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Capitulo_No_02_La autotidad de Pablo y el evangelio

IV Trimestre de 2011

Libro Complementario

Una respuesta apasionada para una iglesia con problemas

Gálatas

Autor: Carl P. Cosaert

 

Capitulo 2

 

La autoridad de Pablo y el evangelio

 

Aunque, ciertamente, no se puede juzgar un libro por su portada, Nancy Pearl, conocida bibliotecaria de Seattle, cree que sus primeras frases normalmente pueden dar una indicación muy buena de si realmente merece ser leído. En una entre­vista realizada hace años en el programa Morning Edition [Edición matutina] de la red de emisoras de National Public Radio [Radio pública nacional], llegó a afirmar: «Creo que cuando lees una buena primera frase es como enamorarte de alguien. El corazón te empie­za a palpitar [...]. Abre todas las posibilidades». [1]

¿Alguna vez un libro le ha atraído tanto con sus primeras frases que ha dejado una impronta permanente en usted? Ciertos libros son famosos por lo memorable de sus primeras frases. Por ejemplo, ¿quién no identificaría las palabras iniciales de la novela de Charles Dickens Historia de dos ciudades, todo un clásico: «Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos [...]»? Sin embargo, aunque me he encontrado algunas frases iniciales ciertamente intrigantes, puedo decir con toda sinceridad que ninguna novela me ha con­movido de la forma espectacular que describe Nancy Pearl.

No obstante, hay una frase inicial que me ha sobrecogido con todo tipo de posibilidades. Y no soy el único que ha sido fascinado por ella. Cautivó el corazón de los primeros cristianos y ha seguido dando esperanza a una cantidad innumerable de personas desde que se compuso las frases iniciales del Nuevo Testamento.

Pero antes de que instintivamente usted empiece a pensar en el Evangelio de Mateo y en la desconcertante genealogía que lo introduce, permítame que dirija su atención a otro lugar. Aunque Mateo es el primer libro de la actual colocación del Nuevo Testa­mento, no fue el primer libro que se escribió. Es importante recor­dar que los libros y las Cartas que integran el Nuevo Testamento no están en orden cronológico. Los primeros escritos del Nuevo Testamento fueron las Cartas del apóstol Pablo, aunque también la Epístola de Santiago puede estar entre los primeros. Es proba­ble que los cuatro Evangelios no aparecieran hasta después de la muerte de Pablo, hacia el año 65 d. C. Así, las frases iniciales a las que me refiero se encuentran en la Carta de Pablo a los Gálatas.

Los eruditos discrepan en cuanto a si Gálatas precedió a 1 Tesalonicenses o al revés. Personalmente, estoy convencido de que Pablo escribió Gálatas hacia 48 d. C., después de su primer viaje misionero y antes del concilio de Jerusalén mencionado en Hechos 15. Una fecha temprana para Gálatas se corresponde con facili­dad con el primer viaje misionero de Pablo descrito en Hechos y explica varias afirmaciones que hace en Gálatas en cuanto a sus visitas a Jerusalén. Sin embargo, respecto a nuestro interés por las frases iniciales del Nuevo Testamento, la datación es en realidad in­diferente, porque todas las Cartas de Pablo empiezan aproximadamente igual. En este capítulo centraremos nuestra atención en el significado espiritual del saludo de Pablo a los cristianos de Ga- lacia, y en cómo nos prepara para el resto de su Carta. Sin embargo, antes de continuar, es importante que, en primer lugar, considere­mos a Pablo como autor de Epístolas.

Pablo, autor de Epístolas

Al iniciar nuestro estudio de Gálatas, es indispensable que seamos conscientes de que Gálatas es una carta de verdad. Cuando Pablo se dedicaba a escribir no lo hacía con la intención de producir una especie de obra maestra literaria que las generaciones poste­riores hubieran de admirar como un clásico de la literatura. Guiado por el Espíritu, Pablo compuso una carta de verdad que abordaba situaciones concretas que incidían sobre él y sobre los creyentes de Galacia. Por ello, cuando nos empeñamos en entender el mensaje que su Epístola tiene para nosotros en la actualidad, resulta vital que consideremos, en primer lugar, lo que pudo significar para los cristianos de Galacia.

Las cartas como la Epístola a los Gálatas desempeñaron un papel esencial en el ministerio apostólico de Pablo. Como misio­nero al mundo gentil, fundó varias iglesias esparcidas en torno al Mediterráneo. Aunque hacía cuanto estaba en su mano por visitar­las siempre que podía, le resultaba sencillamente imposible estar en un lugar durante mucho tiempo. Para compensar su ausencia física, Pablo escribía cartas a las diversas congregaciones a fin de darles orientación y dirección. Eran de gran valor para las iglesias que las recibían, y los creyentes no tardaron en reconocer que eran documentos inspirados (2 Pedro 3:15, 16). A medida que pasaba el tiempo, la gente compartía copias de las mismas con otras congre­gaciones. Aunque algunas de las Cartas de Pablo han desaparecido (cf. Colosenses 4:16), trece llegaron a formar parte del Nuevo Testamento.

Hubo un tiempo en que algunos cristianos creyeron que el for­mato de las Cartas de Pablo era exclusivo: un formato final creado por el Espíritu Santo para contener la Palabra inspirada de Dios. Aunque esto tenía sentido para muchos, todo cambió en 1897 cuando dos jóvenes eruditos de Oxford, Bernard Grenfell y Arthur Hunt, descubrieron accidentalmente en una ciudad egipcia aparta­da, llamada Oxirrinco (la actual EL-Bahnasa), unos quinientos mil fragmentos de papiros, material muy popular en la antigüedad, que se remontaban a varios siglos antes y después de Cristo. Además de algunas de las copias más antiguas de los escritos del Nuevo Testamento, también encontraron antiguas facturas, declaraciones de impuestos, recibos y hasta cartas personales. Fue una sorpresa para algunos que el formato básico de las Cartas de Pablo resultó ser idéntico al usado por todos los que escribían cartas en su épo­ca. Incluía los siguientes elementos: 1) una salutación inicial que mencionaba al remitente, el destinatario y luego un saludo; 2) una expresión de acción de gracias; 3) el cuerpo principal de la carta; y, por último, 4) una observación final.

Aunque las Cartas de Pablo siguen el patrón básico de las car­tas de su época, les inyecta una perspectiva manifiestamente cris­tiana. Y, aunque hacían lo que las demás cartas, la forma en que lo hacían era significativa. Teniendo presente lo anterior, considere­mos ahora las frases iniciales de Gálatas.

Un saludo excepcional

Al considerar las frases iniciales de la Epístola, es preciso que soslayemos los primeros dos versículos, porque no comprenden en realidad lo que consideraríamos frases iniciales de la Carta. Como ya he mencionado, en la antigüedad los autores siempre iniciaban una carta declarando su propio nombre seguido del nombre de la persona o las personas a las que se dirigía. Por eso, los versículos 1 y 2 actúan en realidad más como la portada de un libro moderno.

En realidad, la frase inicial de la Carta propiamente dicha comienza en el versículo 3, donde Pablo dice: «Gracia y paz sean a vosotros, de Dios Padre y de nuestro Señor Jesucristo, el cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén» (Gálatas 1:3-5).

¿Qué hace que este saludo sea tan significativo? Bien, puede que sean las primeras palabras del Nuevo Testamento, pero, ¿de verdad son tan notables? ¿No está Pablo valiéndose simplemente de un típico saludo amistoso, algo semejante a la forma en que mu­chas personas empiezan a menudo una carta hoy, diciendo: «Querido Fulano de Tal»? Todo el mundo sabe que es simplemente una introducción normal. Muy pocos pensarían que la palabra «queri­do» al comienzo de una carta moderna fuese realmente un término de afecto genuino. Es simplemente una formalidad.

Sin embargo, el saludo de Pablo no es, ni mucho menos, una mera formalidad. Cuando dice «Gracia y paz sean a vosotros, de Dios Padre y de nuestro Señor Jesucristo», no está usando un sa­ludo genérico normal. Eso precisamente hace que resulte tan sor­prendente la declaración del apóstol. En todos los documentos y las cartas que nos han llegado de todos los siglos, este saludo se da por primera vez en los escritos de Pablo. Otras cartas judías, por ejemplo, presentan saludos con deseos de salud y paz, pero nunca encontramos esta combinación de gracia y paz antes de Pablo. Es más, su uso de «gracia» y «paz» en Gálatas no es simplemente una expresión accidental que utilizó solo una vez. Usa exactamente la misma expresión al comienzo de cada una de las Epístolas que le han sido atribuidas.

Más interesante aún es que su saludo parece ser un juego de palabras. Típicamente, las cartas antiguas empezaban con la pala­bra inicial «saludos». Hechos 23:26 y Santiago 1:1 ofrecen ejem­plos. En griego, la palabra española traducida «saludos» es jáirein. Sin embargo, Pablo sustituye la palabra típica de saludo que sus lectores habrían esperado con una palabra de sonido similar, aun­que se trata de un término con connotaciones enormemente dife­rentes. En vez de jáirein, Pablo escribe járis, traducido «gracia».

A esto añade a continuación el saludo judío típico, «paz». Ve­mos un ejemplo del saludo hebreo típico en 1 Samuel 25:5, 6: «Entonces envió David diez jóvenes y les dijo: "Subid al Carmel e id a Nabal; saludadlo en mi nombre y decidle: Paz a ti, a tu familia, y paz a todo cuanto tienes'"».

Pero para Pablo no se trata solo de gracia y paz, sino de «gra­cia y paz a vosotros, de Dios Padre y de nuestro Señor Jesucristo». Hemos establecido, pues, que el saludo del apóstol es excepcional. Sin embargo, ¿qué significa? ¿Qué es la gracia? ¿Y qué implica la palabra «paz»?

Gracia

«Gracia» es uno de las palabras favoritas de Pablo. Lo usa más que cualquier otro autor del Nuevo Testamento. De las más de ciento cincuenta veces que aparece la palabra en el Nuevo Tes­tamento, aproximadamente cien se dan en las Cartas del apóstol. Aunque, ciertamente, palabras como «justificación» y «cruz» son términos importantes para Pablo, no están presentes en todas sus Cartas. La palabra «cruz» aparece solo diez veces en las Epístolas de Pablo; no aparece ni una vez en 2 Corintios, 1 o 2Tesalonicenses, 1 o 2 Timoteo, ni siquiera en Tito. También «justificación» la usa con poca frecuencia. Pero la situación es diferente para la palabra «gracia». Aparece en cada una de sus trece Cartas. Independiente­mente de los problemas que aborda en cada Epístola, la gracia es tan medular para su mensaje evangélico que siempre forma parte de su respuesta.

Sin embargo, ¿qué es esta gracia de la que Pablo habla con tanta frecuencia? Desgraciadamente, nunca da una definición con­creta de ella. Entonces, ¿a dónde podemos acudir para obtener un cuadro coherente de la gracia? A menudo, resulta útil fijarse en la forma en que Jesús usa una palabra, pero no en este caso. Aun­que Juan 1:14 dice que la vida de Jesús fue el epítome de la gracia, la palabra «gracia» no aparece ni una vez en las palabras de Jesús registradas en los Evangelios.

Si queremos comprender a cabalidad lo que la gracia conlleva para Pablo, tenemos que ir al Antiguo Testamento. Recordemos que Pablo era un israelita que había estudiado para ser rabino. Era muy versado en las Escrituras hebreas, y justamente en ellas encontra­mos un cuadro concreto de lo que de verdad es la gracia.

La palabra «gracia» parece haberse originado en conexión con el antiguo verbo hebreo haná, que literalmente significa «inclinar­se o agacharse». Transmite la idea de alguien que se inclina para ayudar a alguien que se ha caído o que está necesitado, especial­mente un superior que ayuda a un inferior. Este concepto verbal de inclinarse acabó convirtiéndose en un sustantivo que significaba «favor» o «gracia». Pero no cualquier tipo de favor; se trata más bien de una respuesta sincera de amor y bondad incondicionales dada a alguien que es incapaz de valerse por sí mismo. Y aquí está lo asombroso: en el Antiguo Testamento, Dios es aquel que extien­de el favor o la gracia (Génesis 6:8; 39:21; Éxodo 33:12; Salmo 51:1). Me gusta la manera de explicarlo que se atribuye al erudito Donald G. Barnhouse: «El amor que asciende es adoración; el amor que sale es afecto; pero el amor que se inclina es gracia». [2]

Entonces, ¿qué es la gracia para Pablo? Es el acto de extender favor o atenciones a quien no lo merece y jamás podría ganárselo. La gracia no es tratar a alguien como merece, sino mostrar aten­ciones, favor y perdón a quienes no lo merecen. En último término, para Pablo, es un favor inmerecido por parte de Dios, quien se in­clina para perdonar nuestros pecados y nos da de forma copiosa su propia justicia.

Paz

¿Qué significa la palabra «paz»? Cuando Pablo habla de paz, no se refiere a un cese de actividad o a la quietud, como lo que po­dríamos imaginarnos cuando decimos que el agua está apacible, o hablamos de la paz antes de la tormenta. No, cuando Pablo habla de paz vuelve a echar mano de su conocimiento de las Escrituras hebreas. La palabra hebrea normalmente traducida por la palabra española «paz» es salóm. De hecho, en algunos textos españoles se translitera directamente el vocablo hebreo, y suele escribirse sha­lom. Como hemos mencionado antes, se trataba del saludo hebreo normal. Cuando alguien se encontraba con otra persona, lo hacía con la palabra shalom.

Pero shalom es mucho más rico que nuestro saludo moderno «hola». Shalom y sus palabras afines se encuentran entre los térmi­nos teológicos más importantes del Antiguo Testamento. De he­cho, su significado es tan rico que resulta imposible transmitir todo lo que implica con una sola palabra española. No es meramente la ausencia de guerra, sino que apunta en el sentido positivo de una unidad y una armonía libres de obstáculos. Tal paz significa estar completo, estar entero, tener plenitud, prosperar, gozar de buena salud, estar en armonía, estar bien en el pleno sentido de la palabra.

2 Crónicas 25:2 ilustra muy bien el significado de shalom. El pasaje presenta una evaluación del reinado del rey Amasias, hijo del rey Joás. Fijémonos en la descripción que presenta: «Hizo lo que el Señor aprueba, aunque no de todo corazón» (NVI). El hebreo declara literalmente que Amasias hizo lo recto ante los ojos del Se­ñor, pero no con un corazón salem. Aquí vemos que el término salem (estrechamente relacionado con salóm) significa un corazón entero o indiviso.

¿Cómo lograr este tipo de paz, esta plenitud? Las Escrituras he­breas lo dejan muy claro. La auténtica paz tiene su fuente únicamente en Dios. Es el que habla paz a su pueblo (Salmo 85:8). No se trata de algo que podamos conseguir nosotros; es un regalo que solo el Señor puede dar (1 Crónicas 22:9,10; Números 6:24-26).

Una secuencia divina

Gracia y paz. Estas dos palabras no podemos ponerlas en una secuencia cualquiera. Es un orden divino. Primero la gracia y luego la paz. No puede suceder de ninguna otra manera. A no ser que Dios derrame en primer lugar su gracia sobre nosotros, perdonando nues­tros pecados y cubriendo nuestra vida pecaminosa con la vida perfec­ta de su Hijo, no podremos tener auténtica paz. Nuestra paz, nuestra plenitud, está arraigada en su gracia, y solo en su gracia.

¡No se me ocurre una mejor forma para dar inicio al Nuevo Testa­mento! Con solo dos palabras sencillas, Pablo condensa toda la esen­cia de lo que de verdad es el mensaje de la cruz. Dios ofrece gracia y paz a todo descendiente de Adán y Eva. No está en guerra con la raza humana (Romanos 5:1), no está contra nosotros. Dios no guarda rencor. Muy al contrario, ya ha realizado todo lo necesario para nuestro salva­ción a través de su Hijo, Jesús, el divino Hijo de Dios, quien se inclinó desde el cielo para tomar sobre sí nuestra humanidad caída, y quien incluso se inclinó para ser clavado a una cruz para que, por su muerte, pudiéramos escuchar esas palabras que tanto necesitábamos: «Gracia y paz sean a vosotros, de Dios Padre y de nuestro Señor Jesucristo».

Un anticipo del resto de la Carta

El saludo inicial de Gálatas también nos prepara para los temas clave que Pablo desarrollará en el resto de la Epístola, así como para el reto específico que afrontaba en Galacia. Como veremos, ciertos alborotadores cuestionaban su autoridad y su evangelio. Esos falsos maestros no estaban satisfechos con su mensaje de que la salvación se basaba únicamente en la fe en Cristo. Creían que su enseñanza socavaba la obediencia a la ley. Sin embargo, sus adversarios eran su­tiles. Conocedores de que el fundamento del mensaje evangélico de Pablo estaba directamente unido a la fuente de su autoridad apos­tólica, decidieron emprender un vigoroso ataque contra ella. Dado que la iglesia de la Antioquía del Orontes había sido la que envió a Pablo y Bernabé como misioneros (Hechos 13:1-3), los falsos maestros de Galacia afirmaron que aquel era sencillamente un mensajero de Antioquía, ¡nada más!

Pablo combate magistralmente ambos retos ya en medio de su saludo inicial. Consciente del peligro potencial planteado por tales alegatos si se permitía que quedaran sin oposición, expande su sa­ludo tradicional (más largo que en cualquiera de sus demás Cartas) afirmando que su apostolado no tiene su origen en ninguna organi­zación eclesiástica ni en ninguna persona aislada. Su apostolado es «por Jesucristo y por Dios Padre» (Gálatas 1:1).

Sin embargo, no se detiene ahí. En lugar de comenzar la Carta meramente con su saludo habitual de «gracia y paz», Pablo también expande su saludo (una vez más, de forma distinta a cualquiera de sus otras Epístolas) para afirmar lo que de verdad es el evangelio de gracia y de paz. La gracia y la paz que tenemos con Dios no son el resulta­do de nuestra obediencia a la ley. Su fundamento entero está en lo que Cristo hizo mediante su muerte y su resurrección. Estas lograron algo que jamás podríamos obtener por nosotros mismos: quebrantar el poder del pecado y de la muerte, librándonos del mal de este siglo, que a tantos mantiene en temor y servidumbre (versículo 4).

Rara Pablo, la situación de Galacia no era cosa de risa. De hecho, estaba tan enardecido por el falso retrato de Dios que presentaban a los gálatas los falsos maestros que hasta se salta la expresión normal de acción de gracias que forma parte del saludo de todas sus otras Cartas.

Un libro cuya lectura merece la pena

Según la bibliotecaria Nancy Pearl, si la lectura de un libro merece la pena, tiene que cautivarte con sus frases iniciales. Debe hacer que el corazón te lata más fuerte y debe abrirte todo tipo de posibilidades. ¿Qué mejor ejemplo que lo que encontramos en las frases iniciales de Gálatas? Nos invita a experimentar por nosotros mismos la plena riqueza del don de la gracia y la paz que Dios nos ofrece. Y no tenemos que esperar a la eternidad para disfrutarlo: es nuestro ahora.

 

 

 



[1] Nancy Pearl, «Famous First Words» [Primeras palabras famosas], Morning Edition, National Public Radio, 8 de septiembre de 2004.

[2]  Citado en Charles R. Swindoll, The Grace Awakening [El despertar de la gracia] (Nashville: Word Pub­lishing, 1990), p. 8. Existe una edición en castellano publicada por Editorial Caribe.


Compilado por Delfino J.

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