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III Trimestre de 2011

 

Libro Complementario

 

 

La adoración en el conflicto de los siglos

 

Autor. Rosalie Haffner Lee Zinke

 

 

Capítulo Seis

 

David y Salomón: Arquitectos de la Adoración

 

Ralph Waldo Emerson escribió: "La oración es la contempla­ción de los hechos de la vida desde el punto de vista más elevado. Es el soliloquio de un alma que contempla y está jubilosa". [1] Si ha estado parado alguna vez junto a un acantilado muy elevado, como el Gran Cañón del Colorado, y trató de captar su inmensidad y sentir cuan pequeña es su propia vida, captó algo del sentimiento que impulsó el júbilo del alma de Emerson.

La adoración es una cuestión de perspectiva: una perspecti­va similar a cuando las personas contrastan su propia pequeñez con la inmensidad de una montaña o un cañón. Más pertinente a nuestro tema de la adoración es la perspectiva de los hombres sabios que viajaron muchos kilómetros para encontrar al Mesías; y quienes, al ver a este bebé al final de su viaje, se dieron cuenta de que era el cumplimiento de las profecías que habían estado estudiando durante años. Quedaron pasmados y reverentes, al notar la incongruencia de las circunstancias en que lo encontra­ron, pero sabían instintivamente –porque sus almas jubilosas se lo aseguraban– que el Bebé era realmente el Mesías esperado por tanto tiempo.

David y Salomón eran almas alborozadas que, a pesar de sus de­bilidades humanas, hicieron contribuciones importantes a nuestra comprensión de cómo Dios debe ser adorado. Dios utilizó a ambos para dar forma y fortalecer la adoración de Israel. En este capítulo veremos algunas de sus realizaciones.

David, un corazón para Dios

Dios había elegido a Saúl para ser el primer rey de Israel, sobre la base del modelo que la gente deseaba. Tanto Saúl como David mostraron debilidades humanas; ambos fueron pecadores. Desde un punto de vista humano, las transgresiones de David parecen más serias que las de Saúl. Pero, había una diferencia: cuando Saúl fue reprendido, se molestó y se rebeló contra Dios; mientras que Da­vid, cuando fue censurado, se arrepintió y clamó a Dios pidiendo un corazón limpio. Cuando los seres humanos pecaminosos rehúsan arrepentirse y rechazan el perdón de Dios, a la larga se apartan de la gracia y la misericordia de Dios. Esto es lo que hizo Saúl.

La conexión de David con Dios comenzó mientras cuidaba sus rebaños en las laderas de Judea. A menudo, David elevaba su voz en alabanza y adoración, por medio de cantos que él mismo com­ponía, inspirado por el Espíritu Santo. No es extraño que fuera llamado "el dulce cantor de Israel". Cada vez que David enfrentaba un peligro –sea de un león, a un Saúl airado, o a Goliat– tenía un co­razón valiente. Lo más importante era que David tenía un corazón para Dios. Cuando Saúl presumió actuar como sacerdote al ofrecer sacrificios en lugar de esperar a Samuel, el profeta le advirtió que perdería su reino. "Jehová se ha buscado un varón conforme a su corazón" (1 Samuel 13:14). Ese hombre era David.

Cuando David afrontó a Goliat, dejó en claro que la liberación sería con un solo propósito: "Y toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel" (1 Samuel 17:46, la cursiva fue añadida). Cuando Saúl estuvo en problemas, tomó las cosas en sus propias manos. Pero, cuando David estuvo en problemas, se dirigió a Dios.

David era un ser humano con fallas, luchas y debilidades. Sin em­bargo, su corazón era tierno y abierto a su Hacedor; estaba dispuesto a escuchar a Dios. Cuando el profeta le contó la parábola del hombre rico que tomó el único cordero del hombre pobre, el David culpable reconoció humildemente que la imposición de un cuádruple castigo era justo y equitativo, a la luz de su pecado (2 Samuel 12:1-14).

Un corazón para Dios, entonces, es un corazón que admite su pecaminosidad pero clama a Dios por perdón y renovación. Es un corazón que está dispuesto a aceptar la disciplina de Dios y decide comenzar de nuevo. Es un corazón que pone el honor de Dios por encima de sus propios deseos y anhelos. Un corazón tal adora a Dios desde las profundidades de su amor por él, a pesar de sus propios fracasos humanos. La oración de David debería ser la de todo adora­dor verdadero: "Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruéba­me y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno" (Salmo 139:23, 24).

David y el arca del pacto

David tenía un celo santo por su Dios, la clase de celo que de­bería motivar a cada hijo de Dios que lo adora. Una vez que David se estableció en el trono de Israel, volvió su atención a un objetivo acariciado. Durante muchos años, el arca había estado en Quiriat-jearim. Ahora, David se proponía transferirla a la nueva capital. El celo de David era contagioso: treinta mil hombres escogidos de Israel ayudaron a hacer de la mudanza una ocasión impresionante. Sin em­bargo, en medio de la música y la celebración, ocurrió una tragedia terrible. Uza extendió su mano para sostener el arca, y murió en el acto. David no había estudiado el libro de instrucciones. El arca, un símbolo santo de la presencia de Dios, nunca debería haber sido tras­portada en un carro tirado por bueyes. Siempre había de ser llevada por los coatitas, que debían alzarla y llevarla por medio de las varas que atravesaban los anillos de oro a los lados del arca (Números 4:15.)

Los motivos de David eran correctos, pero sus métodos tenían fallas, así como muchos hoy tienen motivos sinceros de adoración, pero usan métodos con fallas, no aceptables para Dios. Después de la muerte de Uza, David se volvió a las instrucciones divinas a fin de estar seguro de que cada detalle se realizara de acuerdo con la voluntad de Dios. Planeó que el arca sagrada fuera manejada con la reverencia apropiada. El arca contenía las dos tablas de piedra sobre las cuales Dios había escrito, con su dedo, los Diez Mandamientos para la humanidad. En el Santuario, el arca estaba cubierta con la gloria de la shekina, la santa presencia de Dios. Los seres humanos, en su ceguera espiritual, se olvidaron de que "Jehová reina; temblarán los pueblos [...] Jehová en Sion es grande [...] Él es santo" (Salmo 99:1-3).

Después de orar y estudiar las instrucciones de Dios, David hizo planes para transferir el arca a su nueva capital en otra oca­sión; y se aseguró de que todos los detalles estuvieran de acuerdo con el plan de Dios. Esta vez, cambió sus ropas reales por un man­to y una túnica similares a las que usaban los sacerdotes, identi­ficándose así con sus súbditos. "En su alegría reverente, David bailó delante del Señor [...] [pero] no se asemejaba para nada a la disipación de los bailes modernos". [2]

Los instrumentos musicales para esta ocasión sagrada se limita­ron a los que se usaban en la santa adoración, evitando los instru­mentos de percusión que se usaban generalmente en las celebracio­nes seculares (ver 1 Crónicas 13:6-8; 15:16-29). El amargo comentario de Mical, la celosa esposa de David, se ha usado para implicar que él se comportó en forma inapropiada. Desafortunadamente, sus amargas acusaciones se usan a veces como plataformas para estilos no apropiados de adoración y para incluir formas del mundo del entretenimiento en la adoración.

Como un símbolo sagrado del invisible Rey de Israel, el arca era santa, y los que ascendían al santo monte de Jerusalén aquel día, in­cluyendo a David, necesitaban ser puros y santos también (ver Salmo 24:1-6). Imagine la procesión triunfal, marchando hacia la ciudad, y un coro que canta:

"Alzad, oh puertas, vuestras cabezas,

y alzaos vosotras, puertas eternas,

y entrará el Rey de gloria".

El coro antifonal responde:

"¿Quién es este Rey de gloria?"

y se oye la respuesta:

"Jehová, el fuerte y valiente,

Jehová el poderoso en batalla".

Salmo 24:7-10.

El servicio que marcó la transferencia del arca a Jerusalén nos enseña una lección acerca del Santuario de Dios y sus servicios sa­grados. David hizo de la música y el canto una parte de la adoración religiosa, dando a Israel, y a todas las generaciones posteriores, un legado de música sagrada que les recuerda la conducción divina en su pasado, y que alaba y honra a Dios por su majestad, su santidad, su grandeza, y la seguridad de que él seguirá guiándolos. El himno que David escribió para esta ocasión especial está registrado en 1 Crónicas 16:8 al 36. Lea el himno completo, y note cuan a menudo David usó verbos activos para describir actos de adoración.

·      "Alabad a Jehová" ["Dad gracias a Yahveh", BJ] (versículo . Vivir una vida llena de gratitud y alabanza es un acto de verdadera adoración.

·      "Dad a conocer [...] sus obras" (versículo . Proclamar las grandes obras del pasado estimula actitudes de adoración.

·      "Gloriaos en su santo nombre" (versículo 10). La adoración trae honra y gloria a su santo nombre; pronúncienlo con reverencia.

·      "Buscad su rostro" (versículo 11). Venid a su casa para buscar su santa presencia, y lo hallarán.

·      "Cantad a Jehová" (versículo 23). Cantar himnos de alabanza y de adoración a Dios; él es digno de alabanza.

·      "Haced memoria de las maravillas que ha hecho". "Proclamad de día en día su salvación" (versículos 12, 23). La mente llena de su bondad querrá proclamar su grandeza.

·      "Él hace memoria de su pacto perpetuamente" (versículo 15). Los que guardan el pacto mostrarán su amor a Dios por una obe­diencia fiel.

·      "Dad a Jehová la honra debida a su nombre" (versículo 29). Los que llevan su nombre procurarán honrarlo en todo.

·      "Traed ofrenda" (versículo 29). Devolver los diezmos y dar ofren­das es un acto de adoración tanto como orar y alabar a Dios.

·      "Venid delante de él" (versículo 29). Vengan con humildad, pos­trándose con confianza, y adoren a Dios con temor reverente.

·      "Postraos delante de Jehová en la hermosura de su santidad" (versículo 29). La santidad es hermosa. Dios se agrada cuando le ofrecemos en la adoración lo mejor que tenemos.

La adoración es acción. Dios desea que nuestra adoración sea genuina, gozosa y de todo corazón. El himno de David sugiere muchas maneras por las cuales podemos adorarlo. La adoración es algo que le damos a Dios. Él es tanto el sujeto como el objeto de nuestra adora­ción. La adoración no se centra en nosotros, lo que nos gusta, o lo que nos hace sentir bien. Dios es el único digno de nuestra adoración. La adoración es algo que le damos a él porque lo amamos, y porque de­seamos mostrar nuestra gratitud a él por los dones que nos ha dado.

Una casa para Dios

David se había construido un palacio. Había traído el arca a su capital. Ahora decidió construir una casa para Dios. Compartió su sueño con el profeta Natán, quien le dio su bendición. Luego, Dios le comunicó a Natán que no era el plan divino que David constru­yera una casa para él. Las manos de David se habían manchado con sangre y, por consagrado que fuera, el honor de construir una casa para Dios debía ser dejado a su hijo, Salomón.

Tal vez una de las mayores evidencias del corazón de David para Dios está inmersa en esta historia. Su sumisión a la voluntad de Dios, su resignación al renunciar a su plan acariciado, es una lección para cada cristiano cuyas esperanzas o planes han sido cancelados. Ceder a otro lo que esperaba hacer para Dios, renunciar a nuestros sueños y metas para que otro los cumpla, aunque a veces puede ser doloroso, pude ser el toque final de Dios a una vida que se prepara para adorar en el cielo.

Aunque no se le permitió a David construir una casa para Dios, le prometió que el Señor le edificaría "una casa" a David (1 Crónicas 17:10). Esta promesa se cumpliría en la venida del Mesías por largo tiempo esperado. El día de Pentecostés, Pedro citó Salmos 16:8 al 11; 68:18 y 110:1, como prueba de que Jesucristo realmente era el pro­metido hijo de David, el Mesías de Israel (ver Hechos 2:22-36). El más elevado honor que recibió David alguna vez fue la casa que Dios edi­ficó para él como el progenitor del Mesías, Jesucristo, Hijo de David.

Los preparativos de David para el templo

La historia curiosa de cómo David compró la era de Onán, el lu­gar donde finalmente se construyó el templo, se registra en 1 Crónicas 21:18 al 30. Como rey, David podría haber exigido que Onán le entre­gara la propiedad. En cambio, David insistió en pagarle el precio com­pleto, otra evidencia de la naturaleza generosa de David. El capítulo 22 registra en detalle los esfuerzos de David para proveer todo lo necesa­rio para la construcción del Templo, una vez que Salomón ocupara el trono. La capacidad de David de organizar es evidente en 1 Crónicas 23 al 27. Cada aspecto de la construcción del templo estaba listo para Salomón. David se preocupó especialmente de organizar a los músi­cos y los instrumentos musicales que debían usarse en los servicios de adoración (1 Crónicas 25). David también inventó instrumentos de músi­ca para ser tocados en los servicios de adoración (ver 2 Crónicas 7:6).

De acuerdo con las instrucciones de David, todos los músicos del templo eran ministros, o sea, levitas, que eran músicos prepara­dos, que dirigían y presentaban la música de adoración (ver 1 Crónicas 15:16-22; 16:4-6). La Dra. Cheryl Bridges escribe: "Los verdaderos adoradores tienen el propósito de responder a la majestad de Dios. [...] Esta grandeza indefinible que fluye del trono de Dios da poder a la alabanza pura. Como seguidores, experimentamos una vislum­bre de la gloria de Dios cuando estamos en comunión con él en adoración genuina. Sin embargo, la adoración es más sincera solo cuando está definida por el objeto de la adoración de uno. [...] Esta adoración encuentra su fuente en la magnificencia de Dios. Está de­finida por él, y solo Dios es el objeto de la alabanza auténtica". [3]

La oración de David en la coronación de Salomón

David había anunciado oficialmente que su hijo Salomón sería su sucesor y construiría el templo, "no es para hombre, sino para Jehová Dios" (1 Crónicas 29:1). Él encargó a su pueblo: "Guardad e in­quirid todos los preceptos de Jehová vuestro Dios, para que poseáis la buena tierra, y la dejéis en herencia a vuestros hijos" (1 Crónicas 28:8). También encargó a Salomón: "Reconoce al Dios de tu padre, y sírvele con corazón perfecto y con ánimo voluntario [...] Si tú le buscares, lo hallarás" (versículo 9).

En la coronación de Salomón, David ofreció una hermosa ora­ción de gratitud: "Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos (1 Crónicas 29:14). David oró para que su pueblo diera volun­tariamente; oró para que Salomón fuera fiel en guardar los manda­mientos de Dios y que edificara el Templo para el cual David había hecho provisión (versículos 16-19). Esta fue la última aparición pública del rey David en sus cuarenta años de reinado. Sus contribuciones a Israel fueron numerosas. Su legado a ellos, así como a los cristianos de hoy, viven en sus oraciones y cantos de adoración, porque él servía al Rey del universo.

       "Tú, oh Dios, eres mi rey" (Salmo 44:4).

       "Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre" (Salmo 45:6).

       "Porque Jehová el Altísimo es [...] rey grande sobre toda la tierra" (Salmo 47:2).

       "Es el monte de Sión [...] la ciudad del gran Rey [Dios]" (Salmo 48:2).

Salomón edifica el Templo: 2 Crónicas 2 y 3

Como primer acto público de su reinado, Salomón llamó a los líderes de Israel y a otros ciudadanos de Gabaón, donde estaba "el tabernáculo de reunión de Dios" (2 Crónicas 1:3). Allí, Salomón ofreció sacrificios y oró humildemente rogando tener sabiduría y conoci­miento para juzgar a su pueblo (2 Crónicas 1:1-3).

Los primeros capítulos de 2 Crónicas describen los cuidadosos planes de Salomón para cada detalle del templo de Dios. Elena de White describe el Templo de Salomón como "de una belleza insu­perable y esplendor sin rival. [...] Adornado de piedras preciosas [...] y forrado de cedro esculpido y de oro bruñido". [4] No importa cuán costoso o difícil fuera, si un material daría gloria a Dios, Salo­món se aseguraba de que llegara a ser parte del templo de su Dios.

En el lugar en que se construía el Templo, Abraham había ofre­cido a Isaac, y Dios le había renovado el pacto, incluyendo la pro­mesa mesiánica. Aquí, David había ofrecido sacrificios para dete­ner la espada del ángel destructor (ver 1 Crónicas 21). Ahora, "acabada toda la obra que hizo Salomón para la casa de Jehová" (2 Crónicas 5:1), el hermoso edificio de Salomón estaba en ese lugar sagrado.

Salomón eligió realizar el servicio de dedicación en la época de la Fiesta de los Tabernáculos. Esta fiesta era una ocasión alegre, que ocurría al final de la temporada de cosecha. La gente viajaría desde todo Israel para presenciar la dedicación del templo de Salomón.

El arca tendría ahora un hogar permanente, y fue llevada al nue­vo templo con gran ceremonia, con cantos y música, y con sacrifi­cios que ofrecía Salomón a Dios cada seis pasos, como su padre Da­vid había hecho cuando el arca fue llevada a Jerusalén (ver 2 Crónicas 5:4-14). Dios mostró su aprobación con una nube de gloria que llenó el templo de modo que los sacerdotes no podían continuar con su obra (ver 2 Crónicas 5:13,14).

La oración de dedicación de Salomón: 2 Crónicas 6

Durante la ceremonia de dedicación, Salomón estuvo sobre una plataforma de bronce edificada en el atrio del Templo para la oca­sión, y se dirigió a la congregación. Les recordó que Dios mismo había elegido a Jerusalén como el lugar en que su nombre sería glo­rificado en el templo; y que David había querido construirlo. Aho­ra, se había completado el plan de Dios. Salomón había realizado aquello que su padre había comenzado, para honrar el nombre de Dios en este templo para la adoración.

Entonces, Salomón se arrodilló solemnemente ante la congrega­ción y elevó una de las oraciones más impresionantes y emotivas registradas en todas las Escrituras. "Jehová, Dios de Israel, no hay Dios semejante a ti en el cielo ni en la tierra, que guardas el pacto y la misericordia con tus siervos" (2 Crónicas 6:14). Salomón recordó a Dios su promesa hecha a David, del reinado continuo de sus des­cendientes, condicionado a la obediencia (versículo 16). Humildemente reconoció que ningún templo edificado por manos humanas podría albergar a Dios. "Los cielos, y los cielos de los cielos no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que he edificado?" (versículo 18). No obstante el rey, osadamente, imploró a Dios que escuchara su ora­ción en favor de su pueblo. Le pidió que volviera sus ojos hacia el Templo de día y de noche; que escuchara las súplicas de su pueblo cuando oraran hacia el lugar (versículos 20, 21).

Entonces, tal vez pensando en la historia y las debilidades de su pueblo, Salomón suplicó por ellos: "Si alguno de tu pueblo pecare [...] o si por causa de su pecado son derrotados por sus enemigos [...] o si los cielos se cierran y no llueve [...] o golpee pestilencia, hambre o enfermedad [...] si estas cosas sucedieran, entonces, Jehová [...] si tu pueblo se arrepiente y confiesa y ora y hace rogativas en este templo, entonces oirás desde los cielos y perdonarás el pecado de tus siervos. Oye desde los cielos, tu mo­rada, cualquier oración, cualquier súplica que alguno haga desde este lugar. Mantén su causa, y perdona a tu pueblo" (paráfrasis de los versículos 22 al 30).

La oración de Salomón es el fundamento arquitectónico de la ver­dadera adoración. El templo, el lugar de adoración, es el lugar donde los seres humanos pecaminosos pueden ir a recibir lo que solo Dios puede dar: el perdón del pecado, la aceptación para volver a recibir el favor de Dios, y el apoyo espiritual para la obediencia. Para los que saben lo que deben hacer, pero han fracasado, para quienes se han apartado al terreno de la rebelión, para quienes caen en una tentación repentina, para un pueblo que ha sido descuidado en vivir la vida nueva, para todos los que se sienten desconectados de Dios por cual­quier razón, la invitación es ¡REGRESA! La oración de Salomón nos asegura que Dios nos perdonará, que nos volverá a conectar, que nos sanará y nos restaurará. Además, promete que, si estamos dispuestos, él nos hará andar en sus caminos (ver el versículo 31).

La oración de Salomón excede los límites de Israel. Si hay un ex­tranjero (o alguno que no pertenece al pueblo de Dios o que es extra­ño a las cosas espirituales), la gracia de Dios está disponible si vienen a orar a su Templo (versículo 32). ¿Por qué el Templo está abierto para ellos? Porque Dios quiere que toda los pueblos de la tierra conozcan su nombre y lo adoren (versículo 33). La casa de adoración, entonces, es un lugar en que toda la gente puede encontrar perdón, renovación, consuelo en la tristeza, ayuda en las cargas diarias (versículo 29) y co­nexión, o una nueva conexión, con Dios. Salomón ora para que los ojos de Dios estén abiertos y sus oídos atentos a las oraciones hechas en el templo. Su oración termina con una apelación a Dios: "Acuérdate de tus misericordias para con David tu siervo" (versículo 42).

Cuando Salomón terminó de orar, "descendió fuego de los cie­los [...] y la gloria de Jehová llenó la casa" (2 Crónicas 7:1). Los hijos de Israel quedaron tan atónitos por esta maravillosa manifestación que "se postraron sobre sus rostros en el pavimento y adoraron, y alaba­ron a Jehová, diciendo: Porque él es bueno, y su misericordia es para siempre" (versículo 3). Ese momento glorioso quedaría grabado en sus mentes por el resto de sus vidas.

¿Qué sucedería hoy si la casa de Dios, como el Templo de Salo­món, se llenara de reverencia y de respeto majestuoso, y el Espíritu Santo se manifestara en el culto de adoración? ¿Cómo sería ver a la gente venir a encontrarse con Dios, porque vio lo que él hace por sus amigos que adoran allí? ¿Qué sucedería si los visitantes vieran a sus amigos llenos del Espíritu Santo, alabando a Dios y viviendo la vida cristiana, así como los israelitas vieron el fuego que descendía del cielo cuando se consagraba el nuevo templo?

¿Qué sucedería hoy, en nuestras iglesias, si hubiese más oracio­nes que siguieran el modelo de la oración de Salomón? ¿Qué victo­rias se ganarían en las vidas? ¿Qué nuevas compromisos podrían verificarse? ¿Qué conexiones se restaurarían? ¿Qué reavivamientos podrían comenzar en la iglesia? ¿Qué sucedería si la gente viniera a nuestras iglesias porque ve, en nuestros cultos de adoración, a personas que están ardiendo con un celo santo y que desean expe­rimentar a Dios de la misma manera? Esto es lo que la verdadera adoración debería hacer para el pueblo de Dios y para su iglesia, y para un mundo que necesita de la gracia de Dios.

Dios se le apareció a Salomón en un sueño y le aseguró que mientras él y su pueblo fueran fieles, los bendeciría. Sin embargo, si abandonaban al Señor, y adoraban y servían a otros dioses, su tem­plo no permanecería y llegaría a ser un objeto de burlas y ridículo entre las naciones (ver 2 Crónicas 7:19-22).

¡Qué desafío para el pueblo de Dios hoy, a ser fieles en nuestra ado­ración a él! Dios desea que evitemos copiar una adoración barata que solo sirve para entretener, tan frecuente en nuestra sociedad. Él quiere lo mejor de nuestra adoración, como solo él merece ser adorado.

"Aunque Dios no mora en templos hechos por manos humanas, honra con su presencia las asambleas de sus hijos. Prometió que cuando se reuniesen para buscarle, para reconocer sus pecados, y orar unos por otros, él los acompañaría por su Espíritu". [5]

 

Compilador: Delfino J.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] Ralph Waldo Emerson, Self-Reliance and Other Essays (Nashville: American Re-naissance, 1841), p. 42.

[2] Elena G. de White, Patriarcas y profetas, p. 766.

[3] Cheryl Wilson-Bridges, Levite Praise, p 107.

[4] White, Profetas y reyes (Mountain View, Cal.: Publicaciones Interamericanas, 1957), p. 26.

[5] Ibíd., p. 35.

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Lecciones y comentarios para la escuela sabática_Segundo trimestre de 2014  
  Cristo y su Ley

Autor: Keith Burton

Lecciones y Comentarios para la escuela sabática-Segundo trimestre_Abril - Junio de 2014

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Cristo y su Ley  
  1. Las leyes en los días de Cristo (Levítico 1:1-9; Deuteronomio 17:2-6; Lucas 2:1-5;Hebreos 10:28; Santiago 2:8-12)
2. Cristo y la Ley de Moisés (Éxodo 13:2,12; Deuteronomio 22:23,24; Mateo 17:24-27; Lucas 2:21-24; 41-52; Juan 8:1-11)
3. Cristo y las tradiciones religiosas (Isaías 29:13; Mateo 5:17-20; 23:1-7; 15:1-6; Romanos 10:13)
4. Cristo y la Ley en el Sermón del Monte (Mateo 5:17-37; Lucas 16:16; Romanos 7:24)
5. Cristo y el sábado (Génesis 2:1-3; Isaías 65:17; Mateo 2:23-28; Juan 5:1-9; Hechos 13:14; Hebreos 1:1-3)
6. La muerte de Cristo y la Ley (Hechos 13:38,39; Romanos 4:15; 7:1-13; 8:5-8; Gálatas 3:10)
7. Cristo, el fin de la ley( Romanos 5:12-21; 6:15-23; 7:13-25; 9:30-10:4; Gálatas 3:19-24)
8. La Ley de Dios y la ley de Cristo
9. Cristo, la Ley y el evangelio
10. Cristo, la Ley y los pactos
11. Los apóstoles y la Ley
12. La iglesia de Cristo y la Ley
13. El reino de Cristo y la Ley
 
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