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Capítulo 6: La expiación en sombras: El sistema de sacrificios

Capítulo 6: La expiación en sombras: El sistema de sacrificios

Para el 8 de noviembre de 2008

Estaba amaneciendo en Babilonia cuando los sacerdotes abrieron las puertas del templo. Pronto ofrecerían los sacrificios matutinos y llevarían la carne al interior del templo. Las cortinas de lino daban una sensación de privacidad a la imagen de oro y a la mesa sobre la cual los sacerdotes colocaban la comida. La carne sacrificial era el plato principal y estaba acompañado por frutas y bebidas. Los sacerdotes estaban alimentos al dios. Al colocar la comida frente a la imagen y vaciar la bebida en las copas delante de la imagen cúltica, la deidad podría asimilar la esencia del alimento. Luego los sacerdotes retiraban de la mesa la comida que había sido bendecida a través del contacto con la deidad y la llevaban al palacio donde el rey y sus oficiales disfrutaban los alimentos.

El personal del templo repetía el mismo ritual a la caída de la tarde. El obvio propósito del sacrificio no era expiar el pecado sino suplir las necesidades de los dioses. El pueblo y el rey disfrutaban los favores de los dioses al proporcionarles comida apropiada.

Pero en la Biblia Dios estableció el sistema de sacrificios para ilustrar la forma como resolvería el problema del pecado y restauraría y fortalecería la relación de pacto entre él y su pueblo. Consecuentemente, desempeñaba un papel significativo en la interpretación de la muerte de Jesús. Los cristianos consideraban que el sistema había tenido un significado tipológico, señalaba a la obra de salvación de Cristo por nosotros y encontraba su cumplimiento en él. Los servicios del Santuario revelaban una forma de ordenar el mundo al establecer distinciones y límites que los seres humanos debían respetar para coexistir en armonía con Dios los demás. Primero debemos examinar en forma general ese concepto universal y luego explorar su significado.

Los servicios del Santuario y la cosmovisión israelita

La cosmovisión presupuesta por los servicios del Santuario descansa en el orden establecido por Dios durante la semana de la creación. También toma en consideración la interrupción de ese orden por el pecado. [1] Cuando examinamos esa perspectiva, descubrimos una red de conceptos que configuraban la forma en que los israelitas debían relacionarse unos con otros, con Dios, y con el resto del mundo. Aquí solamente podemos proporcionar un incompleto y breve resumen de ese universo conceptual. [2] Dentro de ese universo conceptual, el elemento más importante en la vida de los israelitas era la presencia de Dios en el Santuario. El Santuario era un espacio para el Señor separado de lo común. [3] Como un espacio exclusivo solamente era accesible para los sacerdotes y levitas y, bajo ciertas circunstancias, para los israelitas. Aquellos que se aproximaban al Señor en su tabernáculo tenían que hacerlo con sumo cuidado. Lo que hacía único a aquel espacio era el hecho de que Dios había decidido habitar allí. En la mentalidad bíblica cualquier otro espacio carecía por naturaleza de santidad. La santidad era de origen divino.

¿Cuál era, entonces, la condición del resto del mundo? Para los israelitas, a quienes Dios había apartado de las naciones, estaba en un estado de pecado y separación de Dios, pertenecía a lo común y profano, o estaba en una condición de inmundicia/impureza (cf. Levítico 20:26). [4] El Señor creó en medio del caos de lo profano, lo inmundo, y lo pecaminoso un Lugar Santísimo, para hacer posible que los seres humanos se aproximaran a él, la fuente de la vida. Consecuentemente, habían, por así decirlo, dos esferas de existencia. Una estaba básicamente caracterizada por la muerte y la separación de Dios: común, pecaminosa e inmunda. La otra tenía como carácter fundamental la vida y la unión con Dios: lo santo y lo puro. Dios era la fuente primaria. Levítico 16 lo identificó como Azazel, de quien diremos que era una figura demoníaca. Esto significa que los servicios del Santuario describían claramente el conflicto cósmico como una lucha de Dios y su pueblo contra las fuerzas del mal.

Los israelitas concebían que, fuera de la esfera de santidad, las fuerzas del pecado y la impureza tenían un control casi total sobre el mundo. Digo casi, porque no todo estaba en estado de impureza. Había lugares limpios (cf., Levítico 4:12; Números 19:9), y había animales limpios que uno podía utilizar para alimento y para sacrificios (Levítico 11). Y lo común no era necesariamente malo, a menos que uno tratara lo sagrado irrespetuosamente, como algo que era común, profanándolo así. [5] Pero, finalmente, toda persona o cosa viva que estaba bajo el poder de la impureza, entraba a la esfera de la muerte. La muerte ciertamente reinaba.

¿Era posible para los seres humanos moverse de la esfera de la impureza a la de la santidad? ¡Sí! Incluso aquellos que no eran descendientes de Abraham podían tener esa experiencia. Israel entró a la esfera de la santidad a través de la elección de Dios y a través de una relación de pacto con él (cf. Deuteronomio 7:6; 14:2, 21). [6] Ellos, y todos los demás interesados en pasar de una esfera a la otra, debían pasar a través de ciertos rituales de transición en los cuales los sacrificios eran de primera importancia. Los inmundos tenían que ser limpiados y purificados, primeramente a través del agua, el fuego, o la sangre. Lo común debía hacerse santo, o sea permitirle participar de la santidad del Señor, a través de los rituales de santificación que empleaban sangre y aceite. Y el pecado debía ser removido a través de la sangre sacrificial y el perdón divino. Tales sacrificios capacitaban a los seres humanos para aproximarse al Santo y a su morada santa. Pero la santidad era más que una característica de un espacio en particular.

Lo santo transformaba aquellos que se aproximaban al Señor y se convertía en un estilo de vida que reflejaba su santidad: su carácter divino. De modo que lo santo contenía una dimensión ética que lo distinguía de lo común y lo inmundo. Aquí el pacto se convirtió en una parte intrínseca de la vida religiosa del pueblo de Israel. El pacto era la expresión ética de la santidad de Dios en sus vidas. Al instruir a los israelitas en cuanto a la forma de relacionarse unos con otros y, particularmente, con Dios, se creaba una barrera contra la incursión del pecado y la impureza en la esfera de santidad. Por lo tanto, cualquier violación del pacto era una seria amenaza tanto para el individuo como para la comunidad. Tales violaciones colocaban a los israelitas dentro de la esfera de lo común y lo impuro, lo pecaminoso, y finalmente bajo el poder de la esfera de la muerte.

Ciertos tipos de impureza eran prácticamente inevitables para los israelitas, haciendo que la presencia de lo impuro fuera inevitable dentro de la comunidad del pacto. La cosmovisión bíblica también reconocía que a causa de la fragilidad humana las personas podían pecar sin intensión. Esto sugiere que las dos esferas, la de la santidad  la de la impureza y el pecado, no estaban totalmente separadas, sino que en algunos puntos se traslapaban en formas muy complejas. [7] Tales fenómenos revelaban la convicción de que la naturaleza humana necesitaba constantemente purificación y perdón para ser capaz de existir en la presencia de un Dios Santo. Aquí el sistema de sacrificios se convirtió en el vehículo que diariamente podía librar de la impureza y el pecado, particularmente a través de los rituales expiatorios que el Señor utilizó para establecer, mantener, y restaurar el orden. [8]

El pecado/impureza y el individuo

Como sugerimos arriba, la relación de pacto tomaba muy en serio las violaciones morales y rituales. Las violaciones de las leyes rituales resultaban en un estado de impureza. De hecho, podríamos decir que la impureza, en el contexto del Santuario, indicaba una condición de separación de Dios y de los seres humanos. Una persona inmunda no podía tener contacto con otros y no debía entrar al Santuario. Tales individuos eran, en un sentido, quitados de la esfera de la plenitud de la vida y se consideraban dentro de la influencia del poder de la esfera de la muerte. La Escritura identifica algunas fuentes específicas de impureza, como los cuerpos de muertos (Números 6:6, 7, 11), las enfermedades (Levítico 13; 14) y el derramamiento de sangre y de semen (la "semilla" de la vida). La lista sugiere que Israel asociaba fundamentalmente la impureza con la esfera de la muerte. Una buena ilustración es el leproso, considerado dentro de la esfera de la muerte (Números 12:9-12).

Entonces, podemos sugerir que la cosmovisión bíblica consideraba que la persona impura estaba en el reino de la muerte, dirigiéndose hacia una absoluta alienación de la comunidad y de la presencia de Dios que estaba en ella. Obviamente, era una condición muy seria que requería liberación a través de la remoción de la contaminación del individuo o librar a la comunidad del individuo. Los servicios del Santuario israelita hacían posible tal liberación a través del sacrificio expiatorio.

Las faltas morales son, en un sentido, de una naturaleza diferente; aunque el resultado final es básicamente el mismo, es decir, la separación de Dios. Aquí el énfasis está sobre el pecado como una carga y no como una contaminación física. El resultado de pecar es un estado de "culpa" ('asham, Levítico 5:2), y el Antiguo Testamento describe a la persona como "portadora de pecado" (nasa' cawon, versículo 1). Cuando el pecador es el sujeto de la frase nasa' cawon significa que la persona es responsable de su pecado y está sujeta al castigo o penalidad. El contexto identifica la penalidad, y lo aplica el pueblo o Dios (véase Levítico 20:20; 24:14, 15; Éxodo 28:42, 43; Números 9:13). La frase "llevará su pecado" es una declaración legal indicando que una persona en particular es responsable por un pecado específico y que una penalidad, consecuencia del pecado, es aplicable. Encontramos la idea de penalidad expresada también por el verbo 'asham, normalmente traducido "ser culpable". Se puede referir a una acción pecaminosa (Salmo 68:21) así como también al castigo por un mal hacer: las consecuencias (Jeremías 51:5; Génesis 26:10). En el contexto de los servicios del Santuario la tendencia es emplear el significado consecuencial del verbo, por ejemplo, "sentir culpa", o experimentar las consecuencias que resultan de la culpa del pecado. [9] Esto incluye ideas como "llegar a ser responsable" (Levítico 4:3; 6:5, 7), y "experimentar la responsabilidad" (Levítico 4:13, 27; 5:2-5, 17). [10]

Aquellos que se encontraban en estado de responsabilidad, cargando su propio pecado, necesitaban liberación inmediata. Note que en el contexto donde se describe a los pecadores a punto de experimentar la penalidad total de sus pecados, se les permitía traer un sacrificio ante el Señor a través del cual recibían gratuitamente expiación y perdón del pecado. La víctima sacrificial desempeñaba un papel significativo en su liberación de la carga de pecado o en la remoción de su contaminación. Los actos rituales y Levítico 17:11 nos ayudan a entender ese papel.

Sangre y expiación

Aunque el sistema de sacrificios se encontraba con una variedad de necesidades, tenía una función fundamental. Con respecto a la sangre de la víctima sacrificial, Dios dijo: "Yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona" (Levítico 17:11). Existe una conexión directa entre el sacrificio, el uso de la sangre, y el proceso expiatorio. Lo primero que debemos notar es que la expiación es un don divino. Dios mismo proporcionó los medios y los puso a disposición de los israelitas. Él les dio lo que necesitaban para restaurar su relación con él, a saber, la sangre (Levítico 17:14; Génesis 9:4; Deuteronomio 12:23).

Segundo, en Levítico 17:11 la sangre está en lugar de la vida: "Yo os la he dado [la sangre como vida] para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas [literalmente, por su vida] la misma sangre [como vida] hará expiación [a cambio de una vida] de la persona". El texto señalaba el aspecto fundamental de la vida humana, pero la vida que por causa del pecado o la impureza está puesta en peligro. En el proceso de expiación la sangre/vida del animal está en lugar de la vida del individuo, y Dios, como el propietario de la sangre/vida, recibía la vida del animal como si fuera la vida del pecador arrepentido. De este modo, el sistema del Santuario preservaba la vida humana al costo de la vida de la víctima sacrificial.

Tercero, en Levítico 17:11 el verbo kipper ("hacer expiación) expresa la idea de rescatar la vida. [11] La frase técnica "hacer expiación por la vida" podría entonces significar "dar un rescate por la vida humana", implicando que la sangre/vida de la víctima sacrificial es el rescate ofrecido para preservar la vida humana. En este caso, el rescate y la sustitución son inseparables porque la vida de la víctima se pone en lugar de la vida de la persona culpable. [12] Esta comprensión del verbo es particularmente válida cuando su objeto es un ser humano y se aplica no solamente para casos de faltas morales sino también para la contaminación ritual. [13] Lo que necesitamos examinar es la forma en que esa comprensión de la expiación se expresa en los sacrificios.

Sacrificio y expiación

Los servicios del Santuario israelita tenían dos principales sacrificios de expiación, a saber, la así llamada "ofrenda por el pecado" (Levítico 4) y la "ofrenda por la culpa" (Levítico 5:14-6:7). Los sacrificios adicionales, aunque su principal función no era la expiación, también contenían elementos de expiación. Trataremos primero los sacrificios de expiación.

Sacrificios de expiación: la ofrenda por el pecado. Encontramos la ocasión para la "ofrenda por el pecado", u "ofrenda de purificación", claramente estipulada en el texto: "Cuando alguna persona pecare por yerro en alguno de los mandamientos de Jehová" (Levítico 4:2). Tenía que ver con faltas morales no intencionadas. Pero el sistema del Santuario también la requería cuando una persona quedaba ritualmente impura. Los casos enlistados indican que en prácticamente todas las situaciones la contaminación era casi inevitable (Levítico 12:1-8; 15:2, 13-16, 25-30). Los israelitas traían también el mismo tipo de sacrificio por el pecado intencional (Levítico 5:1-13). Aquí nos estamos refiriendo a los pecados que eran ofensas "no desafiantes en contraste con las que eran violaciones flagrantes y desafiantes", [14] para las cuales no había ningún medio de expiación (Números 15:30, 31). El procedimiento para el sacrificio dependía de quién la ofrecía. Cuando un laico traía el sacrificio él o la oferente colocaba sus manos sobre él, identificándose de esta manera con la víctima, al punto de que cualquier cosa que estuvieron experimentando lo transferían a la víctima (Levítico 16:21; 4:29; cf. 7:18). El animal era sacrificado y una porción de la carne la comía ritualmente el sacerdote (Levítico 6:30). De esta manera el sacerdote cargaba el pecado del oferente sobre su propia persona como representante del Señor (Éxodo 28:38). Algo de la sangre era puesta sobre los cuernos del altar de las ofrendas quemadas y el resto se derramada en la base del altar (Levítico 4:30). La sangre/vida pertenecía al Señor y a través de ese ritual los israelitas retornaban a él. Pero, como ya hemos indicado, esta sangre/vida era el rescate-sustituto por el pecador arrepentido. Al retornar la vida del pecador en la forma de la vida de la víctima sacrificial, la sangre llegaba a ser un vehículo para transferir el pecado/impureza al Santuario. Sin embargo, cuando el sacrificio era ofrecido por la congregación o el sacerdote, la transferencia del pecado era representada simbólicamente de modo diferente. En aquellos casos el sacerdote no comía nada de la carne del animal porque él no podía cargar su propio pecado. La sangre era, entonces, llevada dentro del Santuario, donde el sacerdote rociaba algo de ella delante del verbo interior, colocaba algo sobre los cuernos del altar del incienso, y el resto lo derramada en base del altar de las ofrendas quemadas (Levítico 4:5, 7).

Sacrificios expiatorios: La ofrenda por la culpa. Un israelita traía el "sacrificio por la culpa", u "ofrenda de restitución" por varios tipos de pecados que requerían restitución, más un veinte por ciento de penalidad, y un carnero para expiación (Levítico 5:14-6:7). Debía ser ofrecida "cuando una persona cometiere falta, y pecare por yerro en las cosas santas de Jehová" (Levítico 5:15), casos en los cuales alguien profanaba lo sagrado accidentalmente apropiándoselo equivocadamente. La persona no era consciente del hecho de que era propiedad de Dios. Una vez que el individuo llegaba a estar consciente de la profanación, debía restaurar la propiedad al Señor, añadir una compensación del veinte por ciento, y luego traer la "ofrenda por la culpa" al sacerdote quien "hará expiación por él con el carnero del sacrificio por el pecado, y será perdonado" (versículo 16).

Las personas también ofrecían la "ofrenda por la culpa" por sospecha de pecado. Quizá una persona pasaba por una experiencia difícil y concluía que probablemente había cometido pecado contra el Señor. Su conciencia la molestaba, pero era incapaz de identificar un pecado específico. En esos casos Dios les dijo a los israelitas que trajeran una "ofrenda por la culpa" (versículos 17-19). El Señor se preocupaba por el bienestar psicológico de su pueblo y le proporcionaba un medio para restaurar la paz del corazón humano, incluso en casos en los cuales no hubiera cometido ningún pecado. En este caso Dios no requería restitución y compensación porque el individuo solamente sospechaba que había cometido pecado.

Ciertos pecados intencionales también requerían el mismo tipo de sacrificio (Levítico 6:1-7). Incluían los casos cuando alguien se apropiaba equivocadamente de la propiedad perteneciente a otra persona, subsecuentemente agravada por una negativa de parte del culpable de la falta quien podría, incluso, hacer un juramento exculpatorio ante el Señor, profanando así su nombre. Si el pecador empezaba a sentirse culpable, tenía que hacer restitución y compensación y traer un carnero como "ofrenda por la culpa". Si el arrepentimiento ocurría y la persona reparaba apropiadamente el daño hecho, el Señor siempre estaba dispuesto proporcionar los medios para la expiación.

El procedimiento sacrificial para la "ofrenda por la culpa" difería del procedimiento de la "ofrenda por el pecado" solo en el uso de su sangre (Levítico 7:1-7). En ese caso el sacerdote rociaba la sangre/vida del sacrificio, que estaba en lugar de la vida pecadora del pecador arrepentido, en los lados del altar de las ofrendas encendidas (versículo 2). Es probable que la sangre ritual era simplificada por causa de la restitución y reparación, lo cual en un sentido atenuaba el acto pecaminoso, antecedía al sacrificio, haciendo la función expiatoria del sacrificio menos prominente.

Otros sacrificios. La Escritura registra otros dos sacrificios cuya función primaria no era expiatoria, pero todavía estaba asociada con la expiación. La primera es la "ofrenda quemada" (Levítico 1), en cuyo caso el sacerdote quemaba la ofrenda de la víctima sacrificial totalmente sobre el altar. Cualquier israelita podía traer una ofrenda quemada al Señor como un acto voluntario de adoración (versículo 2). El procedimiento incluía colocar las manos sobre la cabeza del animal (versículo 4), y derramar la sangre sobre los lados del altar de las ofrendas encendidas (versículo 5). Un israelita traía la ofrenda encendida para ser acepto delante del Señor (versículos 3 y 4), más adelante se define como "hacer expiación por él" (versículo 4). La aceptación de la ofrenda por Dios determinaba la aceptación del oferente. Era, por lo tanto, vital para el individuo traer una víctima sacrificial sin defecto (Levítico 1:3; 22:22-25), y realizar el acto de colocar sobre ella las manos. Los individuos también la traían como una ofrenda votiva o voluntaria (Levítico 22:17-19). La ofrenda Señor y la ofrenda voluntaria expresaba devoción personal, agradecimiento, y gozo. Pero siendo que las personas siempre requerían el perdón, también eran un medio de expiación. El hecho de que la ofrenda expresaba diferentes ideas explica por qué la manipulación de la sangre era simplificada. Indica que incluso en los casos en los que no se mencionaba un pecado en particular, el corazón humano todavía estaba en constante necesidad de limpieza y perdón.

La "ofrenda de paz" o "hacimiento de gracias" era, básicamente, un sacrificio voluntario. Podemos subdividirla en tres tipos, a saber, ofrenda de gratitud, ofrenda votiva, y ofrenda de sacrificio voluntario (Levítico 7:12, 15, 16). El oferente colocaba las manos sobre la cabeza de la víctima, la degollaba (versículo 2), y hacía que el sacerdote rociara la sangre en los lados del altar del holocausto (Levítico 3:2). La diferencia significativa entre la ofrenda de paz y la ofrenda encendida es que aquí el sacerdote daba de regreso la carne de la víctima al oferente para una comida de comunión con su familia y sus amigos (Levítico 7:15; Deuteronomio 12:17, 18). Sugería que el acto de sacrificio era una ocasión de gozo (cf. Génesis 31:54; 1 Samuel 11:14, 15; 1 Reyes 8:62, 63), y que servía para fortalecer la relación pactual a través de la comunión con Dios y con otros israelitas (cf. Deuteronomio 27:7; 1 Reyes 8:63). El pecho de la víctima y su muslo derecho se daba al sacerdote oficiante (Levítico 7:32-34) quien los comía con su familia.

Levítico no asigna explícitamente significado de expiación a la ofrenda de paz. Pero tenía alguna función expiatoria, como se sugiere por el hecho de que la sangre se aplicaba igual que en la ofrenda encendida y en la ofrenda por la culpa. Además, Ezequiel 45:15, 17 establece claramente que la ofrenda tenía un carácter expiatorio (cf. Levítico 17:11). Este sacrificio señalaba el hecho de que antes que Dios pudiera aceptar la devoción y las expresiones de gratitud y amor de los israelitas necesitaban experimentar el poder purificador del sacrificio expiatorio. Siendo que la significación expiatoria de este sacrificio era muy limitada el pueblo y el sacerdote podían comer la carne del animal para expresar comunión con el Señor. Lo que quitaba el pecado era, al mismo tiempo, un medio de comunión con Dios.

Significado tipológico

Nuestro análisis previo indica, primero, que el sistema de sacrificios parecía presuponer que el corazón humano está en constante necesidad de limpieza. Si Dios permitía a los seres humanos existir dentro de la esfera de la santidad, no se debía a que eran santos, sino porque él les otorgaba la santidad como un regalo y estaba listo para preservarles y restaurarles la santidad sobre una base diaria. La fragilidad humana se manifestaba en cometer pecados involuntarios y en algunos casos siendo incapaz de evitar la contaminación ritual. El Señor conocía esa condición e hizo provisión para ella a través del sacrificio de expiación sustitutiva. La condición humana también manifestaba sus distorsionados contornos cuando los individuos, aunque en lo más profundo de su corazón no querían romper con el Señor, todavía cometían pecados. Era una disonancia existencial perturbadora que los seres humanos nunca fueron capaces de resolver. Una vez más, el Señor proporcionó el camino para remover esa condición mediante la purificación y el perdón a través de un sustituto. El sistema de sacrificios señalaba que Dios estaba dispuesto a perdonar cualquier pecado excepto una expresión de arrogante rebelión contra él que involucraba resistencia permanente a su misericordiosa oferta del sacrificio expiatorio.

Segundo, el sistema de sacrificios también revelaba la gravedad del pecado y la reacción de Dios hacia él. El pecado provocó su ira al bloquear la corriente de su amor hacia el pecador. Aquellos que fueron manchados por la impureza y el error moral se colocaron en la esfera de la muerte y se separaron de la plenitud de la pureza y la santidad del Señor. Ellos cargaron la responsabilidad y la penalidad de sus pecados. Sin la intervención divina se dirigían hacia la alienación permanente de Dios: hacia la muerte. Pero el Señor podía, a través de un sustituto, quitarlos de esa esfera, limpiándolos y perdonándolos a través de un sustituto. Mucho más que eso, él lo hizo cargando él mismo sus pecados: "¡Jehová! ¡Jehová! Fuerte misericordioso y piadoso; tardo para la ira y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, [literalmente, "cargando la maldad/penalidad" (nasa' cawon)], la rebelión y el pecado" (Éxodo 34:6, 7). Esa amante disposición divina hacia los pecadores se manifestó en el sistema sacrificial que simbólicamente representaba la muerte final de los pecadores a través de la muerte de la víctima sacrificial cuyo pecado/impureza era transferido a la misma presencia de Dios cuando el sacerdote como su representante la cargaba por él. Fue como resultado de ese enfrentamiento entre el pecado/impureza y la santidad de Dios que la expiación era posible, trayendo limpieza y perdón para el pecador arrepentido.

Tercero, el Antiguo Testamento revela que el sistema de sacrificios tenía limitaciones. Era imposible que la sangre sacrificial de los animales resolviera el problema humano. Los israelitas sabían que el problema del pecado estaba tan profundamente arraigado en el corazón humano que se requería que Dios mismo luchara con él. Así que el salmista oró: "Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones, Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado" (Salmo 51:1, 2). En un sentido, el salmo está diciendo que para ser purificado tenemos que depender finalmente de la gracia de Dios. El problema humano es extremadamente grave: "He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre" (versículo 5). Una condición tal no es un problema que pueda resolverse a través de ofrendas sacrificiales. Por lo tanto, el salmo apela a Dios mismo para el perdón, reconociendo que el poder purificador estaba ciertamente localizado en el Señor.

Levítico 4:26 también sugiere el reconocimiento de que los servicios sacrificiales eran insuficientes en y por ellos mismos: "Así el sacerdote hará por él la expiación de su pecado, y tendrá perdón". Incluso después de realizar el rito de expiación, el perdón no era automático. Se traduce el verbo pasivo como "él será perdonado", es un "pasivo divino", e implica que el Ser que está otorgando el perdón es Dios mismo. Podemos sugerir, entonces, que el ritual en sí mismo tenía un valor simbólico y servía para exteriorizar los sentimientos y experiencias del adorador y para visualizar el costo del perdón y prefigurar la resolución final para el predicamento humano.

El hecho de que en los actos rituales la Escritura describe al sacerdote como cargando los pecados del pueblo también puede sugerir que, en última instancia, la limpieza y el perdón no podrían venir a través de la sangre de un animal. La humanidad necesitaba un mediador humano ante Dios quien pudiera cargar la responsabilidad y la penalidad por el pecado. Sí. La víctima sacrificial cargaba el pecado del israelita arrepentido y su sangre era rescate/sustituto por su vida, pero algo de mayor valor se requería. Vemos este concepto representado simbólicamente en el acto del sacerdote de cargar los pecados del pueblo. El "algo de mayor valor" era lo que el Siervo del Señor iba a ofrecer por la raza humana, concretamente su propia vida como una "ofrenda por la culpa" por los pecados de muchos. Como ya vimos, él habría de cargar los pecados de muchos e interceder por ellos. En este punto el anuncio de la venida del Mesías en Isaías y Daniel, y el significado tipológico del sistema de sacrificios, fusiona uno con otro, proclamando en el Antiguo Testamento la futura intervención salvífica de Dios en la persona de su Hijo.

Conclusión

Dios anunció su plan de redención para la raza humana a través de los servicios del Santuario. El sistema de sacrificios llegó a ser un libro de estudio para los israelitas relacionado con la forma como el Dios del pacto estaba tratando con el poder alienante del pecado y la impureza, y señalaba su resolución final. Bajo el simbolismo de los sacrificios escucharon la voluntad amorosa de Dios que proclamaba la provisión de una gracia abundante, de tal magnitud, que resolvería de una vez y para siempre la invasión del pecado en el corazón humano y en el mundo. La esfera de santidad que Dios había creado con Israel rodearía, en el futuro, la totalidad de la tierra, cubriéndola con su gloria. Eso no ocurriría a través de la sangre de los animales, sino a través de la muerte sacrificial de su Siervo, que estaba prefigurado en el simbolismo de la muerte sustitutiva de una víctima sacrificial. A través de él, Dios mismo cargaría los pecados del mundo.


[1] Cf. Frank H. Gorman, Jr.; The Ideology of Ritual: Space, Time, and Status in the Priestly Theology (Sheffield: Sheffield Academic Press, 1990), pp. 39-45.

[2] Para un análisis moral técnico véase Philip Peter Jenson, Graded Holiness: A Key to the Priestly Conception of the World (Sheffield: Sheffield Academic Press, 1992), y Gorman, Ideology of Ritual, pp. 39-60.

[3] Véase Saul M. Olyan, Rites and Ranks: Hierarchy in Biblical Representations of Cult (Princeton: Princeton University Press, 2000), p. 16.

[4] Jenson, Graded Holiness, p. 47, sugiere que la purificación “abarcaba el estado normal de la existencia humana en el reino terrenal”. Esto es verdad con relación a los israelitas, pero desde su perspectiva difícilmente lo era respecto a las naciones que no conocían las leyes de santidad. La diferencia entre Israel y las naciones era hasta cierto punto representada a través del significado de las leyes de las comidas. David P. Wright declaró: “Así como Dios separó al pueblo de las naciones, de la misma manera el pueblo hace una separación entre los animales puros e impuros. Así la dieta codifica la situación social y política de Israel entre las naciones (“Holiness in Leviticus and Beyond”, Interpretations 53:4 [1999], pp. 353, 354]

[5] Lo común era en principio la esfera que mediaba o facilitaba el movimiento hacia lo impuro o, en la dirección opuesta, hacia lo puro y santo. En Israel, lo común no era necesariamente una condición negativa. Existían tanto la profanación legal como también la ilegal. Por ejemplo, una profanación legal o legítima de lo santo tenía lugar a través de la redención del primogénito de los seres humanos y de los animales inmundos (Éxodo 13:12, 12-15; Números 18:15-18). Una profanación ilegítima era un asunto grave, como sería el caso, por ejemplo, de la profanación del nombre de Dios (Levítico 20:3), y el sábado (Éxodo 31:14). Véase Olyan, RItes and Rank, pp. 26-27, y Wright, “Holiness in Leviticus”, pp. 352-360.

[6] Ibid., p. 353

[7] Jenson, Graded Holiness, p. 49

[8] Gorman, Ideology of Ritual, p. 52.

[9] Jay Sklar, Sin Impurity, Sacrifice, Atonement: The Priestly Conceptions (Sheffield: Sheffield Phoenix Press, 2005), pp. 39-41

[10] Roy Gane, Leviticus and Numbers: The NIV Application Commentary (Grand Rapids, Zondervan, 2004), pp. 120-121.

[11] Véase Jacob Milgrom, Leviticus 17-22 (Nueva York, Doubleday, 2000), p. 1474

[12] Véase William K. Gilders, Blood Ritual in the Hebrew Bible: Meaning and Power (Baltimore, John Hopkins University Press, 2004), p. 176

[13] Gane, Leviticus and Numbers, p. 305, y Sklar, Sin, Impurity, Sacrifice, pp. 154-159.

[14] Gane, Ibid., p.123

http://www.escuelasabatica.cl/2008/tri4/lecc6/leccion.htm

 

 

 

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4. Cristo y la Ley en el Sermón del Monte (Mateo 5:17-37; Lucas 16:16; Romanos 7:24)
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