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Capítulo 8: La Expiación y la encarnación

Capítulo 8: La Expiación y la encarnación

Para el 22 de noviembre de 2008

Al comenzar a examinar lo que enseña la Biblia acerca de la encarnación del Hijo de Dios debemos reconocer su preexistencia previa y que ahora esa existencia ha tomado una nueva expresión. este hecho es de fundamental importancia cuando tratamos con la encarnación de Cristo. En otras palabras, para que podamos hablar en forma significativa de la encarnación del Hijo de Dios tenemos que presuponer que existió antes de su encarnación. Existe abundante apoyo bíblico para esta idea.

Evidencia de la preexistencia del Hijo de Dios

Él fue el Creador. Posiblemente las declaraciones más importantes acerca de la preexistencia de Cristo son aquellas donde se le identifica como el instrumento de la creación. Pablo lo identifica como: "Un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas" (1 Corintios 8:6) y añade que "en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él" (Colosenses 1:16). Hebreos utilizó un lenguaje cósmico más explícito al identificar al Hijo de Dios como el Único "quien hizo el universo" (1:2; cf. versículo 10). Posiblemente la más penetrante descripción del poder creativo del Hijo de Dios fue dada por Juan: "Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho" (1:3). Él fue el instrumento de la creación de Dios en todas sus expresiones. Juan descarta la idea que el Hijo fue el primer acto de la creación divina. Siendo que él hizo todas las cosas que fueron hechas, existe por sí mismo. Antes de la creación del universo él ya era.

Él estuvo activo en la historia de Israel. El Nuevo Testamento establece una relación directa entre Cristo y su pueblo durante el período del Antiguo Testamento. Pablo identifica a la Roca que seguía a los israelitas como Cristo (1 Corintios 10:4). Había una roca natural de la cual fluía el agua (Éxodo 17:6; Números 20:11), pero también había "una roca espiritual" (1 Corintios 10:4). Es una referencia a varios pasajes en Deuteronomio donde Dios es identificado como la Roca (32:4), y el Salvador (versículo 15), el Creador del pueblo de Israel (versículo 18), la Roca que estaba a cargo de ellos (versículos 30, 31). La Roca que creó a Israel y guió al pueblo a través del desierto era Cristo. Fue a él a quien el pueblo tentó y como resultado muchos perecieron por causa de las serpientes (1 Corintios 10:9). Cristo también estuvo activo en la revelación e inspiración de los profetas del Antiguo Testamento. A ellos les reveló la salvación futura que se efectuaría a través de él. Ellos trataron de descubrir "qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos" (1 Pedro 1:11). Aunque la frase "Espíritu de Cristo" se presta para diferentes interpretaciones (el Espíritu que anunció al Mesías o el Espíritu que más tarde se reveló en Jesús), el uso de frases similares en el Nuevo Testamento sugiere que ese Espíritu es el único enviado por Cristo y que este testifica acerca de él (Romanos 8:9; Hechos 16:7; Gálatas 4:6; Filipenses 1:19). La implicación es que, siendo que el Espíritu que inspiró a los profetas del Antiguo Testamento fue enviado a ellos por Cristo, él estaba activamente involucrado en la obra de revelación durante ese mismo período. De esta manera se confirma su preexistencia. La idea no es extraña para Pedro, quien, después declarar que Cristo fue elegido para ser el Cordero sacrificial desde antes de la fundación del mundo, añade que él había sido "manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros" (1 Pedro 1:20). Siendo que aquel que se revela es Cristo mismo, no un plan divino impersonal, se requiere su preexistencia para una apropiada lectura del texto. [1]

Él descendió/vino. La presencia de Jesús entre nosotros está descrita en la Biblia como un descenso y una venida, sugiriendo que estuvo en algún otro lugar antes de estar aquí (cf. Juan 3:13, 31). Él descendió del cielo con una misión muy especial y la cumplió (6:38). Encontramos que este lenguaje se refiere a su origen, idea que está apoyada por el hecho de que los judíos que lo escuchaban se preguntaban: "¿No es este Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo, pues, dice éste: Del cielo he descendido? [katabaino, "descender"]" (Juan 6:42). En una declaración que anticipaba su ascensión, Jesús explícitamente indicó su lugar de origen: "¿Pues qué, si viereis al Hijo del Hombre subir adonde estaba primero?" (6:62). El descenso estaba seguido por un ascenso.

También encontramos a Jesús diciendo: "Yo he venido...", en contextos donde se presupone su preexistencia. [2] Esa fórmula está seguida comúnmente poro un propósito infinitivo, indicando que la venida fue deliberada, que tenía un propósito particular en mente. Por ejemplo, Jesús dijo: "Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos" (Mar. 10:45). Él vino para hacer algo que no podría haber hecho donde estaba antes de venir aquí. Posiblemente el mejor paralelo para el uso del verbo "venir" se encuentra en la experiencia de los ángeles en el At. El ángel Gabriel dijo a Daniel: "Daniel, ahora he salido para darte sabiduría y entendimiento [...]. He venido para enseñártela [...] (9: 22, 23): "Fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo he venido" (10:12).[3] El Nuevo Testamento no describe a Cristo como un ángel, pero "el advenimiento de Cristo y de los ángeles son de la misma clase" en el sentido en que ambos vienen de la esfera del cielo con un propósito en particular. [4] De nuevo, esto presupone su preexistencia.

Divinidad de Cristo

Con respecto a la encarnación de Cristo, la Biblia la describe como la encarnación de Dios. El Preexistente era divino. Durante la noche de la natividad los ángeles dijeron a los pastores: "Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor" (Lucas 2:11). Los judíos estaban esperando la venida del Ungido del Señor, pero el que vino fue el Señor mismo. El término griego kurios ("Señor") se usa en la versión griega del Antiguo Testamento para traducir el nombre hebreo Iahveh. De hecho, en todo el Nuevo Testamento encontramos pasajes del Antiguo Testamento que originalmente describieron la obra del Señor/Iahveh aplicándoselos a Cristo, indicando así su divinidad (Isaías 44:6; Apocalipsis 1:17;: Salmo 102:26, 27; Hebreos 1:11, 12; Deuteronomio 32:43; Hebreos 1:6). Filipenses 2:6-11 trata explícitamente la preexistencia, divinidad, encarnación y exaltación de Cristo. Antes de la encarnación estaba en "forma de Dios" (versículo 6), luego durante la encarnación "se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres" (versículo 7). Como ser humano "se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (versículo . Finalmente fue exaltado a través de la resurrección (versículos 9-11). Esta es una poderosa narración del viaje del Hijo de Dios desde la misma presencia de Dios hasta el caos de este mundo.

En Juan 8:56-58 la preexistencia y la divinidad del Hijo de Dios vienen juntas. Jesús dijo a los líderes judíos: "Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó". Ellos entendieron que estas palabras querían decir que Jesús había visto a Abraham y sarcásticamente le dijeron: "Aun no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham?" Y jamás había esperado oír la respuesta que recibieron de Jesús: "¡Antes que Abraham fuese, yo soy!" Siendo que la gramática de la oración no está correcta, tenemos que interpretar la frase "Yo Soy" como una referencia al nombre de Dios en el AT. En Éxodo 3:14 el Señor se revela a sí mismo como "YO SOY EL QUE SOY". Isaías 43:10-11 contiene la fórmula "Yo mismo soy", y luego continúa, "antes de mí no fue formado dios, ni los será después de mí. Yo, yo Jehová, y fuera de mí no hay quien salve" (vers. 10, 11). Por lo tanto, la designación "Yo soy" afirma la suprema y exclusiva superioridad de Dios sobre cualquier otro dios. "Antes que Abraham fuese, Yo Soy", no es una sencilla declaración acerca "solamente de la preexistencia; es la eterna preexistencia"; la misma existencia de Dios. [5]

Hay varios pasajes donde los escritores del Nuevo Testamento se refieren explícitamente a Jesús como Dios (Romanos 9:5; Hebreos 1:8; Tito 2:13; 2 Pedro 1:1). El más conocido es Juan 1:1: "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios". Una vez más encontramos afirmadas la preexistencia y la divinidad de Jesús. La traducción, "el Verbo era Dios" está correcta, como lo vemos confirmado en Juan 1:18: "A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer". Dios, el Hijo; revela a Dios, el Padre. Hacia el final del Evangelio Tomás vio a Jesús y exclamó, "¡Señor mío, y Dios mío!" (20:28). Su reacción ante la presencia del Señor resucitado fue una confesión cristiana de fe.

La encarnación y el nacimiento virginal

Juan habla de la resurrección cuando escribe: "Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros" (Juan 1:14). La eterna Palabra de Dios, que estaba con Dios, y que era Dios, vio a morar entre nosotros. Hay un movimiento de la esfera divina a la esfera humana, descrita aquí como "carne" (griego, sarx). La revelación de que Cristo vino en carne era tan importante que Juan la utiliza para distinguir un espíritu verdadero de uno falso (1 Juan 3:2), y los verdaderos maestros de los falsos (2 Juan 7). Pablo se hace eco de este mismo pensamiento cuando declara que Dios "enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado [sarx, "carne"]" (Romanos 8:3).

En la epístola a los Hebreos la encarnación del Hijo de Dios juega un papel central y está considerada indispensable para su ministerio sacerdotal. Él se identificó con los seres humanos "por cuanto los hijos participaron de carne  sangre, él también participó de lo mismo" (2:14). El Hijo "debía ser en todo semejante a sus hermanos" (2:17), y esto ocurrió a través de la encarnación. Dios preparó un cuerpo para él (10:5) y, de hecho, "Dios fue manifestado en carne" (1 Timoteo 3:16). Consecuentemente el apóstol puede hablar acerca de "Cristo, en los días de su carne" (Hebreos 5:7) durante los cuales sufrió y fue obediente a la voluntad de Dios. Esta es otra forma de expresar las mismas ideas que se encuentran en Filipenses 2:7. Cristo "Se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres". Gálatas 4:4 expresa el mismo misterio: "Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley". Fue a través de la encarnación que aquel que era rico "por amor a vosotros se hizo pobre" (2 Corintios 8:9). En el Salvador encarnado "habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad" (Colosenses 2:9).

Cuando el ángel dijo a María que iba a tener un niño, ella le preguntó: "¿Cómo será esto? Pues no conozco varón" (Lucas 1:34). El ángel respondió: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, por lo cual también el santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios" (versículo 35). La teología cristiana le llama a eso la concepción virginal de Jesús. Jesús no era hijo de José. María ya estaba comprometida para casarse con él, pero "antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo" (Mateo 1:18). El ángel informó a José que el niño que ella había concebido había sido engendrado por el Espíritu Santo (vers. 20). Para enfatizar la concepción virginal de Jesús, el escritor bíblico nos dice que José "no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito" (versículo 25). La promesa que Dios le había hecho a Eva en el Génesis ahora se cumplía: la simiente de la mujer es el Salvador. El nacimiento virginal proclama que la salvación es, desde el principio hasta el fin, obra de Dios, no humana. Sin el nacimiento virginal Jesús habría sido un ser humano como cualquier otro, pero no Dios en carne humana.

La humanidad de Cristo

Hay abundante evidencia bíblica que apoya la afirmación de que Jesús era un ser humano; que tenía la naturaleza humana. Los seres humanos han estado estudiando su propia naturaleza durante muchos siglos y no han sido capaces de llegar a una posición que sea universalmente aceptable. Para nuestro propósito, sugeriré que de acuerdo con el relato bíblico de la creación un ser humano se caracteriza por ser una entidad física, emocional, espiritual, intelectual, social y moral. Jesús era un ser físico cuyo cuerpo lo distinguía de otras personas. Nació como cualquier otro ser humano (Lucas 2:7), y creció y llegó a ser fuerte como cualquier niño normal (2:40). La gente sabía dónde había nacido, quiénes eran sus padres, sus hermanos y sus hermanas; y que tenía el oficio de carpintero (Mateo 13:54-56). Su cuerpo necesitaba alimento (Mateo 4:2; Marcos 4:16) y agua para preservar su vida (Juan 19:28). Se canso (Juan 4:6) y sintió la necesidad de dormir (Mateo 8:24). Finalmente, experimentó la muerte (Mateo 27:50). Jesús fue un ser emocional. Conocía el gozo que se experimenta a través del Espíritu (Lucas 10:21). Pero también experimentó tristeza (Mateo 26:38), se sintió perturbado emocionalmente (Juan 12:27; 13:21), lloró en presencia de los amigos (11:35) y durante la oración (Hebreos 5:7). Jesús no tuvo emociones negativas relacionadas con el pecado, como odio hacia otros.

Jesús fue un ser espiritual que disfrutó la comunión con el Padre. Constantemente disfrutaba y alimentaba esa comunión con Dios a través de una vida de oración (Mateo 14:23; Marcos 1:35) y una vida dedicada a la misión que se le había confiado (Juan 17:4). Tenía completa confianza en la dirección y la presencia del Padre en su vida (11:41, 42). Encontró en la observancia del sábado una magnífica oportunidad para adorar al Señor (Lucas 4:16) y un día para enseñar y servir a los demás (ver. 31; 14:3, 4). Jesús era también un ser intelectual, que creció en conocimiento, era inteligente, y podía razonar con otros: "Se llenaba de sabiduría, y la gracia de Dios era sobre él" (2:40 cf. versículo 52). Cuando tenía doce años, aquellos que lo escucharon en el templo se "maravillaban de su inteligencia y de sus respuestas" (2:47; cf. Mateo 7:28, 29). Había un poder persuasivo en sus palabras que maravillaba a sus oyentes.

Jesús fue un ser social que constantemente buscaba la compañía de otros. Se relacionó con los líderes judíos, con los pecadores, las prostitutas, los no israelitas, los líderes romanos, etc. Más allá de todo eso, sentía la necesidad de compañerismo humano (Mateo 26:40, 43). Se interesaba constantemente en las necesidades de otros (Juan 11:5). Y su vida fue, ciertamente, una vida pública abierta a cualquiera que quisiera acercarse a él. Por sobre todas las cosas, Jesús fue un ser moral por excelencia. Vino a hacer la voluntad del Padre y nunca se desvió de su propósito específico (Juan 8:28, 29). Aun en el momento más crucial de su misión, se sometió voluntariamente a la voluntad del Padre y fue a la cruz (Mateo 26:42). Es particularmente en este punto donde encontramos una discontinuidad fundamental entre Jesús y los seres humanos, como los conocemos en la actualidad. Fue moral y espiritualmente impecable. Nunca pecó. 

Jesús sin pecado

El pecado no pertenece a la esencia del ser humano. Por lo tanto, la ausencia del pecado en Cristo no cuestiona la plenitud y legitimidad de su humanidad. Como el pecado ha dañado la naturaleza humana, corrompiendo significativamente la perfección original dada por Dios; ahora todos "están destituidos de la gloria de Dios" (Romanos 3:23). Ser genuinamente humano no significa que uno tiene que ser pecador. Los testimonios del Nuevo Testamento son unánimes: Jesús fue inmaculado. Plenamente consciente de ese hecho, desafió a sus oponentes a que le probaran ser culpable de pecado (Juan 8:46). Estaba consciente del hecho de que siempre había hecho la voluntad de su Padre (8:29; 15:10), y que Satanás "nada tenía en él" (14:30), o "no es que él tenga poder sobre mí" (NBE).

Durante la anunciación el ángel se refirió a Jesús como "el Santo que nacerá" (Lucas 1:35); y años más tarde, después de su ascensión, Pedro llamó a Jesús "el Santo y el Justo" (Hechos 3:14; cf. 4:30; 13:35). El claro testimonio de las Escrituras es que "no hay pecado en él (Jesús)" (1 Juan 3:5). Él fue "sin pecado" (Hebreos 4:15), él fue "un cordero sin mancha y sin contaminación" (1 Pedro 1:19), "el cual no hizo pecado" (2:22). El hecho de que Jesús no fue tocado por el pecado, lo señala como un ser único entre los seres humanos. Sería un error equiparar su naturaleza humana con la de Adán, porque "él tomó la naturaleza humana, debilitada y deteriorada durante cuatro mil años de pecado, aunque sin corrupción y sin mancha". [6]

Su impecabilidad no debería interpretarse como que Jesús no podría haber pecado. Después de su bautismo fue severamente tentado por el enemigo en condiciones que estaban muy lejos del ideal, y sin embargo, lo venció (Mateo 26:39). La posibilidad de caer en la tentación o de rebelarse contra la voluntad de Dios no necesariamente presupone una naturaleza humana caída. Todo lo que se requiere para eso es libre albedrío. El conflicto cósmico ha demostrado que criaturas libres y perfectas, que existen en la misma presencia de Dios, pueden decidir rebelarse contra Dios. El libre albedrío puede ser mal empleado, pero Jesús decidió nunca usarlo mal. El hecho de que él venció cada tentación y que se mantuvo libre de pecado fue indispensable en la obra de redención y reconciliación de Cristo. La expiación está fundada firmemente en el hecho de que Jesús vivió una vida sin pecado. 

 

 La unión de las dos naturalezas

La unión de las dos en Cristo continúa siendo un misterio impenetrable. Desde el principio de la historia de la iglesia cristiana los teólogos debatieron la naturaleza de esa unión y ofrecieron diferentes definiciones conflictivas entre sí. [7] En un esfuerzo por poner fin al debate o darle un poco de claridad, se convocó un concilio de la iglesia en la ciudad de Calcedonia en el año 451 d.C. La así llamada "definición de Calcedonia" ha sido ampliamente aceptada por el mundo cristiano. Establece que Cristo era verdaderamente Dios y verdaderamente humano, que la propiedad de cada naturaleza permaneció intacta, y que las dos naturalezas estaban unidas en una Persona, el Hijo de Dios. Esas mismas definiciones fundamentales se encuentran en los escritos de Elena G. de White. De acuerdo con ella, la unión no fue la unión de dos naturalezas, sino la unión del Hijo de Dios con la naturaleza humana. [8] En esta unión la naturaleza divina "no estaba humanizada; ni tampoco la humanidad estaba deificada por la mezcla o unión de las dos naturalezas; cada una retenía su carácter y propiedades esenciales". [9] Los seres humanos "tenemos razón, conciencia, memoria, voluntad, afectos". [10] Jesús "tuvo razón, conciencia, memoria, voluntad, y afectos del alma humana los cuales estaban unidos con su naturaleza divina". [11] El Hijo de Dios ciertamente tomó la naturaleza humana.

El hecho de que las dos naturalezas permanecieran diferenciadas implica que sería correcto sugerir que en encarnación había dos voluntades, la humana y la divina. Eso nos ayuda a comprender la posibilidad de que Jesús podría haber caído en tentación. [12] Dios no puede ser tentado a pecar, pero la naturaleza humana podría serlo. Eso también nos ayuda a entender que aunque la naturaleza divina era omnisciente, la humana no lo era. La naturaleza humana creció en la comprensión de la naturaleza y misión del Hijo de Dios (Lucas 2:52). [13] Esto no quiere decir que las dos naturalezas estaban radicalmente separadas, y que por lo tanto tenemos dos personas en lugar de una. La divina y la humana estaban unidas y, consecuentemente, lo que la naturaleza humana experimentó también lo experimentó la naturaleza divina. Aquí debemos hacer cuidadosas distinciones. La naturaleza divina experimento los sentimientos, emociones, luchas y tentaciones de la naturaleza humana. Por ejemplo, cuando la naturaleza humana estaba sedienta, tentada, etc., la naturaleza divina experimentaba en una forma única y directa lo que esa experiencia significaba para los seres humanos. Era la totalidad de la Persona la que lo experimentaba. Por otra parte, cuando la naturaleza divina usaba el poder divino para curar, la naturaleza humana se convertía en el vehículo a través del cual ese poder alcanzaba a los otros. Cuando una mujer enferma tocó el manto de Jesús y fue sanada, Marcos dice que Jesús supo que un poder "había salido de él" (Mar. 5:30). Fue el poder del Hijo de Dios el que sanó a la mujer, pero su naturaleza humana experimentó en una forma única el poder que no poseía en sí misma. Esto fue el resultado de la unión de las dos naturalezas. [14] Esa unión permitió a los apóstoles aplicar "las cualidades tanto humanas como divinas a la misma persona. De este modo, el que sostiene todas las cosas por el poder de su palabra creció y llegó a ser fuerte en estatura y en sabiduría. El que era antes que Abraham fuese, nació en un pesebre. Aquel que murió es el que cumplió todo en todos”. [15]

La encarnación presupone que al llegar a ser humano el eterno Hijo de Dios experimentó limitaciones de algún tipo. Los intérpretes han encontrado dificultades para identificar esas limitaciones. En sus discusiones Filipenses 2:6-11 ha desempeñado un papel muy importante. Como ya se indicó, en el pasaje se establece que antes de la encarnación Cristo era Dios. En ese pasaje se introduce la encarnación con esta frase: Él "se despojó a sí mismo" [kenoo, "se vació"] (2:7). Sería inapropiado argüir que cuando llegó a ser humano Cristo se despojó de todos o algunos de sus atributos divinos. En ese caso la encarnación no habría sido la manifestación completa de Dios en carne humana. ¿Qué quiere decir Pablo, entonces, cuando dice que Cristo se "despojó a sí mismo"?

Sugeriré que la segunda parte de Filipenses 2:7 es una explicación de esa frase. Él llegó a ser nada (despojarse) "tomando la forma de siervo, hecho semejante a los hombres". [16] En otras palabras, al despojarse, al humillarse, Cristo llegó a ser un siervo obediente de Dios. Los atributos y poderes divinos se limitaron en el sentido en que él solo los usaría como el Padre lo viera conveniente y, por lo tanto, en exclusiva obediencia a él. [17]

Pero todavía tenemos que preguntar: ¿No se despojó literalmente a sí mismo de algo? La respuesta tiene que ser, "sí". Pablo dice: "Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a nosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos" (2 Corintios 8:9). No importa cómo interpretemos "siendo rico", pero el hecho de que es seguido por la frase "se hizo pobre" significa que se despojó de algo cuando llegó a ser humano. Juan parece arrojar un rayo de luz en este misterio. Jesús oró al Padre: "glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese" (17:5). La oración presupone que el Hijo "había disfrutado una gloria única con el Padre en ese estado preexistente". [18] Sería correcto concluir que "la peregrinación de Jesús sobre la tierra no significa meramente entonces un cambio irrelevante en la escena, sino una pérdida de esa existencia preterrena que una vez poseyó". [19]

Podríamos argüir que el verbo traducido "se despojó a sí mismo" (Filipenses 2:7), implica que el Hijo de Dios perdió su gloria original divina. Si ese es el caso, el verbo kenoo se refiere a "despojarse de su posición o prestigio", [20] entonces podríamos decir que cuando Cristo vistió su divinidad con humanidad, "fue Dios durante todo ese tiempo, pero no apareció como Dios. Veló las demostraciones de su divinidad que antes habían sido motivo de homenaje, y despertó la admiración del universo de Dios. Fue Dios mientras estuvo en la tierra, pero se despojó a sí mismo de la forma de Dios, y en su lugar tomó la forma de hombre [...], puso a un lado su gloria y majestad. Era Dios, pero abandonó por un tiempo las glorias de la forma de Dios". [21]

Conclusión

El incuestionable que sin la encarnación no habría expiación. En el misterio de la encarnación Dios penetró o invadió la esfera de sus criaturas en forma única. Llegó a ser permanentemente inmanente entre nosotros y accesible a nosotros en dimensiones que no podemos comprender completamente. Su vida sin pecado le permitió morir en lugar de los pecadores. Y su divinidad, encarnada en carne humana, pagó la penalidad del pecado e hizo posible la gracia y la vida para los pecadores arrepentidos. Al descender no solamente reveló el amor sacrificial de Dios, sino también el ideal de Dios para los seres humanos. Cristo proporcionó un ejemplo para que nosotros lo sigamos mientras que, a través del Espíritu, llegamos a ser más y más semejantes a él.

 

[1] Paul J. Achtemeier, 1 Peter: A Commentary on First Peter (Minneapolis: Fortress, 1996), pp. 131, 132

[2] Para una minuciosa investigación de esa fórmula ver, Simón J. Gathercole, The Preexistent Son: Recovering the Chrísíology ofMatthew, Mark, and Luke (Grand Rapids: Eerdmans, 2006), pp. 83-176.

[3] Gathercole, Ibíd., pp. 119-121.

[4] Ibíd., p. 147

[5] Raoul Dederen, "Christ: His Person and Work", in Handbook of Seventh-day Adventist Theology, ed. Raoul Dederen (Hagerstown: Review and Herald, 2000), p. 162.

[6] Ibid. p. 165.

[7] Para un resumen de las discusiones ver, Wayne Grudem, Systematic Theology: An introduction to Biblical Doctrine (Grand Rapids: Zondervan, 1994), pp. 554-558.

[8] Elena G. de White comentó: "Las dos naturalezas fueron misteriosamente mezcla­das en una misma persona —el hombre Cristo Jesús" (Lift Him Up [Hagerstown: Review and Herald, 1988], p. 76).

[9] Elena G. de White, Manuscrípt Releases (Silver Springs: E. G. White Estáte, 1993), tomo 16, p. 182.

[10] Elena G. de White, Mensajes Selectos, (APIA) tomo 3, p. 147.

[11] Elena G. de White, Manuscript Releases, tomo 16, p. 182.

[12] "La naturaleza divina, combinada con la humana, lo hacía capaz de ceder a las ten­taciones de Satanás" (Ibid.). No necesitamos especular sobre lo que pudiera haber pasado si la naturaleza humana hubiera cedido a las tentaciones ¡porque eso no sucedió!

[13] "Mientras Cristo enseñaba a los demás, él mismo estaba recibiendo luz y conoci­miento acerca de su propia obra y misión en el mundo; Está completamente acla­rado que Cristo 'crecía en conocimiento'" (Elena G. de White, Youth Instructor, 12 de diciembre de 1895). Mientras Cristo contemplaba las ofrendas que se traían como sacrificio al templo, el Espíritu Santo le enseñó que su vida iba a ser sacrificada por la vida del mundo" (Youth Instructor, 12 de diciembre de 1895).

[14] Los milagros de Jesús fueron resultado de su poder divino. Elena G. de White de­clara: "Jesús revelaba su divinidad por sus poderosos milagros" (El Deseado de tocias las gentes, p. 551). Ellos proporcionaban una "evidencia inequívoca de la divini­dad" de Cristo (Spirít of Prophecy [Battle Creek: Steam Press, 1878], tomo 3, p. 145). Él nunca usó su poder divino para su beneficio personal: "El que obró milagros para otros, no los realizó para sí mismo. Había revestido su divinidad con humanidad, y había venido para traer poder divino al hombre. Se encontró con el enemigo en cada paso con un 'Escrito está'" (Signs of the Times, 30 de septiembre de 1889).

[15] Dederen, "Christ", p. 169.

[16] Ver, Gordon D. Fee, "The NT and Kenosis Christology", en Exploring Kenotic Chrístology: The Self-Empting of God, ed. C. Stephen Evans (Oxford: University Press, 2006), pp. 32, 33.

[17] Uno quizá podría decir que "parece probable que cuando sanaba al enfermo, reve­laba lo que estaba en la gente y resucitaba los muertos, consideraba esas ocasiones apropiadas para revelarles más de sus capacidades divinas. Cada una de esas reve­laciones de su naturaleza divina fueron realizadas en armonía con la dirección del Espíritu Santo y en cumplimiento de los propósitos del Padre" (Gordon R. Lewis y Bruce A. Demarest, Integrative Theology [Grand Rapids: Zondervan, 1996], p. 285).

[18] Leon Morris, Commentary on the Gospel of John (Grand Rapids: Eerdmans, 1971), p. 721.

[19] Ernst Haenchen, John 2: A Commentary of the Gospel of John 7-21 (Filadelfia: Fortress, 1984), p. 152.

[20] Danker, Greek-English Lexicon, p. 539

[21] Comentario de Elena G. de Whjite, Comentario bíblico adventista del séptimo día, tomo 7-b, p. 446 [en inglés]. En otro lugar ella comenta: “El que comandaba las huestes celestiales puso aun lado su manto real y su corona real, y revistió su divinidad con humanidad, vino a este mundo para ponerse a la cabeza de la raza humana” (Ibíd., tomo 7, p. 904).

 

http://www.escuelasabatica.cl/2008/tri4/lecc8/leccion.htm

 

 

 

 

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Autor: Keith Burton

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2. Cristo y la Ley de Moisés (Éxodo 13:2,12; Deuteronomio 22:23,24; Mateo 17:24-27; Lucas 2:21-24; 41-52; Juan 8:1-11)
3. Cristo y las tradiciones religiosas (Isaías 29:13; Mateo 5:17-20; 23:1-7; 15:1-6; Romanos 10:13)
4. Cristo y la Ley en el Sermón del Monte (Mateo 5:17-37; Lucas 16:16; Romanos 7:24)
5. Cristo y el sábado (Génesis 2:1-3; Isaías 65:17; Mateo 2:23-28; Juan 5:1-9; Hechos 13:14; Hebreos 1:1-3)
6. La muerte de Cristo y la Ley (Hechos 13:38,39; Romanos 4:15; 7:1-13; 8:5-8; Gálatas 3:10)
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