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Capitulo 05_Como tener paciencia para tener paciencia

CAPITULO 5

COMO TENER PACIENCIA PARA TENER PACIENCIA

 

"Porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obten­gáis la promesa" (Hebreos 10:36).

Me gusta esta cita de Paul Sweeney: "¿De qué modo puede una sociedad que existe sobre la base de puré de patatas instantá­neo, pasteles o tortas en polvo, comidas congeladas y cáma­ras fotográficas instantáneas, enseñar paciencia a sus jóvenes?"

Tal vez, escuchó acerca de aquella señora que oraba:"Señor, quiero paciencia, pero ¡dámela AHORA!"

Jaime era un hombre que, de acuerdo con lo que él admitía, perdía los estribos con rapidez, y furiosamente.

–No puedo evitar reaccionar de esta manera –me confió–. Necesito aprender a ser paciente. ¿Qué puedo hacer?

Jaime contesté un poco en broma, puedes aprender a ser pa­ciente, pero requerirá que tengas paciencia.

Es cierto. La paciencia, como los otros frutos del Espíritu, no es algo que sea por encargo.

Estaba viajando en un taxi, en el centro de Manhattan. Para abrir la conversación, pregunté al conductor cuántos kilómetros, en promedio, podía recorrer en un taxi por año. Su respuesta fue:

–Espero llegar a cuatrocientos mil kilómetros.

Ahora bien, no soy vendedor de autos ni mecánico, pero me pare­cía bastante bien. La curiosidad pudo más que mi corrección social, y le pregunté directamente:

Entonces, ¿de qué modo llega a recorrer tantos kilómetros?

Su respuesta fue breve y al punto:

Mantengo el motor fresco y bien afinado.

Hubiese deseado que mi amigo que necesitaba paciencia estuviera allí, para escuchar lo que dijo el conductor del taxi, porque tiene mucho que ver con lo que la paciencia hace por nosotros. Yo creo que es co­rrecto decir que la paciencia es una cualidad que da el Espíritu, que nos mantiene frescos cuando las cosas no van como pensamos que deberían ir. Y, como el aceite del motor, que mantiene en suspensión las impure­zas dentro del motor, la paciencia mantiene en suspenso las clases de cosas que nos hacen perder los estribos. La paciencia, entonces, es el elemento, en el fruto del Espíritu, que mantiene a los demás en buena disposición, como un motor suave y bien afinado.

Jaime no es el único que necesita de paciencia. Yo no sé lo que le pasa a usted, pero yo la necesito todo el día, cada día. Pero, una cosa es decir que necesitamos paciencia; otra es saber lo que es la paciencia y cómo actúa en la vida del cristiano.

Con el fin de comprender el significado de este concepto espiri­tual tan importante, necesitamos encontrar los lugares en las Escrituras donde se usa esa palabra. Así que, busque una buena concordancia. Una pequeña sugerencia: Hay otra palabra en la Escritura que se usa en forma intercambiable con paciencia, y es "longanimidad" o “perseverancia".

Piensa un momento en la historia de Moisés en el monte Sinaí. (La historia se encuentra en Éxodo 33:18 a 34:6.) Allí, sobre el monte, Moisés pidió a Dios que le mostrara su gloria. Cuando consideramos la gloria de Dios, pensamos en la luz gloriosa y todas las miríadas de ángeles que lo rodean. Pero, ese día, hace tanto tiempo, Dios mostró a Moisés –y así nos mostró a nosotros– un verdadero cuadro de su gloria. Su gloria es, sencilla y maravillosamente, él mismo. No es fuego, luz, án­geles, truenos o terremotos: su gloria es lo que él es. Así que, cuando Dios escondió a Moisés en un lugar protegido, pasó delante de él y proclamó: "¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad" (Éxodo 34:6).

Cuando te piden que describas a una persona a quien no conoces personalmente, probablemente describirás la forma en que se la ve: alto o bajo, con ojos marrones o azules, cabello rizado o lacio, etc. Por otro lado, cuando te piden que describas a alguien a quien amas, probable­mente describirás la personalidad o el carácter de esa persona: bonda­doso, le gusta' divertirse, alegre o melancólico, etc. La gloria del Señor no es cómo se lo ve, sino quién es él. Moisés quería ver el rostro de Dios, pero Dios le mostró su corazón.

Le voy a hacer una pregunta personal: ¿De qué manera lo descri­biría a usted su familia? ¿Amante, misericordioso, paciente, bondadoso, o...?

Créalo o no, podemos realmente comenzar a comprender lo que es la paciencia aprendiendo lo que no es, o su opuesto, la impaciencia.

¿El camino de quién es el mejor?

La impaciencia es decir a Dios que nuestro camino es el mejor. Un caso claro es la experiencia de Abraham. (Ver Génesis 15.) Dios había prometido dar a Abraham y a Sara un hijo. Abraham se puso impacien­te. Pensó que lo que Dios le había prometido estaba ahora más allá de lo posible y que, si debía ocurrir, tendría que suceder a la manera de Abraham. De modo que tomó a Agar como su esposa, tuvieron un hijo y lo llamaron Ismael. La impaciencia de Abraham cambió el curso de la historia.

Éxodo contiene otro ejemplo de impaciencia: en este caso, la im­paciencia no de una persona, sino de muchas: "Viendo el pueblo que Moisés tardaba en descender del monte, se acercaron entonces a Aarón, y le dijeron: Levántate, haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido" (Éxodo 32:1). Cuando Moisés no des­cendió del monte Sinaí cuando los hijos de Israel creyeron que debía hacerlo, se volvieron impacientes y decidieron tomar las cosas en sus manos, y se hicieron un becerro de oro para adorar.

En el Jardín del Getsemaní, el apóstol Pedro llegó a impacientarse y enojarse. Supongo que estaba impaciente porque Jesús no hacía valer sus derechos destruyendo a los soldados que habían venido a arrestar­lo, y se enojó contra sí mismo porque se había quedado dormido antes. Ahora estaba bien despierto, y se propuso ocuparse de esta multitud, si Jesús no lo hacía. "Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja de­recha. Y el siervo se llamaba Maleo. Jesús entonces dijo a Pedro: Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?" (Juan 18:10, 11).

Además de las experiencias reales de la vida, Jesús relató varias pa­rábolas acerca de lo que sucede cuando nos volvemos impacientes. Una de ellas es la historia de diez señoritas vírgenes. (Ver Mateo 25:1-10.)

¿Se ha preguntado usted, alguna vez, por qué las vírgenes estaban esperando al novio? Generalmente conectamos las damas de honor con la novia, y los amigos varones con el novio. Pero, después de vivir unos cuantos años en el sur de Asia, entiendo las relaciones, porque en esa parte del mundo el centro de atención en un casamiento es el novio, no la novia. El novio viste ropas elegantes y, a veces, hasta tiene un velo. A menudo la novia es prácticamente invisible, cubierta desde la cabeza hasta los pies. Así que era muy normal que las vírgenes de la parábola fueran amigas del novio.

Cuando el novio no apareció cuando la procesión del casamiento creía que debía hacerlo, los asistentes se pusieron impacientes, y deci­dieron que tenían tiempo de hacer una siesta. Pero, el novio vino mien­tras dormían, y usted conoce el resto de la historia: la mitad se perdió el casamiento. En otras palabras, Jesús estaba advirtiendo que muchas personas que pretenden creer en él no estarían listas para su venida.

Jesús contó otra historia interesante acerca de las consecuencias de la impaciencia. En esta historia, un amo no volvió a la casa cuando los obreros lo esperaban, y llegaron a ser impacientes. Jesús advirtió a sus oyentes: "Mas si aquel siervo dijere en su corazón: Mi señor tarda en venir; y comenzare a golpear a los criados y a las criadas, y a comer y beber y embriagarse, vendrá el señor de aquel siervo en día que éste no espera, y a la hora que no sabe, y le castigará duramente, y le pondrá con los infieles" (Lucas 12:45,46).

En esta parábola hay, primero, expectativa. Luego, surge la impa­ciencia y, finalmente, la gente experimenta las consecuencias. Hay una lección que, individualmente y como iglesia, deberíamos aprender de esta historia. La Iglesia Adventista del Séptimo Día nació después del Gran Chasco que se produjo cuando Jesús no vino, como lo esperaban, el 22 de octubre de 1844. Pero, hemos sufrido otro gran chasco aun más importante que el primero. Lo digo por lo siguiente. Mi padre creía que Jesús vendría antes de que él terminara el colegio superior. Para él, no habría ni siquiera tiempo para casarse y tener una familia. Pero Jesús no vino, y ahora la generación de papá prácticamente ha salido de la es­cena. Nos parece que nuestro Señor ha demorado su venida. El peligro ahora no es que sencillamente nos vayamos a dormir sino, aún peor, que nos golpeemos unos a otros y comencemos a vivir de la misma forma en que vive el mundo. ¿Seremos tomados por sorpresa?

Amigo, la prueba máxima de nuestra paciencia es esperar la venida de Jesús. En el corto plazo, la impaciencia puede invalidar seriamente nuestro compromiso con Dios, y a largo plazo que puede ser mucho más corto de lo que pensamos, corremos el riesgo de perder nuestra salvación.

Poner a los otros en su lugar

La impaciencia es una manera de juzgarnos unos a otros, rebaján­donos unos a otros. La impaciencia no presta atención a la Regla de Oro, que ordena que debemos hacer a otros lo que queremos que nos hagan.

Cierta vez, Pedro preguntó a Jesús cuántas veces debíamos perdo­narnos unos a otros. Los fariseos enseñaban que siete veces era sufi­ciente. Eso significaba que tenían que ser pacientes unos con otros solo hasta que se cansaban. Jesús enseñó el verdadero significado no solo del perdón, sino también de la paciencia cuando enseñó que debíamos ser pacientes todo el tiempo: "setenta veces siete". En otras palabras, más allá de la cuenta.

La paciencia no se dispone en una actitud tranquila de "venga lo que sea", ni tampoco pierde los estribos. La paciencia conoce el signifi­cado de las palabras: "Mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios" (Santiago 1:19, 20).

La ira es una consecuencia natural de la impaciencia. Cuando per­demos la paciencia, tendemos a perder los estribos. En este mundo im­perfecto, lleno de personas imperfectas, hay abundantes razones para estar enojados. ¡Si solo una razón fuera una excusa legítima! Pero, la gente a la que el Espíritu Santo está otorgando el fruto de la paciencia no estará buscando razones para justificar su ira.

Espero que no esté pensando que estoy tratando de simplificar de­masiado algo que es muy complicado. Sí, me doy cuenta de que hay muchos problemas en la familia y aun en la iglesia. Pero, seamos pa­cientes. A medida que el fruto de la paciencia crece, encontraremos que muchos de los detalles más complicados de nuestra relación mutua dis­minuirán, y muchos hasta desaparecerán.

Vivimos en la parte central del Estado de Florida. En varias ocasio­nes, cuando hemos comprado una pina o ananá en el supermercado, he cortado la parte verde del penacho y lo he plantado en nuestra huerta. El penacho, generalmente, cría pronto raíces, y antes de mucho tengo una planta de ananá de buena apariencia. Leí algo en Internet acerca de cultivar piñas que yo ya había aprendido por experiencia. El sitio web aconseja: "La paciencia es la clave para cultivar con éxito una planta de ananá. A menudo lleva dos años o más para que una planta dé fruto con buenas condiciones para el crecimiento". Las piñas no son las únicas que requieren paciencia para verlas crecer. Los hongos pueden crecer en un día o dos, pero un árbol como la secuoya requiere varias gene­raciones para crecer. Ralph Waldo Emerson dijo: "Adopta el ritmo de la naturaleza: su secreto es la paciencia".

La paciencia crece por medio del sufrimiento

La Biblia menciona que, a veces, la paciencia puede desarrollarse como resultado del sufrimiento. Yo no sé lo que piensa usted, pero a me­nudo oro pidiendo paciencia; no obstante, vacilo en soportar lo que es necesario para lograrla. Esto es como orar con ambos lados de nuestra boca. Por un lado, pedimos a Dios que nos dé paciencia, y por el otro pedimos que todo siga bien y que nuestro camino sea suave. ¿Se da cuenta de cómo una oración cancela la otra?

¿De qué modo crece la paciencia en los tiempos malos? El após­tol Santiago lo explica de este modo: "Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna" (Santiago 1:2-4). De paso, en los versículos recién citados, la palabra pruebas a veces se traduce como diversas tentaciones. Podemos comprender esto, porque las pruebas que tarde o temprano debemos afrontar son tenta­ciones; y las tentaciones realmente son pruebas. Nuestras pruebas son tentaciones porque cuando estamos pasando por ellas estamos tenta­dos a hacer algunas de las cosas mencionadas antes en este capítulo. (¿Recuerda a mi amigo Jaime?) Especialmente, me gusta esta parte del versículo en Santiago: "Pero tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna".

El apóstol Pablo sabía lo que era tener pruebas. Escribió:"Antes bien [mis compañeros y yo] nos recomendamos en todo como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angus­tias" (2 Corintios 6:4). De hecho, él expresó:"Nos gloriamos en las tribulacio­nes, sabiendo que la tribulación produce paciencia" (Romanos 5:3).

Una de las mayores tribulaciones en mi vida es tener un hijo que está fuera de la iglesia. Y yo sé que no soy el único. Algunas veces, me pongo muy impaciente con Dios. Le suplico que haga algo ahora. To­davía no ha sucedido, y no sé cuánto tiempo llevará, pero una cosa sé: que, entretanto, la semilla de la paciencia está creciendo en mi corazón. Estoy aprendiendo a comprender que Dios es el mismo hoy como lo fue cuando se mostró a Moisés hace tanto tiempo: él es longánimo.

Mientras lee este capítulo, puede estar sufriendo de una enferme­dad o una incapacidad. Tal vez haya perdido al cónyuge y esté solo. Aquí tenemos una promesa que lo sostendrá mientras cultiva el fruto de la paciencia: "No os ha sobrevenido ninguna tentación [o prueba] que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar" (1 Corintios 10:13).

La paciencia no nos sacará de nuestros problemas, pero es un don maravilloso, un fruto del Espíritu, que Dios nos da para poder atravesar esos problemas. Entretanto, "teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos [lea: no estamos solos], despojémonos de todo peso [confiar en nuestro camino] y del pecado que nos asedia [la ira], y co­rramos con paciencia la carrera que tenemos por delante" (Hebreos 12:1).

De quienes serán salvos al final del tiempo, está escrito: "Aquí está la paciencia de los santos" (Apocalipsis 14:12). Este texto es un consuelo para mí, porque significa que aquel que comenzó la buena obra en nosotros [la paciencia] la terminará y nos dará las fuerzas a lo largo del camino. Y así debemos permitir que la paciencia realice su obra perfecta, a fin de que podamos ser como nuestro Padre celestial: "Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte [...] grande en miseri­cordia y en verdad".

 

 

PARA MEDITAR

 

1.      ¿Te clasificarías como paciente o impaciente?

2.      ¿Qué hecho está probando en ti la paciencia ahora mismo?

3.      La paciencia es un don del Espíritu. ¿Qué puedes hacer a fin de ayudar a que este don crezca dentro de ti? ¿Qué clases de cosas impedirán que crezca?

 

 

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Lecciones y comentarios para la escuela sabática_Segundo trimestre de 2014  
  Cristo y su Ley

Autor: Keith Burton

Lecciones y Comentarios para la escuela sabática-Segundo trimestre_Abril - Junio de 2014

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Cristo y su Ley  
  1. Las leyes en los días de Cristo (Levítico 1:1-9; Deuteronomio 17:2-6; Lucas 2:1-5;Hebreos 10:28; Santiago 2:8-12)
2. Cristo y la Ley de Moisés (Éxodo 13:2,12; Deuteronomio 22:23,24; Mateo 17:24-27; Lucas 2:21-24; 41-52; Juan 8:1-11)
3. Cristo y las tradiciones religiosas (Isaías 29:13; Mateo 5:17-20; 23:1-7; 15:1-6; Romanos 10:13)
4. Cristo y la Ley en el Sermón del Monte (Mateo 5:17-37; Lucas 16:16; Romanos 7:24)
5. Cristo y el sábado (Génesis 2:1-3; Isaías 65:17; Mateo 2:23-28; Juan 5:1-9; Hechos 13:14; Hebreos 1:1-3)
6. La muerte de Cristo y la Ley (Hechos 13:38,39; Romanos 4:15; 7:1-13; 8:5-8; Gálatas 3:10)
7. Cristo, el fin de la ley( Romanos 5:12-21; 6:15-23; 7:13-25; 9:30-10:4; Gálatas 3:19-24)
8. La Ley de Dios y la ley de Cristo
9. Cristo, la Ley y el evangelio
10. Cristo, la Ley y los pactos
11. Los apóstoles y la Ley
12. La iglesia de Cristo y la Ley
13. El reino de Cristo y la Ley
 
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