nos guiará aun más allá de la muerte”( Salmo 48:14). “Reconócelo en todos tus caminos, Y él enderezará tus veredas. (Proverbios 3:6). “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir”( Juan 16:13).
Hoy no tenemos un santuario, pero tenemos las promesas de la conducción y la presencia de Dios en nuestras vidas, si nos entregamos a él. ¿Quién no ha visto la conducción de Dios en algún momento de su vida?
También aquí entra en juego la adoración. Un corazón entregado a Dios en oración, sumisión, reverencia y entrega, que siente su propia necesidad de salvación, de gracia, de arrepentimiento, es un corazón que –lleno de alabanza en adoración a Dios– será guiado en el camino que Dios desea para él. La verdadera adoración nos ayuda a estar más abiertos a la conducción de Dios, y a tener una actitud de fe y de sumisión. No hay nada vacío en esta clase de adoración.
Jueves 21 de julio Lección 4
REGOCIJARSE ANTE DIOS
Gran parte del contenido de los libros de Éxodo, Levítico y Números se centra en el Santuario: su construcción, sus servicios, los sacrificios y las ofrendas, y la ministración de los sacerdotes. Era un lugar muy sagrado y santo. No solo era el lugar en el que Dios mismo habitaba, sino también el lugar donde Israel venía para ser perdonado y limpiado del pecado. Era donde Israel aprendía y experimentaba el evangelio.
La adoración israelita no era fría, estéril y formal. Dios había establecido criterios muy estrictos sobre lo que debía hacerse, pero estos eran medios para un fin: que su pueblo fuera una nación fiel, santa, alegre, del Pacto, que enseñara al mundo acerca del verdadero Dios. (Ver Éxodo 19:6; Deuteronomio 4:5-7; Zacarías 8:23).
Éxodo 19:6
6 Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel.
Deuteronomio 4:5-7
5 Mirad, yo os he enseñado estatutos y decretos, como Jehová mi Dios me mandó, para que hagáis así en medio de la tierra en la cual entráis para tomar posesión de ella. 6 Guardadlos, pues, y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta. 7 Porque ¿qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está Jehová nuestro Dios en todo cuanto le pedimos?
Zacarías 8:23
23 Así ha dicho Jehová de los ejércitos: En aquellos días acontecerá que diez hombres de las naciones de toda lengua tomarán del manto a un Judío, diciendo: Iremos con vosotros, porque hemos oído que Dios está con vosotros.
¿Qué nos enseñan los siguientes textos acerca de la adoración de los israelitas en el Santuario? Levítico 23:39-44; Deuteronomio 12:5-7, 12, 18; 16:13-16.
Levítico 23:39-44
39 Pero a los quince días del mes séptimo, cuando hayáis recogido el fruto de la tierra, haréis fiesta a Jehová por siete días; el primer día será de reposo, y el octavo día será también día de reposo. 40 Y tomaréis el primer día ramas con fruto de árbol hermoso, ramas de palmeras, ramas de árboles frondosos, y sauces de los arroyos, y os regocijaréis delante de Jehová vuestro Dios por siete días. 41 Y le haréis fiesta a Jehová por siete días cada año; será estatuto perpetuo por vuestras generaciones; en el mes séptimo la haréis. 42 En tabernáculos habitaréis siete días; todo natural de Israel habitará en tabernáculos, 43 para que sepan vuestros descendientes que en tabernáculos hice yo habitar a los hijos de Israel cuando los saqué de la tierra de Egipto. Yo Jehová vuestro Dios. 44 Así habló Moisés a los hijos de Israel sobre las fiestas solemnes de Jehová.
Deuteronomio 12:5-7, 12, 18
5 sino que el lugar que Jehová vuestro Dios escogiera de entre todas vuestras tribus, para poner allí su nombre para su habitación, ése buscaréis, y allá iréis. 6 Y allí llevaréis vuestros holocaustos, vuestros sacrificios, vuestros diezmos, y la ofrenda elevada de vuestras manos, vuestros votos, vuestras ofrendas voluntarias y las primicias de vuestras vacas y de vuestras ovejas; 7 y comeréis allí delante de Jehová vuestro Dios, y os alegraréis, vosotros y vuestras familias, en toda obra de vuestras manos en la cual Jehová tu Dios te hubiere bendecido. 12 Y os alegraréis delante de Jehová vuestro Dios, vosotros, vuestros hijos, vuestras hijas, vuestros siervos y vuestras siervas, y el levita que habite en vuestras poblaciones; por cuanto no tiene parte ni heredad con vosotros. 18 sino que delante de Jehová tu Dios las comerás, en el lugar que Jehová tu Dios hubiere escogido, tú, tu hijo, tu hija, tu siervo, tu sierva, y el levita que habita en tus poblaciones; te alegrarás delante de Jehová tu Dios de toda la obra de tus manos.
Deuteronomio 16:13-16
13 La fiesta solemne de los tabernáculos harás por siete días, cuando hayas hecho la cosecha de tu era y de tu lagar. 14 Y te alegrarás en tus fiestas solemnes, tú, tu hijo, tu hija, tu siervo, tu sierva, y el levita, el extranjero, el huérfano y la viuda que viven en tus poblaciones. 15 Siete días celebrarás fiesta solemne a Jehová tu Dios en el lugar que Jehová escogiere; porque te habrá bendecido Jehová tu Dios en todos tus frutos, y en toda la obra de tus manos, y estarás verdaderamente alegre. 16 Tres veces cada año aparecerá todo varón tuyo delante de Jehová tu Dios en el lugar que él escogiera: en la fiesta solemne de los panes sin levadura, y en la fiesta solemne de las semanas, y en la fiesta solemne de los tabernáculos. Y ninguno se presentará delante de Jehová con las manos vacías.
Una de las grandes luchas que afronta la iglesia hoy tiene que ver con la adoración y los estilos de adoración. En un extremo, los cultos de la iglesia pueden ser fríos, formales y sin alegría. El otro peligro es que las emociones lleguen a ser el factor dominante: las personas quieren pasarlo bien, “regocijarse” en el Señor, resignando cualquier clase de adherencia estricta a las verdades bíblicas.
Una lección que podemos aprender y recordar del modelo del Santuario es que toda verdadera adoración debe ser hecha en el contexto de la verdad bíblica. Dios les dio a los israelitas instrucciones muy claras, estrictas y formales con respecto a la construcción del Santuario,
su ministerio y sus servicios, con la intención de enseñarles las verdades de la salvación, la redención, la mediación y el Juicio. Y, no obstante, debían regocijarse ante Dios en su adoración. Este tema aparece vez tras vez. Debería ser claro que uno puede ser muy fuerte en las enseñanzas
bíblicas y, al mismo tiempo, tener una experiencia de adoración gozosa.
Si las verdades de la salvación, la redención, la mediación y el Juicio no son dignas de regocijo, ¿qué son?
¿Cuál es tu experiencia en cuanto a regocijarte ante Dios? ¿Cómo puedes tener una experiencia de adoración más gozosa? ¿Cómo puedes asegurarte de que tu experiencia de adoración no sea similar al hombre del que hablaba Tolstói?
Lección 4 Viernes 22 de julio
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR: Lee “El tabernáculo y sus servicios”, “El pecado de Nadab y Abiú” y “La ley y los dos pactos”, Patriarcas y profetas, pp. 356-372; 373-388; 382-390; “Un mensaje a la iglesia moderna”, Palabras de vida del gran Maestro, pp. 230-232; y “Comentarios
de Elena G. de White”, Comentario bíblico adventista, tomo 4, pp. 1.161,1.162).
Patriarcas y profetas, pp. 356-372; 373-388; 382-390
CAPÍTULO 21. El Pecado de Nadab y Abiú
Después de la dedicación del tabernáculo fueron consagrados los sacerdotes para su oficio sagrado. Estos servicios requirieron siete días, y en cada uno de ellos se cumplieron importantes ceremonias. Al octavo día principiaron su ministerio. Ayudado por sus hijos, Aarón ofreció los sacrificios que Dios estipulaba, y alzó sus manos y bendijo al pueblo. Todo se había hecho conforme a las instrucciones de Dios, y el Señor aceptó el sacrificio y reveló su gloria de una manera extraordinaria: descendió fuego de Dios y consumió la víctima que estaba sobre el altar. El pueblo vio estas maravillosas manifestaciones del poder divino, con reverencia y sumo interés. Las tuvo por señal de la gloria y el favor de Dios, y todos a una elevaron sus voces en alabanza y adoración, y se postraron como si estuviesen en la inmediata presencia de Jehová.
Pero bien pronto cayó una calamidad repentina y terrible sobre la familia del sumo sacerdote. A la hora del culto, cuando las oraciones y las alabanzas del pueblo ascendían a Dios, dos de los hijos de Aarón tomaron cada uno su incensario, y quemaron incienso, para que ascendiera como agradable perfume ante el Señor. Pero violaron las órdenes de Dios usando "fuego extraño." Para quemar el incienso se valieron de fuego común en lugar del fuego sagrado que Dios mismo había encendido, y cuyo uso había ordenado para este objeto. A causa de este Pecado, salió fuego de delante del Señor y los devoró a la vista del pueblo.
Después de Moisés y de Aarón, Nadab y Abiú ocupaban la posición más elevada en Israel. Habían sido especialmente honrados por el Señor, y juntamente con los setenta ancianos 374 se les había permitido contemplar su gloria en el monte. Pero su transgresión no debía disculparse ni considerarse con ligereza. Todo aquello hacía su pecado aun más grave. Por el hecho de que los hombres hayan recibido gran luz, y como los príncipes de Israel, hayan ascendido al monte, hayan gozado de la comunión con Dios y hayan morado en la luz de su gloria, no deben lisonjearse de que pueden después pecar impunemente; no deben creer que porque fueron así honrados, Dios no castigará estrictamente su iniquidad. Este es un engaño fatal. La gran luz y los privilegios otorgados demandan reciprocidad, que debe manifestarse en una virtud y santidad correspondientes a la luz recibida. Dios no aceptará nada menos que esto. Las grandes bendiciones o privilegios no debieran adormecer a los hombres en la seguridad o la negligencia. Nunca debieran dar licencia para pecar, ni debieran creer los favorecidos que Dios no será estricto con ellos. Todas las ventajas que Dios concede son medios suyos para dar ardor al espíritu, celo al esfuerzo y vigor en el cumplimiento de su santa voluntad.
En su juventud, Nadab y Abiú no habían sido educados para que desarrollaran hábitos de dominio propio. La disposición indulgente del padre, su falta de firmeza en lo recto, le habían llevado a descuidar la disciplina de sus hijos. Les había permitido seguir sus propias inclinaciones. Los hábitos de complacencia propia, practicados durante mucho tiempo, los dominaban de tal manera que ni la responsabilidad del cargo más sagrado tenía poder para romperlos. No se les había enseñado a respetar la autoridad de su padre, y por eso no comprendían la necesidad de ser estrictos en su obediencia a los requisitos de Dios. La equivocada indulgencia de Aarón respecto a sus hijos, preparó a éstos para que fueran objeto del castigo divino,
Dios quiso enseñar al pueblo que debía acercarse a él con toda reverencia y veneración y exactamente como él indicaba. El Señor no puede aceptar una obediencia parcial. No bastaba 375 que en el solemne tiempo del culto casi todo se hiciera como él había ordenado. Dios ha pronunciado una maldición sobre los que se alejan de sus mandamientos y no establecen diferencia entre las cosas comunes y las santas. Declara por medio del profeta: "¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz! . . . ¡Ay de los sabios en sus ojos, y de los que son prudentes delante de sí mismos! ... ¡Los que dan por justo al impío por cohechos, y al justo quitan su justicia! ... porque desecharon la ley de Jehová de los ejércitos, y abominaron la palabra del Santo de Israel." (Isa. 5: 20-24.)
Nadie se engañe a si mismo con la creencia de que una parte de los mandamientos de Dios no es esencial, o que él aceptará un substituto en reemplazo de lo que él ha ordenado. El profeta Jeremías dijo: "¿Quién será aquel que diga, que vino algo que el Señor no mandó?" (Lam. 3: 37.) Dios no ha puesto ningún mandamiento en su Palabra que los hombres puedan obedecer o desobedecer a voluntad sin sufrir las consecuencias. Si el hombre elige cualquier otro camino que no sea el de la estricta obediencia, encontrará que "su fin son caminos de muerte." (Prov. 14: 12.)
"Entonces Moisés dijo a Aarón, y a Eleazar, y a Ithamar, sus hijos: No descubráis vuestras cabezas, ni rasguéis vuestros vestidos, porque no muráis, ni se levante la ira sobre toda la congregación ... por cuanto el aceite de la unción de Jehová está sobre vosotros." El gran jefe recordó a su hermano las palabras de Dios: "En mis allegados me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado." (Lev. 10: 6, 7, 3.) Aarón guardó silencio. La muerte de sus hijos, aniquilados sin ninguna advertencia, por un pecado terrible, que él reconocía ahora como resultado de su propia negligencia en el cumplimiento de sus deberes, entristeció angustiosamente el corazón del padre, pero no expresó sus sentimientos. No debía hacer ninguna manifestación de dolor que demostrara simpatía por el pecado. No debía obrar en forma que 376 pudiera inducir a la congregación a murmurar contra Dios.
El Señor quería enseñar a su pueblo a reconocer la justicia de sus castigos, para que otros temieran. Había en Israel algunos a quienes la amonestación de este terrible juicio podría evitar que abusaran de la tolerancia de Dios hasta el extremo de sellar también su propio destino. La amonestación divina se hace sentir sobre la falsa simpatía hacia el pecador, que trata de excusar su pecado. El pecado adormece la percepción moral, de tal manera que el pecador no comprende la enormidad de su transgresión; y sin el poder convincente del Espíritu Santo permanece parcialmente ciego en lo referente a su pecado. Es deber de los siervos de Cristo enseñar a estos descarriados el peligro en que están. Los que destruyen el efecto de la advertencia, cegando los ojos de los pecadores para que no vean el carácter y los verdaderos resultados del pecado, a menudo se lisonjean de que en esa forma demuestran su caridad; pero lo que hacen es oponerse directamente a la obra del Espíritu Santo de Dios e impedirla; arrullan al pecador para que se duerma al borde de la destrucción, se hacen partícipes de su culpa, y asumen una terrible responsabilidad por su impenitencia. Muchísimos han descendido a la ruina como resultado de esta falsa y engañosa simpatía.
Nunca hubieran cometido Nadab y Abiú su fatal pecado, si antes no se hubiesen intoxicado parcialmente bebiendo mucho vino. Sabían que era menester hacer la preparación más cuidadosa y solemne antes de presentarse en el santuario donde se manifestaba la presencia divina; pero debido a su intemperancia se habían descalificado para ejercer su santo oficio. Su mente se confundió y se embotaron sus percepciones morales, de tal manera que no pudieron discernir la diferencia que había entre lo sagrado y lo común. A Aarón y a sus hijos sobrevivientes, se les dio la amonestación: "Tú, y tus hijos contigo, no beberéis vino ni sidra, cuando hubierais de entrar en el tabernáculo del testimonio, porque no muráis: estatuto perpetuo por vuestras generaciones; y para poder 377 discernir entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y lo limpio; y para enseñar a los hijos de Israel todos los estatutos que Jehová les ha dicho." (Lev. 10: 9-11.) El consumo de bebidas alcohólicas tiene el efecto de debilitar el cuerpo, confundir la mente y degradar las facultades morales. Impide a los hombres comprender la santidad de las cosas sagradas y el rigor de los mandamientos de Dios. Todos los que ocupaban puestos de responsabilidad sagrada debían ser hombres estrictamente temperantes, para que tuviesen lucidez para diferenciar entre lo bueno y lo malo, firmeza de principios y sabiduría para administrar justicia y manifestar misericordia.
La misma obligación descansa sobre cada discípulo de Cristo. El apóstol Pedro declara: "Más vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, gente santa, pueblo adquirido." (1 Ped 2: 9.) Dios requiere que conservemos todas nuestras facultades en las mejores condiciones, a fin de poder prestar un servicio aceptable a nuestro Creador. Si se ingieren bebidas intoxicantes, producirán los mismos efectos que en el caso de aquellos sacerdotes de Israel. La conciencia perderá su sensibilidad al pecado, y con toda seguridad se sufrirá un proceso de endurecimiento en lo que toca a la iniquidad, hasta que lo común y lo sagrado pierda toda diferencia de significado. ¿Cómo podremos entonces ajustarnos a la norma y a los requerimientos divinos "¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros.? Porque comprados sois por precio: glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios." "Si pues coméis, o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo a gloria de Dios." A la iglesia de Cristo de todas las edades se le dirige esta solemne y terrible advertencia: "Si alguno violare el templo de Dios, Dios destruirá al tal: porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es." (1 Cor. 6: 19, 20; 10: 31; 3: 17.) 378
CAPÍTULO 32. La Ley y los Dos Pactos
Cuando Adán y Eva fueron creados recibieron el conocimiento de la ley de Dios; conocieron los derechos que la ley tenía sobre ellos; sus preceptos estaban escritos en sus corazones. Cuando el hombre cayó a causa de su transgresión, la ley no fue cambiada, sino que se estableció un sistema de redención para hacerle volver a la obediencia. Se le dio la promesa de un Salvador, y se establecieron sacrificios que dirigían sus pensamientos hacia el futuro, hacia la muerte de Cristo como supremo sacrificio. Si nunca se hubiera violado la ley de Dios, no habría habido muerte ni se habría necesitado un Salvador, ni tampoco sacrificios.
Adán enseñó a sus descendientes la ley de Dios, y así fue transmitida de padres a hijos durante las siguientes generaciones. No obstante las medidas bondadosamente tomadas para la redención del hombre, pocos la aceptaron y prestaron obediencia. Debido a la transgresión, el mundo se envileció tanto que fue menester limpiarlo de su corrupción mediante el diluvio. La ley fue preservada por Noé y su familia, y Noé enseñó los diez mandamientos a sus descendientes. Cuando los hombres se apartaron nuevamente de Dios, el Señor eligió a Abrahán, de quien declaró: "Oyó Abrahán mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos, y mis leyes." (Gén. 26:5.) Le dio el rito de la circuncisión, como señal de que quienes lo recibían eran dedicados al servicio de Dios, y prometían permanecer separados de la idolatría y obedecer la ley de Dios. La falta de voluntad para cumplir esta promesa, que los descendientes de Abrahán evidenciaron en su tendencia a formar alianzas con los paganos y adoptar sus prácticas, fue la causa de su estada y 379 servidumbre en Egipto. Pero en su relación con los idólatras y su forzada sumisión a los egipcios, los israelitas corrompieron aun más su conocimiento de los preceptos divinos al mezclarlos con las crueles y viles enseñanzas del paganismo. Por lo tanto, cuando los sacó de Egipto, el Señor descendió sobre el Sinaí, envuelto en gloria y rodeado de sus ángeles, y con grandiosa majestad pronunció su ley a todo el pueblo.
Aun entonces Dios no confió sus preceptos a la memoria de un pueblo inclinado a olvidar sus requerimientos, sino que los escribió sobre tablas de piedra. Quiso alejar de Israel toda posibilidad de mezclar las tradiciones paganas con sus santos preceptos, o de confundir sus mandamientos con costumbres o reglamentos humanos, Pero hizo más que sólo darles los preceptos del Decálogo. El pueblo se había mostrado tan susceptible a descarriarse, que no quiso dejarles ninguna puerta abierta a la tentación. A Moisés se le dijo que escribiera, como Dios se lo había mandado, derechos y leyes que contenían instrucciones minuciosas respecto a lo que el Señor requería. Estas instrucciones relativas a los deberes del pueblo para con Dios, a los deberes de unos para con otros, y para con los extranjeros, no eran otra cosa que los principios de los diez mandamientos ampliados y dados de una manera específica, en forma tal que ninguno pudiera errar. Tenían por objeto resguardar la santidad de los diez mandamientos grabados en las tablas de piedra.
Si el hombre hubiera guardado la ley de Dios, tal como le fue dada a Adán después de su caída, preservada por Noé y observada por Abrahán, no habría habido necesidad del rito de la circuncisión. Y si los descendientes de Abrahán hubieran guardado el pacto del cual la circuncisión era una señal, jamás habrían sido inducidos a la idolatría, ni habría sido necesario que sufrieran una vida de esclavitud en Egipto; habrían conservado el conocimiento de la ley de Dios y no habría sido necesario proclamarla desde el Sinaí, o grabarla sobre tablas de piedra. Y si el pueblo hubiera practicado los 380 principios de los diez mandamientos, no habría habido necesidad de las instrucciones adicionales que se le dieron a Moisés.
El sistema de sacrificios confiado a Adán fue también pervertido por sus descendientes. La superstición, la idolatría, la crueldad y el libertinaje corrompieron el sencillo y significativo servicio que Dios había establecido. A través de su larga relación con los idólatras, el pueblo de Israel había mezclado muchas costumbres paganas con su culto; por consiguiente, en el Sinaí el Señor le dio instrucciones definidas tocante al servicio de los sacrificios. Una vez terminada la construcción del santuario, Dios se comunicó con Moisés desde la nube de gloria que descendía sobre el propiciatorio, y le dio instrucciones completas acerca del sistema de sacrificios y ofrendas, y las formas del culto que debían emplearse en el santuario. De esa manera se dio a Moisés la ley ceremonial, que fue escrita por él en un libro. Pero la ley de los diez mandamientos pronunciada desde el Sinaí había sido escrita por Dios mismo en las tablas de piedra, y fue guardada sagradamente en el arca.
Muchos confunden estos dos sistemas y se valen de los textos que hablan de la ley ceremonial para tratar de probar que la ley moral fue abolida; pero esto es pervertir las Escrituras. La distinción entre los dos sistemas es clara. El sistema ceremonial se componía de símbolos que señalaban a Cristo, su sacrificio y su sacerdocio. Esta ley ritual, con sus sacrificios y ordenanzas, debían los hebreos seguirla hasta que el símbolo se cumpliera en la realidad de la muerte de Cristo. Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Entonces debían cesar todas las ofrendas de sacrificio. Tal es la ley que Cristo quitó de en medio y clavó en la cruz. (Col. 2: 14.)
Pero acerca de la ley de los diez mandamientos el salmista declara: "Para siempre, oh Jehová, permanece tu palabra en los cielos." (Sal. 119: 89.) Y Cristo mismo dice: "No penséis que he venido para abrogar la ley.... De cierto os digo," y recalca en todo lo posible su aserto, "que hasta que perezca el 381 cielo y la tierra, ni una jota ni un tilde perecerá de la ley, hasta que todas las cosas sean hechas." (Mat. 5: I7, 18.) En estas palabras Cristo enseña, no sólo cuáles habían sido las demandas de la ley de Dios, y cuáles eran entonces, sino que además ellas perdurarán tanto como los cielos y la tierra. La ley de Dios es tan inmutable como su trono. Mantendrá sus demandas sobre la humanidad a través de todos los siglos.
Respecto a la ley pronunciada en el Sinaí, dice Nehemías: "Sobre el monte de Sinaí descendiste, y hablaste con ellos desde el cielo, y dísteles juicios rectos, leyes verdaderas, y estatutos y mandamientos buenos." (Neh. 9: 13.) Y Pablo, el apóstol de los gentiles, declara: "La ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, y justo, y bueno." Esta ley no puede ser otra que el Decálogo, pues es la ley que dice: "No codiciarás." (Rom. 7: 12, 7.)
Si bien la muerte del Salvador puso fin a la ley de los símbolos y sombras no disminuyó en lo más mínimo la obligación del hombre hacía la ley moral. Muy al contrario, el mismo hecho de que fuera necesario que Cristo muriera para expiar la transgresión de la ley, prueba que ésta es inmutable.
Los que alegan que Cristo vino para abrogar la ley de Dios y eliminar el Antiguo Testamento, hablan de la era judaica como de un tiempo de tinieblas, y representan la religión de los hebreos como una serie de meras formas y ceremonias. Pero éste es un error. A través de todas las páginas de la historia sagrada, donde está registrada la relación de Dios con su pueblo escogido, hay huellas vivas del gran YO SOY. Nunca dio el Señor a los hijos de los hombres más amplias revelaciones de su poder y gloria que cuando fue reconocido como único soberano de Israel y dio la ley a su pueblo, Había allí un cetro que no era empujado por manos humanas; y las majestuosas manifestaciones del invisible Rey de Israel fueron indeciblemente grandiosas y temibles.
En todas estas revelaciones de la presencia divina, la gloria de Dios se manifestó por medio de Cristo. No sólo cuando 382 vino el Salvador, sino a través de todos los siglos después de la caída del hombre y de la promesa de la redención, "Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo a sí." (2 Cor. 5: 19.) Cristo era el fundamento y el centro del sistema de sacrificios, tanto en la era patriarcal como en la judía. Desde que pecaron nuestros primeros padres, no ha habido comunicación directa entre Dios y el hombre. El Padre puso el mundo en manos de Cristo para que por su obra mediadora redimiera al hombre y vindicara la autoridad y santidad de la ley divina.
Toda comunicación entre el cielo y la raza caída se ha hecho por medio de Cristo. Fue el Hijo de Dios quien dio a nuestros primeros padres la promesa de la redención. Fue él quien se reveló a los patriarcas. Adán, Noé, Abrahán, Isaac, Jacob, y Moisés comprendieron el Evangelio. Buscaron la salvación por medio del Substituto y Garante del ser humano. Estos santos varones de antaño comulgaron con el Salvador que iba a venir al mundo en carne humana; y algunos de ellos hablaron cara a cara con Cristo y con ángeles celestiales.
Cristo no sólo fue el que dirigía a los hebreos en el desierto --el Ángel en quien estaba el nombre de Jehová, y quien, velado en la columna de nube, iba delante de la hueste--sino que también fue él quien dio la ley a Israel. (Véase el Apéndice, nota 10.) En medio de la terrible gloria del Sinaí, Cristo promulgó a todo el pueblo los diez mandamientos de la ley de su Padre, y dio a Moisés esa ley grabada en tablas de piedra.
Fue Cristo quien habló a su pueblo por medio de los profetas. El apóstol Pedro, escribiendo a la iglesia cristiana, dice que los que "profetizaron de la gracia que había de venir a vosotros, han inquirido y diligentemente buscado, escudriñando cuándo y en qué punto de tiempo significaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual prenunciaba las aflicciones que habían de venir a Cristo, y las glorias después de ellas." (1 Ped. 1: 10, 11.) Es la voz de Cristo la que nos habla por medio del Antiguo Testamento. "Porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía." (Apoc. 19: 10.) 383
En las enseñanzas que dio cuando estuvo personalmente aquí entre los hombres, Jesús dirigió los pensamientos del pueblo hacia el Antiguo Testamento. Dijo a los judíos: "Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mi." (Juan 5:39.) En aquel entonces los libros del Antiguo Testamento eran la única parte de la Biblia que existía. Otra vez el Hijo de Dios declaró: "A Moisés y a los profetas tienen: óiganlos." Y agregó: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán, si alguno se levantare de los muertos." (Luc. 16:29, 31.)
La ley ceremonial fue dada por Cristo. Aun después de ser abolida, Pablo la presentó a los judíos en su verdadero marco y valor, mostrando el lugar que ocupaba en el plan de la redención, así cómo su relación con la obra de Cristo; y el gran apóstol declara que esta ley es gloriosa, digna de su divino Originador. El solemne servicio del santuario representaba las grandes verdades que habían de ser reveladas a través de las siguientes generaciones. La nube de incienso que ascendía con las oraciones de Israel representaba su justicia, que es lo único que puede hacer aceptable ante Dios la oración del pecador;, la víctima sangrante en el altar del sacrificio daba testimonio del Redentor que había de venir; y el lugar santísimo irradiaba la señal visible de la presencia divina. Así, a través de siglos y siglos de tinieblas y apostasía, la fe se mantuvo viva en los corazones humanos hasta que llegó el tiempo del advenimiento del Mesías prometido.
Jesús era ya la luz de su pueblo, la luz del mundo, antes de venir a la tierra en forma humana. El primer rayo de luz que penetró la lobreguez en que el pecado había envuelto al mundo, provino de Cristo. Y de él ha emanado todo rayo de resplandor celestial que ha caído sobre los habitantes de la tierra. En el plan de la redención, Cristo es el Alfa y la Omega, el Primero y el Ultimo.
Desde que el Salvador derramó su sangre para la remisión 384 de los pecados, y ascendió al cielo "para presentarse ahora por nosotros en la presencia de Dios" (Heb. 9: 24), raudales de luz han brotado de la cruz del Calvario y de los lugares santos del santuario celestial. Pero porque se nos haya otorgado una luz más clara no debiéramos menospreciar la que en tiempos anteriores fue recibida mediante símbolos que revelaban al Salvador futuro. El Evangelio de Cristo arroja luz sobre la economía judía y da significado a la ley ceremonial. A medida que se revelan nuevas verdades, y se aclara aún más lo que se sabía desde el principio, se hacen más manifiestos el carácter y los propósitos de Dios en su trato con su pueblo escogido. Todo rayo de luz adicional que recibimos nos hace comprender mejor el plan de redención, cumplimiento de la voluntad divina en favor de la salvación del hombre. Vemos nueva belleza y fuerza en la Palabra inspirada, y la estudiamos con interés más profundo y concentrado.
Muchos opinan que Dios colocó una muralla divisoria entre los hebreos y el resto del mundo; que su cuidado y amor de los que privara en gran parte al resto de la humanidad, se concentraban en Israel. Pero no fue el propósito de Dios que su pueblo construyera una muralla de separación entre ellos y sus semejantes. El corazón del Amor infinito abarcaba a todos los habitantes de la tierra. Aunque le habían rechazado, constantemente procuraba revelárselas, y hacerlos partícipes de su amor y su gracia. Su bendición fue concedida al pueblo escogido, para que éste pudiera bendecir a otros.
Dios llamó a Abrahán, le prosperó y le honró; y la fidelidad del patriarca fue una luz para la gente de todos los países donde habitó. Abrahán no se aisló de quienes le rodeaban. Mantuvo relaciones amistosas con los reyes de las naciones circundantes, y fue tratado por algunos de ellos con gran respeto; su integridad y desinterés, su valor y benevolencia, representaron el carácter de Dios. A Mesopotamia, a Canaán, a Egipto, hasta a los habitantes de Sodoma, el Dios del cielo se les reveló por medio de su representante. 385
Asimismo se reveló Dios por medio de José al pueblo egipcio y a todas las naciones relacionadas con aquel poderoso reino. ¿Por qué dispuso el Señor exaltar a José a tan grande altura entre los egipcios? Podía lograr sus propósitos en favor de los hijos de Jacob de cualquiera otra manera; pero quiso hacer de José una luz, y lo puso en el palacio del rey para que la luz celestial alumbrara cerca y lejos. Mediante su sabiduría y su justicia, mediante la pureza y la benevolencia de su vida cotidiana, mediante su devoción a los intereses del pueblo, y de un pueblo idólatra, José fue el representante de Cristo. En su benefactor, a quien todo Egipto se dirigía con gratitud y a quien todos elogiaban, aquel pueblo pagano debía contemplar el amor de su Creador y Redentor. También mediante Moisés, Dios colocó una luz junto al trono del mayor reino de la tierra, para que todos los que quisieran, pudieran conocer al Dios verdadero y viviente. Y toda esta luz fue dada a los egipcios antes de que la mano de Dios se extendiera sobre ellos en las plagas.
Mediante la liberación de Israel de Egipto, el conocimiento del poder de Dios se extendió por todas partes. El belicoso pueblo de la plaza fuerte de Jericó tembló. Dijo Rahab: "Oyendo esto, ha desmayado nuestro corazón; ni ha quedado más espíritu en alguno por causa de vosotros: porque Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los cielos, y abajo en la tierra." (Jos. 2: 11.) Varios siglos después del éxodo, los sacerdotes filisteos recordaron a su pueblo las plagas de Egipto, y lo amonestaron a no resistir al Dios de Israel.
Dios llamó a Israel, lo bendijo y lo exaltó, no para que mediante la obediencia a su ley recibiese él solo su favor y fuera beneficiario exclusivo de sus bendiciones; sino para revelarse por medio de él a todos los habitantes de la tierra. Para poder alcanzar este propósito, Dios le ordenó que fuera diferente de las naciones idólatras que lo rodeaban.
La idolatría y todos los pecados que la acompañaban eran abominables para Dios, y ordenó a su pueblo que no se 386 mezclara con las otras naciones, ni hiciera "como ellos hacen" (Exo. 23: 24), para que no se olvidaran de Dios. Les prohibió el matrimonio con los idólatras, para que sus corazones no se apartaran de él. Era tan necesario entonces como ahora que el pueblo de Dios fuese puro, "sin mancha de este mundo." (Sant. 1: 27.) Debían mantenerse libres del espíritu mundano, porque éste se opone a la verdad y la justicia. Pero Dios no quería que su pueblo, creyendo tener la exclusividad de la justicia, se apartara del mundo al punto de no poder ejercer influencia alguna sobre él.
Como su Maestro, los seguidores de Cristo debían ser en todas las edades la luz del mundo. El Salvador dijo: "Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una lámpara y se pone debajo de un almud, mas sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa;" es decir, en el mundo. Y agrega: "Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos." (Mat. 5: 14-16) Esto es exactamente lo que hicieron Enoc, Noé, Abrahán, José y Moisés. Y es precisamente lo que Dios quería que hiciera su pueblo Israel.
Fue su propio corazón malo e incrédulo, dominado por Satanás, lo que los llevó a ocultar su luz en vez de irradiarla sobre los pueblos circunvecinos; fue ese mismo espíritu fanático lo que les hizo seguir las prácticas inicuas de los paganos, o encerrarse en un orgulloso exclusivismo, como si el amor y el cuidado de Dios fuesen únicamente para ellos.
Así como la Biblia presenta dos leyes, una inmutable y eterna, la otra provisional y temporaria, así también hay dos pactos. El pacto de la gracia se estableció primeramente con el hombre en el Edén, cuando después de la caída se dio la promesa divina de que la simiente de la mujer heriría a la serpiente en la cabeza. Este pacto puso al alcance de todos los hombres el perdón y la ayuda de la gracia de Dios para obedecer en lo futuro mediante la fe en Cristo. También les 387 prometía la vida eterna si eran fieles a la ley de Dios. Así recibieron los patriarcas la esperanza de la salvación.
Este mismo pacto le fue renovado a Abrahán en la promesa: "En tu simiente serán benditas todas las gentes de la tierra." (Gén. 22: 18.) Esta promesa dirigía los pensamientos hacia Cristo. Así la entendió Abrahán. (Véase Gál. 3: 8, 16), y confió en Cristo para obtener el perdón de sus pecados. Fue esta fe la que se le contó como justicia. El pacto con Abrahán también mantuvo la autoridad de la ley de Dios. El Señor se le apareció y le dijo: "Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí, y sé perfecto." El testimonio de Dios respecto a su siervo fiel fue: "Oyó Abrahán mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes," y el Señor le declaró: "Estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu simiente después de ti en sus generaciones, por alianza perpetua, para serte a ti por Dios, y a tu simiente después de ti." (Gén 17: 1, 7; 26: 5.)
Aunque este pacto fue hecho con Adán, y más tarde se le renovó a Abrahán, no pudo ratificarse sino hasta la muerte de Cristo. Existió en virtud de la promesa de Dios desde que se indicó por primera vez la posibilidad de redención. Fue aceptado por fe: no obstante, cuando Cristo lo ratificó fue llamado el pacto nuevo. La ley de Dios fue la base de este pacto, que era sencillamente un arreglo para restituir al hombre a la armonía con la voluntad divina, colocándolo en situación de poder obedecer la ley de Dios.
Otro pacto, llamado en la Escritura el pacto "antiguo," se estableció entre Dios e Israel en el Sinaí, y en aquel entonces fue ratificado mediante la sangre de un sacrificio. El pacto hecho con Abrahán fue ratificado mediante la sangre de Cristo, y es llamado el "segundo" pacto o "nuevo" pacto, porque la sangre con la cual fue sellado se derramó después de la sangre del primer pacto. Es evidente que el nuevo pacto estaba en vigor en los días de Abrahán, puesto que entonces fue confirmado tanto por la promesa como por el juramento 388 de Dios, "dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta." (Heb. 6: 18.)
Pero si el pacto confirmado a Abrahán contenía la promesa de la redención, ¿por qué se hizo otro pacto en el Sinaí? Durante su servidumbre, el pueblo había perdido en alto grado el conocimiento de Dios y de los principios del pacto de Abrahán. Al libertarlos de Egipto, Dios trató de revelarles su poder y su misericordia para inducirlos a amarle y a confiar en él. Los llevó al mar Rojo, donde, perseguidos por los egipcios, parecía imposible que escaparan, para que pudieran ver su total desamparo y necesidad de ayuda divina; y entonces los libró. Así se llenaron de amor y gratitud hacia él, y confiaron en su poder para ayudarles. Los ligó a sí mismo como su libertador de la esclavitud temporal.
Pero había una verdad aun mayor que debía grabarse en sus mentes. Como habían vivido en un ambiente de idolatría y corrupción, no tenían un concepto verdadero de la santidad de Dios, de la extrema pecaminosidad de su propio corazón, de su total incapacidad para obedecer la ley de Dios, y de la necesidad de un Salvador. Todo esto se les debía enseñar.
Dios los llevó al Sinaí; manifestó allí su gloria; les dio la ley, con la promesa de grandes bendiciones siempre que obedecieran: "Ahora pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, . . . vosotros seréis mi reino de sacerdotes, y gente santa." (Exo. 19: 5, 6.) Los israelitas no percibían la pecaminosidad de su propio corazón, y no comprendían que sin Cristo les era imposible guardar la ley de Dios; y con excesiva premura concertaron su pacto con Dios. Creyéndose capaces de ser justos por sí mismos, declararon: "Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho, y obedeceremos." (Exo. 24: 7.) Habían presenciado la grandiosa majestad de la proclamación de la ley, y habían temblado de terror ante el monte; y sin embargo, apenas unas pocas semanas después, quebrantaron su pacto con Dios al postrarse a adorar una imagen fundida. No podían esperar el favor de Dios por 389 medio de un pacto que ya habían roto; y entonces viendo su pecaminosidad y su necesidad del Salvador revelado en el pacto de Abrahán y simbolizado en los sacrificios. De manera que mediante la fe y el amor se vincularon con Dios como su libertador de la esclavitud del pecado. Ya estaban capacitados para apreciar las bendiciones del nuevo pacto.
Los términos del pacto antiguo eran: Obedece y vivirás. "El hombre que los hiciere, vivirá en ellos" (Eze. 20: 11; Lev. 18: 5.); pero "maldito el que no confirmare las palabras de esta ley para cumplirlas." (Deut. 27: 26.) El nuevo pacto se estableció sobre "mejores promesas," la promesa del perdón de los pecados y de la gracia de Dios para renovar el corazón y ponerlo en armonía con los principios de la ley de Dios. "Este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en sus entrañas, y escribiréla en sus corazones; y. . . perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado." (Jer. 31: 33, 34.)
La misma ley que fue grabada en tablas de piedra es escrita por el Espíritu Santo sobre las tablas del corazón. En vez de tratar de establecer nuestra propia justicia, aceptamos la justicia de Cristo. Su obediencia es aceptada en nuestro favor. Entonces el corazón renovado por el Espíritu Santo producirá los frutos del Espíritu. Mediante la gracia de Cristo viviremos obedeciendo a la ley de Dios escrita en nuestro corazón. Al poseer el Espíritu de Cristo, andaremos como él anduvo. Por medio del profeta, Cristo declaró respecto a sí mismo: "El hacer tu voluntad, Dios mío, hame agrado; y tu ley está en medio de mis entrañas." (Sal. 40: Y cuando entre los hombres, dijo: "No me ha dejado el Padre; porque yo, lo que a él agrada, hago siempre." (Juan 8: 29)
El apóstol Pablo presenta claramente la relación que existe entre la fe y la ley bajo el nuevo pacto. Dice: "Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de 390 nuestro Señor Jesucristo." "¿Luego deshacemos la ley por la fe? En ninguna manera; antes establecemos la ley." "Porque lo que era imposible a la ley, por cuanto era débil por la carne [no podía justificar al hombre, porque éste en su naturaleza pecaminosa no podía guardar la ley], Dios enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley fuese cumplida en nosotros, que no andamos conforme a la carne, mas conforme al espíritu." (Rom. 5: 1; 3: 31; 8: 3, 4.)
La obra de Dios es la misma en todos los tiempos, aunque hay distintos grados de desarrollo y diferentes manifestaciones de su poder para suplir las necesidades de los hombres en los diferentes siglos. Empezando con la primera promesa evangélica, y siguiendo a través de las edades patriarcal y judía, para llegar hasta nuestros propios días, ha habido un desarrollo gradual de los propósitos de Dios en el plan de la redención. El Salvador simbolizado en los ritos y ceremonias de la ley judía es el mismo que se revela en el Evangelio. Las nubes que envolvían su divina forma se han esfumado; la bruma y las sombras se han desvanecido; y Jesús, el Redentor del mundo, aparece claramente visible. El que proclamó la ley desde el Sinaí, y entregó a Moisés los preceptos de la ley ritual, es el mismo que pronunció el sermón sobre el monte. Los grandes principios del amor a Dios, que él proclamó como fundamento de la ley y los profetas, son sólo una reiteración de lo que él había dicho por medio de Moisés al pueblo hebreo: "Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todo tu poder." Y "amarás a tu prójimo como a ti mismo." (Deut. 6:4, 5; Lev. 19: 18.) El Maestro es el mismo en las dos dispensaciones. Las demandas de Dios son las mismas. Los principios de su gobierno son los mismos. Porque todo procede de Aquel "en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación." (Sant. 1:17.)
Palabras de vida del gran maestro
23 Un Mensaje a la Iglesia Moderna
LA PARÁBOLA de los dos hijos fue seguida por la parábola de la viña. En la primera, Cristo había presentado delante de los maestros judíos la importancia de la obediencia. En la otra, señaló las ricas bendiciones conferidas a Israel, y por medio de éstas mostró el derecho que Dios tenía a su obediencia. Presentó delante de ellos la gloria del propósito de Dios, que podrían haber cumplido mediante la obediencia. Apartando el velo del futuro, mostró cómo, al dejar de cumplir su propósito, toda la nación estaba renunciando a su bendición y trayendo sobre sí la ruina.
"Fue un hombre, padre de familia -dijo Cristo-, el cual plantó una viña; y la cercó de vallado, y cavó en ella un lagar, y edificó una torre, y la dio a renta a labradores, y se partió lejos".
La nación judía
El profeta Isaías describe esta viña: "Ahora cantare por mi amado el cantar de mi amado a su viña. Tenía mi amado una viña en un recuesto, lugar fértil. Habíala cercado, y despedregádola y plantádola de vides escogidas: había edificado en medio de ella una torre, y también asentado un lagar en ella; y esperaba que llevase uvas".
El labrador escoge una parcela de terreno en el desierto; la cerca, la limpia, la trabaja, la planta con vides escogidas, esperando una rica cosecha. Espera que este terreno, en su superioridad con respecto al desierto inculto, le honre 228 mostrando los resultados de su cuidado y los afanes con que lo cultivó. Así Dios había escogido a un pueblo de entre el mundo para que fuera preparado y educado por Cristo. El profeta dice: "La viña de Jehová de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá planta suya deleitosa". Sobre ese pueblo Dios había prodigado grandes privilegios, bendiciéndolo ricamente con su abundante bondad. Esperaba que lo honraran llevando fruto. Habían de revelar los principios de su reino. En medio de un mundo caído e impío habían de representar el carácter de Dios.
Al igual que la viña del Señor, habían de producir un fruto completamente diferente del de las naciones paganas. Esos pueblos idólatras se habían entregado a la iniquidad. Sin ninguna restricción se ejercían la violencia, el crimen, la gula, la opresión y las prácticas más corruptas. La iniquidad, la degradación y la miseria eran el fruto del árbol corrupto. Muy diferente había de ser el fruto dado por la viña plantada por Dios.
El privilegio de la nación judía era el de representar el carácter de Dios tal como había sido revelado a Moisés. En respuesta a la oración de Moisés: "Ruégote que me muestres tu gloria", el Señor le prometió: "Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro". "Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: Jehová, Jehová, fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en benignidad y verdad; que guarda la misericordia en millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado".* Este era el fruto que Dios deseaba de su pueblo. En la pureza de sus caracteres, en la santidad de sus vidas, en su misericordia, en su amante bondad y compasión, habían de mostrar que "la ley de Jehová es perfecta, que vuelve el alma".*
El propósito de Dios era impartir ricas bendiciones a todo el mundo mediante la nación judía. Por medio de Israel había de prepararse el camino para la difusión de su luz a todo el mundo. Las naciones de la tierra, al seguir 229 prácticas corruptas, habían perdido el conocimiento de Dios. Sin embargo, en su misericordia, Dios no las rayó de la existencia. Se propuso darles la oportunidad de llegar a conocerlo mediante su iglesia. Quería que los principios revelados por medio de su pueblo fueran los medios de restaurar la imagen moral de Dios en el hombre.
Para cumplir este propósito, Dios llamó a Abrahán a salir de su parentela idólatra, y le indicó que morara en la tierra de Canaán. "Haré de ti una nación grande, y bendecirte he, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición",* le dijo.
Los descendientes de Abrahán, Jacob y su posteridad, fueron llevados a Egipto, para que en medio de aquella grande e impía nación pudieran revelar los principios del reino de Dios. La integridad de José y su maravillosa obra al preservar la vida de toda la nación egipcia, fue una representación de la vida de Cristo. Moisés y muchos otros fueron testigos de Dios.
Al sacar a Israel de Egipto, Dios manifestó nuevamente su poder y misericordia. Las obras maravillosas realizadas al librarlos del cautiverio y la forma en que los trató en su viaje por el desierto, no fueron únicamente para el beneficio de Israel. Habían de ser una lección objetiva para las naciones circunvecinas. El Señor se reveló a sí mismo como un Dios que estaba por encima de toda autoridad y grandeza humanas. Las señales y maravillas que realizó en favor de su pueblo mostraban su poder sobre la naturaleza y sobre los más encumbrados adoradores de ella. Dios pasó por la orgullosa tierra de Egipto así como pasará por la tierra en los últimos días. Con fuego y tempestad , terremoto y muerte, el gran YO SOY redimió a su pueblo. Lo sacó de la tierra de esclavitud. Lo guió a través de "un desierto grande y espantoso, de serpientes ardientes, y de escorpiones, y de sed". Les sacó agua de " la roca del peñal" y los alimento con "trigo de los cielos".* "Porque 230 -como le dijo a Moisés- la parte de Jehová es su pueblo; Jacob la cuerda de su heredad. Hallólo en tierra de desierto, y en desierto horrible y yermo; trájolo alrededor, instruyólo, guardólo como la niña de su ojo. Como el águila despierta su nidada, revolotea sobre sus pollos, extiende sus alas, los toma, los lleva sobre sus plumas: Jehová solo le guió, que no hubo con él dios ajeno".* Así los sacó para él, para que pudieran morar bajo la sombra del Altísimo.
Cristo era el dirigente de los hijos de Israel en sus peregrinaciones por el desierto. El los dirigió y guió rodeados por la columna de nubes de día y la columna de fuego de noche. Los preservó de los peligros del desierto, los llevó a la tierra prometida, y a la vista de todas las naciones que no reconocían a Dios, estableció a Israel como su posesión escogida, la viña del Señor.
A este pueblo le fueron confiados los oráculos de Dios. Se lo rodeó con el vallado de los preceptos de su ley, los principios eternos de verdad, justicia y pureza. La obediencia a esos principios había de ser su protección, pues los salvaría de la destrucción propia por las prácticas pecaminosas. Y, como la torre en la viña, Dios colocó en medio de la tierra su santo templo.
Cristo era su instructor. Así como había estado con ellos en el desierto, había de continuar siendo su maestro y guía. En el tabernáculo y en el templo su gloria moraba en la santa shekinah encima del propiciatorio. En favor de ellos, manifestó constantemente las riquezas de su amor y paciencia.
Dios quería hacer de su pueblo Israel una alabanza y una gloria. Se dio a ellos toda ventaja espiritual. Dios no les negó nada favorable a la formación del carácter que había de hacerlos sus representantes.
Su obediencia a la ley de Dios había de hacerlos maravillas de prosperidad delante de las naciones del mundo. El que podía darles sabiduría y habilidad en todo artificio, 231continuaría siendo su maestro, y los ennoblecería y elevaría mediante la obediencia a sus leyes. Si eran obedientes, habían de ser preservados de las enfermedades que afligían a otras naciones, y habían de ser bendecidos con vigor intelectual. La gloria de Dios, su majestad y poder, habían de revelarse en toda su prosperidad. Habían de ser un reino de sacerdotes y príncipes. Dios les proveyó toda clase de facilidades para que llegaran a ser la más grande nación de la tierra.
En una forma muy definida Cristo, mediante Moisés, les había presentado el propósito de Dios, y había aclarado las condiciones de su prosperidad: "Tú eres pueblo santo a Jehová tu Dios -dijo él-: Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la haz de toda la tierra... Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandatos, hasta las mil generaciones... Guarda por tanto los mandamientos, y estatutos, y derechos que yo te mando hoy que cumplas. Y será que, por haber oído estos derechos, y guardado y puéstolos por obra, Jehová tu Dios guardará contigo el pacto y la misericordia que juró a tus padres; y te amará, y te bendecirá, y te multiplicará, y bendecirá el fruto de tu vientre, y el fruto de tu tierra, y tu grano, y tu mosto, y tu aceite, la cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas, en la tierra que juró a tus padres que te daría. Bendito serás más que todos los pueblos... Y quitará Jehová de ti toda enfermedad; y todas las malas plagas de Egipto, que tú sabes, no las pondrá sobre ti".*
Si ellos guardaban sus mandamientos, Dios prometía darles el mejor trigo, y sacarles miel de la roca. Habría de satisfacerlos con una larga vida, y mostrarles su salvación.
Por su desobediencia a Dios, Adán y Eva habían perdido el Edén, y debido a su pecado toda la tierra quedó maldita. Pero si el pueblo de Dios seguía su instrucción, 232 su tierra había de ser restaurada a la fertilidad y la belleza. Dios mismo les dio instrucciones en cuanto a la forma de cultivar el suelo, y ellos habían de cooperar con él en su restauración. De modo que toda la tierra, bajo el dominio de Dios, llegaría a ser una lección objetiva de verdad espiritual. Así como en obediencia a las leyes naturales de Dios, la tierra había de producir sus tesoros, así en obediencia a sus leyes morales el corazón de la gente había de reflejar los atributos del carácter de Dios. Aun los paganos reconocerían la superioridad de los que servían y adoraban al Dios viviente.
"Mirad -dijo Moisés-, yo os he enseñado estatutos y derechos, como Jehová mi Dios me mandó, para que hagáis así en medio de la tierra en la cual entráis para poseerla. Guardadlos, pues, y ponedlos por obra: porque ésta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia en ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, gente grande es ésta. Porque ¿qué gente grande hay que tenga los dioses cercanos a sí, como lo está Jehová nuestro Dios en todo cuanto le pedimos? Y ¿qué gente grande hay que tenga estatutos y derechos justos, como es toda esta ley que yo pongo hoy delante de vosotros?"*
Los hijos de Israel habían de ocupar todo el territorio que Dios les había señalado. Habían de ser desposeídas las naciones que rechazaran el culto y el servicio al verdadero Dios. Pero el propósito de Dios era que por la revelación de su carácter mediante Israel, los hombres fueran atraídos a él. A todo el mundo se le dio la invitación del Evangelio. Por medio de la enseñanza del sistema de sacrificios, Cristo había de ser levantado delante de las naciones, y habían de vivir todos los que lo miraran. Todos los que, como Rahab la cananea, y Rut la moabita, se volvieran de la idolatría al culto del verdadero Dios, habían de unirse con el pueblo escogido. A medida que aumentara el número de los israelitas, 233 éstos habían de ensanchar sus fronteras, hasta que su reino abarcara el mundo.
Dios deseaba colocar todas las naciones bajo su gobierno misericordioso. Deseaba que la tierra se llenara de gozo y paz. Creó al hombre para la felicidad, y anhela llenar el corazón humano con la paz del cielo. Desea que las familias terrenales sean un símbolo de la gran familia celestial.
Pero Israel no cumplió el propósito de Dios. El Señor declaró: "Yo te planté de buen vidueño, simiente verdadera toda ella: ¿cómo pues te me has tornado sarmiento de vid extraña?" "Es Israel una frondosa viña, haciendo frutos para sí".* "Ahora pues, vecinos de Jerusalén y varones de Judá, juzgad ahora entre mí y mi viña. ¿Qué más se había de hacer a mi viña, que yo no haya hecho en ella? ¿Cómo, esperando yo que llevase uvas ha llevado uvas silvestres? Os mostraré pues ahora lo que haré yo a mi viña: Quitaréle su vallado, y será para ser consumida; aportillaré su cerca, y será para ser hollada; haré que quede desierta; no será podada ni cavada, y crecerá el cardo y las espinas: y aun a las nubes mandaré que no derramen lluvia sobre ella. Ciertamente... esperaba juicio, y he aquí vileza; justicia, y he aquí clamor".*
Mediante Moisés, el Señor había presentado delante de su pueblo el resultado de la infidelidad. Al rehusar guardar su pacto, se habían de apartar de la vida de Dios, y su bendición no podía venir sobre ellos. "Guárdate -dijo Moises-, que no te olvides de Jehová tu Dios, para no observar sus mandamientos, y sus derechos, y sus estatutos, que yo te ordeno hoy: que quizás no comas y te hartes, y edifiques buenas casas en que mores, y tus vacas y tus ovejas se aumenten, y la plata y el oro se te multipliquen, y todo lo que tuvieres se te aumente, y se eleve luego tu corazón, y te olvides de Jehová tu Dios... Y digas en tu corazón: Mi poder y la fortaleza de mi mano me han traído esta riqueza... Mas será, si llegares a olvidarte de Jehová tu Dios, 234 y anduvieras en pos de dioses ajenos, y les sirvieres, y a ellos te encorvares, protéstolo hoy contra vosotros, que de cierto pereceréis. Como las gentes que Jehová destruirá delante de vosotros, así pereceréis; por cuanto no habréis atendido a la voz de Jehová vuestro Dios".*
La advertencia no fue tenida en cuenta por el pueblo judío. Se olvidaron de Dios, y perdieron de vista su elevado privilegio como representantes suyos. Las bendiciones que habían recibido no proporcionaron ninguna bendición al mundo. Todas sus ventajas fueron empleadas para su propia glorificación. Privaron a Dios del servicio que él requería de ellos, y robaron a sus prójimos la dirección religiosa y el ejemplo santo. A semejanza de los habitantes del mundo antediluviano, siguieron todos los pensamientos de su mal corazón. Así ellos hicieron aparecer como una farsa las cosas sagradas, diciendo: "Templo de Jehová, templo de Jehová es éste",* mientras que al mismo tiempo representaban indebidamente el carácter de Dios, deshonrando su nombre y profanando su santuario.
Los labradores que habían sido encargados de la viña del Señor, fueron infieles a la confianza depositada en ellos. Los sacerdotes y los maestros no fueron fieles instructores del pueblo. No mantuvieron delante de él la bondad y la misericordia de Dios y su derecho a su amor y servicio. Estos labradores buscaron su propia gloria. Deseaban apropiarse de los frutos de la viña. Tenían el propósito de atraer la atención y el homenaje hacia sí.
El pecado de estos dirigentes de Israel, no era como el pecado de un transgresor vulgar. Ellos estaban colocados bajo la más solemne obligación hacia Dios. Se habían comprometido a enseñar un "así dice Jehová", y a manifestar estricta obediencia en su vida práctica. En vez de hacer esto, pervertían las Escrituras. Colocaban pesadas cargas sobre los hombres, estableciendo ceremonias forzosas en todos los asuntos de la vida. El pueblo vivía en una inquietud 235 continua; pues no podía cumplir con los requisitos impuestos por los rabinos. Cuando vieron la imposibilidad de guardar los mandamientos hechos por los hombres, se tornaron descuidados respecto a los mandamientos de Dios.
El Señor le había enseñado a su pueblo que él era el propietario de la viña, y que todas sus posesiones les habían sido confiadas a fin de que fuesen usadas para él. Pero los sacerdotes y los maestros no realizaban su sagrado oficio como si hubiesen estado manejando la propiedad de Dios. Le robaban sistemáticamente los medios y las facilidades confiados a ellos para el adelanto de su obra. Su avaricia y ambición hacían que fuesen despreciados aun por los paganos. Así se le dio ocasión al mundo gentil de interpretar mal el carácter de Dios y las leyes de su reino.
Dios soportó a su pueblo con corazón paternal. Lo constriñó con misericordias dadas y misericordias retiradas. Pacientemente le presentó sus pecados, y con tolerancia esperó su reconocimiento. Fueron enviados profetas y mensajeros para que insistiesen ante los labradores en las demandas de Dios; pero en vez de ser bienvenidos, fueron tratados como enemigos. Los labradores los persiguieron y los mataron. Dios todavía envió otros mensajeros, pero ellos recibieron el mismo trato que los primeros, sólo que los labradores mostraron aún un odio más resuelto.
Como un último recurso, Dios envió a su Hijo diciendo: "Tendrán respeto a mi hijo". Pero su resistencia los había vuelto vengativos, y dijeron entre sí: "Este es el heredero; venid, matémosle, y tomemos su heredad". Entonces se nos dejará gozar de la viña y hacer lo que nos plazca con el fruto.
Los gobernantes judíos no amaban a Dios; por lo que se apartaron de él, y rechazaron todos sus ofrecimientos de hacer un justo arreglo. Cristo, el Amado de Dios, vino para presentar las demandas del Dueño de la viña, pero los labradores lo trataron con marcado desprecio, diciendo: Este: 236 hombre no nos gobernará. Tenían envidia de la belleza de carácter de Cristo. La forma de enseñar que Cristo tenia era muy superior a la de ellos, y temían su éxito. El los reconvino, desenmascarando su hipocresía y mostrándoles los resultados seguros de su proceder. Esto los irritó hasta la locura. Se sentían requemados bajo los reproches que no podían acallar. Aborrecían la elevada norma de justicia que Cristo presentaba continuamente. Veían que sus enseñanzas los estaban colocando en el lugar en donde su egoísmo iba a quedar al descubierto, y determinaron matarlo. Aborrecían su ejemplo de veracidad y piedad, y la elevada espiritualidad revelada en todo lo que hacía. Su vida entera era un reproche para el egoísmo de ellos, y cuando se presentó la prueba final, la prueba que significaba obediencia para vida eterna o desobediencia para muerte eterna, rechazaron al Santo de Israel. Cuando se les pidió que escogieran entre Cristo y Barrabás, clamaron: "Suéltanos a Barrabás". Y cuando Pilato preguntó: "¿Qué pues haré de Jesús?" gritaron ferozmente: "Crucifícale". "¿A vuestro rey he de crucificar?" preguntó Pilato, y de los sacerdotes y magistrados se elevó la respuesta: "No tenemos rey sino a César". Cuando Pilato se lavó las manos diciendo: "Inocente soy yo de la sangre de este justo", los sacerdotes se unieron con la turba ignorante en su exclamación apasionada: "Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos".*
Así hicieron su elección los dirigentes judíos. Su decisión fue registrada en el libro que Juan vio en la mano de Aquel que se sienta en el trono, el libro que ningún hombre podía abrir. Con todo su carácter vindicativo aparecerá esta decisión delante de ellos el día en que este libro sea abierto por el León de la tribu de Judá.
Los judíos abrigaban la idea de que eran los favoritos del cielo, y que siempre habían de ser exaltados como iglesia de Dios. Eran los hijos de Abrahán, declaraban, y tan firme les parecía el fundamento de su prosperidad, que 237 desafiaban al cielo y a la tierra a que los desposeyeran de sus derechos. Sin embargo, mediante sus vidas de infidelidad, se estaban preparando para la condenación del cielo y su separación de Dios.
En la parábola de la viña, después que Cristo hubo descrito delante de los sacerdotes su acto culminante de impiedad, les hizo la pregunta: "Cuando viniere el señor de la viña, ¿qué hará a aquellos labradores?" Los sacerdotes habían seguido la narración con profundo interés, y sin considerar la relación que el tema tenía con ellos, se unieron con el pueblo en la respuesta: "A los malos destruirá miserablemente, y su viña dará a renta a otros labradores, que le paguen el fruto a sus tiempos".
Sin advertirlo, habían pronunciado su propia sentencia. Jesús los contempló, y bajo su escudriñadora mirada ellos supieron que leía los secretos de su corazón. Su divinidad irradió delante de ellos con poder inconfundible. Vieron en los labradores el propio retrato de sí mismos, e involuntariamente exclamaron: "¡Dios nos libre!"
Solemne y sentidamente Cristo les preguntó: "¿Nunca leísteis en las Escrituras: la piedra que desecharon los que edificaban, ésta fue hecha por cabeza de esquina; por el Señor es hecho esto, y es cosa maravillosa en nuestros ojos? Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que haga los frutos de él. Y el que cayere sobre esta piedra será quebrantado; y sobre quien ella cayere, le desmenuzará".
Cristo podría haber impedido la condenación de la nación judía si el pueblo lo hubiera recibido. Pero la envidia y los celos hicieron implacables a los hijos de Israel. Determinaron no recibir a Jesús de Nazaret como el Mesías. Rechazaron la luz del mundo, y de allí en adelante sus vidas estuvieron rodeadas de tinieblas, como las tinieblas de media noche. La condena predicha cayó sobre la nación judía. Sus propias pasiones feroces e indómitas produjeron 238 su ruina. En su ira ciega se destruyeron mutuamente. Su terco orgullo rebelde trajo sobre ellos la ira de sus conquistadores romanos. Jerusalén fue destruida, el templo dejado en ruinas y el terreno arado como un campo. Los hijos de Judá perecieron en las más horribles formas de muerte. Millones fueron vendidos para servir como esclavos en tierras paganas.
Como pueblo, los judíos habían dejado de cumplir el propósito de Dios, y la viña les fue quitada. Los privilegios de que habían abusado, la obra que habían menospreciado, fueron confiados a otros.
La iglesia de hoy día
La parábola de la viña se aplica no sólo a la nación judía. Tiene una lección para nosotros. La iglesia en esta generación ha sido dotada por Dios de grandes privilegios y bendiciones, y él espera los resultados correspondientes.
Hemos sido redimidos mediante un rescate costoso. Sólo por la grandeza de este rescate podemos concebir sus resultados. En esta tierra, la tierra cuyo suelo ha sido humedecido por las lágrimas y la sangre del Hijo de Dios, se han de producir preciosos frutos del paraíso. En la vida de los hijos de Dios, las verdades de su Palabra han de revelar su gloria y excelencia. Mediante su pueblo, Cristo ha de manifestar su carácter y los principios de su reino.
Satanás trata de obstruir la obra de Dios, e insta constantemente a los hombres a aceptar sus principios. Presenta al pueblo escogido de Dios como a gente engañada. Es un acusador de los hermanos, y su poder de acusar lo emplea contra los que obran justicia. El Señor desea, mediante su pueblo, contestar las acusaciones de Satanás mostrando los resultados de la obediencia a los principios rectos.
Esos principios se han de manifestar en el cristiano individualmente, en la familia, en la iglesia, y en cada institución establecida para el servicio de Dios. Todos éstos 239 han de ser símbolos de lo que se puede hacer para el mundo. Han de ser representaciones del poder salvador de las verdades del Evangelio. Todos son agentes en el cumplimiento del gran propósito de Dios para la especie humana.
Los dirigentes judíos consideraban con orgullo su magnífico templo y los imponentes ritos de sus servicios religiosos; pero les faltaba la justicia, la misericordia y el amor de Dios. La gloria del templo, el esplendor de sus servicios, no podían recomendarlos a Dios; pues no le ofrecían lo único que es de valor a su vista. No le presentaban el sacrificio de un espíritu humilde y contrito. Cuando los principios vitales del reino de Dios se pierden, las ceremonias se aumentan y se hacen extravagantes. Cuando se descuida la edificación del carácter, cuando faltan los adornos del alma, cuando se pierde de vista la sencillez de la piedad, entonces el orgullo y el amor a la ostentación demandan magníficos templos, espléndidos adornos, y ceremonias imponentes. En todo esto no se honra a Dios. Una religión a la moda que consiste en ceremonias, exterioridades y ostentación, no es aceptable ante él. Los servicios de tal religión, no obtienen respuesta de los mensajeros celestiales.
La iglesia es muy preciosa a la vista de Dios. El la aquilata, no por sus ventajas externas, sino por la sincera piedad que la distingue del mundo. La estima de acuerdo con el crecimiento de los miembros en el conocimiento de Cristo, de acuerdo con su progreso en la vida espiritual.
Cristo anhela recibir de su viña el fruto de santidad y abnegación. Busca los principios de amor y bondad. Toda la belleza del arte no puede compararse con la belleza del temperamento y del carácter que se han de revelar en los que son representantes de Cristo. La atmósfera de la gracia que rodea el alma del creyente, el Espíritu Santo que trabaja en la mente y el corazón, son los que hacen de él un sabor de vida para vida, y permiten que Dios bendiga su obra.
Una congregación puede ser la más pobre de la tierra. 240 Puede carecer del atractivo de la apariencia exterior; pero si los miembros poseen los principios del carácter de Cristo, tendrán el gozo de él en sus almas. Los ángeles se unirán con ellos en su culto. La alabanza y acción de gracias de los corazones agradecidos, ascenderán al Salvador como una dulce ofrenda.
El Señor desea que mencionemos su bondad y hablemos de su poder. Se le honra mediante la expresión de alabanza y agradecimiento. El dice: "El que sacrifica alabanza me honrará".* Cuando los hijos de Israel viajaban por el desierto, alababan a Dios con himnos sagrados. Los mandamientos y las promesas de Dios fueron provistos de música y a lo largo de todo el sendero fueron cantados por los peregrinos. Y en Canaán, al participar de las fiestas sagradas, las maravillosas obras de Dios habían de ser repasadas, y se había de ofrecer el agradecimiento debido a su nombre. Dios deseaba que toda la vida de su pueblo fuera una vida de alabanza. En esa forma los caminos de Dios habían de ser conocidos "en la tierra", y su salud "en todas las gentes".*
Así debería ser también hoy. Los habitantes del mundo adoran dioses falsos. Han de ser apartados de su falso culto, no porque oigan acusaciones contra sus ídolos, sino porque se les presente algo mejor. Han de ser pregonadas las bondades de Dios. "Sois mis testigos, dice Jehová, que yo soy Dios".*
El Señor desea que apreciemos el gran plan de la redención, que comprendamos nuestro elevado privilegio como hijos de Dios, y que caminemos delante de él en obediencia y agradecimiento. Desea que le sirvamos en novedad de vida, con alegría cada día. Anhela que la gratitud brote de nuestro corazón porque nuestro nombre está escrito en el libro de la vida del Cordero, porque podemos poner todos nuestros cuidados sobre Aquel que cuida de nosotros. El nos ordena que nos regocijemos porque somos la herencia 241 del Señor, porque la justicia de Cristo es el manto blanco de sus santos, porque tenemos la bendita esperanza de la pronta venida de nuestro Salvador.
El alabar a Dios de todo corazón y con sinceridad, es un deber igual al de la oración. Hemos de mostrar al mundo y a los seres celestiales que apreciamos el maravilloso amor de Dios hacia la humanidad caída, y que esperamos bendiciones cada vez mayores de su infinita plenitud. Mucho más de lo que hacemos, debemos hablar de los preciosos capítulos de nuestra vida cristiana. Después de un derramamiento especial del Espíritu Santo, aumentarían grandemente nuestro gozo en el Señor y nuestra eficiencia en su servicio, al repasar sus bondades y sus maravillosas obras en favor de sus hijos.
Estas prácticas rechazan el poder de Satanás. Excluyen el espíritu de murmuración y queja, y el tentador pierde terreno. Fomentan aquellos atributos del carácter que habilitarán a los habitantes de la tierra para las mansiones celestiales.
Un testimonio tal tendrá influencia sobre otros. No se puede emplear un medio más eficaz para ganar almas para Cristo.
Hemos de alabar a Dios mediante un servicio tangible, haciendo todo lo que podamos para aumentar la gloria de su nombre. Dios nos imparte sus dones para que podamos también dar, y hacer así que el mundo conozca su carácter. En el sistema judío, las ofrendas formaban una parte esencial del culto de Dios. Se enseñaba a los israelitas a destinar una décima parte de todas sus entradas al servicio del santuario. Además de esto habían de traer ofrendas por el pecado, ofrendas voluntarias, y ofrendas de gratitud. Estos eran los medios para sostener el ministerio del Evangelio en aquel tiempo. Dios no espera menos de nosotros de lo que esperaba de su pueblo antiguamente. Debe llevarse adelante la gran obra de la salvación de las almas. El ha hecho provisión 242 para esa obra por medio del diezmo y las ofrendas. El espera que así se sostenga el ministerio del Evangelio. Reclama el diezmo como suyo, y siempre debería ser considerado como una reserva sagrada, a fin de ser colocado en su tesorería para beneficio de la causa de Dios. El nos pide también ofrendas voluntarias y ofrendas de gratitud. Todo esto ha de ser dedicado para la propagación del Evangelio hasta los confines de la tierra.
El servicio que se hace para Dios incluye el ministerio personal. Mediante el esfuerzo individual, hemos de cooperar con él en la salvación del mundo. La orden de Cristo: "Id por todo el mundo; predicad el Evangelio a toda criatura",* se dirige a cada uno de sus seguidores. Todos los que sean investidos para una vida semejante a la de Cristo, han de trabajar por la salvación de sus prójimos. Su corazón latirá al unísono con el corazón de Cristo. Se manifestará en ellos el mismo anhelo por las almas que él sentía. No todos pueden ocupar el mismo lugar en la obra, pero hay un lugar y una obra para cada uno.
En la antigüedad, Abrahán, Isaac, Jacob y Moisés, con su humildad y sabiduría, y Josué con sus diversos dones, fueron todos empleados en el servicio de Dios. La música de María, el valor y la piedad de Débora, el afecto filial de Rut, la obediencia y fidelidad de Samuel, la firme fidelidad de Elias, la suavizadora y subyugadora influencia de Eliseo, todas estas cualidades se necesitaron. Así también ahora, todos aquellos a quienes Dios ha prodigado sus bendiciones, han de responder con un servicio verdadero; ha de emplearse cada don para el adelanto de su reino y la gloria de su nombre.
Todos los que reciben a Cristo como un Salvador personal, han de manifestar la verdad del Evangelio y su poder salvador en la vida. Dios no pide nada sin hacer provisión para su cumplimiento. Por medio de la gracia de Cristo podemos realizar todo lo que Dios requiere. Todas 243 las riquezas del cielo, han de ser reveladas mediante el pueblo de Dios. Dijo Cristo: "En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos".*
Dios reclama toda la tierra como su viña. Aunque ahora esté en manos del usurpador, pertenece a Dios. Es suya tanto por la redención como por la creación. Cristo hizo su sacrificio por el mundo. "De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito".* Mediante este don único, todos los demás se imparten a los hombres. Diariamente todo el mundo recibe las bendiciones de Dios. Cada gota de lluvia, cada rayo de luz prodigados sobre la humanidad ingrata, cada hoja, flor y fruto, testifican de la tolerancia de Dios y de su gran amor.
¿Y qué se da en cambio al gran Dador? ¿Cómo consideran los hombres las demandas de Dios? ¿A quién rinden el servicio de su vida las multitudes? Sirven a Mammón. La riqueza, la posición, los placeres del mundo son su blanco. La riqueza se obtiene robando no sólo a los hombres, sino a Dios. Los hombres usan los dones divinos para complacer su egoísmo. Todo lo que pueden tomar lo usan para satisfacer su amor egoísta de placer.
El pecado del mundo de hoy día es el mismo que acarreó la destrucción de Israel. La ingratitud a Dios, el descuido de las oportunidades y bendiciones, el aprovechamiento egoísta de los dones de Dios: todo esto estaba comprendido en el pecado que hizo caer la ira sobre Israel. Estos males están trayendo la ruina al mundo actual.
Las lágrimas que Cristo derramó sobre el Monte de las Olivas al contemplar la ciudad escogida, no lo derramó solamente por Jerusalén. En la suerte de esta ciudad, él contempló la destrucción del mundo.
"¡Si también tú conocieses, a lo menos en éste tu día lo que toca a tu paz! mas ahora está encubierto a tus ojos".
"En éste tu día". El día está llegando a su fin. Casi ha terminado el tiempo de misericordia y privilegios. Se están reuniendo las nubes de venganza. Los que han rechazado la gracia de Dios, están por ser envueltos en una ruina súbita e irreparable.
Sin embargo, el mundo duerme. Sus habitantes no conocen el tiempo de su visitación.
¿Dónde se ha de encontrar la iglesia en esta crisis? ¿Están cumpliendo sus miembros con las demandas de Dios? ¿Están cumpliendo la comisión divina y presentando el carácter de Dios al mundo? ¿Están llamando con insistencia la atención de sus prójimos al último misericordioso mensaje de amonestación?
Los hombres están en peligro. Las multitudes perecen. ¡Pero cuán pocos de los profesos seguidores de Cristo sienten anhelo por esas almas! El destino de un mundo se halla en juego en la balanza; pero esto apenas si conmueve a los que pretenden creer las verdades más abarcantes que jamás hayan sido dadas a los mortales. Hay falta de aquel amor que indujo a Cristo a abandonar su hogar celestial y tomar la naturaleza humana a fin de que la humanidad pudiera tocar a la humanidad, y llevarla a la divinidad. Hay un estupor, una parálisis sobre el pueblo de Dios, que le impide entender el deber de la hora.
Cuando los israelitas entraron en Canaán, no cumplieron el propósito de Dios de poseer toda la tierra. Después de hacer una conquista parcial, se establecieron para disfrutar de los resultados de sus victorias. En su incredulidad y amor a la comodidad, se congregaron en las porciones ya conquistadas en vez de proseguir y ocupar nuevos territorios. Así comenzaron a apartarse de Dios. Al no cumplir el propósito divino, hicieron imposible que Dios cumpliera su promesa de bendecirlos. ¿No está haciendo lo mismo la iglesia de hoy? Teniendo ante ellos a todo el mundo necesitado del Evangelio, los profesos cristianos se congregan donde puedan gozar de los privilegios evangélicos. No sienten 245 la necesidad de ocupar nuevos territorios, llevando el mensaje de salvación a las regiones remotas. Rehúsan cumplir el mandato de Cristo: "Id por todo el mundo; predicad el Evangelio a toda criatura".* ¿Son menos culpables de lo que fue la iglesia judía?
Los profesos seguidores de Cristo están siendo probados ante el universo celestial; pero la frialdad de su celo y la debilidad de sus esfuerzos en el servicio de Dios los señalaba como infieles. Si lo que están haciendo fuera lo máximo que pueden hacer, no caería la condenación sobre ellos; pero si su corazón estuviera ocupado en la obra, podrían hacer mucho más. Ellos saben, y el mundo también lo sabe, que han perdido en gran medida el espíritu de abnegación y sacrificio. Hay muchos frente a cuyos nombres se encontrará escrito en los libros del cielo lo siguiente: No son productores, sino consumidores. Muchos de los que llevan el nombre de Cristo, oscurecen su gloria, velan su belleza, lo privan de su honor.
Hay muchos cuyos nombres están en los libros de la iglesia, pero que no están bajo el dominio de Cristo. No hacen caso de sus instrucciones ni cumplen con su obra. De aquí que están bajo el dominio del enemigo. No están haciendo un bien positivo; por lo tanto, están realizando un daño incalculable. Debido a que su influencia no es un sabor de vida para vida, es un sabor de muerte para muerte.
El Señor dice: "¿No había de hacer visitación sobre esto?"* Por cuanto los hijos de Israel no cumplieron con el propósito de Dios, fueron puestos a un lado, y el Señor extiende su invitación a otros. Si éstos también son infieles, ¿no serán rechazados de la misma forma?
En la parábola de la viña, Cristo declaró culpables a los labradores. Ellos fueron los que habían rehusado dar a su señor el fruto de su terreno. Los sacerdotes y magistrados de la nación judía fueron los que, al descarriar al pueblo, le haían robado a Dios el servicio que él reclamaba. 246 Fueron ellos los que apartaron de Cristo a la nación.
La ley de Dios, exenta de tradiciones humanas, fue presentada por Cristo como la gran norma de obediencia. Esto despertó la enemistad de los rabinos. Ellos habían puesto las enseñanzas humanas por encima de la Palabra de Dios, y habían apartado al pueblo de sus preceptos. No estaban dispuestos a renunciar a sus mandamientos hechos por hombres, a fin de obedecer los requerimientos de la Palabra de Dios. No querían sacrificar, por causa de la verdad, el orgullo de la razón y la alabanza de los hombres. Cuando Cristo vino, presentando a la nación las demandas de Dios, los sacerdotes y ancianos le negaron su derecho de interponerse entre ellos y el pueblo. No estaban dispuestos a aceptar sus reproches y amonestaciones, y se propusieron malquistar a la gente con Jesús y así destruirlo.
Ellos fueron responsables del rechazamiento de Cristo, con los resultados que le siguieron. El pecado de una nación y su ruina se debieron a los dirigentes religiosos.
¿No obran acaso las mismas influencias en nuestros días? ¿No están muchos siguiendo los pasos de los dirigentes judíos a semejanza de los labradores de la viña del señor? ¿Acaso los dirigentes religiosos no están apartando a los hombres de los claros requisitos de la Palabra de Dios? ¿No están educándolos en la transgresión en vez de la obediencia de la ley de Dios? Desde muchos púlpitos de las iglesias se enseña a la gente que no es obligatoria la ley de Dios. Se exaltan las tradiciones, ordenanzas y costumbres humanas. Los dones de Dios se emplean para fomentar el orgullo y la complacencia propia, al paso que se olvidan las demandas de Dios.
Al poner a un lado la ley de Dios, los hombres no saben lo que están haciendo. La ley de Dios es la transcripción de su carácter. Abarca los principios de su reino. El que rehúsa aceptar esos principios, se está colocando fuera del canal por donde fluyen las bendiciones de Dios.
Las gloriosas posibilidades presentadas ante Israel se podían realizar únicamente mediante la obediencia a los mandamientos de Dios. La misma elevación de carácter, la misma plenitud de bendición -bendición de la mente, el alma y el cuerpo, bendición del hogar y del campo, bendición para esta vida y la venidera-, podemos obtenerlas únicamente por medio de la obediencia.
Tanto en el mundo espiritual como en el natural, la obediencia a las leyes de Dios es la condición para llevar fruto. Y cuando los hombres enseñan a la gente a desobedecer los mandamientos de Dios, están impidiendo que den fruto para su gloria. Son culpables de retener del Señor los frutos de su viña.
Los mensajeros de Dios mandados por el Maestro vienen a nosotros. Vienen, como Cristo, demandando obediencia a la Palabra de Dios. Piden los frutos de la viña, los frutos del amor, la humildad y el servicio abnegado. ¿Acaso no hay muchos labradores que, a semejanza de los dirigentes judíos, se mueven a ira? Cuando se presentan delante del pueblo las demandas de la ley de Dios, ¿no usan su influencia esos maestros para inducir a los hombres a rechazarlas? A tales maestros Dios llama siervos infieles.
Las palabras que Dios dirigió al antiguo Israel encierran una solemne amonestación para la iglesia actual y sus dirigentes. De Israel dijo el Señor: "Escribíle las grandezas de mi ley, y fueron tenidas por cosas ajenas".* Y él declaró de los sacerdotes y maestros: "Mi pueblo fue talado porque le faltó sabiduría. Porque tú desechaste la sabiduría, yo te echaré... pues que olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos".*
¿No se hará caso de las reprensiones de Dios? ¿No se aprovecharán las oportunidades de servir? ¿Impedirán la mofa del mundo, el orgullo de la razón, la conformidad a las costumbres y tradiciones humanas, que los profesos seguidores de Cristo le sirvan? ¿Rechazarán la Palabra de Dios como los dirigentes judíos rechazaron a Cristo? Delante de nosotros está el resultado del pecado de Israel. ¿Aceptará la amonestación la iglesia de Dios hoy día?
"Si algunas de las ramas fueron quebradas, y tú siendo acebuche, has sido ingerido en lugar de ellas, y has sido hecho partícipe de la raíz y de la grosura de la oliva; no te jactes... por su incredulidad fueron quebradas, mas tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, antes teme, que sí Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco no perdone".
Desde la Shekinah, “Dios daba a conocer su voluntad. Los mensajes divinos eran comunicados a veces al sumo sacerdote mediante una voz que salía de la nube. Otras veces caía una luz sobre el ángel de la derecha, para indicar aprobación o aceptación, o una sombra o nube descansaba sobre el ángel de la izquierda, para revelar desaprobación o rechazo” (Patriarcas y profetas, pp. 360, 361).
“En ellos [su pueblo], Dios tenía la intención de morar en plenitud en este mundo; no solo en una forma general morando en una tienda, sino por tomar posesión tan completamente de sus vidas como para mostrarles, y por medio de ellos al mundo, cómo el Mesías sería la morada de Dios” (F. C. Gilbert, Practical Lessons, p. 351).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
1. ¿Cómo puedes ayudar a otros a ver que el devolver los diezmos y dar ofrendas es verdaderamente un acto de adoración? ¿Qué estamos concediendo cuando no devolvemos el diezmo y no damos ofrendas?
2. Considera los cultos de tu propia iglesia. ¿Se inclinan más hacia la frialdad, la formalidad y la falta de gozo? ¿Se inclinan más hacia lo emocional, hacia el entusiasmo y los sentimientos? ¿O hay un buen equilibrio entre esos extremos? Analiza la situación.
3. En un intento por alcanzar a los que no asisten a ninguna iglesia, algunas congregaciones han alterado radicalmente sus cultos de adoración. Mientras que esto puede ser algo muy bueno, ¿contra qué peligros deberían precaverse, tales como las transigencias y el diluir las verdades bíblicas vitales?
4. En algunos cultos de adoración, los ritos han sido realizados de cierta manera durante muchos años, y esa es la razón que dan para no querer hacer ningún cambio. ¿Cómo responderías a la afirmación: “Así es como lo hemos hecho siempre”, cuando se sugiere algún cambio que
es rechazado?
5. En el Santuario terrenal había un lugar santo muy sagrado, el lugar donde Dios mismo moraba. Al mismo tiempo, los hijos de Israel habían de regocijarse ante el Señor allí. ¿Qué lecciones podemos obtener de estas importantes verdades acerca de la adoración?
Compilador: Delfino J.