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La integridad

Para la el 5 de junio de 2010

Pero una mente tranquila y firme, pensamientos amables y calmados deseos, corazones combinados con igual cantidad de amor, furias nunca muertas, despiertan.

Retorno del desdén, Thomas Carew

 Integridad: Honestidad incorruptible

“Por lo tanto, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro verdadero culto. No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. (Romanos 12:1, 2).

Aquí Pablo subraya sucintamente la integridad con la cual hemos de presentarnos ante Dios. Ofrecer nuestro cuerpo entero como un sacrificio vivo, rendir nuestras mentes no conformadas con las presiones del mundo, para que podamos probar la obra del Espíritu de Dios como la perfecta voluntad divina en nuestras vidas. La totalidad de nuestra existencia –cuerpo, mente y espíritu– debería elevarse en alabanza viviente a nuestro Hacedor.

En 46 años como médico he atendido varios miles de pacientes. A algunos los he ayudado enormemente, hasta he salvado sus vidas. Para uno he sido moderadamente útil y, para otros, quizás inútil. Y para los menos, tal vez por razones de ineptitud no intencionada, positivamente dañino. Siendo humano, no siempre he sido perfecto en mi trabajo, pero nunca le he hecho daño voluntariamente a nadie.

El daño que se causa por ignorancia es bien conocido por el médico, y los buenos procuran mantenerse al día en los adelantos médicos por el bien de sus pacientes.

En una ocasión tuve una paciente a la que no pude diagnosticarle su enfermedad. Más tarde vino y me dijo lo que había pasado y cómo había sido diagnosticada por un psiquiatra. Recuerdo que me mostró su antebrazo izquierdo. Se levantó su manga larga y miré con asombro su suave piel blanca, en la que estaba escrita, en una cicatriz rojiza, con los tejidos en relieve, la palabra MORIR.

Susan (no es su nombre verdadero) muchas veces me había visitado, con desconcertantes historias y relatos que me dejaban totalmente confundido. Había sido criada como hija única de unos padres de mediana edad, de buena posición económica y de vida cómoda. Era una joven muy inteligente y con muchos talentos. Tocaba bien el piano y como experta patinadora había participado en campeonatos regionales. Sin embargo, se quejaba de muchos problemas en su cuerpo que no calzaban con el tipo de vida que tenía ni con su condición física.

Mientras miraba, asombrado, la palabra MORIR, le pregunté:

–¿Quién te hizo esto?

–Yo misma. Con un cigarrillo– fue su desconcertante respuesta.

–¡Pero Susan, tú no fumas!

–Es de lo que quiero hablarle, doctor, –dijo ella–. Me han diagnosticado un trastorno de personalidad múltiple.

Ahora finalmente la comprendía. Susan me había contado que, a veces, en su memoria había períodos en blanco. Había exámenes de matemáticas en los que no recordaba haber participado. En cierta ocasión, para su propia vergüenza, la llevaron a la sala de emergencias del hospital por haberse parado en la baranda de un balcón y tratado de saltar. No recordaba nada de eso. Hablaba de haberse contagiado de una enfermedad de transmisión sexual y de un aborto que había sufrido, aunque no recordaba haber realizado ningún acto que hubiera hecho posible el embarazo.

–Y esta palabra que usted ve grabada en mi brazo, doctor, fue escrita por una de mis personalidades.

El psiquiatra de Susan estaba trabajando para identificar las múltiples personalidades que conformaban su personalidad. Una era hedonista, amoral, alcohólica, maldiciente y capaz de acostarse con cualquiera. Otra era la Susan que yo conocía, estudiosa, responsable, sobria y muy educada. También tenía otra personalidad que era depresiva, iracunda, que maldecía y se dañaba a sí misma. Esa fue la personalidad que escribió con fuego en su antebrazo la palabra MORIR.

También estaba la Susan atleta, competitiva, físicamente fuerte y, por supuesto, la matemática, la que había hecho la prueba con éxito y que no recordaba haber tomado.

Su psiquiatra dedicó varios años a trabajar con ella, tratando que esas múltiples personalidades se integraran en una sola, haciendo de ella un todo.

Con el tiempo se reveló que Susan había sido acosada sexualmente por su padre, no con el uso de la fuerza sino por medio de su actitud e influencia. Ella culpaba a su madre por su aparente ignorancia de lo que estaba pasando. Como no pudo manejar emocionalmente las múltiples ramificaciones de la vida, su subconsciente las desintegró en compartimentos o personalidad. La integración de las partes en una sola –o identidad integrada–, le llevó unos veinte años. Y aunque Susan todavía visita a su psicoanalista, ahora se desenvuelve con una sola identidad que puede arreglárselas con los diferentes aspectos de su vida.

Ese tipo de condición clínica pareciera disparatadamente extraña, sin embargo, todos tenemos aspectos de nuestra personalidad que intentamos acomodar en compartimentos. Solo cuando cada aspecto de nuestras vidas está en armonioso acuerdo podemos decir que estamos verdaderamente sanos.

Hace poco escuché a Randy Roberts, pastor de la Iglesia Adventista del Séptimo Día de la Universidad Loma Linda, relatar la siguiente historia que, tristemente, es típica de muchos de nosotros.

Mientras conducía su coche, una mujer aceleró con la esperanza de cruzar la calle antes que el semáforo cambiara a la luz roja. Sin embargo, un automóvil muy lento que iba justo delante ella, manejado por un anciano, disminuyó la velocidad cuando vio que se puso la luz amarilla, y luego se detuvo.

La mujer frenó violentamente y estuvo a punto de darle en la parte trasera al vehículo del anciano. Enseguida, asomándose por la ventana insultó a gritos al pobre hombre. Señalando con el dedo hacia él con un gesto vulgar continuó vociferando, ofendiéndolo con palabras. Estaba tan absorta en esta actividad consumidora de adrenalina, que no se dio cuenta que una patrulla de policía se detuvo detrás de ella. El oficial se dirigió hacia el coche de la mujer mientras escuchaba el vendaval de obscenidades y observaba sus gesticulaciones, y le ordenó que saliera del vehículo.

–¡Ponga sus manos en el techo del auto! –le dijo.

El policía arrestó a la mujer por manejo peligros y por causar disturbio en la vía pública, y llamó a la grúa.

A pesar de sus protestas la mujer fue esposada, llevada a la comisaría de policía, y puesta bajo custodia.

Después de algunas horas el agente regresó y le dijo:

–Tuve que realizar varias averiguaciones sobre el coche para confirmar su identidad y asegurarme que usted es quien pretende ser –el dijo–. Cuando vi la calcomanía en el paragolpes de su auto que decía “Elija ser cortés” y la insignia de un pez en otra calcomanía que decía, “Jesús es la respuesta“, pensé: “Este coche pertenece a un cristiano“. Así que cuando la vi hacer esa señal con el dedo y escuché los improperios y obscenidades, estaba seguro que usted estaba usando un vehículo robado. Lo siento. Estaba equivocado.

La vida en diferentes casilleros

Quizás alguno de los lectores se identifique con la historia anterior. Muchos de nosotros vivimos en diferentes casilleros, en diferentes momentos. La mayoría de nosotros no estamos tan desasociados como Susan ni como la mujer hipócrita arrestada bajo sospecha de robo pero, en realidad, partes de nuestras vidas se han desintegrado y algunas veces nuestras acciones no muestran que somos seguidores de Cristo.

Aunque la mayoría de nosotros no somos solamente “cristianos de sábado”, sin embargo, no todos somos completamente íntegros. No en vano el autor del himno, escribió: “Santo Espíritu de Cristo, mora en este corazón, lléname de tu presencia, cólmame de bendición. ¡Cólmame! ¡Cólmame! ¡Ven ahora y cólmame! ¡Cólmame de tu presencia! ¡Ven, oh ven y cólmame!”. Sentimos una profunda necesidad de ser cien por ciento hijos de Dios.

Incluso el apóstol Pablo escribió acerca de la lucha que tenía dentro de sí. En Romanos 7:18, 19 escribe: “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no habita el bien, porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago”.

Como cristianos, esa falta de integridad nos afecta a todos. Ciertamente luchamos para ser transparentes y honestos, pero los seres humanos no somos honestos por naturaleza. Con mucha frecuencia, lo que nos mantiene en vereda es la posibilidad de ser descubiertos. Si creemos que no seremos detectados, muchas veces no somos completamente honestos.

Es como el conductor que golpea a otro coche en un estacionamiento y, cuando ve a una señora de edad madura observándolo con ojos furiosos, toma una pluma y un pedazo de papel y escribe: “Siento mucho haber golpeado su automóvil. Trataré de no hacerlo otra vez”. Entonces pone el pedazo de papel en el parabrisas del auto dañado, mientras ve que quien lo estaba observando se aleja satisfecha pensado que ha dejado su nombre, dirección y número telefónico para que lo localicen.

Es posible que nosotros no hagamos algo así, pero todos reconocemos sentir el impulso de hacer algo semejante.

Los abogados expertos en estos asuntos aconsejan a los médicos ser honestos y sinceros en cuanto a sus equivocaciones. Los pacientes perdonarán un error bienintencionado de su médico mucho más fácilmente de lo que lo perdonaría si creen que está tratando de ocultarlo.

La integridad conduce a la firmeza y lealtad en las relaciones. Nada es más doloroso que la traición de alguien en quien confiábamos, como las heridas infligidas por un amigo que de repente se vuelve contra nosotros, o por la traición de un cónyuge.

Pero a pesar de haber jurado fidelidad y dedicación a su cónyuge, ¡cuántas personas casadas se permiten caer en una aventura amorosa! Muchos hombres, como Adán en el Edén, culpan al poder seductor de la mujer. Muchas mujeres se excusan a sí mismas porque el hombre con quien andan no representa nada comparado con el hombre con quién se casó. Pero, ¿qué tipo de personas no reconoce las señales de peligro a la primera vez que se manifiestan? ¿En qué punto deciden, aunque sea inconscientemente, engañar a su cónyuge?

A veces la falta de integridad se reconoce enseguida. La boca hace promesas sin la menor intención de cumplirlas. Pero la integridad nos exige un sentido de responsabilidad y equidad.

En el mundo de hoy escuchamos hablar de una relación sin compromiso, una relación de conveniencia y placer, si se quiere. Una relación en la cual ambas partes están libres para entablar relaciones con otros. Sin embargo, incluso en esa relación supuestamente amplia, existe deshonestidad con nosotros mismos. En la tragedia Hamlet, de Shakespeare, Polonio le dice a su hijo Laertes: “Pero sobre todas las cosas sé honesto contigo mismo”. Para algunos, el autoengaño forma parte de la falta de integridad; tanto hombres como mujeres voluntariamente olvidan las heridas que se infligieron a sí mismos y a otros.

En la actualidad, la asombrosa prevalencia de las infecciones sexualmente transmitidas es evidencia de los grandes cambios que han tenido lugar en la fidelidad sexual en los últimos cuarenta años. Como ginecólogo, yo estaba muy consciente de que la tasa de infección por clamidias era del 14 al 28 por ciento entre los grupos de mujeres universitarias. Ahora la tasa de infección humana por el virus del papiloma es más del 50 por ciento en la población femenina en edad reproductiva en los Estados Unidos.

Las tasas de infección del VIH de más del 40 por ciento en algunas poblaciones africanas, habla de un triste desconocimiento de esta enfermedad. Pero las tasas de infección del VIH en la ciudad de Washington, la capital de Estados Unidos, alcanzan en algunos casos niveles aproximados a los que se encuentran en África. ¿Qué dice eso acerca de la gente que vive en la ciudad mencionada?

Las encuestas muestran que una buena parte de la población estadounidense está preocupada, consciente, y es muy cuidadosa en su comportamiento sexual. Sin embargo, entre los jóvenes no es raro ver la promiscuidad o, como algunos prefieren llamarle ingenuamente, monogamia en serie. El significado de ese término es obvio: serán leales a ese compañero mientras deseen, luego pueden cambiar por alguien que les satisfaga mejor… y serles fieles hasta… y así continuar.

Tal comportamiento es desleal a las necesidades emocionales, psicológicas y biológicas de la vinculación. La sociedad será destruida por esta conducta sexual desequilibrada que engendra infidelidad en el matrimonio.

Dios: Íntegro y santo

Para nosotros, como seres humanos, la integridad significa “honradez”; pero la integridad de Dios es un atributo de su “santidad”.

José, el personaje de la Biblia, disfrutaba de una relación de favoritismo con su padre. Creció sabiendo que era amado profundamente. También conocía y respetaba al Dios que su padre adoraba. Por eso, difícilmente puede uno imaginar su temor y ansiedad cuando fue vendido por sus hermanos a la caravana de ismaelitas y llevado lejos para ser esclavo en Egipto.

Caminando lenta y penosamente detrás de los camellos, su futuro se veía sombrío. Aun así mantuvo su integridad. Vendido como esclavo –un objeto en la mano de su amo–, no se desentendió de los principios que había aprendido en las rodillas de su padre.

¡Cuántas oportunidades deben habérsele presentado! Al principio podría ser la oportunidad insignificante de robar, o tal vez comer una fruta que no era suya, o quedarse con una moneda caída. Más tarde podría fácilmente haber falsificado facturas, recibos o inflado los gastos. Sin duda, a medida que las ganancias engordaban los cofres de Potifar, la reputación de José también aumentaba. Pero sucede que algunos que son perfeccionistas en asuntos monetarios e idealistas en asuntos legales, son débiles en lo sentimental. Algunos de nosotros somos buenos, medidos por las normas humanas, pero podemos echarnos a perder o destruirnos por nuestras debilidades particulares.

¿Cuántos contadores –hombres y mujeres cuya pericia mantiene bancos y negocios económicamente sanos– han sucumbido al dulce señuelo de tomar para ellos un poquito de tanta abundancia?

¿Cuántos legisladores, artífices de la palabra que puede redactar un nuevo estatuto con equilibro y precisión, han caído en los ardides del sexo?

José no se dejó corromper. Cuando fue acosado repetidamente por la liviana e irresponsable esposa de su amo, huyó de ella. Finalmente, cuando se vio acorralado, preguntó tanto a sí mismo como a ella: “¿Cómo pues, haría yo este gran mal y pecaría contra Dios?”

Reconoció que su relación con Dios se vería comprometida por una relación ilícita con la esposa de su dueño. Pero hoy, muchos viven vidas fragmentadas, fracturadas, no creyendo que un desliz físico o sentimental afectará su vida espiritual. La honradez o integridad, la sinceridad y la transparencia ponen el comportamiento ilícito bajo un brillante reflector.

Sin embargo, la integridad no se relaciona solamente con lo físico y lo emocional. La honestidad intelectual y espiritual también puede ser severamente probada. Para muchos, la duda es considerada como una seria debilidad; sin embargo, la duda honesta no es necesariamente una señal de infidelidad. Estoy seguro que Dios ama a una persona sincera que duda y puede relacionarse con ese honesto de corazón, más que con aquellos que dudan, pero fingen otra cosa. “Créeme, hay más fe en la duda honesta que en la mitad de los credos” (Alfred, Lord Tennyson, In memoriam, A. H. H. 96, II. 11-12).

Un punto de vista equilibrado

Es una extraña anomalía en la conducta humana que, a veces, las personas oscilen de un punto de vista radical a otro, que no puedan soportar la comprensión parcial de algo.

Esta forma de pensar se ve, más que en ninguna otra, en el ámbito de la salud. Esas personas no reconocen las zonas grises. Para ellas, las cosas siempre son negras o blancas, y son muchos los que defienden ardientemente esa posición. Modificar su punto de vista les resulta difícil; sin embargo, cuando tienen ante ellos la más pequeña duda, se pasan bruscamente al campo contrario. La integridad es lo que le permite a uno ver la posibilidad de que exista un término medio. La integridad intelectual con frecuencia hace frente a deseos emocionales, suspendidos entre la cabeza y el corazón.

El ministerio de salud es atractivo para toda clase de personas, incluyendo a las más radicales a quienes les gustan las cosas claramente delineadas y prístinamente definidas. Reconocer que la ciencia no es infalible es muy importante para una comprensión equilibrada. De igual manera, reconocer nuestro prejuicios internos, particularmente en la selección de las evidencias a las que damos crédito, es otro significativo atributo.

En la salud, la evolución de los estudios científicos es muy importante. La mayoría de los médicos reconocemos la capacidad limitada para analizar un estudio, pero el público en general no permite que tales pensamientos interfieran con su aceptación de la “evidencia”. Los expertos recomiendan un enfoque de salud basado en la evidencia, pero aun aquí existe el problema que no siempre es fácil evaluar el peso de la evidencia.

Los procesos del pensamiento racional no son más seguros que la evidencia sobre la cual descansan. Uno no puede usar la cantidad de estudios como evidencia, porque una serie completa de estudios mal hechos puede ser descargada a la luz de otro irrefutable.

No se pueden usar las calificaciones de un autor para validad su estudio científico, porque grandes hombres y mujeres pueden cometer equivocaciones.

Quizás el más pobre apoyo que se acumula para un punto de vista es el apoyo anecdótico. Para ser realista, esos argumentos se utilizan porque no hay evidencias.

Aquellos que reconocen tales factores, es muy raro que lleguen a ser demasiado radicales o extremistas; pero muchos, después de adoptar una cierta posición, solamente escucharán argumentos que apoyen su punto de vista. En realidad, sacrifican su integridad por su creencia. Esta forma de pensar llega a ser aun más difícil de corregir cuando es reforzada por una motivación religiosa. Cuando se cree que las creencias son divinamente reveladas, se convierten en “irrefutables”.

No es coincidencia que algunos de los actos más nefastos de la historias hayan sido cometidos por personas que invocaron a Dios para racionalizar sus acciones. Y los más temibles radicales son los que creen en su propia autoridad divina. No son capaces de atender a razones de nada ni de nadie, porque sus mentes están bloqueadas. En realidad, han negado su integridad y pueden llegar a ser monstruos en el nombre de Dios. Cuando el argumento es sobre un asunto de comida o tipo de ejercicio, las consecuencias son limitas, pero las mismas condiciones absolutas son la base de los argumentos que motivan a los terroristas que consideran como mandato divino lo que hacen.

El verdadero pensamiento científico toma en cuenta los argumentos contrapuestos, reconoce las limitaciones de la ciencia y de la mal interpretación del dogma y elige una respuesta moderada. El verdadero pensamiento científico sabe que las respuestas absolutas no siempre son factibles. Hay mucha verdad en la declaración de que las respuestas simples a las preguntas complejas suelan resultar falsas.

Cuanto más sabe uno acerca de la bioquímica intracelular, más reconoce la complejidad de los procesos biológicos. Pero es muy interesante saber que el aumento del conocimiento no se expresa en soluciones simplistas y concretas, sino más bien lleva a un enfoque más cuidadoso y reflexivo. ¿Por qué? Porque la integridad lo demanda.

Como somos finitos, tenemos limitaciones. Esto significa que ni siquiera el mejor de nosotros entiende todo perfectamente. Job era tan perfecto como una persona puede serlo, sin embargo, cuando fue conducido a las profundidades del sufrimiento, la enfermedad y el dolor, no podía entender lo que estaba pasando en su vida. Ciertamente, los que leen su historia con frecuencia no la entienden y, como sus tres amigos que vinieron a consolarlo, malinterpretan la realidad y los hechos que se describen. A través de la lucha, Job en vano trataba de comprender por qué casi todas las cosas más importantes para él habían sido destruidas, pero aun así no abandonó su integridad. Él no niega sus creencias esenciales, su fe y su confianza. Al contrario, completamente comprometido con Dios, dice: “Aunque él me mate, en él esperaré” (Job 13:15).

La integridad en el compromiso con Dios nos protege de muchas de las pasiones dañinas de la vida. La crítica, la ira, la ansiedad y el temor con frecuencia zarandean la vida de aquel que no puede rendirse y comprometerse con Dios. La capacidad para tomar una decisión o contraer un compromiso, incluso con la falta de pruebas o evidencias convincentes, no es refutar la integridad. Más bien, contraer un compromiso que requiere confianza puede ser una señal de la integridad de uno. Millones se comprometen en matrimonio, sabiendo muy bien que el futuro es totalmente desconocido. No es posible saberlo todo, pero el compromiso dice “no importa lo que sea”. Tal compromiso protege la unión porque los ojos cesan de vagar y cada uno se centra, por elección, en lo que es mejor para el otro.

Los matrimonios construidos sobre tal compromiso e integridad conllevan seguridad, contentamiento, y algo muy interesante: salud. Las personas que están apoyadas en una buena relación matrimonial disfrutan de mejor salud que los solteros. Los hombres que saben que sus esposas los aman se recuperan mucho mejor de un ataque cardíaco que aquellos que no tienen tal seguridad. La integridad en nuestras relaciones trae salud integral a la persona.

En el pequeño libro de Eric Harvey y Steve Ventura Walk the Talk encontramos un poema de posibilidades. Dice:

Si cada persona hiciera lo que dice,

¿Puedes imaginar cómo sería?

Un mundo lleno de buenas intenciones

que todas llegan a ser realidad.

Podríamos contar unos con otros

y convivir respetuosamente.

No habría promesas rotas

ni tampoco hipocresías.

No tendríamos problemas para descubrir héroes,

los encontraríamos por todas partes.

Con tan solo mirarnos al espejo, todos

nos encontraríamos con la INTEGRIDAD.

La integridad es el fundamento de la salud.

Fuente:

http://www.escuelasabatica.cl/2010/tri2/lecc10/leccion.htm

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Lecciones y comentarios para la escuela sabática_Segundo trimestre de 2014  
  Cristo y su Ley

Autor: Keith Burton

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Cristo y su Ley  
  1. Las leyes en los días de Cristo (Levítico 1:1-9; Deuteronomio 17:2-6; Lucas 2:1-5;Hebreos 10:28; Santiago 2:8-12)
2. Cristo y la Ley de Moisés (Éxodo 13:2,12; Deuteronomio 22:23,24; Mateo 17:24-27; Lucas 2:21-24; 41-52; Juan 8:1-11)
3. Cristo y las tradiciones religiosas (Isaías 29:13; Mateo 5:17-20; 23:1-7; 15:1-6; Romanos 10:13)
4. Cristo y la Ley en el Sermón del Monte (Mateo 5:17-37; Lucas 16:16; Romanos 7:24)
5. Cristo y el sábado (Génesis 2:1-3; Isaías 65:17; Mateo 2:23-28; Juan 5:1-9; Hechos 13:14; Hebreos 1:1-3)
6. La muerte de Cristo y la Ley (Hechos 13:38,39; Romanos 4:15; 7:1-13; 8:5-8; Gálatas 3:10)
7. Cristo, el fin de la ley( Romanos 5:12-21; 6:15-23; 7:13-25; 9:30-10:4; Gálatas 3:19-24)
8. La Ley de Dios y la ley de Cristo
9. Cristo, la Ley y el evangelio
10. Cristo, la Ley y los pactos
11. Los apóstoles y la Ley
12. La iglesia de Cristo y la Ley
13. El reino de Cristo y la Ley
 
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