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Libro complementario enero _ marzo 2012

 

Fulgores de Dios

 

Autor: Jo Ann Davidson

Capítulo 4 (material auxiliar de la leccion 6_Dios el legislador)

 

Dios, el Legislador

 

Probemos un juego de palabras. Cerca de la hora del mediodía, ¿qué clases de emociones surgen si alguien menciona la palabra almuer­zo? Probablemente despierte una reacción positiva. ¿Qué pasaría si alguien menciona la palabra ley? Si está conduciendo un vehículo y ve un patrullero, la primera reacción podría ser mirar el velocímetro. Aun­que pensar en las leyes no produce generalmente los mismos sentimientos positivos que pensar en un buen almuerzo, la mayor parte de la gente está contenta de que existan leyes. Producen una semblanza de civilidad en un mundo pecaminoso. Excepto los abogados, sin embargo, la mayor parte de la gente no pasa mucho tiempo pensando acerca de la ley o alabando las leyes del país.

El documento legal destacado en la Escritura es el Decálogo. Pensar en él tampoco produce generalmente un sentimiento de exaltación es­pecífico. Se ha escrito mucho acerca de su contenido conciso y amplio. Sin embargo, entre los cristianos continúa un gran debate acerca de lo que le ocurrió a la Ley cuando Jesús murió en la cruz. Algunos creen que se la eliminó, y se trajo una era de gracia. Para los que así la consideran, las restricciones de la Ley ya no nos "encadenan" más. No obstante, esta suposición colapsa si a una persona le han robado algo o le han mentido. Estos mandamientos del Decálogo se reafirman de inmediato: los man­damientos contra la mentira y el robo (y aun el adulterio) son necesarios para limitar la conducta humana. De hecho, los antropólogos han encon­trado que muchos preceptos del Decálogo actúan universalmente. Por ejemplo, siempre ha estado mal que un hombre robe la esposa de otro hombre, en todas las culturas o grupos de pueblos.

Otros cristianos están convencidos de que la Ley dada sobre el mon­te Sinaí, en medio de rayos y truenos, era para el beneficio del pueblo judío. Fueron los primeros receptores (y hasta exclusivos) de las "Diez Palabras", como a menudo llaman al Decálogo (los mandatos son mucho más breves en el idioma original).

La proclamación de los Diez Mandamientos en el monte Sinaí fue una ocasión abrumadora y aterradora. Moisés mismo tembló y se espan­tó (Hebreos 12:18-21). El cuadro en Éxodo es dramático:

"Todo el monte Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido so­bre él en fuego; y el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía en gran manera. El sonido de la bocina iba aumen­tando en extremo; Moisés hablaba, y Dios le respondía con voz tronante" (Éxodo 19:18, 19).

El monte Sinaí arde con fuego y temblores, rodeado con gran oscuri­dad, un viento poderoso, el sonido de una trompeta y la voz de Dios, "la cual los que la oyeron rogaron que no se les hablase más". "Y tan terrible era lo que se veía, que Moisés dijo: Estoy espantado y temblando" (Hebreos 12:19, 21).

En la cumbre del monte Sinaí, relámpagos, truenos, humo, viento violento y terremoto, todo indicaba la presencia de Dios mismo (Éxodo 19:18). Por causa del drama de este evento, muchos creen que los Diez Mandamientos –o Decálogo– fueron dados inicialmente en esta ocasión. Sin embargo, numerosos indicios en el libro del Génesis sugieren que los mandamientos dados en el Sinaí en medio de relámpagos y truenos no eran tanto una nueva ley como una presentación majestuosa y dotada de autoridad de principios ya existentes. Por ejemplo:

* Génesis 1 y 2 describen la perfecta creación de Dios. Una lectura cuidadosa de los dos capítulos sugiere que, aun antes de la caída, Adán y Eva, en su perfección recién creada, tenían instrucciones acerca del bien y del mal. Dios les da un mandato de no comer de un cierto árbol: un mandato divino antes de la caída:

"Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás"(Génesis 2:16, 17; el énfasis fue añadido).

Aunque expresado en forma negativa, el mandato, sin discusión, es protector. Literalmente, leer "No comerás" se parece a las palabras ini­ciales de ocho mandamientos del Decálogo. Desde el mismo principio, las leyes han manifestado una cualidad protectora. Había pecado en el universo aun antes de que Adán y Eva creyeran las mentiras de la serpiente. Con el "primer mandato" en el Jardín, Dios procura proteger a la nueva pareja humana del peligro extremo de su archienemigo.

*      Génesis 4 es un triste informe de la rápida invasión del pecado en la na­turaleza humana. La narración se abre con dos hermanos, Caín y Abel, que adoran fuera del Jardín del Edén. El capítulo previo registra la caída de Adán y Eva. En Génesis 4, viene el primer asesinato, y de la peor clase: un hermano mata a su hermano. Aun antes de que el mandamiento contra el homicidio se proclamara en el monte Sinaí, encontramos el horror del fratricidio.

Después del homicidio, Dios confrontó a Caín como fiscal, pronun­ciando una acusación seria. Caín es culpable de derramar sangre. En forma significativa, Caín mismo se da cuenta de que ha hecho mal, aun cuando comete su homicidio mucho antes del monte Sinaí. No alega inocencia por causa de ignorancia. Además de cometer un homicidio, miente en su respuesta a la pregunta de Dios acerca de dónde estaba Abel: "No sé. ¿Soy acaso guarda de mi hermano?" (Ver el versículo 9).

Más tarde en el mismo capítulo, encontramos a Lamec, que se jacta de que él ha sido un homicida: "Maté á un hombre por haberme herido, y a un muchacho por golpearme" (Génesis 4:23, NVI).

Después de la caída, se desarrolla un horrendo informe de la natu­raleza del pecado. Las narraciones, o historias, se cuentan con cuidado, detallando cómo la maldición del pecado rápidamente cierra su garra sobre la raza humana. La naturaleza perversa y la maldición mortal del pecado se ilustran vívidamente. Los poderosos tentáculos del pecado atrapan a la raza humana. El Génesis continúa con un realismo atroz.

*      "Lamec tomó para sí dos mujeres" (Génesis 4:19), desviándose delibe­radamente del ideal divino para el matrimonio de un hombre con una mujer, registrado en Génesis 2:24. El octavo Mandamiento, que prohíbe el adulterio, y se pronunció mucho más tarde, también implica esta vi­sión sagrada del matrimonio.

*      En la Escritura, aun el nombre de Dios es reconocido como santo. Por ejemplo: "Jehová reina; temblarán los pueblos. Él está sentado sobre los querubines, se conmoverá la tierra. Jehová en Sión es grande, y exal­tado sobre todos los pueblos. Alaben tu nombre grande y temible; él es santo" (Salmo 99:1-3; el énfasis fue añadido).

El tercer Mandamiento protege el nombre de Dios. Mucho antes del monte Sinaí, la gente invocaba este nombre divino (Génesis 4:26).

*   Dios mismo denunció específicamente el asesinato en el pacto que es­tableció con Noé después del diluvio. Declara: "El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre" (Génesis 9:6). Esta divina declaración sostiene lo sagrada que es la vida, y anuncia graves consecuencias por destruirla. Esta orden contra matar seres humanos, hechos a la imagen de Dios, implica el supremo valor de la vida conferido en la creación (Génesis 1:26, 27). La imagen divina en los seres humanos no ha sido borrada a pesar del pecado. Esta afirmación de Dios en Génesis 9 ocurre antes de que el pueblo de Israel existiera.

Dios ejecuta el castigo por destruir la vida de otro ser humano. El asesinato es una ofensa contra el Creador. En solo dos versículos, se menciona dos veces que Dios demandará un castigo por el asesinato (Génesis 9:5, 6). La justicia retributiva no comienza en el pacto de Moisés. Se encuentra aquí, en el pacto divino con Noé, y antes que eso, en Génesis 4.

*      Noé y sus hijos están involucrados en una irregularidad sexual relacionada con la ebriedad (Génesis 9:20-27). La palabra hebrea (ra'ah) sig­nifica "mirar inquisitivamente",  algo que no es inocente o accidental. La mirada intencional de Cam estaba mal, como insiste más tarde Habacuc: "¡Ay de aquel que da de beber a su prójimo! ¡Ay de ti, que le acercas tu hiel, y le embriagas para mirar su desnudez! Te has llenado de deshonra más que de honra" (Habacuc 2:15,16).

Existe una discusión entre los eruditos con respecto al sentido exacto del acto de Cam, pero todos concuerdan en que es aparente una per­versión sexual. Su acto pecaminoso se describe con concisa brevedad, mientras la prudente respuesta de los dos hermanos, Sem y Jafet, se de­talla con cuidado. Dos veces se dice que caminaron "hacia atrás" y que lo cubrieron, y "no vieron la desnudez de su padre". El quinto Manda­miento, de honrar a los padres, actúa mucho antes de su declaración en el Decálogo del monte Sinaí. Se implica también la norma de pureza sexual del séptimo Mandamiento.

*      "Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas pa­labras. Y aconteció que cuando salieron de oriente [...] se dijeron unos a otros [...] hagámonos un nombre (Génesis 11:1-4; el énfasis fue añadido). El motivo de los constructores de Babel era alcanzar el poder en forma independiente de Dios, implicando una directa desconsideración por él. Aunque creados a su imagen, querían ignorar el hecho.

El deseo humano de ser autónomo es antiguo. Los edificadores de Babel tuvieron éxito en hacerse un nombre, un nombre despectivo. El término Babel todavía es sinónimo de confusión. Aquí está involucrado el tercer Mandamiento, de honrar el nombre de Dios.

*       La falta de brújula moral es muy evidente en la vida de Lot y de sus hijas, que exhiben una chocante perversión sexual (Génesis 19:1-38). La ho­rrenda profundidad del vicio intergeneracional en Sodoma está indicada por el hecho de que "desde el más joven hasta el más viejo" llegaron a la casa de Lot. La hospitalidad de Lot por sus huéspedes es desafiada por los sodomitas. Lot no protege a sus hijas, sino que las ofrece a los hombres furiosos. Su pensamiento es depravado. Más tarde, sus hijas se abusarán sexualmente de su padre. El cuadro final de Lot involucra el incesto. Se manifiesta el cometer adulterio de la peor clase, y no honraron a su padre.

*       En forma impresionante, los principios del Decálogo también ac­túan fuera de la línea del Pacto. En un viaje a Egipto, Abraham le pide a Sara que mienta acerca de la relación que tienen ambos. Cuando el Faraón se da cuenta del engaño, confronta a Abraham (Génesis 12:10-20). Más tarde en Gerar, Abraham otra vez le pide a Sara que mienta acerca de su relación conyugal. El rey Abimelec, otro gobernante pagano, exhibe una posición moral superior a la de Abraham. Cuando le llega a Abi­melec palabra de Dios revelando el engaño, el Rey presenta su inocencia ante Dios -alegando que no sabía de la relación marital entre Abraham y Sara- y está abierto a la instrucción divina. Esto es una sensibilidad ética notable en un rey Cananeo (Génesis 20:1-7).

Más tarde, Isaac se encuentra en una situación similar, y también mien­te acerca de su relación marital. El Rey reconoce la prevaricación de Isaac e insiste: "Ella es de cierto tu mujer". Cuando lo confrontó con su mentira, Isaac admitió que tuvo miedo de que lo mataran por causa de Rebeca (ver Génesis 26). Como su padre, Isaac da un "falso testimonio", que es el noveno mandamiento del Decálogo que se presentará en el futuro. Tanto él como Abraham pusieron a sus esposas en situación de cometer adulterio.

Abimelec administra una bien merecida reprensión a Isaac: "Por poco [...] hubieras traído sobre nosotros el pecado" (Génesis 26:10). No­tablemente, Abimelec comprende que el adulterio es pecado. Aun los que están fuera de la "línea del Pacto" son sensibles a los preceptos del Decálogo dados más tarde en el Sinaí.

* A pedido de Rebeca, Jacob engaña a su padre y a su hermano sobre la primogenitura, produciendo una división prolongada en la familia (Génesis 27:5-29).

*       La violación de Dina (Génesis 34): Siquem no permitirá que nada lo detenga de su deseo ilícito por Dina, codiciando lo que no es de él. Toma los asuntos en sus manos y secuestra a Dina. La familia de Dina está fu­riosa. La palabra para el acto de Siquem (nebaláh) es una expresión de la clase más seria de depravación sexual. La acusación de que "no se debía haber hecho" implica que existían normas inviolables. Los hermanos de Dina están furiosos con razón, porque Siquem cometió un acto lleno de desgracia (nebaláh) contra su hermana.

Ni Hamor, el padre, ni Siquem, admitieron haber hecho algo malo, y es­peraban que un pago en dinero suavizaría los sentimientos levantados. Sin embargo, Simeón y Leví ("los hermanos de Dina", versículo 25), furiosos por la desgracia sexual de su hermana, ofrecieron una propuesta alternativa, aña­diendo engaño (el noveno mandamiento del Decálogo) a la compleja situa­ción. Luego cometieron homicidio (quebrantando el sexto Mandamiento). Cuando defendieron sus acciones ante Jacob, Simeón y Leví argumentaron: "¿Había él de tratar a nuestra hermana como a una ramera?" (versículo 31).

La última palabra de este incidente viene más tarde, de Jacob en su lecho de muerte [hablando de Simeón y Leví]: "Maldito su furor" (Génesis 49:7). Este sórdido informe también indica el vínculo explícito entre la ira y el asesinato, que se da mucho más tarde en el Sermón del Monte, en el Nuevo Testamento. Génesis 34 pinta un sombrío cuadro de violencia, codicia, mentira y asesinatos.

*       Raquel hurtó los dioses familiares de la casa de su padre cuando Jacob decide dejar su empleo con Labán (Génesis 31:19). Cuando Labán alcanza a la familia que huye, le pregunta a Jacob: "¿Por qué me hurtas­te mis dioses?" (versículo 30; el énfasis fue añadido). El narrador también menciona que "Jacob no sabía que Raquel los había hurtado" (versículo 32; el énfasis fue añadido). Jacob defendió su inocencia ante Labán, implicando que él sabía que robar o hurtar está mal.

*       Cuando Jacob oye el llamado de Dios de regresar a Bet-el, estimula un reavivamiento en su casa (Génesis 35:1-4), rogando a su familia que pu­siera a un lado sus ídolos. No obstante, la prohibición contra la adoración de ídolos en el Decálogo dado en el monte Sinaí todavía era futura.

*       El séptimo de los Diez Mandamientos (adulterio) era parte de la moralidad de José en Egipto mucho antes del Éxodo de los hijos de Is­rael. La triple respuesta de José a la seducción de la esposa de Potifar es impresionante: 1) traicionar la amplia confianza que Potifar, su amo, le había otorgado está mal; 2) también enfatiza que ella le está vedada por ser la esposa de Potifar; 3) lo más importante, tal acto sería un "grande mal" y un "pecado contra Dios", aun cuando el mandamiento contra el adulterio todavía no había sido proclamado en el monte Sinaí (Génesis 39).

El triple argumento de José también implica que la esposa de Potifar podía y debía comprenderlo. Sin embargo, ninguna de las razones de José la detienen. Ni su seducción fue única. Día tras día lo atrae hacia ella y es tan persistente que José toma la precaución de evitar estar cerca de ella.

En ese encuentro, José aparentemente se da cuenta de que su situa­ción demanda una acción drástica. Dejando su ropa, huye afuera. Para desviar las sospechas de sobre sí misma, la esposa de Potifar protesta a grandes voces su "inocencia" a los demás siervos. Su pasión inmoral por José es rápidamente reemplazada con mentiras. La ropa que ella tiene consigo provee una "evidencia" importante, pues José dejó su manto en manos de ella cuando huyó afuera. Ella grita pidiendo ayuda y describe a José, que dejó su manto, poniendo a José bajo una luz tan denigrante como le fue posible.

*       A la luz de tantos indicadores, en el Génesis, que exhiben la mora­lidad del Decálogo, la felicitación a Abraham que Dios le dio a Isaac es especialmente impresionante:

"Estaré contigo, y te bendeciré; porque a ti y a tu descendencia daré todas estas tierras, y confirmaré el juramento que hice a Abraham tu padre. [...] Por cuanto Abraham oyó mi voz y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes" (Génesis 26:3-5; el énfasis fue añadido).

Dios pudo haber meramente declarado a Isaac que Abraham había obedecido a Dios. En cambio, llega a ser muy preciso, mencionando específicamente a qué había sido obediente Abraham. Esta declaración explícita de Dios testifica de la existencia de la Ley en la historia anterior al Sinaí. Génesis no revela cómo los seres humanos recibieron las leyes de Dios, sus mandamientos y sus estatutos. No obstante, se los menciona específicamente aquí, implicando su existencia.

* Más allá del Génesis, el testimonio personal de moralidad de Job también involucra principios del Decálogo. Su lenguaje es claro:

"Hice pacto con mis ojos; ¿cómo, pues, había yo de mirar a una vir­gen? Porque ¿qué galardón me daría de arriba Dios, y qué heredad el Omnipotente desde las alturas? [...] ¿No ve él mis caminos, y cuenta todos mis pasos? Si anduve con mentira, y si mi pie se apresuró a engaño, péseme Dios en balanzas de justicia y conocerá mi integridad. [...] Si fue mi corazón engañado acerca de mujer, y si estuve acechando a la puerta de mi prójimo [...] Si puse en el oro mi esperanza, y dije al oro: Mi con­fianza eres tú; [...] y mi corazón se engañó en secreto [...] esto también sería maldad juzgada; porque habría negado al Dios soberano. [...] si encubrí como hombre mis transgresiones, escondiendo en mi seno mi iniquidad, porque tuve temor de la gran multitud. [...] si mi tierra clama contra mí, y lloran todos sus surcos; si comí su sustancia sin dinero, o afligí el alma de sus dueños" (Job 31).

Si este es el libro más antiguo de la Biblia (y los detalles del texto mis­mo parecen corroborarlo), entonces los principios por los cuales actúa la conciencia de Job reflejan una profunda comprensión del Decálogo, que fue dado mucho más tarde en el monte Sinaí. Y Job no es de la línea del Pacto.

*      Después de liberar a Israel de la esclavitud de Egipto, Dios milagro­samente les proveyó él maná, para comer en el desierto. Comenzando antes de que los hijos de Israel llegaran al monte Sinaí, esto duró cuarenta años. Cuando Dios le dijo por primera vez a Israel acerca de la comida que le daría, lo instruye sobre cómo juntarlo: el doble los viernes, de modo que no tuvieran que trabajar en sábado. Y, no obstante, algunos salieron para recoger maná el sábado de mañana, por lo cual Dios les dice en forma aguda: "¿Hasta cuándo no querréis guardar mis mandamientos y mis leyes?" (Éxodo 16:28). Otra vez habla específicamente de sus manda­mientos y sus leyes (como lo hizo antes con Isaac [Génesis 26:5]), pero los israelitas no habían llegado todavía al monte Sinaí.

Algo sensacional sucedió cuando se dio la Ley en el monte Sinaí, pero el Decálogo, obviamente, ¡no era información nueva! Sus principios habían estado actuando desde el comienzo de la historia humana.

En el Nuevo Testamento, Jesús mismo habla regularmente de la Ley de Dios, cumpliendo la promesa del Mesías que presenta el Antiguo

Testamento: "Jehová se complació por amor de su justicia en magnificar la ley y engrandecerla" (Isaías 42:21). También le dice al joven rico: "Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos" (Mateo 19:17). Justo antes de su crucifixión, les recuerda a sus discípulos: "Y sé que su man­damiento es vida eterna" (Juan 12:50). En sus discursos de despedida, Jesús repetidamente señala la importancia de sus mandamientos. Los que los guardan muestran su amor a Jesús (Juan 14:15, 24; 15:10). Entre sus últimas instrucciones, los anima a enseñar "todas las cosas que os he mandado" (Mateo 28:20).

La crucifixión de Cristo y su muerte en otro monte, el monte Cal­vario, produjo resultados dramáticos, tales como un terremoto, relám­pagos y truenos, [1] como había ocurrido antes en el monte Sinaí, pero la revocación de la Ley no fue una de sus consecuencias. Si sucedió algo, la Ley fue sostenida con aún mayor magnitud:

"Si hubiese sido posible que la Ley fuera cambiada o abrogada, Cristo no habría necesitado morir. [...] Porque la Ley era inmutable, porque el hombre podía ser salvo únicamente por la obediencia a sus preceptos, fue levantado Jesús en la cruz. Sin embargo, Satanás presentó como destructor de la Ley a aquel mismo medio por el cual Cristo la estableció. Alrededor de esto girará el último conflicto de la gran lucha entre Cristo y Satanás".  La Escritura termina con una vivida descripción de la culminación de la historia de la Tierra y del gran dragón, que hace guerra contra los que "guardan los mandamientos de Dios" (Apocalipsis 12:17).

Ambos Testamentos sostienen la Ley de Dios. El profeta Isaías es una de las muchas voces que registra lo que Dios dice: "Así ha dicho Jehová, Redentor tuyo, el Santo de Israel: Yo soy Jehová Dios tuyo, que te enseña provechosamente, que te encamina por el camino que debes seguir. ¡Oh, si hubieras atendido a mis mandamientos! Fuera entonces tu paz como un río, y tu justicia como las ondas del mar" (Isaías 48:17, 18).

Sin embargo, lo que captó mi atención fue la exclamación del salmista: "Bienaventurado el varón [...] que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará".

"¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación" (Salmos 1:2, 3; 119:97).

Me sacudió porque aprecio la Ley de Dios, y estoy contenta por sus claras declaraciones, y creo que es eterna; pero de repente me di cuenta de que nunca antes había sentido un fuerte afecto por la Ley de Dios tal como lo expresa el salmista. Es cierto, estoy agradecida por ella, pero ¿amo la Ley? ¿Cómo puede alguien amar alguna ley? La idea me sacudió: ¿Podía estar satisfecha con conceptos intelectuales con respecto a la Ley y perderme la bendición real?

El gran amor del salmista por la Ley lo impele a meditar en ella hora tras hora, todo el día. Mientras meditaba en su testimonio, me convencí de mis pobres reflexiones sobre la Ley de Dios, y me di cuenta de que debo haberme perdido algo maravilloso. Siento la necesidad de tomar un tiempo para contemplar el Decálogo y aprender a regocijarme en su gloriosa naturaleza. Escucha a Moisés mientras trata de inspirar a los hijos de Israel:

"Esta es la bendición con la cual bendijo Moisés el varón de Dios a los hijos de Israel, antes que muriese. Dijo: Jehová vino de Sinaí [...] resplandeció desde el monte de Parán, y vino de entre diez millares de santos, con la ley de fuego a su mano derecha. Aun amó a su pueblo" (Deuteronomio 33:1-3; el énfasis fue añadido).

Tal vez si aprendemos a amar la Ley, como lo hizo el salmista, podría­mos amar aún más al que dio la Ley. El capítulo más largo de la Biblia, el Salmo 119, es un himno que entona alabanzas a Dios por su Ley. Aún más, ¡cada año el pueblo judío todavía celebra la entrega de la Ley!

Nunca ha habido un día como aquel en el que la presencia abrumado­ra de Dios descendió sobre el monte Sinaí. Sucedió algo sin precedentes. Dios mismo anunció la Ley en su sobresaliente majestad. Él no es una divinidad menor, no el dios de la guerra o de la fertilidad, o alguna divinidad local como Dagón, el dios de los filisteos. Este es el Dios del cielo y de la Tierra:

"El alba doraba las oscuras cumbres de las montañas, y los áureos rayos solares que herían los profundos desfiladeros parecieron a aque­llos cansados viajeros como rayos de gracia enviados desde el Trono de Dios. Por todas partes, inmensas y escabrosas alturas, en su solitaria grandeza, parecían hablarles de la perpetuidad y la majestad eternas. Todos quedaron embargados por un sentimiento de solemnidad y santo respeto. Fueron constreñidos a reconocer su propia ignorancia y debili­dad en presencia de aquel que 'pesó los montes con balanza, y con pesas los collados' (Isaías 40:12). Allí el Señor reunió a su pueblo para hacerle presente la santidad de sus exigencias, para anunciar con su propia voz su santa Ley".

"En medio de truenos y relámpagos, Dios habló su Ley en oídos de la vasta multitud. Dios dio a la ocasión de la proclamación de la Ley un esplendor grandioso. Deseaba que el pueblo comprendiera el exaltado carácter de su Ley. [...]

"El Señor Jesucristo estaba allí en persona. Pronunció la Ley, y dio los Mandamientos, que son de carácter inalterable, inmutable y eterno". Dios tiernamente describe que los hijos de Israel fueron llevados a él "sobre alas de águilas":

"Y Moisés subió a Dios; y Jehová lo llamó desde el monte, diciendo: Así dirás a la casa de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel: Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí" (Éxodo 19:3, 4). "Porque la porción de Jehová es su pueblo. [...] Le halló en tierra de desierto, y en yermo de horrible soledad; lo trajo alrededor, lo instruyó, lo guardó como a la niña de su ojo. Como el águila que excita su nidada, revolotea sobre sus pollos, extiende sus alas, los toma, los lleva sobre sus plumas" (Deuteronomio 32:9-11).

El Redentor se compara con un águila que excita su nidada y revo­lotea sobre ella al cuidar a sus pollos. La gran águila extiende sus alas sobre el nido, e instruye a sus polluelos sobre cómo volar. En vez de ser una "camisa de fuerza", ¡Dios quiere que sus leyes nos traigan libertad! La Ley de Dios tiene el propósito de liberarnos de las mortales adicciones al pecado. El conocimiento del Decálogo define qué es la libertad humana.

La memorización de los Diez Mandamientos comienza generalmente con "No tendrás dioses ajenos delante de mí". Pero esas no son las pri­meras palabras del Decálogo. Realmente comienza con: "Y habló Dios todas estas palabras diciendo: Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto" (Éxodo 20:1, 2, el énfasis fue añadido). Este prólogo, lamentablemente, es omitido generalmente cuando se memorizan los Diez Mandamientos, y no aparece en los cuadros que se cuelgan en las paredes. Pero, cuando se los incluye apropiadamente, pone un sabor totalmente diferente a los mandamientos que siguen. El Dios del cielo y de la Tierra no es como los gobernantes paganos despóticos de la época, que imponían respeto sobre sus vasallos bajo pena de muerte. En su de­claración inicial, se presenta como ¡el Redentor que ya ha liberado a Israel de la esclavitud! El Decálogo no puede ser correctamente comprendido sin esta declaración primera.

Al glorioso prólogo le siguen diez mandamientos que el seguidor de Dios debe guardar. Pero, estos son mandatos de Dios el Libertador, que quiere que su pueblo permanezca libre. "El Señor ha dado sus santos mandamientos para que sean una muralla de protección en torno de sus seres creados". Primero ocurre el éxodo a la libertad, luego la proclama­ción de la Ley. ¡Este es un orden importante! El prólogo no es una aguda advertencia de cuán estricta es la Ley, sino que insiste en que el Autor es un Redentor amante que se preocupa por mantener a sus liberados de volver a la esclavitud. Aun la formulación de los Mandamientos subraya el aspecto de relación que Dios ansia tener. No se los declara en forma abstracta: "Está prohibido". Cada vez, se usa un pronombre personal (implícito en el verbo castellano).

El Decálogo no es de "elección múltiple", o de un buen sentido común o sabiduría popular acumulada. No es un conjunto de prohibiciones legales estáticas. Los Mandamientos no demandan obediencia a fin de que podamos ser salvos, ni es un pesado yugo que llevar. Manifiestan el camino de la vida, ¡pues Dios quiere dar nueva forma a sus hijos ya redimidos en los caminos de la libertad! El tono no puede ser "esto es lo que debes hacer o, si no...", pues no se añaden castigos. Más bien, Dios insiste, en el prólogo, que ya ha realizado nuestra salvación de la escla­vitud, y ahora promete una vida de libertad.

Los Diez Mandamientos presentan la naturaleza de la gracia de Dios, donde el deseo de obedecer es un deseo sentido en el corazón para responder a un Dios tan amante y misericordioso que nos libra de la ilegalidad y el pecado. El mismo significado de la Ley está basado en el evangelio de su gracia salvadora, donde se demuestra como un poderoso y amante Redentor.

Los Diez Mandamientos: Harás, No harás, son diez promesas.

"Los diez santos preceptos enunciados por Cristo en el monte Sinaí fueron la revelación del carácter de Dios, e hicieron conocer al mundo el hecho de que él tenía potestad sobre toda la heredad humana. Esa ley de los diez preceptos del amor más grande que pueda ser presentado al hombre es la voz de Dios del cielo que habla al alma la promesa: 'Haz esto, y no quedarás bajo el control de Satanás'. No hay nada negativo en aquella ley, aunque parezca así. Es HAZ, y Vivirás". La fuerte formulación de los Diez Mandamientos recuerda que so­mos pecadores inclinados a la transgresión. La Ley provee un espejo para mostrarnos cómo somos realmente. Dios ordena: "No matarás" porque sabe que nuestros corazones pecaminosos son capaces de asesinar. Dios manda: "No cometerás adulterio" porque sabe que nuestros corazones pe­caminosos cometen adulterio. Jesús más tarde, sobriamente, recuerda en el Sermón del Monte lo que ya se enseñaba en el Antiguo Testamento, que estos mandamientos de Dios son quebrantados primero en nuestros co­razones y mentes mucho antes de que se realice cualquier acción exterior.

Es absolutamente necesario reconocer esta función de la Ley que des­enmascara, porque solo entonces podemos ser liberados de todo prejuicio y justicia propia, haciéndonos ansiar el perdón y la limpieza de Dios. Si tenemos solamente pensamientos triviales acerca del pecado, nunca po­dremos tener pensamientos grandes acerca de Dios. No obstante, ¿cómo pueden los Diez Mandamientos hacernos cantar como lo hizo el salmista: "Oh, cuánto amo tu ley"? Elena de White comenta de manera intrigante:

"En la palabra de Dios está la energía creadora que llamó los mundos a la existencia. Esta palabra imparte poder; engendra vida. Cada orden es una promesa; aceptada por la voluntad, recibida en el alma, trae consigo vida del Ser infinito. Transforma la naturaleza y vuelve a crear el alma a imagen de Dios".

Cada uno de los Mandamientos nos recuerda que somos pecadores que necesitan ser salvados, pero también que el Legislador es nuestro Salvador. Él promete que al habitar en la libertad de su amor, no tendre­mos ningún otro dios delante de él, no tomaremos su nombre en vano, no asesinaremos, no cometeremos adulterio, no hurtaremos, no daremos falso testimonio, no codiciaremos.

Cada mandato del Decálogo muestra nuestra verdadera condición, pero también incluye la promesa divina de la salvación. El Legislador promete esto vez tras vez: "Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de pie­dra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos" (Ezequiel 36:26, 27; el énfasis fue añadido). No es extraño que los profetas, los poetas y los salmistas hayan compuesto himnos que alaban la Ley. Mencionar la palabra Ley a un israelita produciría una reacción aún más positiva que la palabra almuerzo.

Cada mandato es una promesa de que Dios restaurará su imagen en nuestras vidas pecaminosas. Cada acto de fidelidad es una señal de que el poder del Legislador está tomando posesión de nosotros y nos otorga la verdadera libertad del pecado. Nosotros también seremos impulsados a cantar con el salmista: "¡Oh, cuánto amo yo tu ley!"

 

 

Fuente:

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Lecciones y comentarios para la escuela sabática_Segundo trimestre de 2014  
  Cristo y su Ley

Autor: Keith Burton

Lecciones y Comentarios para la escuela sabática-Segundo trimestre_Abril - Junio de 2014

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Cristo y su Ley  
  1. Las leyes en los días de Cristo (Levítico 1:1-9; Deuteronomio 17:2-6; Lucas 2:1-5;Hebreos 10:28; Santiago 2:8-12)
2. Cristo y la Ley de Moisés (Éxodo 13:2,12; Deuteronomio 22:23,24; Mateo 17:24-27; Lucas 2:21-24; 41-52; Juan 8:1-11)
3. Cristo y las tradiciones religiosas (Isaías 29:13; Mateo 5:17-20; 23:1-7; 15:1-6; Romanos 10:13)
4. Cristo y la Ley en el Sermón del Monte (Mateo 5:17-37; Lucas 16:16; Romanos 7:24)
5. Cristo y el sábado (Génesis 2:1-3; Isaías 65:17; Mateo 2:23-28; Juan 5:1-9; Hechos 13:14; Hebreos 1:1-3)
6. La muerte de Cristo y la Ley (Hechos 13:38,39; Romanos 4:15; 7:1-13; 8:5-8; Gálatas 3:10)
7. Cristo, el fin de la ley( Romanos 5:12-21; 6:15-23; 7:13-25; 9:30-10:4; Gálatas 3:19-24)
8. La Ley de Dios y la ley de Cristo
9. Cristo, la Ley y el evangelio
10. Cristo, la Ley y los pactos
11. Los apóstoles y la Ley
12. La iglesia de Cristo y la Ley
13. El reino de Cristo y la Ley
 
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