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Libro complementario

 

Fulgores de Dios

 

Jo Ann Davidson

Capítulo 7

 

Aquí viene el Juez

 

Una de las suposiciones fundamentales de todos los escritores bí­blicos es que el Dios del cielo existe; ninguno de ellos alguna vez expresa alguna duda acerca de esto. En cambio, cuentan cómo era él, incluyendo su rol como Juez. El profeta Daniel ve la corte celestial en una visión (Daniel 7: 9, 10, 22, 26, 27; 12:1-4), como lo hace Juan en el Nuevo Testamento (Apocalipsis 20:11-15). Esteban se refiere a Dios como Juez (Hechos 7). Pablo habla de "Jesucristo, que juzgará" (2 Timoteo 4:1), y al "Señor, juez justo" (2 Timoteo 4:8; ver también Hebreos 12:23).

Los antiguos también conocían a Dios como Juez. Ana alaba al gran Juez divino: "Delante de Jehová serán quebrantados sus adversarios, y so­bre ellos tronará desde los cielos; Jehová juzgará los confines de la tierra" (1 Samuel 2:10). Abraham se dirige a Dios: "El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?" (Génesis 18:25). Él sabe que Dios castiga con justicia al mal, pero que no destruiría innecesariamente a la gente aun cuando la mayoría merezca el castigo. Él podría haber sabido esto, porque Dios ofre­ció seguridad a quienes fueran a él al arca durante el diluvio de Noé, una ocasión de juicio divino contra el mal violento muy extendido (Génesis 6-9).

Cuando Abraham habla con Dios acerca del juicio, ya ha sido lla­mado por Dios a una relación de pacto. Contra el oscuro informe de la pecaminosidad universal (Génesis 1-11), Dios decide bendecir a este mundo caído: "Y serán benditas en ti todas las familias de la tierra" (Génesis 12:3). [1] Él promete esto más de una vez a Abraham.

"¿Habiendo de ser Abraham una nación grande y fuerte, y habiendo de ser benditas en él todas las naciones de la tierra? Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio" (Génesis 18:18, 19).

Esta declaración específica de la promesa del pacto a Abraham es pronunciada en medio del juicio contra Sodoma y Gomorra, haciendo que la promesa de bendición universal que hace Dios sea aún más im­presionante.

Génesis 18 describe el clamor (ze'aqáh) que sube a Dios desde So- doma: "Entonces Jehová le dijo: Por cuanto el clamor contra Sodoma y Gomorra se aumenta más y más, y el pecado de ellos se ha agravado en extremo, descenderé ahora, y veré si han consumado su obra según el clamor que ha venido hasta mí" (Génesis 18:20, 21). La expresión ze'aqah/tse'aqah es un término utilizado para el grito de dolor, o para pedir ayuda de quienes están oprimidos o violados. También se usa para el sufrimien­to de los israelitas durante su esclavitud injusta en Egipto.

La triste reputación de Sodoma ya se había establecido en Génesis 13:13: "Mas los hombres de Sodoma eran malos y pecadores contra Je­hová en gran manera". Génesis 19 describe la corrupción hostil entre las generaciones de "los hombres de la ciudad, los varones de Sodoma, todo el pueblo junto, desde el más joven hasta el más viejo" (19:4). Posterior­mente, Sodoma llegó a ser un símbolo de la sociedad humana en su peor forma. Por ejemplo, la suerte futura del Israel idólatra es igualada a la de Sodoma y Gomorra (Deuteronomio 29:23). Isaías compara la Jerusalén de sus días con Sodoma y Gomorra, condenándola por su derramamiento de sangre, corrupción e injusticia (Isaías 1:9-23). También compara el futuro juicio di­vino de Babilonia con el de las dos ciudades escandalosas (Isaías 13:19, 20). Ezequiel compara las iniquidades de Judá con los pecados de arrogancia y afluencia de Sodoma. También ignoraban a los pobres (Ezequiel 16:46-50).

Dios viene a investigar la maldad de Sodoma en Génesis 18. Repite su promesa del pacto a Abraham mientras estaba en camino a actuar con juicios sobre una sociedad particularmente mala, repitiendo su propósito último de bendecir a todas las naciones (versículo 18). El juicio es necesario, pero su meta es dar bendiciones.

Lamentablemente, al fin, ni siquiera se pudo encontrar diez personas justas en Sodoma. "Pobre ciudad que no tiene ni siquiera diez personas inocentes, como Sodoma: todos los hombres se reúnen a la puerta de Lot [...] hasta la última persona" (Génesis 19:4)". Así vino el juicio divino. No obstante, se responde la consulta de Abraham a Dios: "¿Destruirás tam­bién al justo con el impío?" (Génesis 18:23). El Juez divino es muy miseri­cordioso. Aunque no alcanzara a ser justo, Lot y sus hijas son arrastrados fuera del cataclismo inminente que causarían los ángeles.

Este es un punto destacado. Por causa de la misericordia de Dios hacia Sodoma, los israelitas pudieron más tarde comprender que su con­quista de Canaán estaba bajo las directivas de Dios, quien no estaba so­lamente eliminando naciones porque la mayoría de ellos eran perversos. Si hubiera sido posible, habría salvado aun a una pequeña minoría de ciudadanos, como quería hacer con Sodoma, y aun antes, en el arca del gran diluvio (Génesis 6:5).

El don de Dios de dar la tierra a Israel en cumplimiento de su pro­mesa a Abraham necesita entenderse bajo esta luz. El éxodo de Israel de Egipto fue una acción divina culminante contra la injusticia y la violen­cia. Sin embargo, "este no es para implicar que los israelitas no eran pe­cadores ellos mismos, con tanta necesidad de la misericordia y la gracia como el resto de la raza humana. La historia posterior de su conducta en el desierto demuestra eso más allá de toda duda. Así como también demuestra la infinita paciencia y la gracia perdonadora de Dios por sus caminos pecaminosos y rebeldes".

La liberación de Israel, de hecho no es diferente de lo que Dios ha he­cho con otras naciones. Todas las naciones están bajo la soberanía de Dios.

"Por cuanto Dios también dio tierras a otras naciones, la singularidad de Israel no reside en meramente haber recibido tierra de Yahweh, sino en su relación de pacto con Yahweh. [...] Si ese pacto había de ser ame­nazado por el descuido de Israel, entonces los meros hechos históricos del éxodo y el establecimiento serían contados como nada más, frente al juicio de Dios, que la migración desde otras naciones".

El profeta Amos presenta este punto. Dios hace un pacto especial con Israel (Amos 3:2), pero ciertamente no es la única nación que Dios juzga ni la única nación que experimenta un éxodo: "Hijos de Israel, ¿no me sois vosotros como hijos de etíopes, dice Jehová? ¿No hice yo subir a Israel de la tierra de Egipto, y a los filisteos de Caftor, y de Kir a los arameos?" (Amos 9:7).

Amos está confrontando a Israel con la realidad. Ellos no podían pre­tender ser la única nación que le importaba a Dios. Aún más revelador, Israel llega a ser una nación pecaminosa. Aunque afirma que es el pueblo especial de Dios, su relación con él se deteriora tan desesperadamente que Dios está listo para abandonarlo.

"En un sentido [...] no hay diferencia entre Israel y cualquier otra nación. [...] Dios es el mismo Agente en cada historia nacional, cada migración racial. [...] Un Señor gobierna a todos, designando el lugar que deben dejar, la distancia a la que deben mudarse y el lugar donde se esta­blecerán. [...] Un Gobierno divino reina sobre todos, y una Providencia moral observa todo y juzga todo. El Señor no mira a la gente a la luz de su pasado histórico sino a la luz de su moral presente. Cada nación está igualmente bajo su escrutinio moral".

Una y otra vez, los escritores bíblicos enseñan que todas las naciones de la Tierra son tenidas por responsables bajo el Dios soberano del cielo. El Dios que llamó a Abraham a ser una bendición para todas las naciones es el Dios que gobierna a todas ellas. Él quiere que Israel sea su apreciada posesión. Pero también declara que "Mía es la tierra". El Reino de Dios nunca puede ser limitado a la nación de Israel.

Un problema, que es un corolario, involucra al divino Juez, que usa a otras naciones como instrumentos de su justicia. Esto se ve en la Escritura cuando Dios trae juicios sobre una sociedad en la que "aún no ha llegado a su colmo la maldad", como se dice de los amorreos en Génesis 15:16. En armonía con esto, los israelitas reciben una estricta advertencia de no interpretar sus victorias sobre las naciones de Canaán como resultado de su justicia. Solo es porque Dios los usa como agentes de sus juicios, al castigar la horrible maldad de los cananeos (Deuteronomio 9:4-6). Israel nunca debe pensar que es superior a otras nacio­nes. De hecho, Moisés enfatizó que si alguien merece ser destruido, es Israel: ellos existen solo por la gracia perdonadora de Dios (Deuteronomio 9). La destrucción de las naciones cananeas se describe repetidamente en términos morales: Dios actúa con justicia divina contra la excesiva maldad de estas naciones. Y él hará precisamente lo mismo con Israel si sigue las prácticas de los cananeos.

Aun antes de que se alejara del Sinaí, Israel cae en una rebelión ca­tastrófica con la apostasía del becerro de oro (Éxodo 32-34). El libro de Deuteronomio comienza y concluye con la pecaminosidad de Israel. El capítulo inicial recuerda el trágico fracaso de la generación del Éxodo. Termina con el futuro fracaso de generaciones posteriores, que finalmen­te conduciría al derramamiento de los juicios de Dios, mientras otras naciones observan con asombro. "¿Por qué hizo esto Jehová a esta tierra? ¿Qué significa el ardor de esta gran ira?" Viene la respuesta: "Por cuanto dejaron el pacto de Jehová el Dios de sus padres, que él concertó con ellos cuando los sacó de la tierra de Egipto" (Deuteronomio 29:24, 25).

Los hijos de Israel, redimidos de la opresión y la esclavitud, lamen­tablemente permitieron que las tendencias pecaminosas envenenaran sus vidas en los siglos siguientes. La ira del juicio de Dios, por lo tanto, castiga su grave rebelión tan severamente como había hecho con los egipcios; su milagrosa liberación del éxodo termina en un exilio. Y esto demuestra, como siempre insistieron los profetas y los salmistas, que la condición de Israel no es diferente de los pecados de toda la humanidad: dureza de corazón, sordera a la Palabra de Dios, falta de disposición a andar en sus caminos y rebelión pecadora (Deuteronomio 10:12). Su verdadera necesidad es un corazón nuevo (Isaías 43:25; Jeremías 31:34; Ezequiel 36:24-32).

El libro de los Jueces presenta el mismo principio mientras Israel se establece en la tierra de Canaán. Una y otra vez, Dios usa a otras na­ciones como instrumentos de juicio contra la apostasía y la rebelión de Israel (Amos 6:14; Oseas 10:10; Isaías 7:18; 9:11). En los últimos años de la monarquía, los profetas describen grandes imperios del mundo como instrumentos en la mano de Dios para castigar a Israel: "Oh Asiría, vara y báculo de mi furor, en su mano he puesto mi ira. Le mandaré contra una nación pérfida, y sobre el pueblo de mi ira [Israel] le enviaré" (Isaías 10:5, 6).

Dios puede elegir a cualquier nación como su agente de juicio. El jui­cio divino sobre Egipto sería realizado por Nabucodonosor (Ezequiel 30:10, 11). Más tarde, Babilonia misma caería bajo juicio, aun cuando Dios la había usado para castigar a Israel. Los violentos excesos de Babilonia la pusieron bajo el juicio divino con el rey Ciro, de los medos y los persas (Isaías 13:17-19; 47:6, 7).

El lenguaje de Jeremías es especialmente notable: Dios llama al rey Nabucodonosor "mi siervo" cuando el ejército de Babilonia lleva a Is­rael al exilio (Jeremías 25:9; 27:5, 6; 43:10; 50:44), por causa de la persistente maldad de Israel. Tanto de Dios como de Nabucodonosor se dice: "no perdonaré, ni tendré piedad ni misericordia" (Jeremías 13:14) al destruir a Jerusalén. Tanto Dios como Babilonia quebrantan, destruyen, esparcen, expulsan, pelean, derriban, persiguen a Israel, y lo envían al exilio. La historia bíblica cuenta cómo diferentes naciones se opusieron a Dios y llegaron a ser tan incorregiblemente malvadas que fueron destruidas. Desde la perspectiva humana, estas tácticas son políticas y organizadas humanamente, pero las afirmaciones de los profetas eran que Dios estaba actuando, cumpliendo los propósitos globales de su soberanía.

Durante algunos actos de juicio, Dios desempeña un papel más ac­tivo liberando al pueblo de las manos de sus enemigos (Isaías 64:6, 7; Salmo 81:11, 12); en otras ocasiones, uno más pasivo. O él abandona al pueblo (Salmo 81:11-16; Isaías 34:2; 43:28; 47:6; 64:7; Jeremías 29:21; Ezequiel 22:31; ver también Romanos 1:24-28), subrayando la enseñanza bíblica de que hay relaciones intrínsecas entre las acciones pecaminosas y sus consecuencias.

Algunos cristianos modernos piensan que Dios es como un "abuelo en el cielo", que no tiene severidad, que cree que sus hijos merecen la felicidad sin tomar en cuenta normas morales. Se permite a Dios ser amante, pero no juez. Sin embargo, el Dios de la Escritura pretende tener el derecho de tratar a la injusticia. Él promete vengar la falta de humanidad del hombre contra el hombre, los pecados que dañan a la sociedad y destruyen a los seres humanos creados a su imagen. Los profetas presentan la misma idea.

Para Nahúm, aun la naturaleza tiembla ante el Creador soberano, quien administrará retribución justa. Se preocupa acerca de la pecaminosidad de Judá (1:2-4), juzgando a la ciudad de Nínive, aun cuando una vez se arrepintió, como uno que "imaginó mal" (1:7-11).

Habacuc profetizó durante los últimos años de Judá, y estaba preocu­pado por su maldad y su injusticia. Se preocupa por la pecaminosidad de Judá (1:2-4). El Juez divino responde que él está levantando a los babilonios (1:5-11), por lo cual Habacuc expresa preocupación ya que, como idólatras y opresores violentos, ellos son mucho más malvados que Judá, y deberían ser ellos mismos juzgados (1:12-17). Habacuc reconoce que Israel es pecaminoso, pero no puede entender por qué Dios usa a un pueblo aún más malvado para administrar castigos.

Dios responde que Babilonia tiene una motivación mala, y es arro­gante y violenta, pero ella será castigada por sus pecados: como ha hecho a otros, así le será hecho a ella (2:6-20). Dios puede usar a las naciones con motivos malos y crueldad para realizar su voluntad; no obstante, por causa de esto, ellos también afrontarán el juicio divino. Es notable que, en todo esto, en última instancia, se manifestará la gloria de Dios.

Habacuc termina su libro con una oración, recordando que Dios- reveló su gloria y su poder en Egipto en favor de Israel. Él ruega a Dios: "en la ira acuérdate de la misericordia" (3:2), y luego expresa su fe:

 

"Aunque la higuera no florezca,

ni en las vides haya frutos,

aunque falte el producto del olivo,

y los labrados no den mantenimiento,

y las ovejas sean quitadas de la majada,

y no haya vacas en los corrales;

con todo, yo me alegraré en Jehová,

y me gozaré en el Dios de mi salvación" (3:17,18).

 

El profeta Ezequiel también lucha para comprender los actos de juicio de Dios. Él está en la generación misma que experimenta la furia de Dios durante el exilio. Los pecados de Israel son tan terribles y extensos que Dios no tiene otra alternativa sino cumplir las amenazas del Pacto, de lo cual les ha advertido:

"Hijo de hombre, mientras la casa de Israel moraba en su tierra, la contaminó con sus caminos y con sus obras; como inmundicia de menstruosa fue su camino delante de mí. Y derramé mi ira sobre ellos por la sangre que derramaron sobre la tierra; porque con sus ídolos la contaminaron. Les esparcí por las naciones, y fueron dispersados por las tierras; conforme a sus caminos y conforme a sus obras les juzgué" (Ezequiel 36:17-19).

Todos afrontan el juicio, aun los elegidos: "A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra; por tanto, os castigaré por todas vuestras maldades" (Amos 3:2). Todas las voces proféticas expresa­ron la inflexible convicción de que todas las personas están bajo el juicio de Dios. Isaías lo hace con palabras ardientes:

 

"Y la tierra se contaminó bajo sus moradores;

porque traspasaron las leyes,

falsearon el derecho,

quebrantaron el pacto sempiterno.

Por esta causa la maldición consumió la tierra,

y sus moradores fueron asolados;

por esta causa fueron consumidos los habitantes de la tierra, y disminuyeron los hombres" (Isaías 24:5,6).

En sus actos de juicio, Dios puede obrar por medio de agentes hu­manos que se encuentran dentro y fuera de la línea del Pacto. También emplea los elementos, tales como el viento, el agua y la oscuridad, porque él es el Soberano sobre toda la creación.  En el caso de Sodoma y Gomo­rra, Dios entregó su castigo con fuego, como promete hacerlo otra vez, según el Apocalipsis. No obstante, su intención final es siempre bendecir.

"Dios tiene básicamente la misma intención, con las naciones, que tuvo con Israel, porque ambos 'sabrán que yo soy Yahweh'. Lejos de ser solo espectadores-testigos de algo que concierne únicamente a Yahweh y a Israel, las naciones están directamente involucradas. Todo el pacto histórico entre Yahweh e Israel tuvo, desde el comienzo, una dimensión universal. Las naciones son verdaderos testigos. Las acciones salvadoras de Yahweh, el castigo y la restauración que él impuso a Israel eran al mismo tiempo, una predicación a las naciones".

Los profetas son conscientes de dos verdades complementarias: La soberanía de Dios sobre las naciones incluye su propósito redentor para su pueblo. Su obra redentora está relacionada con su propósito de bendecir a todas las naciones. Por medio de todo esto, Dios sería vindicado y glorificado en todo el universo.

Estas son noticias muy buenas. La norma por la cual todas las nacio­nes son juzgadas por su maldad es la misma norma de la misericordia de Dios: "Y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente" (Éxodo 33:19). Cada nación se beneficia con este principio divino. Dios compara su imparcialidad con las naciones con la habilidad de un alfarero:

"Palabra de Jehová que vino a Jeremías, diciendo: Levántate y vete a casa del alfarero, y he aquí que él trabajaba sobre la rueda. Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla. Entonces vino a mí palabra de Jehová, diciendo: ¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel? dice Jehová. He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel" (Jeremías 18:1-6).

Si cualquier nación se arrepiente, será conservada; si una nación elige hacer el mal a pesar del deseo de Dios de bendecirla, ella sufrirá el castigo divino (Jeremías 18:7-10).

El libro de Jonás es casi un "estudio de casos" de los principios re­velados en Jeremías 18. Jonás es comisionado para anunciar el castigo sobre la malvada Nínive. La ciudad entera se arrepiente, desde el rey en su trono hasta el ciudadano más pobre. De esa manera, Dios "se arrepintió", y retiene el castigo. Sin embargo, esta demostración memorable de la misericordia de Dios al tratar con la malvada Nínive es una frustración extrema para Jonás. Él, obviamente, conoce el carácter misericordioso de Dios: "Ahora, oh Jehová, ¿no es esto lo que yo decía estando aún en mi tierra? Por eso me apresuré a huir a Tarsis; porque sabía yo que tú eres Dios clemente y piadoso, tardo en enojarte, y de grande misericordia, y que te arrepientes del mal" (Jonás 4:2; el énfasis fue añadido).

Pero, lo que debería causar alegría -que Dios trata a toda la gente con la misma gracia que dispensó a Israel (y aun sobre Jonás mismo)- despierta la furia de Jonás. La declaración final de Dios a Jonás debería cancelar cual­quier tendencia que pudiéramos tener de imponerle nuestras ideas propias al Todopoderoso: "¿No tendré yo piedad de Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda, y muchos animales?" (Jonás 4:11).

La actitud de Jonás hacia la impía Nínive es muy diferente de la de Abraham hacia Sodoma y Gomorra. Los cristianos, al meditar en la obvia maldad que encuentran en el mundo que los rodea, deberían ser inspirados a seguir el ejemplo de Abraham y rogar con urgencia por la misericordia de Dios. Comisionado a proclamar la destrucción de Nínive, Jonás huye en la dirección contraria, y admite más tarde que él lo hizo precisamente porque sospechaba que Dios tendría compasión. En contraste, Abraham, informado de la intención de Dios de castigar a Sodoma y a Gomorra, inmediatamente comienza a interceder, sabiendo que Dios es misericordioso (Génesis 18).

El autor Nathan MacDonald encuentra un hilo que corre por textos como Génesis 18, Éxodo 32 al 34 (la apostasía del becerro de oro y la intercesión de Moisés), Salmo 103:6 al 10  y Ezequiel 18 (la discusión de la cautividad babilónica), y sugiere que la conversación entre Dios y Abraham en Génesis 18 enseña la naturaleza perdonadora de Dios y también la importancia de la intercesión. [2] "El Juez de toda la tierra", sin ninguna duda, hará lo que es correcto. Él es el "Dios misericordioso y compasivo", que no se goza con la muerte del impío sino que desea que se aparte de sus caminos y viva (Ezequiel 18:23). Su perdón y su misericordia se ejercen sobre todas las naciones, no solo sobre Israel.

El Salmo 33, por ejemplo, celebra el carácter de Dios (verdadero, fiel, amante de la rectitud y la justicia), y luego hace la declaración univer­sal de que "de la misericordia de Jehová está llena la tierra". Dios tiene "misericordias sobre todas sus obras" (Salmo 145:8, 9); escucha a todos los que claman a él, así como lo hizo durante la liberación del Éxodo. En un notable cambio de las plagas, aun Egipto encontrará bendiciones redentoras cuando clame a Dios (Isaías 19).

No hay favoritismo en ninguno de los tratos de Dios con las nacio­nes. Todas están bajo castigo por causa del pecado, pero todas pueden volverse a Dios y encontrar misericordia. Esto es fundamental: el castigo divino siempre está vinculado con la misericordia de Dios. Dios siem­pre está apasionadamente preocupado acerca de la pecaminosidad, el abuso, la corrupción, la brutalidad y el derramamiento de sangre. De hecho, es tan apasionado que los mensajes que él dio por medio de los profetas acerca de estos problemas ocupan más espacio, en el Antiguo Testamento, que cualquier otra cosa. El Juez divino actúa del mismo modo en ambos Testamentos. La causa básica del juicio nunca cambia. Dios nunca altera sus normas de justicia.

 

Dios, el Juez justo

                                                                       

Los escritores bíblicos insisten en que Dios es un Juez justo y recto, e indican por qué esto es así. Por un lado, antes de emitir un castigo, debe saberse todo lo posible acerca del caso que se investiga. Cuanto más se sabe, mayor es la posibilidad de que el juicio sea correcto. La corte ce­lestial está presidida por un Juez que conoce "el fin desde el principio". Nada está oculto de sus ojos. Hasta puede percibir todos los motivos, y con ello juzgar cada caso en forma absolutamente equitativa.

 

"No juzgará según la vista de sus ojos,

ni argüirá por lo que oigan sus oídos;

sino que juzgará con justicia a los pobres [...]

Y herirá la tierra con la vara de su boca,

y con el espíritu de sus labios matará al impío.

Y será la justicia cinto de sus lomos,

y la fidelidad ceñidor de su cintura" (Isaías 11:3-5).

 

Otra cualidad esencial para un juez honorable es la reputación de integridad. El Dios del cielo es un "Dios de verdad" (Salmo 31:5); "Él es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud; Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en él; es justo y recto" (Deuteronomio 32:4).

Dios también juzga con equidad. La maldad no pasa inadvertida. En última instancia, aun se ocupará de la opresión: "Desde los cielos hiciste oír juicio; la tierra tuvo temor y quedó suspensa cuando te levantaste, oh Dios, para juzgar, para salvar a todos los mansos de la tierra" (Salmo 76:8, 9). Él nunca actúa en forma caprichosa. Sus actos de juicio están clara­mente relacionados con el pecado y sus efectos, pero especialmente con el propósito de liberar a su pueblo oprimido. Esto se subraya en numerosas denuncias proféticas (por ejemplo, Jeremías 5:12-17; 6:13-15). De hecho, esta es la razón por la que los escritores bíblicos realmente se regocijan de la promesa de los juicios divinos.

 

"Brame el mar y su plenitud,

el mundo y los que en él habitan;

los ríos batan las manos,

los montes todos hagan regocijo

delante de Jehová, ^

porque vino a juzgar la tierra,

juzgará al mundo con justicia,

y a los pueblos con rectitud" (Salmo 98:7-9).

 

De acuerdo con el Salmo 96, el aspecto específico de la obra de Dios que requiere una alabanza especial es el hecho de que él viene a juzgar con justicia y verdad (versículos 10, 13). El juicio divino se espera con gozo, porque todo lo que ahora se está sufriendo, en cuanto a injusticias y violencia, entonces quedará libre de ello. El juicio son buenas nuevas en el nivel individual, así como para una nación, como veremos en el próximo capítulo.

Las acciones humanas, sean buenas o malas, tienen consecuencias, que resultan en condenación o en liberación divinas. Dios puede producir desastres (ra'ah), que es "el fruto de sus pensamientos" (Jeremías 6:19; el énfasis fue añadido; Oseas 8:7; 10:13). Él lo dice de otro modo: "Y sobre ellos derra­maré su maldad" (Jeremías 14:16; el énfasis fue añadido). Dios da a "cada uno según sus caminos, y según el fruto de sus obras" (Jeremías 17:10; 32:19); "y con los juicios de ellos los juzgaré" (Ezequiel 7:27). Dios siempre está preocupado acerca de la equidad y la responsabilidad, y promete que el castigo será comparable con el crimen. Hay una conexión entre el pecado y su conse­cuencia, y Dios es el mediador de las consecuencias que son intrínsecas a la maldad misma. No obstante, su intento salvífico permanece constante, y su preocupación misericordiosa siempre es bendecir.

El pecado humano contamina toda la creación. El impío prospera (Jeremías 12:1), y el inocente sufre por razones desconocidas (por ejemplo, Job) al quedar atrapado en los efectos de los pecados de otros. La pecaminosidad humana afecta toda vida, incluyendo a los animales y la tierra. El mundo natural es atrapado en forma inocente en los resultados del pecado, un testimonio de cuán interconectada está la vida.

No sorprende, entonces, que la restauración final incluya al mundo natural. Ambos Testamentos insisten en que el propósito de Dios no es menos que un nuevo cielo y una nueva Tierra, donde prevalecerá la justicia en forma universal. Se restaurará la naturaleza: la venida de Dios pondrá fin a la violencia que ha tenido que sufrir. No es extraño que los profetas y los salmistas supliquen que venga el juicio.

La Biblia entera, en forma consistente, revela el carácter misericor­dioso del Juez divino sin reducir ni ignorar las terribles realidades del pecado. El Nuevo Testamento nunca niega o anula lo que revela el An­tiguo Testamento acerca de Dios: su compromiso con la justicia, que abarca todo, y su odio implacable a todo lo que oprime o disminuye el bienestar humano. Su promesa de bendición a todas las naciones nunca ha cambiado.

De hecho, en términos de pensamiento legal directo, Dios es de­masiado benévolo. Es paciente, condescendiente y "lento para la ira", y a veces aun pospone el castigo, como aprendió Jonás de mala gana (Jonás 4). Sin embargo, con misericordia, en última instancia, destruirá completamente el pecado y sus terribles consecuencias. Está actuando con una agenda redentora muy amplia, que incluye a todos los pueblos, a toda la creación, ansiando traer su gran salvación. Sí, "el Juez de toda la tierra" hará lo correcto.

"Porque Jehová es nuestro Juez, Jehová es nuestro Legislador, Jehová es nuestro Rey; él mismo nos salvará" (Isaías 33:22).

 

 

 

 

 

 

 



 

 

 

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Autor: Keith Burton

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  1. Las leyes en los días de Cristo (Levítico 1:1-9; Deuteronomio 17:2-6; Lucas 2:1-5;Hebreos 10:28; Santiago 2:8-12)
2. Cristo y la Ley de Moisés (Éxodo 13:2,12; Deuteronomio 22:23,24; Mateo 17:24-27; Lucas 2:21-24; 41-52; Juan 8:1-11)
3. Cristo y las tradiciones religiosas (Isaías 29:13; Mateo 5:17-20; 23:1-7; 15:1-6; Romanos 10:13)
4. Cristo y la Ley en el Sermón del Monte (Mateo 5:17-37; Lucas 16:16; Romanos 7:24)
5. Cristo y el sábado (Génesis 2:1-3; Isaías 65:17; Mateo 2:23-28; Juan 5:1-9; Hechos 13:14; Hebreos 1:1-3)
6. La muerte de Cristo y la Ley (Hechos 13:38,39; Romanos 4:15; 7:1-13; 8:5-8; Gálatas 3:10)
7. Cristo, el fin de la ley( Romanos 5:12-21; 6:15-23; 7:13-25; 9:30-10:4; Gálatas 3:19-24)
8. La Ley de Dios y la ley de Cristo
9. Cristo, la Ley y el evangelio
10. Cristo, la Ley y los pactos
11. Los apóstoles y la Ley
12. La iglesia de Cristo y la Ley
13. El reino de Cristo y la Ley
 
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